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"El gato negro" es uno de los relatos más inquietantes y emblemáticos de Edgar Allan Poe, que se adentra en la psicología del culpable y la locura. Ambientado en la América del siglo XIX, el cuento narra la desintegración moral de un narrador anónimo que, atrapado en un ciclo de autodestrucción, se convierte en víctima de sus propias pasiones y supersticiones. Poe emplea un estilo gótico, con un lenguaje sombrío y evocador, para explorar temas universales como la culpa y el horror, a menudo entrelazando el realismo con lo macabro, lo que resulta en una atmósfera opresiva que deja una huella perdurable en el lector. El contexto literario en el que se inscribe es fundamental, considerando la influencia del romanticismo y las preocupaciones filosóficas sobre la naturaleza del mal y la alienación. Edgar Allan Poe, poeta, crítico y maestro del cuento corto, es conocido por su habilidad para crear tensiones emocionales y psicológicas. Su vida estuvo marcada por tragedias personales y una constante lucha con la pobreza, lo que sin duda influyó en su obra. "El gato negro", escrito en 1843, refleja su interés por el lado oscuro de la psique humana, así como su fascinación por lo sobrenatural y lo inexplicable. A través de su narrativa prolífica, Poe ha dejado un legado duradero que sigue impactando la literatura contemporánea. Recomiendo encarecidamente "El gato negro" a aquellos que deseen explorar las profundidades del horror psicológico. Este relato no solo es un clásico de la literatura gótica, sino que también ofrece una aguda reflexión sobre la naturaleza humana. La experiencia de lectura es intensa y perturbadora, invitando al lector a cuestionar la línea que separa la cordura de la locura, y se convierte en una pieza esencial para comprender la obra de Poe y la evolución del género.
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Ni espero ni quiero que se dé crédito a la historia más extraordinaria, y, sin embargo, más familiar, que voy a referir. Tratándose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habría de estar realmente loco si así lo creyera. No obstante, no estoy loco, y, con toda seguridad, no sueño. Pero mañana puedo morir y quisiera aliviar hoy mi espíritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, concretamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no trataré de esclarecerlos. A mí casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a muchas personas les parecerán menos terribles que barroques. Tal vez más tarde haya una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado de lugar común. Alguna inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, encontrará tan sólo en las circunstancias que relato con terror una serie normal de causas y de efectos naturalísimos.
La docilidad y humanidad de mi carácter sorprendieron desde mi infancia. Tan notable era la ternura de mi corazón, que había hecho de mí el juguete de mis amigos. Sentía una auténtica pasión por los animales, y mis padres me permitieron poseer una gran variedad de favoritos. Casi todo el tiempo lo pasaba con ellos, y nunca me consideraba tan feliz como cuando les daba de comer o los acariciaba. Con los años aumentó esta particularidad de mi carácter, y cuando fui un hombre hice de ella una de mis principales fuentes de gozo. Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los gozos que eso puede producir. En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural.
Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir en mi mujer una disposición semejante a la mía. Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos favoritos domésticos, no perdió ocasión alguna de proporcionármelos de la especie más agradable. Tuvimos pájaros, un pez de color de oro, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y un gato.
Era este último animal muy fuerte y bello, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su inteligencia, aludía frecuentemente a la antigua creencia popular que consideraba a todos los gatos negros como brujas disimuladas. No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo consigno sencillamente porque lo recuerdo.
Plutón—llamábase así el gato—era mi predilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y adondequiera que fuese me seguía por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle que me siguiera por la calle.