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Bianca 3006 Su esposa había vuelto… ¿Podrá asegurarse Javier de que sea para siempre? Cuando Emily recibió la llamada del hospital para decirle que su marido, del que estaba separada, había sufrido un accidente, «amnesia» era la palabra que estaba en labios de todos. Pero la arrogancia en la astuta mirada de Javier Casas contaba una historia bien diferente. Javier desearía no recordar que Emily lo había abandonado seis años antes, pero su memoria estaba intacta. Sin embargo, el falso diagnóstico le ofrecía la oportunidad ideal para descubrir por qué se había ido sin mirar atrás. Y también para recordarle a Emily la conexión que había habido entre ellos, una conexión que él no era capaz de olvidar, cuando sus ardientes miradas dejaban claro que ella sentía lo mismo.
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Seitenzahl: 185
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Pippa Roscoe
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El regreso de Emily , n.º 3006 - mayo 2023
Título original: The Wife the Spaniard Never Forgot
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411417945
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
JAVIER Casas salió de la extravagante de In Venum, la discoteca madrileña de moda, bajando los escalones de mármol de dos en dos mientras se frotaba los ojos cansados.
«Eso es lo que pasa cuando trabajas demasiado», le había advertido Santi, su mejor amigo, un par de días antes.
Javier resopló. Santi estaba rodando su última película durante el día y haciendo la postproducción de otra por las noches, de modo que no era quién para dar lecciones.
–¡Javier!
En las desiertas calles de Madrid, a las dos de la mañana, Javier no podía fingir no haber oído el grito de Annalise, aunque sentía la tentación de hacerlo.
La joven, a la que apenas conocía, estaba dos escalones por encima de él, pero con su metro noventa de estatura apenas le llegaba a la altura de los ojos.
El guardia de seguridad le hizo un gesto, como preguntando si quería que se librase de ella, pero Javier negó con la cabeza.
Annalise no había hecho caso de sus sutiles, y no tan sutiles, rechazos esa noche, de modo que se había visto obligado a evitarla durante horas.
Ni siquiera había querido ir a la discoteca, pero no podía perderse la inauguración de un local del que poseía un cuarenta y nueve por ciento, como socio silencioso.
Ella levantó una mano de uñas rojas para tomarlo del hombro.
–Pensé que podríamos ir a otro sitio –le dijo, pasándose la lengua por los labios en un gesto que ella debía creer sensual, pero que a Javier solo le producía aburrimiento–. Aún es temprano.
–Deberías irte a casa, Annalise.
–Hay muchas cosas que me gustaría hacer y creo que tú podrías ayudarme. Quiero que me toques –susurró ella.
Antes de que pudiese detenerla, Annalise puso una mano sobre la cremallera de su pantalón y Javier masculló una palabrota.
–¡Para ya! –exclamó, apartándola de un manotazo.
Pero Annalise no estaba dispuesta a parar y Javier tuvo que sujetar sus manos para evitar que agarrase ciertas partes de su anatomía.
–Estoy casado –le recordó, con los dientes apretados.
Ella puso los ojos en blanco.
–Nunca se te ha visto con una mujer del brazo, así que todos sabemos que es una farsa. A menos que la tengas encerrada en casa y no la dejes salir nunca, claro.
Javier frunció el ceño, intentando averiguar quiénes eran «todos».
–A mí no me importaría que me encerrases en tu casa –dijo entonces la joven.
Javier no tenía tiempo para tonterías. Su conductor estaba esperando y tenía una reunión en cinco horas, de modo que no se molestó en responder. En lugar de eso, le hizo un gesto al guardia de seguridad, que se acercó y apartó amablemente a Annalise.
–Creo que la señorita ha bebido demasiado. Encárgate de que vuelva a salvo a su casa –le ordenó, sabiendo que el hombre obedecería la orden sin rechistar.
Agotado, subió al coche que esperaba frente a la discoteca y torció el gesto al ver la sonrisa burlona de Esteban, su conductor.
–No me mires así –le dijo.
–No he dicho nada –replicó el hombre.
Una vez en el interior del coche, Javier sacó su móvil para estudiar la agenda del día siguiente y echó un vistazo a los correos que su ayudante personal había filtrado, pero no podía dejar de pensar en Emily, la esposa a la que no había visto en seis años.
Enfadado consigo mismo, volvió a leer el artículo de la revista de decoración publicado el mes anterior.
Pretty Paintbrush, la nueva empresa británica de diseño de interiores que está causando sensación.
Javier leyó el artículo, que era más condescendiente que informativo. Lo había leído una docena de veces, su mirada clavada en la fotografía de la mujer que lo había abandonado la noche que debería haber cambiado sus vidas.
Y la había cambiado, pero por razones bien diferentes.
La fotografía en blanco y negro mostraba a Emily con una falda blanca y una taza de café en la mano, mirando a la cámara como si tuviera un delicioso secreto. Tenía un gesto de seguridad en sí misma que Javier apenas reconocía y lo enfadaba que en la fotografía no se viese la alianza.
¿Seguiría llevándola?
Javier frunció el ceño cuando Esteban pisó el freno de forma inesperada.
–La carretera está en obras –dijo el conductor–. Vamos a tener que…
De repente, el mundo entero se convirtió en una explosión de metal y cristales rotos y Javier se encontró boca abajo, sintiendo un intenso dolor en el costado. El tiempo se movía a la vez con sorprendente velocidad e incomprensible lentitud. Un hilo de sangre rodaba por su cara, pero no podía mover la mano para apartarlo.
Había ocurrido algo terrible, pero no entendía qué. Vio una sombra frente a su cara y oyó la palabra hospital, pero no sabía qué había pasado.
La pantalla del móvil se había roto, pero aún podía ver la imagen de Emily a punto de contarle su secreto… justo antes de que todo se volviese negro.
–Muy bien, señores, es hora de marcharse.
–Pero no hemos terminado…
–Es la una de la madrugada. ¿No tenéis ninguna cita? ¿No tenéis una casa a la que volver? –bromeó Emily.
Le encantaba su equipo, tan entregado al trabajo como ella, pero Emily sabía que podían quemarse y un equipo sano era tan importante para ella como el dinero.
–Pero no hemos terminado con los azulejos del cuarto de baño ni con las paredes de los dormitorios… –protestó una de sus empleadas.
–Podéis hacer eso mañana –la interrumpió Emily, reuniendo las tazas de café, lo único que los mantenía en pie durante tantas horas.
Uno por uno, los dos decoradores, el arquitecto y su querida ayudante se dirigieron a la puerta a regañadientes.
Una vez sola, Emily suspiró. Habían hecho un buen trabajo en el proyecto de Northcote, en los Cotswolds, pero el restaurante de San Antonio estaba dándole problemas. Aún era pronto, pero no había encontrado ese algo especial que redondeaba cada proyecto y eso la tenía inquieta.
Siempre era así, desde que terminó sus estudios en el Instituto de Diseño. Había vuelto de España con el corazón roto, sin tener un sitio en el que vivir y sin saber qué hacer hasta que Francesca, su mejor amiga, la invitó a alojarse en su casa mientras ella se iba de viaje con su novio.
La única condición era que Emily se encargase de supervisar las reformas de su cocina y, desesperada por olvidarse de su marido, y de la esperanza de que se acordase de ella y fuese a buscarla, Emily se había lanzado de cabeza a la tarea, persiguiendo a la diseñadora y coordinándolo todo.
Durante los meses que duró la reforma se había visto obligada a aceptar que Javier no iba a ir a buscarla. Que el hombre al que amaba con desesperación no la quería. Eso había estado a punto de matarla, pero Maggie, la diseñadora, la había animado a hacer un curso de diseño porque, según ella tenía buen ojo para la decoración.
De modo que Emily se había lanzado al mundo del diseño de interiores. Estudiaba por las noches, trabajando con Maggie durante el día, aprendiendo de todos. Sintió miedo cuando consiguió su primer encargo, pero se había esforzado como nunca y al final había sido un éxito rotundo. A sus clientes les encantaba su dedicación al trabajo y su habilidad para ir más allá de lo que le habían pedido.
¿Y eso que redondeaba un proyecto? Identificarlo se había convertido en parte integral del proceso, pero era algo que no se podía forzar.
Para relajarse un poco antes de irse a la cama, abrió la nevera y se sirvió una copa de vino blanco. Se apoyó en la encimera, disfrutando del silencio en el enorme almacén de Bermondsey que hacía las veces de oficina y hogar para ella, y miró la revista de decoración, abierta en el artículo sobre el proyecto que había terminado el mes anterior, y torció el gesto. Decían que no existía la mala publicidad, pero el artículo estaba escrito por un hombre que se había concentrado más en su aspecto físico que en su talento. Aunque no podía negar que habían tenido más tráfico en su página web desde entonces.
Ya tenían más encargos de los que podían aceptar, pero Emily no podía resistir el señuelo de seguridad económica que eso le ofrecía.
«Contrata más gente», le pareció escuchar la imaginaria respuesta de Javier, su marido. «Yo te daré el dinero».
Javier no entendería lo importante que era para ella llevar su negocio en sus propios términos porque él siempre veía las cosas a su manera, sin ceder por nada ni por nadie.
De modo que no, seguiría trabajando con lo que tenía hasta que estuviera completamente segura de que podía permitirse contratar más gente.
Emily tomó un sorbo de vino mientras miraba la desierta calle al sur de Londres, con simpáticos cafés, estudios de artistas y apartamentos de lujo que miraban desafiantes las casas victorianas frente a los muelles.
Era el caos de Londres en todo su esplendor. Pero, a pesar del afecto que sentía por aquella zona y del éxito que había conseguido, Emily no podía negar que le faltaba algo.
Era un algo que había ido creciendo en los últimos años, ahora que empezaba a sentirse segura profesionalmente, una necesidad imperiosa.
Un anhelo más personal.
Dejando la copa de vino sobre el alféizar de la ventana, Emily miró la sencilla alianza de oro en su dedo. Se habían casado a toda prisa como si, incluso entonces, temiesen cambiar de opinión si esperaban unos días.
Javier hubiera preferido una boda por todo lo alto y una alianza más lujosa, pero la sencilla alianza de oro era más significativa para ella que un diamante, que no encajaría bien con su personalidad.
Emily movió los dedos, indecisa, como si quitársela fuese un gran paso, como si una vez hecho no pudiera dar marcha atrás.
Apretando los dientes, se quitó la alianza, la dejó sobre la encimera y tomó un sorbo de vino para disipar la intensa sensación de angustia.
El sonido del móvil la sobresaltó. Era inusual y alarmante que alguien la llamase a esa hora de la noche. Era un número desconocido con el prefijo de España y Emily tuvo una horrible premonición.
Temblando, respondió a la llamada y confirmó que era la esposa de Javier Casas.
Un segundo después, la copa de vino resbaló de sus dedos y se hizo pedazos contra el suelo.
Cuando pudo respirar de nuevo era como si alguien estuviese clavando un hierro al rojo vivo en su corazón.
Javier abrió los ojos, conteniendo un gemido de dolor. Le dolía todo, pero no sabía por qué.
No estaba solo y de verdad quería estar solo.
Antes, no sabía cuándo, le había pareció oír la voz de su madre y eso había suficiente para que perdiese el conocimiento de nuevo. Ahora intentaba descifrar las voces… un hombre hablaba en voz baja, con tono de frustración.
Ah, entonces no se había equivocado, su madre estaba allí.
Javier tomó aire y, al hacerlo, estuvo a punto de gritar de dolor.
¿Por qué no podía recordar lo que había pasado? Estaba en un hospital, eso era evidente.
–¡Deberían meterlo en la cárcel! –gritó su madre, con tono agudo.
Por un momento, Javier se preguntó si Renata se refería a él.
–Ha ayudado a la policía en la investigación y no está bajo sospecha –dijo el hombre.
–¿Pero cómo ha podido ocurrir? –insistió Renata–. ¡Él iba conduciendo!
Esteban, pensó Javier. ¿Habían tenido un accidente?
Quería preguntar, pero de su boca no salía ningún sonido.
–Está claro que no fue culpa del conductor. Por suerte para él, le darán el alta hoy mismo.
–¿Mientras mi hijo tiene que quedarse en el hospital? –exclamó su madre.
Todos se quedaron en silencio, como si estuviesen intentando entender tan irracional respuesta.
–Quiero hablar con su jefe –dijo su madre entonces, prácticamente histérica.
–Yo soy el jefe de cirugía, señora.
–¿Quién es su superior en el hospital?
–¿Por qué no vamos a mi despacho…?
–¡No voy a abandonar a mi hijo! –lo interrumpió su madre, con ese tono chillón tan horriblemente familiar.
Eso, más que el dolor, hizo que Javier empezase a sudar. Renata era insufrible y la única forma de soportarla era poniendo distancia entre ellos. De hecho, si no fuera por Gabi, su hermana, no habría vuelto a verla.
En su mente apareció entonces un recuerdo de la infancia que habría hecho que se le doblasen las piernas si estuviese de pie.
«Mamá, por favor, me duele».
Después de eso, Javier volvió a perder el conocimiento.
Cuando despertó de nuevo la habitación estaba en silencio. Había mucha luz y tuvo que cerrar los ojos, pero eso le dio tiempo para pensar. Había estado en la inauguración de In Venum. Había salido de la discoteca y…
«Quiero que me toques».
Javier sintió un desagradable escalofrío al recordar eso. Había subido al coche con Esteban y la carretera estaba en obras…
Recordó entonces el momento del impacto, cómo el mundo se había puesto patas arriba, la sangre que corría por su cara…
–¿Quién es Emily? –preguntó alguien.
Era una voz que no le resultaba familiar y su corazón dio un vuelco al escuchar esa pregunta.
–Ha estado repitiendo su nombre una y otra vez.
¿Había repetido el nombre de Emily?
–Nadie –respondió su madre, con tono cortante.
–¡Madre! –exclamó su hermana, airada–. Emily es su mujer –le explicó luego al extraño.
Javier hizo una mueca de dolor. Por supuesto, Renata no había aprobado a la mujer con la que se había casado, una chica inglesa de apenas veinte años que no hablaba una palabra de español.
Pero su mujer era su familia.
–Esa chica no es más que una…
Javier abrió los ojos y, fuera lo que fuera que su madre iba a decir fue interrumpido por un repentino frenesí de actividad alrededor de la cama. Notó que alguien sacudía su hombro suavemente, despertándolo del todo cuando lo único que él quería era volver a perder el conocimiento.
–¿Puede oírme, señor Casas?
Javier intentó levantar una mano, pero no era capaz. Quería lanzar un gruñido de frustración, pero ningún sonido salió de su garganta.
Maldita fuera. ¿Por qué no respondía su cuerpo?
–¿Sabe dónde está, señor Casas?
Él negó con la cabeza.
–Quiero que intente tomar un sorbo de agua.
Alguien le ofreció una pajita y, después de un par de intentos, Javier por fin consiguió tragar un poco de agua.
–Muy bien, vamos a intentarlo de nuevo –dijo el hombre que había hablado antes, el jefe de cirugía–. ¿Sabe dónde está, señor Casas?
–En un hospital… supongo –consiguió decir Javier con voz ronca.
–¿Sabe por qué está aquí?
–No.
–Dígame qué es lo último que recuerda.
Javier miró a su madre, a su hermana, al médico y la enfermera, y luego algo hizo que mirase hacia la puerta.
–Emily.
En la puerta de la habitación, Emily miraba la escena, atónita. Con una bata de color azul pálido, conectado a varios monitores, Javier estaba ligeramente incorporado sobre la almohada. Tenía una herida en la mejilla y un corte en la orgullosa frente, pero era su palidez lo que la asustó. Nunca lo había visto tan pálido.
Se había dicho a sí misma que Javier estaba bien mientras tomaba el primer vuelo que encontró para ir a España. Javier Casas era una fuerza de la naturaleza y tenía que creer que se trataba de un malentendido, pero las dos horas y media de viaje le habían dado demasiado tiempo para pensar.
Había intentado no darle demasiada importancia al hecho de que ella seguía siendo su pariente más cercano porque no quería hacerse ilusiones. No quería volver a tener esperanzas porque sabía que no serviría de nada.
En recepción le habían indicado el número de habitación y había subido en el ascensor con el corazón en la garganta, rezando para que Javier estuviese bien. Porque tenía que estar bien.
Sin pensar, estaba tocando la alianza que había vuelto a ponerse antes de salir de casa cuando oyó que Javier pronunciaba su nombre.
Emily lo miró a los ojos y la intensidad de esa mirada la dejó inmóvil hasta que…
–¡Amnesia! –gritó su madre–. ¡Mi hijo tiene amnesia! ¡Haga algo!
–Señora…
Suspirando, el médico le hizo un gesto a Emily para que entrase en la habitación, pero Renata se puso roja de ira en cuanto la vio.
–No sé qué hace ella aquí.
–¿No es usted la esposa del señor Casas? –le preguntó el médico.
Emily estaba a punto de responder, pero la madre de Javier la interrumpió.
–No habla nuestro idioma –dijo, con tono desdeñoso.
Emily se mordió los labios. No hablaba español al principio de su relación con Javier, pero había hecho un esfuerzo para aprenderlo, incluso después de volver a Inglaterra.
–Sí, soy la esposa de Javier Casas –respondió.
Renata le dio la espalda y a Emily le sorprendió que siguiera doliéndole. La madre de Javier no la había soportado nunca, ni siquiera en los buenos momentos.
El médico le explicó la situación mientras Renata se quedaba un poco atrás, fulminándola con la mirada. El accidente había causado contusiones en tres costillas, cortes, magulladuras y hematomas, pero milagrosamente Javier no tenía ningún hueso roto. La mayoría de las lesiones eran superficiales, pero Javier no recordaba lo que había pasado.
Él estaba intentando quitarse los electrodos que lo conectaban a los monitores y la enfermera intentó evitarlo. En medio de la confusión, Emily aprovechó para mirarlo de nuevo. Parecía estar bien, pero los hematomas que tenía en la cara eran de un preocupante color gris.
Javier siempre había sido una explosión de vida y color. Su virilidad y su encanto habían hecho que se rindiese el mismo día que se conocieron.
En cuanto Javier la miró, ella miró al médico. La atención de su marido podría ser suave como una caricia, pero también era tan ardiente como una llama e igualmente peligrosa.
–¿Ha perdido la memoria? –le preguntó.
–Sí, me temo que ha sufrido una conmoción cerebral –respondió el hombre–. La exploración muestra un ligero hematoma que curará con el tiempo, pero tendremos que hacer más pruebas para saber si hay razón para preocuparse.
Emily miró de nuevo a Javier y lo que vio en sus ojos la dejó inmóvil. Cálculo, determinación. Nada obstaculizaba el proceso mental de Javier Casas, pero el médico no parecía ver lo que veía ella.
–¿Qué significa eso? ¿Sufre amnesia de verdad?
–Aún no estamos seguros. Dependerá de lo que recuerde, pero por ahora el objetivo es que esté cómodo, rodeado de cosas familiares. Nadie debe forzarlo a recordar.
Las siguientes horas fueron un borrón. Emily esperó en el pasillo mientras le hacían las pruebas y Gabi, la hermana de Javier, se sentó a su lado sin decir nada, solo apretando su mano.
Era como si ninguna de las dos se atreviese a decir una palabra hasta que supieran el resultado.
¿Qué iba a hacer?, se preguntaba. Estaba claro que Javier iba a necesitar ayuda. Tal vez contrataría a una enfermera, pensó entonces.
Sabía que se había mudado a un apartamento en Madrid. Lo sabía porque, tontamente, buscaba noticias sobre él en las revistas.
Todo iría bien, se decía una y otra vez, como un mantra. Javier se pondría bien. Quizá incluso podría volver a Londres esa misma noche.
Pero ella sabía que no era verdad. Habían pasado seis años desde la última vez que vio a su marido, pero ya no había forma de seguir escondiéndose.
–El señor Casas está bien –le dijo el médico–. Pero me temo que los últimos años son un borrón para él. Su cerebro está intentando lidiar con el accidente, de modo que el objetivo por ahora es crear un ambiente tranquilo para reducir los riesgos de una recaída. Es importante que esté con él todo el tiempo. Puede haber momentos en los que se sienta frustrado y haga las mismas preguntas repetidamente. Será agotador y difícil, así que es importante que también usted tenga ayuda.
–¿Yo? ¿Por qué iba a necesitar ayuda? –le preguntó Emily.
–Porque usted va a cuidar de él, ¿no es así?
Javier la miraba desde la cama con una sonrisa en los labios y Emily se volvió hacia el médico al entender lo que estaba diciendo, lo que se esperaba de ella, a lo que Javier iba a forzarla.
No tenía amnesia, estaba segura. El brillo de sus ojos le decía que lo recordaba todo. Javier recordaba que lo había dejado seis años antes, pero, al parecer, estaba decidido a jugar con ella.
¿Esa era su forma de castigarla por haberlo dejado? ¿Era su venganza?
No tenía la menor duda de que él se creería inocente, pero Javier Casas, el hombre que no se equivocaba nunca, había cometido un grave error porque ella ya no era la joven e ingenua novia que había sido. Había cambiado mucho en esos años y si Javier quería jugar con su vida lo más justo sería que ella hiciese lo mismo.
De modo que se acercó a la cama y tomó su mano, el contacto sorprendiéndolos a los dos después de tanto tiempo.
Pero aquel no era el hombre que le había hecho perder la cabeza a los diecinueve años, el que le había ofrecido el mundo entero.
No, Javier le había ofrecido