El caso de los soñadores perdidos - Mi-Ye Lee - E-Book

El caso de los soñadores perdidos E-Book

Mi-Ye Lee

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Beschreibung

Después de haber trabajado más de un año en la Galería los Sueños de Dallergut, Penny puede decir que es una experta en atender a los clientes, gestionar el inventario y cuidar que los medidores de párpados estén a punto. Por si fuera poco, ahora puede alardear de estar acreditada para entrar en "la zona empresarial" como una profesional más de la industria de los sueños. Sin embargo, allí tendrá que hacer una parada obligatoria en la Oficina de Atención al Cliente, donde hay numerosos usuarios lamentándose de sus sueños. A raíz de su visita, Dallergut le encargará resolver una reclamación muy seria partiendo de una escueta queja que presentó el cliente 792: «¿Por qué quieren arrebatarme mis sueños?». Podrá hacer Penny que regresen a la tienda de Dallergut algunos de los clientes que han perdido la ilusión por vivir y soñar? «Una encantadora incursión en la tierra del sueño y una excelente elección para un club de lectura» Library Journal « La autora que revolucionó el mundo de la ficción coreana también está influyendo y cambiando el alcance internacional de la literatura coreana actual» Maeil Business News Korea

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Prólogo

El ático de Dallergut

Penny vivía con sus padres en una zona residencial de casas de una sola planta, aproximadamente a un kilómetro hacia el sur de la Galería de los Sueños. Aquel día todavía no se había ido a la cama, ya que estaba disfrutando de una cena tardía con ellos para celebrar que cumplía un año trabajando en la recepción de la tienda.

—Has hecho un gran esfuerzo durante todo este año. Estamos realmente orgullosos de ti, Penny. Tenemos un regalo que darte —dijo su padre, a la vez que colocaba con esfuerzo una pila de unos diez libros sobre la mesa. Todos eran libros de autoayuda o ensayos orientados a jóvenes recién ingresados en el mundo laboral.

—No sé de dónde voy a sacar el tiempo para leer todo esto. Ojalá mis días fueran de cuarenta y ocho horas —dijo la chica, desanudando el grueso cordón que mantenía los libros juntos—. Pero tengo una buena noticia. Al llevar un año trabajando, el Estado me reconoce oficialmente como “Miembro Profesional de la Industria de los Sueños”.

—¿Eso significa que…?

—¡Exacto! Me darán una acreditación que me permite entrar en la “zona empresarial” en el área oeste. Además, mañana tendrán lugar las negociaciones individuales para subir el sueldo de los empleados. Quizás el señor Dallergut me dé la acreditación durante la sesión de negociación. Ahora siento que verdaderamente formo parte de la plantilla de la Galería de los Sueños.

—Siempre que pasaba en el tren de camino al trabajo por la zona empresarial, envidiaba a los que iban a su puesto en aquel lugar. Quién me hubiera dicho que mi hija iría allí… —dijo su padre, que se le quedó viendo sin poder continuar, embargado por la emoción.

—¡Los empleados de la Galería son mucho más admirables que los que trabajan en la zona empresarial! Por cierto, de acudir allí, ¿qué tipo de obligaciones te encomendarían? —le preguntó su madre, limpiándose la boca con una servilleta.

—Todavía no lo sé. Supongo que seguramente tendré que ir a reuniones con creadores. Hubo una vez en la que visité a Yasnooz Otra en su casa. En la zona empresarial se encuentran numerosas firmas elaboradoras de sueños y también muchos creadores, así que seguramente me mandarán a hacer toda clase de encargos.

Penny le había hecho una visita anteriormente en su residencia a Yasnooz Otra, una de los cinco creadores legendarios de sueños, para llevarle la versión de prueba de Otra vida.

—Qué rápido ha crecido nuestra chiquita… Pero una cosa: allí no debes causar accidentes, ¿entendido?

—Eso mismo. Ya no puedes cometer ningún error grave como el del año pasado. Siempre debes estar con los cinco sentidos puestos.

La chica asintió con la cabeza con cara de tener la comida atragantada. Desde hacía un tiempo, sus padres estaban más regañones que de costumbre. Cuando la policía llamó a casa para corroborar los perjuicios causados por el ladrón de la botella de “ilusión”, al que acababan de arrestar, dio la casualidad de que fue su madre quien contestó la llamada, dejando a Penny sin más alternativa que contar lo que le pasó. Después de aquello, le tocó aguantar que la sermonearan durante un buen rato; tanto que se prometió a sí misma que jamás volvería a mencionarles incidentes que le ocurrieran en el trabajo.

Tras soportar con estoicidad la catarata de reprimendas que le estaban cayendo encima y con la frustración de un pájaro crecido que no ha podido volar fuera de su jaula, trató de tranquilizarlos y de explicarles que no era tonta, y finalmente se levantó de la mesa con cara de extremo cansancio.

—Bueno, tómense su tiempo para terminar de cenar. Yo ya me voy a mi habitación.

Penny entró en su cuarto cargando los libros y, al soltarlos sobre su escritorio, cayeron desparramados. En la repisa no le quedaba espacio para colocar más, por lo que decidió desha­cerse de los cuadernos que había usado para preparar su entrevista de trabajo. “Ya no importa si los tiro”, pensó.

Abrió uno de ellos que no había terminado de resolver. Pensó que si pudiera borrar las respuestas marcadas, quizás estaría bien cedérselo a alguien que lo necesitara, pero había usado bolígrafo para señalarlas. Pasando con desgana las páginas, se detuvo en la última pregunta que había resuelto. Recordó que, hacía un año, Assam, su amigo noctiluca, le había dicho cuál era la respuesta correcta al encontrarla enfrascada estudiando en aquella cafetería.

P: ¿Quién fue el creador y con qué sueño ganó el Grand Prix por voto unánime del comité evaluador en la Gala de los Premios al Mejor Sueño en 1999?

a) Kick Slumber con Atravesando el Pacífico convertido en orca.

b) Yasnooz Otra con Vivir como mis padres durante una semana.

c) Wawa Sleepland con Observación de la Tierra flotando en el espacio.

d) Doze con Un té con un personaje histórico.

e) Coco Siestadebebé con Un matrimonio con problemas de fertilidad tiene trillizos.

Tan pronto como vio el texto, recordó como si fuera ayer la situación en la que estaba y lo que sentía entonces. También se acordaba a la perfección de cuál era la respuesta correcta. “Es a), la obra con la que debutó Kick Slumber a sus trece años”, murmuró, esbozando una sonrisa desbordante de confianza para, a continuación, cerrar el libro con sonoridad.

Por su memoria pasaron en cámara rápida los acontecimientos que había experimentado durante un año tras aquel día en el que se preparaba para la entrevista en la cafetería. La sobrecogió una sensación de plenitud sin precedentes, pues consideraba que había sido el tiempo de su vida en que el que había realizado mayores logros. Ya era bastante diestra en las tareas que concernían a la recepción y se sentía orgullosa de todo lo que había aprendido.

Ignorando que sólo conocía una ínfima parte de los asuntos que se cocinaban en la Galería de los Sueños, se puso a tararear mientras ordenaba el escritorio. Así cerró el día en el que cumplía un año de entrar a trabajar en la tienda.

En esos momentos, Dallergut, el propietario del establecimiento, se encontraba en su ático. Su hogar era un lugar acogedor que coronaba el edificio de estilo clasicista de la Galería, la gran tienda de cinco plantas donde se vendía una variedad de sueños. El ático estaba discretamente ubicado encima de la quinta planta —dedicada a la sección de saldos— y por fuera sólo dejaba ver un afilado tejado triangular y una única ventana pequeña, por lo que no parecía estar habitado. Sin embargo, una vez dentro, uno podía darse cuenta de que era un espacio mucho más amplio de lo que se percibía desde el exterior, pero sin duda se trataba de una vivienda bastante austera si se tenía en cuenta el estatus de su dueño. Todo el mundo le preguntaba si no deseaba vivir en una mansión de lujo como los creadores más célebres u otros propietarios de grandes comercios de sueños; sin embargo, Dallergut no tenía ninguna intención de dejar aquella morada que había decorado a su gusto. Además, lo que más le gustaba de vivir ahí era que no tardaba ni tres minutos en llegar a su despacho, el cual estaba en la primera planta.

Aunque resultara algo extraño, en el centro del ático había colocadas cuatro camas con las cabeceras pegadas las unas a las otras; todas ellas eran diferentes en cuanto a sus bases, el grosor de sus colchones y el material de las sábanas. Dado que los doseles que él mismo había mandado a fabricar a medida enmarcaban con naturalidad las cuatro camas, todas proporcionaban una sensación acogedora y holgada cuando se acostaba en ellas.

Había dispuesto cuatro camas para poder elegir la más adecuada para el tipo de sueño que quisiera tener cada noche. Era el único aspecto en el que se había esmerado dentro de aquel hábitat tan minimalista; del resto de la casa, en cambio, se había desentendido: los viejos muebles habían empezado a combarse y eso dificultaba su apertura, los electrodomésticos no funcionaban del todo bien debido a frecuentes averías y a los marcos de las ventanas les hacía falta una buena mano de pintura. Por si fuera poco, el sensor del interruptor de la luz estaba deteriorado y hacía que ésta se encendiera y apagara a su antojo, algo que tampoco parecía importarle mucho a Dallergut.

Él se encontraba solo en su ático después de haber terminado su jornada de trabajo. Se había puesto una pijama camisera y estaba sentado en su cama más baja, poniéndose al día con la lectura de las treinta cartas que le habían llegado esa semana. Sobre el lecho, tenía desparramadas las que ya había abierto.

¡Los creadores amateurs más prometedores nos hemos unido!

Los creadores e investigadores nos hemos puesto manos a la obra para desarrollar Sueños por Dos. El saludo “¡buenas noches, nos vemos en mi sueño!” pronto será realidad.

Sería un honor para nosotros concederle al señor Dallergut el derecho a vender en exclusiva este novedoso…

A Dallergut siempre le llovían las ofertas de firmas que se prestaban a cederle en exclusiva la venta de sus más recientes artículos. Le mandaban cartas con ese tipo de propuestas incluso antes de que el sueño a lanzar estuviera terminado, con el fin de atraer el interés de los inversores. Sin embargo, él estaba obviamente al tanto de que se trataba de proyectos que llevaban estancados varios años en su fase de desarrollo.

Cuando abrió con desgana el último sobre que quedaba, se dio cuenta de que era la carta que había estado esperando con gran ilusión, lo que hizo que su rostro se iluminara.

Estimado Señor Dallergut:

He recibido la propuesta de planificación que me envió. ¡Debo decirle que suena muy interesante! Me gustaría tomar parte en él sin excepción. Haré que en breve uno de mis empleados le haga llegar la lista de artículos con los que podríamos colaborar.

—Atentamente, Muebles Bedtown

Era un hecho que en días recientes Dallergut tenía todos sus sentidos volcados en cierto evento que iba a tener lugar en el próximo otoño. Se trataba de un proyecto muy ambicioso y personal, del que todavía no había dado pista alguna a sus empleados.

Afortunadamente, le iban llegando respuestas favorables de parte de las empresas más relevantes. De seguir a ese ritmo, en pocos meses tendría una excitante noticia para compartir con el personal de la tienda.

Tras leer la carta de Muebles Bedtown, se levantó de la cama enderezando la espalda, que sentía algo entumecida. Le dio una pereza enorme ponerse a recoger toda la correspondencia que había dejado dispersa. “¿Cuándo llegará el día en el que no me cueste trabajo tener la casa ordenada? Este fin de semana me va a tocar hacer una limpieza a fondo”.

Optando por ordenar más tarde, se puso enfrente de un librero que estaba hecho a la medida para cubrir la totalidad de una de las paredes. Buscó en él algo de lectura ligera para llevarse a la cama antes de dormir. A la altura de sus ojos, había unos diarios colocados en orden cronológico y Dallergut sacó el que estaba marcado en el lomo con el número “1999”.

“Sí, me va a ser de ayuda leer los diarios antiguos de los clientes de cara a la inauguración del evento”.

El diario en cuestión era un conjunto de hojas de distintos tamaños que habían sido encuadernadas con un cordel resistente. La cubierta de tapa dura, hecha de un grueso cartón de pulpa de madera, daba testimonio del paso de los años, y en su centro se leía “Diario de los sueños de 1999”, escrito con tinta negra por el mismo Dallergut. Siempre le había gustado hacer todo a mano; por el contrario, manejar máquinas seguía siendo su asignatura pendiente. Todo el personal de la Galería sabía que era capaz de hacer que un aparato tan fácil de usar como la impresora se estropeara cada dos por tres.

Con el viejo diario en mano, se apresuró a meterse debajo del edredón de la cama más cercana a la entrada. Se sintió envuelto por completo en el suave y mullido tacto de la ropa de cama. Al hojear un par de páginas del diario, el sueño comenzó a apoderarse de él. Intentó aguantar despierto un poco más de tiempo frotándose los ojos, pero el cansancio lo vencía. Avanzar en los preparativos iniciales para el evento que planeaba en secreto, aparte de sus obligaciones en la tienda, le había hecho llegar al límite de sus energías por ese día.

“Lo único que tenía de joven era estamina, y ahora…”.

Hasta había pasado a bostezar en vez de respirar. Después de una serie de bocanadas, hasta le lagrimearon los ojos. Lo que mejor podía hacer en ese momento era recargar sus baterías durmiendo, pues a la mañana siguiente le aguardaba una apretada agenda de negociaciones de sueldos con sus empleados. Decidió que el diario lo leería más tarde en sus ratos libres. Tras dejarlo sobre una mesita de noche redonda, abierto en la página donde estaba leyendo, tiró suavemente de la cuerda que funcionaba como interruptor de la lámpara. Enseguida, se quedó dormido como un tronco en cuanto recostó su cabeza sobre la almohada.

Así, en el ático pasó a oírse únicamente la suave y profunda respiración de Dallergut y el ruido que hacía el segundero de su reloj. Una vez que la oscuridad se terminó de asentar en la habitación, la luz de la luna penetró sutilmente por la ventana extendiéndose por todos los rincones y se coló una delgada ráfaga de viento a través de un resquicio del marco. El interruptor averiado de la entrada se encendió con una luz anaranjada, la cual se sumó a la claridad de la luna que entraba por la ventana para alumbrar las páginas del diario que Dallergut había dejado abierto.

20 de agosto de 1999

Acabo de despertarme tras un sueño y siento la necesidad de dejar constancia de esta sensación tan vívida antes de que desaparezca.

En mi sueño, yo era una orca gigantesca que avanzaba mar adentro desde las aguas de la costa. En ningún momento temí que fuera a tragar agua por falta de aire, ni que necesitara que me socorrieran si era arrastrada por las olas. Lo más asombroso del sueño fue la abrumadora sensación de estar inmersa en la escena.

El sueño de Kick Slumber no presenta una libertad con peligros en la que uno no se atrevería a poner un pie, sino una libertad segura, la que todos anhelamos. Por esta razón, conforme me adentraba en las profundidades, más me sentía como en mi propio hogar.

Sentí que tenía un músculo que me recorría el lomo desde la aleta a la cola, lo cual me permitió acelerar en un instante mediante un potente coletazo. Allí, la superficie del mar es el techo y debajo de mi vientre blanco se extiende un mundo más profundo que el cielo.

La vista no sirve de nada, pues todo se percibe al mismo tiempo con todos los sentidos. Experimenté el impulso de subir a la superficie y en ningún momento dudé de mi capacidad para hacerlo. Mi cuerpo perfectamente aerodinámico rozó la superficie del agua y surcó el aire con audacia. Entonces un cosquilleo, que no sabría decir de dónde procedía, me atravesó entera. Me acordé de mi cuerpo que dejé en la orilla, pero me esforcé por seguir avanzando y guardar esa sensación dentro de las olas que iba doblegando.

“Ése no es el sitio que me corresponde”.

A medida que me acostumbraba a estas sensaciones intensificadas, me dio por pensar que había sido una orca desde siempre. Al mismo tiempo que iba cayendo en ese delirio también iba volviendo en mí. Los dos mundos, los de orca y ser humano, se superpusieron para luego diferenciarse y desembocar en mi despertar.

Creo que fue el destino el que quiso que yo tuviera este sueño concebido por Kick Slumber a la edad de trece años, un niño dotado de genialidad que tal vez se convierta en el ganador más joven del Grand Prix a final de año.

Pero no creo que yo pueda llegar a presenciar tal cosa…

Algo más allá de esto sería demasiado peligroso…

Eso era todo lo que estaba escrito en la página abierta. La luz se apagó y el ático volvió a quedarse a oscuras.

Aquel diario anónimo, los muebles antiguos y la multitud de enseres desordenados formaban una amalgama que otorgaba un ambiente misterioso al lugar.

1. El primer aumento de sueldo para Penny

Era un viernes de la última semana de marzo, ya algo entrado el siguiente año. El rico olor de la leche a la cebolla que se hervía en el camión de comida calentaba sutilmente cada rincón de la calle, reemplazando el frío aire del atardecer. Gracias a ello, las personas que venían a comprar sueños podían caminar por allí con el mismo ánimo agradable de estar cubiertos con una cobija calientita en mitad del frescor.

El vestíbulo de la Galería de los Sueños seguía tan rebosante de clientes como siempre. En una hora en la que los empleados del turno de noche se disponían a comenzar su jornada, Penny, quien estaba en su segundo año de contrato como asistente de la recepción, no se encontraba por ninguna parte, y esto no se debía a que hubiera vuelto a casa tras terminar su horario, sino que estaba en la sala de descanso para empleados, situada al lado izquierdo de la entrada a la tienda, esperando su turno para negociar su sueldo.

Dentro de la sala, a la que se accedía una vez que se empujaba con fuerza una puerta de madera en forma de arco, estaban otros trabajadores más, incluido Motail, un chico que había sido su compañero en el colegio. Aunque no era muy amplia, el personal de la Galería guardaba un cariño especial a aquella habitación donde podían descansar a su gusto.

Penny ya se había familiarizado con la iluminación de ese peculiar color amarillo, los cojines con remiendos, los tarareos y el ruido de sillas al ser arrastradas, y la relajante música de fondo que producían el pequeño refrigerador y la cafetera. Aquel lugar le traía a la memoria la misma sensación reconfortante del aula donde solía participar en las actividades del club escolar en su época de estudiante.

—¿Cuántos tenemos por delante de nosotros esperando? —le preguntó a Motail, quien estaba sentado a su lado en el sillón con reposabrazos frente al sofá.

—Ahora mismo está dentro Vigo, luego vamos Speedo, yo y después te toca a ti. No falta mucho.

—Pensé que terminaríamos para la hora de volver a casa, pero ya pasó tiempo de más —dijo Penny, estirando sus brazos por encima de la cabeza, a la vez que miraba el reloj colgado en la pared.

—Qué remedio. Dallergut hoy estuvo tan ocupado como siempre. Estos días se le ve continuamente atareado. Si lo hubiera sabido, habría comprado unos bollos en Kirk’s Barrier, pues no se sabe cuándo podremos cenar —replicó Motail, relamiéndose a la vez que se frotaba el protuberante vientre bajo su suéter ajustado.

La razón por la que no se habían ido a casa y estaban haciendo fila no era otra que las negociaciones de salario que tenían lugar una vez al año. En cuanto a Penny, quien había comenzado su segundo año como empleada, sería la primera vez que renegociaría su sueldo. Más que grandes ilusiones acerca de un aumento, albergaba cierto orgullo, pues el acontecimiento la hacía sentirse mucho más madura.

Que el año anterior le hubieran robado la botella de “ilusión” por las mismas fechas le había causado mucho pesar en su momento, y cuando se enteró de que al final lograron arrestar al culpable y recuperar el objeto, se alegró inmensamente ante la noticia. Sin embargo, también supo luego que el principal agente de la exitosa captura no había sido otro que Speedo. Con ello, el susodicho terminó por conocer todos los detalles del robo, así que, a partir de entonces, a Penny le tocó aguantar ver la cara de regodeo que ponía su compañero cada vez que se cruzaban en el trabajo. A pesar de eso, sentía un gran alivio ahora que había desaparecido aquel factor que podría resultarle desventajoso a la hora de renegociar su salario, por lo que ya no esperaba ni deseaba nada más.

Summer, una empleada de la tercera planta, y Mog Berry, la encargada principal de la misma, estaban sentadas justo debajo de un candelabro de diseño sencillo con algunas incrustaciones de cristal. Summer, como era propio de los empleados de esa planta, llevaba el delantal con arreglos hechos a su gusto. Le había bajado el dobladillo por completo, haciendo que fuera mucho más largo que el de sus compañeros. Mog Berry adquiría una presencia majestuosa bajo la luz amarillenta que ponía de relieve sus mejillas, las cuales había cubierto densamente con maquillaje para ocultar su rojez.

Aunque ambas habían terminado su entrevista, habían optado por no irse a casa y estaban saboreando con gusto los refrigerios. En la enorme cesta ya no quedaban los bocaditos más exquisitos como las galletas reconfortantes para el cuerpo y el alma, sino poco más que un puñado de chocolates que no tenían ningún efecto en especial.

Summer había puesto sobre la mesa de madera el kit de tarjetas de un test de personalidad y le estaba haciendo a Mog Berry las preguntas.

—¡Bueno, veamos el resultado! ¡Te ha salido el “activista apasionado”! Eres del tipo del “Primer Discípulo”. Es ya la tercera vez que veo el mismo resultado.

Con la mirada iluminada, Mog Berry asintió moviendo la cabeza con vigor en señal de satisfacción.

—¿Sale igual si se hace una segunda vez?

Al insistir en que probaría a repetir el test, Summer arrugó la nariz denotando reticencia.

Lo que Summer se había traído eran unas tarjetas con preguntas para averiguar a qué discípulo se asemejaba más un individuo de acuerdo con su personalidad; pertenecían a un test confeccionado con base en La Historia del Dios del Tiempo y el Tercer Discípulo. Se trataba de un obsequio que daban en la librería a comienzos de año con la compra de libros por un valor superior a diez gordens; y al tener un diseño que estimulaba las ganas de guardarlo como recuerdo, aquellos kits se agotaron enseguida. Penny había intentado conseguir un ejemplar a través de una compra de segunda mano que conllevaba el pago de un plus y, aunque finalmente decidió no adquirirlo, lo pudo reconocer al instante en que lo avistó.

—Motail, ¿te animas tú también a hacerlo? —le preguntó Summer, volviendo a esparcir las tarjetas sobre la mesa. En ese punto, ella ya estaba harta de interactuar solamente con su supervisora.

—Paso. No me hace falta hacerlo para saber que pertenezco al tipo del Primer Discípulo; soy una persona muy orientada al futuro —le respondió de manera resuelta. A continuación se levantó, tomó todos los chocolates en forma de moneda que quedaban en la cesta, le ofreció algunos a Penny y se volvió a sentar—. Penny, dices que vives con tus padres, ¿cierto? ¿No crees que deberías avisarles que vas a llegar tarde a casa? —le preguntó a la vez que iba abriendo el envoltorio de un chocolatín.

—Les informé hace un rato y les dije que empezaran a cenar sin mí.

A Penny no le disgustaba quedarse a holgazanear en la sala de descanso aun después de que hubiera terminado de trabajar. Al contrario, le entusiasmaba más bien la idea de ver la telenovela que daban por la noche mientras tomaba un sándwich de pollo sin verdura alguna que compraba en el camino de vuelta a casa. Estaba segura de que si llegaba temprano, sus padres la bombardearían sin tregua durante toda la cena, preguntándole si había conseguido un aumento de sueldo, si estaba esmerándose en atender a los clientes, o si se había ganado alguna riña de sus superiores.

Pasados unos momentos, la puerta de la sala se abrió con un sonido grave. Creyeron que el turno de Vigo Mayers había terminado más rápido de lo previsto y que ya estaban llamando al siguiente a entrar, pero quien apareció fue Speedo.

A cargo de la cuarta planta donde se vendían sueños para siestas, era conocido por todos debido a su carácter impulsivo, que a la vez se correspondía con una rapidez inigualable para dejar listas sus tareas. Como siempre, iba vestido con un overol y llevaba su larga melena recogida en una coleta. Desde la puerta, trayendo bajo el brazo varios archiveros voluminosos, escaneó con la vista a quienes estaban en la sala de descanso.

—Vigo Mayers aún no ha terminado, ¿verdad?

—No, creo que todavía le queda un buen rato —le respondió Penny como por inercia, para inmediatamente después arrepentirse de haberlo hecho.

—Penny, no hace falta que te esfuerces tanto por contestarme cuando hay tantos otros aquí. Ya sé que te sientes muy agradecida porque yo atrapé al ladrón que te robó esa botella de “ilusión” —le dijo Speedo a la chica, denotando que se estaba haciendo el benévolo con ella. A continuación, se sentó en el filo del sofá.

La chica esbozó una incómoda sonrisa, y para evitar seguir hablando con él, se dirigió a Mog Berry, cambiando de tema con astucia:

—Por cierto, ¿quedó bien la redecoración de tu casa? Dijiste que se estaban esmerando en especial con las ventanas, ¿cierto?

Hasta hace poco, Mog Berry se había alojado en casa de su hermana mayor durante la temporada en la que se llevaban a cabo remodelaciones en la suya. Como vivía cerca de Penny, solían encontrarse a veces de camino al trabajo, pero varios días atrás su compañera le comentó que ya había quedado lista la redecoración.

—Qué bien te acuerdas, Penny. Pues sí, me encanta como dejaron las ventanas. Me costó decidirme a ampliarlas, pero ahora se puede ver hasta la “Pendiente vertiginosa” del oeste. Tengo unas vistas espectaculares, sobre todo cuando hace buen tiempo.

—Entonces, ¿también se ve el tren que va a la zona empresarial?

—Así es, ése era mi objetivo. Cuando en mis días libres me acueste en el sofá, voy a disfrutar el doble descansando mientras veo a los que se dirigen allí a trabajar —le respondió Mog Berry entusiasmada, como si hubiera estado esperando a que le preguntara.

Aprovechando que la atención de Mog Berry estaba concentrada en otro lado, Summer se puso a ordenar las tarjetas de aquel test tan fastidioso.

Tomando como referencia la avenida principal, donde se situaban la Galería de los Sueños y muchos otros comercios, hacia el sur había un amplio barrio residencial, en el que vivía Penny; al norte, en las Eternas Montañas Nevadas, habitaba Nicolás, quien era Santa Claus, y al este había una urbanización de casas de lujo, donde vivían personalidades conocidas como Yasnooz Otra y donde los creadores como ella tenían sus talleres. Por último, se encontraba la “Pendiente vertiginosa” al oeste, la cual era literalmente una cuesta extremadamente empinada que daba nombre a toda el área que la rodeaba.

Cruzando el valle desde la pendiente y subiendo por otra cuesta empinada al oeste, se encontraba un vasto territorio que albergaba el conjunto de empresas dedicadas a la fabricación de sueños, al que los ciudadanos llamaban “la zona empresarial”.

El terreno era demasiado accidentado y su disposición complicaba mucho el acceso debido a las vueltas que había que dar para llegar; por tanto, la gente que iba a trabajar allí tomaba un tren con esa finalidad. El tren transportaba pasajeros sobre los rieles que atravesaban las colinas de subida y bajada, repitiendo el trayecto varias decenas de veces en un mismo día.

—Penny y Motail, todavía no se han subido al tren de trabajadores, ¿cierto? —preguntó Mog Berry.

Motail negó con la cabeza y le respondió:

—Yo sí subí una vez. Había escuchado que a los visitantes forasteros que van en pijama los dejan ascender sin revisarles los boletos, así que para comprobarlo fui con unos amigos del barrio y nos subimos. Pero la aventura terminó pronto porque, a los diez segundos de pisar el tren, el revisor nos descubrió.

Subir al tren de trabajadores que iba a la zona empresarial no era algo que le estuviera permitido a cualquiera. Hacía falta una acreditación para ello, como la licencia de creador de sueños o una tarjeta de empleado de una compañía situada dentro del complejo, que certificara que el pasajero pertenecía a la industria de los sueños. En cuanto a los empleados de la Galería, sólo eran reconocidos como trabajadores de la industria una vez que hubieran completado un año de contrato, pudiendo recibir así un pase de acceso.

—Pero, Motail, tú llevas aquí trabajando mucho más de un año, ¿no? —preguntó Summer, algo confundida, mientras metía las tarjetas del test en su estuche.

—El verano anterior fue cuando completé un año entero, pero como supuestamente la acreditación sólo se otorga a todos por igual en el mes de marzo, he estado esperando hasta ahora. Penny, tú recién acabas de cumplir un año, ¿no?

—Justo ayer. He tenido suerte. Si me hubiera incorporado un poco más tarde, quizá me habría tocado esperar un año más —dijo Penny, soltando un suspiro en señal de alivio.

—Por fin estos novatillos se enterarán de lo que es la “Oficina de Atención al Cliente” —aprovechó Speedo para meterse en la conversación tras llevar un rato callado. Había estado hojeando a toda prisa los archiveros, a la vez que agitaba una pierna impacientemente.

—Deja de crearles miedos innecesarios y detén ya esa temblorina, Speedo —le recriminó Mog Berry.

—¿Cómo que innecesarios? Sabes tan bien como yo lo que significa que te den el pase de acceso a la zona empresarial. No es para subirse al tren y visitar las compañías de creación de sueños como si fuera una excursión.

—Sí, pero no vayas a empezar a hablar de las cosas que traen quebraderos de cabeza.

—¿El pase no era para probar a subirse al tren y darse un paseo por allí para conocer las empresas? —preguntó Motail, con cara de desconcierto a causa de la conversación entre sus dos compañeros más veteranos.

—Mira que eres ingenuo, Motail. Lo que dice Speedo es cierto, les van a expedir un pase que usarán principalmente para ir a la Oficina de Atención al Cliente que hay en la plaza central de la zona empresarial.

—¿No podremos visitar las empresas? —preguntó Motail frustrado, llevándose las manos a la cabeza.

—¿Para qué irán allí a hacer eso? Al único lugar al que tendran acceso será la Oficina de Administración y, como mucho, al Centro de Pruebas. Allí es donde tienen lugar las reuniones con las compañías creadoras de sueños cuando surgen problemas a causa de alguna denuncia.

—¿De qué se ocupa la Oficina de Administración? —preguntó Penny en un tono calmado.

—Te enterarás mejor cuando hagas una visita allí, antes que con cualquier explicación que te demos. Recuerdo la primera vez que fui acompañando a Dallergut como si fuera ayer… Todos los que nos dedicamos a la venta de sueños debemos pasar por ese sitio en algún momento, pero en la medida de lo posible intento no tener que ir por allá más. Por así decirlo, es un lugar que te hace sentir incómodo —le respondió Mog Berry con una mirada desmoralizante.

—Hasta ahora sólo conocieron a clientes que vienen aquí de buen talante. Ahora se van a enterar de los problemas que vienen de la mano de la Oficina de Administración. No saben todas las quejas que entraron por unos sueños para siestas que yo vendía el año pasado —añadió Speedo, señalando los gruesos archiveros que estaba hojeando.

—Speedo, no me digas que has traído los casos de reclamaciones resueltos para enseñárselos a Dallergut en la negociación de sueldo —dijo Mog Berry boquiabierta.

—Exacto. Imprimí los documentos y los ordené para que pudiera comprobar de un vistazo todo lo que sufrí por ellos. ¿Quieres ver la cantidad de denuncias tan ridículas que hay aquí? A ver, puedo entender que alguien reporte que por culpa de una siesta en plena lección, los compañeros se burlaran al oír que hablaba en sueños; sin embargo, hay gente que se queja de tener insomnio por la noche por haber dormido toda la tarde porque la siesta era demasiado buena para despertarse. ¿Y qué culpa tengo yo de eso? Cada vez que pienso en el dolor de cabeza que me causó durante varios días…

—Al fin y al cabo, eres el encargado de la cuarta planta porque supiste salir airoso de todo aquello. En esta tienda es un cargo que no se le da a cualquiera, sino a quien tiene una experiencia de peso en este ámbito —dijo Summer, que había estado escuchando atentamente la conversación, denotando cierta envidia.

A pesar de que Penny no se había enterado de la mitad de las cosas que Speedo había contado con tanta celeridad, intuyó que sólo un empleado como él podría haber solucionado tan rápido todos aquellos asuntos.

—Se ve que para los encargados principales de cada planta esto se trata de una negociación de salario en todo el sentido de la expresión. Yo tenía previsto no hacer más que firmar la cantidad que el señor Dallergut me propusiera sin decir nada.

Penny comenzó a sentirse algo presionada acerca de la entrevista que tendría en pocos minutos.

—No te preocupes. El señor Dallergut no será muy exigente contigo, pues entenderá que recién acabas de completar tu primer año; sólo querrá saber qué planes tienes en el que sigue —la consoló Summer.

—Pues de planes… ¿Se puede llamar plan al simple propósito de esforzarme más este año? Me refiero a que mis tareas son atender a los clientes en la recepción, llevar las cuentas del inventario y hacer los encargos que la señora Weather me manda. Nunca he pensado en hacer cosas más allá de eso.

—Eso es ya en sí un plan estupendo, pero ¿no crees que te aburrirás? Si yo me pasara los días en un mismo sitio haciendo sólo lo que me ordenan, quizás acabaría volviéndome loco —dijo Motail, dando un brinco en su asiento que le hizo erguir la postura.

—Pues a mí me parece que en la quinta planta te la pasas a lo grande, ¿eh?

Motail era conocido entre todos por el alborozo con el que cantaba las ofertas en la sección de descuentos de la quinta planta. Hasta la misma Penny reconocía que sentía impulsos de comprar alguna ganga al oír las maravillas acerca de los artículos con las que encandilaba a un cliente y otro.

—Motail, ¿tienes algún plan que te vaya a ser útil a la hora de negociar tu sueldo?

—Pues tengo una estrategia magnífica.

—¿De qué se trata?

—A mi parecer… En la quinta planta ya se va necesitando un jefe —le murmuró a Penny, inclinándose sobre el reposabrazos de la silla como temiendo que alguien pudiera escucharlo—. Fíjate en Mog Berry, con lo joven que es y ya tiene un puesto de encargada. Quizás en un futuro no muy lejano, yo también pueda ser jefe de la quinta planta. Nadie negará que como mínimo tengo un ojo clínico para la selección de productos. Aunque sé que es demasiado pronto para tener este tipo de aspiraciones, espero que algún día… —explicó Motail con la desbordante confianza de un niño que acaba de ganar un campeonato de natación.

Sus palabras no se quedaban en una mera vanidad. Motail tenía una perspicacia innata a la hora de identificar los sueños que serían éxitos de venta. Todas las novedades que él recomendaba, aunque no resultaran ser un bombazo, se vendían en tales cantidades que no quedaban saldos almacenados. Cuando a finales de año Dallergut daba la oportunidad a todo el personal de comprar cualquier sueño de la tienda canjeando un cupón, era habitual entre los empleados decidirse por el mismo que Motail conseguía para sí.

—Sí, tienes una vista de lince para los sueños —lo elogió Penny, para disimular lo impresionada que estaba al oír aquello que le acababa de decir.

Sin duda alguna, que un compañero de su misma edad tuviera tales pretensiones suponía un aliciente para que ella se diera cuenta de que podía quedarse atrás. “¿Por qué no me di cuenta antes?”, se preguntó, pues se había limitado a pensar que le deparaba un año no muy diferente al que había cumplido en su puesto. Sin embargo, no estaba en situación de limitarse a hacer sólo lo que le mandara Weather. Aparte de que ya no procedía usar el comodín de novata para que los demás le resolvieran los problemas, era evidente que, de no avanzar, surgirían cada vez más diferencias entre ella y los empleados que, como Motail, tenían sus propios propósitos. Penny se quedó de piedra al recibir aquella bofetada de realidad, tras haber estado ensimismada en la fantasía del pase a la zona empresarial.

La puerta de la sala de descanso volvió a abrirse. Esta vez sí fue Vigo Mayers quien entró. El encargado de la sección de rutinas ordinarias de la segunda planta siempre portaba un serio semblante que no daba pistas de qué ánimo estaba. Por tanto, no había manera de discernir si su negociación de sueldo había sido exitosa o no.

Al anunciarle a Speedo que había llegado su turno, este último se dirigió al despacho de Dallergut con paso decidido, llevando bajo el brazo los archivos. Vigo también se disponía a salir detrás de él, pero la voz de Mog Berry lo hizo detenerse:

—¡Señor Vigo, haga usted también el test de personalidad! Se trata de saber a qué personaje de entre el Dios del Tiempo y sus discípulos se asemeja. Me intriga qué resultado le saldría.

Mog Berry se puso a sacar con ingenuidad las tarjetas del test que Summer había dejado bien ordenadas dentro del estuche.

—No me interesa. Para empezar, no creo que la personalidad de la gente se pueda dividir simplemente en tres tipos —le respondió Vigo con desgana.

—No es para que se ponga así. Se trata sólo de una diversión. A ver, ¡Penny! ¿Qué te parece si te lo hago a ti?

—¿Cómo? Ah, sí, bien —aceptó sin querer Penny, al espabilarse de repente de sus cavilaciones.

Con todo el entusiasmo del mundo, Mog Berry se desplazó enseguida hasta quedar frente a Penny y esparció el conjunto entero de tarjetas. Cada una de las veinticinco estaban hermosamente ilustradas con un dibujo distinto y unidas entre ellas por una fina parte de sus esquinas. Tras colocarlas sobre una superficie, quedaban alineadas cinco en sentido horizontal y otras cinco en vertical, y había que ir plegándolas en orden según la respuesta que se elegía hasta que quedara la última, que era la que dictaminaba el resultado.

—Pues sí que lo han hecho con un diseño muy acertado —dijo Vigo, quien se había quedado a curiosear, a pesar de haber mencionado que no tenía interés en el test.

—Bueno, empecemos. Una vez que hayas contestado a todo lo que te pregunto, quedará sólo una de estas tres —le indicó Mog Berry, usando las mismas palabras que le había oído decir antes a Summer, mientras señalaba las tres vistosas tarjetas que componían la línea inferior.

En la del extremo izquierdo, enmarcada por un borde con motivos frutales, estaba dibujada la silueta posterior de una señora mayor que señalaba con la mano hacia una luz clara. Cualquiera podía darse cuenta a simple vista de que estaba inspirada en la creadora de sueños premonitorios de embarazos, Coco Siestadebebé. En la tarjeta del centro unos cristales pequeños brillaban como estrellas sobre un oscuro fondo similar a una cueva y estaba dibujada la figura de un hombre delgado que apuntaba a ellas con su mano. En la tercera tarjeta aparecía un hombre parecidísimo a Dallergut sobre un trasfondo con la ilustración de la Galería de los Sueños.

Justo cuando Penny le iba a preguntar quién era el personaje representado en la segunda tarjeta, Mog Berry le dio la vuelta a ésta ocultando el dibujo. Enseguida, tomó la lista de preguntas y comenzó a hacérselas:

—¿Sueles quedarte atrapada en los recuerdos cuando estás sola?

—Ehm… Sí, creo que me pasa constantemente.

—¿Consideras que los acontecimientos pasados influyen mucho en ti?

A Penny le vino a la mente la sonrisa burlona de Speedo que tan molesta le resultaba últimamente.

—Sí.

—Bien. ¿Encuentras regocijo en planificar nuevas aventuras para no anclarte en la rutina diaria?

—No, creo que no hago eso.

Conforme iba contestando, las cartas se iban replegando cada vez más unas a otras. Cuando finalmente Penny respondió a la última pregunta, Mog Berry le dio la vuelta muy lentamente a la última tarjeta que quedaba.

—Eres… ¡una filósofa entrañable! ¡Te ha salido el tipo del Segundo Discípulo! Eres la primera de aquí que obtiene este resultado.

Penny se quedó contemplando la tarjeta que su compañera le había pasado. A lo largo de la parte superior de los bordes estaba escrita en letra pequeña una cita del libro La Historia del Dios del Tiempo y el Tercer Discípulo que Penny conocía:

El Segundo Discípulo pensaba que con los recuerdos se podía ser feliz eternamente, pues no habría nada que lamentar ni echar de menos. El Dios del Tiempo le otorgó el pasado y, al mismo tiempo, el don para recordarlo todo infinitamente.

—Por cierto, ¿quién es el descendiente del Segundo Discípulo? —aprovechó Penny para preguntar lo que le había intrigado durante todo el tiempo que hacía el test—. La historia cuenta que se escondió en una cueva, ¿es por eso por lo que nadie supo más qué fue de él después?

—No sé. En estos días nadie se interesa en ello. Además, es algo que pasó hace mucho tiempo. Acuérdate cómo tú misma no sabías hasta el año pasado que Coco Siestadebebé es descendiente del Primer Discípulo. El caso del señor Dallergut es mucho más conocido, y supongo que en eso influye que sea el heredero de la Tienda después de tantas generaciones. Se dice que el descendiente del Segundo Discípulo podría estar en algún sitio creando sueños en el anonimato; e incluso hay rumores de que ya dejó este mundo, pero, al fin y al cabo, no existe ninguna certeza.

—Atlas —dijo secamente Vigo, como poniendo punto final a lo que Mog Berry acababa de decir.

—¿Cómo dice?

—El descendiente del Segundo Discípulo se llama Atlas. Quédate con el nombre —aclaró, mientras abría vigorosamente la puerta—. Me marcho. Si terminaron ya lo que tenían que hacer, dejen de perder el tiempo aquí y váyanse a casa.

Al mismo tiempo que Vigo salía, Speedo, que había estado entrevistándose con Dallergut, entró corriendo en la sala de descanso.

Dado que había terminado su sesión de negociación en menos que canta un gallo, Motail, quien tenía el siguiente turno, se apresuró a levantarse del asiento.

Penny salió antes de la sala cuando Motail estaba más o menos por acabar su entrevista y se quedó deambulando frente al despacho de Dallergut mientras esperaba su turno. Aparte de los clientes forasteros vestidos con ropa de dormir que había en el vestíbulo, se acercaban muchos de otras ciudades de camino a sus casas tras terminar la jornada.

El resultado del test que hizo momentos atrás seguía flotando por su cabeza como impurezas sobre la superficie del mar. Imaginó que a Motail probablemente le habría salido el tipo de personalidad del Primer Discípulo, el que simbolizaba el futuro. “Si él tiene como virtud innata el ser ambicioso y emprendedor, ¿cuáles serían mis puntos fuertes teniendo en cuenta que pertenezco al tipo del Segundo Discípulo? ¿Cómo podría beneficiarse ese personaje al que se le otorgó el poder de recordar todo eternamente?”. Penny no podía pensar más allá de que esa habilidad sólo le sería útil a ella a la hora de hacer un examen que requiriera memorizar cosas. A pesar de que estaba de acuerdo con Vigo en que la personalidad de la gente no podía dividirse en sólo tres clases, esos pensamientos no dejaban de rondar de manera absurda por su mente.

Estaba tan distraída por esas ideas que no notó que la puerta se había abierto. Motail se quedó mirando con extrañeza a la chica que seguía ahí de pie totalmente absorta.

—Penny, ¿te pasa algo?

—Ah, ya terminaste, ¿no? Descuida, no es nada.

—Menos mal. Ya puedes entrar —le dijo Motail amablemente, sosteniendo la puerta unos segundos. Parecía que le había ido bien en la negociación, pues se le veía contento.

—Gracias.

Al entrar en el despacho, Dallergut la saludó con la mano, mostrando un semblante alegre desde el otro lado de su escritorio. Llevaba puesto un suéter en el que se entrelazaban hilos blancos y negros, que parecían replicar los colores de su cabello rizado.

—Perdona, tuviste que esperar mucho, ¿verdad? Siéntate.

—No se preocupe, señor Dallergut.

Él se puso unas gafas de montura delgada que no solía llevar a menudo. Le daban un aspecto aún más observador, pero, al contrario de su pulida apariencia de perfeccionista, su despacho derrochaba personalidad de arriba abajo.

La caprichosa impresora vieja volvía a emitir la misma luz de aviso parpadeante de siempre y sobre la amplia mesa se encontraban en total desorden todo tipo de cosas, desde documentos por firmar, un antiguo diario y hasta alguna que otra lata de refresco.

—Hay gente que se siente más cómoda en un entorno menos organizado —le dijo con serenidad a la chica, como si le hubiera leído la mente—. Supongo que hoy no te harán falta las galletas para reconfortar el cuerpo y la mente.

—Claro que no —le respondió ella para aparentar que estaba tranquila.