¿Tu novio o el mío? - Recobrar el amor - Barbara Hannay - E-Book

¿Tu novio o el mío? - Recobrar el amor E-Book

Barbara Hannay

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Beschreibung

¿Tu novio o el mío? Cómo ser la dama de honor perfecta: a) Sonríe y finge que te encanta tu horrible vestido. b) Sé paciente a medida que tu amiga se convierte en una novia obsesionada. c) ¡No te enamores del novio! Entusiasmada por ser la dama de honor de Bella, Zoe se entregó a las obligaciones que se esperaban de ella. Pero conocer al novio, un hombre increíblemente sexy llamado Kent Rigby, lo estropeó todo... y la llevó a preguntarse qué sucedía cuando se encontraba al hombre soñado y era de otra persona. Recobrar el amor Con sus sueños de boda destrozados y los rumores corriendo como la pólvora por el pueblo, Bella Shaw decidió marcharse de Willara y recorrer el país a toda velocidad con su primer amor, el peligroso e irresistible Damon Cavello. Llevaba demasiado tiempo yendo a lo seguro y ya era hora de enfrentarse a su pasado y empezar a vivir... y, con Damon a su lado, aquel era el momento.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 486 - septiembre 2019

 

© 2011 Barbara Hannay

¿Tu novio o el mío?

Título original: Bridesmaid Says, ‘I Do!’

 

© 2011 Barbara Hannay

Recobrar el amor

Título original: Runaway Bride

 

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-378-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

¿Tu novio o el mío?

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Recobrar el amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

COMENZÓ una mañana de lunes corriente. Zoe llegó puntual a la oficina a las nueve menos cuarto, con un café en la mano con el fin de empezar con energía la semana laboral. Para su sorpresa, su mejor amiga, Bella, ya estaba allí.

Por lo general ésta llegaba un poco tarde, y después de haber pasado el fin de semana en el campo visitando a su padre, Zoe había imaginado que llegaría más tarde que nunca. Sin embargo, esa mañana no sólo había aparecido temprano, sino que sonreía. Y estaba rodeada por un semicírculo de entusiasmados compañeros.

Extendía la mano como si mostrara una manicura recién hecha. Lo que no era de extrañar, ya que tenía debilidad por ellas.

Pero al acercarse, vio que las uñas de Bella se hallaban pintadas de un discreto y elegante gris pardo, nada que ver con la habitual manifestación colorida típica en ella. Y encima no eran el foco de atención de todos.

Las exclamaciones las provocaba un anillo centelleante.

Estuvo a punto de que la taza de plástico de su café se le escurriera de la mano. Logró sujetarla a tiempo.

Quedó aturdida.

Y también un poco picada.

Luchando por mantener la sonrisa, con rapidez dejó el café y el bolso sobre su escritorio y fue junto a su amiga.

Se dijo que estaba malinterpretando la situación. Bella no podía estar comprometida. En caso contrario, su mejor amiga se lo habría contado. De hecho, sabía que en ese momento Bella no salía con nadie. Juntas se habían estado autocompadeciendo de la sequía de citas que padecían y llegaron a hablar de establecer una cita doble a través de Internet.

Aunque era cierto que en los tres últimos fines de semana Bella había ido a su casa de Darling Downs, lo que había hecho que Zoe se preguntara qué había allí que la atrajera tanto. Bella le había explicado que le preocupaba su padre viudo, lo cual era comprensible, ya que éste se había sumido en una profunda desdicha en los últimos dieciocho meses, desde que muriera su madre.

También había mencionado a sus vecinos próximos y solícitos, los Rigby, y al hijo de éstos, Kent, a quien literalmente conocía de toda la vida.

¿Sería él quien le había dado el anillo?

Bella no había insinuado nada de que tuviera un romance con alguien, pero era evidente que el resplandor en el dedo de su amiga lo causaba un diamante. Y el nombre que salió de sus labios…

–Kent Rigby.

En ese momento le sonrió directamente a Zoe con una luz expectante en sus bonitos ojos verdes.

–¡Vaya! –logró exclamar ésta, obligándose a sonreír–. ¡Estás prometida!

Bella bajó levemente la cabeza, como si intentara interpretar la reacción de Zoe, y Zoe amplió un poco la sonrisa mientras buscaba las palabras correctas.

–De modo que… ¿esto significa que el chico de al lado al fin se ha lanzado?

Esperó parecer feliz. Desde luego, no quería que toda la oficina se diera cuenta de que no tenía ni idea del romance de su mejor amiga.

Justo a tiempo recordó abrazar a Bella, y luego le rindió el debido homenaje al anillo… un solitario elegante engastado en platino y adecuadamente delicado para las manos esbeltas y pálidas de su amiga.

–Es precioso –dijo con auténtica sinceridad–. Perfecto.

–Debió de costar un ojo de la cara –comentó una de las chicas a su espalda con voz asombrada.

En ese momento llegó Eric Bodwin, su jefe, y en la oficina reinó un silencio incómodo hasta que alguien anunció la feliz noticia de Bella.

Eric frunció el ceño, como si el matrimonio inminente de una empleada fuera un inconveniente enorme. Pero entonces consiguió decir «Felicidades» con un gruñido antes de desaparecer en su despacho.

Jamás había sido la clase de jefe que charlaba con el personal, de modo que todos estaban acostumbrados a su hosquedad. No obstante, su presencia apagó el entusiasmo de la mañana.

El semicírculo se disolvió. Sólo se quedó Zoe, con la cabeza tan llena de preguntas que era reacia a regresar a su escritorio, sumado al hecho de que no podía evitar sentirse un poco apagada por el hecho de que Bella jamás le hubiera confiado semejante noticia.

–¿Te encuentras bien, Zoe? –preguntó Bella con cautela.

–Claro, estoy bien –tocó el dedo anular de su amiga–. Me ha dejado atónita este solitario.

–Pero no contestaste mi mensaje texto.

–¿Qué mensaje?

–El que te envié anoche. Justo antes de irme de Willara Downs, te escribí sobre la buena noticia.

–¿Oh? –puso expresión avergonzada–. Lo siento, Bell. Anoche fui al cine y apagué el móvil. Luego olvidé volver a encenderlo.

Zanjado el «incidente», se sonrieron y Zoe se sintió ridículamente complacida de no haber sido excluida, después de todo.

–¿Quedamos en The Hot Spot a la hora de la comida? –preguntó Bella a continuación.

–Por supuesto –la pequeña y ajetreada cafetería de la esquina era la predilecta de ambas y una reunión ese día tenía máxima prioridad.

Una vez en su escritorio, el ánimo de Zoe volvió a caer al asimilar la realidad de la asombrosa noticia de Bella. Iba a perder a su mejor amiga. Se iría a vivir al campo con Kent Rigby y eso representaría el fin de su amistad íntima… del apoyo mutuo que se ofrecían en la oficina, de sus charlas durante la comida, de sus salidas los viernes por la noche y de los arrebatos de compras que compartían.

Decididamente, era el fin de las vacaciones en el extranjero. Y resultaba de lo más desconcertante que Bella jamás le hubiera hablado de Kent. ¿Qué decía eso de su supuesta amistad íntima?

Con expresión sombría, sacó el teléfono móvil del bolso, lo encendió y vio que tenía dos mensajes sin leer… ambos de Bella.

A las siete menos veinticinco de la tarde del día anterior:

 

¡Ha sucedido lo más increíble! Kent y yo estamos prometidos. Tengo tanto que contarte… B

 

Y luego a las nueve de la noche:

 

¿Dónde estás? Tenemos que hablar.

 

Zoe hizo una mueca para sus adentros. De haber estado disponible para esa conversación, esa mañana lo sabría todo y quizá comprendería la rapidez con la que se había producido ese compromiso.

Pero tenía que pasar una mañana entera trabajando antes de obtener una sola respuesta a las mil y una preguntas que bullían en su interior.

 

 

–¿Te vas a casar?

–Claro –con la horquilla, Kent metió heno fresco en el establo del caballo, luego observó a su amigo Steve, apoyado en la barandilla–. ¿Por qué otro motivo iba a pedirte que seas mi padrino?

–¿De modo que vas en serio? –preguntó Steve.

–Sí –Kent sonrió–. Casarse no es algo sobre lo que se pueda bromear.

–Supongo que no. Lo que pasa es que todos pensábamos… –calló e hizo una mueca.

–Pensasteis que seguiría jugando en el campo de los solteros toda la vida –aportó Kent.

–Puede que no para siempre. Pero, qué diablos, nunca diste la impresión de que planearas sentar la cabeza ahora, a pesar de que muchas chicas se han esforzado en lograrlo.

Kent había previsto la sorpresa de Steve, y hasta su incredulidad; sin embargo, la reacción de su amigo seguía irritándolo. Era cierto que había salido con muchas chicas sin llegar a nada serio, pero esos días se habían acabado. Tenía que asumir responsabilidades.

–Se supone que deberías felicitarme.

–Por supuesto, amigo. Ni hace falta decirlo –se apoyó en el establo y alargó una mano; su expresión estaba llena de buenos deseos–. Felicidades, Kent. Lo digo en serio. Bella es una chica estupenda. Es maravillosa. Los dos formaréis un gran equipo –le estrechó la mano.

–Gracias.

–No debería haberme sorprendido tanto –añadió Steve–. Tiene sentido. Bella y tú siempre habéis sido como… –alzó una mano para mostrar los dedos índice y corazón unidos.

Kent reconoció esa verdad con una sonrisa y un gesto de asentimiento. Bella Shaw y él habían nacido con seis meses de diferencia en familias con propiedades vecinas. De niños habían compartido corralito. De jóvenes había dado juntos clases de natación y equitación. Habían ido al mismo instituto, viajando todos los días a Willara en el destartalado autobús del colegio, intercambiando el contenido de sus almuerzos y compartiendo las respuestas de los deberes.

Hasta donde podía recordar, sus dos familias se habían reunido a orillas del río Willara para hacer barbacoas. Sus padres se habían brindado ayuda mutua para esquilar o reunir al ganado. Sus madres habían intercambiado recetas e historias mientras cosían juntas.

Con seis años, el padre de Bella le había salvado la vida…

Y en ese momento, con algo de suerte, Kent le devolvería el favor.

Se sentía bien al respecto. La verdad era que se sentía feliz con el futuro que Bella y él habían planeado.

No obstante, se habría sentido aliviado de haber podido desahogarse un poco con Steve. En los últimos años, la carga que llevaba no había parado de aumentar.

Cuando su padre había decidido adelantar la jubilación, Kent había asumido el grueso del trabajo en el rancho.

Luego había muerto la madre de Bella y su padre, el mismo hombre que le había salvado la vida de crío, había empezado a beber como un suicida. Preocupado, Kent también había ayudado ahí, dedicando largas horas a arar los campos y a arreglar las vallas.

Bella, desde luego, se había sentido angustiada. Había perdido a su madre e iba camino de perder también a su padre, y si ésos no eran problemas suficientes, la propiedad de su familia se deterioraba a marchas forzadas.

Había un caudal de emociones fuertes asociado a la decisión de casarse, pero aunque sentía la tentación, no pensaba confiarle eso a Steve, su mejor amigo.

–Tengo entendido que el padre de Bella se encuentra muy mal –comentó éste–. Se ha aislado bastante y necesita frenar el ritmo al que bebe.

Kent alzó la cabeza. ¿Es que Steve había adivinado que las situación era peor que lo que pensaba la gente?

–Tom tiene el comienzo de un fallo cardíaco –respondió despacio.

–Es para preocuparse.

–Lo es, pero si se cuida, debería mantenerse bien.

Steve asintió.

–Y en cuanto tú seas su yerno, podrás mantenerlo vigilado.

Era evidente que Steve consideraba razonable la decisión que habían tomado, pero en ese momento le dedicó una sonrisa descarada.

–Aunque Bella y tú formáis una pareja sagaz, manteniendo esto oculto en un pueblo tan dado a la rumorología como Willara –jugó con una brizna de paja y enarcó las cejas–. Bien, ¿cuándo es el feliz día? Supongo que tendré que ponerme un traje de pingüino.

 

 

Cuando Zoe entró en The Hot Spot, Bella ya la esperaba en su rincón favorito, con dos sándwiches de ensalada y dos cafés con leche.

–Ha sido una mañana larguísima –gimió al tiempo que ocupaba un asiento–. Gracias por pedir el almuerzo.

–Me tocaba a mí.

Alargó la mano y tocó el diamante en la mano izquierda de Bella.

–Esto es real, ¿no? Estás prometida en serio, no sueño, ¿verdad?

–Es totalmente real –su amiga sonrió–. Pero he de reconocer que yo misma aún me pellizco.

–Entonces… –comenzó Zoe con cuidado–, ¿tú tampoco esperabas este compromiso?

–La verdad es que no –se ruborizó–. Pero tampoco fue precisamente una sorpresa.

Zoe parpadeó y movió las manos.

–Lo siento, ya estoy perdida. Vas a tener que explicármelo –bebió un sorbo del café con leche.

–No hay mucho que explicar –Bella se acomodó un mechón de cabello rubio detrás de la oreja–. La cuestión es… incluso siendo niños, en la atmósfera de nuestras casas flotaba la constante sugerencia de que al final podríamos terminar juntos algún día. De pequeños se burlaban de nosotros, luego, con el tiempo, se relajaron, pero mientras crecíamos permaneció como una seria posibilidad de fondo.

Todo eso era nuevo para Zoe, por lo que no pudo evitar preguntar:

–¿Cómo es que nunca lo mencionaste?

Bella se mostró contrita.

–Debes de pensar que estoy loca después de haber hablado tanto de chicos sin mencionar una sola vez a Kent.

–Hablaste de él, pero dijiste que únicamente era un amigo.

–Lo era. Durante siglos. Sólo fuimos… vecinos… y buenos amigos… –se encogió de hombros–. Para serte sincera, jamás pensé seriamente en casarme con él. Pero entonces…

–¿Es Kent el motivo por el que en los últimos tiempos vas a pasar los fines de semana a tu casa?

Bella se ruborizó al tiempo que alargaba la mano para admirar otra vez el anillo.

–Se puede decir que es algo que nos sorprendió a los dos. Kent ha sido tan dulce.

A Zoe todo le pareció muy romántico. Una amistad maravillosa y duradera en la que dos personas se sentían realmente cómodas la una con la otra y se conocían a la perfección… todo lo bueno y lo malo. Y de pronto, los azotaba una verdad cegadora y hermosa.

Tan diferente de su experiencia devastadora con Rodney la Rata.

–Y como por arte de magia comprendisteis que estabais enamorados y hechos el uno para el otro –dijo. Bella asintió–. ¿Y sin lugar a dudas sabes que Kent es el Hombre Perfecto?

Otro movimiento afirmativo de la cabeza.

Zoe no entendía el nudo que sentía en la garganta.

–Pensé que esos amores inesperados sólo tenían lugar en el cine. Pero, mírate. ¡Es un romance real de amigos convertidos en amantes! –para su vergüenza, le cayó una lágrima por la mejilla.

–Entonces, ¿lo entiendes? –la sonrisa de Bella fue una mezcla de simpatía y alivio.

–Mi cabeza aún trata de asimilarlo, pero creo que aquí lo entiendo –se llevó una mano al corazón–. Me siento feliz por ti, Bell. De verdad.

–Gracias –se levantó de la silla y se abrazaron–. Sabía que lo entenderías.

–Tu padre debe de estar encantado –dijo Zoe cuando su amiga volvió a sentarse.

Para su sorpresa, el rostro de ella se encendió y luego palideció antes de clavar la vista en el sándwich que tenía delante.

–Sí, está muy feliz –musitó.

Desconcertada y un poco preocupada por la reacción, Zoe no supo qué decir. Algo no iba bien en todo eso.

Se preguntó si el padre de Bella había expresado sentimientos encontrados. Sería agridulce para el señor Shaw ver florecer el compromiso de su hija tan pronto después de la muerte de su esposa. Echaría de menos tenerla para compartir ese júbilo.

Pensó en sus propios padres, al fin asentados, llevando la pequeña tienda de música en Sugar Bay y criando a su hermano pequeño, Toby. Después de la inesperada llegada de éste cuando ella contaba catorce años, sus padres habían experimentado una transformación drástica. Cuando ella empezó a trabajar, al tiempo que Toby alcanzaba la edad de ir al instituto, habían abandonado la existencia nómada que habían llevado hasta entonces, viajando por todo el país como integrantes de un grupo de rock de segunda.

Pero convertirse en padres convencionales no había mitigado el amor que sentían el uno por el otro. Permanecían anclados en un loco amor juvenil y, aunque dicha relación siempre había hecho que Zoe se sintiera al margen, no podía imaginarlos arreglándose solos. Al menos no durante una eternidad.

Compadeció al señor Shaw…

–¿Tierra a Zoe? ¿Sigues ahí?

Ésta parpadeó y comprendió que Bella había estado hablándole.

–Lo siento. Yo… mmm… me he perdido lo que decías.

Su amiga puso los ojos en blanco.

–Te decía que esperaba que fueras mi dama de honor.

El corazón le dio un vuelco. Había estado tan centrada en asimilar la noticia que ni siquiera había pensado en la boda.

De pronto tuvo una visión de Bella hermosa toda de blanco, con un velo vaporoso… y ella misma radiante con su vestido de dama de honor…

Habría flores… y chicos atractivos vestidos de etiqueta…

Nunca había sido dama de honor.

La embargó el entusiasmo.

–Me sentiría muy honrada de ser tu dama de honor.

Y no exageraba.

Había oído hablar de que otras chicas consideraban ese honor un aburrimiento y hablaban pestes de tener que lucir horribles vestidos de satén, con los peores colores y estilos posibles.

Sin embargo, para ella era un privilegio maravilloso. Se pondría cualquier cosa que Bella eligiera, no le importaría. Ser la dama de honor era una prueba clara e irrefutable de que tenía una amiga verdadera.

Al fin.

Se encogió para sus adentros, ya que cualquiera pensaría que era una perdedora.

Aunque la verdad era que durante gran parte de su infancia se había sentido como tal. Había dispuesto de tan pocas oportunidades de hacer amigas… porque sus padres la habían arrastrado por todo el país, ¡viviendo en la parte de atrás de un autobús! Jamás había tenido tiempo de que sus amistades arraigaran.

No fue hasta que empezó a trabajar en Bodwin & North, y conocido a Bella, cuando al fin había tenido la oportunidad de formar la clase de amistad en curso que siempre había anhelado. Y en ese momento tenía la prueba de que era una realidad… una invitación para ser la dama de honor de Bella.

La miró radiante.

–¿Será una boda en el campo?

–Sí, en la propiedad de los Rigby… Willara Downs.

–Vaya, eso suena perfecto –le resultó tan fácil imaginar el gran día de Bella… mesas cubiertas con manteles blancos con puntillas y preparadas en una terraza e invitados impecables–. Bueno… ¿con cuántas damas de honor planeas contar? –intentó sonar casual, lo que no le resultó fácil mientras contenía el aliento. ¿Compartiría ese honor con otras seis damas? En alguna parte había leído que una celebridad se había casado con dieciocho damas de honor, todas ellas enfundadas en vestidos de seda púrpura.

–Sólo una –indicó Bella con calma–. No será una boda grande y llamativa. Únicamente la familia y los amigos íntimos. Nunca he querido tener un enjambre de damas de honor –sonrió–. Sólo te quiero a ti, Zoe. Serás perfecta.

«Perfecta». Que palabra tan maravillosa.

–Haré todo lo que esté a mi alcance para que el día sea perfecto para ti –prometió.

Investigaría cuáles eran sus obligaciones y las ejecutaría con minuciosidad. Ninguna novia iba a tener jamás una asistente nupcial más devota que ella.

–Bueno, ¿hay fecha? ¿Una agenda?

–De hecho, estábamos pensando en el veintiuno de octubre.

–Cielos, apenas faltan unas semanas para que llegue.

–Lo sé, pero Kent y yo no queríamos esperar.

Supuso que oiría la frase «Kent y yo» muchas veces en las siguientes semanas. Tal como ya había hecho a menudo, volvió a preguntarse cómo sería estar profundamente enamorada.

Pero entonces tuvo otro pensamiento súbito y bajó la voz:

–Bella, no estás embarazada, ¿verdad?

–No, claro que no.

–Sólo quería asegurarme… por la boda súbita.

–Cállate, tonta –con el rostro colorado, le dio un golpecito en la muñeca.

–Lo siento –Zoe sonrió.

–No debería de ser difícil de organizar. Todo tendrá lugar en la casa, de modo que no hay que reservar iglesia, ni coches ni un salón para la recepción. Y el párroco local es un buen amigo de los Rigby.

–De modo que sólo tendrás que comprar un vestido de novia y la tarta nupcial.

–Sí. Demasiado fácil –convino Bella con una carcajada, pero mientras empezaban a comer, se puso seria–. He arreglado una reunión con Eric Bodwin. Tendré que dimitir, ya que viviré en Willara, pero esperaba que también pudiéramos organizar un tiempo libre para ti con el fin de que puedas ir a ayudarme con los preparativos de último minuto. Pero sé que esos días te los quitarán de las vacaciones…

–No pasa nada –se apresuró a decir Zoe–. Me encantará pasar una semana en el campo –empezaba a sentirse deprimida por la marcha de Bella, pero entonces sonrió–. Y hasta puede que me surja un romance propio.

–No estaría mal –los ojos de Bella brillaron de alegría.

Para Zoe no era una idea ociosa. De adolescente, y durante sus innumerables traslados, había desarrollado un aprecio especial por los hijos de los rancheros con sus vaqueros, sus hombros musculosos y su andar despreocupado.

–Creo que suena idílico –indicó Zoe con sinceridad–. Aunque es probable que yo tenga una idea romántica de la vida en un rancho. La verdad es que jamás he estado en uno.

–¿Por qué no te vienes conmigo el próximo fin de semana? –sugirió Bella con sonrisa radiante–. Podríamos irnos el viernes al salir del trabajo. Sólo es un viaje de poco más de una hora. Conocerás a Kent y te mostraré dónde planeamos celebrar la boda. Así podrás ayudarme a perfilar todos los detalles.

–Eso suena maravilloso.

–Sabes lo inútil que soy para organizar algo. Probablemente, te pase papel y bolígrafo y una lista telefónica de candidatos posibles para el catering.

–Está bien –sin duda era patético, pero le encantaba sentirse necesitada–. Me encantará ir. ¿Seguro que hay sitio para que me quede?

–Por supuesto. No nos quedaremos en la casa de mi padre. No se ha sentido bien últimamente y tanto alboroto lo irritará. Podemos permanecer en Willara Downs. La casa es enorme y Kent es un anfitrión maravilloso. Ahora sus padres viven en la ciudad, pero probablemente aparezcan y también podrás conocerlos. Te recibirán con los brazos abiertos.

Pensó que durante un breve período de tiempo, y por primera vez, estaría mirando desde dentro, y no desde fuera, como toda su juventud.

–Me encantaría. Podemos ir en mi coche –ofreció, ansiosa por ayudar de cualquier modo–. Es mucho más fácil y cómodo que ir en autobús.

Se dijo que iba a ser fabuloso. Estaba decidida a llevar a cabo cada tarea al máximo de su capacidad. Su objetivo no era otro que la perfección.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL SIGUIENTE fin de semana, a quince kilómetros de Willara Downs, Zoe oyó un inconfundible flap, flap, flap, procedente de la rueda trasera del coche. Rogó para sus adentros que no fuera lo que se temía.

Pero la esperanza era inútil. En su infancia había oído ese sonido demasiadas veces… su padre siempre había estado cambiando ruedas del autobús. En ese momento, y con enfermiza certeza, supo que tendría que aparcar en el herboso arcén y tratar de recordar lo que había que hacer.

Pero no era agradable estar sola en el lateral de un desconocido camino comarcal al anochecer de un viernes. Lamentó haber sido tan convincente al asegurarle a Bella que podría llegar sola a Willara Downs mientras ésta visitaba a su padre.

Dos días atrás, al padre de Bella lo habían ingresado en el hospital. Al parecer, Kent Rigby había encontrado al señor Shaw en muy mal estado y había insistido en llevarlo a Willara.

De forma comprensible, a Bella la había dominado la preocupación y Zoe la había dejado en la ciudad.

–Kent no responde al teléfono, así que lo más probable es que esté fuera del rancho, pero entenderá que aparezcas sola –le había asegurado su amiga.

–Y uno de nosotros vendrá a recogerte más o menos en una hora –había sugerido Zoe.

–Sí, eso será estupendo.

Y después de expresarle que ansiaba que su padre se encontrara mucho mejor, había partido, y descartando la preocupación por la salud del padre de Bella, se sentía entusiasmada por ese fin de semana lejos del trabajo y porque iba a conocer al novio de Bella… y formar parte de la planificación de todo el acontecimiento.

Lo último que necesitaba era un pinchazo.

Durante un instante jugó con la idea de llamar a Willara Downs para ver si Kent Rigby podía ayudarla. Pero que la vieran como a una chica de ciudad incapaz de cambiar una rueda pinchada era un modo tan pésimo de empezar un fin de semana que, resignada, bajó del vehículo. Abrió el maletero para sacar el gato y la llave que aflojaba las tuercas de la rueda.

Los mosquitos zumbaban mientras buscaba. Y, como solía suceder, la llave estaba enterraba bajo todo el equipaje… dos bolsas, dos maletines de maquillaje y dos trolleys.

–Nunca se sabe, puede haber alguna fiesta –había indicado Bella.

En ese momento, con las pertenencias de ambas diseminadas a un lado del camino, se puso en cuclillas frente a la rueda. Y entonces no supo si sería lo bastante fuerte como para aflojar las tuercas. Parecían bien apretadas. Y aunque pudiera sacarlas, se preguntó si luego sería capaz de volver a apretarlas bien.

Se dijo que quizá debería tratar de llamar por teléfono para pedir ayuda.

Se incorporó y fue a buscar su bolso. Como de costumbre, el móvil se había escurrido de su contenedor lateral y tuvo que ponerse a hurgar entre un popurrí de cosas…

Seguía haciéndolo cuando oyó el sonido de un vehículo al acercarse. Se animó. Seguro que era la típica y amigable persona de campo encantada de parar y echarle una mano.

Apenas había formado ese pensamiento cuando experimentó un aguijonazo de temor. Si no hubiera visto tantas películas de terror. Ahí estaba, completamente sola en la campiña silenciosa y vacía, preguntándose si el conductor era un asesino con un hacha, un prisionero fugado o un violador.

Su mano se cerró en torno al teléfono móvil en el momento en que un todoterreno blanco apareció.

Sólo iba una persona en el coche, una silueta negra y claramente masculina. Comenzó a frenar.

Su corazón nervioso le dio un vuelco cuando el todoterreno se detuvo por completo y él se asomó, apoyando un antebrazo bronceado y fuerte en el borde de la ventanilla.

Llena de pánico, apretó la tecla de llamada del móvil y observó la pantalla.

Sin cobertura. Lo que le faltaba. La esperanza de rescate acababa de esfumarse.

–¿Necesitas ayuda? –preguntó el conductor.

Al menos tenía una voz amistosa… suave y cálida, con un vestigio de buen humor.

Zoe tragó saliva y se obligó a mirarlo directamente. Vio un pelo oscuro y corto y ojos del color del café. No amenazadores, sino amigables, cordiales y en un rostro atractivo. Una nariz agradablemente proporcionada, mandíbula fuerte y boca generosa.

Él ya había abierto la puerta y bajaba del vehículo.

Llevaba una camisa azul de mangas largas remangadas y unos pantalones ceñidos de color beis. Las botas de montar eran de color tostado y bien lustradas. Siempre le había gustado ese aspecto limpio con un toque de vaquero.

–Veo que has pinchado –fue hacia ella con el andar relajado del hombre que conoce la tierra–. Vaya mala suerte.

Sonrió y la sonrisa también se reflejó en sus ojos.

A pesar de sus temores, Zoe no pudo evitar devolverle el gesto.

–Acabo de elevar el coche, pero no estaba segura de hasta dónde debía subirlo.

–Yo diría que lo has dejado a la altura perfecta.

De pronto, no pudo recordar por qué había sentido aprensión de ese hombre. Había algo en su sonrisa y en su cara que resultaba de una idoneidad increíble e importante.

De hecho, sentía como si en lo más hondo de su ser hubiera sonado un gong y le costó un gran esfuerzo apartar la atención de ese desconocido para centrarse en su problema.

–Estaba a punto… mmm… de ocuparme de las tuercas.

–¿Quieres que te eche una mano? Si eso no te ofende –sonrió.

Zoe sintió un hormigueo.

–¿Por qué me iba a ofender tu ayuda?

Él se encogió de hombros.

–Por si te parecías a mi hermana menor… la independiente. Odia que los chicos den por hecho que necesita ayuda cuando no la necesita.

–Ya veo –la relajó que mencionara a su hermana y le ofreció una sonrisa radiante. Casi flotaba–. Me encantaría decir que puedo arreglarme sola, pero, para serte sincera, no estoy segura de que lo consiguiera. Estaba a punto de llamar para solicitar ayuda.

–Ya no hace falta. Tardaré poco.

–Eres muy amable –entregándole la llave, esperó que su salvador no se manchara de grasa.

Ajeno a la preocupación de Zoe, él se agachó junto a la rueda y comenzó a trabajar con movimientos fluidos y eficientes.

Notó que tenía unas manos bonitas. En realidad, todo él era atractivo. Alto, musculoso. Contuvo un leve suspiro y se dijo que se comportaba como una tonta. Antes de que esa boda terminara, iba a conocer a cientos de hombres de campo atractivos.

Pero había algo especial en ese hombre… el calor de sus ojos castaños y su sonrisa la tenían embelesada.

Era extraño que pudiera sentir tanto cuando toda la atención de él se hallaba centrada en cambiar la rueda trasera.

–Y ahora la de repuesto –después de aflojar la pinchada, se incorporó y la miró.

Sus ojos conectaron y…

Él se quedó muy quieto y en sus ojos apareció una clase de intensidad nueva. Miró a Zoe… como si hubiera experimentado una conmoción, una conmoción placentera pero profundamente perturbadora.

Atrapada bajo su mirada, sintió que el rostro se le encendía como una hoguera y tuvo la percepción peculiar de que ese desconocido experimentaba los mismos síntomas, como si hubieran conectado en una frecuencia de onda invisible.

«Esto no puede ser lo que creo que es».

«Vuelve a la tierra, Zoe».

Contuvo el aliento, incapaz de hablar o incluso de pensar, pero increíblemente consciente de que acababa de suceder algo más allá de lo corriente.

Entonces, el hombre que la estaba rescatando parpadeó y movió la cabeza, como si desterrara pensamientos no deseados. Carraspeó.

–Ah… la rueda de repuesto. Supongo que estará en el maletero.

Girando, fue hacia la parte de atrás del coche, esquivando con destreza el equipaje allí diseminado.

Y entonces, sin advertencia previa, volvió a sonreírle.

Una sonrisa cálida y amigable otra vez, y de nuevo Zoe quedó electrificada. Al instante. De forma ridícula. Lo imaginó en una cocina rural, ofreciéndole la misma sonrisa cautivadora desde el otro lado de la mesa mientras desayunaban después de una deliciosa noche de hacer el amor.

Santo cielo. Se dijo que, como siguiera así, no tardaría en imaginarlo desnudo.

–Perdona.

La voz de él la sacó del ensimismamiento en que se hallaba. Ruborizándose, se hizo a un lado mientras él transportaba la rueda. Pero que el cielo la ayudara, estaba hipnotizada por la fuerza de esos hombros y la seguridad de sus manos al alinear la rueda como si no pesara más que un botón antes de encajarla.

–Vi a mi padre cambiar ruedas en caminos de campo muchas veces –explicó ella–. Debería haber prestado más atención.

La miró con evidente sorpresa en la cara.

–¿Qué caminos de campo? No eres de por aquí, ¿verdad?

–No. Mis padres formaban parte de un grupo musical y hacían giras por diversos países –esperó que el resentimiento que pudiera quedarle por aquellos años de vida nómada no se hubiera manifestado en su voz.

–¿Qué grupo? –preguntó él mientras apretaba una tuerca.

–Lead the Way.

–Bromeas.

Riendo, Zoe negó con un gesto de la cabeza.

–No, me temo que hablo en serio.

–¿Los dos eran integrantes de Lead the Way?

–Sí. Mi padre era el cantante principal y mi madre tocaba la batería.

–¿Así que eres la hija de Mike Weston?

–Del mismo –rara vez había tenido que reconocerlo. Desde que empezara a trabajar en la ciudad, no había conocido a nadie que hubiera oído hablar de sus padres o del grupo.

–Asombroso –él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada–. Espera que se lo cuente a mi padre. Es un gran admirador de Mike Weston. Jamás se perdió una actuación de Lead the Way en Willara.

Zoe le sonrió con gesto radiante. Era alentador que alguien le recordara que su padre había sido muy popular en esa zona.

Pero descubrir que ese desconocido y ella tenían algo en común hizo que le gustara más que lo que recomendaba la sensatez. Quizá fomentar la conversación con él no era una idea tan brillante.

Se ocupó en asegurar la rueda pinchada en el maletero y en volver a colocar dentro el equipaje.

Al terminar, el buen samaritano quitaba la llave.

–Ya está –anunció, irguiéndose y frotándose las manos para limpiarlas.

–Muchas gracias. Has sido realmente amable. De verdad que te estoy muy agradecida –«y un poco triste por tener que despedirnos ahora…».

Con las manos a la cintura, la observó con una sonrisa enigmática.

–¿Qué me dices de ti? –le preguntó–. ¿Cantas o tocas la guitarra?

–Me temo que no. Los genes musicales se olvidaron por completo de mí.

–Pero heredaste el talento de tu padre para pinchar en caminos de campo.

–Sí… por desgracia.

En vez de marcharse, entablaba conversación con ella. Lo que le encantó. Ya no le inquietaba que fuera un desconocido. Se hallaba demasiado ocupada disfrutando de esa experiencia sorprendente, como si cabalgara la cresta de una ola.

Se preguntó si sus pies seguían anclados en la tierra.

Nunca antes había sentido eso. No con un extraño ni con semejante intensidad. Rodney la Rata no contaba. Éste había sido un compañero de trabajo al que había conocido desde hacía doce meses antes de que la invitara a salir.

La verdad era que se sentía insegura con los chicos. Todo eso venía de la infancia, cuando siempre había sido la chica nueva, llegando siempre tarde a los colegios, una vez que ya se habían establecido todos los grupos de amistades. Había crecido sabiendo que jamás había terminado de encajar.

Pero la sonrisa maravillosa de ese hombre la hacía sentir fabulosamente segura y de pronto su mayor temor fue que se marchara de su vida.

–Le diré a mi padre que he conocido al hijo de uno de sus fans –le comentó.

–¿Tienes que ir lejos? –inquirió él.

–No creo que falte mucho. Voy a Willara Downs.

–¿Willara Downs? –preguntó con rigidez.

–Es una propiedad próxima… un rancho.

–Sí, lo sé –volvió a fruncir el ceño–. Es mía.

¿Su propiedad? Sintió un frío súbito. No podía ser…

–No… no eres… un Rigby, ¿verdad?

–Desde luego que lo soy –la sonrisa que mostró apenas tenía un vestigio de su anterior calidez–. Me llamo Kent Rigby. ¿Debería conocerte? –agregó.

Incrédula, comprendió que era el prometido de Bella.

De repente se sintió muy cansada. Y precavida.

–No nos conocemos –musitó, deseando no sonar tan decepcionada como se sentía–. Pero pronto trataremos mucho. Me llamo Zoe. La dama de honor de Bella.

–Lo siento, debería haberlo adivinado –repuso, hablando otra vez con amabilidad, sin ningún atisbo de agitación–. Pero esperaba que estuvieras con Bella.

Con calma, ella extendió la mano. La calidez y la fortaleza de él la envolvieron en un apretón firme.

–Hola, Kent.

–Hola, Zoe.

–Dejé a Bella en el hospital. Intentó llamarte para explicarte que yo me iba a presentar sola –Kent había olvidado soltarle la mano.

–De hecho, yo mismo vengo ahora de ver a Tom –expuso.

–¿Cómo… cómo se encuentra?

–Un poco mejor, gracias a Dios –de repente se dio cuenta de que aún le sostenía la mano. La soltó con una sonrisa ligeramente embarazosa y luego metió las suyas en los bolsillos de los vaqueros. Con los hombros erguidos, miró hacia el cielo del este, donde una enorme luna llena ya empezaba a asomarse sobre el campo recién arado–. Supongo que Bella llamará cuando esté lista para que la recojan.

–Sí.

–Será mejor que nos vayamos, entonces. ¿Quieres seguirme? Te mantendré en el espejo retrovisor para asegurarme de que estás bien.

–Gracias.

Mientras seguía al todoterreno de Kent, intentó reírse de sí misma. Qué tonta había sido al entusiasmarse con un desconocido al que había conocido en un camino comarcal.

Sí, en ese momento se sentía ridículamente desilusionada, pero lo superaría. Había esperado con muchas ganas ese fin de semana como para dejar que algo lo estropeara. Había querido ser la dama de honor perfecta.

Y ése seguía siendo su objetivo.

 

 

Detrás de un arco de rosas silvestres y de un sauce, apareció una elegante casa estilo Federación, larga y baja, con luces ya encendidas en la terraza.

Las ruedas del coche crujieron sobre la grava mientras frenaba detrás del vehículo de Kent, delante de unos pulidos escalones de piedra caliza flanqueados por lechos florales de lirios. Cuando él bajó, lo vio perfilado contra el fondo de su hogar.

Maldijo para sus adentros por esa visión tan atractiva… y se dijo que tenía que dejar de pensar de esa manera.

Además, no tenía elección. Ese hombre apuesto era el futuro marido de Bella y bajo ningún concepto permitiría que su necia imaginación cediera a más fantasías atolondradas.

–Te mostraré tu habitación –indicó Kent con la corrección del anfitrión perfecto.

Lo siguió por un pasillo, más allá de un salón elegante con sofás mullidos y alfombras orientales, hasta un bonito dormitorio que era la representación de la comodidad y de la cuidada decoración estilo oeste.

Colocadas sus cosas, la llevó a una terraza posterior impregnada de la fragancia de las glicinias, donde al rato estuvo sentada en un sillón de bambú, bebiendo vino blanco mientras ambos contemplaban a la menguante luz la hermosa vista de los campos y las colinas distantes.

Contuvo el impulso de suspirar. Todo acerca del hogar de Kent Rigby era tan magnífico como él. De pequeña, al mirar por la ventanilla del autobús, había soñado con vivir en un rancho hermoso como el de los Rigby, pero jamás había sido celosa y no pensaba empezar a serlo en ese momento.

Bella no tardaría en regresar del hospital y ocupar el lugar que le correspondía junto a su novio. Y el tonto error de ella en ese camino comarcal no sería más que algo del pasado.

 

 

Sosteniendo un frío vaso de cerveza como si en ello le fuera la vida, Kent intentó soslayar a la chica que tenía sentada junto a él. Algo complicado cuando era el anfitrión y desde pequeño le habían inculcado a mostrar buenos modales.