Ejecutivo a la carta - Whitney G. - E-Book

Ejecutivo a la carta E-Book

Whitney G.

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Beschreibung

Estas deben de ser las peores Navidades de mi vida… Mi exnovio acaba de reservar la mejor suite en el resort donde trabajo (con su nueva novia, no conmigo), la mitad del personal se ha dado de baja por gripe (mentira: quieren asistir a un concierto que se celebra en el pueblo) y mi hermana me está volviendo loca con sus inacabables planes de boda. En cualquier otro momento todo esto no supondría ningún problema, pero la Navidad lo cambia todo, y además mi familia está a punto de descubrir la mentirijilla que les he contado sobre mi inexistente prometido. Para evitarlo, decido descargarme Ejecutivo a la carta, una aplicación que permite contratar a un «falso y atractivo hombre de negocios» para impresionar a familiares y amigos. Por lo menos es lo que yo esperaba… Pero cuando el chico que he elegido me deja plantada en el último momento, la aplicación promete enviarme «un sustituto aún más sexy». Deben de haber querido decir «el demonio», porque este tipo no es un actor y, definitivamente, no es un «falso» ejecutivo. Es mi antiguo jefe. El idiota que me despidió el año pasado. Vale, ahora sí que, oficialmente, son las peores Navidades de mi vida.

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Título original: The Office Guest

Primera edición: abril de 2024

Copyright © 2023 by Whitney G.Published by arrangement with Brower Literary & Management

© de la traducción: Silvia Barbeito Pampín, 2021

© de esta edición: 2024, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-10070-12-7

BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®

Fotografías del modelo: graphicvil2/stm.co/freepik

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Nota de la autora (I)

Prólogo

1

2

2 (B)

3

3 (B)

4

5

6

7

8

9

9 (B)

10

11

12

13

13 (B)

14

15

16

17

18

19

19 (B)

20

21

22

23

Epílogo

Contenido especial

Para los mejores lectores del mundo y por las vacaciones.

Gracias por leerme.

Prólogo

Aviso urgente: Cancelación de cuenta

Estimada señorita Georgia Grey:

Nos dirigimos a usted para informarle de que, a partir de hoy, su cuenta en la aplicación Ejecutivo a la carta quedará oficialmente cancelada.

Debido a repetidas infracciones de nuestras normas —algunas de las cuales se abordan a continuación— ya no podrá elegir entre nuestros candidatos estelares ni solicitar un ejecutivo que la acompañe a reuniones familiares y de negocios.

Le recordamos que no está permitido solicitar a nuestros acompañantes que se presenten en el trabajo por usted, ni que «se planten frente a la ventana del cabrón de su jefe y le saquen el dedo corazón mientras ponen a todo volumen el rap I Don’t F*ck with You» ni que le desinflen los neumáticos a «cualquier coche deportivo caro que esté aparcado en la plaza del director general». Por favor, revise nuestros términos y condiciones.

Puede volver a solicitar el acceso transcurrido un (1) año natural.

Atentamente

El equipo de Ejecutivo a la carta

P. D.: Sus cuentas «secretas» —Bee Bee Grey, Georgia on Your Mind y Ayudaporfavor (Odio mi vida y a mi jefe)— también han sido canceladas.

1

Park City, Utah

Dos meses antes de Navidad

Dos de la madrugada

Dominic

—¡Alerta de intruso! ¡Llamada a la policía en curso! ¡Alerta de intruso!

La alarma resuena en mi piso y me arranca del país de los sueños.

Cojo el móvil para apagarla, pero el volumen del sistema aumenta y las palabras «¡Contraseña incorrecta! Las luces de casa están desactivadas» parpadean en mi pantalla.

¿Qué coño pasa?

Gruño, salgo de la cama y me dirijo al cuarto de baño en la más absoluta oscuridad. Me lavo la cara con agua fría y me cepillo los dientes, suplicando que todo vuelva a la normalidad, pero mi apartamento sigue a oscuras.

Antes de que pueda tratar de reiniciar la alarma, oigo unas fuertes pisadas en el pasillo.

—¡Por aquí! —grita una voz grave—. ¡No está en su cama!

—¡Comprueben la biblioteca y la cocina! ¡Rápido! —ordena otra voz.

La puerta se abre de repente y alguien me apunta a los ojos con una linterna.

—¡Está aquí! —La voz de ese tío suena aún más fuerte que sistema de alarma—. ¡El señor Reiss está a salvo!

—Siento despertarle a estas horas, señor. —Walsh, mi jefe de seguridad, me deja medio ciego con la luz—. Tenemos que trasladarle a un lugar seguro lo antes posible.

—¿Es el fin del mundo o algo así?

—Señor, tenemos razones para creer que alguien está conspirando para asesinarle.

—¿Qué?

—Se lo explicaré todo en el coche. Vámonos.

—¿Puedo vestirme primero?

—No tenemos tiempo para eso. —Me lanza una bata—. Tendrá que apañárselas con esto.

—Al menos podría dejar que me pusiera una camisa.

Sin decir nada más, me conduce al ascensor privado, y me convenzo de que esto es una pesadilla; de que es imposible que alguien vaya a por mí cuando apenas me faltan unos meses para cerrar el mayor negocio de toda mi carrera.

Cuando llegamos al coche, el conductor sale a toda velocidad a la calle.

—Hemos notado un pico de búsquedas en la dirección IP de la empresa. —Walsh me pasa una tablet—. Y esta noche alguien ha entrado en su portátil.

—Eso es imposible —protesto—. Solo se enciende con mi huella dactilar.

—Véalo usted mismo. —Me hace un gesto para que mire la pantalla.

«¿Cuánto arsénico puedes poner en el café de alguien para que enferme, pero sin matarlo?».

«¿Y qué hay del anticongelante?».

«¿Los trabajos de nueve a cinco son una especie de castigo sádico?».

—Estas búsquedas se han intensificado recientemente, señor —explica—. Creemos que alguien intenta sabotearle.

—No me puedo creer que me hayan sacado de la cama por esto. —Pongo los ojos en blanco—. ¿Podría decirle a mi asistente que me lleve un traje a la oficina, por favor?

—Vamos un paso por delante de usted. —Actualiza la pantalla—. Debemos tomarnos esto muy en serio, señor. Aquí hay más.

Resisto el impulso de tirar la tablet por la ventanilla y miro los resultados de la búsqueda.

«¿Cuánto tardan en desinflarse los neumáticos del Audi Spider?».

«Sicario de alquiler, pero solo para algún trabajillo esporádico, no para asesinatos, al menos de momento».

«¿Puedo sobornar a un camarero para que añada una pizca de matarratas a un café? ¿Iría a la cárcel por eso o solo acusarían al camarero?».

«Dominic Reiss tiene un cuello muy “apuñalable”».

«¿Cómo desbloquear Pinterest en mi ordenador del trabajo?».

—Interesante. —Sonrío—. ¿Cuándo empezaron estas búsquedas?

—Hace dos semanas, señor. Y puedo asegurarle que no es para tomárselo a broma.

Reprimo una carcajada: las fechas encajan con el momento en que cierta empleada fue degradada de jefa de equipo a becaria porque se negó a comprender lo que significa «horas extraordinarias obligatorias». Cierta empleada que es, con diferencia, la mujer más sexy que he conocido, pero la peor trabajadora que el departamento de Recursos Humanos de mi empresa ha contratado jamás.

—¿Quiere que se lo notifique al fbi, señor Reiss? —pregunta Walsh.

—No. —Sacudo la cabeza—. No me siento amenazado en absoluto.

—¿Está seguro, señor?

—Muy seguro, Walsh. —Miro el reloj—. No hay por qué llevar esto más lejos.

—Como quiera, pero no podrá regresar a su casa hasta esta tarde.

Hace un par de llamadas mientras el chófer avanza a toda velocidad por las calles.

En cuanto llegamos me detengo para admirar el letrero dorado de Reiss Enterprises que hay sobre la escalinata. Lo vea las veces lo vea, siempre me recuerda lo duro que he trabajado desde que cumplí dieciséis años para llegar a donde estoy ahora.

Salgo del coche, abro la puerta principal y entro en el edificio.

Parpadeo un par de veces al ver el vestíbulo: un enorme árbol de Navidad, envuelto en una cinta roja y decorado con brillantes adornos de cristal, reluce frente a los ventanales; una exuberante guirnalda verde cuelga de la barandilla de la escalera y una larga hilera de centelleantes luces navideñas dibuja un camino de colores en el suelo.

Es el primer año que pido que se decore este lugar para las fiestas, y me sorprende que el personal se haya ocupado tan pronto de este asunto.

Intrigado, sigo el camino de luces y entro en la sala de conferencias; paso entre dos muñecos de Cascanueces de tamaño natural y descubro a la sospechosa principal de mi futuro asesinato.

Georgia Grey.

Va vestida con una camiseta rosa de tirantes transparente y unos leggings que abrazan sus curvas, y la encuentro más tentadora de lo habitual. Su pelo ondulado, negro como la tinta, que suele llevar suelto sobre los hombros, está recogido en una coleta baja en la nuca.

Llevo meses obligándome a no mirar sus labios carnosos y rosados, pero desde este ángulo no puedo evitarlo. De sus auriculares se escapa la música navideña que escucha a todo volumen, y aprovecho la oportunidad para contemplarla unos segundos más.

—Buenos días. —Me aclaro la garganta—. ¿Señorita Grey? —No contesta. Me acerco y le quito uno de los auriculares—. ¿Puede oírme ahora?

—Qué dem… —Se da la vuelta—. Ay, eeeh… Hola, señor Reiss.

—Señorita Grey. —Me mira el pecho, así que no me molesto en atarme la bata—. No sabía que fuera capaz de venir a trabajar a la hora, y mucho menos antes. ¿A qué se debe?

—Eeeh… —Por fin me mira a la cara—. He venido a encargarme del País de las Maravillas Invernal que se supone que hay que montar para las fiestas.

—¿No debería encargarse un equipo de esto?

—No cuando el equipo no sabe lo que hace —replica—. No se ofenda, pero la mayoría de la gente que trabaja aquí no tiene la más mínima creatividad.

—Cuando dije que alegráramos un poco este lugar para Navidad, pensaba tan solo en un árbol en el vestíbulo.

—En ese caso, supongo que el director general también tiene unos niveles de creatividad decepcionantes.

—Que conste, señorita Grey —digo, mirándole los labios—, que si ha decidido ir más allá en esa petición trivial, no por ello va a quedar eximida de sus tareas.

—Jamás se me ocurriría pensarlo, señor Reiss. —Retrocede un paso y coge un termo—. Pero ya que lo menciona, y como ahora solo soy una humilde becaria, me he encargado de mantener caliente el café para usted.

—¿Dónde lo ha comprado?

—Lo he hecho yo misma. —Sonríe—. He decidido «ir más allá» en todo lo que hago.

—¿Por qué no toma un sorbo antes de dármelo?

—No hace falta. —Me lo tiende—. No quiero robarle cafeína a mi increíble jefe, que es quien más la necesita.

—No quisiera pensar que está intentando envenenarme, señorita Grey.

—Yo tampoco. —Sigue con el termo tendido hacia mí, así que lo cojo y me hago la firme promesa de vaciarlo en cuanto llegue a mi despacho—. Tengo que terminar de enlazar las guirnaldas. —Se aclara la garganta—. Mi jefe tiene a todo el mundo en alerta, así que debo estar en mi puesto dentro de unas horas.

—Hablando de alertas, mi sistema de alarma se ha encendido esta mañana por primera vez en diez años. ¿Por casualidad sabe algo de ese asunto?

—No, pero diez años es mucho tiempo sin probar el sistema. —Menea la cabeza—. Quizá la compañía de alarmas ha querido verificarlo sin avisarle.

Entrecierro los ojos.

—O quizá alguien quiere que me sienta tan mal como yo le hago sentir para que cambie mis horribles costumbres.

Se encoge de hombros.

—Más bien creo que estos días está tan ocupado que lo ha pasado por alto.

—Georgia Grey… —Me acerco más a ella—. Ambos sabemos que este es el primer trabajo de verdad que ha tenido en su vida.

—Permítame que le corrija: es el peor trabajo que he tenido en mi vida.

—Sin embargo, la forma de conseguir un ascenso no es cabreando a su jefe.

—¿Debería lamerle el culo, como todo el mundo?

—Hay otra cosa bajo mis pantalones que preferiría que lamiera…

Se le desencaja la mandíbula.

—¿Señor Reiss? —Mi ayudante entra en la sala antes de que cometa el error de acercarme más a Georgia—. Le he traído su traje y sus zapatos.

—Gracias. —Retrocedo un paso—. Mientras me visto, haga el favor de refrescarle la memoria a la señorita Grey sobre la política de la empresa en materia de rendimiento laboral, si es tan amable.

—Así lo haré, señor.

Georgia me fulmina con la mirada cuando me alejo, y subo corriendo a darme una ducha fría.

Joder. ¿Por qué coño no la he despedido aún?

2

Park City, Utah

Dos meses antes de Navidad

Ese mismo día

Georgia

Agáchate un poco más…

Si bajo más la cabeza, voy a clavarme el bolígrafo en el ojo y todo esto se va a llenar de sangre, pero no les pediré a mis compañeros que llamen a la ambulancia: me limitaré a preguntar si puedo largarme de una vez de esta soporífera reunión.

Llevo encerrada en esta fría sala de conferencias desde las nueve de la mañana y me pican los ojos de tanto mirar esa enorme pantalla, pero, por algún extraño motivo, me parece que soy la única que está deseando escapar.

A lo mejor debería apuñalarme los dos ojos en lugar de uno solo…

—¿Qué te parece la propuesta final, Georgia? —Mindy Sterling, la lameculos oficial de la empresa, frustra mis planes sin despeinarse—. ¿Georgia?

—Sí, eeeh… —Dejo el bolígrafo—. Suena supergenial.

—¿Has escuchado algo de mi presentación?

—Lo siento. —Sacudo la cabeza—. Ha sido un día muy largo, Mindy.

—Los días en Reiss Enterprises nunca son largos. —Parece ofendida—. Duran lo que tienen que durar porque confiamos en la visión de nuestro querido director general.

Mis compañeros de trabajo, a los que también les han lavado el cerebro, murmuran un asentimiento y yo controlo el impulso de poner los ojos en blanco.

Nuestro «querido director general» es la personificación de todo lo que significa ser un jefe terrible. Solo tiene un punto positivo como ser humano: es de lo más sexy.

—Ya que eres a la que mejor se le dan las relaciones con los clientes, Georgia —Mindy me tiende una carpeta—, cuando llegue diciembre tendrás que encargarte de recibir a nuestros clientes invitados en el aeropuerto y de acompañarlos a la sede de la empresa para la presentación del marketing navideño.

—¿Y si para entonces sigo siendo solo una becaria degradada?

—Tendrás que trabajar duro para recuperar tu puesto y que eso no ocurra. —Entrecierra los ojos—. Tienes un presupuesto ilimitado para decoración, y estamos deseando ver esa «magia navideña» que aprendiste en tu empleo anterior. ¿Tienes alguna pregunta más?

¿Puedo irme ya a casa?

—Por ahora no.

—Estupendo. Ahora veamos cómo están las proyecciones del cuarto trimestre y cómo nos situamos con respecto a la competencia.

Ignoro sus palabras y vuelvo a pensar en clavarme el bolígrafo en los ojos, aunque me da la sensación de que no va a ser suficiente para llamar la atención. Llevo algo menos de un año trabajando en esta empresa y estoy convencida de que esta vida no es para mí.

Ni siquiera sé a qué nos dedicamos en realidad.

Las mañanas de madrugones imposibles, las tardes de papeleo y las reuniones nocturnas «urgentes» me han dejado descorazonada. No me relaciono con nadie del trabajo fuera de la oficina porque todos los empleados son implacables y están locos por ascender en el escalafón. Incluso en una ocasión, cuando traje unas galletas caseras para compartir con todos en la sala de descanso, alguien me denunció a Recursos Humanos por «intentar envenenar a la competencia con gluten».

Por si fuera poco, el «querido» director general está convencido de que todos en este planeta viven para atender a sus necesidades. Como soy una persona agobiada pero empática, he decidido hacer lo correcto y rezar una oración diaria por él.

«Querido Dios: por favor, asesina a mi jefe. Muchas gracias de antemano. Amén».

Cuando Mindy está repartiendo más carpetas toda la sala se queda en silencio. Unas fuertes pisadas se oyen a mi espalda y la mujer que está sentada a mi lado reprime un jadeo, lo que solo puede significar una cosa…

—Buenas noches. —La presencia del señor Reiss acelera mi corazón a un ritmo peligroso. Se rumorea que es capaz de hacer que cualquier mujer moje las bragas sin esforzarse solo con el sonido profundo de su voz.

Cualquier mujer salvo yo, claro.

—Espero que no les importe que participe en esta reunión —dice.

—Preferiríamos que nos sacara de esta agonía y acabáramos de una vez —murmuro.

—¿Qué has dicho, Georgia? —pregunta Mindy.

—He dicho: «¿Qué puede ser mejor que tener a nuestro querido jefe mirando por encima de nuestros hombros y vigilando todos y cada uno de nuestros movimientos?».

—¡No hay nada mejor! —Mindy está a punto de caerse en su apresuramiento para servirle una taza de café.

El señor Reiss se toma su tiempo para dar una vuelta alrededor de la mesa y se sienta justo enfrente de mí. Entonces esboza su perfecta sonrisa, esa que dice «Sé que soy muy sexy» y que acentúa aún más su cincelada mandíbula. Los pezones se me endurecen bajo la blusa y no puedo evitar cruzar las piernas. Lo vea las veces que lo vea —en persona o en la prensa—, mi mente siempre se desliza por el húmedo y sinuoso sendero de las fantasías prohibidas.

Cuando lo tuve delante por primera vez pensé que era una fantasía andante, que los ángeles se habían esforzado en convertirlo en el hombre más atractivo sobre la faz de la tierra y su creación más perfecta.

Pero la primera vez que lo oí hablar —un seco «No le pago para que se quede mirándome todo el día, señorita Grey»— quise clavarle un cuchillo.

—No permita que interrumpa la reunión —dice—. Continúe con su presentación, señorita Sterling.

Ella sigue sin perder el ritmo, y yo intento apartar la mirada de mismísimo diablo vestido de negro, pero no puedo; ahora mismo no.

Se lleva la taza a los labios y da un sorbo lentamente sin apartar de mí esos insondables ojos azules; mi cuerpo me traiciona y me recorre una oleada de calor.

—Quiero asegurarme de que todos los hoteles tengan bolsas de regalo especiales para agasajar a nuestros huéspedes. —Mindy sigue parloteando, y por fin me obligo a apartar la vista, pero aún puedo sentir la del señor Reiss clavada fijamente en mí.

Para cuando Mindy se cansa de escuchar el sonido de su propia voz son las diez de la noche y me he perdido el estreno de la nueva temporada de mi serie favorita.

Guardo las carpetas en el maletín y me dirijo hacia la puerta con la esperanza de llegar a casa a tiempo de ver aunque sea un rato en diferido.

El señor Reiss pone la mano en el marco de la puerta cuando me acerco.

—¿Puedo hablar con usted un momento, señorita Grey? —pregunta.

—Creo que usted y yo ya hemos hablado bastante por hoy, señor.

Sus labios dibujan una sonrisa.

—¿Necesita comentar algo conmigo, señor Reiss? —Mindy se aclara la garganta desde el pasillo.

—No, señorita Sterling. No tengo ningún asunto pendiente con usted.

—¡Vale, genial! —Ella sonríe y se va dando saltitos como si le hubiera tocado la lotería por tener la aprobación del jefe.

El señor Reiss llama al ascensor y se vuelve hacia mí.

—Me sorprende que mi coche no haya sufrido un pinchazo ningún día de esta semana —comenta.

—A mí también.

— Y tampoco me he encontrado con una persona desconocida rapeando frente a mi oficina sobre lo mucho que me odia.

—Supongo que el pobre habrá tenido problemas de agenda.

—Seguro que la pobre