Despedida de soltera - Un desafío atrayente - Bésame pronto - Barbara Hannay - E-Book

Despedida de soltera - Un desafío atrayente - Bésame pronto E-Book

Barbara Hannay

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Beschreibung

Ómnibus Jazmín 556 Despedida de soltera Barbara Hannay Laura Goodman tenía que organizar la despedida de soltera de su mejor amiga, incluyendo contratar a un stripper. Alto, fuerte y moreno, el hombre que había escogido prometía. Pero no parecía que tuviera muchas ganas de desnudarse... Para Nick Farrell, un hombre respetable, quitarse la ropa en público era algo poco factible. Aunque si Laura quisiera, estaría dispuesto a hacerlo solo para sus ojos. Un desafío atrayente Jessica Hart Allí estaba Bea, una chica de ciudad, en mitad de la zona más despoblada de Australia. Al menos estaba con Chase, un tipo guapísimo que parecía dispuesto a responder a cualquier desafío. Así que, para animar un poco su vida, Bea le lanzó tres: no se podía dejar tentar para tener una aventura con ella; no podía enamorarse de ella y, por supuesto, bajo ninguna circunstancia, le pediría que se casase con él. Bésame pronto Cynthia Rutledge El acaudalado Clay McCashlin llegó a Shelby, Iowa, haciéndose pasar por un trabajador desempleado con el fin de investigar los sospechosos hechos ocurridos en la fábrica de su compañía. Pero en cuanto conoció a Kaitlyn Killeen, la belleza local, le resultó muy difícil seguir pensando en el trabajo y olvidarse de sus seductores besos... Aquello iba a ser todo un reto para un soltero empedernido como él.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 556 - diciembre 2022

 

© 2001 Barbara Hannay

Despedida de soltera

Título original: The Wedding Dare

 

© 2002 Jessica Hart

Un desafío atrayente

Título original: The Wedding Challenge

 

© 2003 Cynthia Rutledge

Bésame pronto

Título original: Kiss Me, Kaitlyn

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2002, 2003 y 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-996-1

Índice

 

Créditos

Índice

Despedida de soltera

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

 

Un desafío atrayente

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Bésame pronto

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Había un solo hombre en el centro comercial a quien hubiese favorecido quitarse la ropa. Laura Goodman se dio cuenta enseguida de que quien se apoyaba contra el buzón de correos era el hombre al que la habían enviado a buscar. Los anchos hombros masculinos, los bíceps increíbles, las caderas estrechas y las largas piernas en vaqueros así parecían acreditarlo.

Aunque se hallaba lejos, podía ver que él tenía una hermosa piel bronceada y, aunque no le podía ver el rostro, la postura de su cuerpo indicaba una confianza suprema.

Desde el coche aparcado Laura miró al resto de los hombres en la entrada del centro comercial. Todos los demás tenían granos, estaban demasiado entrados en carnes, eran calvos o menores de edad. Aquel tenía que ser el artista de strip-tease.

Apagó el motor y, mientras abría la puerta del coche, inspiró para tranquilizarse. Susie y las demás chicas le habían encomendado que llevase al hombre en el coche porque sabían que ella no bebía, pero de no haber sido ella la dama de honor aquella noche de la despedida de soltera de Susie, su mejor amiga, Laura no habría salido entre semana, y menos aún a recoger a un extraño.

En aquel momento tendría que estar llamando por teléfono para intentar encontrar a alguien que reemplazara al payaso para la sesión de lectura en el hospital de niños, una tarea más acorde con su reciente ascenso a bibliotecaria jefe y una causa mucho más valiosa que la de buscar burdo entretenimiento para Susie y sus amigas.

Laura suspiró mientras se enderezaba el incómodo vestido. Necesitó mucha concentración para caminar con los altos tacones por los adoquines irregulares del centro comercial, aunque seguía pensando en cómo solucionar el problema de la sala pediátrica del día siguiente.

Cuando salía de casa aquella noche había recibido una llamada del chico que siempre la ayudaba, diciendo que estaba enfermo con un virus y no podría hacer de payaso como siempre. La semana anterior les había prometido a los niños que iría con un payaso a su sesión de lectura semanal. Los peques estaban ilusionadísimos. Y ahora le resultaría casi imposible encontrar un sustituto a tiempo. Podría haberse retrasado un poco aquella noche mientras buscaba a alguien, pero aquella tarde Susie la había conminado en el trabajo a que se encargase de llevar a una persona a su despedida.

Un par de vaqueros gastados entraron en su radio de visión y Laura se detuvo abruptamente. Había que olvidarse de payasos y salas de pediatría. Allí estaba el artista de strip-tease. Como nunca había conocido a uno, ni hombre ni mujer, Laura apretó los labios antes de sonreír nerviosamente.

–Buenas noches –dijo, porque era correcta con todo el mundo.

–Buenas.

El profundo timbre de voz de él la sobresaltó tanto, que no supo qué decir, especialmente cuando el hombre se enderezó y la miró desde su altura con una indescifrable expresión en los ojos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y fruncía levemente el ceño.

Laura titubeó. De cerca, el rostro masculino era mucho más guapo de lo que ella se había imaginado. Serían prejuicios, pero no esperaba una inteligencia tan obvia en los ojos grises. Él tenía el cabello oscuro, brillante y espeso y aunque no se había molestado en afeitarse, se distinguía el fuerte mentón bajo la barba. En ese momento la miraba con cara de pocos amigos.

–¿Buscas a alguien? –le preguntó bruscamente.

–Ejem, sí –respondió Laura, disimulando su sorpresa con un leve encogimiento de hombros. Balanceó el bolso de noche, intentando parecer tan sofisticada y natural como cualquiera de las amigas que en aquel momento se hallarían bebiendo champán despreocupadamente en la despedida de Susie, dejando que ella les hiciese el trabajo sucio.

–Sí. Tengo que encontrarme con alguien aquí –dijo Laura, sonriendo con valentía–. Lo cierto es que estoy casi segura de que eres tú.

–Pues –dijo él con un brillo especial en los ojos–, lamento desilusionarte, cielo, pero ya tengo plan para esta noche, y generalmente no pago por ello.

Laura se lo quedó mirando un largo instante mientras se daba cuenta de lo que él quería decir. ¿Qué pensaba, que ella era…?

–¡Oh, no! –exclamó–. ¡No imaginarás que… !

Dio un rápido paso atrás, se le enganchó en los adoquines uno de los delgados tacones que llevaba y se le torció el tobillo. Intentando mantener el equilibrio, hizo aspavientos con los brazos y el cierre metálico de su bolso le dio de lleno a él en la barbilla, haciéndole lanzar un improperio ahogado.

Los tacones de Laura repiquetearon en los adoquines hasta que ella logró enderezarse y recuperar el control de su bolso.

Mientras se frotaba el oscuro mentón, el entrecejo del hombre se frunció más todavía. Parecía que no podía creer lo que le acababa de suceder.

–Lo… lo siento –dijo ella, alargando la mano sin llegar a tocarlo.

–Sobreviviré –masculló él, y metiendo las manos en los bolsillos de sus vaqueros, miró alrededor, como esperando que hubiese alguien que se hiciese cargo de aquella irritante mujer.

–Lo que intentaba decir era que no soy… lo que pensabas –se apresuró a explicar Laura–. He venido a buscarte para llevarte a la fiesta.

–¿La fiesta?

–Sí. Susie me pidió que te llevase en el coche, ya que el centro comercial me quedaba de camino.

–¿Te refieres a Susie Thomson, la prometida de Rob Parker? –preguntó él y por primera vez la duda de sus ojos grises se disipó un poco.

–Sí.

–¿Ella se ocupó de que me llevases? Yo pensaba tomar un taxi, ya que beberemos alcohol, pero Rob insistió en que alguien me pasaría a buscar.

–Yo fui la agraciada –dijo Laura, encogiéndose de hombros. La alivió ver que él parecía relajarse por fin, después de pensárselo unos instantes.

–No perdamos el tiempo, entonces –dijo él, haciendo un gesto con sus poderosos hombros–. Llévame a la fiesta.

 

 

Ella parecía un plumero con piernas, decidió Nick, mientras la seguía por el centro comercial. Por supuesto, tenía que reconocer que eran unas piernas elegantísimas. Casi tan elegantes como el oscuro cabello caoba y los profundos ojos azules.

Pero no podía decir lo mismo del asombroso vestido, que parecía una larga boa de plumas azules que ella se había arrollado al cuerpo. Con ese cuerpo sensual y ese extraño gusto en materia de ropa, no era raro que él la hubiese confundido con una prostituta. Lo primero que desearía la mayoría de los hombres al ver esa ristra de plumas sería desenroscársela.

Una o dos plumas salieron flotando en ese momento mientras ella accionaba la cerradura centralizada de su moderno turismo.

–Entra, que estarás en la fiesta en un abrir y cerrar de ojos –le dijo.

Cuando Nick se hubo acomodado en el asiento del copiloto, ella accionó el contacto.

–Ajústate el asiento, así tendrás más sitio para las piernas.

–Gracias –dijo él, deslizando el asiento–. Bonito coche.

–Es nuevo y me siento muy orgullosa de él. Me lo compré para celebrar mi ascenso.

Su orgullo se vio en la forma en que ella se incorporó al tráfico con suavidad. A Nick le gustaba conducir y disfrutó con la destreza de la mujer. La habían ascendido. Quizá no era tan rara como parecía.

–¿Cómo quieres, ejem, que te llame? ¿Qué nombre usas en las fiestas? –preguntó ella, lanzándole una mirada tímida.

–¿Cómo dices?

–Me imagino que quizá querrás mantener tu vida profesional separada de, ejem, tu vida privada. ¿Usas seudónimo?

–¿Qué? ¿Para ir de fiesta?

–Sí.

–¿Tú tienes un nombre especial solo para ir de fiesta?

–¡Oh, no! –exclamó ella–. Pero, ya te lo he dicho, yo no soy… –se interrumpió mientras frenaba en un semáforo.

A la luz de los faroles de la calle, Nick veía que la chica era tan rara como parecía al hablar.

–Mira –suspiró cuando se volvieron a mover–, me llamo Nick… en las fiestas, el trabajo, casa… Me temo que soy Nick Farrell veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

–Hola, Nick –dijo ella, sonriendo abiertamente–. Yo soy Laura, Laura Goodman.

–Laura –repitió él, dándose cuenta de que cuando la vio por primera vez en el centro comercial se había imaginado un nombre más exótico. Ahora, sentado a su lado, percibiendo su delicada fragancia a rosas y jazmín y observando la expresión modesta e incómoda de su rostro, como si ella le tuviese miedo, Laura Goodman, un nombre corriente, era lo más lógico.

Ella hizo girar el coche y lo metió en un sitio junto al bordillo, detrás de una fila de coches aparcados.

–Ya hemos llegado.

–Esta no es la calle de Rob –dijo él, frunciendo el ceño.

–¿Rob? –se extrañó Laura–. Pero… si vamos a casa de Susie. Rob es el novio.

–¿Rob hará su despedida de soltero en casa de Susie? –la miró Rob fijamente.

–No, por supuesto que no. Es la despedida de Susie y somos todas chicas. Tenemos una fiesta de disfraces –respondió ella, señalando con un gesto su vestido–. Por eso estoy vestida así. Susie quería que nos pusiésemos vestidos locos, cuanto más alocados, mejor. Para hacer juego con todo lo que vamos a beber. Claro, que yo no bebo…

–¡No lo comprendo! –la interrumpió Nick–. ¿Por qué me has traído aquí, entonces?

–Pero tú eres el… el invitado de honor –dijo Laura, mirándolo con asombro.

¿Un invitado de honor en una despedida de soltera? Nick sintió que comenzaba a sudar. Estaba claro que Laura Goodman estaba majara. Rápidamente evaluó su situación: podía salir corriendo del coche, dirigirse a la cabina telefónica más cercana y llamar a un taxi o asomar la nariz por la fiesta de disfraces y enfrentarse a Susie, la novia de su mejor amigo. No la conocía demasiado, pero le parecía bastante sensata. Seguro que ella podría aclarar aquel entuerto.

–Vamos dentro –dijo Laura suavemente, mirándolo con una expresión de desagrado y preocupación maternal a la vez–. Susie es quien lo ha organizado todo. Ella te lo explicará. Lo único que yo sé es que te tenía que traer.

–Pues será mejor que lo aclare –protestó él, abriendo la puerta de su lado.

Al cruzar el jardín inspiró varias veces el aire nocturno del verano. De la casa salían sonidos de risas histéricas de chicas y música pop. Pero otro sonido se oyó más cerca.

–¡¡Oh, no!!

Del otro lado del coche, Laura se sujetaba el vestido contra el pecho con una mano mientras con la otra hacía inútiles intentos por agarrar una tira de plumas que se le había enganchado al salir, haciendo que el increíble vestido comenzase a descosérsele. Nick vio por un instante un trozo de ropa interior de encaje y una espalda suave y pálida brillando a la luz de la luna.

–Deja que te ayude –le dijo, y sin darle tiempo a rehusar, se acercó a ella y le acomodó la tira de plumas con firmeza.

–No te preocupes –exclamó ella–. Por favor, puedo arreglármelas sola.

–¿Y ahora, qué pasa? –preguntó él ahogadamente dándole la vuelta y sujetando la punta de la tira de plumas mientras hacía todo lo posible por no pensar en su cercanía, tan deliciosamente perfumada. Era un perfume especial: adulto e inocente a la vez.

Laura le arrancó las plumas de la mano.

–Gracias, ya me las apaño yo –le dijo, mirándolo con los ojos azules llenos de desconfianza–. Te he dicho que no necesito más ayuda.

Nick no era tonto y se dio cuenta de que ella le indicaba que la dejase sola, pero durante un momento o dos se quedó allí, hipnotizado por la sorprendente belleza de los hombros desnudos de Laura Goodman, blancos como el mármol y tan perfectos como los de una estatua griega.

–Mira, sé que te ganas la vida con esto –bufó ella, sacudiéndole las plumas frente a la nariz–, pero algunos tenemos otro sistema de valores.

–¿A qué te refieres? –preguntó él, intrigado–. ¿A qué exactamente crees que me dedico?

–Déjalo, ¿quieres? –respondió–. Vete a buscar a Susie. Fue idea de ella que vinieses.

Por algún motivo, Nick tuvo la sensación de que encontrar a Susie le iba a resultar peor todavía que quedarse allí fuera con ese enigma cubierto de plumas, esa ovejita con piel de loba.

–Mira, me daré la vuelta mientras te arreglas el vestido –dijo–, pero necesito que me aclares algo. Quiero saber quién crees que soy y por qué diablos me has traído aquí en vez de llevarme a casa de Rob.

Antes de que ella respondiese, se oyó una voz que provenía de la entrada de la casa.

–¿Laura, eres tú? ¿Has traído a Nick? Las chicas se están impacientando.

Alta, morena y con una figura de modelo, Susie Thomson los saludaba con la mano. Nick se dirigió a ella.

–¿Qué es esto, Susie? Yo tendría que estar en casa de Rob.

–Oh, no –dijo ella, esbozando una radiante sonrisa y dándole el brazo–. Aquí es exactamente donde debes estar. Todas están esperando –añadió, con una risilla mientras lo conducía hacia la casa iluminada.

Su sexto sentido le indicó a Nick que no se le avecinaba ninguna sorpresa agradable y se le ocurrió salir corriendo, pero su sentido común le dijo que se preocupaba sin motivos. Después de todo, esa chica se casaría con su mejor amigo y él sería su padrino de boda el sábado. Seguro que pronto se aclararía todo.

Susie esbozó otra sonrisa por encima del hombro cubierto de lentejuelas mientras abría la puerta de entrada.

–Las chicas no pueden esperar más –rio.

Tal como se lo temía, al abrirse la puerta Nick se encontró en un salón lleno de chicas riendo y gritando que sostenían copas de champán en la mano y llevaban vestidos tan alocados que convertían a Laura Goodman en la reina del buen gusto.

–¡Chicas! –gritó Susie a voz en cuello y el ruido se calmó a la vez que todas se volvían a mirarlo–. ¡Por fin ha llegado nuestro artista de strip-tease!

¿Strip-tease?

Nick creyó que se ahogaba, y luego sintió que le daba un paro cardíaco. Le zumbaban los oídos, se estaba muriendo. Después se dio cuenta de que eran los alaridos de las chicas.

–Me estás tomando el pelo –graznó, cuando logró recuperar la voz.

Susie le apretó más el brazo.

–Desde luego que no. Rob me ha dicho que lo haces muy bien.

–¡¿Qué?! ¿Rob te lo ha dicho?

La miró unos instantes sin poder reaccionar, pero luego cayó en ello. Rob Parker, su amigo del alma, se la había jugado.

Rob y él tenían una larga tradición de bromas, desafíos y apuestas que se remontaba a cuando estaban en Primaria. Nick reconoció la mano de Rob en ello: la broma insuperable. Pero nunca se le había ocurrido que su amigo tuviese tan mal gusto como para hacerle aquello.

–De acuerdo, Susie. Me has dado un susto de muerte –dijo, apretado los dientes mientras intentaba sonreír–. Genial. Una broma fantástica. ¿Y ahora, qué? ¿Rob ha quedado con alguien para que me lleve a su despedida, verdad?

–Todavía no, Nick –dijo Susie suave pero firmemente–. Primero las chicas tienen que tener su espectáculo. Pero tengo un mensaje de Rob –añadió, frunciendo levemente el ceño–. Dijo que no te atreverías a no hacerlo.

–¿Que no me atrevería?

–Supongo que las chicas te lincharían si se te ocurriese marcharte de aquí sin actuar.

Nick sintió que tenía la garganta seca como papel de lija. Aquel era el final de una buena amistad. Rob tendría que cambiar sus planes de boda después de que acabase con él.

–¿Pretendes que me quite la ropa? –preguntó, con un nudo en el estómago.

–Cielo –dijo Susie dulcemente–, sabes perfectamente que sí.

–¿Que me quede en calzoncillos? Ne… necesitaré reunir un poco de fuerzas primero –dijo desesperado, mirando alrededor. Al fondo del salón había una mesa cubierta de viandas.

–¡Por supuesto –exclamó Susie y llamó a otra de las chicas–. Amanda, ¿podrías traer un poco de comida para nuestro invitado?

Hubo una estampida general y en unos segundos aparecieron media docena de platos. Nick intentó retrasar lo más posible el momento charlando y probando la comida que le ofrecía el corro de mujeres que lo rodeaba.

–¡Cielos, qué lento que comes! –susurró una rubia despampanante–. Me encantan los hombres que se toman su tiempo.

Él casi se ahogó con la comida que se metía en la boca. Bebió dos cócteles de champán, con la esperanza de armarse de valor, pero no lo logró, así que pidió otro.

–¿Listo? –preguntó Susie, apareciendo a su lado.

–Ne… necesitaré una música especial para esto. No puedo actuar con cualquier melodía.

–Tengo una amplia selección de CDs, ven a elegir los que quieras.

En un esfuerzo desesperado, Nick logró ganar cinco minutos más mirando la colección de Susie, pero ella le quitó de las manos el disco que tenía.

–Latinoamericana. Buena elección. Este resultará perfecto.

–Oh, eh, yo no estoy tan seguro de ello.

–Yo sí –dijo ella con suave firmeza. Lo puso y se dio la vuelta hacia sus invitadas–. ¡Chicas, démosle una cálida bienvenida a Nick, que tiene algo muy especial que mostrarnos!

Capítulo 2

 

Laura se tomó su tiempo arreglando el vestido. Necesitaba quedarse en la oscura calle para recuperarse. Al acomodarle las plumas, Nick Farrell la había mirado con deseo. El brillo malicioso de sus ojos era inconfundible.

Y en vez de sentir repulsa, Laura descubrió con vergüenza que encontraba excitante su interés.

¿Cómo era posible? ¡El tipo era un inmoral, por Dios, se dedicaba al strip-tease! Pero además, no había por qué sentirse emocionada si a él le brillaban los ojos. Estaba claro que solo flirteaba. Seguramente que en aquel momento se hallaría dentro, echándoles a las mujeres miradas tan ardientes que pronto se activaría la alarma contra incendios que Susie acababa de instalar.

Mientras se paseaba por el jardín y el aire le refrescaba las sonrojadas mejillas, Laura se dio cuenta de que cualquiera de esas chicas habría respondido a la mirada de Nick con más flirteos, pero también supo que ella no sería jamás como aquellas chicas.

Nunca había encajado bien con las mujeres de su edad, que la consideraban una antigua, pero ella era así, no podía evitarlo, era una Goodman.

Desde los diez años Laura había comprendido que su familia era más seria que la mayoría. A juego con su apellido, los Goodman habían sido bendecidos durante generaciones con un exceso de genes de bondad.

Laura provenía de un linaje que se había dedicado a hacer el bien, y siguiendo la tradición de los Goodman, había nacido en una choza en Camboya mientras sus padres, que formaban un equipo de médico y enfermera, se encontraban trabajando por los huérfanos de la zona. Aunque habían vuelto a Australia cuando Laura y su hermano comenzaron la escuela, sus padres continuaron ejerciendo la beneficencia para un sinnúmero de organizaciones además de sus respectivos trabajos en el hospital Royal Brisbane.

En aquel momento se hallaban en Timor oriental y estaba claro que su hermano, Phil, en el último curso de Medicina, les seguía los pasos. Pero aunque Laura admiraba a su familia, no era como ellos. Había sido la oveja negra y se había convertido en una empollona en vez de una entregada doctora o enfermera.

Cuando había anunciado que quería ser bibliotecaria, sus padres se tragaron la desilusión, consolándose pensando que al menos no había pretendido ser algo totalmente frívolo, como violinista o arqueóloga.

Pero, aunque había podido dedicarse a su pasión, los libros, los genes Goodman habían sido más fuertes que ella. Por eso se dedicaba a leerles a los niños del hospital zonal todos los miércoles.

Por el contrario, Susie, su compañera de la biblioteca, estaba convencida de que una obra de caridad consistía en buscar las novelas más sexys y guardarlas bajo el mostrador para sus ancianas favoritas.

Al cabo de pasearse unos diez minutos, Laura se sintió más calmada. Se cercioró de que tenía las plumas bien sujetas y finalmente entró para unirse a la fiesta. Pero cuando vio a Susie en el otro extremo de la habitación hablando con Nick, decidió mantenerse a una distancia segura.

Una vez que saludó a una o dos amigas y se sirvió un zumo de naranja sin champán, observó que Nick se dirigía lentamente al centro de un espacio que le habían hecho. El salón vibraba con un ritmo sensual latinoamericano y muchas de las chicas comenzaron a dar palmas.

Laura tragó con esfuerzo. Así que por fin vería un espectáculo de strip-tease. El primero. Según apreciaba desde esa distancia, Nick parecía tranquilo, casi altanero, como si no prestase atención al grupo de entusiastas espectadoras que lo rodeaban. Laura supuso que mantener una separación mental de la audiencia era la forma en que lo hacían los profesionales. Sin duda, parecer aburrido era parte de la actuación.

–¡Madre mía! –exclamó una de las primas de Susie–. Creo que acabo de ver mi futuro, mi pareja perfecta. ¿Creéis que cuando sus ojos se crucen con los míos se dará cuenta de que estamos hechos el uno para el otro?

–Más quisieras tú –se mofó otra de las chicas.

Laura vio cómo Nick comenzaba a moverse al ritmo de la música y que, dándose la vuelta, bailaba de una forma totalmente masculina, haciendo aullar a las chicas con el movimiento de sus caderas.

–¡Qué bueno está el tío! –gimió alguien.

Laura tuvo que reconocer que él sabía hacerlo bien. A las chicas les encantaba. En aquel momento se había sacado la camiseta del pantalón y cuando se dio la vuelta para mirarlas nuevamente, lentamente levantó el blanco tejido para mostrar durante un segundo su tentador torso bronceado con una insinuante línea de vello oscuro que desaparecía por sus vaqueros.

–¡Quítatela! –gritaron algunas.

Laura tragó. Se sentía asombrada de lo mucho que le costaba retirar la mirada de esos pocos centímetros de piel masculina.

Las chicas volvieron a gritar cuando Nick levantó la camiseta un poco más.

Laura se acabó el zumo de naranja. Volvió a sentirse incómoda. Hacía tiempo que no le prestaba demasiada atención a un hombre, particularmente a uno quitándose la ropa, y tuvo que reconocer que Nick estaba muy bien. Lo cierto es que estaba muy pero que muy bien. Pero… ¿cómo podían aquellas mujeres pensar en meterse en la cama con un extraño por su aspecto?

Miró el mar de rostros entusiastas. Parecía que a todas les gustaba lo que él hacía.

Ya se había quitado la camisa y la hacía girar sobre su cabeza en círculos lentos y sensuales. Tenía los hombros y el pecho tan anchos como Laura se había imaginado cuando lo vio por primera vez en el centro comercial. Se preguntó si su piel sería tan fabulosa como lo parecía: como seda bronceada estirada tensamente sobre los duros músculos masculinos.

Avergonzada por su incorrecto interés, Laura elevó con esfuerzo los ojos, apartándolos de su cuerpo, y casi se murió de la vergüenza al darse cuenta de que él la miraba con atrevimiento y le hacía un guiño.

¡¿Cómo se atrevía?!

Instintivamente, Laura le lanzó una mirada helada, como las que lograban silenciar a los más ruidosos en la biblioteca, pero él sencillamente sonrió y volvió a guiñarle el ojo.

Todas las cabezas del salón se giraron al unísono para ver quién era la que atraía tanto la atención.

Laura sintió que se ponía roja como un tomate mientras oía a las demás murmurar con envidia. Clavó la mirada en el fondo de su vaso mientras jugueteaba con la pajita. ¿Por qué tenía que hacerle pasar semejante vergüenza el imbécil ese de pecho descubierto? Era despreciable. Ella no le había hecho nada para merecerlo. Avergonzada, se dirigió a la puerta de entrada mientras veía con el rabillo del ojo cómo Nick le arrojaba la camiseta a una guapa morena.

No pudo evitar sentir cierta desilusión mientras las demás chillaban. ¿Qué diablos le sucedía? Por supuesto que estaba aliviada de que él le prestase atención a otra mujer.

¡Era demasiado! Durante un minuto había mirado a Nick Farrell con el mismo deseo que las demás chicas. Gracias a Dios que había recuperado el sentido común cuando él le guiñó el ojo de forma tan indecente.

Sintiéndose segura en el patio nuevamente, se apoyó contra la pared de la casa de Susie, respirando agitadamente, intentando por segunda vez esa noche recuperar la compostura. Se oyó una ovación en el interior de la casa. Sin duda Nick estaba llegando al clímax de su actuación.

¿Cómo podía una persona… cómo podía Nick hacer eso para ganarse la vida solo porque tenía un cuerpo fantástico?

 

 

Nick pensaba que en cualquier momento Rob aparecería a rescatarlo, pero ahora comenzó a temerse que ese momento no llegaría nunca. Ya se había quitado la camiseta y el cinturón y se enfrentaba a su momento más amargo. Le temblaban las manos mientras se dirigían al botón metálico de sus vaqueros.

–Deja los vaqueros en el suelo, cariño –gritó una de las mujeres que lo miraban sonriendo–, yo ya los levantaré.

Nick miró a Susie, que sentada en un taburete a un lado del salón, seguía sus evoluciones atentamente y le hizo un gesto con la cabeza. Ella elevó las cejas, interrogantes.

–Se acabó la actuación –le dijo con los labios.

Como respuesta, una Susie muy seria negó con la cabeza.

Nick sintió cómo la frente se le bañaba en sudor. No recordaba qué calzoncillos se había puesto esa noche. Bajó un poquito la cremallera y vio con alivio que eran de algodón negro.

De acuerdo, se quedaría en calzoncillos, pero solo hasta allí. Susie lo había amenazado con un linchamiento. Pues bien, sería una forma de fortalecer su carácter.

Se quitó los pantalones nerviosamente, a sabiendas de que ya no estaba actuando. Pero no pareció importarles, ya que el salón se llenó de vítores y aplausos. Como si hubiese batido un récord olímpico.

Susie sonrió mientras se le acercaba. La sonrisa se le borraría de los labios cuando se enterase de que no estaba dispuesto a cruzar la raya.

–Me niego a seguir –le advirtió.

–Lo sé –dijo ella, asintiendo con la cabeza.

–¿Lo sabes?

–Desde luego. El lunes tienes que venir a la iglesia a mi boda y la mayoría de estas mujeres estarán allí. Tenemos que mantener un cierto decoro. Además, no podemos tirar por los suelos tu reputación de Fiscal de la Corona, ¿no te parece?

Nick se la quedó mirando.

–¿Saben ellas que no me dedico a esto? Fue un montaje de Rob, ¿verdad?

–Desde luego –dijo Susie con una sonrisa–, pero espero que nos perdones. Has estado fantástico. Eres un héroe, Nick.

Nick se volvió a poner los vaqueros. Más que héroe, se sentía un completo idiota. Pensar que su mejor amigo y un puñado de chicas le habían tomado el pelo de esa forma. No era la primera vez que caía en una broma de ese estilo ni sería la última, pero le estaba resultando más difícil que en otras ocasiones encontrarle la gracia.

–¿Sabía Laura Goodman que era una tomadura de pelo? –preguntó, mientras ensartaba el cinturón en la cintura de los vaqueros.

–¿Laura?

–La chófer. El plumero de melena pelirroja y piernas fabulosas.

–Me alegro de que notases sus piernas. Es un encanto, ¿verdad? La verdad es que no le expliqué a Laura exactamente lo que sucedía, así que no te enfades con ella. Va a ser tu…

–No pasa nada –dijo él–. Lo que quiero ahora es irme. Tomaré un taxi para ir a la despedida de Rob. Tengo que resolver una cuestión con el chistoso de mi amigo.

–No seas malo con él –rogó Susie, poniéndose seria–. Fue para divertirnos un poco. Dijo que vosotros siempre os estabais haciendo jugarretas –se puso de puntillas para darle un ligero beso–. Te agradezco que nos hayas seguido el juego. Has estado fantástico.

–Devuélveme mi camiseta y ya me pensaré si voy a ser bueno o no.

 

 

La actuación habría terminado, ya que no se oía tanta gritería. Laura miró el reloj y decidió entrar a hablar con Susie antes de excusarse y desaparecer. Susie comprendería que se fuese deprisa cuando le explicase el problema que tenía con el payaso al día siguiente.

Pero en la entrada una figura alta, morena y de ancho torso desnudo le impidió el paso. Nick Farrell salía poniéndose la camiseta.

–Oh –dijo ella–, eres tú. Supongo que querrás que te lleve de vuelta, ¿no?

–No –dijo él, con cara de pocos amigos–. Tomaré un taxi.

–Se supone que soy tu chófer –dijo Laura rápidamente y luego se arrepintió. ¿Por qué diablos había demostrado tanto interés en ayudarlo?

–¿Esta vez me llevarás a la fiesta del novio? –preguntó él con una sonrisa torcida mientras se metía la camiseta dentro del pantalón.

Ella no pudo evitar mostrarse horrorizada.

–¿También les harás un strip-tease a los hombres?

Él tardó siglos en responder.

–Tu concepto de mí está por los suelos, ¿verdad? –dijo finalmente con una risa ahogada.

Sus palabras le hicieron sentir remordimientos. Quizá su risa era una forma de esconder sus sentimientos ante la crítica de ella.

–Perdona. No tengo por qué entrometerme con lo que tú hagas.

Los labios de Nick temblaron como si hubiese tenido dificultad en controlar su reacción y Laura sintió que lo había herido. Seguro que bajo ese cuerpo fuerte y atrevido se escondía un alma sensible. Llevaba toda la noche pensando qué pena que un hombre con aspecto tan educado e inteligente tuviese que haber caído en algo tan bajo como quitarse la ropa para ganarse el pan. El rubor que se extendía por el cuello y las mejillas de él le indicó que lo había avergonzado y despertó en ella su arsenal de genes caritativos.

De repente, Laura percibió su oportunidad de hacer algo realmente especial. Estaba claro que Nick necesitaba ayuda. Con un poco de tacto, podría alentarlo a que elevase sus miras y encontrase un trabajo adecuado. Incluso le podría evitar una mayor degradación.

Decidió que ya tendría tiempo al día siguiente para explicarle a Susie por qué se había marchado de la despedida tan pronto.

–Súbete al coche –ordenó, y vio con alivio que él la obedecía sin poner objeciones.

A mitad del camino hacia la fiesta de Rob se le había ocurrido un plan genial para iniciar la rehabilitación de Nick Farrell.

–Tienes dotes para la interpretación, ¿sabes? –comenzó, con su tono más cálido.

Él murmuró las gracias, levemente sorprendido.

–¿Has pensado alguna vez en utilizarlas para otro tipo de entretenimiento? –preguntó Laura, haciendo un esfuerzo por tragar–. Hay causas más nobles con las que podrías ganar la misma cantidad de dinero –sugirió con dulzura–. Bueno, quizá no tanto. Estoy segura de que con el strip-tease ganas bastante, pero…

Llegaron a una señal de stop y Laura le dirigió una mirada para ver cómo se lo estaba tomando. Notó con preocupación que parecía bastante incómodo.

–Oh, Dios –murmuró. Lo había herido nuevamente. Se había cubierto la cara con las manos e inspiraba profundamente. Hasta le pareció oír un hipo. Laura se sintió fatal.

Pero luego, Nick se descubrió el rostro y la miró serio.

–¿Qué tipo de trabajo es exactamente el que sugieres?

–Podría encontrarte un buen trabajo enseguida –sonrió Laura–. En realidad, mañana mismo podrías trabajar como payaso en el hospital de niños. Te pagaré las tarifas normales.

No pudo observar su reacción porque el tráfico requería toda su atención, pero en cuanto pudo lo volvió a mirar.

–¿Qué te parece?

–¿Un trabajo de payaso? Me siento aturdido.

–Serías un payaso genial –insistió ella, con la esperanza de que él no se diese cuenta de que ella lo necesitaba tanto como él el trabajo–. Te sentirías tan bien sabiendo que le has alegrado el día a todos esos niños…

–¿Como payaso?

–Utilizarías tu talento para algo de provecho.

–¿Estarás tú allí? –preguntó él con el ceño fruncido.

Laura detuvo en coche frente a su destino, el Royal Hotel.

–Sí. Estaré allí, Nick –dijo, con su tono más tranquilizador–. Les leeré un par de cuentos a los niños. Te daré el traje. Lo único que tendrás que hacer tú será improvisar y hacer el payaso. Como lo has hecho esta noche… más o menos. ¡Venga! ¡Inténtalo aunque sea una vez! –lo desafió, al ver que dudaba–. ¿No te gustan los desafíos?

–De acuerdo –dijo, esbozando una lenta sonrisa tan sensual que le aceleró el corazón–. Tú me desafías a hacer el payaso Beppo y yo acepto si tú aceptas darme un beso.

Capítulo 3

 

Fue estúpido por su parte pedirle el beso, pero a Nick se le escaparon las palabras sin pensarlo. Había tenido que hacer un esfuerzo terrible para no soltar la carcajada en el coche mientras Laura Goodman le hablaba igual que una profesora de catecismo, toda correcta y seria, como intentando salvarlo del infierno, sin darse cuenta de que su cuerpo envuelto en plumas era más tentador que la serpiente del paraíso.

Pero aunque ella no supiese quién era él y todavía pensase que se dedicaba al strip-tease, ¿cómo era posible que una chica con esa llamarada de cabello y esos ojos tan asombrosamente azules se comportase como si nadie la hubiese besado en la vida, que reaccionase con horror y se mostrase tan escandalizada por un simple beso?

Mejor así, decidió Nick. Besar a una mujer que parecía tomarse la vida tan en serio podía resultar peligroso. Ahora tendría una excusa plausible y, sin necesidad de dar demasiadas explicaciones, salvarse de hacer el payaso. Alargó nuevamente la mano para abrir la puerta del coche.

–Nick –dijo ella en un tono de voz un poco agudo.

–¿Sí?

–Comprendo por qué me has pedido un beso. Supongo que tú lo considerarás un trato justo –dijo, y se pasó la puntita de la lengua rápidamente por los labios.

–Ah… fue algo que dije sin pensar –murmuró él–. Olvídalo.

–¡No! –exclamó ella con tanta urgencia que lo sobresaltó. Luego lo hizo más todavía al inclinarse hacia él y decirle con seriedad–: Quiero que actúes de payaso, así es que te besaré. Pero… –pareció no saber cómo terminar y a Nick, atónito, no se le ocurrió qué decir.

Laura se acercó un poco y él percibió su delicado aroma de rosas y jazmín, dulce como el primer día tibio de primavera.

–La verdad es que no suelo besar a hombres que acabo de conocer –murmuró, nerviosa.

Por el rabillo del ojo Nick vio que hacía una pausa y se lo quedaba mirando como si estuviese reuniendo fuerzas. Se preparó a recibir la excusa que ella pondría para no realizar la molesta tarea.

–Me resultaría más fácil si girases un poco la cabeza –le dijo ella en tono ahogado.

Parecía que había hecho un máster en seducción. Su inexperiencia aparente, su autoridad y su belleza conformaban una mezcla embriagadora. Nick jamás había sentido algo semejante. Estuvo a punto de decirle que lo dejasen, que había sido una mala idea, pero en vez de eso giró la cabeza y ella levantó los labios suaves y llenos hacia los de él. Su hermosa piel, exquisitamente pálida, contrastaba con el vibrante rojo de su pelo. Nick no pudo resistirse. El leve contacto con su labio inferior le produjo un instantáneo ramalazo de deseo que le recorrió el cuerpo como fuego. Ella emitió un suave sonido de disculpa.

–No estaba lo bastante cerca –susurró–. Lo intentaré otra vez.

Nick cerró los ojos inmerso en una gozosa agonía y aquella vez los labios de Laura se apoyaron con cálida y suave firmeza sobre los suyos. Saboreó su dulzura, oyó su respiración entrecortada y sintió las manos femeninas a ambos lados de su cara mientras los labios de ella se entreabrían bajo los suyos.

¿Qué podía hacer en esas circunstancias sino devolver la caricia?

Su intención era darle un beso tierno. Después de todo, esa criatura puritana se asustaba fácilmente. Pero su boca era tan cálida y receptiva que, sin poder pensar en nada, sus labios y su lengua se fusionaron con los de Laura con urgente ansiedad.

En vez de protestar, ella emitió suaves gemidos, como rogándole más y volviéndolo loco. Estaba loco. No debería estar haciendo aquello, pero las manos de ella le recorrían los hombros y su boca se movía contra la de él con mayor ansiedad. No era momento para cuestionar su estado mental aunque sí para descubrir si su cabello era tan suave como lo parecía. Diablos, era todavía más suave. Tan suave… Los rizos color cobre se ensortijaron en sus dedos. Y deseó sentirla a ella envolviéndose en su cuerpo del mismo modo.

Nick no recordaba un beso que lo hubiese encendido tan rápidamente. Necesitaba apretarla, sentir todas esas suaves curvas contra sí, arrancarle las plumas de un tirón, pero se encontraban en plena calle, frente al pub lleno de sus amigos. Cuando se separaron, se hallaban ambos sin aliento y más que un poco aturdidos. Pero Nick no estaba dispuesto a disculparse. Mejor no mencionar el beso en absoluto.

–Bien –logró decir finalmente–. Parece que has cumplido, así que será mejor que me digas adónde tengo que ir a trabajar mañana.

Con las mejillas rojas, Laura se acomodó frente al volante, inspiró profundamente y se enganchó un mechón pelirrojo tras la oreja.

–¿Podrías estar a las nueve y media en la entrada de la calle Casey del hospital de Glenwood? –preguntó luego, de forma tan cortés que parecía que le estaba extendiendo una invitación para cenar con la reina.

Nick asintió con la cabeza. Madre mía, ¿qué le pasaba? O tenía el corazón más blando de todo el país o se le habían reblandecido los sesos. Primero un espectáculo de strip-tease y luego una actuación de payaso. Por segunda vez esa misma noche lo habían convencido de que hiciese algo que no quería.

Pero… ¿cómo iba a escabullirse después de que doña Modestia sacrificase con tanta valentía su boca y su moral por una sala llena de niños enfermos? Además, no tenía que ir a los juzgados hasta las once.

–Trato hecho –le dijo–. Gracias por el… por traerme –dijo y abriendo la puerta entró corriendo al pub antes de poder cambiar de opinión.

 

 

–Pareces contenta –dijo Susie, levantando la vista de los libros devueltos que clasificaba–. Supongo que la sesión del hospital ha salido bien.

Laura no se había dado cuenta de su amplia sonrisa y adoptó una expresión más sobria.

–Salió fantástica –dijo–. A los niños les encantó. Nick estuvo genial. Es más atlético de lo que pensaba. Puede hacer el pino y malabarismos. Bueno, casi puede hacerlos. Gracias a Dios que lo intentó con naranjas. Sabe…

–¡Eh, un momento! –interrumpió Susie–. ¿Has dicho Nick?

–Nick Farrell, la estrella del espectáculo de anoche. Lo he alentado para que amplíe su repertorio.

Susie tardó un instante en reaccionar, después de pestañear varias veces.

–Pero ¿no tienes a alguien que siempre te ayuda con las sesiones de lectura? –preguntó.

–No tuve tiempo de decírtelo anoche –sonrió Laura–, pero Moe está enfermo con un virus y no podía venir. Por suerte logré solucionarlo porque convencí a Nick Farrell de que lo reemplazase. Fue un payaso genial.

–¿Qué? –preguntó Susie mientas se le caían sobre el mostrador los seis libros que llevaba, haciendo que algunos lectores levantaran la vista y los miraran con reprobación–. ¿Hiciste actuar a Nick Farrell de payaso?

–Pues, sí –se defendió Laura–. No veo por qué tienes que asombrarte tanto. Tú lo contrataste para que se desnudase, yo simplemente lo hice para que aprovechase mejor sus habilidades artísticas. Les dio una alegría a los pequeños enfermos.

–¿Cómo diablos lo convenciste de que lo hiciera? –preguntó Susie, atragantándose.

Una pareja mayor se acercó y Laura se alegró de tener una excusa para no responder la pregunta de su amiga. No estaba dispuesta a explicar con pelos y señales la forma en que había logrado que Nick la ayudase.

No creía en realidad que ese beso le resultase a él un factor decisivo, pero estaba haciendo todo lo posible para borrarlo de su cabeza. No intentaba analizar cómo lo había besado, o mejor dicho, cómo había perdido el control totalmente con un artista del strip-tease. Aquella mañana solo había podido enfrentarse a él porque Nick estaba escondido detrás de su disfraz de payaso, incluyendo una rizada peluca roja, maquillaje y enormes zapatones.

Pero no le resultó tan fácil despistar a Susie. En cuanto estuvieron menos ocupadas, esta se acercó a ella, rebosante de preguntas.

–No me puedo creer que consiguieses que Nick hiciese el numerito del payaso –dijo–. Para empezar, ¿cómo hizo para escaparse del juzgado?

–¿El juzgado? –repitió Laura débilmente, sintiendo una súbita claustrofobia–. ¿Tiene una causa pendiente con la justicia? –inquirió, preguntándose si se habría arrojado a los brazos de un criminal.

–No, por supuesto que no, tonta –dijo Susie, mirándola fijamente–. Oh, cielos –susurró–. No sabes… ¿Quién crees que…? ¿No supondrás que Nick hace strip-tease de verdad, no?

–Por supuesto que lo hace de verdad. ¿Qué más quieres? Se quitó la ropa en una habitación llena de mujeres, ¿no?

–Oye, Laura, perdóname por no habértelo dicho antes –respondió Susie en voz baja al ver que los lectores volvían a levantar las cabezas e intercambiaban sonrisillas–, pero supongo que no lo hice porque temía que no te gustase la idea –y acercando más la cabeza a la de su amiga procedió a explicarle los motivos por los que Nick se había visto obligado a ir a su despedida de soltera y exactamente a qué se dedicaba en los juzgados.

–¡Fiscal! –exclamó Laura, sujetándose del mostrador–. ¿Quieres decir que he perdido horas de sueño planeando cómo sacarlo del arroyo cuando en realidad se dedica a ser un pilar de la sociedad, un defensor de la ley y la justicia?

–Me temo que sí –asintió Susie, haciendo una mueca.

Laura ahogó un alarido. No era el momento adecuado para estar dentro de una biblioteca. Pensar que había hecho el ridículo de esa manera con la contribución de Nick Farrell. Aquella mañana le había pagado veinticuatro dólares por su hora de trabajo y le había dicho que eran seis dólares más de lo que pagaba habitualmente. ¡Y el muy cerdo se comportó como si ella le hubiese hecho un gran favor, cuando seguro que ganaba miles de dólares diarios! Se dio cuenta de que Susie seguía hablando.

–De todos modos tienes que reconocer que Nick es increíble, ¿verdad?

Laura sintió con espanto que un profundo rubor le subía por el cuello hasta llegarle a las raíces del pelo.

–¡Qué va! –exclamó con innecesaria vehemencia.

–¿No has observado su cuerpo, su cara, su sonrisa? –rio Susie.

–Decididamente, no es mi tipo –dijo Laura, sabiendo que su negativa sonaba débil y pobre en comparación con lo que el rubor delataba.

–¡Qué pena! –murmuró Susie con una sonrisa pícara.

–¿Por qué? –preguntó Laura a su pesar.

–Porque tendréis que volveros a ver el sábado.

–¡No querrás decir que irá a la boda!

–Por supuesto. Si Rob y yo no hubiésemos decidido casarnos tan deprisa, seguro que lo habrías conocido en la fiesta de pedida o en alguna otra ocasión, porque será el padrino de boda. Lo cual quiere decir, querida, que será tu pareja.

¡Genial! ¿Cómo iba a hacer para mirarlo a la cara? Había tenido la esperanza de no tener que volver a verle el pelo en la vida. Desde que lo conoció había sufrido un desastre tras otro, error tras error.

Primero le había soltado un sermón sobre cómo mejorar en la vida y luego se le había tirado a la boca como una perdedora hambrienta de sexo. Y luego, aquella misma mañana, le había pagado una miseria por hacer el payaso.

–¿Nick es el padrino? –dijo, intentando aparentar calma–. No pasa nada. Lo único que tenemos que hacer juntos es seguiros por la nave de la iglesia. Yo me ocuparé de que la cola de tu vestido y el velo estén perfectos y él de ser el apoyo moral de Rob.

Susie agarró uno de los libros que Laura había colocado mal y lo puso en su sitio en el carrito.

–Ya veremos –murmuró y para consternación de Laura, le pasó el dedo ligeramente por la mejilla ruborizada–. Pero aquí hay algunos síntomas interesantes. Si no te gusta Nick Farrell, ¿por qué te has puesto como un tomate?

 

 

El sábado siguiente, mientras se colocaba al lado de Rob, Nick pensaba que todos los detalles de las bodas estaban elegidos adrede para que un hombre se pusiese nervioso: los trajes de alquiler, la música del asmático órgano, los parientes llorosos de los bancos delanteros y el silencio expectante del resto de la congregación.

Rob se movió inquieto esperando que llegase Susie.

–¿Has traído las alianzas? –murmuró.

–¿Qué alianzas? –dijo con extrañeza Nick.

Rob se puso pálido.

–Te las di anoche, ¿recuerdas? –dijo.

–¿Estás seguro? –preguntó Nick, tanteándose los bolsillos de la chaqueta y luego los de los pantalones.

–¡Oh, Dios! –exclamó Rob, mirando a Nick fijamente. Hundió luego el rostro entre las manos–. No me lo puedo creer. No es posible que me esté sucediendo esto ahora –añadió tembloroso, a punto de sufrir un colapso.

Nick metió dos dedos en el bolsillo del chaleco.

–Oh –dijo, sacando dos anillos de oro–, ¿te refieres a estas?

–¡Cerdo! –exclamó Rob, enderezando la cabeza de golpe.

Durante un tenso segundo los dos amigos se miraron fijamente. Luego, la comisura de la boca de Nick comenzó a temblar y Rob le respondió con una sonrisa.

–Ya sabía que encontrarías la forma de vengarte por la jugarreta de la despedida de Susie –dijo, con un brillo especial en los ojos.

–Ahí llevas razón –respondió Nick, regocijado.

–Ejem, caballeros –dijo el vicario, dirigiéndose a ellos–, la novia ha llegado.

De repente, el órgano tocó los acordes iniciales de la marcha nupcial de Mendelssohn.

–Aquí viene –dijo Rob, dándose la vuelta ilusionado.

Nick hizo lo mismo. Al fondo de la nave llena de flores, enmarcada en la entrada de piedra, preciosa y sonriente, se hallaba Susie. Pero justo delante de ella había una pelirroja vestida de azul. La pelirroja que él conocía.

Nick sintió una alarmante opresión en el pecho y durante un segundo pareció que había una sola mujer en la iglesia: Laura Goodman. Se dirigía hacia él vestida con algo etéreo y elegante que reemplazaba sus increíbles plumas azules.

Nick se cuadró de hombros y pestañeó. Ella seguía allí, no era un sueño. Avanzaba lentamente con un ramo de delicadas flores en las manos. Llevaba el maravilloso cabello caoba sujeto a los lados con florecillas y cayéndole en suaves ondas que brillaban como oscuras llamas contra sus hombros pálidos y perfectos. ¡Qué hermosa era!

Los profundos ojos azules le brillaban de la emoción, pero los mantenía fijos adelante mientras precedía a Susie hacia el altar. Ni una sola vez se dirigieron a Nick.

Lo cierto era que se alegró de que ella no lo mirase. Lo mejor sería que actuasen como si apenas se conociesen. ¡Dios santo! ¡Era verdad que casi no se conocían!

Y sin embargo, a pesar de su breve encuentro, esa bibliotecaria estirada lo había besado con una pasión que casi lo había puesto en órbita. El impacto de ese beso sería inolvidable. Un beso tan cálido como una noche de verano. Lo más sexy que había experimentado en años.

El vicario se adelantó y, con un sobresalto, Nick se dio cuenta de que se dirigía a los feligreses.

–Amados hermanos…

Haciendo un esfuerzo, volvió a la realidad: la boda de Rob y Susie. El principio de treinta, cuarenta o quién sabe cuántos años de dicha matrimonial. Hermoso si se lograba. Les deseaba la mejor suerte del mundo.

Él no había sido demasiado afortunado.

Pero en lo último que quería pensar aquel día era en su matrimonio. Era un terreno demasiado doloroso de pisar.

 

 

Laura pensó que lo estaba llevando bastante bien. Si conseguía establecer una distancia mental de Nick Farrell, podía lograr mantener la compostura durante la ceremonia de boda.

Se concentró en Susie, radiante con el delicado velo y el vestido de satén ajustándole la delgada silueta. La novia perfecta. Y nunca había visto a un hombre más feliz y ansioso por sellar una unión que Rob.

Lo cierto es que la felicidad de Rob, su tranquila confianza, parecieron extender un aura de calma a todos los demás. Laura no pudo evitar ser consciente de que del otro lado de él se encontraba Nick: alto, moreno e increíblemente guapo.

Cantaron los salmos, los contrayentes intercambiaron alianzas y votos y recibieron la bendición y Laura se tranquilizó paulatinamente para disfrutar de la felicidad de Susie.

Pero su serenidad se evaporó cuando llegó el momento de seguir a la feliz pareja por el pasillo. Todo le volvió a la mente. Todos los motivos por los cuales tendría que darse la vuelta y salir corriendo.

Nick dio un paso adelante y le ofreció el brazo, esperando que ella se tomase de él. ¡No era justo! Era demasiado alto y moreno como para no prestarle atención, demasiado elegante vestido de etiqueta, demasiado guapo para olvidar lo que se sentía cuando… ¡Basta!

Laura elevó la barbilla con altanería y con una leve sonrisa y apenas una mirada, permitió que Nick le diese el brazo. Bajo la suave tela de su chaqueta sentía sus sólidos músculos, pero dirigió la mirada adelante, pendiente de que el velo de Susie se deslizase sin enredarse tras ella. Sonrió a las filas de invitados.

–Buenas tardes, Laura –murmuró Nick y ella inclinó ligeramente la barbilla en respuesta, pero no lo miró.

Lo que menos deseaba en ese momento era ruborizarse. Con su piel tan pálida, el rubor era equivalente a llevar un cartel pegado sobre la frente que dijese: Miradme, que me muero de vergüenza. Pero para no ponerse colorada tenía que evitar mirar a Nick, no pensar ni en él ni en los ridículos errores que había cometido, ni tampoco enfadarse con él por seguirle la corriente. Tarea harto difícil.

Avanzaron lentamente por la nave porque Susie y Rob se detenían a cada rato para recibir las felicitaciones y los abrazos de sus parientes y amigos, pero cuando llevaban tres cuartos del recorrido hecho Laura comenzó a respirar más tranquila. Unos pasos más y se encontrarían fuera; entonces se podría mezclar con la gente. Habría superado la peor parte de la prueba de estar junto a él.

Cerca de la entrada dos adorables niñas se asomaban, casi cayéndose del banco mientras saludaban haciendo aspavientos. Laura supuso que eran hermanas porque aunque no se parecían, ambas iban vestidas iguales, con trajes verde oscuro de puños y cuellos de blonda blanca.

Les esbozó una sonrisa y las caritas se les iluminaron, los ojos redondos de la excitación. Se dio cuenta con sorpresa que miraban a Nick y ella con ese tipo de adoración y respeto que se reserva a los muy famosos. Oyó una carcajada ahogada de Nick y vio, al mirarlo, que les sonreía a las niñas.

–¿No son encantadoras? –no pudo evitar comentarle.

–Casi siempre –respondió él, sorprendiéndola.

De repente, la más pequeña, una muñeca adorable de sonrosadas mejillas y rizos oscuros, se bajó del banco para plantarse frente a ellos.

–¡Papi! –llamó excitada, mirando a Nick.

–¿Papi? –repitió Laura.

¿Ese irresponsable era padre? ¡Se había estado besando con un hombre casado! ¡No, imposible, otra vez no!

Capítulo 4

 

Nick se dio cuenta de la mirada de Laura, que iba y volvía entre su hija y él. Sabía que la niña era una versión reducida y femenina de su propio cabello oscuro, su particular nariz y sus acerados ojos grises. No era necesario que le hiciesen el test del ADN para determinar su paternidad.

Se inclinó para levantarla en sus brazos con un movimiento nacido de la práctica y le dio un cariñoso beso en la mejilla. Ella estaba radiante de alegría.

–Esta es Fliss –le dijo a Laura–. La segunda de mis hijas.

–Mi verdadero nombre es Felicity –dijo la niña, pronunciando su nombre con extrema corrección.

Nick no supo distinguir en la expresión de los ojos de Laura si esta estaba atónita, enfadada o ambas cosas a la vez.

–Y esta es Kate, la mayor –dijo, cuando la otra niña se acercó.

En aquel momento no tenía deseos de aclarar que el cabello liso y rubio de Kate se debía a su parecido con su madre.

–Hola, Kate. Hola Felicity –logró articular Laura finalmente mientras su mirada sorprendida se dirigía a la mujer de cabello cano que acompañaba a las niñas.

–Y esta es Heather Cunningham, mi suegra.

Las dos mujeres intercambiaron cortesías.

–Nos hemos visto antes –añadió la señora–, en la biblioteca de Glenwood.

–Heather ha traído a las niñas a ver la boda, pero no vendrán a la recepción.

–Ah –fue lo único que pudo decir Laura.

Pero las niñas no parecían tener dificultad en hablar.

–Me encanta tu vestido –dijo Kate, mirando a Laura como si esta fuese una princesa de cuento de hadas–. Y las flores.

Felicity estrechó el cuello de su padre con sus bracitos regordetes.

–Papi, qué guapa es tu novia. ¿Vosotros también os vais a casar?

Antes de que pudiese reaccionar a la pregunta de su hija, Nick oyó un sonido ahogado. Laura estaba, si cabe, más pálida y asombrada.

–¿Necesitas sentarte? –le preguntó.

Ella negó con la cabeza.

Al darse cuenta de que ella probablemente sentiría pena por esas pobres niñas con un padre degenerado que se dedicaba al strip-tease, o que quizá se preguntaría dónde se hallaba su madre, Nick intentó desesperadamente aclarar la situación sin hacer sufrir a nadie. En la corte era famoso por su aguda mente y su habilidad para dar respuestas precisas.

Pero hablar de aquel tema era diferente. Se trataba de Miranda.

Laura tenía los ojos azules llenos de lágrimas y le temblaban los labios. Y, por todos los diablos, Nick también sintió deseos de llorar. Hacía ocho años, él también se había casado. Era increíblemente joven, pero rebosante de amor por su novia. ¡Tendría que estar casado todavía! Parpadeó e intentó pensar en otra cosa mientras frotaba su nariz contra la de Felicity.

–Papi –insistió la pequeña–, ¿no me has oído? Tengo una idea genial. Te puedes casar con esta señora tan guapa.

–Hoy no, cielo –dijo él, logrando con un esfuerzo mantener la voz firme–. Hoy le toca a Rob –añadió, haciendo un gesto de disculpa.

–Ha cautivado a las niñas, Laura –dijo Heather Cunningham con una cauta sonrisa que no se reflejó en sus ojos.

Nick se dio cuenta de que su suegra tenía razón. Fliss le pedía inocentemente que se casase con esa preciosa dama de honor y Kate la miraba con los enormes ojos castaños con la misma expresión que tenía al ver a un gatito perdido. Nunca antes había visto a su hija mayor tan impresionada por alguien.

Tenía que reconocer que Laura estaba preciosa con el brillante cabello enmarcándole las delicadas facciones. Y el vestido era etéreo y femenino, el tipo de vestido que las niñas sueñan llevar algún día.

Era una pena que no hubiesen conocido a Laura en la biblioteca, con su pelirroja cabellera recogida en un moño sensato y sus curvas disimuladas bajo un vestido camisero azul oscuro, como en el hospital el otro día. Seguro que no las habría impresionado tanto y no habrían hecho esos comentarios tan embarazosos. Le sugirió a Heather que se las llevase.

–¡Todavía no! –protestaron las niñas, pero él se mantuvo firme.

–Le daré a vuestro padre mi ramo de flores para que os lo lleve –les prometió Laura, con lo que consiguió que se fuesen contentas con su abuela después de despedirse de ambos con sendos besos y abrazos.

Cuando Laura se volvió hacia Nick, que las saludaba con la mano, él se dio cuenta de que lo que parecía brillo de felicidad de sus ojos era en realidad furia.

–No me puedo creer que esas adorables niñas sean tus hijas –masculló ella–. Son tan dulces…

–Sorprendente, ¿verdad?

–Se merecen un padre que se tome su responsabilidad en serio.

–Eh, sé justa –protestó él–. Reconozco que no soy el Padre del Año, pero tampoco lo hago tan mal.

–Pues tu moral deja mucho que desear.

–¿Mi moral? –repitió él, mirándola con cara de extrañeza.

–Quizá no te dediques al strip-tease –susurró ella, acercándose–, pero no simules que no sabes por qué estoy enfadada.

Nick miró a su alrededor. Por suerte, todos los ojos se hallaban en los novios, que posaban en los escalones de la iglesia.

–Te lo digo en serio –le dijo–. No tengo ni idea de lo que estás hablando.

–Primero me sigues el rollo, cosa que no me gustó nada –dijo ella con frialdad–, y luego me convences para que te bese.

–¿Y eso es inmoral? ¿Un simple beso? –dijo él, volviendo a mirar a su alrededor, temiendo que alguien oyese aquella ridícula conversación.

–No fue exactamente simple –masculló Laura–. Un beso en la mejilla sí que es simple.

–Venga, no nos compliquemos la vida con definiciones.

–Mira, no te pongas en plan abogado conmigo. Ese tipo de beso, y sabes perfectamente al que me refiero, tendría que estar reservado para tu esposa.

–Mi esposa –dijo Nick, y las palabras le sonaron extrañas al pronunciarlas.

–Supongo que has tenido la suficiente decencia como para casarte con la madre de las niñas.

–Oh, sí –dijo Nick con un suspiro. Veía el fuego azul en los ojos de Laura, cargándole las baterías para otra sarta de preguntas, y resolvió cortar por lo sano–. Está muerta.

–¿Qué? –susurró ella.

–Que mi esposa ha muerto.