El mapa de los sueños - José Antonio Ramírez Lozano - E-Book

El mapa de los sueños E-Book

José Antonio Ramírez Lozano

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Beschreibung

El mapa de los sueños: Uno de los tabúes que evitamos con frecuencia en nuestros diálogos con niñas y niños pequeños es la muerte: quizá porque nos atemoriza la nuestra, quizá porque nos espanta el fantasma de la suya, tan llenos de vida y de futuro. Sin embargo la ausencia permanente de las cosas que desaparecen es una presencia en su vida, una presencia enigmática que reclama preguntas. Y ellos preguntan. La ineludible necesidad de responder nos pone a prueba y reta la capacidad de los adultos de ser sincero consigo mismos, nuestra autenticidad. Con autenticidad - en las palabras y en los silencios - está escrito "El mapa de los sueños", que habla de los vínculos afectivos profundos entre un abuelo y su nieto, de la herencia que quien pronto va a desaparecer lega a quien tanto tiene por delante para aprender a caminar por las vías de la vida. Hermosa lectura recomendable para lectores de 10 años en adelante.

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© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© José A. Ramírez Lozano

ISBN: 9788416873593

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

El mapa de los sueños

Para Inma Vital

Encerrado

Cuando el abuelo se jubiló, mamá se puso rabiosa porque no hacía más que entorpecerle las labores de la casa. Basta que ella cambiase las toallas para que al momento acudiese a lavarse; o que se pusiese a hacer las camas para que él se refugiara en la salita.

—A la salita no, abuelo —le gritaba—. ¿No ve usted que acabo de pasarle la fregona?

—Perdona, hija —se excusaba el pobre—. Se ve que está uno hecho un estorbo.

—Es que no son horas de estar en casa como está. Lo propio es que hiciera lo que los demás jubilados, que es irse al parque como Dios manda.

El abuelo entonces se callaba y volvía a encerrarse en su habitación.

La habitación del abuelo Amadeo era la más oscura de la casa. Su ventana daba al patio interior lo mismo que si diera al infierno. Un infierno húmedo de toses, lleno de ropa tendida, de murmuraciones y de ladridos de perros que los vecinos encerraban de noche en sus tendederos.

El abuelo, siempre que se encerraba, bajaba la persiana y encendía la lamparita.

—¡Y apague usted esa luz —le aporreaba la puerta mi madre—, que ya verás tú luego la factura!

El abuelo tenía en la percha una gorra negra de visera y un traje azul en el ropero con una locomotora de oro en la solapa. Y también una foto antigua sobre la mesilla en la que aparecía él con la gorra y el traje saludando al general Franco y con unos bigotes más negros que los de ahora, que son unos bigotes blancos con los bordes amarillos, quién sabe si de la nicotina del cigarro.

—¡Y déjese usted del cigarro! —volvía a gritarle mi madre—. ¡Que me tiene las paredes amarillas!

Cuando llegaba del cole, yo lo primero que hacía era preguntar por él.

—¿Y el abuelo? ¿Ha salido?

—¡Qué más quisiera yo, hijo, que tu abuelo saliese! Ahí lo tienes como siempre, con los mapas.

Entonces me lavaba las manos y, mientras llegaba mi padre para la comida, me metía con él en su habitación tratando de darle compañía con aquello suyo de los mapas.

—Hola, abuelo.

—Hola —me contestaba sin quitar la vista del atlas—. ¿Qué tal por clase, eh?

—Como siempre —contestaba yo por contestar.

Entonces se abría un silencio enorme entre su palabra y la mía, sin parar él de mirar los mapas con aquella lupa descomunal que le regalaron los de la ONCE.

Hasta que como volviendo un poco en sí me contestaba con una voz espesa y grave.

—Ajá.

Y como veía que él seguía con sus mapas y que apenas si me echaba cuenta, yo me acercaba entonces por detrás de sus hombros para meterme en sus averiguaciones y sacarle a la fuerza las palabras.

—Abuelo.

—¿Qué?

—¿Los mapas son de verdad?