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Bianca 2965 Mantener cerca al enemigo, significaba acercarse mucho más de lo que pensaba. Ilona Callas era consciente de que Leander Vasilou haría cualquier cosa para vengarse de su familia adoptiva, pero ella nunca había imaginado que se convertiría en aliada de aquel formidable ejecutivo griego. No obstante, unirse a Leander le daría a Ilona libertad e independencia económica por primera vez. Leander estaba solo desde que consiguió llegar a lo más alto después de que lo traicionaran. Ilona iba a ser su instrumento de venganza… hasta que un momento explosivo de intimidad lo cambió todo. Así empezó un devaneo sensual que los llevaría a un único lugar: ¡su lecho matrimonial!
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Seitenzahl: 182
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Dani Collins
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El juego de la venganza, n.º 2965 - noviembre 2022
Título original: Innocent in Her Enemy’s Bed
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-206-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
ESTO DEBE ser lo que se siente cuando uno se dirige a la horca», pensó Ilona Callas al pasar por el arco de seguridad de la recepción de Vasilou Tower.
Tenía la piel sudorosa y sentía un nudo en el estómago. Su corazón le latía deprisa y respiraba de forma agitada. Le ardía la nariz con el olor a peligro.
«¡Huye!», pensó.
Quizá era el ascensor de cristal. El guarda la acompañó hasta allí y presionó el botón, pero permitió que subiera sola. Ella desvió la mirada para no ver cómo las plantas y las personas encogían a medida que subía y se agarró a la barandilla.
No le importaban las alturas, no desde que Midas, su hermanastro mayor la había llevado a lo alto de un acantilado y la había amenazado con tirarla. Todo había sido una broma, había dicho su madrastra. Cosas de chicos.
En el fondo, Ilona sospechaba que el motivo por el que estaba allí era Midas otra vez. Él era tan gracioso con sus bromas destructivas que debería tener su propio programa de televisión.
Ilona vio el Partenón y se fijó en que también encogía mientras ella seguía subiendo. Los edificios así de altos eran una excepción en Atenas. La mayoría tenían doce plantas o menos, garantizando que el Partenón siempre quedara visible. El hecho de que al propietario de aquel edificio le hubieran permitido doblar la altura habitual, indicaba que no aceptaba las normas que gobernaban a otros.
Igual que Midas.
Ilona sintió como una puñalada en el estómago.
Cuando se abrió la puerta del ascensor, Ilona entró en la recepción de la última planta. Las baldosas de mármol estaban colocadas de una manera que las vetas creaban el efecto de un río, guiándola por una galería de arte moderno hasta un mostrador colocado frente a una pared de cristal y decorado con un mapa del mundo.
Había una mujer tras el mostrador, pero un joven repeinado salió para saludar a Ilona.
–Kyría Callas. Kaliméra. Soy Androu. Kýrios Vasilou la recibirá enseguida. ¿Puede esperarlo aquí? –Androu la guio hasta una puerta adyacente a la recepción, que daba entrada a una pequeña sala. En ella había una mesa redonda y cuatro sillas de madera y de diseño moderno. Él no le ofreció agua ni café antes de marcharse.
La falta de respeto era evidente. Aquella habitación era como una prisión donde no tenía privacidad. La iluminación era artificial, no había hilo musical. El único sonido era el tictac del reloj. Ilona no se molestó en probar su teléfono. Estaba segura de que no había cobertura. Aquella sala era incómoda para que las reuniones que se celebraban allí duraran poco.
No era un lugar donde dejar a una compañera.
Si Leander Vasilou pensaba que ella se marcharía indignada, estaba equivocado. Ilona había sido insultada, atacada e ignorada durante toda su vida. En lugar de tomárselo como una ofensa, estaba agradecida por disponer de tiempo para estar en silencio y poder tener las ideas más claras cuando llegara el enfrentamiento.
Contempló el suelo de mármol y se preguntó cómo podría obtener el nombre del albañil y así plagiar el mismo diseño en su apartamento. O quizá, podría vender su piso y mudarse a la isla donde nació su madre, algo con lo que solía fantasear. Le encantaba su trabajo, pero también le resultaba agotador. Sería mucho menos estresante trabajar en un café, tal y como había hecho su madre. En Paxos, ella tendría vistas al agua. Podría alimentar a los gatos callejeros y probar a hacer cerámica. Eso siempre le había fascinado.
–¿Kyría Callas? –Androu regresó a buscarla–. Kýrie Vasilou la recibirá ahora.
Ella miró el reloj y vio que había esperado treinta y tres minutos.
Puesto que el hombre le estaba sujetando la puerta, ella se puso en pie.
–Gracias –le dijo, pero la sensación de miedo volvió a apoderarse de ella.
Lo siguió por un pasillo hasta un amplio despacho.
Allí, las vetas de las baldosas de mármol creaban el efecto de una montaña. A un lado, había un sofá y unas sillas, con una televisión montada sobre un enfriador de vinos en un armario lleno de copas y botellas. En el otro lado había una mesa de reuniones con seis sillas ergonómicas, un proyector y una pizarra blanca.
Frente a ella, en lo alto de la montaña, la luz natural entraba por las ventanas e iluminaba por detrás a Leander Vasilou.
Él estaba sentado en un escritorio curvo de caoba. Llevaba puesto un auricular y estaba hablando en francés, concretando un partido de tenis con alguien.
Las puertas se cerraron cuando entró ella, pero él continuó conversando acerca de si era mejor comer una comida completa o tomar batidos de proteínas después de entrenar.
Él no la miró ni una sola vez.
Ilona no se sentó, ya que no la habían invitado a hacerlo. Esperó con la paciencia que había desarrollado toda su vida.
Sabía que él trataba de incomodarla a propósito. Y estaba funcionando. Ella deseaba aplacar los ataques que ese desconocido le estaba lanzando. Quizá podría considerarse «un asunto de negocios», pero para ella era algo personal. Era su negocio lo que él estaba atacando.
Ella había visto fotos de Leander Vasilou, pero no esperaba que en la vida real su aspecto fuera tan devastador. Tenía las pestañas espesas y cubría sus ojos color gris. La barba incipiente acentuaba sus pómulos y los hoyuelos de sus mejillas y rodeaba su boca sensual.
–Ah, sí, la recuerdo muy bien –dijo él, con tono divertido y sensual.
Su tono tuvo un efecto extraño sobre ella, y convirtió el nudo de temor que sentía en el estómago en uno de mantequilla templada con miel.
Una ola de calor surgió de su vientre y se extendió hacia sus senos, provocando que ella se avergonzara al darse cuenta de que estaba reaccionando de manera sexual por su tono de voz.
Ella nunca reaccionaba ante los hombres. O las mujeres. No reaccionaba ante nadie. No de esa manera. Salía con hombres cuando necesitaba un acompañante para una gala o para una fiesta, pero rara vez les permitía compartir más que un beso al final, porque después su interés por ellos desaparecía.
Curiosamente, ese hombre, a quien ella estaba dispuesta a temer y a detestar, estaba provocando que se preguntara cómo serían sus besos. ¿Y qué sentiría si la besara en el cuello? Él se apretó la nuca y se rio, provocando que la tela de su camisa se estirara, resaltando sus hombros y brazos musculosos.
Ella jamás había suspirado al ver el atractivo de un hombre. Ni tampoco había sentido ganas de desabrochar la camisa de un hombre y acariciarle el fino vello del torso.
Tragó saliva, y descubrió que tenía la garganta tensa y ardiente. Las mejillas también le ardían.
Apartó la mirada y se fijó en una escultura que parecía llamas de acero. Pensó en el momento en que Midas le había tirado su muñeca a la chimenea, en el chalet Pagonis en Suiza. Era la última cosa que su madre le había regalado.
El recuerdo doloroso la ayudó a recordar por qué estaba allí. A los nueve años, no había tenido valor para sacar la muñeca del fuego y salvarla, no obstante, no volvería a ser tan cobarde.
Pisó el suelo con fuerza y suspiró con paciencia.
Leander Vasilou terminó su llamada. Dejó el auricular sobre el escritorio y la miró con evidente falta de interés.
–Kyría Pagonis. Querías verme –no se puso en pie, ni le ofreció la mano para saludarla.
Ella ni siquiera miró las sillas que tenía a cada lado.
–Callas –le corrigió con una sonrisa–. Mi madre no estaba casada con mi padre, así que, utilizo su apellido –Ilona siempre corregía ese detalle. Era un gran tema con Odessa, su madrastra–. Aunque teniendo en cuenta que intentas adquirir mi empresa, esperaba que ya supieras mi nombre.
–Voy a adquirir tu empresa, Ilona –le aseguró.
Ella trató de ignorar el efecto que su tono de voz tenía sobre su vientre, pero notó que se le formaba un nudo en la garganta.
–Has adquirido el cuarenta por ciento de las acciones de Callas Cosmetics. Yo tengo otro cuarenta y cinco. Pagonis International posee el otro quince por ciento, así que no sé cómo…
–¿Ah sí? –la interrumpió.
La dulce sensación que tenía en el vientre cesó de golpe. Y el mensaje de texto que había recibido de Hércules, su hermanastro, apareció en su cabeza.
Deberías estar aquí. Están tomando decisiones sin ti.
–Tengo entendido que has hecho una oferta para comprarle esas acciones a Pagonis. ¿Puedo pensar que lo que te motiva es la fidelidad al producto? Tienes la piel impecable –comentó ella.
Hubo un centelleo en su mirada, como el brillo del filo de un cuchillo.
–Puedes pensar que mi intención es adquirir Pagonis International. Adquirir su fuente de dinero es el primer paso.
–He mejorado tu oferta –dijo ella, con falsa tranquilidad–. Si deciden vender, será a mí. He venido a hacerte una oferta para comprar el cuarenta por ciento que ya posees. Estoy preparada para pagar por encima del precio de mercado.
–Yo también he subido la suma, prometiendo un diez por ciento más sobre cualquier oferta que hagas. El tope es el cielo. El que ha llamado era uno de los miembros de la junta de Pagonis. Somos viejos amigos y me debe un favor. También es muy codicioso. Pagonis no te venderá sus acciones.
–¿Por qué te has marcado Pagonis como objetivo? –preguntó arqueando las cejas–. La cosmética y la biotecnología no entran en el imperio de Vasilou ¿no? Tu conglomerado se dedica a proyectos de grandes infraestructuras como puentes y aeropuertos.
–Quiero recuperar lo que es mío y destruir el resto –dijo con tono casual.
Cuando empezó a ver dónde la llevaba Midas, se le heló la sangre. Allí estaba el barranco, y el mar agitado se reflejaba en los ojos de Leander, chocando contra las rocas.
–Y, ¿exactamente qué es lo que es tuyo? –preguntó ella, esforzándose por no elevar el tono.
–La tecnología de reconocimiento de voz que tu hermano «desarrolló» hace dieciséis años –repuso, haciendo el gesto de comillas con una mano–. La mayor parte del mérito se lo lleva mi padre, pero yo trabajé en ello con él. Después, Midas nos convenció de que podía ayudarnos a sacarlo al mercado. Ahí fue la última vez que lo vimos, a él, y a los beneficios que deberíamos haber ganado.
Por supuesto, Midas había robado la tecnología. Ella se amonestó por no haberse dado cuenta mucho antes, pero ella todavía estaba en el colegio interno cuando él había impresionado a su padre con su exitoso negocio. Después, ella se centró en construir su propia empresa, distanciándose todo lo que pudo de Midas y de la sede de la empresa, sin querer trabajar en Pagonis International porque habría tenido que trabajar directamente bajo el mando de Midas.
–Eso no explica por qué vas detrás de mi empresa, en lugar de ir tras una de las otras subsidiarias que controla Midas –dijo ella.
–He entrado por la puerta que encontré abierta. Tus acciones no son tan caras, ni están tan bien protegidas contra el comercio especulativo. Algo que no tiene mucho sentido para mí, cuando tu empresa ha estado financiando la empresa nodriza durante más de un año.
–¿Tu intención es convencer a la junta para que te venda las acciones que tiene en Callas Cosmetics y quitármelas a mí? ¿Y después qué piensas hacer con ellas?
–Dejarlas marchitar y morir.
–¿Por qué? –preguntó con nerviosismo–. Acabas de decir que era una fuente de dinero.
–Porque quiero que tu familia sepa que no lo necesito como tú. Quiero que duela. Quiero que todos os sintáis mal por el error que cometiste, viviendo del fruto de la labor de mi padre, robándole el mérito y llevándolo a la ruina.
–Tu oferta está motivada por un sentimiento vengativo –comentó ella.
–Sí –repuso sin dudar.
Quizá él tuviera derecho a ser antipático, pero ella no le había robado a su padre. El odio no disminuía. Ilona lo había aprendido con Odessa. No importaba que Ilona fuera el error de su padre. Ilona siempre había cargado con el peso del resentimiento de Odessa.
Al parecer, eso era lo que Leander tenía guardado para ella. Él compraría la mayor parte de las acciones de Callas Cosmetics, y después la obligaría a mirar cómo se estrellaba. Eso la destrozaría, teniendo en cuenta que ella la había construido a partir de una mancha de piel seca en la mejilla y la había convertido en una empresa mundial.
Un sentimiento de injusticia la invadió por dentro, pero enseguida lo neutralizó. Nunca le había servido llorar o luchar contra los acosadores del mundo. Lo mejor que podía hacer era suavizar el golpe y alejarse lo más rápido posible.
–No quiero que los empleados inocentes pierdan el trabajo. Nuestros clientes dependen de la eficacia de nuestros productos, especialmente aquellos que tienen cicatrices en el rostro y quemaduras. Sería una lástima negarles algo que necesitan. Te propongo que tú compres mis acciones.
Él resopló.
–Sé lo que parece cuando una rata abandona, Ilona.
–Propongo que compres mis acciones por la suma que me dio mi padre cuando aprobó mi plan de negocio. Esa suma fue cien mil euros de capital inicial y una participación del quince por ciento. No sé lo que haré después, pero me quedo contenta manteniendo esos precios en cualquier empresa que me interese.
Él estaba sorprendido, aunque no lo mostraba. Estaba muy quieto y con los ojos entornados.
–A cambio insistiría en que contrates a un director ejecutivo cualificado y hagas todo lo posible para mantener boyante a Callas Cosmetics.
–Tu cuarenta y cinco por ciento vale diez millones de euros.
–Sí, lo sé –esbozó una sonrisa–. Y te aseguro que, si persigues las acciones de Pagonis solo para poder destruir Callas, subiré el precio hasta que pagues treinta millones por el quince por ciento. También podrás tener el cuarenta y cinco por ciento por cien mil. Por lo que he investigado sé que eres un astuto negociante. Bien hecho.
–Tu talento para la negociación es terrible. ¿Qué conseguirías con eso?
«Libertad».
–Una conciencia limpia –dijo ella–. Acepto que me he beneficiado del trabajo de tu padre. Fue sin querer, pero lo hice. Perder diez millones es un gran golpe. Perder algo que construí con orgullo y cuidado también me causaría gran sufrimiento. Aunque después de haberme dado mi merecido, supongo que me dejarás en paz en el futuro.
–¿Tratas de proteger a Midas al darme las llaves de tu empresa? ¿Te ha enviado aquí para que hagas esta jugada e intentes distraerme de ir tras Pagonis International? No funcionará. No abandonaré.
Ella contuvo una carcajada.
–Veo que eres muy decidido. A las únicas personas que intento proteger son a las inocentes.
Sus empleados, desde los de más alto nivel hasta el personal de la limpieza, formaban un gran equipo. Ella sintió un dolor en el pecho al pensar que ya no los vería todos los días, pero sabía que mostrar su dolor ante aquel hombre no la ayudaría. De hecho, era probable que él lo utilizara en su contra.
Ella esperó a qué él hiciera el siguiente movimiento.
–¿Estás buscando quedarte como directora ejecutiva?
–No –contuvo la risa–. Mi empresa se está utilizando como marioneta entre tú y Midas. Yo me niego a convertirme en una. Agarra tu botín y pelea en tu lucha, pero déjame al margen. ¿Voy redactando los documentos?
–Tu ansia por marcharte es sospechosa –la miró de arriba abajo.
Ella había cometido un error. Prefería estar en segundo plano, pero había captado toda su atención y resultaba desconcertante, sobre todo porque estaba reaccionando ante él de forma inapropiada. Una parte de ella, estaba preocupada por su peinado, o por si se había manchado la blusa con café.
–¿Y si te pidiera que te quedaras como directora? –preguntó él–. ¿Y si fuese mi condición para aceptar tu oferta?
Ella sintió que se le aceleraba el corazón. Había montado su empresa con algo más que cuidado y orgullo. Había entregado su alma a ella. No le importaba si su padre había decidido que Midas era el mejor hombre de negocios y lo había nombrado presidente de Pagonis International. Ilona sabía de corazón que superaba a Midas en lo que se refería a inteligencia financiera, visión de marketing y capacidad de gestión.
Aunque la idea de alejarse de lo que había creado era dolorosa, poder escapar de los tentáculos de Pagonis resultaba demasiado atractiva. Ese quince por ciento de Callas Cosmetics la había mantenido atada a Midas después de que falleciera su padre. Sin embargo, si abandonaba su empresa, no tendría motivo para continuar asociada con ninguno de ellos.
Por fin sería libre.
Gracias a ese hombre de anchas espaldas, brillantes ojos grises y boca sensual que le metió ideas sorprendentes en la cabeza.
–¿Te tienta? –preguntó él con tono seductor.
–No –mintió ella. Tenía la piel erizada, preguntándose si él la encontraría atractiva–. La idea de asociarme con un hombre que me odia y quiere utilizarme para vengarse de mi familia suena como un matrimonio que es mejor no llevar a cabo. Sugiero que…
–Matrimonio –la interrumpió Leander–. Esa es una buena idea.
QUÉ?
Leander se puso en pie y rodeó el escritorio para acercarse a ella. Ilona lo miró asombrada. De hecho, durante un segundo, él observó miedo en su mirada.
Desconcertado, él se volvió para poner hielo en unas copas. Abrió una botella de agua con gas, y la sirvió.
Se le había ocurrido casarse con la hija ilegítima de Pagonis como última forma de venganza. Durante una década y media, había reflexionado sobre todas las formas posibles de conseguir su imperio.
Había descartado acercarse a Ilona por varios motivos. El principal era que no quería mostrar sus intenciones. Hacer un movimiento furtivo sobre su empresa, lo había colocado en una posición medio segura al tener un pie en la puerta. Moralmente, se había resistido a conquistar a una mujer bajo excusas falsas, ni siquiera a una a cuya familia odiaba.
No obstante, una vez que la había conocido y que ella lo había mencionado, el matrimonio volvía a ser una posibilidad, pero el miedo que había visto en su mirada era preocupante. Incluso había eclipsado brevemente su deseo de destruir a la familia Pagonis. Por mucho que deseara hacerlos pagar, aterrorizar a una mujer con amenazas sexuales no era algo que fuera capaz de hacer, bajo ninguna circunstancia.
Y menos, si lo que pretendía era convencerla de que se casara con él.
¿Era eso lo que él quería? ¿Casarse con ella?
–Soy consciente de que la tecnología no la robaste tú, Ilona, pero has vivido a costa de esos beneficios. Así es como tu padre fue capaz de invertir en tu empresa. Y por eso voy tras de ti. No puedes ser una Pagonis solo cuando te interesa.
Se hizo un silencio y él la miró por encima del hombro.
–Acabo de ofrecer la posibilidad de solucionarlo.
Él dejó los vasos de agua sobre la mesa de café, y gesticuló para que ella se sentara mientras se acomodaba en su butaca.
Ella se sentó en la esquina del sofá más alejada de él.
Era muy guapa. Él se había fijado en ella durante sus investigaciones por internet. Tenía cuerpo de supermodelo, y era delicada, pero sus ojos marrones tenían una mirada resuelta. Llevaba el cabello negro recogido en la nuca y, tanto su maquillaje como el color de las uñas, lucían tonos neutros.
Llevaba joyas de oro sencillas, unos aros en las orejas y una cadena que se asentaba en la base de su cuello. También un anillo con la forma de una enredadera sobre su dedo anular. Vestía una falda de traje de color azul oscuro y una blusa de rayas blancas y azules.