El corazón del jefe - Barbara Hannay - E-Book

El corazón del jefe E-Book

Barbara Hannay

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Beschreibung

¿Abandonaría su modo de vida para hacerla a ella su mujer? Sally Finch llegó a Sidney buscando un nuevo comienzo. No quería empezar ninguna relación, por eso intentó ignorar con todas sus fuerzas la atracción que sentía hacia su jefe, Logan Black. Logan estaba absolutamente concentrado en los negocios y cualquier otra cosa era secundaria en su vida. Pero eso comenzó a cambiar cuando la alegre y divertida Sally se ofreció a enseñarle a bailar para que pudiera acudir a un baile benéfico. Pronto Sally se dio cuenta de que se estaba enamorando de Logan, pero el amor era cosa de dos y sabía que sería muy difícil ganarse el corazón de aquel hombre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Barbara Hannay

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El corazón del jefe, n.º 5 - mayo 2020

Título original: Blind Date with the Boss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-870-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SALLY Finch se plantó delante del espejo en la bonita casa adosada que había heredado recientemente y enseguida se dio cuenta de que había cometido un gran error.

Hasta tal punto era importante la entrevista de trabajo que tenía. Si no empezaba a ingresar dinero cuanto antes, le sería imposible permanecer en aquella preciosa casa que tanto amaba y donde tan a gusto se encontraba desde que tenía seis años. Tampoco podría empezar su nueva vida como mujer independiente en Sidney, la meta que se había fijado para rehacer su vida. En resumen, no tendría dinero ni para comer.

Sally estudió en silencio la imagen reflejada en el espejo y se dijo que al menos debería ser capaz de reconocerse.

¿En qué se había equivocado?

Se había levantado temprano, emocionada y excitada ante las perspectivas del día que acababa de empezar, y después de asearse y tomar un desayuno adecuadamente nutritivo a base de fruta y yogur en la alegre y soleada cocina de Chloe, todavía pensaba en la casa como de su madrina, subió los escalones de dos en dos hasta su habitación para arreglarse.

El carísimo vestido azul marino que había comprado para la ocasión le quedaba como un guante. Tejido en pura lana virgen y con el cuello en color blanco, el vestido caía en líneas rectas y simples desde los hombros hasta las rodillas y era el paradigma de la sencillez y la elegancia. Sally lo había elegido con la esperanza de ofrecer una imagen de eficiencia y profesionalidad, pero ahora, al mirarse al espejo, se dio cuenta de que tenía un gran parecido con su profesora de tercer curso.

Además, el vestido parecía acentuar su delgadez, una delgadez de la que tanto se habían burlado sus hermanos durante su infancia, mientras cabalgaban o recorrían en los quads el rancho que la familia poseía en Tarra-Binya.

Ahora, sin embargo, a sus veintitrés años y a punto de iniciar una nueva vida en Sidney, a Sally le hubiera encantado mostrar algo más de sus curvas femeninas.

¿Qué le habría parecido el vestido a Chloe?, se preguntó. Su madrina había sido una mujer con mucho estilo y una capacidad envidiable para sacar el máximo provecho a la vida, además de ser una mujer sensible y cariñosa capaz de animar a su amada ahijada hasta en los momentos más difíciles.

Pero ahora Chloe no estaba allí para ayudarla, y, reprimiendo unas lágrimas que no podía permitir en una mañana tan importante, Sally ladeó la cabeza y estudió el recogido de su pelo. Quizá se había pasado un poco.

Después de todo, la entrevista en la Asesoría Minera Blackcorp era para un puesto de recepcionista, y, si se lo daban, estaría todo el día hablando con todo tipo de gente.

Sally era una persona extrovertida a quien le encantaba relacionarse con la gente, y siempre había deseado tener un trabajo de ese tipo. Pero ahora, al mirarse al espejo, se dijo que su aspecto era demasiado serio.

El moño sobraba.

Frenéticamente, empezó a quitarse las horquillas. No tenía tiempo para cambiarse de ropa, pero no podía presentarse a la entrevista con aquella pinta tan seria. Los rizos rubios empezaron a enmarcarle la cara y devolverle su personalidad.

En aquel momento sonó el timbre de la puerta.

Oh, no.

Ahora no.

¿Quién demonios podría ser, a las ocho de la mañana?

Sally se acercó a la ventana y apartó la cortina. Entonces vio a su cuñada con la pequeña Rose en brazos pulsando de nuevo el timbre.

–¡Anna! ¡Estoy en mi habitación! –gritó desde arriba.

Anna levantó la cabeza. Su expresión era tan pálida y aterrorizada que lo primero que pensó Sally fue que le había ocurrido algo a Steve, su hermano, que trabajaba en una plataforma petrolífera frente a la Costa Occidental australiana.

Sin pensarlo dos veces, Sally bajó corriendo a abrir.

–¿Qué pasa? ¿Es Steve? –preguntó abriendo la puerta.

–No, Steve está bien. Es Oliver. Tiene un terrible ataque de asma.

Entonces Sally vio el coche azul de Anna aparcado junto a la puerta. Allí estaba el pequeño Oliver, de sólo tres años de edad, pálido como el papel y con el rostro desencajado, sin duda haciendo un gran esfuerzo para respirar.

–He llamado al médico y me ha dicho que lo lleve directamente al hospital –dijo Anna.

–Pobrecito. ¿Qué quieres que haga?

–Pensé que te podrías quedar con Rose –dijo Anna entregándole a la pequeña–. No puedo llevarla conmigo al hospital.

Sally estuvo a punto de decirle que tenía una importante entrevista de trabajo de la que dependía en parte su futuro en Sidney, pero no lo hizo. Anna necesitaba su ayuda, y ella tenía muy claras sus prioridades.

–Sabía que no te importaría –dijo Anna, que, sin esperar la respuesta de su cuñada, dejó en el suelo la bolsa que llevaba colgada al hombro–. Todo lo que necesitas está aquí.

–Vete tranquila.

Sally miró a la pequeña de quince meses, una masa de rizos rubios en la cabeza y una encantada sonrisa en los labios, y se le hundió el corazón.

¿Qué haría con la niña mientras iba a la entrevista? Ya casi llegaba tarde. Y todas sus esperanzas giraban alrededor de conseguir aquel trabajo. Ya tenía un buen número de facturas pendientes que no podían esperar más.

–Eres maravillosa, Sally –dijo Anna–. Es maravilloso tener a alguien cerca –añadió bajando la escalera de la entrada. Al llegar al último escalón se volvió a mirarla con expresión curiosa–. ¿Qué demonios te has hecho en el pelo? –preguntó con extrañeza.

–Oh.

Sally sabía que no debía de tener muy buena pinta, con el moño a medio deshacer y un montón de horquillas colgando por todo el pelo.

–Es un experimento –le respondió con una forzada sonrisa–. Me estaba probando un nuevo estilo.

Anna se encogió de hombros, sacudió la cabeza como si se hubiera vuelto loca y echó a correr hacia el coche.

 

 

Logan Black estaba sentado en su despacho, desde el que se divisaba todo el puerto de Sidney, mientras hablaba por teléfono.

–Siento no poder darte una respuesta afirmativa en este momento, Charles, porque no puedo considerar la propuesta sin que…

Logan se interrumpió a mitad de la frase. Pocas cosas le distraían de una conversación de trabajo, pero hubiera podido jurar que había oído una risita debajo de su mesa.

Era imposible.

Ridículo.

–Como te estaba diciendo… –Logan volvió a interrumpirse. Esa vez notó que le tiraban del cordón del zapato–. ¿Qué demonios…?

Girando el sillón de cuero, se agachó para echar un vistazo bajo las profundidades de su espacioso escritorio de madera de cerezo, y casi se le cayó el teléfono de la mano.

Una niña le sonreía de oreja a oreja desde debajo de la mesa mientras le sujetaba el cordón del zapato con una fuerza impropia de su edad.

Logan dejó escapar una maldición y le espetó:

–¿Cómo te has metido ahí?

–¿Qué? ¿De qué estás hablando? –el presidente de la principal empresa minera de Australia sonaba confuso e impaciente al otro lado de la línea.

–Un momento, Charles.

Logan miró a la pequeña intrusa sin entender cómo una cría que no levantaba un palmo del suelo había podido colarse en su despacho. Y sin que nadie la detuviera.

Tratando de contener su ira, pulsó el interfono y gritó:

–¡Marta!

Pero nadie le respondió. Tampoco apareció nadie en la puerta del despacho. Peor aún, la pequeña había abandonado los cordones de sus zapatos y estaba concentrando todas sus energías en escalar por sus piernas agarrándose a la tela de los pantalones.

–¡Aparta! –le gritó Logan con el mismo tono con que hubiera reñido a un cachorro juguetón.

–Logan ¿qué demonios está pasando?–la voz de Charles Holmes resonó al otro lado del teléfono.

–Perdona, Charles –Logan se aclaró la garganta mientras miraba a la niña horrorizado–. Ha… ha surgido algo. Una emergencia. Te llamaré más tarde. Te mandaré mis sugerencias por correo electrónico y hablaremos de tu propuesta.

Con el ceño fruncido, Logan colgó y miró a la pequeña que intentaba montarse en su rodilla.

La niña parecía un angelito, con el pelo rubio y unos enormes ojos castaños, y a juzgar por el vestido rosa bordado con patitos y los zapatitos blancos de piel, tenía una madre que se preocupaba de ella. Sin embargo, en aquel momento, la madre había sido especialmente descuidada.

–¿Dónde están tus padres? –le preguntó Logan.

–¡Arre, arre! –exclamó la niña saltando vigorosamente sobre su carísimo zapato italiano.

–No, de «arre, arre» nada –dijo Logan alzándola en el aire y dejándola en el suelo–. No tengo tiempo para jugar contigo. Tenemos que encontrar a tus padres –volvió a pulsar el interfono de su escritorio, pero esa vez tampoco obtuvo respuesta.

Logan se levantó y de dos zancadas se plantó en la puerta, que abrió de par en par. La mesa de su ayudante personal estaba vacía.

A su espalda, Logan escuchó otra risita.

La niña estaba otra vez debajo del escritorio, asomándose y escondiéndose, como si estuviera jugando al escondite con él.

Por un momento, Logan sintió una inesperada y cálida sensación en el pecho. La niña era una monada, y él se acordó de sus sobrinos, los hijos de su hermana. Debería visitarlos más a menudo.

Pero rápidamente volvió a la realidad cuando la mano regordeta y rosada de la niña sujetó el cable del ordenador.

–No, eso sí que no –exclamó, y se lanzó hacia la mesa, sabiendo perfectamente que era demasiado tarde.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LA ENTREVISTA estaba yendo bastante bien, pensó Sally. Había llegado justo a tiempo, con los rizos sueltos y su sobrina en brazos. Afortunadamente, Janet Keaton, la directora de recursos humanos de Blackcorp, se había mostrado muy comprensiva cuando la llamó por teléfono para explicarle la situación con su sobrina.

–Hoy tengo que terminar las entrevistas –le había dicho Janet–. ¿Por qué no traes a tu sobrina? ¿Crees que puede quedarse sentada en un sillón de mi despacho mientras hablamos?

–No puedo prometer que se esté callada –le había advertido Sally–, pero llevaré algunos juguetes para que esté entretenida.

–Mejor lo intentamos –había decidido Janet–. No creo que pueda hacerte un hueco ningún otro día.

Afortunadamente, la pequeña Rose pronto se había enfrascado en la labor de meter piececitas de colores de diversas formas por los agujeros correspondientes de la caja de plástico amarilla que Sally había llevado consigo. Y Sally se había enfrascado de igual manera en las interesantes preguntas de Janet Keaton, quien parecía especialmente interesada en su infancia en Tarra-Binya, sus años en un internado de una capital de provincias y el curso de Informática que había realizado al terminar la educación secundaria. Sally también le habló de sus trabajos de verano como recepcionista en la galería de arte de su madrina, Chloe Porter, un nombre bien conocido entre los círculos artísticos de Sidney, y de la casa que ésta le había dejado al morir.

–¿Y no te importó dejar a tu familia para venir aquí?–preguntó la mujer.

–Siempre he querido vivir en Sidney –respondió Sally, aunque no le habló de la imperiosa necesidad que había tenido de huir de la sofocante protección de sus padres y hermanos y demostrarles que podía arreglárselas sola–. Es una ciudad muy cosmopolita, y yo solía pasar aquí todos los veranos. La verdad es que me gustaría instalarme aquí definitivamente.

–Una asesoría minera es muy distinta a una galería de arte –dijo Janet–. ¿Qué sabes de Blackcorp y la industria minera australiana?

–Bueno… –Sally respiró profundamente y dio gracias a Dios por haber consultado la página de la empresa en Internet–. Sé que Blackcorp es una empresa muy importante dentro del sector minero. De hecho, dos de mis hermanos trabajan en minas. Uno en Queensland y otro en Australia Occidental.

Janet asintió y esperó a que Sally continuara.

–Nuestro principal mercado es China –dijo–, y supongo que una asesoría como ésta se dedica a ofrecer servicios de infraestructura y logística, para lo que tendrá que tener en cuenta todos los temas medioambientales.

Eso era todo lo que Sally sabía del tema, pero afortunadamente Janet pareció darse por satisfecha y sonrió. Sin hacerle más preguntas, le dio un cuestionario.

–Esto es simplemente para tener un perfil de tu tipo de personalidad –le informó–. No hay respuestas buenas o malas. Y nos será útil si te unes a nuestra plantilla y participas en los talleres para aprender a trabajar en equipo que suelo realizar de vez en cuando.

Eso era de las cosas que más gustaba a Sally. En el instituto le encantaba participar en los talleres de trabajo en equipo.

–Elige las respuestas que estén más acorde con tu personalidad –le indicó Janet.

Sonriendo, Sally echó un vistazo a las primeras preguntas:

 

Te resulta difícil ser el centro de atención. ¿Sí? ¿No?

Prefieres confiar en la razón antes que en las emociones. ¿Sí? ¿No?

Raras veces te emocionas. ¿Sí? ¿No?

 

–¡Oh, cielos! –exclamó de repente Janet–. ¿Dónde está la niña?

Al ver los juguetes abandonados en un rincón del despacho, a Sally se le cayó el alma a los pies. La puerta del despacho estaba abierta y no había ni rastro de Rose.

Poniéndose en pie de un salto, salió del despacho seguida de Janet.

–Lo siento muchísimo –dijo con una extraña sensación en el estómago–. Rose se estaba portando tan bien que me he olvidado de vigilarla.

–No puede estar muy lejos y no creo que haya podido llamar al ascensor –dijo Janet–. Tú mira en los despachos de la derecha y yo la buscaré en los de la izquierda.

–Gracias –dijo Sally, dándose cuenta de que estaba temblando.

¿Cómo había podido olvidarse de la pequeña Rose? ¿Qué clase de tía perdía a su sobrina en la planta veintisiete de un rascacielos?

En la primera puerta a la derecha había un cartel donde ponía Contabilidad. Sally levantó la mano para llamar y entonces vio, por el rabillo del ojo, una sombra alta y oscura al final del pasillo y un destello de pelo rubio. Se giró en redondo. Era Rose, en brazos de un hombre.

Un hombre de aspecto formidable, de hombros anchos y piernas largas, pelo moreno y con el ceño fruncido que se dirigía hacia ella sujetando a Rose por la cintura con las dos manos y los brazos estirados a medio metro de su cuerpo, como si la niña fuera una hedionda y desagradable bolsa de basura.

Janet también lo había visto y por un momento palideció visiblemente. El impulso inicial de Sally de echar a correr hacia delante con los brazos abiertos y una sonrisa agradecida en los labios se quedó en nada al sentir la dura mirada masculina en ella.

Por un momento los recuerdos amenazaron con apoderarse de ella, pero Sally los dominó con fuerza. Ya no tenía miedo de todos los hombres con los que se encontraba. Aquella época había pasado.

Sonrió al hombre serio y circunspecto, un ejecutivo sin duda, y extendió los brazos para recibir a la niña, que fue depositada bruscamente en ellos.

–Gracias –dijo ella con una cálida sonrisa–. Muchas gracias. Gracias por encontrarla. Estábamos a punto de formar una cuadrilla de búsqueda.

–¿Estaba en tu despacho, Logan? –preguntó Janet–. No entiendo cómo ha podido llegar tan lejos.

–Estaba debajo de mi mesa –respondió él en tono frío y seco–. ¿Qué demonios está pasando, Janet? No habrás montado una guardería, ¿verdad?

–Oh, la culpa es mía –se apresuró a explicar Sally–. Ha habido una emergencia familiar en el último momento y he tenido que traerla conmigo. Siento que le haya molestado.

–Por suerte, es demasiado pequeña para causar ningún daño –añadió Janet diplomáticamente.

–Me ha desconectado el ordenador.

–Oh, Rose –reprendió suavemente Sally a la niña.

A Janet, el hombre le dijo:

–Necesito a alguien de informática ahora mismo. He perdido el trabajo de toda la mañana.

Al oírlo, fue Sally quien frunció el ceño.

–Seguro que ya lo había guardado casi todo, ¿no?

–Sally –intervino Janet con un hilo de voz–, permite que te presente al director ejecutivo de la empresa, Logan Black.

–Oh.

«El director ejecutivo. Y yo me he portado como una bocazas con el pez gordo. Bien hecho, Sally».

–Encantada de conocerle, señor Black.

–Ésta es Sally Finch, Logan. Una de nuestras candidatas al puesto de recepcionista.

Por lo menos Logan Black fue lo bastante educado como para estrechar firmemente la mano de Sally, aunque arqueó la ceja derecha y la miró con ligero desprecio.

Rose eligió aquel momento para frotarse los ojos. Casi era la hora de su siesta, y Sally la meció brevemente y la besó con dulzura en la cabeza. Al momento, la niña apoyó la cabecita en su pecho y cerró los ojos.

El ceño fruncido de Logan Black se relajó al observar la escena, y Sally tuvo la impresión de que no era tan duro como pretendía.

Pero la reacción fue más que fugaz y, casi inmediatamente, el hombre movió levemente la cabeza, les dio la espalda y se alejó por el pasillo sin decir nada más.

–Bueno…–Janet echó una ojeada al reloj–. Me temo que ya no nos queda tiempo, Sally.

–Pero no he terminado el test de personalidad.

–Tranquila, ya lo harás más adelante. Si consigues el puesto.

 

 

Si consigues el puesto…

Sally recogió las cosas de Rose y se despidió de Janet con el corazón en un puño.

–Tendremos nuestra decisión dentro de unos días –le dijo Janet con una sonrisa, pero a Sally no le tranquilizó.

Ella siempre había sido capaz de leer a la gente, y estaba segura de que todo había ido maravillosamente hasta que Logan Black apareció por el pasillo con su sobrina en brazos. Aquél fue el momento en que el hombre había dado al traste con todas sus posibilidades de conseguir el trabajo.

 

 

Más tarde, Logan Black asomó la cabeza por la puerta del despacho de Janet Keaton. Ésta estaba sentada ante su mesa y al oírle levantó la cabeza y sonrió.

–¿Has terminado las entrevistas para el puesto de recepcionista?

–Sí –respondió ella, extrañada ante la pregunta.

–Supongo que las demás candidatas no tenían tantas responsabilidades como esa madre soltera tan descarada.

Janet entrecerró los ojos y frunció el ceño, sin entender.

–No había ninguna madre soltera entre las candidatas.

–Ya sabes a quién me refiero. La rubia de pelo rizado que ha venido con su hija –dijo él.

–¿Sally Finch?

Logan asintió. Los nombres se le daban pésimamente mal, pero sí, si no recordaba mal, así se llamaba.

–Oh, creo que más que descarada, Sally es una mujer con mucho aplomo. De todos modos, ella no es la madre de la niña –añadió mirando a su jefe con una mezcla de extrañeza y curiosidad.

–¿No?

–No –respondió Janet, y cruzó los brazos apoyando los codos en la mesa–. ¿A qué viene este interrogatorio, Logan? No es propio de ti.

–¿Qué quieres decir? –protestó él–. Tengo que preocuparme por los empleados de mi empresa –dijo frotándose la nuca con la mano.

–Pero yo soy la directora de recursos humanos desde hace cuatro años y nunca te has entrometido en mis decisiones –le recordó ella–. Siempre has confiado en mí, y desde luego siempre me has dado total libertad para los puestos no ejecutivos.

Eso era muy cierto, y Logan lo sabía. Janet siempre le había consultado para los puestos de mayor responsabilidad, pero ella era quien tomaba las decisiones en relación con los empleados de los escalafones más bajos.

Logan apretó la mandíbula y deseó no haber iniciado aquella conversación.

Ya era bastante horrible llevar todo el día recordando a la joven de la masa de rizos rubios. La melena rubia brillaba como el oro y él se llegó a preguntar cómo sería bañada por la luz del sol. Peor aún, la veía una y otra vez con la niña en brazos, besándola suavemente en la cabeza, y la imagen casi le enternecía.