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La heredera del imperio del lujo era intocable, pero la atracción que había entre ellos estaba fuera de control Ir a una estación de esquí en Austria era el primer paso del plan con el que Hope Harcourts se proponía recuperar el imperio empresarial de su familia. Que el insufrible y atractivo magnate del sector de la seguridad, Luca Calvino, la siguiera como una sombra, representaba un obstáculo. Y más, cuando los límites de su relación empezaron a desdibujarse. Mientras cumplía con su trabajo, Luca cometió el error que llevaba evitando toda su vida: permitir que alguien traspasara sus defensas. Pero después de permitir que la joven heredera se acercara tanto a él, ¿sería capaz de dejarla ir?
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Seitenzahl: 191
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Pippa Roscoe
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El guardaespaldas de la millonaria, n.º 3125 - noviembre 2024
Título original: In Bed with Her Billionaire Bodyguard
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741973
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Luca Calvino estaba sentado en una habitación de hospital, ante un hombre conectado a más monitores de los que había visto en toda su vida. Que el hombre en cuestión fuera el millonario Nate Harcourt, con apenas algún año menos que los treinta y tres que tenía él, resultaba inquietante.
–No estoy tan mal como parece.
–Yo no estaría tan seguro –replicó Luca con sinceridad.
El hospital privado suizo parecía un hotel de lujo y estaba dotado de la más estricta seguridad. Grandes ventanales daban a un precioso jardín, y la sofisticada decoración en tonos delicados contribuía a olvidar que se trataba de una instalación médica con los medios necesarios para atender cualquier emergencia.
–Para ser una compañía tan joven, Pegaso tiene una cartera de clientes impresionante –comentó Nathaniel, retomando el tema que los ocupaba.
–¿Llamas joven a una empresa de diez años? –preguntó sarcástico Luca, sabiendo que solo era una manera de provocarlo.
–Lo es para alguien que tiene una empresa familiar de más de cuatro siglos.
–Eso es verdad –admitió Luca.
Hasta hacía un año, Nathaniel Harcourt había sido una estrella rutilante del mundo empresarial, pero de pronto había desaparecido, supuestamente para encontrarse a sí mismo en Goa.
–¿Cáncer? –preguntó Luca, esperando que Nate decidiera confesarle la verdad.
Se produjo un silencio mientras los dos hombres se observaban.
–Aneurisma cerebral –dijo Nate finalmente.
Luca asintió sin poder evitar que una de sus cejas se arqueara en un gesto de sorpresa mientras estudiaba al hombre que tenía ante sí.
La parte superior de la cama estaba elevada; cruzada sobre ella, había una mesa lateral con un brazo metálico, cargada de papeles y un ordenador.
–A pesar del clima económico desfavorable, Pegaso tuvo unas ganancias considerables el año pasado. Tienes contratos con la mayoría de las grandes empresas del continente, incluida esta –dijo Nate, indicando con la mano el hospital.
Luca asintió. Pegaso se ocupaba de la seguridad del exclusivo hospital al que acudían aquellos que podían pagar los mejores tratamientos y exigían la máxima discreción.
–Pero no has conseguido entrar en el mercado británico –añadió Nate.
Luca esbozó una sonrisa.
–Me extraña que un hombre que está en tres juntas directivas, es el director ejecutivo de dos más y ocupa una posición muy destacada en el negocio familiar, critique a alguien a quien va a pedir un favor
–No se trata de un favor, sino de una oferta.
Un monitor pitó y Luca vio a Nate hacer un gesto de dolor, y reprimir el impulso de llevarse la mano a la cabeza, como si quisiera evitar dar muestras de debilidad. Luca sonrió para sí. No le costaba identificarse con aquel tipo de férrea determinación.
–Explícate antes de que venga un médico –dijo.
–No estoy tan mal.
–Eso dices.
Nate hizo una mueca y el pitido cesó.
–Necesito que protejas a mi hermana.
Nate indicó una carpeta que había sobre la mesa. Luca la tomó y la abrió.
Hope Harcourt, hermana gemela de Nathaniel Harcourt, veintinueve años, soltera, directora de marketing de Harcourts, líder mundial entre los grandes almacenes de lujo. Luca se sentó mientras estudiaba las fotografías de una mujer rubia de facciones delicadas. Aunque ella y Nate eran gemelos, no había entre ellos más similitud que la propia entre dos hermanos. Luca deslizó la mirada por sus pronunciados pómulos y sus ojos oscuros, intentando ignorar la inmediata atracción que despertó en él. Apartando las imágenes, se concentró en los artículos de prensa.
¿Más que una cara bonita? Hope nueva directora de marketing de Harcourts.
Luca repasó los demás titulares, todos ellos con algún grado de grosera misoginia
El prometido de Harcourt revela las más íntimas inseguridades de la socialité.
¡El diamante defectuoso de Harcourts! La verdad detrás de la ruptura.
Luca ahogó el resentimiento que despertaban en él los tabloides, capaces de cualquier cosa por una exclusiva. Aunque la culpa estaba repartida con aquellos dispuestos a alimentarlos.
–Mi hermana recibe este tipo de tratamiento todo el rato
–¿Y por qué la urgencia de protegerla ahora?
–Porque estoy aquí y no puedo protegerla yo.
Por primera vez la frustración de Nate Harcourt fue palpable.
–¿Quieres que Pegaso la proteja de la prensa? –no sería la primera mujer que usaba a los periodistas para promocionar su carrera–. ¿Qué te hace pensar que es lo que ella quiere?
–Porque Hope no es ese tipo de persona y estoy seguro de que está a punto de pasar algo grave, aunque no sé qué. Los accionistas de Harcourts me han aislado desde que piensan que estoy peregrinando por el sur de India buscando mi tercer ojo.
–¿No podrías haber contado la verdad?
Nate lo miró fijamente y Luca asintió. No necesitaba que le explicara lo obvio. Respondió él mismo:
–Pueden perdonar una frivolidad, pero no una complicación médica que ponga en riesgo el valor de las acciones de la compañía.
Nate asintió, indicando que estaba en lo cierto.
–Mi hermana y yo hemos crecido en un nido de víboras, Calvino. Ahora está completamente sola, rodeada de amenazas.
–¿Puedes darme algún ejemplo concreto?
–Simon Harcourt es el más importante. Es nuestro primo. Nunca hemos podido acusarlo de nada porque es lo bastante listo como para atacarnos indirectamente. Y luego están los buitres habituales tras el dinero de Hope.
–¿Sucede a menudo? –preguntó Luca, volviendo a mirar la fotografía de la atractiva mujer.
–Hay un exnovio, pero ya me ocupé de él.
–¿Su nombre?
–Esta en el dosier, pero ya no es una amenaza.
–¿Estás seguro? –preguntó Luca, sabiendo que el hombre al que empezaba a apreciar se lo tomaría como una provocación.
–Me sorprende que critiques a alguien que está a punto de hacerte un favor.
–No se trata de un favor, sino de una oferta –dijo Luca, esbozando una sonrisa al repetir la frase de Nate–. Reuniré un equipo. En menos de…
–Tienes que ocuparte tú personalmente.
–Eso es imposible.
Luca nunca participaba personalmente en la protección de ninguno de sus clientes.
–Va a tener que serlo, porque si me haces el «favor» de implicarte en persona, daré a Pegaso el contrato de seguridad de Harcourts en exclusiva. Significará tu entrada en el mercado inglés por la puerta grande.
Nate Harcourt le estaba ofreciendo todo lo que necesitaba para convertir a Pegaso en la mayor empresa de seguridad del mundo. Luca miró una fotografía de Hope Harcourt saliendo de los famosos grandes almacenes con un gran bolso colgado del brazo y grandes gafas de sol cubriéndole parte del rostro. No podía tratarse de un trabajo tan difícil.
–¿Cuándo empiezo?
–Las Navidades están cerca. ¿Las celebras con tu familia?
–No –contestó Luca sin vacilar. Como siempre, pasaría el día de Navidad en el despacho, después de visitar a Alma y Pietro.
–¿Tienes novia?
–¿Estás haciéndome una proposición?
–¿Y si fuera así?
Luca rio. La fama de mujeriego precedía a Nate Harcourt.
–Lo siento, pero no eres mi tipo.
–Lo suponía. Y mientras tampoco lo sea mi hermana, todo irá bien.
El sudor le corría por la espalda y el aire salía a golpes de sus pulmones, pero Hope Harcourt incrementó la velocidad de la cinta de correr. Necesitaba alcanzar el punto en el que dejaba de sentir, su cuerpo fluía y sentía la mente en calma. A veces no era más que un instante, pero si lo conseguía era… la perfección.
Cuando el monitor marcó cinco kilómetros en veinticinco minutos, presionó el botón que reducía la velocidad. Mientras ajustaba el paso a la cinta, tomó la toalla que colgaba de la barra y se secó el rostro, esperando a recuperar el ritmo natural de la respiración justo a tiempo de contestar la llamada diaria de su asistente. Seis en punto de la mañana.
La voz animosa de Elise le llegó por los auriculares.
–¿Qué tal estamos?
–Estamos fenomenal –contestó Hope, presionando el botón de parada y tomando su bolsa.
En los tres años que llevaba en el apartamento no había coincidido con ningún vecino en el gimnasio. Salió y fue al ascensor que la conduciría al piso dieciséis.
–¿Ha llegado algo de Kinara?
Hope había tardado un tiempo en organizar el trabajo a su conveniencia, pero desde que lo había conseguido, todo funcionaba mejor. En lugar de leer el correo al llegar al trabajo, Elise le adelantaba lo más relevante. Así, podía prepararse para cualquier situación crítica e incluso decidir cómo vestirse.
Había aprendido a protegerse después de las numerosas ocasiones en las que la prensa la había fotografiado cuando peor aspecto presentaba. Como el día que cumplió dieciséis años, con una minifalda totalmente inapropiada; o el de su graduación, con un conjunto poco favorecedor. Para cuando empezó a trabajar en Harcourts, había optado por un estilo clásico que había sido tan importante en su puesto de directora de marketing como su carrera y su grado de Máster.
–Kinara quiere verte en persona. Tiene una sesión fotográfica el viernes por la mañana, pero es el único hueco posible.
Hope repasó mentalmente su agenda.
–Podemos encajarlo, ¿no?
–Sí.
–Muy bien. Inclúyelo en mi agenda.
–Estoy en ello.
Hope y Steven, el comprador de Harcourts, llevaban intentando seducir a Kinara desde el fracaso de las negociaciones de Nate con Casas Fashion. En cuanto pensó en su hermano, la asaltó el recuerdo del día en que Nate había colapsado. Había sido ella quien llamó a la ambulancia y quien permaneció junto a él hasta que llegó.
Afortunadamente, estaba recibiendo el mejor tratamiento y en proceso de recuperación. Pero, aparte de los médicos, solo ella y su abuelo sabían lo que había sucedido. El secreto era necesario ante un grupo de empresarios que estarían dispuestos a pasar por encima del cuerpo enfermo de su hermano con tal de promover sus propios intereses. Nate tenía colaboradores en otros negocios, pero no en Harcourts. Y en su ausencia, ella había tenido que dedicarse a ahuyentar a aquellos cuya única ambición era usurpar su puesto.
Resultaba extraño trabajar en un sitio que uno adoraba, junto a gente a la que se detestaba. Sacudió la cabeza, pensando lo alejados que estaban muchos accionistas de los deseos y gustos de sus clientes, porque lo único que les importaba era el balance de sus cuentas corrientes. A Hope la enervaba que no fueran capaces de entender que cuanto antes adoptaran las medidas correctas, más asegurado tendrían el futuro de la tienda. El problema era que algunos ni siquiera estarían vivos para entonces.
–¿Alguna otra cosa? –preguntó, al tiempo que las puertas del ascensor se abrían en su piso.
Giró a la derecha y puso el pulgar en la placa de apertura.
La breve pausa de Elise bastó para inquietarla.
–No mires las redes.
Hope descansó la frente en la puerta en un gesto pasajero de debilidad. Luego apretó los dientes y se irguió.
–¿Qué ha pasado esta vez?
–Nada que no pueda esperar.
–Elise…
–Se trata de Martin.
Hope abrió la puerta y la cerró de un portazo al tiempo que mascullaba una retahíla de juramentos que habrían sonrojado a un marinero. Le daba lo mismo que Elise la hubiera oído, porque no dudaba de la lealtad de la asistente que llevaba diez años con ella. Había estado a su lado cuando Martin de Savoir había irrumpido en su vida, todo encanto y seducción; y también cuando se había ido, lleno de amargura y acritud, contándole «cuánto sufría» a cualquier periodista que estuviera dispuesto a escucharlo
Lo que ni Elise ni nadie sabían era la conversación que Hope había escuchado entre Martin y su hermano.
Miró por la ventana, pero no vio ni la Torre de Londres ni el icónico puente que se extendía de sur a norte sobre el río. En su mente pudo oír la risa de Martin, áspera y sarcástica.
«Martin, estoy seguro de que solo quieres su herencia».
«Es para lo único que vale. Todo el mundo lo sabe».
–¿Alguna otra cosa? –preguntó Hope, respirando profundamente para superar el humillante recuerdo.
–No.
–Nos vemos en cuarenta minutos.
–No mires las redes.
Hope colgó y dejó caer el teléfono sobre la cama. Luego se duchó, dejando el agua caliente correr sobre su cuerpo por más tiempo del habitual. Pero, aunque la idea de esconderse bajo el chorro del agua durante el resto del día fuera tentadora, salió y decidió qué ponerse. Habría querido echar un ojo a Twitter o a Instagram, pero quería vestirse como si de verdad no supiera lo que había hecho su ex en aquella ocasión. Quería vestirse para sí misma. Así que optó por una falda de cachemir color camel que le llegaba a media pantorrilla, una camisa de seda blanca con un lazo y unas botas altas de cuero.
Dedicó un poco más de tiempo de lo habitual al maquillaje, consciente de que era el elemento más importante de su armadura. Le llevaba el doble de tiempo conseguir que pasara desapercibido, pero llevaba haciéndolo tantos años que se había convertido en un hábito. Se miró en el espejo, diciéndose que solo quería comprobar su aspecto, y no porque le preocupara verse asediada por la prensa.
Pero mientras pasaba por la recepción del edificio, lo que le aceleró el pulso no fue el enfado que le causaba una nueva actuación de Martin, sino el nerviosismo que le provocaba el hombre alto de hombros anchos que había sustituido a su conductor habitual, James, cuando este había tenido que ausentarse por una emergencia familiar. Se trataba de un nerviosismo que le recordaba a la adolescencia y para el que se consideraba demasiado mayor
Cuando lo vio al otro lado de las puertas de cristal del edificio, se le aceleró el pulso como un potrillo desbocado. Inclinó la cabeza y se puso las gafas para protegerse del sol y para ocultar la inspección que, a pesar de intentar evitarlo, le hizo. Solo le quedaba rezar para que no notara que se ruborizaba.
Vestía un traje negro lo bastante ajustado como para dejar adivinar la anchura de su torso, pero sin que pareciera que le quedaba pequeño. La camisa blanca y la corbata negra desaparecían bajo la chaqueta abotonada a la altura de las estrechas caderas. Lo que debería ser un uniforme le quedaba más bien como el traje hecho a medida de un ejecutivo, porque había algo en aquel hombre que apuntaba a algo más que un chófer. Hope alzó la mirada y se dijo que se trataba de su rostro.
La línea de su mentón, perfectamente rasurado, remataba unas facciones angulosas que no tenía nada que envidiar a las de un modelo. Llevaba el cabello negro y ondulado algo más corto en los lados que en la parte superior, sin un solo cabello descolocado. Pulcro. Compacto. Eficiente. Las gafas oscuras lo volvían inescrutable; incluso impersonal.
Y eso era lo que más frustraba a Hope. La actitud profesional de Luc y su total indiferencia hacían aún más inapropiada la reacción que despertaba en ella.
Luca respiró hondo para anticiparse a reprimir la inapropiada reacción que Hope provocaba en él. Además de irritarle que ella pareciera tener más control sobre su cuerpo que él mismo, estaba totalmente fuera de lugar tratándose de una clienta, aunque fuera la hermana de su cliente directo.
Aunque ella no lo supiera, estaba bajo su protección y eso la convertía en intocable. Luca había intentado convencer a Nate de que no la mintieran, pero este se había resistido y la recompensa que le había prometido era demasiado golosa como para discutir con él.
Después de la reunión, Luca había dedicado las Navidades a organizar el dispositivo de seguridad de Hope Harcourt. Su chófer habitual había aceptado al instante una considerable cantidad de dinero a cambio de dejar su puesto, y el asistente de Luca le había encontrado un apartamento próximo al de Hope. Nate había hablado con el departamento de informática para que le dieran acceso a sus correos profesionales y sabía que podría acceder también a los privados, pero, por el momento, prefería no invadir su intimidad.
Había llegado a una nevada Londres hacía seis días y había comenzado su trabajo con la determinación de entrar en el mercado de lengua inglesa, tal y como Nate le había prometido en Suiza. Con ello conseguiría alcanzar el éxito internacional y su meta definitiva.
Sacándolo de sus reflexiones, Hope salió del edificio y se acomodó en el coche sin dirigirle ni una mirada. Luca comprendía que la describieran como fría, sobre todo en los periódicos que la criticaban, pero si uno se fijaba, se daba cuenta de que era… cálida, exquisita, distinta.
Los tonos marrones que llevaba la favorecían. Tenía el tipo de elegancia que resultaba discreta; y su piel refulgía con un brillo dorado que le hacía parecer una diosa. Su pequeña nariz, un poco respingona, le daba carácter. Y aunque llevaba gafas, él sabía que sus ojos, de un marrón intenso, contrastaban exquisitamente con su cabello rubio. La línea de la mandíbula acababa en una barbilla angulosa, perfecta para ser tomada entre el pulgar y el índice, para inclinarle la cabeza y…
«¡Para!».
Su misión era protegerla, no fantasear con ella.
Hope cerró la puerta y su perfume invadió el coche. Era un aroma distinto al del día anterior, más ácido.
Luca se sentó al volante y arrancó el motor. Antes de ocupar el puesto del anterior chófer, había revisado meticulosamente el vehículo para asegurarse de que no había micrófonos. Y aunque el coche permanecía cada noche en un aparcamiento cerrado, volvía a comprobarlo cada mañana.
Incorporándose al tráfico, decidió qué ruta seguir hasta Harcourts. Por el retrovisor, vio a Hope observando la ciudad. Le sorprendía que nunca usara el teléfono durante el viaje al trabajo; que trasmitiera una actitud tan serena.
Una motocicleta pasó demasiado cerca y Luca se concentró de nuevo en la conducción al tiempo que el teléfono le vibraba en el pecho. Una sola vibración significaba que la información de su equipo no era urgente, lo que solo podía significar que no habían encontrado ninguna prueba que vinculara al primo de los gemelos Harcourt, Simon, con el periodista responsable del ochenta por ciento de la mala prensa que recibía Hope. Pero Luca estaba seguro de que esa era la pista a seguir.
Hasta el analista de datos que estaba trabajando en el caso se había indignado al descubrir el odio y los insultos que se dedicaban a una mujer que solo se limitaba a hacer su trabajo. El mismo analista estaba al cargo de descubrir cualquier vulnerabilidad que fuera necesario identificar.
Cuando un coche que se aproximaba giró a la derecha cruzando el carril delante de ellos, los faros lo cegaron por un instante y Luca pensó en los flashes de las cámaras y en los gritos de la gente que se aglomeraba entre él y su madre…
«Sonríe, Anna».
«Mira aquí, Anna».
«¿Es verdad que tienes una relación con tu compañero de rodaje, Anna?».
«¿Cuándo vas a sentar la cabeza, Anna?».
Luca recordaba cómo su glamurosa madre sacudía la cabeza con una de sus seductoras sonrisas y contestaba: «Nunca, cariño. Nunca». Tampoco había reconocido jamás que había tenido un hijo a los dieciséis años al que habían criado en secreto dos de sus familiares.
Luca detuvo el coche delante de las majestuosas puertas de Harcourts, reprendiéndose por el camino que habían tomado sus pensamientos. No podía permitirse aquel tipo de distracciones. Irritado consigo mismo, bajó del coche y abrió la puerta de Hope con cierta brusquedad que ella pareció notar.
–Elise le avisará cuando acabe. Las reuniones de hoy son internas, así que, hasta entonces, no le necesitaré.
–Prefiero esperar.
–No es necesario –repitió Hope, frunciendo el ceño.
–Esperaré.
Hope lo miró por un instante antes de desaparecer tras las famosas puertas doradas y púrpura de acceso al edificio. Luca no había pretendido irritarla, pero estaba seguro de haberlo hecho, como era consciente de que el aire se había electrizado entre ellos. Eran dos personalidades fuertes combatiendo por dejar claro quién estaba al mando.
Y Luca tenía que admitir que se había dejado llevar por la tentación de poner a prueba la determinación de Hope.
El teléfono volvió a vibrar y Luca subió al coche para llevarlo al aparcamiento subterráneo y comprobar allí qué había averiguado su equipo.
Hope entró en su despacho esforzándose por sacudirse la corriente eléctrica que le había provocado la última interacción con Luc, y fue directa a contemplar por la ventana la vista de Hyde Park nevado.
El despacho estaba en el edificio antiguo, que conservaba las características de la arquitectura original por contraste con el edificio anexo que se extendía hacia la parte posterior, donde dominaban el aluminio, el cristal y el granito y en cuyos despachos tenían lugar las batallas de egos entre su hermano y su primo.
El de ella era más grande que los demás, pero el motivo de que fuera su favorito era que había pertenecido a su padre. Era donde había acudido a visitarlo de pequeña; representaba el vínculo con sus padres y un pasado que cada vez le resultaba más vago.
Ya avanzado el día, releyó un correo con el que daría luz verde a una nueva campaña de marketing en Estados Unidos y que representaba un cambio respecto a un concepto publicitario en Harcourts que se estaba quedando anticuado y que ella se había propuesto renovar.
La jornada de trabajo estaba resultando fructífera. Había conseguido animar a Daniel, el director de Finanzas que sustituía a su hermano, cuya confianza en sí mismo había quedado tocada después de una discusión con Simon. Y puesto que lo había resuelto, no tenía intención de contárselo a Nate porque lo último que quería era preocuparlo con problemas de trabajo.
Elise asomó la cabeza por la puerta con gesto contrariado.
–Solo para que lo sepas: he oído que el presidente va a asistir a la reunión de accionistas de esta tarde.