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Vanessa Dupree soñaba con trabajar en el lujoso hotel situado en Maui, una isla hawaiana.Trabajar allí significaba que podría llevar a cabo la dulce venganza que había preparado para Brock Tyler, el despiadado magnate propietario del hotel. Vanessa destruiría su negocio para vengarse de lo que él le había hecho a su familia.Pero aquel hombre atractivo y peligrosamente encantador comenzaba a sospechar de su nueva mano derecha. ¿Sería ése el motivo por el que intentaba seducirla, dificultando que se concentrara en su venganza?
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Seitenzahl: 151
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2009 Charlene Sands
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El hotel del engaño, n.º 1659 - abril 2024
Título original: RESERVED FOR THE TYCOON
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410628564
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Conseguir un empleo como organizadora de eventos en el hotel Tempest Maui había sido tarea fácil. Con su impresionante currículum en la mano, Vanessa Dupree entró a la entrevista con mucha seguridad y contestó a las preguntas que le hizo el magnate del hotel con inteligencia y encanto. Después sonrió de forma triunfal y con la mirada llena de promesas. Unas promesas que hicieron que Brock Tyler arqueara una pizca las cejas y que se fijara en el resto de sus cualidades.
Vanessa echaba chispas en silencio. Brock era un hombre encantador. Iba bien peinado, tenía el cabello negro y unos ojos oscuros cautivadores. Vestía de forma elegante y tenía un cuerpo atlético. No era de extrañar que la hermana pequeña de Vanessa se hubiera enamorado de él en Nueva Orleans.
Él no sabía que Melody Applegate y Vanessa Dupree eran parientes, y ella pretendía que no se enterara. Vanessa trató de olvidar, por el momento, la imagen de su hermana destrozada, con lágrimas en los ojos y con el corazón roto.
Se puso en pie y dijo:
–Gracias por darme la oportunidad, señor Tyler. No se arrepentirá de haberme contratado.
La mentira fluyó de sus labios con facilidad.
Él se puso en pie y se acercó para estrecharle la mano.
–Es muy importante para mí que este hotel sea un éxito. Elijo personalmente a todos mis empleados. Bienvenida al equipo, señorita Dupree.
Vanessa se retorció un poco bajo su mirada. Era un hombre alto y de actitud dominante, y con cada movimiento manifestaba su atractivo sexual, de modo que, el simple hecho de que le estrechara la mano, provocó que ella sintiera un nudo en el estómago.
–Gracias.
–La veré esta noche en la cena.
–¿Cena? –preguntó Vanessa.
–Todos los miércoles hacemos una cena con los empleados. A las siete en punto en la sala de conferencias Aloha.
–Ya –dijo ella, tranquilizándose–. Allí estaré.
Brock asintió y la acompañó a la puerta, fijándose en su coleta de color platino, en el traje de color azul oscuro, en sus senos y en el dobladillo del vestido.
–Aquí vestimos de manera más casual. Queremos que los clientes estén relajados. No se ponga traje de chaqueta, y déjese el cabello suelto.
Ella acarició un mechón que se había salido de la coleta y dijo:
–Es natural. Me refiero al color.
«Por favor, Vanessa. Compórtate».
Él arqueó las cejas otra vez, pero no dijo nada.
–Mi madre siempre decía que era un curioso fenómeno de la naturaleza. Nadie de mi familia tiene este color de pelo.
Él se fijó de nuevo en su cabello y asintió.
–Es bonito.
–Oh, no estaba buscando un cumplido, señor Tyler.
–No, dudo que tengas que buscarlos, Vanessa.
La suavidad con la que pronunció su nombre hizo que volviera a sentir un nudo en el estómago.
Era un hombre sexy. Rico. Poderoso.
Pero Vanessa no permitiría que eso la desalentara de su misión. Recordó el dolor que le había causado a Melody el mes anterior. Su hermana se había quedado destrozada. Se había enamorado de su jefe en Nueva Orleans y Brock la había rechazado como si fuera un periódico del día anterior. Vanessa nunca había visto a su hermana llorar tanto. Estaba destrozada y a él no le importaba haberle roto el corazón después de salir con ella durante semanas.
Vanessa tenía experiencia con ese tipo de hombres. La habían abandonado más de una vez y sabía lo mucho que dolía. Había aprendido a rechazar y a evitar a los hombres que no eran sinceros. Sin embargo, Melody, que era seis años más joven, no tenía experiencia a la hora de tratar a un hombre como Brock Tyler.
Vanessa siempre había cuidado de su hermana, e incluso había adoptado el papel de madre cuando ésta enfermó y tuvo que dejar de hacerlo. Una vez adoptado ese papel, era muy difícil cambiarlo.
Movida por la rabia y por un fuerte sentimiento de justicia, Vanessa no podía dejar pasar la oportunidad de ofrecerle a Brock Tyler su propia medicina. El puesto de organizadora de eventos le había caído del cielo. Ella siempre había querido visitar Hawai, y por fin podría pasar allí algún tiempo, subalquilando una casa pequeña en la isla. Todo había salido bien.
Sin embargo, después de conocer a Brock Tyler, Vanessa comprendió que el reto no sería sencillo. Él sería un duro adversario, pero eso no la detendría. Había ido a aquella isla por un único motivo.
Arruinar a Brock Tyler.
–¿Vanessa Dupree va a impartir la clase? –preguntó Brock Tyler al ver a su empleada tumbada sobre una esterilla con la pierna estirada en el aire, sobre la arena de la playa del Tempest Maui.
–Sí, señor –asintió Akamu Ho, el encargado del hotel–. Pilates. No quería que los clientes perdieran la clase sólo porque Lucy haya llamado diciendo que está enferma.
–Una mujer emprendedora.
Su nueva empleada tenía agallas y un currículum estupendo. Desde el momento en que la vio, Brock se había sentido intrigado por ella. Incluso había dudado a la hora de contratarla porque se había sentido atraído por ella desde el primer instante. Y no era que tuviera problemas a la hora de mezclar el negocio con el placer, pero no podía poner en peligro el éxito del Tempest Maui. Debía prestar toda su atención al hotel que acababa de renovar.
Brock se dirigió hacia la playa, donde los clientes del hotel recibían la clase. Al verlo, Vanessa levantó tres dedos a modo de saludo.
Su sonrisa y su cabello al estilo de Marilyn Monroe eran más que suficiente para que él se detuviera a mirarla pero, al ver que llevaba un pantalón corto ajustado, y que su vientre bronceado estaba al descubierto, Brock tuvo que esforzarse para contener el deseo.
Se apoyó contra una palmera y esperó a que terminara la clase. Después, se acercó a ella, la ayudó a recoger las esterillas y las apiló en la arena.
–¿Así que también eres experta en Pilates? No lo vi reflejado en tu currículum.
El sonido de su risa provocó que él imaginara escenas de sexo apasionado en la playa.
–No soy experta. Me gusta el ejercicio. Siempre he tenido mucha flexibilidad.
Brock se aclaró la garganta, pero no consiguió borrar la imagen en la que mantenía relaciones sexuales con ella en la playa.
–Cuando Lucy llamó para decir que tenía fiebre, no quise decepcionar a los clientes. Les dije que no era experta en la materia, pero que podía darles la clase.
Agarró una toalla y se secó el sudor de la frente.
–Me han dado las gracias –añadió ella, encogiéndose de hombros–. Creo que, a pesar de todo, les ha gustado.
–Estoy seguro –dijo Brock, tratando de centrarse en el asunto que lo había llevado hasta allí–. En sólo una semana que llevas trabajando aquí, has causado una gran impresión. El hecho de que hayas ocupado el puesto de Lucy indica que tienes espíritu de equipo y que tienes en cuenta los intereses del hotel.
Ella lo miró a los ojos.
–¿Me está diciendo que se alegra de haberme contratado?
Él se quedó sorprendido al oír sus palabras.
–Tengo buen ojo para la gente.
Entonces se centró en el motivo por el que había ido a hablar con ella, y trató de olvidar que la había estado observando hacer los ejercicios de flexibilidad por pura fascinación.
–De hecho, tengo que hablar contigo acerca de unos eventos de gran relevancia para el hotel.
–De acuerdo. ¿Me doy una ducha, me cambio de ropa y quedamos en su despacho?
–No, daremos un paseo por la playa. Hoy tengo la agenda llena y dudo que pueda salir otra vez antes de que se ponga el sol.
Eso era verdad. Brock no pasaba suficiente tiempo al aire libre. Siempre que podía, salía con el yate que tenía fondeado en Tranquility Bay, para evadirse del montón de papeleo al que tenía que enfrentarse desde que meses atrás comenzó con el proyecto de renovación. Todo era parte de una apuesta que había hecho con su hermano Trent, por un asunto de ego más que otra cosa, acerca de conseguir que su hotel tuviera más éxito que el que Trent había tenido con Tempest West en Arizona. Los dos siempre habían sido muy competitivos y el hecho de que como premio tuvieran el Thunderbird de su padre fallecido, hacía que Brock se esforzara al máximo para ganar.
Ambos pasearon bajo el sol de la mañana sobre la cálida arena.
Brock fue directo al grano.
–Los primeros eventos harán que aumente o disminuya la fama del hotel. Como sabes, este hotel ha estado cerrado durante más de un año debido a una mala gestión. Desde luego, no fue por el lugar en que se encuentra. Mis hermanos y yo vimos que el hotel tiene gran potencial para la celebración de bodas, congresos, desfiles de moda y grandes fiestas. Hemos terminado con la renovación y ahora depende de nosotros, tú incluida, que consigamos el éxito, Vanessa.
Vanessa asintió y agachó la cabeza.
–Lo comprendo, señor Tyler.
Él puso una mueca al oírla hablar con un tono tan serio. Estaba acostumbrado a que sus empleados lo trataran con respeto pero, de algún modo, que Vanessa lo llamara «señor» no le sonaba bien.
–Llámame Brock.
Ella lo miró y él sonrió.
–A partir de ahora trabajaremos juntos. Será mejor que olvidemos las formalidades.
–De acuerdo… Brock –le dedicó una tímida sonrisa.
–La semana que viene tenemos una boda. Es un evento muy caro y ya han reservado habitación más de trescientos invitados. ¿Habrás estado trabajando con el coordinador de bodas, supongo?
–Sí, desde el primer momento. Tengo todos los detalles cubiertos, señor… digo, Brock.
–Bien.
–Ya he coordinado otras bodas anteriormente. Lo tengo todo bajo control.
–Cuento con tu experiencia para que todo salga bien.
–Soy buena haciendo que las cosas salgan bien –dijo ella, con suavidad.
Brock se detuvo para mirarla a los ojos.
–¿Cómo de buena? –preguntó, pensando en todo menos en el trabajo.
–Oh, muy buena –susurró ella, y posó la mirada en los labios de Brock.
Brock estuvo a punto de estrecharla entre sus brazos para besarla en la boca, pero ella dio un paso atrás.
–¿Y respecto a los otros eventos?
–Hablaremos de eso más adelante –dijo él, tratando de controlar su frustración. Había estado a punto de besarla. Diablos, deseaba hacerlo, pero Vanessa se había retirado a tiempo.
–¿Hay algo más de lo que quieras hablar conmigo?
–No. Céntrate únicamente en la boda.
–De acuerdo. Bueno, será mejor que vaya a darme una ducha. Tengo trabajo por hacer.
Vanessa se alejó corriendo, dejándolo con una impresionante vista de su trasero y preguntándose qué haría ella si la acompañaba durante la ducha.
Vanessa condujo su MINI Cooper hasta la casa que Lucy tenía en la parte residencial de la isla. Se bajó del coche y sacó una olla con caldo de pollo casero y una bolsa de naranjas. Llamó a la puerta y esperó a que Lucy la abriera.
–Hola, ¿te he pillado durmiendo la siesta?
Lucy tenía un aspecto terrible. Estaba despeinada y le lloraban los ojos.
–No, estaba levantada. ¿Estás segura de que quieres entrar, Vanessa? No sé lo que tengo, pero es horrible.
–Segura. No te preocupes, nunca me pongo enferma. Te he traído un tratamiento curativo. Sopa de pollo y naranjas de zumo. Yo soy la exprimidora –añadió riéndose.
Lucy abrió la puerta un poco más y Vanessa entró en la casa.
–Eres un encanto, pero recuerda que te lo he advertido.
–Correré el riesgo.
Lucy negó con la cabeza y suspiró.
–Me has sustituido en clase de Pilates esta mañana y ahora me traes la comida. ¿Cómo voy a agradecértelo?
–Puedes decirme dónde puedo dejar todo esto.
–Oh, sígueme.
Entraron en la cocina. Era un espacio grande que a la vez servía de comedor y que tenía una gran ventana desde la que se veía el océano Pacífico entre los tejados. Vanessa dejó la bolsa de naranjas sobre la encimera de baldosa blanca y le entregó a Lucy la olla con el caldo.
–Este lugar es estupendo.
–Gracias –dijo ella con una muestra de orgullo en la mirada, antes de dejar la olla sobre los fogones–. Es pequeña, pero no pude resistir la vista. Aquí, cualquier lugar que tenga vista cuesta una fortuna, así que me considero afortunada.
–¿Cómo te encuentras?
–Ya no tengo fiebre. Ahora sólo estoy agotada –Lucy se sentó en una silla e hizo un gesto para que Vanessa también se sentara.
–No, deja que caliente la sopa y que te prepare un zumo. Lo tendré preparado enseguida.
–Eres muy amable –dijo Lucy.
–Tú te portaste muy bien conmigo durante toda la semana en el hotel y… Bueno, todavía no tengo amigos en la isla. Además, soy una especie de cuidadora. Mi hermana pequeña diría tal cosa. Échame cuando quieras descansar.
–De acuerdo.
Vanessa encendió el fuego al mínimo y agarró un cuchillo que había en la encimera.
–¿Tienes exprimidor?
–Hay uno manual en el cajón que está detrás de ti.
Vanessa sacó el exprimidor y comenzó a hacer el zumo.
–¿Qué tal fue la clase?
–¿Te refieres después de que les dijera a los clientes del hotel que estabas enferma? Creo que bien. No refunfuñaron demasiado –contestó Vanessa, sonriendo–. No esperaba que apareciera el gran jefe.
–¿El señor Tyler fue a verte?
–Sí. Me observó durante toda la clase, probablemente para asegurarse de que no asustaba a ningún cliente.
–Está muy entregado al hotel –dijo Lucy–. Tiene una especie de apuesta con su hermano. Nos lo contó a los empleados cuando nos contrató. Tendremos una buena bonificación si el hotel va bien.
Vanessa no pudo evitar fruncir el ceño.
–¿Es cierto eso?
Brock había provocado que Melody se sintiera destrozada en un abrir y cerrar de ojos, abandonándola cuando ella más lo necesitaba. La había dejado por otra mujer y, por ello, Vanessa no podía esperar para poner su plan en funcionamiento y destrozar completamente el proyecto de su querido Tempest Maui.
¡Y pensar que él había estado a punto de besarla! ¡Y que ella había estado a punto de permitírselo! Se había sentido atraída por sus ojos oscuros y su atractiva sonrisa. Era evidente que Brock también se sentía atraído por ella, y eso le daba cierta ventaja.
Quizá la próxima vez permitiera que la besara.
–Sí. Hasta ahora ha sido un buen jefe. Me ha dejado libertad para llevar el gimnasio como yo quiero, y le agradezco que confíe en mí. Creo que todas las empleadas que tienen entre dieciséis y sesenta años están locas por él.
Vanessa se quedó boquiabierta.
–¿De veras?
Lucy se mordió el labio inferior con cara de culpabilidad y asintió. Así que Lucy también estaba incluida en el grupo de mujeres enamoradas…
–De veras –confesó–. ¿Tú no te sientes ligeramente atraída por él?
–¿Yo? –Vanessa tosió para ocultar el tono de desdén que había en su voz–. Apenas lo conozco.
–Llevas aquí poco tiempo. Espera un poco y verás.
–Espero que no –susurró.
–¿Qué?
–Nada. El zumo está preparado –dijo ella, sirviéndolo en un vaso alto–. Bébetelo –se lo entregó a Lucy y regresó junto al fuego para mover la sopa.
–Conseguiré que te encuentres mejor en poco tiempo.
Dos días más tarde, Vanessa se ataba los cordones de sus zapatillas de deporte, hacía un par de estiramientos en la arena y comenzaba a correr por la costa de Tranquility Bay. La brisa fresca de la mañana hizo que su carrera fuera más placentera. Saludó a algunos clientes del hotel que habían salido a dar un paseo temprano. Sabía que algunos de ellos habían ido allí para la boda que se celebraría el sábado y trató de no sentirse culpable por provocarles alguna inconveniencia. Sería la tercera boda de la novia y la cuarta del novio, unos millonarios que no tenían nada mejor que hacer para gastar su dinero.
Vanessa corrió hasta el extremo sur de la bahía, donde estaban amarrados muchos barcos y las gaviotas graznaban al unísono encima de las boyas. El agua era azul y contrastaba enormemente con el agua lodosa del río Mississippi, al que ella estaba acostumbrada.
–¿Vanessa? –la voz de Brock interrumpió su pensamiento.
Ella estuvo a punto de tropezarse al verlo. Iba vestido con unos pantalones vaqueros y una camisa blanca, y caminaba hacia ella por el muelle.