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Nick Hunter le había propuesto matrimonio a Skye Belmont creyendo que ella era una mujer trabajadora e independiente. Cuando Skye le dijo que quería tener hijos, Nick no pudo ocultar sus dudas. Solo tres semanas antes de la boda, Skye se dio cuenta de que tenía que romper con él. Nick estaba confuso. ¿Podía ser él la clase de marido que quería Skye? Su relación había sido intensamente apasionada y él sólo tenía una manera de resolver su dilema: tenía que convencer a Skye de que le diera una segunda oportunidad a su amor.
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Seitenzahl: 145
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Lindsay Armstrong
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El dilema del novio, n.º 1164 - octubre 2019
Título original: The Bridegroom’s Dilemma
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-660-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Si te ha gustado este libro…
MIRA esto! No me lo puedo creer –dijo el hombre de mediana edad mostrándole el periódico a su compañero–. Skye Belmont y Nick Hunter han roto su compromiso solo tres semanas antes de su boda.
–No me sorprende –dijo el que lo acompañaba en la terraza mientras le daba un trago a su capuchino–. Son gente muy famosa y con grandes egos, sin duda.
–Pero ella es muy hermosa y no actúa como si tuviera un gran ego. Ya sabes que Skye Belmont es la chica por la que yo lo dejaría todo. Esos maravilloso y risueños ojos azules, figura perfecta y cabello rizado rubio natural… ¡Y esas piernas! ¿No son como para morirse?
Su amigo pareció divertido.
–¿No nos moriríamos todos por ellas? Y lo cierto era que parecían la pareja perfecta, pero eso nunca se puede decir.
–Si él le ha hecho daño…
–Podría ser al revés.
–No Skye. Es un encanto.
–Bueno, probablemente nunca lo sabremos.
–Skye, no te puedes quedar ahí sentada todo el día, querida.
Skye Belmont se agitó y miró a su madre. Se estremeció cuando su mirada pasó por el traje de novia.
–¿Sabes, mamá? Me gustaría que hubiera un agujero a mano para poder esconderme en él.
Su madre se sentó en el borde de la cama y le dijo:
–Tú fuiste la que rompió el compromiso, Skye. Y me dijiste que por un montón de buenas razones. Y todo este interés y publicidad terminarán pronto. No te olvides de que fue inevitable. ¿Es que te estás arrepintiendo ahora?
–No. Pero entre tú y yo, mamá, aun cuando sé que no puedo vivir con él y todo lo demás, supongo que siempre lo añoraré.
Iris Belmont pareció preocupada.
–Aparece usted en la primera página del periódico, señor Hunter –dijo Florence Daley mientras dejaba la prensa delante de su jefe.
Nick Hunter quitó los pies de encima de su mesa y suspiró. Era bastante alto, de cabello y ojos oscuros, tenía los hombros anchos y un aire de energía que lo envolvía.
Su cuerpo era esbelto y poderoso, pero lo más destacable en él era su rostro. No se podía decir que fuera precisamente atractivo, pero en él se reflejaba la vitalidad, el humor y la fuerza. Cuando se reía era casi imposible no acompañarlo. Y cuando miraba enfadado, era imposible no asustarse. No era de extrañar que ella no lo pudiera haber soportado, la pobre niña…
–Supongo que todo el mundo se está preguntando qué clase de cerdo soy por haber dejado a Skye, ¿no?
–Sí.
–¡No me vengas tú también con esas, Flo!
Florence tenía unos sesenta y pocos años y había sido anteriormente la secretaria de su padre. A él lo conocía desde los dieciséis años.
–Me temo que sí. Yo quiero a Skye y creía que tú también la querías –dijo.
–Amar a Skye y casarse con ella son dos cosas muy distintas. Y, de paso, fue ella la que me mandó a paseo.
–¿Por qué sería? Usted nunca está aquí, para empezar. Sería como una especie de matrimonio por correspondencia. Y siempre está haciendo cosas difíciles y peligrosas que no tendría que hacer, ella nunca sabría cuándo el padre de sus hijos se transformaría en un número en alguna estadística. Y además, demasiadas mujeres se sienten atraídas por usted.
–Flo, creo que, en eso, estás exagerando.
–No es para que se lo tome a broma. El problema con usted es que siempre ha tenido todo lo que quería en bandeja y está demasiado acostumbrado a dominar la vida de todos los que lo rodean.
–¿Es eso lo que crees? ¿Que he tratado de dominar a Skye?
–No diría que no.
Se miraron a los ojos hasta que Florence se ruborizó y apartó la mirada.
–Lo siento. No soy quien para…
–No –dijo Nick agitando una mano–. Tienes todo el derecho a decir lo que piensas. Me has hecho ver una cosa. Como voy a hacer de malo en esta película, puede que sea buena idea irme una temporada de la cuidad.
–¿Es que ella no significa nada para ti?
Ahora fue Nick el que apartó la mirada y, por un momento, se puso serio.
Pero sonrió inmediatamente.
–Flo, yo siempre amaré a Skye de una manera. Pero por razones que nos importan solo a los dos, no encajamos. Y es mejor que hayamos descubierto eso antes de la boda, ¿no?
–Tienes que marcharte una temporada, querida –le dijo Iris Belmont a su hija esa noche mientras cenaban–. Por lo menos hasta que se pase el revuelo. ¿No termina pronto la serie? Normalmente siempre te dan un intervalo de unos tres meses hasta que empiezas a filmar otra.
–Sí. Pero todavía queda trabajo que hacer para la siguiente serie, mi nuevo libro…
Skye miró su plato y lo apartó antes de añadir:
–Lo siento, mamá, no tengo hambre.
–Puedes trabajar en tu libro en cualquier parte. Incluso un viaje te podría dar algunas ideas para él.
–Supongo. Mira, lo pensaré –dijo Skye levantándose de la mesa–. Pero ahora me voy a acostar. Por favor, no te preocupes por mí. Estaré bien.
«Famoso epitafio», pensó ella mientras estaba tumbada en la cama de su antigua habitación en la casa que la vio nacer.
Había vuelto después de la ruptura y seguía teniendo su propio piso no lejos de allí, pero se había mudado para no estar sola y para que la prensa la dejara en paz.
Recordó cómo había conocido a Nick hacía cosa de un año. Cocinar siempre había sido su pasión, heredada de su madre. Después de la muerte de su padre, su madre y ella habían invertido la pequeña herencia en un pequeño y elegante restaurante que había sido un éxito desde el principio.
Y uno de sus clientes habituales, un productor de televisión, le había ofrecido a Skye un programa de cocina y, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, su programa era un éxito también. El programa trataba de que ella iba a casa de algún famoso, se metía en la cocina y le hacía sus platos favoritos.
En pantalla, sorprendentemente, dada su natural timidez, se transformaba en una mujer alegre y dicharachera, muy capaz de hacer reír a la gente. Así que, con veintidós años, ya no podía salir a la calle sin ser reconocida.
Así que un día se había encontrado en la cocina de Nick Hunter. Era un tipo famoso cuyo padre era una de las mayores fortunas del país, su madre una reputada psicóloga, su hermana diseñaba ropa y vivía en París y él era el segundo de a bordo del vasto imperio financiero de su padre.
Nick pilotaba su propio avión, tenía pasión por las carreras de coches y de barcos y competía como aficionado. Le gustaba todo lo rápido, incluyendo a las mujeres, que siempre aparecían relacionadas con él.
Por eso a ella le sorprendió cuando le cayó bien nada más verlo, y más todavía cuando se lo pasaron estupendamente mientras rodaban el programa.
Luego le dijo a su madre mientras veían juntas el programa:
–¿Cómo lo ha hecho? No es la clase de hombre que me guste o me pueda caer bien.
–Lo cierto es que es muy atractivo. Me refiero a físicamente.
–Y también es un playboy, si no me equivoco.
–Oh, eso seguro. Un rompecorazones, sin duda. Tienes suerte de no ser una chica impresionable, Skye –le dijo su madre con ojos risueños.
–Muy bien, es alto, moreno y peligrosamente atractivo. Lo cierto es que me ha gustado.
Y otra cosa que le gustó más todavía fue cuando supo que la audiencia del programa había subido enormemente ese día, haciendo de ella más aún la estrella de la cadena.
En ese momento pensó que iba a hacer el ridículo si le enviaba a Nick Hunter una botella de champán del caro, pero él se le adelantó y se la envió con un ramo de rosas y una invitación para almorzar.
Todo el mundo le dijo que la aceptara, pero lo que la hizo ir fue su decisión de demostrarle a Nick que no la impresionaba en absoluto.
Y ahora, mientras estaba tumbada sintiéndose fatal en la cama, tenía que reconocer que, probablemente, él la había impresionado desde el primer momento.
E ir a almorzar con él esa primera vez fue, definitivamente, un error.
Porque Nick no había hecho nada para avivar la imagen de playboy que tenía de él, todo lo contrario. Le había hablado de su pasión por las rocas. Resultó que era geólogo y a ella le pareció fascinante todo lo que le contaba de sus amadas piedras. También le dijo que nunca era más feliz que cuando estaba de prospección, viviendo en una tienda de campaña en cualquier parte del mundo.
Ella se había preparado para un tipo sofisticado y seductor, por lo que eso la pilló con la guardia baja. Las tres horas que pasó con él se le fueron volando.
Y Nick vio la leve confusión que apareció en su rostro con un leve destello que ella no pudo identificar entonces en su mirada.
Porque él era consciente de que bajo la famosa televisiva había una Skye Belmont muy distinta y eso lo intrigaba.
Cuando se despidieron, lo hicieron amigablemente y ella no volvió a saber de Nick hasta dos meses más tarde, cuando él apareció inesperadamente.
Mientras seguía tumbada en la cama, trató de no recordarlo, pero fue inútil.
–¿Vas al mismo sitio que yo, chica?
Skye se estaba metiendo en el ascensor de uno de los mejores hoteles de la ciudad, donde iba a asistir a una fiesta para celebrar la aparición de una nueva marca de vino.
Ella se volvió con el corazón ya acelerado y se encontró con que Nick estaba detrás suya, todo vestido de negro.
–Ah, eres tú –dijo todo lo tranquilamente que pudo.
–Sí. Y una muy hermosa tú. Pero fría. Definitivamente fría.
Extrañada. Ella se miró. Llevaba un vestido corto de seda color azul y unos zapatos de tacón plateados. No llevaba medias y el cabello rubio lo tenía peinado con su habitual melena sobre los hombros. También iba poco maquillada y llevaba un pequeño bolso.
–¿Debería ir de otra manera? –le preguntó.
Él sonrió.
–Yo creía que éramos amigos. Por lo menos eso me pareció la otra vez.
Skye parpadeó y se dio cuenta de la trampa en que había caído.
Nick se rio suavemente y le tomó la mano.
–Mira, he estado fuera y he tardado en volver un poco más de lo que había planeado. ¿Sería esperar demasiado que vayamos a la misma fiesta?
–Yo voy a la presentación de un nuevo vino, no sé tú.
Nick se volvió a reír.
–Ahora sí.
–¿Quieres decir que…?
–Eso, que pretendo ir a esa fiesta de presentación contigo.
–Pero si no tienes invitación… ¿Y a qué fiesta ibas tú?
–Yo nunca he tenido muchos problemas para asistir a fiestas, esté o no invitado. Y, en comparación, a la que iba a ir sería mortalmente aburrida.
–¿Por qué?
–Porque tú no estarías allí.
Skye se ruborizó profundamente.
Entonces él le besó los nudillos y le preguntó:
–¿Amigos de nuevo?
Nick tenía razón. Fue más que bienvenido a la fiesta y los representantes del nuevo vino eran, incluso, viejos amigos suyos que no le habían mandado invitación porque no sabían que estuviera en el país.
Skye se dedicó a observarlo, ya que Nick Hunter en acción en una fiesta era algo digno de observar. Parecía conocer a todo el mundo y la gente estaba encantada de verlo. Incluso algunas muy atractivas mujeres.
Pero después de una hora, volvió al lado de Skye y le dijo al oído:
–He tenido una idea mucho mejor. ¿Nos vamos?
Ella se humedeció los labios.
–¿Adónde?
Él entornó los párpados.
–No sé por qué, pero me da la impresión de que nunca has vivido un poco peligrosamente.
–Créeme, lo he hecho. Cada vez que me pongo delante de una cámara bien podría estar bajando el Zambeze en piragua con las aguas llenas de cocodrilos, por lo nerviosa que me pongo.
–Pues no lo parece.
–Puede que no, pero así es. Lo gracioso es que, en cuanto empiezo a grabar, se me pasan los nervios. Pero lo cierto es que soy cauta por naturaleza. Así que antes de comprometerme a nada, ¿cómo de peligrosamente me estás pidiendo que viva ahora? –le preguntó ella, divertida.
–Lo único que había pensado era que hicieras algo que ya has hecho para mí antes, hacerme la cena. Cosa que no fue peligrosa en absoluto, por si no te acuerdas. Y tengo un frigorífico lleno de comida, pero ya sabes lo malo que soy en la cocina.
Skye sonrió.
–Ah. Pero entonces a mí me pagaron por hacerlo.
–¿Entonces de acuerdo? Eso de que te den en las fiestas poquitos de comida me deja siempre más hambriento que cuando llego.
–Puedes ir a un restaurante.
–¿Cuando conozco a la mejor cocinera de la ciudad? Eso sería un sacrilegio. Pero te doy mi palabra, te devolveré a tu casa sana y salva.
Skye dudó, pero no pudo evitar reírse de su expresión.
–Muy bien –dijo encogiéndose de hombros–. No sé por qué no tengo siempre un delantal a mano.
–¿Es que esto te sucede a menudo? –dijo él un poco serio.
–¿Ir a casa de un hombre para hacerle la cena? Todo el tiempo.
–¿Así que, ni siquiera estoy siendo original?
–Ni un poquito.
–Maldita sea –murmuró Nick–. Vaya patinazo. ¿Y cómo de a menudo aceptas?
–Muy pocas veces. Pero la última vez que cociné para ti aumentó mi nivel de audiencia, así que te debo una. Además, me gustaría que aparecieras en mi próximo libro de cocina.
Esta vez él puso una cara de lo más cómica.
–¿Cómo?
–Me refiero a mencionar tus platos favoritos, sobre todo los que hayas probado en otros países, tus restaurantes favoritos por el mundo… Todo eso me lo puedes contar mientras yo cocino.
–¿Así que esto es un trato?
–Eso es.
Nick agitó la cabeza.
–Eres una chica muy dura, Skye. De acuerdo, acepto. Vámonos.
Y una vez más, él la tomó de la mano y se marcharon.
Durante los siguientes tres meses, ella se dedicó a cocinar a menudo para él, aunque siempre de improviso. Él la llamaba al trabajo o a casa y, si ella no podía, se quejaba de su mala suerte y lo dejaban para otro momento, a lo que ella accedía sin dejarle ver que cada vez le resultaba más difícil ser solo una buena amiga suya.
También sabía que la Skye Belmont que él conocía era la famosa, no la real, una chica más seria y menos mundana que la que aparecía en pantalla.
Luego una noche las cosas cambiaron por completo. Le estaba haciendo la cena mientras le contaba anécdotas de su trabajo, pero se percató de que él estaba inusualmente callado.
–¿Estoy hablando demasiado? –le preguntó.
Él estaba sentado a la mesa de la cocina con un vaso de vino en la mano y delante de un ventanal por donde entraba la luz del atardecer de la bahía de Sydney. No respondió, pero la recorrió con la mirada.
Ella dejó de batir huevos.
–Nick, ¿te pasa algo?
Él sonrió con esfuerzo.
–Eso lo podrías decir tú.
–¿Qué? Cuéntame.
–No sé si esto está en tu agenda, Skye, pero incluso cuando te veo hacer el pudín Yorkshire me vuelves loco.
Ella se quedó boquiabierta.
–¿Por qué?
–Porque me encantaría besarte.
Eso le produjo una mezcla de sensaciones. Alivio, incredulidad, y un repentino temblor interior.
–Oh, creía que era algo serio –dijo.
Se sonrojó cuando él la miró irónicamente y añadió:
–Bueno, ya sabes lo que quiero decir…
–No sé lo que has querido decir, Skye.
Ella se frotó la frente con las manos llenas de harina, con lo que consiguió manchársela.
–Yo pensaba en una enfermedad o… No creía que me vieras de esa manera. Eso es lo que he querido decir.
–Entonces compartimos el mismo dilema.
Skye se sentó repentinamente en un taburete.
–Seguramente… ¿Me ha salido tan mal disimularlo?
Nick frunció el ceño.
–¿Has intentado hacerlo?
–Oh, sí. Aprendí la lección la primera vez que me invitaste a almorzar.
Nick se levantó y se acercó a ella, le puso los dedos bajo la barbilla e hizo que lo mirara a los ojos.
–Lo malo es que me lo pasé muy bien contigo –añadió ella.
–No hemos estado en ninguna otra parte ni hecho nada más que esto –dijo él mirando a su alrededor.