Educar hijos felices en un mundo de locos - Tania García - E-Book

Educar hijos felices en un mundo de locos E-Book

Tania García

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Beschreibung

¿CÓMO EDUCAR PARA QUE NUESTROS HIJOS SEAN FELICES? Conseguir que vivan la vida plenamente, acompañar sus emociones y talentos, cuidar de su salud mental y física, hacer que experimenten la vida como algo extraordinario, entendiendo la felicidad no como una meta a perseguir, sino como una actitud diaria, deberían ser propósitos prioritarios en nuestra tarea como madres y padres. Sin embargo, la mayoría de nosotros vivimos en automático, sin saber bien quiénes somos y a dónde vamos en este mundo de locos, cada vez más desconectado de la propia humanidad. A través de siete hábitos imprescindibles, este libro nos da las claves para educar en el día a día, fomentando la salud mental de nuestros hijos, y la nuestra.  Tania García, la mayor experta en educación de nuestro país nos ofrece su obra definitiva. Una guía que te ayudará a desarrollar en tus hijos una vida con sentido.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

Educar hijos felices en un mundo de locos. 7 hábitos para conseguirlo

© 2024, Tania García

© 2024, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Diseño de cubierta: Look at Cia

Maquetación: Safekat

Fotografía de la autora: Marta Peñin

ISBN: 978-84-1064-070-2

A mis hijos, Uriel y Gadea,

con vosotros todos los días son domingo.

INTRODUCCIÓN

Cuando era niña, mi día favorito de la semana era el domingo.

Si pienso en los domingos de mi infancia y adolescencia, solo me vienen recuerdos llenos de luz, paz y equilibrio, como si todos hubiesen sido brillantes, sin sombras ni días nublados. Los domingos no había gritos ni malas formas, no había presión ni palabras dañinas porque llegábamos tarde a la escuela, como solía suceder a menudo. No había enfados porque mi padre no hubiera llevado su ropa sucia al cesto de la lavadora… Los domingos solo existía una burbuja de bienestar, una especie de pompa en la que nos habría gustado quedarnos a vivir para siempre, una pompa que no explotara nunca por mucho que subiese hasta las nubes.

Cuando llegaba ese día de la semana, nadie lo decía ni lo recordaba, pero sabíamos que era domingo. La atmósfera de casa pasaba a ser «de domingo» y todo funcionaba de manera diferente. Por la tarde, mi madre, mi padre no biológico y yo —luego también se unió mi hermana, que nació cuando yo tenía catorce años— veíamos una peli en el sofá comiendo chucherías; tan sencillo como esto. Pero no era solo ver una peli y comer chucherías, sino que se trataba de una actitud para que todo saliera bien, de que conectáramos durante el día, fluyendo sin más.

En el desayuno y las horas previas a la comida hablábamos sobre qué película nos gustaría ver a cada uno esa tarde: si nos apetecía una de acción —lo cierto es que éramos mucho del team Arnold Schwarzenegger, mis favoritas eran Mentiras arriesgadas y Poli de guardería— o si preferíamos ver una de comedia —como Ace Ventura o Mentiroso compulsivo, con Jim Carrey—. Sin embargo, era bastante sencillo, ya que todo giraba en torno a que el domingo se desarrollase con éxito. Siempre había diálogo, soluciones, participación, ilusión, amabilidad y escucha. Una vez que lo teníamos claro, llegaba la hora de comer y todo continuaba como la seda. Poníamos la mesa juntos y vibrábamos al unísono, en un contagio de ganas, proactividad y trabajo en equipo.

Tras la comida, yo siempre iba con alguno de los dos adultos al videoclub mientras el otro se encargaba de recoger la mesa, lavar los platos y adecuar el salón para el momentum.

El videoclub estaba justo en la esquina de casa, apenas a dos minutos caminando desde el portal. Llevaba allí más de diez años, era pequeñito, con los típicos pósteres de las películas más exitosas en el escaparate, con atrezo incluido —cuando salió Titanic se le fue un poco la mano con la ambientación, hacía hasta frío dentro, ja, ja—. Las estanterías estaban plagadas de cajas de VHS vacías y polvorientas; recuerdo que siempre había alguna puesta en los dos televisores pequeños y cuadrados que tenía. La calidad de la imagen era bastante baja, pero con un volumen fuerte e inteligible para que se escuchara de una punta a otra del videoclub. El mostrador estaba decorado con muchas luces, y el dueño, un hombre de treinta y tantos, apasionado del cine y de las historias, era amable y simpaticón. Nos conocía, él también formaba parte de nuestra atmósfera dominguera y siempre que le preguntábamos por el tipo de peli que buscábamos estaba dispuesto a ayudarnos y nos daba todas las explicaciones posibles e incluso nos mostraba imágenes en alguno de los televisores o en revistas con información privilegiada.

Cuando finalmente había que elegir entre tanta opción, yo también participaba, no era un llavero al que el adulto llevaba en el bolsillo y que tenía que ceñirse a aceptar lo que se decidiese, sino que mi voz era escuchada, tenida en cuenta, apoyada y sostenida. El domingo me sentía como Cenicienta: al llegar las doce de la noche, mi realidad volvía a ser la que era, hasta la semana siguiente.

De allí nos íbamos a la tienda de chuches, que estaba al lado del bloque de pisos donde vivíamos. Los dueños eran un hombre y una mujer de más de sesenta años que llevaban toda la vida con el negocio. Todos en el barrio los conocíamos, ya que su tienda era casi más emblemática que la plaza del Ayuntamiento.

El lugar era chiquitito, pero acogedor. Para acceder, había que bajar cuatro escaleritas muy bien colocadas que te sumergían en ese mundo de chucherías al peso y bollitos recién hechos que pagabas con pesetas; la luz brillaba en su justa medida y no había música ni otros estímulos, para dar la sensación de que ningún obstáculo se interponía entre los dulces y nosotros.

Como en casa hablábamos de lo que queríamos tomar, cuando íbamos a comprarlas ya sabíamos lo que había que coger para cada uno y así perdíamos el menor tiempo posible. Normalmente, caían en la bolsa cruasanes de chocolate rellenos de nata, regalices muy largos rojos y negros, lenguas picantes, algunos frutos secos y palomitas en grano para hacer en la sartén —sí, los domingos no eran muy saludables para el estómago—.

Al llegar, nos colocábamos en el lado del sofá que nos correspondía, con la mantita preparada y el bolsón de azúcar listo, e introducíamos la cinta en el aparato de VHS. Mientras veíamos la peli, no había discusiones, porque la habíamos elegido entre todos, estábamos dispuestos a sorprendernos y a dejarnos llevar por lo que nos pudiera ofrecer la historia, buenas o malas sensaciones, cada uno con sus sentimientos e ideas, que comentábamos después con naturalidad. Saboreábamos las chuches como si fueran las últimas que nos comeríamos en la vida y la atención en la película era máxima, allí no existía nada ni nadie más.

Cuando terminaba, empezaba a respirarse un airecillo a lunes muy característico: había que hacer deberes, preparar la semana, estudiar, ducharse, cenar, lavarse los dientes…, pero la llama dominguera mantenía viva la buena actitud.

Quien me conoce sabe que, tras una infancia y una adolescencia envuelta en maltrato psicológico y físico, abandono por parte de mi padre biológico, acoso escolar y otros tipos de violencia, a los catorce años fue cuando decidí fervientemente que me dedicaría a ayudar a los niños y los adolescentes, a defender sus derechos, ya que dentro de mí sentía, de forma sólida y nítida, que los niños y los adolescentes no éramos respetados en ningún lugar, ni en casa, ni en la escuela ni en la sociedad en general. Incluso ir al supermercado, al médico o al parque reflejaba, en mayor o menor medida, que la sociedad no estaba preparada para tratarnos como a sus iguales: seres humanos con necesidades, intereses propios y derechos como los de cualquier persona.

Así que decidí que iba a dejarme la piel en cambiar esta realidad. Y la eterna pregunta que me hacía era: «¿Por qué la atmósfera de los domingos no podía aplicarse al resto de la semana? ¿Por qué todos los adultos que interactuaban con nosotros no podían vernos y sentirnos como a iguales?». Lo sé, por supuesto que sé que hay conflictos en el día a día, hay malestares, puntos de vista y necesidades diferentes…, pero lo cierto es que la actitud que tengamos ante esos conflictos, esos puntos de vista y necesidades diferentes es la clave, lo es todo.

Hace ya más de veintiséis años de aquella decisión, más de veinte de profesión incansable, más de dieciséis realizando interesantes y complejas investigaciones neurocientíficas y socioeducativas, más de catorce dedicándome exclusivamente a ayudar a miles de familias y profesionales a cambiar su trato hacia la infancia y adolescencia, a lograr acompañar a los niños y adolescentes a través de la Educación Real®, la filosofía educativa de la cual soy fundadora, que aboga por eliminar toda violencia de la relación con ellos, porque, sí, aunque no lo parezca, la violencia está en todas partes, desde cuestiones simbólicas casi invisibles hasta aspectos más directos, visibles y aceptados socialmente.

En estos años de misión y entrega ha habido una pieza clave que ha mantenido viva la llama dentro de mi corazón, que me sigue dando fuerzas para estar donde estoy hoy y que supone una pieza trascendental que intento enseñar a mis alumnos y, por supuesto, a mis hijos. Hablo de la actitud talismán, la que se respiraba en mi casa solamente los domingos. Este tipo de actitud es la que te hace vibrar con la vida, te llena de ganas de exprimirla, te enseña que los pequeños detalles son los más importantes. Te hace integrar la inspiración como una de las herramientas comunicativas, sociales y personales más valiosas. Una inspiración que después utilizas en tus relaciones y situaciones, incluso, sobre todo, cuando estás fuera de tu hogar, sin las personas que te conocen. Esta hace posible que te puedas llevar la atmósfera de domingo allá adonde vayas.

La actitud talismán te procura fuerza, seguridad y motivación, te ayuda a tener una perspectiva distinta ante la vida, ante las relaciones y las adversidades. Te permite ver lo que otros no ven y encontrar soluciones donde otros solo hallan problemas. Te servirá siempre que lo necesites, ya que, como buen amuleto, puedes usarlo cuando lo consideres y te proporcionará instantáneamente una herramienta poderosa y significativa, sea cual sea el problema que tengas delante. Te hace desarrollar la resiliencia y te impulsa a levantarte cuando te has caído, con foco y energía. Te recuerda constantemente que tú puedes y eres capaz, pase lo que pase. Te conduce a confiar en la vida y en ti, te hace ser consciente de que puedes enfrentarte con seguridad y asertividad a cualquier barrera que se interponga en tu camino, a situaciones complicadas, a personas que quieran dañarte, a retos ante los que te creías incapaz. Te ayuda a tener respuestas donde antes solo había dudas. Acogiéndote a este talismán de manera fiel y decisiva, te acercas a ti mismo, te conoces en profundidad y comienzas a habitarte con integridad. Además, con ella proporcionas herramientas a tus hijos para que puedan habitarse a sí mismos, comprenderse, amarse y aceptarse. Porque con esta actitud irradias luz y energía hacia las personas que más amas, y todo se convierte en un bucle de entusiasmo, cooperación y unión.

La actitud talismán crea una conexión profunda y consciente con tus hijos, un vínculo irrompible. Te hace de guía en los momentos de incertidumbre, cuando las emociones te superan, cuando dudas de todo. La actitud talismán te ayuda a creer en ti. Además, puedes trasladarla a todos los aspectos: tus relaciones y proyectos laborales, personales o sociales.

La actitud talismán te aferra a la vida, te ayuda a amarla; incluso en momentos en los que piensas que no puedes más, te hace palpar la belleza de la vida en sí misma. La actitud talismán no está basada en condiciones, normas e inflexibilidad, sino en la incondicionalidad y en la compasión: tú por mí, yo por ti. Te llena de «tú me comprendes, yo te comprendo», te hace buscar soluciones a pesar del día a día frenético, a pesar de los diferentes puntos de vista, de la inmediatez impuesta por la sociedad, de las guerras, las pandemias y otras calamidades.

La actitud talismán es una llave eterna hacia la felicidad, puesto que nos lleva a comprender que la felicidad no es el destino, sino el viaje. Millones de personas anualmente se ven sumergidas en problemas de salud mental, con apatía, depresión, desmotivación ante la vida… Con una sensación continua de no alcanzar la felicidad, de que cuando parece que ya la tienen entre sus dedos, se les escapa. Y ese ejemplo damos a los niños y adolescentes una y otra vez, pareciera que uno es feliz cuando logre tener los mejores resultados académicos, el mejor cuerpo, la mejor casa, la mejor pareja, el mejor sueldo, etc. En realidad, la felicidad no es una meta que alcanzar, es algo que tenemos que sentir vibrar en nuestro interior diariamente, incluso en aquellos momentos difíciles. Cada una de las experiencias que vivimos en el presente nos aportan herramientas de futuro y nos enlazan al pasado, recordando nuestro punto de partida, y eso es precisamente lo que debemos enseñar a saborear a los niños y adolescentes, aprendiéndolo también nosotros como adultos. Valorando cada momento, cada consecución, cada ges­to, cada detalle, aprendiendo a ser feliz en el aquí y en el ahora.

En la actitud talismán no hay crítica, no hay juicio, no hay destrucción, solo construcción, entrega y motivación. Te entiendo, puede que leyendo esto pienses que vivir entre algodones no es posible. Efectivamente, la vida es bienestar, alegría y júbilo, pero también es dolor, sufrimiento y dificultad. No obstante, la sociedad y la forma en la que nos educaron nos hicieron creer —y creérnoslo, además, a pies juntillas— que educar y acompañar a nuestros hijos es difícil, agotador y complicado. Pero te digo de verdad que no hay nada más liberador que soltar esta creencia. Debemos integrar que nuestros hijos necesitan y merecen ser tratados como a nosotros nos gusta serlo. Y es mucho más difícil luchar cada día por no abrirte a la protección, al amor y al buen trato que trabajar por tener una actitud talismán, una actitud que nos da alas que jamás podrán ser cortadas.

No olvides que en la vida podemos elegir dos caminos: o lanzarnos de lleno al victimismo y regocijarnos en él —sintiéndonos a gusto en la queja, el malestar, la comparación, la etiqueta, el grito, la humillación y el control— o sumergirnos en la confianza, la compasión, el respeto, la ética, la amabilidad, la tolerancia, la escucha y la participación. Está en nuestras manos.

Hoy, después de haber ayudado a tantísimas familias y profesionales a integrar la Educación Real® y, por ende, esta actitud talismán, tengo claro que, si estos domingos no hubiesen existido, no sería quien soy, no habría podido ayudar como ayudo, ni siquiera yo misma habría salido del bucle de hastío, apatía y desconexión conmigo misma en el que me encontraba. ¿He tenido que hacer muchas otras cosas para sanar, además de mantener vivo el recuerdo de los domingos? Sí, por supuesto, y muchas de estas cosas te las enseño en este libro para que tú también puedas conseguirlo. Porque, sí, aunque parezca imposible en este mundo de locos cada vez más desconectado emocionalmente, se puede tener esta actitud talismán diariamente, construyendo los siete días de la semana, no destruyendo seis días y construyendo uno.

Para lograrlo, debemos enfrentarnos cara a cara a nuestra mayor barrera: nosotros mismos. Debemos desbancar patrones arraigados debido a la forma en la que nos educaron y entender la vida y el mundo eliminando patrones sociales y la manera en la que nos han hecho ver y comprender la infancia y la adolescencia. Tenemos que reconstruir la forma en la que nos miramos, hablamos y entendemos nosotros mismos, integrar creencias nuevas y evidenciadas en el cerebro, un cerebro que se adaptó a todas las ideas que imposibilitan una vida realmente conectada con quienes más amamos, pero que, sin duda, podemos reeducar.

En este nuevo libro quiero invitarte a alcanzarlo de forma sencilla y práctica. Y para ello te entrego siete hábitos llenos de luz basados en evidencia científica para que comprendas de verdad a los niños y los adolescentes y logres así una actitud talismán, de manera que todos los días de la semana sean domingo.

Muchas gracias por confiar en mí una vez más.

Recuerda: Ser real es la única opción.

Te abrazo fuerte.

TANIA GARCÍA

TODAS LAS PERSONASNECESITAMOS UNO

1TENER UN PROPÓSITO ES LA CLAVE

E l cerebro tiene aproximadamente noventa mil millones de neuronas que están conectadas con una media de otras diez mil neuronas cada una. Si multiplicamos, vemos que hay un movimiento de billones de neuronas en el cerebro, además de todos sus sistemas y procesos. ¿Sabes entonces que las conexiones que tienen lugar dentro de la cabeza son más grandes que las conexiones que hay entre las estrellas? ¡Sí, por increíble que parezca, el cerebro es más grande que el mismísimo universo! Por lo tanto, sea como sea, tenga las características que tenga, poseamos los talentos que poseamos y las destrezas de que disfrutemos, cada uno de nosotros tenemos un universo en la cabeza. Nacemos con la oportunidad de vivir una vida plena y significativa, una en la que sepamos comprender nuestras capacidades, aprender habilidades, exprimir nuestro potencial…, una vida en la que veamos y disfrutemos del cerebro en su esplendor. Todos tenemos el derecho de vivir una vida vibrante y motivadora, pese a sus luces y sus sombras, y nadie tiene la potestad de quitarnos ese derecho.

Para ayudarte a conseguir que tus hijos vivan la vi­da que merecen, llena de sentido y actitud talismán, de manera que potencies su autoconocimiento, su felicidad diaria, su salud mental y física —y que la experimenten como algo extraordinario que hay que saborear y aprovechar—, te voy a enseñar cómo puedes desarrollar el primer hábito. Este consiste en tener siempre un elemento esencial que todos los seres humanos necesitamos para agarrarnos a la vida y mantener el cerebro conectado con la verdadera salud mental y la actitud talismán. Este elemento es el propósito.

La mayoría de los adultos viven en modo automático, sin saber quiénes son y qué desean exactamente, ignorando sus verdaderos valores y principios, desconociendo cuál es el motivo que los impulsa a levantarse cada mañana. No saben qué hacer exactamente con su vida. No se conocen de verdad.

Cuando ignoras quién eres, no tienes claro tu camino ni lo que quieres hacer con tu vida. Entonces te dedicas a rellenarla continuamente en función de lo que necesitan los demás, dejándote a ti para lo último. Tu día a día transcurre en función de lo que se espera de ti, no de lo que tú en realidad esperas de ti mismo. Sin saber quién eres, no puedes tener una salud mental óptima y careces de la capacidad de fomentar una buena salud mental en tus hijos.

Algunas personas sin propósito real son conscientes de que les falta conocer su verdadero sentido, pero no saben qué hacer ni qué pasos dar. Sin embargo, la gran mayoría no es consciente de ello; son personas que se sienten perdidas, desorientadas, que nadan en un gran océano sin tener dónde agarrarse. Se sumergen en la acusación, el sufrimiento, la crítica, y piensan que todo lo malo les pasa a ellas, que no hay espe­ranza.

El propósito es algo difícil de descubrir porque nos han educado en la necesidad de aprobación, en el qué dirán, en las expectativas de los padres, y eso hace que nuestros valores reales, que lo que palpita dentro de nosotros, se hayan visto afectados, hayan quedado escondidos.

Es el momento de encontrar y conocer los verdaderos talentos, de autorrealizarnos, de palpitar con la vida, de llenar el cerebro de esa adrenalina que nos indica que estamos en el lugar y el momento adecuados. Ha llegado la hora de ser de verdad nosotros mismos, sin disfraces ni máscaras, conscientes de que estamos enseñando esta misma premisa a nuestros hijos.

El propósito te sirve de brújula, te da la mano, te acompaña y te enseña el camino.

Cuando tienes un propósito, gozas del día a día, reestructuras tu existencia, vibras, generas conexión a pesar de las dificultades. Disfrutas de la vida y ya no le das tanta importancia a que tu hijo no quiera vestirse o lavarse los dientes, que no tenga prisa para ir a la escuela…, porque dentro de tu propósito está también la admiración y la alegría a pesar del conflicto, está el mantener la actitud talismán.

TU PROPÓSITO Y TU CEREBRO

Tener un propósito tiene un impacto beneficioso en el cerebro e influye directamente en la segregación de una serie de neurotransmisores. En consecuencia, tener uno claro equilibra nuestros niveles de estrés en sangre. Ayuda a que segreguemos serotonina, un neurotransmisor relacionado con el placer y el bienestar. Por ende, el propósito hace que el estado de ánimo sea mejor y nos sintamos completos a todos los niveles. También nos ayuda a segregar dopamina, un neurotransmisor con un papel imprescindible en el sistema de recompensa, un sistema que nos ayuda a sobrevivir y a realizar diferentes acciones para mantenernos a salvo, acciones relacionadas con la motivación y el placer, y que, cuando tenemos un propósito real, liberamos porque nos proporciona satisfacción; por un lado, porque la misma motivación por conseguir este propósito, ya mantiene esa llama encendida; y, por otro, ir logrando los objetivos que nos hemos propuesto activa nuevamente esta segregación, por lo tanto, entramos en un movimiento constante de satisfacción y más ganas de conseguir objetivos.

Tener un propósito real reduce las posibilidades de padecer depresión, pues estamos conectados con nuestras propias necesidades, con la sensación de alivio, puesto que emitimos endorfinas que favorecen la percepción automática de logro en el cerebro, su atmósfera es de haber alcanzado algo importante, y eso tiene un impacto beneficioso en la vida y en la forma de actuar con el entorno y en las relaciones. Además, tener un propósito nos facilita resolver los conflictos de manera asertiva, puesto que el cerebro se siente estimulado por los retos que se le presentan, pero sin nervios ni una preocupación excesiva, disfrutando del pro­ceso, equilibrándose gracias a la noradrenalina, una hormona y neurotransmisor del sistema nervioso y que se ocupa, entre otras cosas, de mejorar el estado de ánimo.

Por último, cuando tenemos un propósito claro, se incrementa el neurotransmisor GABA, imprescindible para mantener un balance óptimo entre la estimulación y la abstención, así pues, dejamos de sentirnos en tensión y desconexión con la vida y nos envolvemos de calma, alejándonos de la ansiedad.

CUALQUIER PROPÓSITO ES LÍCITO

Todas las personas tenemos propósitos diferentes y todos son correctos: nunca hay que juzgar el de nadie. Son propósitos óptimos aquellos que estén enfocados en hacer el bien. Por ejemplo, tener el de dañar a alguien ni siquiera sería uno, sino una mala intención, probablemente motivada por carencias propias y sufrimientos internos.

Un propósito que esté enfocado en hacer el bien es legítimo y por ello no hay unos mejores ni peores, todos son correctos y nadie debe opinar ni inmiscuirse en ellos. Puedes querer aprender a surfear, conseguir una pareja con la que conectes de verdad o querer ganar mucho dinero…

Los propósitos también son cíclicos y cambiantes. Esto quiere decir que puedes cambiar el tuyo siempre que lo desees, ya que dependerá de las circunstancias que se estén dando en tu vida. Puede ocurrir que cuando tengas uno claro y estés enfocado en alcanzarlo, de repente necesites modificarlo porque hay una circunstancia concreta que te invite a ello. Por ejemplo, si te ves en una situación de enfermedad física sin esperarlo, tu propósito puede pasar a ser el de cuidarte o sobrellevarlo de la mejor manera posible, tener una actitud talismán incluso en esos momentos complicados. O si te vas de tu país porque te ofrecen trabajo en otro, y ni siquiera lo tenías planteado, quizá debas centrarte en aprender un nuevo idioma parando lo que tenías planteado hasta ahora.

El propósito puede cambiar, pues, en función de la situación que tengamos, pero todos y cada uno de ellos son bienvenidos.

El caso de Lucía

Lucía llegó a mí porque, a sus cuarenta y cinco años, se sentía vacía. Se sentía muy culpable porque no lograba conectar con sus hijos. Siempre estaba gritando y exigiendo, y experimentaba continuamente un dolor emocional que la llevaba a tener dolores de cabeza, de estómago, llanto, insomnio…

Lo había probado todo: años y años de terapias psicológicas, psiquiátricas y alternativas… Sin embargo, creía que tenía demasiados automatismos que no la dejaban avanzar y que la sumergían en un mar de culpa.

Lo primero que trabajamos fue en el propósito. ¿Qué sentido tenía su vida? ¿Para qué estaba aquí? ¿Qué es lo que tenía integrado en su fuero interno, pero que no sacaba a la luz?

—No, Tania, es que yo siempre he tenido un sueño, pero es imposible; no tengo dinero, nadie me apoya, ­nadie podría cuidar a mis hijos cuando yo esté ocupada —me dijo.

Indagamos juntas en sus valores, en sus verdaderos objetivos, en sus metas, y trabajamos en su sueño vital. Lucía lo que quería era dedicarse a la fotografía, había estudiado cuando era una veinteañera muy lejos de casa para conseguirlo, pero lo paralizó todo porque conoció al que era su marido, con quien formó una familia. Era presa de los miedos, tenía ideas preconcebidas y le preo­cupaba mucho lo que le dirían las personas de su entorno, puesto que sabía que se opondrían a su sueño. En cuanto lo tuvo claro, la ayudé a elaborar una serie de objetivos y planificaciones para que pudiera reorganizar su vida en todos los sentidos y conseguir su propósito.

Desde el momento en que el cerebro está enfocado en conseguir ese sueño, va a trabajar incansablemente por estar despierto, para mantenerse en sintonía con aquello que nos motiva. Y pondrá de su parte para que todo sea más fácil. Por eso, solo por el simple hecho de tener una meta, los neurotransmisores que se generan nos equilibran y nos generan esperanza. Esto se nos nota, interior y exteriormente, y hace que todas nuestras relaciones se vean influidas por la nueva aura que nos envuelve.