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Habían guardado su relación en secreto… ¡hasta que Zuhal descubrió que tenía un heredero! Heredar el trono ya había sido una enorme sorpresa, pero cuando su encuentro con Jasmine Jones, la que había sido su amante, se vio interrumpido por el llanto de un niño, el jeque Zuhal descubrió que, además, tenía un hijo. Su romance secreto había sido apasionado e intenso, y peligrosamente abrumador. Para reclamar a su hijo, Zuhal debía llevar a Jasmine al altar. ¡Y estaba dispuesto a convencerla utilizando todas sus armas de seducción!
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Seitenzahl: 175
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Sharon Kendrick
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El heredero oculto del jeque, n.º 2763 - febrero 2020
Título original: The Sheikh’s Secret Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-047-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
AQUEL era el último lugar en el que se la habría imaginado viviendo.
Zuhal frunció el ceño. ¿Jasmine? ¿Allí? ¿En una casa minúscula en medio de la campiña inglesa a la que se llegaba por un camino tan estrecho que casi no había cabido su enorme limusina? A Jasmine siempre le había encantado el bullicio de la ciudad, no era posible que estuviese viviendo en un lugar tan apartado. Tenía que haber un error.
Entonces sonrió. Nunca se había preguntado dónde viviría. Siempre que había pensado en su exuberante examante, cosa que intentaba evitar, recordaba inevitablemente su suave piel. O la tentación de sus pechos. O el modo en que ella había bañado su rostro de besos hasta conseguir que se le acelerase el corazón.
Tragó saliva.
Y aquel, por supuesto, era el motivo de su inesperada visita. El motivo por el que había decidido ir a darle una sorpresa.
Se le secó la garganta. ¿Por qué no? Le gustaba el sexo, lo mismo que a Jasmine. De todas sus amantes era la que más lo había excitado. Entre ellos habían saltado chispas desde el principio y era una pena no aprovechar aquella increíble química. ¿Qué tenía de malo ponerse nostálgico? Al fin y al cabo, ninguno de los dos había tenido otras expectativas. No había sueños que romper. No se habían pedido nada y habían tenido claros los límites. Se habían comportado como adultos. ¿Por qué no viajar al pasado y disfrutar de aquella felicidad sin complicaciones en un momento de su vida en el que necesitaba desconectar un poco?
Se puso serio al preguntarse si era sensato volver al pasado y a una mujer como aquella. Porque él nunca miraba atrás. Además, cuando uno reiniciaba una vieja relación era posible que la mujer le diese más importancia de la que tenía en realidad… y para Zuhal al Haidar todas las relaciones se limitaban al sexo.
Y, dado que Jazz era lo suficientemente realista como para aceptarlo, tal vez él pudiese permitirse el romper sus propias reglas por una vez, porque el destino lo estaba llevando por un camino que no deseaba, un camino que había alterado todo su futuro. Maldijo y lloró en silencio al insensato de su hermano, sabiendo que era imposible que volviese o que reescribiese las páginas de una historia que había cambiado su propio destino. Prefirió no pensar más en aquello y concentrarse en Jasmine Jones y su dulce cuerpo. Ella haría que se olvidase de todo salvo del deseo y de la satisfacción. Se estaba excitando solo de pensarlo porque Jasmine era la amante más dulce que había tenido.
Piso una baldosa agrietada por la que salía una planta de aspecto sano. Se le había pasado por la cabeza que Jasmine hubiese podido reemplazarlo por otro hombre en los dieciocho meses que llevaban sin verse, aunque, en el fondo, Zuhal se negaba a contemplar aquel escenario porque su ego no se lo permitía.
Pero ¿y si era así?
En aquel caso, él se retiraría elegantemente. Al fin y al cabo, era un rey del desierto, no un salvaje, aunque Jazz hubiese sido capaz de sacar su lado más primitivo. Le desearía suerte y se marcharía de allí, sin duda decepcionado por no poder volver a disfrutar de sus encantadoras curvas y sus deliciosos labios.
Empujó la pequeña verja, que necesitaba una mano de pintura, y avanzó por el camino. Al llegar a la puerta, llevó la mano a la aldaba, a la que le faltaba un tornillo, y frunció el ceño. Pensó que tendría que buscar a alguien para que arreglase todo aquello.
En otro momento.
Cuando hubiese encontrado el consuelo que tanto necesitaba.
Golpeó la puerta y sintió que el sonido retumbaba en la pequeña casa.
Jasmine hizo parar el zumbido de la máquina de coser y levantó la cabeza al oír que llamaban a la puerta y parpadeó. Le dolían los ojos porque había estado cosiendo hasta muy tarde la noche anterior. Se los frotó con el dorso de la mano y bostezó. ¿Quién la molestaba precisamente cuando estaba tan tranquila y tenía un rato para trabajar? Por un momento, se sintió tentada de hacer caso omiso y quedarse allí, cosiendo las cortinas de terciopelo que tenía que entregar a una clienta muy exigente el miércoles como muy tarde.
Pero se puso en pie y se alejó del rincón del salón en el que tenía instalada su zona de trabajo para ir a ver quién llamaba. Que hubiese decidido cambiar de vida y marcharse de la ciudad no significaba que fuese a empezar a actuar como una ermitaña. En especial, teniendo en cuenta lo amable que había sido todo el mundo con ella desde que había llegado al tranquilo pueblo, factor que había amortiguado el golpe de su repentino y dramático cambio de circunstancias. Era probable que se tratase de alguien que quería venderle tickets para la rifa que se celebraría en la feria de primavera.
Abrió la puerta.
No, no era nadie vendiendo nada.
Su sorpresa no pudo ser mayor. Sintió los efectos físicos que, desde luego, se parecían mucho al deseo. Se le había acelerado el pulso y se había ruborizado. Le temblaron las rodillas y tuvo que agarrarse al pomo.
Aquello no podía ser verdad.
Con el corazón latiéndole todavía con rapidez, miró fijamente al hombre que tenía delante como si fuese a desaparecer de repente, envuelto en una nube de humo, si apartaba la mirada. Pero él siguió donde estaba, como si fuese de mármol. Jasmine deseó ser inmune a él, pero supo que aquello no iba a ser posible, si con tan solo verlo se le encogía el corazón y le temblaba todo el cuerpo.
Las facciones de su rostro eran angulosas y aristocráticas, tenía el pelo negro como el carbón y los ojos brillantes y casi igual de oscuros, la nariz aguileña y los labios más sensuales que había visto jamás. Iba vestido con un traje de chaqueta urbanita y moderno que contradecía su identidad, camisa blanca y corbata de seda. No obstante, Jasmine lo había visto en fotografías vestido con túnicas amplias, con las que parecía recién salido de un cuento de Las mil y una noches. Túnicas de color claro que habían enfatizado su piel morena y su cuerpo fuerte, acostumbrado a montar a caballo por el desierto.
Zuhal al Haidar, jeque y príncipe real. El segundo hijo de una antigua dinastía que reinaba en el país de Razrastán, rico en petróleo y en cuyas montañas se criaban purasangres y se extraían diamantes. El hombre al que se había entregado en cuerpo y alma a pesar de que él hubiese querido solo su cuerpo, decisión que ella había fingido aceptar. La alternativa habría sido rechazarlo y Jasmine se había sentido incapaz de hacerlo. Desde que se habían separado, no había pasado un solo día sin pensar en él, aunque se había imaginado que jamás volvería a verlo porque él la había sacado de su vida para siempre.
Y aquello era lo que tenía que recordar. Que Zuhal la había despreciado como a un periódico viejo.
Jasmine se mordió el labio inferior y se preguntó qué hacía allí.
Pero… lo que era más importante…
No podía permitir que se quedase mucho tiempo.
No era tonta. O, al menos, no era tan ingenua como cuando había estado con él. Había madurado desde que habían roto. Había tenido que madurar. Había aprendido que, en ocasiones, había que pararse a pensar qué era mejor hacer a largo plazo y no hacer lo que en realidad le apetecía. Así que se resistió al impulso de darle con la puerta en las narices y se obligó a sonreír con amabilidad.
–Santo cielo, Zuhal –dijo con una voz extrañamente tranquila–. Qué… sorpresa.
Él frunció el ceño, molesto con la situación. No era la bienvenida que había esperado. ¿Cómo era posible que todavía no se hubiera lanzado a sus brazos? Aunque Jazz hubiese decidido jugar un poco con él, no entendía que su mirada ni siquiera se hubiese oscurecido de deseo, o que sus labios rosados no se hubiesen separado a modo de inconsciente invitación.
No, en vez de deseo había en ella cautela y algo más. Algo que Zuhal no pudo reconocer, como tampoco reconocía a la mujer que tenía delante. La recordaba vestida como una reina, siempre bella a pesar de que se hacía la ropa ella misma porque no le sobraba el dinero. Tenía mucho estilo, era uno de los motivos por los que se había sentido atraído por ella y por el que, seguramente, el hotel Granchester la había contratado de encargada de su tienda de Londres.
Recordó su pelo de color de miel flotando a la altura de la barbilla. En esos momentos lo llevaba recogido en una práctica trenza que caía sobre un vulgar jersey con una mancha rara en el hombro. Tampoco llevaba las piernas al aire, sino enfundadas en unos feos pantalones vaqueros, prenda que nunca había utilizado en su compañía, ya que Zuhal le había contado lo poco que le gustaban.
Pero se dijo que la ropa no importaba porque no pretendía que la llevase puesta mucho más tiempo. Nada importaba, salvo el deseo que seguía sintiendo por ella.
–Hola, Jazz –le dijo en voz baja y tono íntimo, tono que había utilizado en el pasado, el tono que utilizaban las personas que habían sido amantes.
Pero la expresión de ella siguió siendo de recelo. No sonrió ni le abrió la puerta de par en par para aceptarlo en su casa y en sus brazos. No mostró interés a pesar de llevar casi dos años sin verlo. En vez de eso, asintió y Zuhal volvió a ver en sus ojos una expresión que no podía reconocer.
–¿Cómo me has encontrado?
Él arqueó las cejas. No estaba acostumbrado a que lo tratasen de una manera tan brusca y la pregunta le resultó casi insolente. ¿Acaso iba a tratarlo como si fuese un vendedor ambulante? ¿Le parecía aceptable dejar al futuro rey de Razrastán esperando en la puerta?
Cuando volvió a hablar lo hizo en forma de reprimenda, utilizando un tono que había hecho temblar a muchos hombres adultos.
–¿No piensas que deberíamos mantener esta conversación en el calor de tu hogar, Jazz? –le reprochó él–. Aunque no parezca que sea un lugar demasiado acogedor.
Ella retrocedió, pero enseguida se recompuso. Esbozó una sonrisa, una sonrisa forzada. Él se sintió confundido. Su relación no había terminado mal, aunque Jazz hubiese rechazado su regalo de despedida. Zuhal tenía la costumbre de regalar una joya a sus amantes cuando rompía con ellas, de recuerdo, pero, para su sorpresa y fastidio también, Jasmine le había devuelto el collar de esmeraldas y diamantes junto con una nota en la que decía que no podía aceptar un regalo tan generoso.
Zuhal clavó la vista en la pintura gastada de la puerta, apretó los labios y pensó que a Jasmine le habría ido muy bien una aportación de dinero.
–Me temo que no puedes entrar –le respondió ella–. Lo siento, Zuhal, pero… no llegas en buen momento. Tendrías que haberme avisado.
Él entendió lo que pasaba. Por supuesto. Le había parecido que Jasmine aceptaba su ruptura con dignidad y una admirable ausencia de chantaje emocional. No había derramado ni una sola lágrima, al menos, en su presencia. No obstante, no estaba hecha de piedra. Era la mujer más sexy que había conocido y, entre sus brazos, había descubierto el placer de la carne. Así que lo normal era que no hubiese vuelto a la vida célibe después de haberlo conocido a él.
Aunque le costase creerlo, ¿era posible que lo hubiese sustituido en la cama por alguien más adecuado que él? Alguien de su clase social, tal vez dispuesto a casarse con ella. Tal vez tuviese razón, tal vez debía haberla llamado antes de presentarse allí para que le hubiese dado tiempo a prepararse y ponerse guapa. Pero ¿desde cuándo tenía que llamar Zuhal al Haidar para avisar de su llegada?
Intentó parecer razonable a pesar de que sentía celos y de que se le había hecho un nudo en el estómago.
–¿Hay otro hombre en tu vida, Jazz? –le preguntó, intentando hablar pausadamente.
Aquello pareció sorprenderla todavía más.
–¡Por supuesto que no!
Zuhal expulsó el aire que, sin darse cuenta, había estado conteniendo. Los celos se transformaron rápidamente en una sensación de triunfo y anticipación.
–Bien. He venido hasta aquí solo para verte –le explicó, sonriendo–. Creo recordar que, cuando nos separamos, lo hicimos de la manera más civilizada posible, lo que hace que me pregunte por qué te muestras tan reacia a dejarme entrar. ¿No es lo moderno que los amantes también sean amigos? ¿Que puedan sentarse a hablar de los viejos tiempos con cariño?
Jasmine sintió que se le tensaba el cuerpo y agradeció tener la mano izquierda semioculta detrás de la puerta. Miró por encima del hombro del jeque y vio su limusina negra en el camino. Supuso que el chófer seguiría allí, esperándolo, como esperaba todo el mundo a Zuhal. También estarían allí los guardaespaldas y, probablemente, otro coche lleno de personal de seguridad escondido en alguna parte.
«Escondido en alguna parte».
Se le encogió el corazón, pero intentó fingir serenidad a pesar del miedo. Había estado segura de que había hecho lo correcto, pero, en esos momentos, con la vista clavada en el rostro perfecto de Zuhal, le invadieron las dudas y la preocupación, y se preguntó qué debía hacer.
Si se negaba a dejarlo entrar en la casa, despertaría sospechas. Y en realidad todavía tenía una hora. Podía dejarlo entrar y averiguar qué había ido a hacer allí, escucharlo de manera educada y después pedirle que se marchara. Abrió más la puerta y se dio cuenta de que Zuhal clavaba la vista en la alianza que llevaba puesta.
–Pensé que habías dicho que no había ningún hombre en tu vida –la acusó una vez dentro mientras la puerta se cerraba tras él.
–Y no lo hay.
–Entonces, ¿por qué llevas una alianza? –le preguntó él–. ¿Has vuelto con tu marido?
Jasmine se ruborizó.
–Por supuesto que no. Ya sabes que nos divorciamos, Zuhal. Estaba divorciada cuando te conocí.
–¿Y ese anillo?
Jasmine se dijo que Zuhal no tenía ningún derecho a hacerle preguntas personales, o tal vez sí. Se dio cuenta de que la estaba mirando con deseo y recordó que aquello era lo único que había querido de ella.
Probablemente él sí se hubiese casado ya con la mujer adecuada.
Tenía que deshacerse de él.
–Llevo el anillo como elemento de disuasión –le explicó.
Él arqueó las cejas.
–¿Tantos hombres te pretenden con intenciones lujuriosas? –le preguntó Zuhal.
Ella ignoró su tono irónico y negó con la cabeza.
–No.
–Es cierto que tu aspecto es un tanto descuidado –comentó él–, pero ambos sabemos lo hermosa que eres cuando te lo propones.
Jasmine apretó los dientes.
–Me he dado cuenta de que, en el pasado, no he tomado buenas decisiones con respecto a los hombres, así que he decidido estar una temporada sola –le contó ella–. Temporada que estoy aprovechando para desarrollar mi carrera.
–¿Qué carrera? –le preguntó él–. ¿Por qué dejaste de trabajar en la tienda del hotel Granchester? Pensé que te pagaban razonablemente bien.
Jasmine se encogió de hombros. No iba a hablarle de su negocio de ropa para el hogar, que estaba todavía en una etapa germinal, pero que cada vez se estaba haciendo más popular. Ni de sus planes de diseñar ropa para bebés, con lo que algún día esperaba poder ganarse la vida. Porque nada de aquello era asunto suyo.
–La vida en Londres cada vez era más cara y quería un cambio –añadió–. Tú todavía no me has dicho qué haces aquí.
Zuhal tuvo que admitir que tal vez se había equivocado al pensar que seguiría dispuesta a acostarse con él. Recordó la paz que le había aportado en el pasado, el entusiasmo con el que siempre lo había recibido y, a pesar de su falta de interés, se sintió tentado a confiar en ella. Suspiró mientras se acercaba a la ventana del pequeño salón y estudiaba los narcisos amarillos que sobresalían del césped demasiado crecido del minúsculo jardín.
–¿Sabes que mi hermano ha desaparecido? –le preguntó sin más preámbulos–. Lo dan por muerto.
Jasmine dio un grito ahogado y él se giró y vio que se había llevado la mano a la garganta como si no pudiese respirar.
–¿Muerto? –repitió–. No, no lo sabía. Lo siento mucho, Zuhal. Aunque no llegué a conocerlo… Sí que recuerdo que era tu único hermano.
–Lo hemos mantenido en secreto todo el tiempo posible, pero ya ha salido a la luz. ¿No te habías enterado?
Ella negó con la cabeza.
–No… no tengo tiempo de leer el periódico últimamente. La actualidad internacional es demasiado deprimente… y no funciona mi televisor –añadió antes de morderse el labio inferior y mirarlo fijamente, con cautela–. ¿Qué ha ocurrido? ¿O prefieres no hablar del tema?
Él pensó que lo que quería era tomarla entre sus brazos para que lo reconfortase, sentir el calor de otro cuerpo, que la suavidad de su piel le recordase que seguía vivo, pero Jasmine no se acercó, siguió en la otra punta de la pequeña habitación con sus ojos verdes mirándolo con aflicción y el cuerpo tenso, como si se sintiese incómoda en su presencia.
No obstante, Zuhal siguió hablando como no lo habría hecho con nadie más, en voz muy baja, casi inaudible.
–A pesar de que Kamal era el rey de Razrastán, con todas las responsabilidades que eso conlleva, mi hermano jamás perdió el interés por las actividades temerarias.
–Recuerdo que me contaste que era bastante imprudente –respondió ella en tono cauto.
Zuhal suspiró y asintió.
–Lo era. Durante su juventud, practicó los deportes más peligrosos sin que nadie pudiese impedírselo. Mi padre lo intentó siempre mientras que mi madre lo alentaba a ser audaz. Por ese motivo, pilotaba su propio avión y hacía esquí fuera de pista siempre que tenía la oportunidad. También hacía submarinismo y escalaba los picos más complicados del mundo, y nadie puede negar que destacaba en todo lo que hacía.
Zuhal hizo una pausa.
–Cuando fue coronado rey, tuvo que limitar inevitablemente la mayoría de esas actividades, pero salía a montar a caballo con frecuencia, a menudo, solo. Decía que así podía pensar, lejos del alboroto de la vida de palacio. Y eso es lo que ocurrió el año pasado…
–¿El qué?
Zuhal sintió que el dolor crecía de manera inevitable en su interior, y la amargura también. Porque los actos de Kamal habían afectado a muchas personas, al que más, a él. Kamal había salido una mañana a lomos de su caballo, Akhal-Teke, y se había dirigido hacia el desierto al amanecer, o eso era lo que habían contado los mozos de cuadra después. Y entonces se había desatado una terrible tormenta.
Le tembló la voz mientras continuaba hablando.
–Dicen que no es posible escapar del manto de arena que lo cubre todo cuando hay esas tormentas en el desierto. No se puede ver, oír ni respirar. No pudimos encontrar ni a Kamal ni al caballo a pesar de que nunca se había realizado una búsqueda tan exhaustiva en todo el país. Ni rastro. Así que es imposible que sobreviviera –terminó, torciendo el gesto–. Y el desierto es muy eficaz eliminando cuerpos.
–Oh, Zuhal, eso es terrible. Lo siento mucho –murmuró Jasmine.
Él asintió bruscamente, no había ido allí a aquello.
–Todos lo sentimos mucho –admitió.
–¿Y qué va a ocurrir ahora?
–Oficialmente, no se le puede declarar muerto hasta que no pasen siete años, pero, de acuerdo con nuestras leyes, el país tampoco puede estar sin rey durante ese tiempo –le explicó él, apretando los puños con fuerza–. Así que he accedido a reinar en su ausencia.
–¿Y qué significa eso exactamente?
–Significa que, dentro de siete años, si Kamal no vuelve, me coronarán rey a mí, dado que soy el único heredero vivo. Hasta entonces, seré rey en funciones y se me conocerá como al jeque regente.