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La venganza del millonario Lo único que el millonario Cody Landon deseaba era saborear la dulce venganza. La famosa cantante Sarah Rose lo había traicionado… y ahora debería pagar por ello. Tenía intención de seducirla y después la abandonaría para siempre. Pero Cody no contaba con desear más. Tampoco contaba con aquel embarazo inesperado. Para salvar su imagen y su carrera, Sarah tendría que casarse con él, dándole a Cody lo que este había anhelado durante tanto tiempo: acceso ilimitado a ella. Cuando el bebé naciera, Cody se divorciaría de Sarah… a menos que ella consiguiera hacerle cambiar de opinión. El hotel del engaño Vanessa Dupree soñaba con trabajar en el lujoso hotel situado en Maui, una isla hawaiana. Trabajar allí significaba que podría llevar a cabo la dulce venganza que había preparado para Brock Tyler, el despiadado magnate propietario del hotel. Vanessa destruiría su negocio para vengarse de lo que él le había hecho a su familia. Pero aquel hombre atractivo y peligrosamente encantador comenzaba a sospechar de su nueva mano derecha. ¿Sería ese el motivo por el que intentaba seducirla, dificultando que se concentrara en su venganza?
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Seitenzahl: 314
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Charlene Swink. Todos los derechos reservados.
LA VENGANZA DEL MILLONARIO, N.º 1651 - enero 2012
Título original: Do Not Disturb until Christmas
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2009
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-455-2
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Créditos
La venganza del millonario
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
El hotel del engaño
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
El aroma a café le llegó desde la cocina de su ático en el hotel Tempest de Nueva Orleans. Code Landon se acercó a la cafetera y se sirvió una taza. Solo y sin azúcar, tal y como le gustaba, dio un trago y enseguida agradeció el calor en aquel frío día de Luisiana. Se fue al sofá, se sentó y encendió la televisión con el mando a distancia. La gran pantalla iluminó la habitación y empezó a pasar canales. Apoyó las botas en la mesa de centro y se acomodó.
El rostro de Sarah Rose apareció en pantalla, cincuenta y dos pulgadas de ojos verdes, suaves rasgos y rizos caobas. Code respiró hondo. Su corazón latió con fuerza. Retiró las botas de la mesa y se enderezó para escuchar la entrevista de Sarah.
–Mi trabajo en la Fundación de los Sueños es muy importante para mí. Estoy encantada de estar aquí en Nueva Orleans y agradezco a la gente de Tempest la oportunidad que me da. Ésta es una gran ciudad. Queremos que todos trabajemos juntos para reconstruir las casas de los más necesitados. Todo niño debería tener un sitio al que llamar hogar.
La entrevistadora estaba junto a Sarah, sujetando el micrófono muy cerca de su cara.
–Ahora eres una estrella del country, pero según tengo entendido, tus orígenes son humildes. ¿Es ésa la razón para cooperar?
–Creo que sí. Mi madre se ocupó sola de sacar a tres niñas adelante y de pagar las facturas. Recuerdo el miedo que pasaba de niña pensando que algún día nos quedaríamos sin casa. Ningún niño debería vivir con ese miedo. Y debido a una catástrofe natural, muchas personas han perdido sus casas. Necesitan nuestra ayuda.
Sarah estaba tranquila. Había vivido toda su vida de adulta de cara al público. Sabía desenvolverse ante la prensa, pensó Code. Había habido uno o dos escándalos en su carrera. Vinculada a casanovas y a deportistas, los rumores no habían dejado de hablar de triángulos amorosos y rupturas. En aquellos años, cada vez que había oído mencionar el nombre de Sarah, había apagado la televisión. Había leído titulares en los periódicos hasta que había aprendido a ignorarlos. Se las había arreglado para apartar de su mente a la Sarah Rose pública, pero de la privada aún seguía acordándose después de tanto tiempo.
Habían estado muy enamorados en el instituto. Creyó haber encontrado a la chica de sus sueños, a la única chica que querría para siempre. Pero Sarah había tenido otros planes que no le incluían a él. Quiso dejar Barker, en Texas, a cualquier precio, rompiéndole el corazón.
No fue mucho después cuando Sarah se había convertido en la cantante de country favorita de América, una mujer que ganaba mucho dinero con sus conciertos. Ahora, recaudaba fondos para causas caritativas. Había logrado lo que quería en la vida.
Code no había conseguido olvidar a Sarah: ni lo mucho que la había amado ni cómo lo había traicionado por su carrera. Había necesitado años para darse cuenta de que no podría continuar con su vida hasta que consiguiera sacársela de la cabeza. Pero ahora quería más que eso, quería venganza.
La había localizado en Tempest West, Arizona, semanas atrás y la había seducido. Habían tenido una breve aventura. Code pretendía que eso fuera todo, pero se había sentido atraído por Sarah de una manera que no podía describir. No había acabado con ella todavía.
La empresa de seguridad Landon, su compañía, tenía un contrato con los Hoteles Tempest. El momento era perfecto: mientras Sarah estuviera actuando allí, él estaría supervisando el trabajo de su equipo modernizando el sistema de seguridad del hotel. Brock Tyler, dueño del hotel y buen amigo de Code, había adivinado sus intenciones, pero a aquellas alturas no le importaba lo que otra gente pensara. Se sentía con derecho a inmiscuirse en la vida de Sarah.
Le debía una y la venganza iba a ser dulce.
–Maldita sea –dijo apretando el botón de apagado.
Se levantó del sofá preguntándose a qué demonios había estado esperando. ¿Acaso una invitación de Sarah para retomar la aventura que habían empezado en Arizona?
Code se duchó y se puso una chaqueta de Yves Sant Laurent, unos pantalones negros y se calzó unos zapatos de piel de Ferragamo. Se peinó retirándose el pelo de la frente y se echó colonia. Satisfecho, se dirigió a la puerta con una sola idea en la cabeza: volver con Sarah Rose y devolverle todo el dolor que le había causado a su corazón.
–¿Code? ¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó sorprendida Sarah, recostándose en el marco de la puerta de su suite en el ático.
Era la última persona que esperaba ver en Nueva Orleans y menos aún frente a su puerta. Había pensado que sería el servicio de habitaciones.
Continuó con la mirada fija sintiendo que una oleada de calor invadía su cuerpo. Trató de evitar que su repentina aparición y aquellos penetrantes ojos azules la alteraran. Iba vestido de negro de los pies a la cabeza y estaba tremendamente guapo. Verlo vestido como un hombre de éxito y poder era un buen recordatorio de lo mucho que había cambiado desde sus días de juventud.
–Si no te conociera bien, diría que no te alegras de verme.
Y así era. Sarah pensaba que habían puesto fin a sus sentimientos en Arizona. Habían hecho el amor de manera dulce y apoteósica, culminando así años de incertidumbres, anhelos y penas. Había sido una sensación agridulce y maravillosa, todo lo que Sarah había esperado después de haber soñado tanto con hacer el amor con Code.
Pero ¿por qué estaba allí ahora?
No podía controlar las muchas emociones que se arremolinaban en su estómago al ver a Code de nuevo. Había tenido mucho ajetreo de entrevistas, ensayos y recorriendo la zona Ninth Ward, la zona más devastada por el huracán Katrina y a la que más había que ayudar. El ver de primera mano aquella destrucción la había puesto melancólica. Necesitaba mantener la calma y tratar de recaudar fondos. La aparición de Code sólo podía complicar las cosas.
–Lo siento. Mi madre me enseñó buenos modales, pero me ha sorprendido verte aquí. ¿Querías algo?
Code parpadeó lentamente, mostrando sus largas y oscuras pestañas y las finas líneas alrededor de sus ojos.
–Esa pregunta tiene muchas respuestas.
Sarah se mostró tranquila, tratando de controlar sus emociones.
–Lo cierto es que estoy aquí por trabajo –dijo él tras unos segundos–. He venido a supervisar el montaje. Mientras estés en las instalaciones del hotel, mi compañía es responsable de tu seguridad –explicó Code echando una mirada hacia el interior de la suite–. ¿Quieres que te lo siga explicando aquí fuera?
–No, no, pasa –dijo haciéndose a un lado para que entrara.
Al pasar junto a ella y rozar su brazo, Sarah percibió el olor de su colonia, la misma que se había quedado impregnada en su piel tras su primera noche entre las sábanas.
–Estoy segura aquí. Mi mánager me lleva allí donde tengo que ir y, cada vez que tengo que salir, tengo un guardaespaldas.
–Te atacaron en Nashville mientras estabas en el escenario.
Se giró hacia ella justo cuando la sangre se le iba del rostro. No pudo disimular su incomodidad. Aquel recuerdo siempre lo tenía presente. Un fan enloquecido había saltado al escenario y, en su carrera, la había empujado haciéndola caer. Había pasado mucho miedo y nunca olvidaría el momento en el que el hombre había estado sobre ella.
Un miembro de seguridad había detenido al fan y se lo había llevado y había sido Robert, su mánager, el que la había tranquilizado. La había reconfortado, asegurándose de que no hubiera resultado herida. Robert había llegado hasta ella para protegerla y le había dado la opción de cancelar el resto del espectáculo. Después de una hora de palabras tranquilizadoras, había tomado la decisión de continuar y los fans la habían recibido con amabilidad y alegría, dándole una gran ovación al final.
–¿Cómo te has enterado de eso?
Code curvó un extremo de su boca.
–¿Quién no se enteró? Salió en toda la prensa. El incidente incluso apareció en YouTube. Además, es mi trabajo saber estas cosas.
–¿Tu trabajo?
Había pretendido mostrarse preocupado por la situación de empleo cuando ambos sabían que su compañía trabajaba en todos los rincones del país. Lo había leído en Internet y en alguna publicación. El artículo de una revista había descrito la Agencia de Seguridad Landon como la compañía más innovadora y de más rápido crecimiento de las de su clase. Su padre y él habían desarrollado un nuevo sensor que habían patentado y vendido al gobierno por millones.
No era un simple guardaespaldas. Lejos de eso, aunque también sus orígenes habían sido humildes. Había aprovechado los conocimientos militares de su padre y había aprendido el negocio de la seguridad desde abajo. Su vida había seguido el sueño americano al pie de la letra como la suya, incluso más. Al fin y al cabo, el talento de ella era un regalo, no el fruto de mucho trabajo y perseverancia.
–Me cuesta creerlo, Code.
–Estoy haciendo un favor a Brock, Sarah. Me ha pedido que supervise las cosas mientras esté aquí. Eres la mayor atracción del hotel durante las fiestas navideñas. Tan sólo estoy asegurándome de que sus intereses estén a salvo.
Sarah no le creía, pero no podía hacer mucho más que echarle de su suite.
–De acuerdo, haz lo que tengas que hacer –dijo, queriendo añadir que se fuera.
Pero lo cierto es que Sarah no quería que se fuera. Ése era el problema. En el fondo de su corazón quería que Code Landon se quedara. Había habido mucho dolor entre ellos. Sarah lo había dejado en pos de su carrera, abandonándolo a él y al amor que compartían.
Ella había conocido a Robert Gillespie cuando la vio actuar en la feria del condado de Barker. Le había ofrecido una vía para dejar la triste vida que su familia llevaba y Sarah no había tenido otra opción. Aunque Code nunca llegaría a entenderlo, lo cierto es que se había ido de Barker, Texas, con nada más que la mejor de las intenciones.
Sarah miró los ojos inescrutables de Code. Al ver que se quitaba la chaqueta y que la dejaba en el sofá, sintió un vuelco en su interior. Sarah se dio media vuelta, a modo de desprecio. Lo único que quería hacer esa noche era dormir. El dormitorio la llamaba, pero no quería detenerse en aquel pensamiento. Si Code la seguía a su interior, no tendría la fuerza de voluntad para rechazarlo.
Y cometerían otro error.
Como el que habían cometido en Arizona.
Cuando Sarah le dio la espalda, Code se hizo una promesa. No tenía interés en mujeres ambiciosas, ésas que siempre conseguían lo que querían a cualquier precio. Pero vio un extraño brillo en sus ojos durante unos segundos. No era tan inmune a él como pretendía hacerle creer.
Continuó inspeccionando la enorme suite, examinando a fondo el lugar y asegurándose de los medios que su equipo había instalado por seguridad.
Había cámaras escondidas en los pasillos y en las esquinas fuera de la suite y una media docena a la vista para disuadir, todas ellas conectadas al centro de seguridad de Landon, situado una planta más abajo. Las suites del ático tenían sus propios ascensores con llave y guardas apostados, así que nadie podía acceder sin ser visto.
Code confiaba en su equipo. No necesitaba comprobar su trabajo. Sarah no estaba en peligro. Había ido allí por un motivo diferente y había usado el asunto de su seguridad como excusa.
Code terminó de inspeccionar la suite, deteniéndose un minuto a ver su enorme dormitorio, con las sábanas de raso revueltas en la cama. La habitación olía a ella, a un fresco y dulce aroma a fresas.
Code recordó aquel olor de su juventud. Después de besarla hasta casi perder el sentido, se separaba de ella con aquel olor a fresas impregnado en su ropa, su boca y sus recuerdos.
Volvió al salón e inmediatamente se detuvo. Sarah estaba tarareando una melodía mientras colocaba un pequeño soldado de adorno en el árbol de Navidad. De espaldas a él, no sabía que la estaba observando. La observó acariciar la delicada figura antes de encontrar una rama de la que colgarla. Tenía toda la atención puesta en lo que estaba haciendo y la canción que tatareaba llenaba la estancia, transmitiendo una cálida sensación de paz.
Sin decir nada, Code atravesó la habitación y se colocó a su lado. Tomó un ángel blanco y lo colgó de una rama.
–Es un poco pronto para Navidad, ¿no? –preguntó.
Los ojos de Sarah brillaron tristes.
–No, tengo tantas que recuperar…
Code la observó allí sola decorando el árbol de Navidad con demasiada antelación, con unos vaqueros desgastados de marca, un sencillo jersey blanco y el pelo recogido con una pinza. Algo le conmovió en su interior.
–¿Necesitas ayuda?
Los ojos de Sarah se abrieron como platos.
–¿Quieres ayudarme a poner el árbol?
Code asintió.
–A mí me parece más divertido cuando no lo hace uno solo –dijo, y al ver que se quedaba pensativa, añadió–: O podemos hablar de lo que pasó entre nosotros en Arizona.
Sarah parpadeó y se quedó jugueteando con un adorno en su mano.
–Pongamos el árbol, Code. Me quedan cinco cajas más de adornos por abrir.
Code miró las cajas que estaban en el suelo llenas de bolas y otros adornos artesanales, algunos de ellos con inscripciones a mano y se dio cuenta de que debían de ser regalos de sus fans.
–¿Tienes ocho cajas de adornos?
–Como te he dicho, tengo que recuperar varias Navidades. ¿Quieres retirar tu ofrecimiento?
Él sacudió la cabeza.
–No me asustan los retos, deberías saberlo ya.
Sarah puso otro adorno en el árbol.
–Está bien que compartas esa información –dijo pendiente de lo que estaba haciendo.
–Considéralo una advertencia –dijo Code en tono serio.
Sarah le dirigió una mirada interrogante y sus ojos se encontraron.
–¿Qué estás diciendo, Code? ¿Me consideras un reto?
Él colocó otro adorno en el árbol, sin dar una respuesta a la pregunta de Sarah.
Sarah dejó la bola que tenía entre las manos y se apartó del árbol.
–Code, ¿por qué no nos dedicamos tan solo a poner el árbol sin recordar el pasado?
–¿No te gusta pensar en el pasado, verdad, Sarah? Una oleada de resentimiento se agitó en su interior. Había creído que la había olvidado hasta lo de Arizona. Entonces, se había dado cuenta de que todavía tenía demonios contra los que luchar y Sarah era parte de ellos.
La vida de ella había empezado al conseguir su primer éxito a la edad de diecinueve, justo seis meses después de dejarle. Sus éxitos continuaron llegando, pero no sus cartas. Tan sólo había recibido una, pero el contacto entre ellos cesó poco después de su primer gran éxito. Code recordó cómo se había sentido abandonado, a la espera de una mujer que había decidido seguir su vida sin él.
Nunca la perdonaría por ello.
–No tiene sentido –dijo ella suspirando resignada.
–No podemos olvidar lo que pasó en Arizona –dijo Code, y se percató del brillo de sus ojos al recordar cuando habían hecho el amor.
–Creo que podemos –afirmó ella.
Code vio en sus ojos que estaba mintiendo.
–No fue una casualidad, Sarah.
–Fue un error –dijo ella tajantemente.
Pero no podía engañarlo.
Sarah tenía miedo de lo que aquella noche había significado, después de años de espera y zozobra. Habían acabado juntos con un gran magnetismo. Sus cuerpos se habían unido y deseos que permanecían ocultos habían aflorado. Sarah había tenido varios orgasmos y Code se había sentido sobrecogido, al verla agitarse entre tanto placer.
–Era inevitable. Tú y yo juntos.
Sarah tomó otra bola con una inscripción y la foto de una fan justo en el centro. Se quedó mirándola mientras ponía orden a sus pensamientos.
–Deberíamos olvidar lo que pasó entre nosotros. Code le quitó el adorno y lo colgó de una rama cercana.
–¿Al igual que tú te olvidaste de mí?
Ella abrió los ojos como platos.
–Nunca te he olvidado, Code.
Code la tomó entre sus brazos, rodeándola por la cintura y metiendo sus dedos en los bolsillos traseros de los vaqueros de Sarah. La atrajo hacia él y sintió cómo se estremecía. Luego, bajó la mirada a sus labios.
–Demuéstralo.
Hacer el amor con Code Landon en Arizona no había sido muy inteligente. La había pillado por sorpresa. No esperaba encontrarlo en Tempest West. Tenía la guardia bajada y se sentía emocionada, ansiosa y algo más. Su corazón estaba confuso. Ahora, él era más fuerte de lo que recordaba. Sin pretenderlo, le había roto el corazón y había sentido su ira cuando habían hecho el amor. Pero también se había mostrado cariñoso y entregado, a pesar de la latente ferocidad que había percibido en él.
El error había sido cometido y ahora Sarah se sentía incapaz de negarle un beso. Había pensado a menudo en aquella noche que había pasado con él, tratando de dejar a un lado sus sentimientos y culpando a la falta de afecto por la que estaba pasando en ese momento. Pero lo cierto era que Code Landon era un hombre inolvidable: guapo, apasionado,… Había estado enamorada del muchacho y aquellos sentimientos habían vuelto a resurgir incluso a pesar de que ya no era la persona cariñosa y dulce que una vez había conocido.
Había conseguido destrozar aquella parte de Code Landon y sabía que tener una aventura con él sólo podía causarle más dolor.
Code rozó sus labios con los suyos, su boca firme y decidida. Su olor trasmitía masculinidad y se entregó al beso, como si cayera a un precipicio. No había esperanza de salvación. La caída la destrozaría, pero se sentía incapaz de resistirse al disfrute de la pasión una vez más.
Code la atrajo aún más hacia él, metiendo las manos en los bolsillos traseros. Su masculinidad se hizo evidente y ella se entusiasmó al comprobar que podía excitarlo de aquella manera con tan sólo un beso.
–Todavía sabes a fresas –murmuró él, haciendo más intenso el beso y frotándose contra la unión de sus muslos.
–Oh –gimió ella junto a sus labios.
Code inspiró justo en aquel momento, evidenciando cómo el placer de Sarah lo afectaba.
Code pasó su lengua por el labio inferior de ella y le hizo abrir la boca, lo que le provocó un gruñido de placer. Temblorosa, Sarah gimió de nuevo en un confuso estado de excitación.
Con la rodilla le separó las piernas y se acercó todavía más. Sarah apenas podía respirar y lo único en lo que pensaba era en estar desnuda junto a él otra vez, compartiendo aquella intensa pasión y rindiendo su cuerpo traidor que parecía decidido a hacer lo que él quisiera por mucho que intentara resistirse.
Code continuó besándola por el cuello hasta pasados los hombros. Hundió los labios en la clavícula y luego más abajo, hasta que los pezones de Sarah se pusieron duros de excitación.
Se había entregado a él tan sólo una vez y parecía que cada célula, cada nervio, cada centímetro de su cuerpo estaba marcado con el recuerdo, con una marca indeleble que permanecería en ella para siempre.
–Llevas demasiada ropa puesta –susurró él.
Con destreza, le bajó del todo el jersey y le desabrochó el sujetador, sus ojos hambrientos en la prenda antes de quitársela.
Sarah arqueó la espalda, mostrando su desenfrenado deseo.
Code recorrió con la boca sus pechos, primero uno y luego otro, humedeciéndolos. Luego sopló sobre su piel, haciéndola estremecerse.
–Oh, Code –susurró sin apenas reconocer su voz, y lo tomó por el pelo, sujetándolo contra ella.
Él deslizó la lengua por uno de sus endurecidos pezones, humedeciendo la rosada areola y haciéndola sentir húmeda y caliente. Sarah se retorció de placer y cuando él se apartó para mirarla a los ojos, se derritió al ver aquel brillo de sensualidad en su expresión.
–Deseo tenerte esta noche –dijo él con resolución–, a mi manera.
Sarah estaba demasiado aturdida como para saber qué quería decir con aquello. Había sido una afirmación, no una petición. Pero no le importaba. En cuanto sus labios rozaron los suyos, se había olvidado de toda cautela.
Quizá fuera lo que había deseado desde siempre.
Quizá fuera su manera de arreglar lo pasado.
O quizá fuera que era incapaz de ver más allá de aquellos cautivadores ojos azules en un rostro que siempre había amado.
«A mi manera». Aquello no podía ser bueno, ¿no?
–¿Qué significa eso exactamente? –susurró distraída.
La había tomado por las nalgas, atrayéndola hacia su erección. Sus senos desnudos aplastados sobre su pecho.
–Como te dije, sin ataduras, sin remordimientos y sin compromisos.
Su mirada pasó de cálida y hambrienta a fría y dura en un claro desafío que no pudo resistir, y menos con su cuerpo oprimido contra el de ella. Aquello de «sin ataduras» la intrigaba más que nada en el mundo. Respecto a los remordimientos, ya los tenía, así que ¿qué suponía uno más? ¿Y los compromisos? Sarah Mae Rose y Code Landon no estaban destinados a tener un futuro en común. Eso lo sabía con certeza.
–Estoy de acuerdo con tus condiciones –susurró, y lo rodeó por el cuello besándolo intensamente, ignorando su sorpresa.
Code tomó de la mano a Sarah y la dirigió al dormitorio, envuelto en su olor y con la idea de volver a hacerle el amor. La luz de la luna llenaba la habitación. Él entró, reparando en las sábanas de raso y en la confortable cama en la que planeaba explorar cada centímetro de su cuerpo. Pero algo llamó su atención: la foto de Sarah con el jugador de los Dallas Cowboys, Rob Hanson. Tenía el brazo alrededor de los hombros de Sarah y ambos sonreían felices a la cámara. La foto enmarcada estaba colocada al lado derecho de la cómoda, justo al lado de otra foto de Sarah con su madre y sus hermanas.
Sintió que la ira se apoderaba de él, pero enseguida se recordó que no debía caer en las redes de Sarah de nuevo. Ya le había roto el corazón antes, pero esta vez era diferente. No dejaría que el romanticismo se interpusiera. Deseaba a Sarah, pero no permitiría que su corazón se viera afectado. Apartó la mirada de la foto y sus ojos se posaron en una caja con cartas de fans que había en el suelo, junto a la mesa. Había papel y bolígrafo sobre la mesa, así que parecía que había estado escribiendo a un fan.
Aquello le recordó que Sarah había preferido tener una vida de celebridad a estar con él. Ahora podía soportarlo, pero nunca olvidaría que le había dejado. Trató de calmar su angustia, controlando su ansia.
Esa noche la pasaría con Sarah y se aseguraría bien de que nunca lo olvidara otra vez. Cada vez que pensara en hacer el amor, su nombre, su rostro y su cuerpo se le vendrían a la memoria.
Code se detuvo junto a la cama y se giró para mirarla. Su mirada inocente y confiada hizo que por un instante considerara retirarse.
–Quítate los zapatos, nena.
Sarah obedeció, dejando sus pies descalzos y mostrando las uñas rojas de sus dedos.
Code deslizó las manos por los vaqueros de Sarah hasta llegar a la cintura. Le bajó la cremallera y los dejó caer lentamente, junto a sus bragas. Rápidamente, sus manos volvieron a acariciar su piel desnuda, recorriendo cada centímetro. Ella se estremeció y respiró hondo.
–¿Recuerdas esto, Sarah?
Él acarició sus más íntimos rincones con un dedo, sin dejar de mirarla a sus ojos verdes.
Sarah estaba caliente por todas partes y Code sintió que aquel calor interior lo estaba matando. La besó en los labios, primero suavemente, luego con mayor intensidad, mientras rítmicamente seguía acariciándola con su dedo.
Ella gimió de placer y Code cayó de rodillas. La tomó desde atrás y sustituyó su dedo por su lengua. La saboreó y, cuando ella intentó girarse, la sujetó por las caderas, manteniéndola quieta cuando quiso moverse a la vez que él. Continuó acariciándola una y otra vez, y cuando la oyó gritar, soltó sus caderas, dejando que se agitara frenéticamente, entre rápidos e intensos jadeos.
Estaba bellamente desnuda y agonizando de pasión. Code no había visto nada tan poderoso en su vida. Sarah, con la cabeza echada hacia atrás y un sensual brillo cubriendo su cuerpo perfecto, alcanzó el orgasmo entre gemidos y suspiros.
Code se levantó para mirarla y la besó apasionadamente, sujetando su cabeza y metiendo la lengua en su boca.
–Code –murmuró Sarah respirando entrecortadamente–. Ha estado muy bien –añadió mirándolo con timidez.
–¿Muy bien? –repitió él.
Ella esbozó una sonrisa que iluminó toda la habitación.
–Increíble, inolvidable. No quiero que se te suba a la cabeza.
–Demasiado tarde.
Sarah rió. Su alegría resultaba contagiosa y Code sonrió. Luego se puso serio. Todavía no había acabado con ella. Se quitó los zapatos, reparando en que aún estaba vestido.
–Quítame la ropa, Sarah.
La besó de nuevo y ella obedeció, quitándole la camisa y besándolo por todo el pecho. Con su lengua, jugueteó con sus pezones, humedeciéndolos.
Code gimió y la atrajo hacia sí.
–Necesito penetrarte –susurró en su oído.
Sarah le desabrochó los pantalones y se los quitó. Code la empujó suavemente para que se tumbara en la cama, pero ella lo detuvo, colocando su mano fría sobre su erección.
–O puede que todavía no –añadió él.
–Sin ataduras, ¿recuerdas?
–Sí. Me alegro de que tú también tengas buena memoria –dijo él mientras ella empezaba a acariciarlo.
Code la tomó por las caderas y se besaron apasionadamente mientras ella hacía maravillas con sus manos. Cuando se arrodilló, Code la miró y colocó las manos sobre su cabeza mientras ella lo llevaba al límite con su boca.
La detuvo con la mano y la levantó hasta la cama. Ella lo rodeó con sus brazos y ésa fue toda la invitación que necesitó. Se unió a ella, dispuesto a tomarla.
–No juegas limpio –dijo él.
–¿No es más divertido así?
Code sonrió y se colocó sobre ella.
–Sarah, los juegos no están más que empezando.
La hizo separar las piernas y la penetró lentamente, tomándose su tiempo y observando la expresión de puro placer de su rostro. Un pequeño gemido se escapó de sus labios y Code reconoció la misma clase de satisfacción que había sentido anteriormente al volver a unirse a ella.
Después de la primera embestida, perdieron el control. Su cuerpo se ajustaba al suyo perfectamente y Sarah lo recibió con jadeos que incrementaron su deseo aún más.
Ya desde su primera vez en Arizona, Code sabía que era inevitable que volvieran a hacer el amor. La espera había sido larga, así que cuando ella se arqueó y gimió, Code se incorporó haciendo que ambos alcanzaran el orgasmo.
Sarah se agitó con fuerza y luego suspiró y se relajó en la cama.
–Tú tampoco juegas limpio –murmuró.
Code se tumbó de espaldas, sintiendo cierto alivio en su cuerpo. Luego se giró hacia ella y sonrió.
–Lo sé, cariño, es mi mejor virtud.
Sarah estaba en su cama, acurrucada junto a Code, que la rodeaba con su fuerte brazo. Curiosamente, en aquel momento se sentía en paz con él. Le recordaba su juventud y el amor que habían compartido en la época en que había sido realmente feliz.
Entonces, había hecho lo que tenía que hacer. Su lealtad había sido para su familia; su madre y sus hermanas vivían ahora confortablemente. Sarah se ganaba la vida cantando y recaudaba dinero para obras de caridad, su manera de compartir lo que recibía aunque, si miraba en el fondo de su corazón, quizá fuera también la manera de arrepentirse por el modo en que se había comportado con Code Landon.
Había continuado con su vida y había tenido éxito, sintiéndose satisfecha y contenta.
Hasta que Code había aparecido en su vida de nuevo.
Con tan sólo una mirada, todo su mundo se había venido abajo.
Se quedó mirando distraídamente el techo, pensando en el muchacho del que se había enamorado doce años atrás.
Había sido paciente.
–Esperaremos hasta que nos casemos, si eso es lo que quieres, Sarah –le había dicho.
Había sido protector.
–Nunca dejaré que nadie te haga daño.
Había sido sincero.
–Siempre te querré, no importa lo que pase.
Paciente, protector, sincero. Ahora, Sarah temía que Code no fuera ninguna de aquellas cosas.
Habían hecho el amor durante toda la noche y aquello de «sin ataduras» tenía un nuevo sentido. Code la había introducido en un nuevo mundo de sensualidad que no conocía. Le había dado su confianza mientras él la instruía, enseñándole nuevas posturas y mostrándole una percepción de su propio cuerpo que nunca había tenido antes.
Code le revolvió el pelo y ella se giró y lo encontró observándola. Aquellos profundos ojos azules que la noche anterior la habían mirado con pasión, parecían ahora indescifrables.
–¿Qué hora es? –preguntó él.
–Pasan de las siete.
–Debería irme.
Ella suspiró. Quería que se quedara, pero no se lo pediría. La calidez y la pasión de la noche anterior parecían haberse evaporado por la mañana. Quizá ambos tuvieran recelos sobre la noche de sexo que habían pasado. No insistiría. Él le había dicho que entre ellos no habría compromisos ni remordimientos.
Además, había quedado a desayunar con Robert y luego haría una visita a Garden District. Sarah comería con el alcalde de la ciudad, bajo los objetivos de las cámaras. Robert lo había preparado todo y no podía reprochárselo. Si aquellas apariciones en la ciudad llamaban la atención sobre su causa, entonces merecería la pena. Aun así, no le apetecía demasiado el día que Robert le había organizado. No estaría libre hasta las siete de la tarde, después de otro ensayo con su banda.
Las últimas doce horas que había pasado iban a ser más divertidas que las doce siguientes, pero Sarah era una profesional. Sabía lo que tenía que hacer y nunca defraudaba a nadie.
Code se levantó de la cama y la luz del sol rodeó su cuerpo desnudo como si de un foco se tratara. Había acariciado y besado cada centímetro de su cuerpo y, aun así, seguía maravillada por el espécimen masculino que tenía enfrente. Él le sonrió y provocó que Sarah sintiera las mejillas arder. Después de la noche que habían pasado, nada debería avergonzarla.
–Me ducharé en mi habitación –dijo, recogiendo su ropa del suelo y poniéndosela.
Sarah observó sus movimientos rápidos y fluidos y recordó lo buen amante que era. Nunca había tenido una noche tan placentera en su vida.
Cada parte de su cuerpo se sentía saciado. Después de que Code se pusiera los zapatos y sin siquiera molestarse en abrocharse todos los botones de la camisa, se acercó a la cama y, de un suave tirón, apartó las sábanas de ella.
Sarah jadeó. Desnuda a plena luz del día, se quedó observándola con su intensa mirada azul. Extendió la mano y la acarició entre los muslos, moviendo uno de sus dedos en el centro de su feminidad. Sarah se estremeció y sintió que una llama se encendía en su interior. Siguió acariciándola por el vientre hasta el ombligo, deslizando su mano por el pecho y provocando que sus pezones se endurecieran. Finalmente, su mano llegó al hombro y continuó subiendo por el cuello hasta el rostro. Con el dedo gordo rozó sus labios y, presionándolos suavemente, se los hizo abrir. Luego se inclinó y la besó en la boca.
–Adiós, Sarah.
Sarah parpadeó. Antes de que Code saliera por la puerta, se levantó de la cama, cubriéndose con una sábana.
–¿Cody?
–Ya nadie me llama Cody –dijo tomando su chaqueta y sujetándola con un dedo por encima de su hombro.
–Yo sí –dijo ella levantando la barbilla.
–Cierto.
Code miró hacia la puerta.
–¿Y ahora qué? –preguntó Sarah.
Code ni siquiera se molestó en pretender que no había entendido la pregunta. Se quedó mirándola y sacudió la cabeza.
–No lo sé, Sarah.
Pero ella se dio cuenta. Al mirarlo a los ojos, vio la verdad ante ella. Sin remordimientos ni compromisos. Eso era todo lo que Code quería.
No iba a dejar que su orgullo se resintiera. Había dado su conformidad a sus condiciones. Sarah mostró una amplia y falsa sonrisa, merecedora de algún premio de la Academia.
–Bueno, entonces, adiós.
Él inclinó la cabeza y se fue.
–Está bien, eso ha sido todo –dijo Sarah a los miembros de su banda, quitándose los auriculares y la guitarra que colgaba de su hombro–. Hemos terminado por hoy.
Betsy McKnight, una de las tres chicas del coro y la más cercana a Sarah en edad, se bajó de la plataforma y cruzó el escenario para tomar la guitarra de manos de Sarah.
–¿Estás bien, Sarah? Pareces algo apagada.
–Estoy bien, tan sólo un poco cansada, Betsy.
–No es normal en ti acortar un ensayo.
Había tenido un día difícil, pero estaba acostumbrada a trabajar durante horas. Se sentía cansada y se preguntó si tendría que ver con la noche de sexo que había pasado con Code.
–Todos hemos trabajado mucho. Nos sabemos todo perfectamente –dijo, y se volvió a los seis miembros de la banda, que estaban recogiendo sus cosas al fondo del escenario–. Tomaos el día libre mañana, chicos. Haced un poco de turismo y comprad algo en la ciudad. Mañana no habrá ensayo. Estamos listos para actuar.
Betsy la miró con suspicacia mientras guardaba la guitarra en su funda y se la entregaba a Brad.
–Sarah, ¿qué está ocurriendo?
Sarah se encogió de hombros.
–No lo sé. A veces el mundo se me viene encima y me pregunto cómo sería llevar una vida normal. Ya sabes, que pudiera ir por ahí sin ser reconocida, una casa con niños… Aunque fuéramos pobres, mi madre siempre me inculcó un sentido de familia. Siempre tuvimos mucho amor en casa, incluso cuando mi padre nos abandonó.
–Nunca te había visto tan melancólica. Al menos, no desde aquella vez en que…
Betsy se calló y Sarah agradeció su consideración. Betsy había sido la persona en quien había confiado cuando los titulares de los periódicos se hicieron eco de la escandalosa historia entre Sarah y un conocido jugador de béisbol, casado.
Nada de aquello había sido verdad, pero aun así, el nombre de Sarah había sido arrastrado por el barro, manchando su buena reputación. A pesar de eso, aquel año había sido récord de ventas.
Sus fans se habían mantenido fieles y era de agradecer. Al poco, el público en general había perdonado y olvidado. Pero Sarah no había podido olvidar aquel episodio de su vida y el estrés que toda aquella situación le había provocado.
Ahora, de nuevo se sentía incómoda y todo por la reaparición de Code en su vida.
–Creo que estoy más cansada que melancólica –le dijo a Betsy–. Necesito una buena noche de sueño para recuperarme. Estaré de mejor humor mañana. Han sido unos días agotadores.
–De acuerdo, pero si necesitas hablar, recuerda que Betsy tiene un buen par de orejas y unos labios sellados.
Sarah sonrió.
–Lo sé, Betsy, y te lo agradezco.
La expresión de Betsy pasó de sorprendida a seria.
–¿Te vas directamente a la cama, verdad?
–Así es. Estoy deseando meterme entre las sábanas y… –se detuvo al ver que la atención de Betsy se detenía en el fondo del auditorio.
Sarah miró en aquella dirección.
Code Landon, vestido de oscuro, estaba junto a las puertas.
–Dios mío –susurró Betsy–. ¿Quién es? Quiero uno igual.
Sarah protestó en silencio. Sólo de verle, el ritmo de su corazón se aceleró. Imágenes del cuerpo de Code contra el suyo entre las sábanas de seda le hicieron recordar las cosas eróticas que habían hecho juntos.
–Es mi… Está encargado de la seguridad del hotel.
–¿Es tu guardaespaldas? –preguntó Betsy bajando la voz.
–No exactamente –dijo a pesar de que lo cierto era que Code parecía haber asumido ese papel–. Es una larga historia.
–Pero me la contarás, ¿verdad?
–Quizá algún día, Betsy –dijo mientras se acercaban a Code, que tenía sus ojos puestos en Sarah–. Hazme un favor. No me dejes a solas con él, ¿de acuerdo?
–¿Estás de broma?
Pero Sarah no sonrió ante el comentario de Betsy.
–De acuerdo, lo entiendo –añadió poniéndose seria.
Sarah sabía que podía confiar en Betsy. No se fiaba de sí misma con Code Landon. No quería repetir lo que había pasado la noche anterior.
No debía de haber aceptado las condiciones de Code. Sarah no era de la clase de mujeres a las que no les gustaban los compromisos. No le gustaban las aventuras casuales, a diferencia de lo que escribían los periódicos. La noche anterior se había dado cuenta de que Code y ella no estaban en la misma página. Las reglas que había expuesto la noche anterior no habían variado en nada por la mañana, como había esperado. Él quería una noche de sexo mientras ella quería algo más.
Deseaba algo que aquel maduro y amargado Code Landon no podía darle. Le apenaba pensar así, pero el comportamiento frío de Code por la mañana y su rápida partida se lo habían dejado claro.
–Necesito hablar contigo –dijo Code, nada más llegar junto a él.
Sarah entrecerró los ojos. No seguiría las reglas de Code por más tiempo.
–Tendrá que esperar. Betsy y yo tenemos que seguir ensayando algunas canciones.
Code miró a Betsy y extendió su mano.
–Soy Code Landon.