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Él estaba dispuesto a enseñarle lo placentera que podía llegar a ser la vida… La lista de asuntos pendientes de la secretaria de un playboy multimillonario: 1. A tener en cuenta: cerciorarse de que todas las exnovias no reaparecen. 2. Gastos: las joyas deben recibirse una semana después de que la relación haya terminado. 3. Gestión diaria: no debe haber conflictos en su abultada agenda de citas. Cuando Harriet McKenna dejó a su prometido, Alex Katona, su implacable jefe, la retó a que tuviera una relación… ilícita con él.
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Seitenzahl: 230
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Miranda Lee
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El millonario implacable, n.º 165 - junio 2020
Título original: The Billionaire’s Ruthless Affair
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-186-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
DEBERÍA estar más contento, pensó Alex mientras tomaba la taza de café y salía a la terraza de su ático. Sintió un escalofrío al sentir el fresco en la cara, pero el sol ya estaba asomando por el horizonte y pronto haría más calor. El invierno en Sídney era caluroso en comparación con el invierno en Londres. Se alegraba de haber vuelto pero, por algún motivo, no estaba contento del todo.
Miró el perfil de la ciudad y se dijo que un hombre tenía que ser muy necio para no alegrarse por haber conseguido todo lo que había jurado que conseguiría.
Tenía treinta y cuatro años y no era un necio, en realidad, era un empresario muy próspero.
Recibió una beca Rhodes y se convirtió en empresario hacía diez años, en Inglaterra, cuando se asoció con sus dos mejores amigos de Oxford y compraron un bar abandonado y lo convirtieron en un bar especializado en vinos. Después llegó otro bar y otro más hasta que formaron una franquicia. Eso fue idea de Sergio.
Sonrió por primera vez en esa mañana. Siempre sonreía cuando pensaba en Sergio… y en Jeremy.
Sin embargo, se parecían como un huevo a una castaña. Algunas veces, Sergio se tomaba la vida demasiado en serio, mientras Jeremy… no sabría por dónde empezar con Jeremy. Algunas personas lo definirían como un playboy, pero él sabía que era una persona íntegra, generosa y leal, aunque con demasiado encanto y dinero. Además, en ese momento, tendría más dinero todavía. La reciente venta de la franquicia de los bares los había convertido en multimillonarios a los tres.
Dejó de sonreír al darse cuenta de que la venta de la franquicia los había alejado. Sabía que serían amigos toda la vida, pero no era lo mismo que cuando se reunían periódicamente en Londres. Sergio había vuelto a Milán para tomar las riendas de la renqueante empresa familiar y él ya no tenía motivos para volver a Inglaterra.
Sin embargo, así era la vida, nada permanecía igual. Miró el reloj y vio que eran casi las ocho. Iba a llegar tarde al trabajo y eso era muy raro. Harry estaría preguntándose dónde estaba. Esperaba que no estuviera molesta por lo que le había dicho el día anterior, aunque no parecía que se hubiese ofendido. Era relativamente joven, pero también era la mejor secretaria personal, y la más sensata, que había tenido.
Se terminó el café, volvió adentro, dejó la taza en el fregadero, tomó las llaves y el móvil y se dirigió al ascensor. El teléfono sonó justo cuando de abrían las puertas del ascensor. Esbozó una sonrisa cuando vio que era Jeremy. ¡Hablando del rey de Roma…!
–¡Jeremy! Estaba pensando en ti.
Alex entró en el ascensor y pulsó el botón del garaje.
–Eso es preocupante… –replicó Jeremy con esa voz tan viril que siempre impresionaba a la gente–. ¿No tenías nada mejor que hacer? Deberías estar por ahí ganando más millones. Aunque a lo mejor no, solo acabas repartiéndolos.
–Has estado bebiendo, ¿verdad? –preguntó Alex con una sonrisa–. Será primera hora de la noche por allí.
–Bueno, estoy en una fiesta. En una fiesta de compromiso.
Alex dominó un gruñido cuando se imaginó que otro de los hermanos de Jeremy, si no su padre o su madre, estaba de camino al altar otra vez. No era difícil entender el escepticismo de Jeremy respecto al amor y el matrimonio. No creía que ninguno de los dos pudiera durar. Alex tampoco era muy defensor del amor o el matrimonio, pero no lo era por escepticismo. Sabía muy bien que el amor verdadero existía y podía durar si se encontraba a la persona indicada. Él, sin embargo, no estaba interesado en encontrar su alma gemela. Tenía motivos personales para seguir soltero y el principal era la promesa que le había hecho a su madre en su lecho de muerte.
–Dios te ha dado una inteligencia superior para algo –le había dicho su madre con el último aliento–. Prométeme que no malgastarás tus talentos. Úsalos para bien. Sé útil a los demás.
Alex había hecho precisamente eso, pero ser un filántropo plenamente entregado exigía mucho tiempo y energía. Sencillamente, no le quedaba suficiente para una esposa y una familia. Aunque, si era completamente sincero, le gustaba estar soltero. Le gustaba vivir solo y sin líos sentimentales.
Se abrieron las puertas del ascensor y fue hacia su todoterreno.
–¿Quién se casa esta vez? –le preguntó Alex a Jeremy–. Espero que no sea tu madre.
La madre de Jeremy se había divorciado de su tercer marido hacía un año, cuando se enteró de que se acostaba con su entrenadora personal.
–No, gracias a Dios. Es alguien mucho más sorprendente.
–¿De verdad? Espera un segundo. Voy a montarme en el coche. Voy de camino al trabajo –se sentó detrás del volante y se conectó al manos libres–. Ya.
–¿Alguna vez haces algo que no sea trabajar? –le preguntó Jeremy con ironía.
–Puedes estar seguro. Como por ahí, hago ejercicio y tengo muchas relaciones sexuales. Más o menos como tú, querido amigo.
–¿Sigues saliendo con Lisa, la chica de la risita desquiciante, o ya la has dejado, como dijiste que harías en cuanto volvieras a Sídney?
–Sí, ya se ha acabado –contestó Alex con el ceño fruncido.
Lisa era una espina que tenía clavada. El fin de semana anterior había pensado decirle con delicadeza que lo suyo había terminado, pero ella había tenido al atrevimiento de romper antes, le había comunicado que había aceptado un empleo en un crucero que zarpaba esa misma semana hacia Asia.
Debería haberse sentido aliviado, pero se sentía profundamente molesto.
–No quiero hablar de Lisa. Quiero saber quién es esa sorprendente persona que va a casarse.
–Te aseguro que vas a sorprenderte. Es Sergio. Él es quien va a casarse.
Aunque sí le sorprendía un poco, no le impresionaba mucho.
–¿Por qué te extraña tanto? Dijo que iba a buscarse una esposa cuando volviera a Italia. Eso sí, se ha dado prisa…
–No sabes ni la mitad –Jeremy se rio–. La boda está programada para dentro de dos semanas.
–¡Caray! ¿Por qué tiene tanta prisa? La novia no puede estar embarazada. Lleva poco más de dos semanas en Italia.
–Que yo sepa, Bella no está embarazada.
Alex frenó en seco y se llevó un bocinazo del coche que iba detrás. Se repuso e intentó calmarse para seguir la marcha sin causar un accidente.
–No deberías decirme esas cosas cuando estoy conduciendo.
Bella era esa Bella, la artista favorita de Broadway y la que había sido hermanastra de Sergio. Sergio les había confesado hacía un par de años que Bella le… gustaba. Ellos, naturalmente, la habían aconsejado con firmeza que pasara página y se olvidara de ella.
Evidentemente, no había seguido su consejo.
–Te aseguro que estoy tan pasmado como tú –murmuró Jeremy–. Más aún porque he tenido que presenciar esa disparatada obsesión de Sergio con mis propios ojos.
–¿Qué quieres decir?
–Sabía que Sergio estaba en su villa del lago Como y fui ayer para darle una sorpresa por su cumpleaños.
–¡Su cumpleaños! Me olvidé, como siempre.
–Sí, siempre te olvidas de los cumpleaños. En cualquier caso, seguiré con mi historia. Naturalmente, pensé que Sergio estaría solo. Había dicho que quería tomarse unas vacaciones antes de ocuparse de la empresa familiar. Al parecer, lo entendí mal porque cuando llegué, él estaba en Milán y Bella estaba en la villa. Me dijo que estaba agotada y que había intentado alquilarle la villa a Sergio, pero que él, en cambio, la había invitado.
Alex apretó los dientes con todas sus fuerzas.
–Se las ha apañado para volver a la vida de Sergio y lo ha seducido –añadió Alex.
–Eso no es lo que dice Sergio. Dice que él la ha seducido a ella.
–No me parece muy propio de Sergio.
–Estoy de acuerdo, pero, al parecer, es verdad. Luego, el desdichado, se enamoró de ella.
–Sí, pero ¿ella también se enamoró de él o es el típico caso de tal palo, tal astilla?
La madre de Bella había sido una mujer ambiciosa y sin escrúpulos que se había casado con el padre de Sergio cuando se quedó viudo para que financiara la carrera de bailarina y cantante de Bella y que se había divorciado de él cuando la carrera de su hija había despegado.
–¿Sabe Bella que Sergio es multimillonario? –añadió Alex.
–No lo sé. Esto ha sido una jaula de grillos.
–Pero habrás sacado alguna impresión sobre la sinceridad, de Bella –Alex puso los ojos en blanco–. O de su falta de sinceridad.
–Bueno, aunque parezca raro dicho por un escéptico como yo, creo que puede estar sinceramente enamorada de Sergio.
–No te olvides de que es actriz –le recordó Alex.
–¿Quién está siendo escéptico ahora? En cualquier caso, la boda está fijada para el treinta y uno de julio. Estoy seguro de que Sergio se pondrá en contacto contigo enseguida. Quiere que los dos seamos sus padrinos. Le dije que sería un honor. Cuando te lo pida, intenta parecer ilusionado porque él no va a cambiar de opinión. Está loco por ella y lo único que podemos hacer es recoger los pedazos si todo salta por los aires.
Alex no sabía qué podría hacer desde Australia, pero, naturalmente, iría a la boda y estaría orgulloso de estar al lado de Sergio como su padrino.
–Reserva un vuelo que te lleve al lago Como el día anterior a la boda –siguió Jeremy–. No, mejor que sean dos días antes. Quiero llevarte a Milán para que te compres un traje decente. Es posible que acabe siendo un matrimonio desastroso, pero eso no es una excusa para que no estemos presentables. Sergio tiene que sentirse orgulloso ese día y nosotros, al fin y al cabo, somos los padrinos.
Alex se quedó mudo un instante por el nudo que se le había formado en la garganta. Afortunadamente, a Jeremy no le había pasado lo mismo.
–Tengo que dejarte, Alex. Claudia acaba de salir a la terraza para buscarme. No te olvides de reservar el vuelo y, por lo que más quieras, simula estar ilusionado cuando te llame Sergio. Ciao.
Alex gruñó por la idea de tener que parecer ilusionado cuando lo llamara Sergio, pero lo haría por Sergio. El destino no estaba siendo muy considerado con él al dejar que se enamorara de una mujer como Bella. Ese matrimonio era un desastre inevitable.
Eso le confirmó su intención de no caer nunca en el amor y el matrimonio. Jamás sabría lo que era amar y perder a alguien, fuera porque se moría o se divorciaba. No se arriesgaría a acabar como su padre o a ser la víctima de alguna cazafortunas sin escrúpulos. Por eso salía siempre con chicas que no aspiraban a robarle el corazón, con chicas que solo querían pasárselo bien.
Se dio cuenta enseguida de que no tendría tiempo para pasárselo bien durante las dos semanas siguientes. No pararía de trabajar en todo el día, al menos, si conseguía llegar a la oficina. La pobre Harry debía de estar a punto mandar una partida para que fueran a buscarlo.
A Harriet no le importaba lo más mínimo que su jefe estuviese retrasándose. Cuando llegó a la oficina, poco antes de las ocho, estaba temblando por tener que darle la noticia, una noticia que debería haberle dado en cuanto él volvió de Londres. Sin embargo, en ese momento, tenía los sentimientos a flor de piel. Habría llorado delante de él y no quería hacerlo. Alex se habría sentido violento y ella también.
Por eso, había ido dejando que pasaran los días sin contarle que ya no estaba comprometida con Dwayne, pero su angustia también había ido aumentando cada día. Había esperado que su jefe se hubiese dado cuenta de que ya no llevaba el anillo de compromiso, pero no se había fijado. Alex no se fijaba en detalles personales como esos. Era una persona que, la mayoría de las veces, se concentraba solo en una cosa y cuando estaba en el trabajo, trabajaba.
Le fastidiaba un poco que no se hubiese dado cuenta nadie en Ark Properties, pero era culpa suya. Si bien era simpática con todo el mundo, no hacía vida social con los demás empleados, no salía a tomar algo con ellos los viernes por la noche. Tenía su grupo de amigas para salir a tomar algo y Emily, naturalmente, era la mejor. Además, también había tenido a Dwayne hasta hacía poco, claro.
Naturalmente, las cosas cambiarían a partir de ese momento, ya no tendría a Dwayne para que se quejara si no se daba prisa después del trabajo. No obstante, le preocupaba que su condición de soltera pudiera cambiar la fantástica relación laboral que siempre había tenido con Alex. Era un gran jefe, siempre le había caído muy bien y estaba segura de que era recíproco. Sin embargo, el año anterior, cuando entró en su despacho para que le hiciera la entrevista de trabajo, tuvo la sensación de que no tenía nada que hacer. Alex la había mirado de arriba abajo con escepticismo. Quizá hubiese temido que ella pudiera intentar cazarlo. Al fin y al cabo, era uno de los solteros más codiciados de Sídney.
Fuera lo que fuese, su actitud cambió en cuanto se enteró de que estaba prometida. Aun así, le apretó las tuercas durante la entrevista, pero sus respuestas debieron de complacerle porque la contrató en ese preciso momento.
Naturalmente, su currículum vitae había sido insuperable, si no se tenía en cuenta la nota que le dieron en el certificado de la escuela secundaria… y Alex no la tuvo en cuenta cuando le contó que su padre, que había sido minero, perdió el trabajo durante sus cursos de secundaria y que ella había aceptado hasta tres trabajos a tiempo parcial para ayudar a la economía familiar, y que, en consecuencia, los estudios se habían resentido. Era una pequeña mentira piadosa, pero no tenía remordimientos. El jefe de Ark Properties no tenía por qué saber los pormenores de su vida pasada. A Alex le había impresionado su ética profesional y su trayectoria en el sector inmobiliario. Le dio igual que no hubiese sido secretaria personal, quería a alguien capaz de llevar las riendas de la oficina cuando él estaba de viaje, algo que había sido muy frecuente hasta hacía poco. Había tenido unos vínculos empresariales en Inglaterra que ella desconocía. Alex podía llegar a ser bastante reservado.
Sin embargo, esos vínculos habían desaparecido, al parecer, y había vuelto a Sídney para siempre. Podría haberse sentido complacida si no hubiese sentido aprensión, una aprensión que había llegado a tal punto que le alteraba el sueño. Por eso, la noche anterior había decidido tomar el toro por los cuernos y contarle la verdad, y ya se la habría contado si hubiese estado allí cuando ella había llegado, pensó con cierta irritación. De repente, ya no le agradaba que llegase tarde y ese retraso en contarle la verdad le atenazaba las entrañas.
Suspiró al ver vacío el despacho de Alex, fue a la sala común y preparó el hervidor de agua para hacer la taza de café que Alex quería siempre cuando llegaba. Seguramente, también le pediría que fuera a buscarle un bollo. ¡Ese hombre era adicto a los bollos! No le contaría nada hasta que hubiese terminado el café y el bollo. Alex no estaba en su mejor momento con el estómago vacío. Una vez encendido el hervidor de agua, abrió el armario y bajó una de las latas de comida para gatos, muy cara, que guardaba allí. Un gato bastante grande entró cuando oyó que la abría, ronroneó y se frotó contra sus tobillos.
–¿Tienes hambre, Romany?
Harriet volcó la comida en un plato y lo dejó en el suelo. El gato se abalanzó sobre la comida como si no hubiese comido en su vida.
–Estás malcriando a ese gato.
Harriet se dio la vuelta al oír la voz de Alex y le extrañó no haberlo oído. Estaba insoportablemente guapo, como de costumbre. Llevaba un traje azul oscuro que resaltaba el azul de sus ojos y contrastaba con el pelo rubio. La camisa era de un blanco deslumbrante y la elegante corbata azul tenía unas rayas plateadas.
–Quién fue a hablar. Te recuerdo que fuiste tú quien se empeñó en comprar todos los accesorios para gatos más exclusivos.
–Algo tenía que hacer para que mi secretaria dejara de llorar a mares.
–No estaba haciendo eso…
–Estabas a punto –le recordó él.
Harriet pensó que seguramente tenía razón, recogió el plato y lo lavó minuciosamente. Todos adoraban a Romany, no como Dwayne. Él no había querido a Romany, se había quejado cuando ella lo llevó a casa, hacía un par de meses, después de habérselo encontrado, medio muerto de hambre, debajo de su coche un sábado por la noche. Se había empeñado en que lo llevara a la Sociedad Protectora de Animales y ella lo llevó con la esperanza de que le encontraran una buena casa.
Le habían dicho que era imposible, que nadie querría un gato tan viejo. Como fue incapaz de dejarlo para que lo sacrificaran, se lo llevó al trabajo el lunes y preguntó si alguien le daría una casa. Como nadie levantó la mano, Alex dijo que podría ser el gato de la oficina. Además, hizo que instalaran inmediatamente una gatera en el almacén y ella fue a comprar todo lo que se necesitara para que el gato estuviese sano y contento. También avisaron al servicio de limpieza para que tuvieran cuidado y no se escapara.
Recordaba que se había quedado impresionada por la generosidad y el buen corazón de Alex y que le había dolido la mezquindad de Dwayne. Se inclinó para tomar el gato en brazos y se dio cuenta de que el incidente con Romany había sido el principio del fin de su relación con Dwayne. Al fin y al cabo, uno de los requisitos que le exigía a un hombre era que le gustaran los animales, y empezó a ver a Dwayne con unos ojos distintos a partir de entonces. Se le cayeron definitivamente los cristales de color de rosa que aparecieron cuando se enamoró. Su negativa rotunda a donar algo de dinero a organizaciones benéficas era algo que también le dolía, como que no hiciera nada en la casa. Cuando se lamentó de eso con Emily, ella se rio y le dijo que esperaba demasiado de los hombres.
–Esperan que su mujer se ocupe de ellos –le explicó su mejor amiga–. Lo llevan grabado en el ADN. Ellos son protectores y consiguen la comida, las mujeres son amas de casa y hacen la comida.
Ella no había estado de acuerdo y había esperado que el mundo hubiese evolucionado, que no esperara que las mujeres fuesen felices con unos papeles tan míseros en la vida. Ella no iba a conformarse con menos de lo que quería de la vida, de una trayectoria profesional interesante y de un marido que cumpliera con todos los requisitos de su hombre ideal. Dwayne había cumplido los tres primeros, pero había empezado a fracasar estrepitosamente en todos los demás. La gota que había colmado el vaso había sido que le propusiera que se comprara un vestido de novia de segunda mano por Internet.
–¿Ha hervido el agua…? –le preguntó Alex sacándola de ese ensimismamiento algo deprimente.
–Debería… –contestó Harriet.
Dejó con delicadeza el gato en el suelo y tomó dos tazas del mismo armario donde estaban las latas.
–Qué raro que te hayas retrasado –añadió ella.
Estaba haciendo todo lo posible para no hacer caso del nudo que sentía y era posible que, después de todo, no se lo contara ese día…
–Me he dormido y el tráfico era espantoso. Voy a necesitar un bollo con el café.
–Muy bien. Ah… por cierto… Alex… Cuando tengas un minuto, tengo que… decirte una cosa.
Él dejó escapar un suspiro.
–Mira, Harry, si vas a quejarte por lo que te dije ayer, lo siento. ¿De acuerdo? Estaba de mal humor y lo pagué contigo. Reconozco que fue imperdonable, pero soy humano. Para que lo sepas, rompí con Lisa.
–Ah…
En realidad, no le había sorprendido. De las tres chicas con las que había salido Alex durante el tiempo que había trabajado con él, Lisa había sido la más fastidiosa por esa risa tan ridícula que tenía y porque solía presentarse en la oficina sin avisar. A Alex no le gustaba que lo hiciera y a ella tampoco.
–Lo siento –añadió ella un poco tarde.
–Yo, no –Alex la miró un rato con dureza–. No irás a despedirte, ¿verdad?
Ella debió de poner una cara de sorpresa tal que él se suavizó inmediatamente, pero también le recordó que Alex no reaccionaba bien cuando lo enojaban o incordiaban. Ella siempre había sabido que era un empresario implacable, pero nunca lo había visto enfadado de verdad.
–No, ni mucho menos –contestó ella al instante.
–Entonces, suéltalo, Harriet. No me gusta esperar a que me den las malas noticias.
–No son malas noticias.
Le había extrañado que la llamara Harriet porque siempre la había gustado que la llamara Harry. Tenía algo íntimo que hacía que se sintiera su amiga además de su secretaria.
–Bueno, no son malas noticias para ti –siguió ella precipitadamente.
Intentaba por todos los medios dominar el torbellino de emociones que se adueñaban de ella y el nudo que se le formó en la garganta le asustó.
–La cuestión es que… Alex… He roto mi… compromiso con Dwayne.
Él puso una cara de asombro, seguida inmediatamente por otra de compasión sincera. Cuando a ella se le empañaron los ojos por las lágrimas, se quedó al borde del pánico.
–Lo siento mucho, Harry. Lo siento de verdad.
Que la llamara Harry terminó de desarbolarla y una oleada de sentimientos se llevó por delante su fingida compostura.
SU llanto eclipsó el pasmo de Alex por la noticia de Harriet. No había llorado ni una sola vez en todos los meses que llevaba trabajando con él, ni siquiera había estado cerca. Quizá solo por el gato. Era el prototipo del sentido común y era pragmática en los momentos más tensos. Incluso cuando él era impertinente con ella, como lo había sido el día anterior, se limitaba a no hacerle caso y a seguir con su trabajo. Algo que él admiraba.
No le gustaban las mujeres que lloraban por cualquier cosa o que usaban las lágrimas como un arma. Lo había criado una mujer dura por naturaleza, que había nacido pobre en una Hungría rota por la guerra. Su padre y ella habían emigrado a Australia recién casados y con la esperanza de mejorar de vida. Desgraciadamente, no lo habían conseguido, pero su madre no se había quejado ni había llorado nunca.
–Llorar no te lleva a ninguna parte –les repetía ella una y otra vez a sus tres hijos.
Sin embargo, sí había llorado cuando se enteró de que estaba muriéndose por un cáncer cervical, algo que podría haberse curado si se lo hubiesen diagnosticado a tiempo.
Tenía que dejar de pensar en eso y ocuparse del presente, de su secretaria personal, normalmente serena, que estaba llorando con el corazón desgarrado.
Después de haberse quedado demasiado tiempo en la puerta y de haberse olvidado de que Harry era una mujer con los sentimientos propios de una mujer, cruzó el cuarto y la tomó entre los brazos.
–Bueno…
Intentó aliviarla mientras le acariciaba el suave pelo castaño. Ella, si acaso, lloró con más fuerza y los hombros le temblaron mientras apoyaba los puños cerrados en su pecho. Romany maulló a sus pies como si percibiera la pesadumbre.
–Deja de llorar –le pidió él con delicadeza–. Estás alterando al gato.
Ella no dejó de llorar, pero Romany, un desertor insensible, sí se marchó apresuradamente. A él le habría gustado poder hacer lo mismo. No se sentía cómodo abrazando así a Harry, no se sentía cómodo con las efusiones ni le gustaba el contacto físico. Solo tenía ese contacto cuando iba a hacer el amor con una mujer.
–¡Ah! Lo… siento…
Alex giró la cabeza cuando oyó la titubeante disculpa de Audrey. Audrey tenía cuarenta años, estaba divorciada y era una escéptica. La expresión de la recepcionista indicaba que había supuesto inmediatamente que había algo íntimo entre el jefe y su secretaria personal. Alex supo que tenía que cortar esa suposición de raíz antes de que empezaran a correr los rumores por la oficina.
–Harriet está dolida –explicó él con cierta brusquedad–. Ha roto su compromiso con Dwayne.
–¿De verdad? –las cejas minuciosamente depiladas de Audrey formaron un arco perfecto–. ¿Qué ha hecho?
Alex puso los ojos en blanco ante la falta de sensibilidad de esa mujer que solo parecía interesada en los detalles sórdidos. Aunque, pensándolo bien, él también sentía curiosidad por las circunstancias. No podía imaginarse que Dwayne hubiese sido infiel. No le parecía de esos, aunque tampoco lo conocía muy bien, solo lo había visto un par de veces.
En realidad, le había sorprendido que fuese su prometido. Ella era muy atractiva y muy lista y él era normal y corriente física y mentalmente. Más aún, le parecía aburrido hablar con él. Había creído que la conversación con un profesor de historia en secundaria sería más interesante, pero a Dwayne solo le interesaban su sueldo y las vacaciones.
–¡Más tiempo para jugar al golf! –le había dicho con avidez.
Quizá eso hubiese sido lo que había fallado, quizá hubiese pasado demasiado tiempo en el campo de golf y demasiado poco haciéndole el amor a su prometida. Él sabía que si estuviese prometido a Harry, pasaría mucho tiempo haciendo el amor con ella. Al tenerla entre sus brazos, se recordaba el tipo tan bueno que tenía.