El arte de agradecer - Carolina Guarnizo Sánchez - E-Book

El arte de agradecer E-Book

Carolina Guarnizo Sánchez

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Beschreibung

El arte de agradecer es un libro en el que, a manera de guÍa, su autora Carolina Guarnizo (@tierradearmonia), nos llevará a partír de su propia experiencia de vida, por el camino del artista, y el de la gratitud, esos que nos permitirán expandir nuestros corazones para vivir una vida con autenticidad y libertad plenas. Todos somos artistas de nacimiento, pero nos vamos olvidando de ello. Sin embargo, con este libro encontraremos los ejercicios, la inspiración, la creatividad y la manera de reconectar con nuestro artista interior, ese que sabe mas de agradecimiento y que nos permitirá llegar a ver El arte de agradecer como un hábito cotidiano, sencillo, que llenará nuestra existencia de colores.

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© 2023 Carolina Guarnizo Sánchez

© 2023, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7667-07-5

Coordinador editorial:

Mauricio Duque Molano.

Edición:

Juana Restrepo Díaz.

Diseño y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez R.

Ilustraciones:

Carolina Guarnizo Sánchez

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (impresión, fotocopia, etc.), sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras Grupo Editorial apoya la protección del copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

A mis abuelos,

a mis padres y hermana,

a mi esposo y mis hijos.

Los grandes artistas que

me han enseñado que

el arte de agradecer, es también

el arte de amar.

CONTENIDO

TODOS SOMOS ARTISTAS

ARTISTAS DE NACIMIENTO

¡LUCES, CÁMARA Y ACCIÓN!

MÚSICA, MAESTRO

EN EL BAILE SE CONOCE AL BAILARÍN

EL ARTE ES PURO FLOW

LICENCIA PARA CREAR

EL PROBLEMA ES CÓMO SEGUIR SIENDO ARTISTAS AL CRECER

ESPERANZA, ABUNDANCIA Y SATISFACCIÓN

LA VIDA CON OJOS DE ARTISTA IMPRESIONISTA

SER, TENER Y DEBER

QUÉ PREFIERES, ¿INGRATITUD O INFELICIDAD?

FOTOGRAFÍA PARA EL ALMA

TIERRA DE ARMONÍA

EL ARTE DE AGRADECER

MARAVILLARSE UNA Y OTRA VEZ

MARAVILLARSE ES CUESTIÓN DE SINGULARIDAD

ENCONTRANDO A WALLY

DESCUBRIENDO LA DIFERENCIA

DALE LA VUELTA

ABRAZAR LA NEGATIVIDAD

STALKEA LA VIDA

EL GRAN SHOW

SOMOS EL MUNDO

LA BENDICIÓN ESTÁ ANTES DE QUE LA PUEDAS VER

AGRADECER DESDE LAS DIFERENTES EMOCIONES

EXPRESAR EL AGRADECIMIENTO DESDE EL ALMA Y EL CORAZÓN

LA GRATITUD ES PERSONAL

EXPECTATIVA VS. REALIDAD

¿MENOS ES MÁS?

EL DIARIO DEL ALMA

EL MAPA DEL TESORO

POESÍA DE ADUANAS

EL ARTISTA

PUESTA EN VALOR

ENTREGA EL REGALO

RITUALES DE GRATITUD

LA LUZ DE LA GRATITUD

LAS SIETE BENDICIONES

PASADO, PRESENTE Y FUTURO

MENSAJE ENERGÉTICO DE GRATITUD

LA TAZA DE LA FELICIDAD

MULTIPLICAR LA GRATITUD HACIA LOS DEMÁS

UN MENSAJE MISTERIOSO

UNA CAJA DE CHOCOLATES

CELEBRAR CON EL MUNDO

TU ARTE AL SERVICIO DEL MUNDO

CADENA DE GRATITUD

EL PLATO QUE DA

QUE TODOS LO SEPAN

LA LLAVE DE LA FELICIDAD

POSTALES PARA RECORTAR

¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS!

AGRADECIMIENTOS ESPECIALES

REFERENCIAS

 

ARTISTAS DE NACIMIENTO

¿Qué es un artista? Para mí es alguien que practica cualquier forma de arte. ¿Alguien? ¿Qué clase de definición es esa? ¿Qué quiere decir, alguien? ¿Una persona que se formó profesionalmente en el campo del arte? ¿Una que no lo ha estudiado, pero que tiene talento? ¿Un individuo que ni lo ha estudiado, ni tiene talento, pero que disfruta de practicarlo? Pues sí. Exactamente eso es un artista para mí. Alguien. Me gusta esa palabra.

Las personas que suelen ver la vida a través de los lentes de la crítica y la negatividad se preguntarán por qué me gusta ese término que parece tan impreciso, ambiguo e, incluso, pobre. Pues les diré que una de las cosas que aprendí en la adolescencia fue a no usar los lentes de lectura de mis amigas, porque veía borroso y me daba mareo. Aunque se vieran lindos, la fórmula de sus lentes estaba hecha para sus ojos, no para los míos. Esa lección me ha servido con todo tipo de lentes. Los de lectura, los de sol y los de la vida. Así que desde hace mucho tiempo uso mis propios lentes y, a través de ellos, cuando veo la palabra alguien en mi definición de artista, me gusta. Me gusta porque veo un término que no es impreciso, sino amplio, una expresión que no es ambigua, sino incluyente, y que lejos de ser pobre, es tan generosa que deja abierta la puerta para que el ser artista sea una posibilidad para todos. Pablo Picasso decía “Todos los niños nacen artistas. El problema es cómo seguir siendo artistas al crecer”. Cuánta razón tenía Picasso.

Todos somos artistas de nacimiento. Yo, por ejemplo, hice mi entrada triunfal al escenario de este mundo un veinticinco de diciembre; la mejor fecha para un estreno cinematográfico. La mayoría de negocios estaban cerrados, la mayoría de familias estaban descansando, y, sí, la mayoría de la gente había trasnochado; pero eso no fue un problema para mí, porque yo elegí nacer en horario Triple A, o como decimos ahora, en prime time, a las 8:30 p.m.

Desde 1947, cuando Paramount Pictures estrenó un veinticinco de diciembre la comedia Road to Rio, protagonizada por Bob Hope y Bing Crosby, recaudando cuatro millones y medio de dólares de la época, Hollywood comprendió que el día de Navidad, a partir de cierta hora, siempre hay alguien buscando algo que hacer. Por eso la toman como fecha clave para sus grandes estrenos. Así que si yo iba a nacer en una familia de amantes del cine, no me iba conformar con menos.

Varios años antes de mi nacimiento, mis abuelos maternos habían fundado una sala de cine. Mi abuelo se encargaba de la cartelera y la administración del teatro y mi abuela manejaba la sección de comida, conocida por todos como la dulcería. El teatro se llamaba Éxtasis. Yo sé, algo particular el nombre. Nunca tuve la oportunidad de preguntarle a mi abuelo por qué lo eligió. Él fue el primer amor que vi volar al cielo cuando yo acababa de cumplir siete años. Pero me gusta creer que escogió ese nombre porque el éxtasis es ese estado en el que te sientes tan pleno, que no puedes pensar ni sentir nada más. Y eso es justo lo que el cine ha generado desde siempre en mí, un estado de felicidad profunda por la belleza misma que encierra y porque cada vez que entro a una sala, y veo una película, es como volver a estar con mi abuelo otra vez.

Las primeras películas que vi no las presencié sentada en las sillas del teatro como la mayoría de la gente. Las vi desde arriba, por la ventana de la sala de proyección. Ahí, a mi corta edad, junto al proyector cinematográfico, y comiendo palomitas, me maravillaba con el haz de luz que, como una estrella radiante, salía del lente, dejando su estela, mientras se ampliaba progresivamente a lo largo de su viaje por la sala, hasta llegar al otro extremo, convertido en imágenes en movimiento en la pantalla. Qué espectáculo tan maravilloso era este; una experiencia extraordinaria y envolvente que no terminaba allí, porque se extendía hasta la casa de mis abuelos, que quedaba justo al frente del teatro.

Llena de carteles, retablos y cintas de películas variadas, esa casa era el lugar perfecto para darle rienda suelta a mi imaginación y jugar por horas a administrar mi propia sala, protagonizar películas y, por qué no, ganar uno que otro premio. Diversión que por supuesto no era un privilegio exclusivo para mí, sino que disfrutaban también mi hermana y mis primos, con quienes un buen día de diciembre decidimos llevar nuestra creatividad y juegos a su siguiente nivel.

¡LUCES, CÁMARA Y ACCIÓN!

El primer paso fue solicitarle a mis papás tener su casa entera para nosotros, sin adultos presentes; a excepción de la niñera, quien, por razones de seguridad, nos tendría que acompañar. La única información que les dimos era que necesitábamos este favor para prepararles una sorpresa. Cómplices de nuestro ingenio, y muy probablemente ávidos de disfrutar un tiempo sin niños, nuestros padres aceptaron la propuesta y la magia comenzó.

Equipados con la Sony Handycam NTSC Video 8, y la grabadora de doble casetera de mi papá, junto a los tesoros de la moda que reposaban en el armario de mi mamá, nos dispusimos a darle vida a nuestra primera producción. Una parodia escrita y dirigida por mi hermana, talentosa artista de nacimiento, como tú y como yo, quien además de desempeñarse como exitosa actriz de teatro en el colegio, mostraba un futuro prometedor como escritora en el género del terror con la publicación de su obra Ana María y la Araña peluda, espléndidamente plasmada con su impecable letra en un cuaderno de rayas y páginas amarillas. Sin embargo, decidimos llevar a la gran pantalla algo menos aterrador para el público; su divertida adaptación de una telenovela famosa en aquel entonces, a la cual le imprimimos un sello propio, con parlamentos originales, escenarios reales, vestuario y maquillaje de primera calidad y, por su puesto, actuaciones impactantes.

Dado que como en todo set de grabación cada minuto contaba; no había tiempo para memorizar los libretos. Pero eso no era impedimento para un grupo de artistas comprometidos como nosotros. Antes de cada escena mi hermana nos decía el parlamento que debíamos pronunciar, luego encendía la cámara, y con dos chasquidos en sus dedos emitía la señal de luces, cámara, acción, que daba paso a nuestra magistral actuación. Convencidos del talento que desbordábamos, decidimos además complementar aquella ópera prima con un show musical, caracterizándonos como cantantes famosos, mientras que con la canción de fondo nos adueñábamos del escenario, zarandeando el cuerpo con un derroche de pasos y técnicas de baile, acompañados de un perfecto movimiento de labios que iba en total sincronía con la música y la voz del cantante. Sí, lo que estás pensando es cierto. Además de grandes artistas, nosotros fuimos los precursores de TikTok.

La fecha del estreno era obviamente el día de Navidad. No hace falta explicar de nuevo por qué. Reunidos frente a la pantalla, la familia entera disfrutaba de la función. Y al igual que con la experiencia de Paramount Pictures, con Road to Rio, el éxito de nuestra iniciativa fue tal, que nuestro pequeño Hollywood decidió instaurarla como una tradición familiar en cada Navidad.

Fueron días de gloria los que tuve en la actuación, y estoy completamente segura de que no solamente los tuve yo. Todos nacemos artistas, y desde que llegamos al mundo comenzamos a nutrir nuestra capacidad creativa tomando información de los modelos que encontramos alrededor. Algunos le llaman a esto jugar y tener imaginación, pero no me gusta mucho ponerlo en esos términos porque siento que hace referencia a algo que es tan solo una ilusión. El proceso que llevamos a cabo en la infancia es real y es el producto de un don: los artistas tenemos la habilidad de ver el mundo que nos rodea como una fuente de inspiración.

MÚSICA, MAESTRO

Pero el camino del artista es tan amplío como el mismo mundo de las artes, y la vida me llamaba con apremio a explorar todos mis demás talentos. Decidí pasar de hacer mímica con mis labios en las producciones cinematográficas, a cantar con mi verdadera voz, en vivo y a todo pulmón. Me presenté a las audiciones del coro del colegio, y contra todos los pronósticos de mi hermana, quien solía llamarme Carmiña Gallo, no por cantar como la célebre soprano Carmiña, sino porque según ella yo cantaba como un gallo: me admitieron.

Asistido por un piano, el director del coro clasificó mi voz como contralto; la más grave de las voces femeninas. Ahí estaba yo, entre el selecto grupo de registros de ese rango; como toda una Cher en potencia, aunque mi hermana no lo supiera valorar. Pasé varios años participando en el coro del colegio. Nunca como solista, siempre como voz de fondo; y a decir verdad no muy cerca del micrófono. Pero no me importaba. Yo disfrutaba la alegría de los ensayos, de aprender nuevas canciones, de saber que lo que hiciera con mi voz individual era parte de un todo que en su conjunto sonaba en armonía. Al menos eso era lo que yo creía. Mi carrera de cantante era además un complemento perfecto para mi oficio como organista. Un arte en el que me había iniciado a temprana edad, cuando mi mamá y mi hermana decidieron contratar un profesor que iba a la casa para darles clases, mientras que yo las miraba de lejos y me emocionaba cuando lograban tocar alguna canción completa.

Mirar y no tocar, había sido la instrucción para mí. Ese templo de Yamaha modelo Electone B-75, con sus teclas en blanco y negro, y su tablero con botones de colores, estaba reservado para unos pocos elegidos. Ellas dos. Pero como el artista sigue siendo artista aunque se lo prohíban, cada vez que nadie miraba; yo me sentaba en la butaca, que además de silla era el baúl de las partituras, me acomodaba lo más cerca posible al órgano con mis pies flotantes, le daba on al interruptor negro, ponía el volumen al mínimo y me sumergía en el mundo de mis propias notas musicales.

No tenía ni la menor idea de cómo leer una partitura. No sabía cuál era el do, cuál era el re, ni cuál era nada. Pero lo que sí conocía era el sonido de todas las canciones que me gustaban y que, como ruiseñores cautivos, esperaban ansiosas el momento de poder escapar de mi mente y deslizarse por mis manos para volar hacia la libertad. Entonces comenzaba a tratar de recrear a oído cada una de las melodías, intentando una y otra vez, hasta encontrar las notas adecuadas que luego procedía a memorizar. En ese ejercicio me perdía por horas, liberando composiciones de forma heroica y pulsando con arrojo los botones de colores del tablero para probar si se escuchaban mejor cuando el órgano sonaba como guitarra, como piano o como mandolina.

Mi osadía permaneció en el anonimato por largo tiempo hasta que un buen día, desatada entre las notas de Fantasías de Chayanne, sentí la presencia de alguien que me observaba por detrás. Con la zozobra de quien no sabe si es mejor afrontar la muerte, o salir a correr por su vida, levanté mis manos del teclado y giré mi cabeza lentamente hacia la derecha hasta descubrir que quien me estaba observando con los brazos cruzados, era mi papá.

— ¿Cómo aprendiste a tocar eso? —me preguntó.

— Escuchando y repitiendo hasta encontrar las notas —le contesté.

— ¿Hace cuánto que lo estás haciendo? —volvió a preguntar.

— Desde que compraron el órgano —volví a responder.

De ahí en adelante, el profesor venía a la casa a darnos clases a las tres. Mi mamá abandonó el proceso en alguna parte del camino. Siempre he sabido que en su juventud fue una artista de la danza y que con el paso de los años migró exitosamente hacia las artes visuales y la estética, porque todo lo que toca termina convertido en una composición visual armónica que, al igual que ella, es bella, única y diferente. Sospecho que hábilmente aprovechó mi entrada a las clases de órgano para dejar a mi hermana en buena compañía e irse discretamente a ejercer su verdadero arte. El caso es que mi hermana y yo persistimos en las clases, embriagadas de poder con los aplausos en los conciertos que dábamos durante las reuniones familiares y con las grabaciones de nuestros grandes éxitos que mi papá registraba en el Lado A y Lado B de cuanto casete virgen conseguía.

Han pasado muchos años desde la última grabación, y hoy en día los casetes son recuerdos de una carrera de organista que no prosperó. Pero la música sigue presente de muchas formas en mi día a día y es de hecho mi forma favorita de reflexión, de agradecimiento y de oración.

La música es un maestro que expande el nivel de consciencia de nuestra alma desde la infancia, enseñándonos que la belleza de la vida también está en lo intangible y que, por eso mismo, los artistas nacemos con un corazón sensible que está perfectamente diseñado para apreciar las maravillas de este mundo que los ojos no pueden ver.

EN EL BAILE SE CONOCE AL BAILARÍN

Habiendo experimentado las mieles del escenario, y siendo digna hija de una estrella del baile, decidí que había llegado la hora de que la bailarina que vivía en mi pudiera florecer. Sin darle muchas vueltas al asunto, me lancé a formar parte del grupo de danza del colegio, participando en diferentes shows, que unas veces ocurrían en el salón de clase, otras veces en una especie de auditorio pequeño llamado La Sala Múltiple, y en las ocasiones más especiales, en el escenario del Teatro Jorge Eliecer Gaitán, en Bogotá.

Entre luces de colores, maquillajes con escarcha, moñas anti-edad, que templaban el rostro mejor que cualquier inyección de bótox, y vestuarios alucinantes que hubiera querido conservar, hice parte de coreografías muy variadas, que abarcaron desde la cumbia, el bambuco y el joropo, hasta darle alegría a mi cuerpo con la Macarena; y de ahí en adelante, con todos los ritmos que la vida quisiera lanzarme para poner a prueba los límites de mi dignidad.

Y sí, hay que decir la verdad, yo era la que bailaba en la fila de atrás, pero al igual que con el coro, lo disfrutaba, y estaba siempre dispuesta a darlo todo por amor al arte y en honor a mi mamá. ¿Por qué me ponían entonces en la fila de atrás? Mis movimientos no eran descoordinados, y yo sabía que, si algo tenía en la vida, era la capacidad de liderar. ¿Qué me hacía falta entonces? Flexibilidad.

Mientras los pasos de la coreografía fueran seguros, yo me desenvolvía como pez en el agua y bailaba para brillar. Pero en el momento en el que un movimiento demandara el más mínimo esfuerzo para estirar los músculos, o llevar al cuerpo a una posición incómoda, automáticamente tendía a limitar al máximo mi expresión corporal. ¿La razón? El miedo al dolor. Miedo total.

Cada vez que hacíamos estiramientos, yo sentía que me dolía hasta el alma, y me repetía una y otra vez: es que mi cuerpo no tiene flexibilidad. Me sentía frustrada. Amaba bailar, pero me daba rabia que todas las coreografías tuvieran que derivar en movimientos que yo sentía que no podía manejar. Abandoné los escenarios y decidí seguir bailando sola en mi casa, y en todas las fiestas, hasta que ya no pudiera más.

Era muy joven en ese momento para entenderlo, pero con el tiempo comprendí lo que esa experiencia me enseñó. La flexibilidad que uno tiene en el cuerpo y en la vida es un reflejo de su estado de flexibilidad interior, y cuando no logramos ser flexibles en algo, normalmente es porque en el fondo tenemos algún temor. Temerle al dolor, a quedar mal, al engaño, o al fracaso, es de alguna manera natural porque es parte del instinto de supervivencia. Pero reforzar esos temores con un diálogo mental constante, y basado en la negatividad, termina por crear inevitablemente una tensión interna que se ve reflejada en una capacidad limitada para disfrutar la realidad.

En el baile se conoce al bailarín. El artista que solo puede bailar donde se siente seguro, es prisionero de algún temor que le impide descubrir lo que hay más allá. Pero el artista que trabaja a diario la flexibilidad de su mente, que supera los miedos y que se lanza a bailar las diferentes coreografías de la vida, es el que termina enamorándose aún más de ella, y disfrutándola en libertad.

EL ARTE ES PURO FLOW

Considerando que faltaban tan solo un par de años para mi graduación, sentí que se me iba agotando el tiempo de exploración, y resolví que era hora de incursionar en otros campos del mundo artístico y del entretenimiento. Sintiéndome atraída por la radio, me inscribí en el equipo de la emisora del colegio, donde tuve la oportunidad de apoderarme de los micrófonos de vez en cuando. No lo hacía con demasiada frecuencia porque éramos varias las interesadas en aprovechar ese espacio; pero creo que lo aproveché lo suficiente como para empezar a descubrir y enamorarme para siempre de mi faceta de D.J.

Eligiendo cuidadosamente las canciones que iban a sonar durante mi turno en algunos descansos, me aproximé a la música de otra manera. Comencé a escuchar las canciones en todos sus niveles, iniciando por el mensaje de la letra, los sonidos individuales de los instrumentos y la manera cómo todo se sincronizaba para producir un resultado perfecto.

Con eso, pasaba luego a analizar de qué manera ese conjunto de elementos podía tener sentido en el contexto en el que iba a sonar. Poner música en esa emisora no podía ser lo mismo que poner música en mi casa. No se trataba simplemente de tomar las canciones que me gustaran a mí y lanzarlas al abismo sin piedad, como si fuese la villana de una de esas telenovelas que veía desde pequeña, y con las que me había educado en valores y resolución de conflictos viendo cómo la protagonista rodaba escaleras abajo, mientras la malvada antagonista la observaba con satisfacción desde las alturas.

No, no. Elegir lo que la comunidad escuchaba era una especie de poder que nunca había tenido, y como fiel admiradora de la genialidad de Stan Lee, tenía que afrontar que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Esto se trataba de lograr un gana-gana, sirviendo a otros con canciones que pudieran apreciar y disfrutar, y a la vez ocupando mi tiempo de descanso en una actividad reparadora para regresar luego a mis clases llena de energía, con buen ánimo y habiendo experimentado los beneficios del flow. Y no, no me refiero al flow del reguetón, que para ese momento todavía no había entrado en escena. Me refiero al concepto de flow de Mihály Csíkszentmihályi a quien en adelante llamaré MC porque, seamos honestos, ni tú ni yo vamos a pronunciar bien su apellido.

MC era un psicólogo húngaro-americano sobre el cual había leído un breve texto en alguna de las clases particulares de inglés que yo tomaba en ese entonces. Según MC, el flow es un estado de consciencia en el que la gente se siente tan feliz realizando una actividad, que ya nada más parece importarle; especialmente si esa actividad involucra habilidades creativas. Yo sabía que ese flow existía. Lo había experimentado desde pequeña en mis creaciones cinematográficas con mi hermana y mis primos, y lo seguía evidenciando en todas mis demás actividades artísticas.

En el proceso de elegir y compartir canciones que aportaran al bienestar de otros y a mi propia experiencia del flow, recibí comentarios de algunas compañeras o profesores que agradecían la selección musical o una canción en particular, indicando que les había alegrado el día porque esas composiciones tenían para ellos algún significado especial. Sin embargo, en el ejercicio de servir a otros, creando cada lista musical, el que más se benefició fue mi corazón. Todo lo que damos regresa a nosotros, y cuando lo que entregamos es el producto de una creación del corazón, la vida nos devuelve puro arte y puro flow.

En mi experiencia como D.J.