El hombre que odié - Kelly Hunter - E-Book
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El hombre que odié E-Book

KELLY HUNTER

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Beschreibung

¿Una aventura con el hombre al que odio con todo mi corazón? Tres razones para mantenerme alejada de Cole Rees... 1: Mi madre tuvo una tórrida aventura con su padre. ¿Os imagináis lo incómodo que resultaría eso de conocer a la familia? 2: Su arrogancia me irrita profundamente. Tal vez sea un guapo multimillonario, pero odio el hecho de que sea tan consciente de ello. 3: Cada vez que me toca, me consumen las llamas del deseo. Esto me resulta completamente aterrador.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Kelly Hunter.

Todos los derechos reservados.

EL HOMBRE QUE ODIÉ, N.º 1913 - octubre 2011

Título original: The Man She Loves to Hate

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-026-4

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Promoción

Prólogo

HANNAH, espera! Jolie Tanner salió del jardín de su casa y cerró la puerta de la verja a sus espaldas. Entonces, echó a correr para alcanzar a su amiga. Normalmente, Hannah la llamaba cuando pasaba por su casa, o ella la esperaba en el escalón. No había reglas fijas, pero llevaban yendo juntas al colegio desde la guardería y, a menos que una de ellas estuviera enferma, la rutina se repetía día tras día. —¡Han! Sin embargo, Hannah no se detuvo. Ni siquiera se dio la vuelta. Siguió andando sin mirar atrás.

Aquel día la acompañaba Cole, lo que resultaba algo extraño. Cole era el hermano mayor de Hannah. Mayor, con sus diecisiete años, alto y fuerte y ya en el último año de instituto. Guapo y muy popular. Tenía el cabello negro, algo largo, piel olivácea y ojos verdes enmarcados por negras pestañas. Cole superaba a cualquier estrella de Hollywood con su físico. Hannah adoraba a su hermano. Y Jolie lo adoraba también, aunque su adoración había empezado a teñirse de un sentimiento que no era capaz de describir. Había empezado a notar que le faltaban las palabras cuando él estaba delante y no sabía ni dónde mirar ni lo que hacer. Hannah se había dado cuenta y había empezado a gastarle bromas a su amiga por las estúpidas reacciones que tenía cuando Cole estaba delante.

¿Era ésa la razón por la que Hannah no se volvía? Jolie sabía que Cole era demasiado mayor para ella, demasiado todo para ella. Además, él jamás la miraría de aquella manera. Era tan sólo una fase por la que estaba pasando. Eso era lo que su madre le había dicho cuando Jolie le había contado, más o menos, lo que le pasaba últimamente cuando estaba con Cole Rees. Rachel Tanner había sonreído y le había dicho que ya se le pasaría.

La atracción que sentía por Cole Rees no era nada por lo que debiera preocuparse. Era tan sólo una fase.

—Hannah, espera...

Tras colocarse más firmemente la mochila sobre el hombro, echó a correr para alcanzar a su amiga.

—Sigue andando —le dijo Cole.

—Pero, ¿qué le digo? —preguntó Hannah—. Cole, es mi mejor amiga. ¿Qué le digo?

—Nada.

—¿Crees que lo sabe?

—¿Y cómo voy a saberlo yo?

Cole ya no sabía nada. Había pensado que el matrimonio de sus padres era sólido. No era maravilloso, pero sí al menos sólido. Había pensado que su padre era un santo. La realidad lo había golpeado con dureza. Su padre llevaba más de un año teniendo una aventura con la madre de Jolie Tanner. Lo había admitido la noche anterior, después de una acalorada discusión, y quería divorciarse. Él y Hannah estaban arriba, en sus dormitorios, pero lo habían oído todo. Las acusaciones, la admisión y, luego, las lágrimas.

Hannah se volvió a mirar a su amiga y Cole siguió andando.

La pequeña Jolie Tanner era sólo una niña, pero ya era una belleza. Tenía el cabello del color del fuego y unos enormes ojos grises que parecían captarlo todo. Su madre era una de las mujeres más hermosas que Cole había visto y Jolie no le andaría a la zaga. Sólo necesitaba tiempo.

De repente, Jolie apareció junto a ellos en el sendero. Los grandes ojos grises le relucían y la coleta con la que llevaba recogido el rojizo cabello se movía como un muelle.

—Hannah, ¿has hecho los deberes para el examen?

Hannah no respondió. Suplicó a su hermano con la mirada de tal manera que él deseó estar en otra parte, en donde fuera menos allí.

Jolie había entrado y salido de su casa desde que era muy pequeña. No era pariente de Cole, pero formaba parte de su vida, una parte que había dado por sentada, una parte a la que había estado acostumbrado. Era la mejor amiga de Hannah. Divertida. Inquieta. Siempre escribiendo en una pequeña libreta que jamás le mostraba a nadie. Él le había preguntado en una ocasión que era lo que contenía. Hannah le había respondido que dibujos, por lo que, entonces, él había tenido que preguntarle lo evidente. ¿Qué clase de dibujos?

Hannah había respondido que eran dibujos de todas clases. Animales, personas, colores... Lo dibujaba todo.

A Cole aquella respuesta le había resultado fascinante. —Han —volvió a susurrar Jolie—. ¿Has hecho los deberes?

Hannah negó con la cabeza. Entonces, la bajó y siguió andando. La noche anterior no se habían podido hacer muchos deberes en la casa de los Rees.

Cole miró a Jolie y vio la expresión de asombro y sufrimiento en los ojos de la muchacha. Con tristeza, bajó la cabeza y siguió andando. Rápida. Silenciosamente. Tratando de fingir que la pequeña Jolie Tanner no avanzaba a su lado, tratando de mantener el paso con ellos y preguntándose qué demonios les ocurría.

Así fue como los tres llegaron al instituto. Cole odió cada paso que dieron.

Ocurría algo. Algo terrible. Hannah se negaba a hablarle. Cole no le había hecho ni caso y había desaparecido en cuanto llegaron al instituto. Jolie había esperado que, cuando él se marchara, su amiga pudiera tener más que decir.

Sin embargo, Hannah ni la miraba.

—Hannah, ¿qué es lo que ocurre? —le preguntó Jolie—. Dime algo.

—Ya no puedo ser tu amiga —respondió ella con voz ahogada. Jolie se acercó un poco más y vio que estaba llorando.

—¿Cómo? —repuso Jolie. Los latidos del corazón se le habían acelerado—. ¿De qué estás hablando, Hannah?

Hannah se marchó corriendo sin responder en dirección a la clase. En el recreo, Sarah tampoco hablaba a Jolie.

A la hora de comer, ni una de las chicas con las que Jolie y Hannah solían juntarse le dirigía la palabra. Jolie no comprendía nada. Fue a buscar a Cole y, por fin, lo encontró saliendo de la biblioteca. Afortunadamente, iba solo. Él la vio y trató de darle esquinazo.

—Cole —dijo ella andando tan rápido como él—. A Hannah le pasa algo. No me habla. Está llorando, Cole. Está muy disgustada. ¿Qué es lo que está pasando? —añadió. Le colocó la mano sobre el brazo para detenerlo y se quedó atónita al ver que él lo apartaba violentamente—. Por favor... Yo sólo quiero saber qué es lo que pasa.

—Pregúntale a tu madre —replicó él con voz dura y defensiva—. Y no me toques.

Jolie se sonrojó vivamente y se colocó la mano a la espalda.

—No te tocaré. Lo siento. No quería hacerlo —susurró. Cuando él la miró, ella volvió a suplicar—. Por favor, Cole, yo sólo... Hannah me odia y no sé por qué. Hannah, Sara y ahora también Evie y Bree. Ni siquiera me hablan.

—¿Y a mí qué me importa? —repuso él por fin—. ¿Por qué tendrías que importarme lo más mínimo tú y tus problemas? Sólo quiero que te mantengas alejada de Hannah y de mí.

—¿Por qué? —susurró ella conteniendo los deseos de salir huyendo—. Cole, no sé qué es lo que pasa. Cole, por favor... ¿Qué es lo que he hecho mal?

Capítulo 1

Diez años más tarde...

Por lo que se refería al nivel de dificultad, era como si Jolie Tanner estuviera cargando con un cadáver. Sin embargo, no podía hacer nada más, por lo que tiró y tiró hasta que, por fin, consiguió colocar la caja sobre el trineo y atarla para que no se moviera. ¿Qué importaba que las cajas de cartón no estuvieran diseñadas para un tratamiento tan brusco? Aquélla no tenía elección.

Había llegado el momento de marcharse, pero Jolie se volvió hacia la cabaña. Sus pesadas botas de nieve se agarraron al resbaladizo escalón y, entonces, ella agarró la puerta y la cerró con llave. En la cabaña todo estaba en orden. Limpio, ordenado y completamente impersonal. Misión cumplida.

Se subió al asiento de su vehículo de nieve y se dirigió al teleférico. Entonces, al llegar allí, detuvo el vehículo y bajó de nuevo la caja del trineo. Hizo un gesto de dolor cuando no tuvo más remedio que volver a golpear duramente la caja. Después, volvió a montarse en el vehículo y se dirigió a la torre de control para aparcarlo en su sitio, al lado de la puerta.

El vehículo de nieve era de Hare. También lo era el pesado abrigo que él había insistido en que ella se pusiera antes de que le permitiera dirigirse a la cabaña. La radio que llevaba en el bolsillo le pertenecía a él también. Había cobrado vida hacía unos minutos para permitir que Hare, desde su puesto de jefe de pista, le dijera que se diera prisa porque el tiempo estaba empeorando, el último teleférico que bajaba de la montaña iba a salir en cinco minutos y esperaba que ella estuviera dentro.

Tras dejar todo en su sitio, desató el trineo y lo guardó en el compartimiento correspondiente. Hare insistía mucho en el orden a todos sus empleados. Si todo no estaba en su sitio, corrían el riesgo de que él los despidiera de Silverlake Mountain y que tuvieran que trabajar en los bares, restaurantes y albergues de esquí de Queenstown.

—¿Está hecho todo? —le preguntó Hare cuando ella entró en la sala de control y cerró la puerta.

—Todo hecho —respondió Jolie tras dejar las llaves del vehículo de nieve en el llavero que había al lado de la puerta y la radio en el cargador. Se sacó las llaves de la cabaña del bolsillo y se las ofreció a Hare. Que ella supiera, aquéllas no se colgaban en ningún sitio—. Mi madre me dijo que te diera éstas también.

Hare se limitó a frotarse uno de los brazos en vez de tomar las llaves, por lo que Jolie las dejó sobre la mesa. Francamente, no quería volver a verlas. Y no podía culpar a Hare porque le ocurriera lo mismo.

—Francamente, eso que hacían, jamás me pareció bien —musitó Hare.

—Sí, bueno, no eres el único.

Una verdad por otra y sólo porque se trataba de Hare. Todos los demás se encontraban con un silencio hostil y desafiante, un mecanismo de defensa que había desarrollado en su adolescencia.

—Pero ya ha terminado todo—añadió.

La muerte solía terminar con muchas cosas.

—¿Cómo está tu madre? —le preguntó Hare—. ¿Está en el entierro?

—No —respondió Jolie muy cansada—. Por supuesto que no. Ha ido a darse un paseo por las orillas del lago Wanaka. Creo que se va a despedir de él allí.

—¿Va a trabajar esta noche en el bar? —quiso saber Hare. Jolie asintió.

—Sí. Estás invitado a pasarte y a tomarte una copa en honor al muerto esta noche. Discretamente, por supuesto, pero paga la casa. Es la única manera de despedirse cuando uno no se puede despedir oficialmente.

—Ella lo quería mucho —dijo Hare—. Eso hay que admitirlo.

—Lo sé. Es que...

La amargura no le sentaba bien. Jolie trataba de evitarla a toda costa. Sin embargo, se había pasado toda una tarde retirando las pistas del paso de su madre por la vida de James Rees y recordando exactamente todas las cosas a las que su madre había renunciado por él y lo que había recibido a cambio.

—Lo sé.

No era culpa de Hare, sino del pésimo estado de ánimo de Jolie. No era culpa de Hare que él hubiera sido el desgraciado empleado encargado de cuidar a la joven Jolie aquella primera vez que Rachel Elizabeth Tanner había subido a la cabaña para estar con su amante casado. No era culpa de Hare que hubiera tenido que cargar con Jolie todas las veces subsiguientes, hasta que Jolie había sido lo suficientemente mayor como para no necesitar canguro.

Hare la había enseñado a esquiar, a amar la montaña y la había mantenido a salvo de todo a excepción de la amarga realidad. Nada hubiera podido mantenerla a salvo de eso.

Las cosas habían cambiado para Jolie después de que la aventura de James Rees con Rachel hubiera salido a la luz. Sus amigas habían dejado de serlo y ella jamás había aprendido a hacer amigas nuevas. Cuando los chicos comenzaron a fijarse en ella, había descubierto que sus anteriores amigas se convertían en celosas y furiosas enemigas que sabían exactamente golpearle donde más le dolía.

—¿Vas a quedarte en Queenstown durante un tiempo para ayudar a tu madre a sobreponerse a la nueva situación? —le preguntó Hare.

Jolie se encogió de hombros.

—Me puedo quedar un par de semanas. Luego, tendré que regresar a mi trabajo en Christchurch.

—He oído que has encontrado un trabajo de diseñadora allí.

—Así es.

Efectivamente, su testarudez y su talento la habían ayudado a conseguir un trabajo como diseñadora gráfica para una empresa de efectos especiales para películas. La testarudez y el talento la habían mantenido allí. La recompensa era que no tenía que enfrentarse a la realidad a diario. La realidad estaba demasiado valorada.

—¿Podrías hacerlo desde aquí?

—¿Y por qué iba a querer hacerlo desde aquí?

—No lo sé —dijo Hare rascándose la cabeza y frunciendo el ceño—. Podría ser diferente para ti ahora que James no está.

—No veo por qué. Hannah sigue aquí. Cole sigue aquí. La viuda de James sigue aquí. Y siguen siendo los dueños de la mitad de esta ciudad. Jamás han sentido la inclinación de hacer que nada le resulte fácil a un Tanner.

—No fue fácil para nadie —dijo Hare—. Podría ser un buen momento para olvidarse de las antiguas rencillas.

—Estás comportándote de un modo racional —comentó Jolie—. La interacción entre los Tanner y los Rees no es nunca racional.

—No tiene por qué ser así.

—Claro que sí —murmuró ella. Se abrió a Hare porque el hombretón siempre se había mostrado amable con ella y sabía más de la verdadera Jolie Tanner que la mayoría—. Hare, no quiero regresar a Queenstown. Lo único que he hecho aquí siempre es esconderme de otras personas. Ponerme máscaras para que la gente viera lo que esperara ver. Una chica que se encuentra completamente a gusto en un bar lleno de desconocidos. La desafiante hija de la amante de James Rees. Una sirena en mi propio derecho, completamente cómoda en mi papel. Todo máscaras. Por el contrario, en Christchurch... —añadió Jolie encogiéndose de hombros—. Allí, por fin he reunido el valor de quitarme la máscara para ser sólo yo.

—¿Estás haciendo amigos?

—No es eso. Todavía no, pero, al menos, no tengo enemigos. Eso ya es algo, ¿no te parece?

Jolie comprendió que lo había avergonzado. Y había dejado demasiado en evidencia. La situación no le resultaba cómoda. Había llegado el momento de escapar.

—¿Vas a enviar ese teleférico ya colina abajo?

—Estoy esperando a otro pasajero.

—¿A quién?

Las pistas de esquí llevaban cerradas desde la hora del almuerzo a causa del cambiante tiempo. Jolie se había imaginado que todos los esquiadores y todos los empleados habían bajado hacía mucho tiempo. Todos a excepción de Hare, que vivía en la montaña en una cabaña a medio kilómetro de distancia del complejo principal.

—Cole.

—¿Cole? ¿Qué Cole? —preguntó ella. Hare no respondió. Tampoco la miró a los ojos. El estómago de Jolie empezó a retorcerse de dolor—. ¿Me estás diciendo que Cole Rees está aquí arriba?

—Subió hace un par de horas. Está en el mirador.

—¿Haciendo qué?

Hare se encogió de hombros.

—Pero... ¿Cómo puede estar aquí? —preguntó ella. Había planeado su excursión en un momento del día en el que ningún miembro de la familia Rees estaría cerca de allí—. ¿Por qué no está en el entierro de su padre?

—No se lo he preguntado. Además, no estaba buscando conversación, Jolie. Estaba buscando soledad..

Cole Rees iba a bajar con ella de la montaña. Sólo Cole Rees, Jolie Tanner y una caja llena de pruebas de la relación que la madre de ella había tenido con el padre de él durante doce años.

—Genial —musitó ella—. Simplemente genial. ¿Podrías bajar otro teleférico para que él pudiera ir solo? El teleférico consistía de varias cabinas que realizaban un trayecto de subida y bajada de veinte minutos.

—No. Hay aviso de ventisca. Tienes suerte de que yo esté dispuesto a hacer bajar uno más —replicó. Entonces, miró a través del grueso cristal de la ventana de la cabina de control y asintió—. Hora de marcharnos, muchacha. Ahí está Cole.

Jolie miró en la misma dirección que Hare. Efectivamente, ahí estaba. Cole Rees. Bajaba por el sendero hacia el teleférico con el cabello negro revuelto por el viento y su hermoso rostro contraído por el empeoramiento del tiempo. Un hombre tan imprevisible y tan sexy que a ella le había provocado una extraña sensación en el vientre. Pero eso había sido antes de que Cole conjurara su odio por todo lo que estaba relacionado con los Tanner.

—Genial —susurró ella—. Simplemente genial.

Agarró un viejo sombrero de piel de oveja con orejeras del surtido de objetos perdidos que había detrás de la puerta y se lo puso encima del que llevaba puesto. Ya se encargaría ella de devolverlo. Añadió una gruesa bufanda negra y unas gafas de esquí mientras Hare la miraba completamente asombrado.

—Supongo que también te vas a llevar mi abrigo.

—Sí. Te lo devolveré mañana.

No por primera vez aquel día, Jolie dio gracias por haberse puesto su ropa de esquí más vieja. El mono unisex que se había comprado hacía años durante un breve periodo de tiempo en el que trató de ocultar su figura, su feminidad. Las botas de esquí eran negras, grandes, muy usadas. Botas que no tenían nada de fe

menino.

—El cabello —le dijo Hare.

—Es verdad.

Se quitó el gorro y las gafas y se retorció el cabello una y otra vez hasta poder colocarlo debajo del gorro de lana. Luego, se volvió a poner el que se había quitado y las gafas. Su cabello pelirrojo era un legado de su madre y resultaba muy distintivo. A los hombres les fascinaba. Los peluqueros querían conservarlo. Jolie no se quejaba del color de su melena, era cierto, pero, en aquellos momentos, lo quería escondido. Se bajó las orejeras del gorro de piel de oveja.

—¿Mejor?

—Pareces la prima esquimal de ET —dijo Hare—. Supongo que de eso se trata.

—Así es —afirmó ella mientras se colocaba las gafas sobre los ojos.

—O podrías ser tú misma.

—Eso no. Te presento a JT. La J es de Josh. Trabaja para ti.

—Vete —dijo Hare con una expresión de desaprobación. Entonces, cuando Jolie se inclinó para besarlo, se retiró hacia atrás—. ¡Eh, no me beses!

—Como quieras —replicó ella dándole un masculino manotazo en el brazo—. ¿Vas a ir al bar esta noche?

—Si mejora el tiempo, lo que no creo que ocurra. Dile a tu madre que bajaré para que me invite a esa copa mañana por la mañana.

—Lo haré.

—Y dile que siento mucho su pérdida. Espero que se lo digas bien.

—Se lo diré bien —prometió Jolie, con un nudo en la garganta. Hare comprendía muy bien la posición en la que había quedado su madre. Rachel Tanner, dueña de un bar que, se decía, había sido regalo de James Rees, no recibiría mucha compasión de nadie por la muerte de James. Tendría que lamentarse de la pérdida de su amante en solitario silencio—. Practicaré antes.

Hare volvió a hacer un gesto de reprobación con los ojos. Entonces, se puso a mirar por la ventana de la torre en dirección al cielo.

—Kia waimarie, pequeña. Buena suerte. Mantén la cabeza baja. Y cierra la puerta cuando te marches.

Hare esperó hasta que Jolie salió para frotarse el brazo que tanto le dolía y dejar escapar un suspiro. La muchacha no se equivocaba en lo de querer evitar a Cole Rees precisamente aquel día, pero que pudiera hacerlo era un asunto completamente diferente. Lo más probable era que, en algún momento del descenso, Cole Rees se diera cuenta de quién era. Lo más probable era que empezara a atar cabos.

Hare daba trabajo a adolescentes si tenían la experiencia y la constancia que él estaba buscando, pero no los contrataba tan jóvenes. Nunca.

Tampoco tenían sus empleados la piel de alabastro, delicada mandíbula y, si un hombre podía apartar la mirada de aquellos labios, algo que a algunos les resultaba imposible, sus ojos, del color de las nubes que traen la nieve, la delatarían. Nadie tenía unos ojos como los de las mujeres Tanner. No de ese color. Ni con la expresión de desafío que acechaba en las profundidades. Una sensual mezcla de orgullo y vulnerabilidad. Un hombre podría perderse en aquellos ojos y no volver a salir a la superficie, como si se hubiera visto arrastrado por una sirena. Hare había visto como algo así ocurría y había visto el destrozo que había causado.

—Baja los ojos, muchacha —susurró—. Dale a ese muchacho una oportunidad.

Cole Rees bajó la cabeza y apretó el paso para dirigirse al teleférico. El tiempo era tan malo e imprevisible como su estado de ánimo. Sus sentimientos eran una terrible mezcla de tristeza y lamento, de ira y de desafío. No había podido soportar quedarse hasta el final del entierro de su padre. La sentida pena de su madre había acicateado su furia. Las súplicas de su hermana para que él no empeorara las cosas sólo habían conseguido empujarlo con más insistencia a marcharse antes de que maldijera a su padre para que se pudriera en el infierno durante toda la eternidad.

Eso ya no se habría podido arreglar. Su madre, el pilar de la sociedad, se habría desmoronado por completo. Hannah, su hermana, era más fuerte. Hannah le habría hecho pagar muy caro el hecho de haber sometido a la familia a más escándalos. Sólo los cotillas se habrían sentido satisfechos, pero no por mucho tiempo. No lo estarían nunca.

Le hubiera gustado tener una mujer con la que consolarse y, efectivamente, allí había más que suficientes. Sin embargo, hasta aquél pequeño consuelo apestaba al legado de su padre. Falta de consideración, impulsividad y apetitos no saciados fácilmente. Tal vez Cole había dejado de sufrir de falta de consideración hacía unos años y tal vez él hacía todo lo posible para controlar su impulsividad, pero de lo último era culpable sin remisión.

En lo que se refería a las mujeres y a las relaciones sexuales, no se satisfacía fácilmente. En lo que se refería al indiscriminado uso que podría hacer del cuerpo de una mujer aquella noche y las pocas posibilidades que ella tenía de despertar sus sentimientos, bueno... Ninguna mujer se merecía algo así. Era mejor para todos simplemente practicar lo que su difunto padre jamás había practicado y quedarse sin sexo.

Su madre había organizado una copa de despedida para después del entierro, pero él no tenía intención alguna de aparecer por allí. Había preferido ir a la montaña para honrar la memoria de su padre a su modo.

El teleférico era una novedad en la montaña sobre la que él había estado a favor. Había reemplazado al anticuado telesilla y había doblado los beneficios de Silverlake de la noche a la mañana. El deporte del esquí había cambiado. Lo de enfrentarse a los elementos y esforzarse físicamente por subir la ladera de la montaña ya no formaba parte de la experiencia. Todo había cambiado para centrarse en la comodidad.

Miró hacia las ventanas de la torre de control y saludó al jefe de la pista de su padre con la mano. Nadie sabía por qué Hare no había estado en el entierro, pero el corpulento maorí siempre había regido su vida por leyes propias.

No obstante, siempre había sido leal a James Rees.

Un muchacho muy abrigado salió de la torre y se dirigió hacia el teleférico, en el que entró detrás de él. Cuando los dos estuvieron dentro, cerró las puertas.

Cole se sacudió la nieve del abrigo y se pasó la mano por el cabello. No iba vestido para subir a la montaña. Bajo el pesado abrigo de lana, iba vestido para un entierro. La única concesión que le había hecho a la montaña había sido cambiarse los zapatos de vestir por unas botas de nieve. No había sido suficiente para un tiempo tan malo.

Se fijó en el muchacho. Resultaba algo menudo para ser uno de los trabajadores de Hare. Él solía contratarlos más corpulentos. Dejando el cerebro al margen, la fuerza bruta era siempre muy necesaria en la montaña y todos los que trabajaban allí lo sabían. El muchacho tenía los pies separados, las rodillas ligeramente dobladas. Por su aspecto, parecía uno de esos muchachos que practican el snowboard. Hardcore, a juzgar por las prendas tan poco conjuntadas. Nada de prendas de marca. Aquel muchacho parecía más interesado en la emoción de subir una montaña y otra y otra más. No tenía nada que demostrar a nadie más que a sí mismo.

Cole lo envidiaba.

Lo que él tenía que hacer en los próximos seis meses era demostrar a los banqueros y a los accionistas que él era tan bueno como su padre en lo que se refería a la dirección de los negocios familiares. Como si no lo hubieran criado desde la cuna para alcanzar aquella posición, aprendiendo desde abajo a las órdenes de su padre.

A James Rees se le había comunicado que se estaba muriendo hacía dos años. Desde aquel momento, había empezado a traspasar los poderes de la dirección de Rees a Cole. Le había enseñado con el ejemplo. Lo que hacer, lo que no hacer y cómo recuperarse. Había hecho que Cole lo admirara en muchos sentidos. Había conseguido que Cole se preocupara por el negocio que tenía bajo su control y por la gente que trabajaba para él.

James Rees siempre había ido dos pasos por delante en cualquier cosa, excepto en lo que se refería a pensar que su esposa, tan de buena familia, y su bella y sensual amante pudieran coexistir pacíficamente en aquella ciudad.

En lo que se refería a eso, James Rees había sido un estúpido. Cole comprendía perfectamente lo que su padre había visto en Rachel Tanner. No había estado entonces tan ciego como lo estaba en aquellos momentos. Una sensualidad latente que afectaba con fuerza a un hombre. Un descarado conocimiento sobre cómo satisfacer esos deseos, un conocimiento del que la puritana y bien educada madre había carecido por completo.

Lo que James Rees deseaba, lo poseía. Podría haberse salido con la suya si lo hubiera dejado tan sólo en eso. Si sólo lo hubiera hecho una vez. O dos.

Sin embargo, lo había tenido que tener todo sin importarle el dolor que les causaba a los que le rodeaban.

El teleférico comenzó a moverse suavemente mientras aún estaba bajo la protección de las paredes y del tejado de la terminal. Entonces, el viento comenzó a azotarla. La nieve empezó a cubrir las ventanas y el descenso se hizo mucho más movido. Tanto Cole como el muchacho miraron automáticamente al cable para asegurarse de que todo estaba en orden.

El muchacho miró hacia el intercomunicador que había en la pared, como si estuviera valorando la necesidad de ponerse en contacto con Hare. Cole también lo miró.

—Según la predicción meteorológica, el frente aún está bastante alejado —dijo el muchacho por fin. Su voz apenas resultaba audible bajo la bufanda.

Cole asintió. Había visto cómo se acercaba la tormenta desde el mirador. Decidió que, debido a su compostura y conversación, el muchacho debía ser algo mayor de lo que había pensado en un principio. No servía de nada tratar de juzgar la edad del muchacho por el rostro, dado que lo único que se le veía era la boca.

Y menuda boca.

Cole apartó la mirada. Rápidamente.

¿Qué demonios le ocurría?