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En el centro de una ciudad muy particular a la que sólo se accede cuando nos entregamos a los brazos de Morfeo, se encuentra la gran tienda de los sueños de Dallergut, un mágico lugar que ofrece a los clientes una variedad inimaginable de experiencias oníricas para todos los gustos y ocasiones: viajar a una isla paradisíaca, volver a encontrarnos con el amor de nuestra vida, volar por los aires, atravesar el océano nadando como un pez… Todo es posible en la tienda de Dallergut. Lo único que tenemos que hacer es elegir uno de los sueños que se exhiben en los mostradores y pagar luego con el sentimiento que nos evoca al despertarnos. Penny, nuestra joven protagonista será entrevistada por Dallergut y acabará incorporándose a la peculiar tienda, su lugar de trabajo soñado. Sin embargo, en su primer día de trabajo le robarán todo un día de ventas por el sueño de mayor valor del establecimiento... Una novela de fantasía misteriosa y conmovedora, y uno de los mayores éxitos recientes de la literatura coreana..
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Seitenzahl: 340
La legendaria tienda del tercer discípulo
Penny, con una melena corta bastante esponjada por la humedad y vestida con una cómoda camiseta, estaba sentada junto a una ventana del segundo piso de su cafetería favorita. Esa misma mañana había recibido una notificación de parte de la Galería de los Sueños: había pasado con éxito la evaluación de documentos y la citaban a una entrevista la semana siguiente. Para prepararse, se acercó a la librería del callejón contiguo a comprar un montón de manuales con preguntas de práctica y trucos para responder acertadamente en las entrevistas y ahora los estaba devorando uno por uno.
Sin embargo, llevaba un rato en el que su concentración había pasado a cero. El cliente que tomaba té en la mesa de al lado no paraba de balancear sus pies cubiertos con unos calcetines de colores hipnotizantes que dispersaban su atención.
El hombre, ataviado con una bata de dormir, sorbía su té con los ojos suavemente cerrados. Con cada soplo que le daba a la bebida, una agradable brisa forestal llegaba hasta el olfato de Penny. Seguramente estaba bebiendo una infusión para aliviar la fatiga.
—Hum, qué rico té… calientito… otra taza… ¿cuánto vale?
Tras decir esas pocas frases como si hablara en sueños, el hombre continuó meneando los pies a la vez que se relamía con sonoridad.
Penny le dio la vuelta a la silla para evitar tener a la vista los calcetines.
Aparte de él, había muchos más clientes vestidos con pijama en la cafetería. Sentada junto a la escalera que conducía a la planta baja, estaba una mujer, vestida con una bata de esas que te prestaban, que se rascaba con insistencia la nuca. Parecía sentirse algo agobiada, pues al poco rato se puso a hacer aspavientos.
Desde tiempos lejanos, esta ciudad en la que vivía Penny había prosperado por la venta de productos relacionados con el dormir y ahora era una metrópoli muy populosa. Sus habitantes estaban acostumbrados a mezclarse con forasteros que iban en pijama, y Penny, que había nacido y crecido allí, no era una excepción.
Penny le dio un sorbo al café. Al atravesarle el líquido amargo la garganta, los confusos sonidos de su entorno se debilitaron y se sintió más envuelta en el ambiente del lugar. Había sido una elección sabia pagar un poco más para que le echaran dos cucharadas extra de jarabe calmante en ese café. Acercó hacia sí el cuaderno de preguntas de práctica que tenía abierto sobre la mesa y comenzó a releer la pregunta que antes le estaba costando resolver.
P: ¿Quién fue el creador y con qué sueño ganó el Grand Prix por voto unánime del comité evaluador en la Gala de los Premios al Mejor Sueño en 1999?
Kick Slumber con Atravesando el Pacífico convertido en orca.Yasnooz Otra con Vivir como mis padres durante una semana.Wawa Sleepland con Observación de la Tierra flotando en el espacio.Doze con Un té con un personaje histórico.Coco Siestadebebé con Un matrimonio con problemas de fertilidad tiene trillizos.Sumida en el esfuerzo de encontrar la respuesta, dio unos mordisquitos a la punta del bolígrafo. Hacía muchísimo que pasó el año 1999. Como Kick Slumber y Wawa Sleepland eran creadores jóvenes, no encajaban como respuesta correcta, así que tachó esas dos opciones. Entonces el sueño ganador quizá fue Vivir como mis padres durante una semana. Si la memoria no le fallaba, era un producto relativamente reciente. Los sueños de Yasnooz Otra solían tener una propaganda inmensa antes de salir al mercado. Recordaba con claridad aquel eslogan rimbombante: “¡Ya no tendrán que sermonear a sus hijos por desobedecerlos! ¡Déjenlos vivir como ustedes por una semana!”, al igual que el aspecto de la modelo que lo decía en el anuncio.
Penny se debatió entre las otras dos opciones que quedaban y finalmente, marcó como correcta e) Coco Siestadebebé con Un matrimonio con problemas de fertilidad tiene trillizos.
Enseguida tomó la taza de su café para darle otro sorbo cuando, de pronto, las patas delanteras de un animal lanudo se posaron sobre el cuaderno. Del sobresalto, estuvo a punto de tirar el café con el dorso de la mano.
—No, la respuesta correcta a esta pregunta es a) —empezó a decir sin ningún saludo previo el dueño de aquellas patas—. 1999 fue el año en que Kick Slumber debutó y fue memorable porque ganó el premio también. Me pasé seis meses ahorrando para comprar ese sueño. Fue la primera vez en mi vida que tuve uno así de vívido; esa sensación de mis aletas atravesando el agua y el espectáculo del ondulante fondo marino… Al despertarme, ¡me dio mucha rabia no haber nacido como orca! Penny, Kick Slumber es un genio. ¿Sabes qué edad tenía entonces? ¡Sólo trece años!
El peludo animal se expresó con tanto orgullo que parecía que el logro había sido suyo.
—Ay, eres tú, Assam. Qué susto me has dado —dijo Penny apartando la taza—. ¿Cómo sabías que yo estaba acá?
—Te vi hace un rato cuando salías de la librería cargada con todos esos libros, así que imaginé que estarías aquí porque sé que en casa no estudias —dijo Assam, dirigiendo una mirada hacia la pila de libros que Penny había puesto sobre la mesa—. ¿Te estás preparando para una entrevista?
—¿Y cómo sabes también eso, si me han llamado justo esta mañana?
—A los noctilucas no se nos escapa nada de lo que pasa en este callejón.
Assam era uno de los noctilucas que trabajaban en el callejón. La labor de los noctilucas era ir detrás de los clientes dormidos para que no deambularan sin ropa, es decir, vestirlos si se desnudaban; para ello, iban siempre cargados con unas cien batas. Estaban dotados de unas patas delanteras enormes si se comparaban con el resto de su cuerpo y de ellas salían unas largas uñas, ideales para llevar colgadas las batas. Además, su aspecto suave y lanudo los hacía perfectos para ese trabajo. Aunque resultaba algo irónico que ellos mismos no necesitaran llevar ropa gracias a lo espeso de su pelaje, Penny creía que los clientes que merodeaban desnudos se sentirían más cómodos si esos esponjosos animalitos, igualmente sin atuendo como ellos, les repartieran las batas en vez de que lo hicieran personas adecuadamente vestidas.
—Puedo sentarme aquí, ¿no? Es que me duelen las patas de todo el recorrido que hice hoy.
Antes de que Penny contestara, Assam dejó caer su trasero en la silla de enfrente. Su peluda cola osciló a través del respaldo abierto de la silla.
—Estas preguntas son difíciles —dijo Penny, comprobando una vez más la pregunta en que falló—. Assam, ¿me vas a decir cuántos años tienes como para que sepas todas estas cosas?
—Es de mala educación preguntarle la edad a un noctiluca —respondió Assam fríamente—. En su día, yo también tuve que hincar mucho los codos cuando quería obtener un trabajo en el sector comercial. Luego lo dejé cuando me di cuenta de que conmigo iba mejor este oficio —añadió, mientras acariciaba las batas que llevaba sobre los hombros—: Como sea, ¡quién me habría dicho que vería a la despistada de Penny yendo a una entrevista en la Galería de los Sueños! Viví tanto como para ver esto. Tal vez se me está premiando en esta vida por las cosas buenas que hice en la anterior.
Penny estaba convencida de que era un milagro haber pasado la evaluación de documentos.
La Galería de los Sueños de Dallergut era un lugar de trabajo muy popular entre los jóvenes. Por sus altos salarios, la vistosa y clásica fachada de su edificio que era el símbolo de la ciudad, el sistema laboral con diversidad de incentivos y el regalo de un sueño caro que daban a los empleados en el aniversario de su fundación, las ventajas de tener un puesto allí eran innumerables. No obstante, nada de ello superaba el honor de poder trabajar junto a Dallergut.
Todos los habitantes conocían acerca del linaje y los remotos antepasados del propietario de la Galería de los Sueños, pues era su familia la que había erigido la ciudad. De sólo imaginarse trabajar con él, Penny se sentía tan henchida de orgullo que le daban ganas de saltar de alegría.
—Ojalá consiga pasar la entrevista —dijo Penny, apretando sus propias manos.
—Pero ¿la estás preparando sólo con estos libros? —preguntó Assam, hojeando el libro de ejercicios que estaba resolviendo Penny y volviéndolo a dejar sobre la mesa.
—Creo que debo memorizar todo cuanto me sea posible. Puede que me pidan que hable sobre los Cinco Creadores Legendarios de Sueños, que me pregunten cuál es el sueño más vendido en los últimos diez años o qué tipo de clientes viene en cada franja horaria. Oí que para las horas del turno que yo solicité, la mayoría de los clientes vienen de Australia occidental y de Asia. Estudié bien las diferencias horarias y los meridianos en donde cambia la fecha. ¿Sabes la razón por la que en esta ciudad recibimos visitas de clientes las veinticuatro horas del día? ¿Quieres que te lo explique?
De tanto entusiasmo, Penny estaba dispuesta a dar una clase magistral sobre ello en cualquier momento. No obstante, Assam agachó la cabeza en señal de completa desaprobación.
—Dallergut no te va a preguntar una cosa tan simple como ésa. Una respuesta así se la saben hasta niños de primaria.
Al ver que ella se desanimaba, le dio unas palmadas en la espalda.
—Descuida, Penny. ¿Sabes? Yendo y viniendo de un sitio a otro, tuve ocasión de escuchar muchas cosas acerca de ese señor. Aunque no lo aparente, soy alguien con muchos contactos, pues llevo ya varias décadas trabajando en este callejón —para que no le volviera a preguntar sobre la edad, siguió rápido con la explicación—: Dicen que a Dallergut le gusta conversar acerca de los entresijos de los sueños. No tengo absoluta certeza, pero probablemente te haga una pregunta que no tenga una respuesta correcta tan evidente. La verdad es que vine a visitarte para compartir esto contigo.
Assam descargó todas las batas que llevaba a sus espaldas en el suelo y empezó a buscar algo. Tras abrir un hueco entre aquel montón, sacó un bulto de tela. Lo abrió y de él salieron un montón de calcetines de dormir.
—Me he equivocado. Esto de aquí son calcetines para clientes que tienen los pies fríos… ¡Sí, aquí está!
Assam sacó un fino librito del tamaño de la palma de una mano. En la gruesa portada de color azul claro se leía el título grabado exquisitamente en oro:
La Historia del Dios del Tiempo
y el Tercer Discípulo
—¡Hacía mucho que no echaba mano de este libro! —exclamó Penny, reconociéndolo de inmediato.
Cualquiera que se hubiera criado en aquella ciudad lo conocía. Era una obra famosa que se recomendaba como lectura obligatoria a los niños de la localidad.
—A lo mejor te pregunta algo relacionado con esta historia; quizás una breve reseña y tus impresiones. Si no lo leíste más que una vez de pequeña, dale una nueva leída bien concienzuda ahora. Sobre todo, porque, como ya sabes, es una historia muy importante para Dallergut —Assam arrimó su asiento a Penny y, acercándole su cara al oído, le dijo—: Esto es un secreto… Cuentan que todos los empleados que trabajan en la Galería de los Sueños han recibido de parte de Dallergut un ejemplar del libro como regalo.
—¿Es cierto? —dijo Penny, tomando con presteza el libro.
—¡Ya lo sea o no, imagínate lo que significa para él si lo regala a todos…! ¡Ay, me tengo que ir a trabajar ya! —Assam desvió la mirada tras de sí, hacia la ventana que daba a la terraza y agregó—: Creo que acabo de ver a uno que anda dormido en ropa interior.
Tras menear su nariz marrón, se apresuró a recoger las batas que había dejado esparcidas. Penny le ayudó devolviendo los calcetines al hato.
—¡Ya me contarás cómo te fue en la entrevista! ¡Buena suerte! —en lo que se levantaba de la silla, Assam no pudo evitar seguir mirando en dirección a la ventana—. Creo que hoy al menos no se quitará los calzones, por suerte —murmuró para sí mismo.
—Gracias, Assam.
Como respondiéndole con un “de nada”, meneó su cola en círculo y pronto desapareció bajando al primer piso.
Penny, aliviada, dio unas palmaditas sobre el libro que le había dejado.
Assam tenía bastante razón en lo que decía. ¿Cómo no se le ocurrió leerlo? Sus páginas narraban los orígenes de esa gran avenida comercial, el nacimiento de la ciudad y los inicios de la Galería de los Sueños. Si Dallergut era alguien que le daba importancia a la Historia, era muy posible que las respuestas estuvieran ahí.
Sin pensárselo más, metió en el bolso esa libreta que había plagado de tachones y enseguida se terminó el resto del café de un trago. Tras enderezar su postura, abrió el libro que Assam le había dado.
La Historia del Dios del Tiempo y el Tercer Discípulo
En tiempos muy remotos existía un dios que controlaba el tiempo de las personas. Un día como cualquier otro, cuando este Dios del Tiempo se encontraba disfrutando de su almuerzo, tomó conciencia de pronto de que a él no le quedaba mucho tiempo, así que llamó a una reunión a sus tres discípulos para darles la noticia.
El primer discípulo, que era el más resuelto y osado, le preguntó a su maestro qué deberían hacer de ahora en adelante. El segundo, de corazón tierno, empezó a derramar lágrimas en silencio al rememorar los tiempos pasados con su maestro. Por último, el tercero permaneció callado esperando a que el maestro terminara de hablar.
—Mi tercer discípulo, siempre tan prudente y reflexivo, respóndeme a esta pregunta: si los tres tuvieran que compartir el control del tiempo, ¿cuál elegirías tú de entre pasado, presente o futuro?
Tan pronto como el Dios del Tiempo propuso la cuestión, el tercer discípulo lo pensó un poco y respondió que se quedaría con el tiempo restante que no eligieran los otros dos.
El impulsivo primer discípulo, temiendo perder su oportunidad, fue raudo en anunciar que se llevaría el futuro:
—Concédame el poder de no quedarme estancado en el pasado para ser un buen gestor del futuro.
Él siempre había sido fiel creyente de que la virtud más admirable era ser capaz de apoderarse del futuro dejando atrás el pasado. El Dios del Tiempo le otorgó el futuro, a la vez que la capacidad para olvidar fácilmente el pasado.
Acto seguido, el segundo discípulo dijo cautelosamente que él se llevaría el pasado. Pensaba que con los recuerdos se podía ser feliz eternamente, pues no habría nada que lamentar ni echar de menos. El Dios del Tiempo le otorgó el pasado y, al mismo tiempo, el don para recordarlo todo infinitamente.
Sosteniendo en la mano el presente, un trozo puntiagudo e inconmensurablemente más corto que el pasado y el futuro, el Dios del Tiempo le preguntó al tercer discípulo:
—¿Te encargarás del fugaz presente?
A lo que él respondió:
—No, me gustaría que repartiera el presente a todas las personas por igual.
El Dios del Tiempo se extrañó por su respuesta.
—¿No hubo ningún tiempo que valoraras más en todo lo que estuviste aprendiendo conmigo? —preguntó, en un tono que denotaba gran decepción.
Entonces fue cuando el tercer discípulo, tras mucho pensárselo, se decidió a explicarle su postura:
—El tiempo que en más estima tengo es cuando todos duermen. Durante esos momentos, no hay remordimientos acerca del pasado y desaparece la ansiedad acerca del futuro. No obstante, las personas que recuerdan un pasado feliz no incluyen en sus memorias el tiempo durante el que estuvieron dormidos, los que anticipan un grandioso futuro no esperan con ganas las horas de descanso. Y los que están profundamente dormidos no son conscientes de su presente, ¿cómo podría yo, que me falta tanto por aprender, ofrecerme a gobernar ese tiempo tan complicado?
Al escuchar lo que decía, el primer discípulo se rio de él para sus adentros y al segundo le causó un poco de sorpresa; todo porque ellos siempre habían pensado que era un tiempo inservible. No obstante, el Dios del Tiempo le concedió de buen grado el tiempo del sueño a su tercer discípulo.
—¿Les parece bien a los dos que quite de sus tiempos las horas del sueño y se las dé a él?
—Por supuesto que sí —respondieron los discípulos primero y segundo sin vacilar.
Así, los tres se dispersaron tras haber recibido sus respectivos tiempos.
En un comienzo, el primero y el segundo estuvieron muy contentos con el futuro y el pasado y con los poderes que les había otorgado el Dios del Tiempo.
Ensimismado con el futuro, el primer discípulo y sus seguidores pudieron olvidarse hasta de todos los momentos insulsos y, tras abandonar su pueblo natal, se asentaron en un reino más extenso, donde se ilusionaron con planes para un nuevo futuro.
El segundo, tan admirador del pasado, también se sintió muy feliz junto a sus discípulos. Estaban muy agradecidos por poder recordar indefinidamente acontecimientos entrañables, al igual que las hermosas caras de su juventud.
Sin embargo, pronto empezaron a surgir problemas.
Con el primer discípulo, de sólo pensar nada más que en el futuro, los recuerdos del pasado olvidados se acumularon en tal cantidad que empezaron a apilarse en capas, a modo de niebla, en aquella tierra donde ellos vivían. Debido a lo espesa que era, la gente no era capaz de encontrar a amigos y familiares Al desaparecer los recuerdos compartidos con sus seres queridos, acabaron olvidando hasta el objetivo mismo por el cual soñaban acerca del futuro. Terminaron convertidos en personas incapacitadas para ver no sólo el porvenir, sino también lo que tenían justo enfrente.
La situación del segundo discípulo no era mejor.
Su gente, que vivía atrapada en el pasado, no aceptaba el correr del tiempo, las separaciones inevitables, ni la muerte de uno mismo y los otros. Propensos a afligirse, sus lágrimas penetraban sin cesar tierra abajo, terminando por formar una cueva gigante en la que los emocionales aldeanos acabaron por ocultarse.
El Dios del Tiempo, testigo de lo que ocurría, esperó en silencio a que todos estuvieran dormidos y, dándole la espalda a la luna, se escondió en sus dormitorios. Sacó de su pecho el afilado pedazo del presente y, agarrándolo con firmeza, cortó en seco la sombra que se cernía sobre sus cabezas.
A continuación, con la sombra cortada en una mano y una botella vacía en la otra, salió a la oscura intemperie.
Primero, el Dios del Tiempo llenó la botella con los recuerdos blanquecinos como la niebla desechados por el primer discípulo y sus seguidores. Luego, recogió las lágrimas derramadas por el segundo discípulo y sus seguidores y se las guardó en el pecho.
Por último, sin que nadie se enterara, fue en busca de su tercer discípulo.
—¿Qué le trae a mí en medio de la noche, maestro?
Sin decir nada, el Dios del Tiempo posó una a una las cosas que traía sobre la mesa: la sombra dormida, la botella que contenía los recuerdos olvidados y las redondas lágrimas.
El tercer discípulo, ya con cierta idea de las intenciones que guardaba su maestro, le preguntó:
—¿Cómo podría usar eso para ayudarles?
En vez de responderle, el dios enganchó con su dedo la sombra que dormía plácidamente y la metió en la botella llena de recuerdos. Ésta, en plena confusión, intentó abrir los ojos, pero justo entonces él vertió las lágrimas dentro de la botella. Así, tuvo lugar un misterioso fenómeno: las lágrimas se convirtieron en ojos para la sombra y ésta los abrió y comenzó a vivir dentro de los recuerdos.
El Dios del Tiempo le pasó la botella al tercer discípulo diciéndole:
—Haz que cuando las personas duerman, sus sombras permanezcan despiertas en su lugar.
Aun siendo sabio, el discípulo no pudo comprender las palabras de su maestro.
—¿Se refiere a que mantenga a las personas pensando y sintiendo mientras duermen? ¿Cómo podría esto servirles de ayuda?
—La sombra experimentará en vez de ellos todo tipo de cosas durante la noche y las memorias resultantes de esas experiencias harán más resilientes los corazones de aquellos que se asemejan en su desánimo al segundo discípulo. Además, ayudará a los atrevidos como el primer discípulo a que puedan recordar lo que les conviene no olvidar cuando amanezca un nuevo día.
Una vez terminada la explicación, el Dios del Tiempo empezó a sentir que se iba agotando el tiempo que tenía concedido.
Viendo cómo iba perdiendo consistencia su querido maestro, el tercer discípulo de inmediato comenzó a gritar:
—¡Enséñeme más cosas, maestro! ¿Cómo debo guiar a las personas para que comprendan estos asuntos? ¡Ni siquiera sé qué nombre ponerle a esto!
—Ellos no necesitan saber nada. Más bien, será mejor que no tengan mucha idea de ello. Acabarán aceptándolo por sí solos —le contestó el dios con una sonrisa:
—Le ruego que al menos le dé un nombre. ¿Debería llamarlo “milagro”? ¿O quizás “alucinación”? —le rogaba el discípulo con desesperación.
—Llámalo “sueño”. Contigo, tendrán sueños cada noche a partir de ahora.
Por último, el Dios del Tiempo desapareció sin dejar rastro.
A Penny le sobrecogió una extraña sensación tras cerrar el libro. Al igual que cuando lo leyó de pequeña, le pareció una historia distante y absurda, como un cuento de fantasía para niños. Sin embargo, era cierto que en el mundo había muchas cosas que no se podían comprender a no ser que fuera mediante la fe. De la misma manera que se acaba por aceptar la dinámica del ciclo vital, en el que se nace de la nada y se recibe la muerte aunque se haya estado viviendo hasta poco segundos antes, los habitantes de la ciudad habían asimilado la parábola con naturalidad. Ciertamente, el hecho de que todos nosotros soñemos cada noche, la Galería de los Sueños que el Tercer Discípulo creó hace tantísimo tiempo, y los que lo sucedieron hasta llegar a Dallergut eran la prueba de que todo ello seguía vivo.
Penny volvió a percibir a Dallergut como un personaje mitológico e inaccesible. Pensar que en pocos días estaría hablando con él a solas en la entrevista la emocionaba, a la vez que le producía mariposas en el estómago y temblores de nerviosismo. Por ese día, lo mejor sería irse a la cama.
Después de volver a su casa con la pila de libros, no soltó en ningún momento el ejemplar que Assam le había dado hasta que se quedó dormida. Es más, lo leyó una y otra vez antes del día de la entrevista hasta aprenderse de memoria la historia entera.
Por fin llegó el día en el que había acordado entrevistarse con Dallergut. Habiendo llegado a una hora temprana a la Galería de los Sueños, situada en una esquina de cruce de avenidas, Penny se puso a inspeccionar el vestíbulo de la primera planta en busca del despacho de Dallergut.
Allí deambulaban personas vestidas con una camiseta vieja y pantalones sueltos a modo de pijama y otras en batas que tomaron prestadas de los noctilucas observando los productos que había en los mostradores.
—Vaya, éste es el artículo más reciente de Kick Slumber: Soñar con ser tortuga elefante de las Galápagos. A ver, a ver… ¡Fue puntuado por los críticos más exigentes con 4.9 estrellas! Dice: “Espectacular desde dentro y fuera del caparazón”. ¡Qué cosa! Como siempre, estas reseñas tan cortas no orientan mucho a la gente.
Un cliente en pantalón de pijama estampado con un millar de estrellas estaba debatiéndose frente al estante de “novedades más populares” con una caja de los sueños en las manos. Penny debía encontrar prontamente el despacho de Dallergut a donde tenía que acudir en diez minutos, pero no lograba avistar por ningún lado un sitio digno de ser el despacho del tan renombrado directivo. Hizo un intento de preguntarle a una empleada, pero la señora de mediana edad que estaba a cargo de la recepción hacía llamadas telefónicas sin cesar. Fue justo en el momento en que se cruzó con una chica que iba hablando por teléfono en un claro tono de enojo. Otras ataviadas con faldas de lino estaban tan atareadas que no repararon en Penny.
—¡Mamá! ¡Qué desastre! ¡Qué bobadas de preguntas me hizo! ¡Me pasé los últimos cinco años analizando al dedillo los sueños más de moda y el estado actual de la industria, para que al final no me preguntaran nada de eso!
No había duda de que era una candidata que acababa de pasar a la entrevista antes que ella. Vocalizando lo mejor posible, Penny le preguntó desesperada:
—¿Dónde está el despacho?
La chica le respondió con frialdad, apuntando con el dedo hacia arriba y le dio la espalda sin más, desapareciendo entre el gentío.
Allí donde había señalado había una escalera de madera que conducía a la primera planta. Al fijarse bien, vio un papel pegado sobre una puertecilla entreabierta a la derecha que decía “Sala de entrevistas”. Aquella pequeña puerta, a la que le hacía falta una mano de pintura y de la cual colgaba ese cartel escrito con poco esmero, le pareció más propia de un aula de escuela antigua.
De pie frente a la puerta, Penny contuvo la respiración para camuflar su nerviosismo. Dudosa de que aquel lugar fuera el despacho de Dallergut, golpeó con los nudillos a la puerta por educación, aunque ya estuviera abierta.
—Entre.
Una voz contundente salió del interior de la habitación. Podía reconocerla, la había oído en ciertas ocasiones en charlas emitidas por la radio.
Indudablemente, el que se encontraba dentro era el mismísimo Dallergut.
—Con permiso.
Por dentro, el despacho era todavía más reducido de cómo se veía desde fuera. Dallergut se encontraba detrás de un escritorio alargado, lidiando con una vieja impresora.
—Entra, entra. Perdona, pero ¿te importa esperar un segundo? Siempre que tengo que imprimir algo, el papel se me queda atascado.
Llevaba una camiseta bien planchada y se le veía más alto y delgado que en la televisión o las revistas. Su cabellera, ligeramente ondulada y despeinada, estaba compuesta en su mitad por canas. Sacó a la fuerza unos papeles de la impresora que parecían ser los documentos de solicitud de Penny. Aunque estaban completamente arrugados y los bordes hechos trizas se habían quedado dentro de la máquina, se mostró satisfecho de tenerlos en las manos.
—Por fin lo conseguí.
Al acercarse Penny, le extendió una rugosa y huesuda mano para estrechar la de ella. Penny, de lo más nerviosa, se secó el sudor de la palma en su ropa antes de recibir la mano de Dallergut.
—Mucho gusto, señor Dallergut. Me llamo Penny.
—Encantado, Penny. Estaba deseando conocerte.
A pesar de que estaba en aquel descuidado despacho que más bien se asemejaba a un almacén, Dallergut irradiaba refinamiento. De cerca, aquellos ojos negros, a pesar de sus años, brillaban como los de un jovenzuelo. Al darse cuenta de que se había quedado mirándolos fijamente por demasiado tiempo, Penny desvió la vista de inmediato.
Su oficina estaba llena de cajas que seguramente contenían sueños. Entre ellas había algunas que parecían llevar mucho tiempo allí, a juzgar por lo blandas que estaban de absorber la humedad. También había otras que serían bastante recientes, pues su envoltorio lucía lustroso.
Como queriendo atraer de nuevo la atención de Penny, Dallergut arrastró ruidosamente una silla de metal y tomó asiento.
—Siéntate tú también —dijo señalando a una silla que había al lado de ella—. Siéntete cómoda. Mira, éstas son mis galletas favoritas. Prueba una —añadió, ofreciéndole una con numerosos trocitos de frutos secos incrustados que tenía una pinta deliciosa.
—Gracias.
Al tomar un bocado, se le descargó la tensión que traía en los hombros y sintió mucho menos sofocante el aire a su alrededor. Por alguna extraña razón, aquella habitación tan poco familiar empezó a parecerle acogedora. Sentía algo parecido a cuando se tomó aquel café con jarabe relajante en su cafetería favorita, pero en un grado aún mayor. Creyó que la galleta que le había dado tenía algún poder especial.
—Recuerdo tu nombre perfectamente —comenzó Dallergut, rompiendo el silencio—. Tu solicitud me causó una profunda impresión. Sobre todo, encontré admirable la línea que escribiste: “No importa lo bueno que sea un sueño, al fin y al cabo, no es más que un sueño”.
—¿Cómo…? Eh, pues, eso…
Su currículo no tenía nada de especial, así que incluyó esa oración con la idea de atraer la atención de Dallergut. La había olvidado por completo hasta entonces. ¿Habría llamado a esta novata que se atrevió a enviar tal cosa para conocerla? Debería haber sospechado que algo no iba bien en el momento en que esa solicitud tan patética fue aprobada. Escrutó el semblante de Dallergut, pero afortunadamente no le estaba transmitiendo ningún sentimiento de burla. La estaba mirando con real interés.
—Me alegra oír que le haya causado buena impresión —dijo ella, con timidez.
—Bueno, ¿qué te parece si vamos a la cuestión central?
Tras pensar unos momentos en qué preguntarle, Dallergut levantó la cabeza y miró hacia la esquina izquierda del techo. Penny tragó saliva.
—Me gustaría que me dieras libremente tu opinión acerca de los sueños.
Le había preguntado algo extremadamente difícil de contestar.
Penny inspiró profundamente e intentó recordar la respuesta modelo que daba el manual de preparación para entrevistas.
—Pues… Un sueño es una experiencia de lo que no podemos vivir en la realidad… Y, como una forma alternativa a lo imposible de realizar, los sueños…
En lo que estaba elaborando su respuesta, no le pasó desapercibida la desilusión que se dibujó en el rostro de Dallergut. Imaginó que quizá los candidatos que asistieron a la entrevista antes que ella le habrían contestado con lo mismo.
—Pareces ser una persona completamente diferente a la que rellenó esta solicitud —dijo él, toqueteando los documentos sin dirigirle la vista.
El instinto le decía a Penny que esa respuesta había llamado a una descalificación que ahora sobrevolaba su cabeza. Tenía que cambiar la trayectoria de la situación como fuera.
—No obstante, aunque se puedan experimentar vivencias que son imposibles en la realidad, ¡no hay modo de que los sueños se conviertan en algo real!
Ni Penny misma sabía qué era lo que estaba diciendo, simplemente estaba bajo la creencia de que debía responder con algo diferente que los demás. El presentimiento le decía que eso era lo que Dallergut buscaba. Además, si la razón por la que había pasado con éxito la evaluación de documentos fue la osada frase “un sueño, al fin y al cabo, no es más que un sueño” que Dallergut mencionó, mantener coherencia con ella era crucial.
—Yo pienso que por muy bueno que sea lo que soñamos, al despertar sólo se queda en un sueño.
—¿Y qué te hace pensar eso? —volvió a preguntar en un tono más serio.
Penny estaba desconcertada. Evidentemente no tenía razones que exponer para una respuesta que había inventado de manera espontánea. Aunque sabía que no era lo más apropiado en el momento, decidió echarse a la boca rápidamente otra de esas galletas para ver si al menos eso la ayudaba en algo.
—No tiene un significado más allá de lo mismo. Oí que los clientes olvidan la mayoría de los sueños que tuvieron, así que, tal y como dije, los sueños se quedan sólo en sueños y cuando uno despierta, no son más que eso; pero es justo así como no interfieren con la realidad. A mí me parece bien eso de que no sobrepasen unos límites.
Penny, aun con la garganta seca, tragó saliva. Considerando que no le sería favorable que el silencio se alargara, contestó con lo primero que se le ocurrió, pero podía darse cuenta fácilmente de que con esa respuesta la trayectoria de la entrevista había cambiado de sentido.
—Ya veo. ¿Eso es todo lo que opinas acerca de los sueños?
Habiendo llegado a ese punto, Penny optó por decir todo lo que tenía preparado. Una vez que saliera de aquel despacho, no habría más oportunidad de volver.
—La verdad es que antes de venir a la entrevista leí varias veces La Historia del Dios del Tiempo y el Tercer Discípulo. En ella, el Tercer Discípulo se ofreció a gobernar “las horas de sueño”, un tiempo en el que los otros discípulos no tenían interés alguno.
Al ver la expresión que tomó Dallergut, no le quedó ninguna duda de que seguir la recomendación de Assam de leer el libro había sido una excelente decisión. Ahora volvía a mirarla con los mismos ojos llenos de entusiasmo que al principio.
—Yo no lograba comprender la elección del Tercer Discípulo. Con el futuro que había elegido el Primero, existía una infinidad de posibilidades para todas las cosas; y con el pasado que escogió el Segundo, se tenían todas las valiosas experiencias vividas hasta la fecha. La ilusión acerca del futuro y la sabiduría que da el pasado: estas dos cosas son algo muy importante conforme vamos viviendo el presente.
Dallergut asentía con la cabeza de un modo casi imperceptible y Penny prosiguió diciendo:
—Pero ¿qué pasa con el tiempo en el que dormimos? Es obvio que durante las horas de sueño no ocurre nada. Pasamos ese tiempo simplemente acostados. Visto desde un punto positivo, se trata de un descanso, pero, ciertamente, habrá algunos que lo considerarán una pérdida de tiempo, pues ¡nos pasamos un total de varias décadas de la vida acostados! No obstante, el Dios del Tiempo le confió a su discípulo más predilecto el “tiempo del sueño” y a la vez le pidió que hiciera soñar a las personas durante las horas que dormían. ¿Por qué sería?
Con esa pregunta lanzada, Penny aprovechó para hacer una pausa y ganar algo de tiempo para pensar.
—Cada vez que me detengo a reflexionar sobre los sueños, me surge esta duda: ¿por qué la gente duerme y sueña? Porque todas las personas somos imperfectas y al mismo tiempo ignorantes, cada una a su manera. Ya sea gente que sólo ve lo que tiene delante como el Primer Discípulo, o gente que se aferra al pasado como el Segundo, es fácil que a uno se le escape lo que es realmente importante. Por eso mismo, el Dios del Tiempo le encargó al Tercer Discípulo las horas de sueño e hizo que ayudara a los otros dos. ¿Por qué con sólo dormir desaparecen, como nieve que se derrite, las preocupaciones de ayer y encontramos fuerza para vivir un nuevo día? Es justo por esto: ya sea si dormimos profundamente sin soñar o si tenemos los sueños agradables que se venden en esta Galería, todos aprovechamos el tiempo en que dormimos para dejar zanjados los asuntos del día anterior y prepararnos para el siguiente. Visto así, las horas de sueño dejan de ser un tiempo inservible.
Penny respondió con lo que había leído en el libro contándolo a su manera. Hasta ella misma estaba asombrada de lo elocuente que se mostraba hoy. Los mayores no estaban equivocados al insistir tanto en que había que leer libros. Llena de confianza, quería quedar como una candidata que deja una fuerte impresión diciendo más cosas del estilo.
—En mi opinión… El dormir y los sueños… en una vida que se extiende vastamente ante nosotros, son como un punto y seguido que el Dios del Tiempo nos ha concedido con benevolencia para que hagamos una pausa.
Así terminó Penny su respuesta con gran satisfacción. Dallergut adquirió una expresión difícil de dilucidar. De repente, a ella le pareció que la retahíla que acababa de decir había sonado quizá demasiado rebuscada. Debería haberse moderado cuando la conversación tomó un giro favorable.
La quietud se hizo en el despacho. Detrás de aquella puerta el lugar seguía abarrotado de clientes, pero en la oficina de Dallergut reinaba una tranquilidad y un silencio absolutos. Penny sintió súbitamente una gran sed.
—Gracias, Penny. Se nota que has reflexionado en profundidad acerca de los sueños —dijo Dallergut escribiendo algo sobre los documentos. Apartó las manos de los papeles y entrelazó sus dedos delante de su cara para luego quedarse mirando a Penny con fijeza.
—Ahora te haré una última pregunta. Como bien sabes, en esta avenida hay muchas otras tiendas de sueños aparte de nuestra Galería. ¿Hay alguna razón en particular por la que deseas trabajar aquí en vez de en otros sitios?
Estuvo tentada a responder que se sentía atraída por los altos salarios que ofrecían, pero desechó la idea de decir algo así, pues no quería ser franca en exceso en la primera entrevista. Eligiendo bien sus palabras, contestó con calma:
—Cada vez hay más establecimientos que venden sueños sensacionalistas. Recuerdo lo que mencionó en su entrevista para la revista Cuestión de Interpretación; lo de que algunos comercios pretenden hacer dormir más a personas que ya han dormido lo suficiente y los incitan a comprar más sueños en busca de placer. Escuché que en la Galería de Sueños Dallergut no se fomenta tal cosa. Sé que es partidario de que los clientes sueñen sólo lo necesario y que recalca siempre que lo importante es la realidad. Eso está más en consonancia con lo que el Dios del Tiempo esperaba de su Tercer Discípulo: un control moderado que no interfiriera con la realidad. Ése es el motivo por el que solicité un puesto aquí.
Fue entonces cuando a Dallergut se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja. A ella le pareció diez años más joven cuando lo vio sonreír. Sus oscuras pupilas estaban enfocadas plácidamente en la nueva empleada.
—Penny, ¿podrías empezar a trabajar desde mañana?
—¡Por supuesto!
En ese instante notó cómo el bullicio de los clientes en el exterior penetraba en aquella habitación que hasta entonces había percibido como en el silencio más absoluto. Penny acababa de conseguir su primer trabajo.
Penny iba de camino a su primer día de trabajo con la nariz perlada de sudor. Para celebrar que había conseguido el puesto, se había reunido con sus familiares y luego había estado charlando con sus amigos por teléfono hasta la madrugada; con lo cual, esa mañana habían terminado por pegársele las sábanas.
En especial, Assam insistió en que le contara los detalles de cuánto y cómo le había servido de ayuda el libro que le había dado.
—¿Cómo dices que fue la cara que puso Dallergut cuando le contestaste eso? ¡Cielos! ¡Veo que, al final, el libro que te di fue decisivo! ¡Ni más ni menos que el libro que yo te di!
La conversación telefónica no terminó hasta que ella le dejó prometido que lo invitaría a una buena comida en señal de agradecimiento.
Aquel día en especial, una multitud de personas, tanto residentes de la ciudad como clientes sonámbulos, estaban creando un caos en las aceras.
Penny consiguió liberarse de aquella ola humana disculpándose todo el tiempo con la gente contra la que chocaba. No fue hasta que llegó al callejón trasero de la Galería cuando por fin pudo recuperar el aliento. Parecía que por suerte se salvaría de llegar con retraso.
Un dulce aroma a frutas asadas y leche hirviendo llenaba aquel callejón. Como no había desayunado nada, consideró si tendría o no tiempo suficiente como para comer al menos un poco de fruta, pero la fila para comprar era muy larga.
—¿Cómo es que hay tanta gente en la calle hoy? —pensó el cocinero del puesto ambulante, conformado por un camión de frutas, frotándose las manos al ver toda la clientela que tenía. Con una mano le daba la vuelta a las brochetas de frutas que se estaban asando sobre la parrilla y con la otra removía el cucharón que tenía metido en una olla gigantesca. Lo que estaba hirviendo en la olla era leche de cebolla frita. Era una bebida de lo más popular, ya que, cuando se bebía calientita, cualquiera se quedaba dormido como un lirón.
Muchos de los clientes ya estaban sorbiendo de la taza de leche de cebolla que acababan de comprar. Los de edad más avanzada bebían con una expresión de relajamiento total en sus rostros, mientras que los niños, luego de unos sorbos, ponían cara de estar bebiendo una medicina intragable. Uno de ellos hasta estaba derramando leche sobre el suelo a propósito.
—¡Oye, no ensucies el suelo! —dijo un noctiluca que salió de la nada, abriéndose paso con sus peludas patas delanteras e interponiéndose entre Penny y el niño. El noctiluca, de una complexión mucho más menuda que Assam, empezó a limpiar el suelo refunfuñando. Penny se retiró del sitio temiendo que se le fueran a empapar los calcetines, pues había salido sin zapatos para correr cómodamente.