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Ambientada en una pequeña aldea de una Rusia gobernada por el Zar Nicolás I, "El inspector", narra los vaivenes y los desmadres de los habitantes de dicha aldea, a los oídos de los cuales ha llegado el rumor de la visita de un inspector proveniente de San Petersburgo. Con este sencillo punto de partida, y en apenas ciento ochenta páginas, Nikolái Gógol es capaz, no sólo de representar cada uno de los tipos y perfiles de la Rusia Zarista o de encadenar escena hilarante tras escena hilarante, sino que también es capaz de dar rienda suelta a todo su talento y dar una clase magistral de cómo se debe tratar la comedia desde el punto de vista literario.
Publicado en 1836, "El inspector" es todo un tratado sobre la sociedad rusa, en la cual, todos sus entresijos, caracteres y figuras preponderantes se ven ridículamente representados por la prosa sarcástica y profundamente hiriente de Gógol.
Pocos autores -muy pocos, de hecho- son capaces de hacer sombra a Nikolái Gógol a la hora de reflejar, utilizando el humor como método, las miserias del alma humana. Es más, es muy probable, que Gógol no tenga, en toda la historia de la literatura rusa, parangón en cuanto a maestría en el uso de la sátira como reflejo y protesta.
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EL INSPECTOR
Personajes
Acto primero
Acto segundo
Acto tercero
Acto cuarto
Acto quinto
No eches la culpa al espejo si te ves feo.
Dicho popular
Aton Antónovich Scvoznik-Dmujanovsky, alcalde.
Ana Andreevna, su esposa.
María Antónovna, su hija.
Luká Lúkich Jlópov, supervisor de escuelas.
Su Esposa.
Amos Fédorovich Liapkin-Tiapkin, juez.
Artemio Filípovich Zemlianika, director del hospital.
Iván Kúsmich Shpekin, jefe de Correos.
Petr Ivánovich Bóbchinsky y Petr Ivánovich Dóbchinsky, hacendados del pueblo.
Iván Aleksándrovich Jlestakov, funcionario de San Petersburgo.
Osip, su criado.
Cristian Ivánovich Gíbner, médico local.
Fédor Andrefvich Liúliokov, Stepán Ivánovich Korobkin e Iván Lisarevich Rastakovsky, funcionarios retirados y notables del pueblo
Stepán Ilich Ujovértov, jefe de policía.
Svistünov, Púgovitzin y Derjimordaj, vigilantes.
Abdulin, comerciante.
Févronia Petrovna Poshlépkina, la mujer del carpintero.
La esposa del Subteniente
Mishka, criado del alcalde.
Camarero de la posada.
Invitados, Mercaderes, Burgueses, Peticionantes
Habitación en casa del alcalde
Escena Primera
El Alcalde, el Director del Hospital, el Supervisor de Escuelas, el Juez, el Jefe de Policía, el Médico, dos Vigilantes.
Alcalde
Los he invitado, señores, para comunicarles una noticia muy desagradable: viene un inspector
Amos Fédorovich
¡Qué! ¿Un inspector?
Artemio Filípovich
¡Qué! ¿Un inspector?
Alcalde
Un inspector de San Petersburgo, de incógnito. Y, para colmo de males, con instrucciones secretas.
Amos Fédorovich
¡Ésa sí que es buena!
Artemio Filípovich
¡Como si tuviéramos pocas preocupaciones!
Alcalde
Se diría que yo lo presentía: durante toda la noche soñé con dos enormes ratas. ¡Palabra de honor que nunca vi sabandijas semejantes! ¡Eran de un tamaño descomunal! Vinieron, husmearon… y se fueron. Voy a leerles la carta que acabo de recibir de Andrei Ivánovich Chmíjov, a quien usted conoce, Artemio Filípovich. He aquí lo que me escribe: «Querido amigo, compadre y benefactor…». (Murmura algo, leyendo rápidamente con la vista.) «… y para informarte». ¡Ah, aquí está!; «Me apresuro en informarte, por lo demás, que ha llegado un funcionario con instrucciones de inspeccionar toda la provincia y más que nada tu distrito. (El Alcalde alza un dedo, con gesto significativo) Lo he sabido de muy buena fuente, aunque ese funcionario viaja de incógnito. Como sé que tú, como todo el mundo, tienes tus pecadillos, ya que eres inteligente y no te gusta dejar escapar lo que te viene a las manos…». (Se interrumpe.) Bueno, aquí dice unas cositas… (Lee más adelante.) «Te aconsejo, pues, que tomes tus precauciones; porque ese funcionario puede llegar de un momento a otro, eso si no ha llegado ya a tu pueblo y vive en alguna parte de incógnito… Ayer yo…». Bueno, aquí habla, de asuntos de familia: «Mi hermana Ana Kirílovna vino a visitarme ayer con su marido, Iván Kirílovích ha engordado mucho y sigue tocando el violín…», etcétera, etcétera. ¡Ya ven ustedes cómo están las cosas!
Amos Fédorovich
Sí, el caso es excepcional, realmente excepcional.
Luká Lúkich
¿Y a qué se deberá eso, Antón Antónovich? ¿Para qué vendrá a vernos el inspector?
Alcalde
¿Para qué? ¡Será el destino! (Suspira.) Hasta ahora, a Dios gracias, esa gente metía la nariz en otros pueblos: esta vez nos ha tocado el turno.
Amos Fédorovich
Creo, Antón Antónovich, que aquí debe de haber un motivo más sutil y de índole política. Eso significa lo siguiente: Rusia…, eso es…, Rusia quiere ir a la guerra, y el ministerio ha mandado a un funcionario para averiguar si aquí no hay traidores.
Alcalde
¡Vaya una ocurrencia! ¡Traidores en un pueblo de provincias! ¿Acaso esto es la frontera? Aquí estamos tan lejos de todo poblado, que aunque galopáramos tres años seguidos no llegaríamos a ninguna parte.
Amos Fédorovich
No; yo le seguro, Antón Antónovich, que usted no enfoca bien el asunto… créame… El Gobierno es muy astuto; aunque este pueblo se halla lejos de la frontera, no lo pierde de vista.
Alcalde
Vista o no vista, señores, ya lo saben: están avisados. Por mi parte, he tomado algunas medidas. ¡Les aconsejo que hagan lo mismo! ¡Sobre todo a usted, Artemio Filípovich! Sin duda, el inspector querrá examinar antes que todo el hospital… de modo que le conviene adecentarlo; hágales cambiar los gorros de dormir a los enfermos y déles ropa limpia, para que no parezcan unos herreros, como sucede habitualmente cuando andan por la casa.
Artemio Filípovich
Bueno, eso es fácil. Podemos cambiarles los gorros.
Alcalde
Sí. Y, además, convendría escribir encima de cada cama, en latín o algún otro idioma (eso ya es cosa suya, Cristian Ivánovich), el nombre de cada enfermedad y la fecha en que se enfermó cada paciente… Está mal eso de que sus pupilos, Artemio Filípovich, fumen un tabaco tan fuerte que lo hace estornudar a uno apenas entra. Además, sería preferible que no fueran tantos; pueden atribuirlo inmediatamente a la falta de cuidados o a la ineptitud del médico.
Artemio Filípovich
¡Oh! En cuanto a las curaciones, yo y Cristian Ivánovich hemos tomado ya nuestras medidas; cuanto más dejemos obrar a la naturaleza, mejor…, no usamos medicamentos caros. El hombre es un ser simple; si se tiene que morir, se morirá lo mismo; si se tiene que curar, se curará. Además, a Cristian Ivánovich le costaría trabajo entenderse con ellos: no sabe una sola palabra de ruso.
Cristian Ivánovich
(Profiere un sonido que fluctúa entre la «i» y la «e».)
Alcalde
A usted, Amos Fédorovich, yo le aconsejaría también que tuviera más cuidado con su juzgado. En la antesala donde esperan habitualmente los litigantes, los ujieres han empezado a criar gansos con sus gansitos y uno tropieza con ellos a cada paso. Naturalmente, la avicultura es muy digna de elogio…, ¿y por qué no habría de criar aves un ujier?…, pero…, ¿sabe?…, ahí resulta indecoroso hacerlo. Siempre quise decírselo, pero no sé por qué se me olvidaba.
Amos Fédorovich
Hoy mismo daré orden de que los lleven a la cocina. Si quiere… venga a almorzar conmigo.
Alcalde
Además, resulta lamentable que en plena sala de audiencias se tienda ropa a secar y cuelguen un morral sobre el propio armario de los expedientes. Ya sé que a usted le gusta cazar, pero de todos modos convendría descolgarlo por algún tiempo, y cuando se vaya el inspector, podrá volver a colgarlo. También debo decirle que su secretario… Claro está que es un hombre capaz, pero huele como si acabara de salir de una vinería… Eso tampoco es muy digno de elogio. Si, como dice su secretario, huele así de nacimiento, habría un recurso: aconséjele que coma ajo o cebolla o cualquier otra cosa. En ese caso, Cristian Ivánovich podría ayudarle con diversos medicamentos.
Cristian Ivánovich
(Profiere el mismo sonido.)
Amos Fédorovich
No, eso sí que sería imposible eliminarlo; el secretario dice que su madre lo dejó caer al suelo cuando era pequeño y se lastimó, y que desde entonces huele un poco a vodka.
Alcalde
Bueno, eso se lo dije de paso, no más. En cuanto a las medidas de orden interno, y a lo que llama pecadillos en su carta Andrei Ivánovich, no puedo decir nada. ¿Y después de todo? ¿Hay acaso un solo hombre que no tenga algún pecadillo? El propio Dios lo ha dispuesto así, y será inútil que despotriquen contra eso todos los volterianos.
Amos Fédorovich
¿A qué llama usted pecadillos, Antón Antónovich? ¡Quién no los tiene! Yo les digo a todos abiertamente que recibo coimas, pero…, ¿qué clase de coimas? En forma de perros perdigueros. Eso ya es otra cosa.
Alcalde
Bueno… Con perdigueros, o en otra forma, todo es coima.
Amos Fédorovich
Pero no, Antón Antónovich. En cambio, por ejemplo, si alguien tiene un sobretodo que vale quinientos rublos y su mujer un chal que…
Alcalde
Bueno… ¿Y si usted recibe coimas bajo la forma de perdigueros…? ¿Qué? En cambio, no cree en Dios, nunca va a la iglesia; y yo, por lo menos, soy hombre de fe firme y voy a la iglesia todos los domingos. Y usted… ¡Oh, yo lo conozco! Cuando empieza a hablar de la creación del mundo, a uno se le erizan los cabellos.
Amos Fédorovich
Tenga en cuenta que llegué a esa conclusión solo, con mi propia inteligencia.
Alcalde
Bueno. De todos modos, más vale no tener inteligencia que tener demasiada. Por lo demás, sólo hablé del juzgado por hablar; para serle franco, no creo que a nadie se le ocurra asomarse ahí; es un lugar tan envidiable, que el propio Dios lo ampara. En cuanto a usted, Luká Lúkich, como supervisor de escuelas, le convendría ocuparse especialmente de los maestros. Desde luego, se trata de gente culta y que ha estudiado en diversos colegios, pero tienen unas costumbres muy raras, que se deben seguramente a su condición de pedagogos. Uno de ellos, por ejemplo, el de la cara regordeta…, no recuerdo su apellido…, siempre que sube a la tarima hace una mueca como ésta (hace una mueca) y luego, con la mano, disimulada bajo la corbata, empieza a alisarse la barba. Claro está que cuando le hace esa mueca a un alumno, el hecho carece de importancia; quizás hasta deba ser así, eso es algo que no puedo juzgar; pero piénselo un poco… Si ese maestro le hiciera esa mueca a un visitante, el asunto podría tomar muy mal cariz; el señor inspector, o cualquier otro podría creer que eso va por su cuenta. ¡Las complicaciones serían terribles!
Luká Lúkich