El capricho de Francesco - Miranda Lee - E-Book
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El capricho de Francesco E-Book

Miranda Lee

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Beschreibung

Era un hombre acostumbrado a salirse con la suya, ¡y ella estaba a su merced! Después de haber sido cruelmente abandonada por su prometido, Vivienne Swan dejó su trabajo como diseñadora de interiores y se encerró en su casa para sufrir en silencio. Sin embargo, la intrigante oferta de Jack Stone, un rico constructor que hasta ese momento no había conseguido seducirla, le resultó demasiado tentadora y la hizo salir de su encierro. Al trabajar codo con codo con Jack en su último proyecto, Vivienne se sacó de la cabeza a su ex, ¡reemplazándolo con eróticas fantasías sobre su nuevo jefe! Una aventura con Jack podía ser muy placentera, aunque implicaba jugar con fuego.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Miranda Lee

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El Capricho de Francesco, n.º 2298 - marzo 2014

Título original: A Man Without Mercy

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4145-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Cómo que no puedo tener a Vivienne? –protestó Jack–. Siempre tengo a Vivienne.

A Nigel no le gustaba decepcionar a su mejor cliente, pero no había otra cosa que pudiera hacer.

–Lo siento, Jack. Desde ayer, la señorita Swan no trabaja para Classic Design.

–¿La habéis despedido? –preguntó Jack, atónito.

–Nada de eso. Vivienne era una de mis mejores diseñadoras. Nunca la hubiera despedido. Ella dimitió.

Jack lo miró sorprendido. Lo cierto era que no conocía tan bien a Vivienne, a pesar de que había trabajado en sus últimos tres grandes proyectos. Era una mujer joven y discreta que no hablaba demasiado de su vida. Se concentraba al cien por cien en su trabajo, que era brillante. Cuando, hacía poco, él le había preguntado por qué no abría su propia empresa de diseño, ella le había respondido que no quería añadir ese estrés a su vida, sobre todo, porque iba a casarse pronto. Vivienne le había explicado que no quería vivir solo para trabajar, un sentimiento que él no había comprendido... hasta el día anterior.

Jack había estado conduciendo por la zona de Port Stephens, buscando un terreno adecuado para hacer construir otro complejo residencial, cuando había dado con un pedazo de tierra que lo había cautivado por completo. No era lo que había estado buscando, ni de lejos. Para empezar, el terreno no era lo bastante llano. También tenía una enorme casa en medio, sobre una pequeña colina. Él nunca había visto una casa tan singular, tanto por su aspecto como por su nombre.

A pesar de saber que había estado perdiendo el tiempo, no había podido contener su curiosidad y había ido a visitar El Capricho de Francesco. Desde el momento en que había entrado y se había asomado a uno de sus muchos balcones con vistas a la bahía, había decidido que quería comprarla. No solo eso, también quería vivir allí. Era una locura, en realidad, ya que Port Stephens estaba a más de tres horas por carretera de Sídney.

Jack solía vivir en un piso de tres dormitorios en el mismo edificio donde estaba la sede de su empresa de construcción, en el centro de Sídney. Además de estar localizado en un lugar poco conveniente, El Capricho de Francesco era más grande de lo que podía necesitar, con ocho dormitorios, seis baños y una piscina que habría avergonzado a la de cualquier mansión de Hollywood.

Ya que era soltero y no pasaba mucho tiempo en casa, Francesco no necesitaba un hogar de ese tamaño. Sin embargo, no había podido resistirse. Entonces, se había dicho que, quizá, había llegado el momento de relajarse un poco. Se había pasado dos décadas trabajando seis y siete días a la semana, amasando millones en el proceso. ¿Por qué no darse un capricho por una vez? No tenía por qué vivir allí todos los días del año. Podía usar la finca como retiro de fines de semana y vacaciones. También podía invitar al resto de su familia, a quienes les encantaría.

Sin pensárselo más, Jack había comprado El Capricho de Francesco esa misma tarde. Le había salido muy barata, en parte porque necesitaba algunos arreglos y una actualización de la decoración. Por eso necesitaba un diseñador de interiores, con un gusto y profesionalidad impecables. Y le molestaba sobremanera que la única persona en la que podía confiar para el trabajo no estuviera disponible.

De pronto, sin embargo, pensó que igual ese no era el caso.

–¿Quién es el maldito diablo que os la ha arrebatado? –preguntó Jack, pensando que igual todavía podía contratarla.

–Vivienne no se ha ido a trabajar con otra empresa –informó Nigel.

–¿Cómo lo sabes?

–Me lo ha dicho. Mira, Jack, para que lo sepas, Vivienne no se siente bien ahora mismo. Ha decidido tomarse unas vacaciones.

–¿Cómo que no se siente bien? –inquirió Jack, sorprendido–. ¿Qué le pasa?

–Supongo que puedo contártelo, es de dominio público.

Jack frunció el ceño. No tenía ni idea de qué le estaba hablando.

–Por tu expresión, adivino que no has leído las páginas de cotilleos ni has visto las fotos.

–Nunca leo prensa del corazón –replicó Jack–. ¿Qué me he perdido? Aunque no me imagino a una mujer como Vivienne saliendo en la prensa rosa, la verdad.

–No ha sido Vivienne, sino su ex novio.

–Exnovio... ¿Desde cuándo? Estaba a punto de casarse la última vez que la vi hace unas semanas.

–Sí, bueno, Daryl rompió su compromiso hace un mes. Le dijo que se había enamorado de otra persona. La pobre se quedó destrozada, pero a pesar de ello intentó mantener el tipo. Él le aseguró que no la había sido infiel mientras habían estado juntos, pero la prensa de ayer demostró que era mentira.

–¿Qué fue lo que se publicó en las malditas revistas?

–Al parecer, la chica por la que Daryl dejó a Vivienne no es una cualquiera. Se trata de Courtney Ellison, la hija mimada de Frank Ellison. Vivienne decoró la mansión de la bahía que tú le construiste a Ellison, ¿recuerdas? Creo que Courtney y el exnovio de Vivienne se conocieron en la fiesta de inauguración, precisamente. Lo que se publicó ayer es que los dos tortolitos van a casarse. Courtney exhibía un enorme diamante en su anillo de compromiso, además de una enorme barriga de embarazada, lo que quiere decir que llevaban tiempo juntos –explicó Nigel–. La noticia no mencionaba que el radiante novio había estado prometido con otra mujer hacía poco. Sin duda, el padre de Courtney se ha encargado de silenciar eso. Para algo tiene tantos millones y poderosos contactos en los medios de comunicación. Como te puedes imaginar, Vivienne está muy dolida. Ayer me llamó llorando, algo que no es nada típico de ella.

Jack estaba de acuerdo. Llorar en público no era el estilo de Vivienne. Él nunca había conocido a una mujer tan contenida y correcta. Pero todo el mundo debía de tener un límite, pensó, meneando la cabeza.

Entonces, Jack lamentó habérsela recomendado a Ellison para que le hiciera la decoración de su casa. De no haber sido así, quizá, su exnovio y la hija de Ellison no se habrían conocido. Odiaba haber tenido algo que ver en la infelicidad de Vivienne. ¿Pero cómo podía haber adivinado que la devoradora de hombres de Courtney iba a poner sus garras sobre el tal Daryl?

Aun así... si había un hombre en el mundo dispuesto a tirarse de cabeza a las garras de la rica heredera, ese era Daryl.

Él solo lo había visto en una ocasión, en la fiesta de Navidad de Classic Design, pero no había necesitado más para formarse una opinión de él. Era un hombre guapo y encantador. Al menos, sonreía mucho, tocaba mucho y llamaba «chata» a su novia. Aunque, sin duda, a Vivienne debía de haberle gustado.

A Jack, por otra parte, le entristecía que a ella se le hubiera roto el corazón por culpa de alguien de su calaña, pero estaba seguro de que, con el tiempo, comprendería que había sido para mejor. Mientras, lo único que Vivienne necesitaba era recuperarse. Y no le ayudaría en nada apartarse de lo que mejor sabía hacer: su trabajo.

–Entiendo. ¿Puedes darme la dirección de Vivienne, Nigel? –pidió Jack, tras haber tomado una decisión–. Me gustaría enviarle unas flores –añadió, antes de que Nigel pudiera negarse alegando que eso era información privada.

Nigel se quedó un rato mirándolo en silencio y, al fin, buscó la dirección en su ordenador y se la escribió en un pedazo de papel.

–No tienes muchas oportunidades –señaló Nigel, entregándole el papel.

–¿De qué?

–Vamos, Jack, tú y yo sabemos que no quieres su dirección solo para enviarle flores –repuso Nigel con una sonrisa–. Quieres ir a verla e intentar convencerla para que haga lo que tú deseas. ¿Qué es, por cierto? ¿Otro complejo residencial para jubilados?

–No –contestó Jack, aunque pensaba que El Capricho de Francesco podía ser un perfecto sitio para retirarse cuando fuera viejo–. Es un proyecto personal, una casa de vacaciones que me he comprado y necesito redecorar. Mira, a Vivienne le sentará bien estar ocupada.

–Está muy delicada en este momento –le advirtió Nigel–. No todo el mundo es tan duro como tú, Jack.

–Por experiencia, sé que el sexo débil es mucho más fuerte de lo que creemos los hombres –repuso él, se levantó y le tendió la mano para despedirse.

Nigel intentó no encogerse cuando el otro hombre le apretó con su mano grande y fuerte. A veces, Jack no era consciente de su propia fuerza. Tampoco conocía a las mujeres tan bien como creía. No era nada probable que persuadiera a Vivienne para trabajar para él. Además de que estaba muy decaída, a ella nunca le había gustado el propietario de Stone Constructions... algo que era obvio que Jack ignoraba.

Sin embargo, Vivienne le había expresado su opinión en privado a Nigel y le había comentado que Jack era un adicto al trabajo, demasiado exigente y agotador. Por supuesto, pagaba muy bien, pero eso no iba a servirle de nada con ella, pensó Nigel. El dinero nunca había sido su prioridad, en parte, porque había heredado una enorme suma cuando su madre había muerto hacía un par de años.

–Si quieres un consejo, es posible que llevarle flores te dé más oportunidades de conseguir tu propósito, aunque lo dudo. Y mejor que no sean rosas rojas... –le sugirió Nigel antes de que saliera por la puerta.

Capítulo 2

La casa de Vivienne era fácil de encontrar. Estaba en Neutral Bay, a pocos minutos de la sede de Classic Design en Sídney. Encontrar una floristería primero no fue tan fácil. Ni decidir qué flores comprar. Al fin, dos horas después de haberse despedido de Nigel, Jack aparcó delante de la casa de dos pisos de ladrillo rojo donde ella vivía.

Él era un hombre que odiaba perder el tiempo y salió del coche sin pensarlo, con una cesta con claveles rosas y blancos.

Una lluvia repentina le hizo correr hasta la entrada del edificio. Por suerte, no se mojó demasiado, solo unas gotas en los hombros y en el pelo.

Era un edificio bastante antiguo, aunque bien cuidado, y no tenía portero. Jack apretó el timbre y esperó un buen rato. Al no recibir respuesta, pensó que igual ella no estaba en casa y lamentó no haber llamado primero.

–Soy un idiota –murmuró él para sus adentros y se sacó el móvil del bolsillo. Tenía el número de Vivienne en su agenda pero, cuando estaba a punto de marcarlo, oyó que alguien abría el cerrojo.

Una mujer de mediana edad, rubia y de gesto amable, asomó la cabeza.

–¿Sí? ¿Puedo ayudarle?

–Eso espero –repuso él y se guardó el teléfono en el bolsillo–. ¿Está Vivienne?

–Sí, bueno, pero... está dándose un baño. ¿Esas flores son para ella? Si quiere puede dármelas y se las entregaré de su parte.

–Prefiero dárselas en persona, si no le importa.

–¿Y quién es usted? –preguntó la mujer, frunciendo el ceño.

–Me llamo Jack Stone. Vivienne ha trabajado para mí en varias ocasiones.

–Ah, sí. El señor Stone. Vivienne lo ha mencionado una o dos veces.

A Jack le tomó por sorpresa el tono seco de la mujer cuando dijo aquello. Se preguntó qué habría contado de él Vivienne, aunque enseguida desechó el pensamiento por irrelevante.

–¿Y usted es?

–Marion Havers. Vivo en el número dos –respondió la mujer, señalando con la cabeza a la puerta adyacente–. Vivienne y yo somos amigas y vecinas. Mire, como trae flores, imagino que sabe lo que le ha pasado.

–La verdad es que no sabía nada cuando fui a Classic Design esta mañana para contratar sus servicios. Nigel me ha explicado la situación, por lo que se me ocurrió venir a ver cómo estaba.

–Qué amable –dijo la mujer con un suspiro–. La pobre está destrozada. Ni come, ni duerme. El médico le ha recetado pastillas para dormir, pero parece que no le hacen mucho efecto. Creo que va a necesitar antidepresivos más fuertes.

Jack no estaba de acuerdo con la forma en que la gente recurría a las medicinas para resolver sus problemas personales.

–Lo que Vivienne necesita es mantenerse ocupada, Marion –opinó él–. Y esa es la razón por la que estoy aquí. Quería convencerla de que trabajara para mí.

Marion lo miró con gesto de lástima y se encogió de hombros.

–Puede intentarlo, claro, pero no creo que tenga muchas oportunidades.

Por el contrario, Jack pensaba que sí las tenía. Vivienne estaba muy triste, sí, pero seguro que seguía siendo la mujer prudente e inteligente que él tanto respetaba. Pronto, ella comprendería la lógica de su propuesta.

–¿Puedo entrar para esperar a que termine su baño? Me gustaría mucho hablar con ella en persona hoy.

Marion titubeó un momento y se miró el reloj.

–Supongo que sí. No tengo que irme a trabajar hasta dentro de media hora y Vivienne habrá salido del baño para entonces –señaló ella y sonrió–. Mientras, voy a prepararme una taza de té. ¿Quiere acompañarme? ¿O prefiere café?

–Té está bien –contestó él con una sonrisa.

–Bien. Deme esas flores y sígame. Cierre la puerta al entrar, por favor –indicó ella.

Marion lo condujo por un estrecho pasillo con techos altos y suelos color nogal. Al final del pasillo, llegaron a un salón amplio que, para sorpresa de Jack, estaba decorado con escueta frialdad.

¿Dónde estaban los cálidos toques femeninos que eran el sello personal de Vivienne en todos los trabajos que había hecho para él? No había cojines de colores, ni lámparas elegantes, no había estanterías ni adornos de ningún tipo. Solo había un largo sofá de cuero negro y una alfombra de color crema, junto a una mesita de madera color nogal.

El único cuadro que había en las blancas paredes mostraba a una niña con un abrigo rojo, caminando sola en una ciudad mojada por la lluvia. Debía de ser de buena calidad, aunque no era agradable de contemplar. La niña del dibujo parecía triste y fría. Como la habitación.

Entonces, Jack pensó que, igual, Daryl se había llevado algunas cosas cuando se había ido y eso podía explicar su aspecto desolado. No estaba seguro de cómo sabía que Daryl había estado viviendo allí con Vivienne, pero lo sabía. Quizá ella había comentado algo en algún momento. ¿O había sido él? Sí, eso era. En la fiesta de Navidad de Classic Design, Daryl había mencionado que se iba a mudar con ella en Año Nuevo.

Marion se detuvo un momento para dejar la cesta con claveles sobre la mesita y lo condujo a la cocina que, aunque era pequeña, tenía espacio para todos los electrodomésticos y una mesa con cuatro sillas. La cocina estaba amueblada en blanco, como Vivienne siempre solía hacer en sus diseños. Lo que le extrañó a Jack fue que, mientras en sus proyectos ella siempre incluía un jarrón de flores, un cesto de frutas y algo de color en las paredes, allí no había nada de eso.

En definitiva, no se parecía en absoluto a cómo había esperado que fuera su casa. Aunque tal vez no fuera suya... Era posible que fuera alquilada, pensó él.

–¿Esta casa es de Vivienne? –preguntó él, sentándose a la mesa.

–Claro que sí –respondió Marion, mientras preparaba el té–. La compró cuando heredó algo de dinero hace poco. La ha remodelado de arriba abajo el año pasado. No está muy a mi gusto, pero cada uno tiene sus gustos. Vivienne es una de esas mujeres que no soportan las decoraciones sobrecargadas.

–Ya lo veo.

–¿Quiere una galleta con el té?

–Por favor –pidió él. Era casi la una y todavía no había comido.

–¿Cómo quiere el té?

–Solo, sin azúcar.

Marion suspiró con cierta exasperación, mientras le llevaba su taza y un plato de galletas.

–No sé qué estará haciendo Vivienne en el baño. Lleva allí una eternidad.

Sus ojos se encontraron y a Jack se le encogió el corazón al percibir alarma en la expresión de la otra mujer.

–Quizá debería llamar a la puerta y decirle que estoy aquí.

–Sí, haré eso –replicó Marion y salió a toda prisa de la cocina.

Jack escuchó sus pasos en el suelo de madera, cómo llamaba a la puerta y su voz cargada de ansiedad.

–Vivienne, ¿has terminado ya? Tengo que irme a trabajar y tienes visita... Jack Stone. Quiere hablar contigo. Vivienne, ¿me oyes?

Cuando Jack la oyó llamar más fuerte a la puerta, obviamente sin recibir respuesta, se puso en pie y corrió hasta donde estaba Marion, delante de una puerta en el pasillo.

–No me responde, Jack –dijo la mujer, histérica–. Y la puerta está cerrada con llave. ¿No habrá hecho ninguna tontería, verdad?

Jack no tenía ni idea, así que llamó a la puerta él mismo.

–Vivienne –gritó él–. Soy Jack. Jack Stone. ¿Puedes abrir la puerta, por favor?

No hubo respuesta.

–Maldición –murmuró él, examinando la puerta del baño. Era de madera sólida, pero parecía antigua y, con suerte, habría sido atacada por las termitas a lo largo de los años.

Tras pedirle a Marion que se apartara, cargó contra la puerta con todas sus fuerzas y la echó abajo, arrancándola de sus goznes.

Él casi se cayó dentro del cuarto de baño. Tardó un par de segundos en comprender la situación.

Vivienne no estaba desangrándose ni ahogada debajo del agua, víctima de una sobredosis de pastillas para dormir. Estaba viva y coleando, mirándolo aterrorizada después de que el ruido de la puerta, al fin, hubiera traspasado los auriculares que llevaba en los oídos. Ella gritó, conmocionada, mirándolo.

Por su parte, Jack se quedó sin habla. No se había parado a pensar, antes de tirar la puerta, que Vivienne estaría desnuda. Solo le había preocupado su seguridad. Sin embargo, en ese momento, solo podía pensar en su desnudez. Estaba hipnotizado por sus pechos, que sin duda eran los más bonitos que había visto jamás. Brillaban mojados, redondos y exuberantes, de una piel pálida y cremosa con areolas rosadas en el centro y los más tentadores pezones erectos.

Él nunca se había dado cuenta de que Vivienne tenía unos pechos generosos, quizá porque ella siempre los había disimulado con trajes de chaqueta y blusones amplios. Incluso, en la fiesta de Navidad, había llevado un vestido suelto que había ocultado sus hermosas curvas.

Por desgracia, Jack era un hombre de sangre caliente que llevaba dos meses sin estar con una mujer, reconoció para sus adentros, sin poder evitar una molesta erección.

Marion pasó delante de él y empezó a explicarle a Vivienne a toda prisa lo que había pasado. Haciendo un esfuerzo supremo para apartar los ojos de esos deliciosos pechos, Jack se giró y se fue a la cocina. Después de sentarse delante de su taza de té, se dijo que necesitaba recuperar su vida sexual. Después de todo, solo tenía treinta y siete años. No podía limitarse a tener aventuras de una noche de vez en cuando. Necesitaba sexo de forma habitual.

Pero eso implicaría tener una novia, algo que no le atraía demasiado. Siempre que había salido con alguien, ella había querido algo más que sexo. Querían llevarlo a reuniones familiares y, sobre todo, querían un anillo de compromiso. Incluso las que aceptaban vivir con un hombre sin casarse querían hijos.