El niño del cumpleaños - David Baddiel - E-Book

El niño del cumpleaños E-Book

David Baddiel

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Beschreibung

Sam Green tiene muchísimas, pero muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas ganas de que llegue el día de su undécimo cumpleaños. O sea, muchísimas. Está impaciente. De hecho, desearía que todos los días fueran su cumpleaños. EL CUMPLEAÑOS DE SAM ESTABA A PUNTO DE TERMINAR. ¡Y ENTONCES LA VIO! ¡UNA ESTRELLA FUGAZ! ¡Grandísima, surcando el cielo! Era impresionante, como un cometa, o un cohete, o fuegos artificiales. Era magnífica, preciosa. Entonces recordó lo que su madre le había dicho. «Si ves una estrella fugaz, puedes pedirle un deseo. Deberías pedirle un deseo». Así que dijo en voz alta: —¡Deseo que todos los días sean mi cumpleaños! En ese preciso momento la estrella pareció brillar con una luz aún más fuerte –con un brillo extra durante un segundo– y empezó a caer en línea recta… Así que, al principio, le hace muchísima ilusión que el día siguiente también sea su cumpleaños. Y el siguiente. Y el siguiente. Pero a veces hay que tener cuidado con los deseos que se piden… Abrid este libro y encontraréis una montaña rusa de diversión en estado puro.

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Ilustraciones por Jim Field
Título original: Birthday BoyEditado por HarperCollins Ibérica, S. A., 2024Avenida de Burgos, 8B planta 1828036 Madrid© del texto: David Baddiel, 2017 © de las ilustraciones:Jim Field© de la traducción: Sonia Fernández-Ordás, 2024© publicado por primera vez por HarperCollins Children’s Books, editorial de HarperCollinsPublishers Ltd. HarperCollins Publishers 1 London Bridge Street London SE1 9GFCualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública otransformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titula-res, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47Adaptación de cubierta: equipo HarperCollins IbéricaMaquetación: MT Color & Diseño, S. L.Composicióndigital:www.acatia.esISBN: 978-84-19802-34-7
Para el abuelo Colin
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EsunmuchachoEXCELENTE...
7Capítulo 1El niño del cumpleaños
S
am Green tenía muchísimas, pero muchísimas,muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísi-mas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchí-simas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, mu-chísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas, muchísimas,
8muchísimas ganas de que llegara el día de su undéci-mo cumpleaños.O sea, muchísimas. Estaba impaciente. Los días pre-vios —su cumpleaños era el 8 de septiembre— no quería hablar de otra cosa.—¿Has preparado la mochila del colegio, Sam? —le preguntaba su madre, Vicky, cada mañana.—Estoy pensando en una tarta de Hora de aventu-raspara este año, mamá —respondía Sam—. Con Finn, Jake y el Rey Hielo. ¿Qué te parece?—Me parece que deberías preparar la mochila —con-testaba su madre.—¿Juegas al fútbol? —le preguntaban sus amigos en la hora del recreo.—¿Y una fiesta mágica? —respondía él—. Cada unoaprende un truco distinto, ¿vale?, y lo vamos haciendo porturnos (yo el último, claro), y después… ¿Adónde vais?—A jugar al fútbol —contestaban—. Ya casi se ha acabado el recreo.—¿Qué os apetece cenar? —preguntaba Charlie, su padre, a Sam y a Ruby, su hermana pequeña, por la noche.
9Ruby abría la boca y decía:—Para ser exactos —decía mucho «para ser exac-tos»—, me apetece empa…—A mí me apetece un telescopio. Y un monopatín. Y unas zapatillas nuevas. Y un cobaya. Y una caja de herramientas. Y un iPod. Y libros de David Williams.—… nada de carne —terminaba Ruby.—He dicho cenar, Sam —decía su padre—. No por tu cumpleaños.Obviamente, no siempre decía estas cosas (asíque, obviamente, las personas con las que hablabatampoco contestaban esas cosas). No. A veces era una clase de tarta distinta, un tipo de fiesta distinto yunalista de regalos distinta (aunque siempre incluíaun telescopio; Sam era superfán de Star Treck y de laciencia ficción en general, y quería ver todo lo quefuera posible del sistema solar desde la ventana de sucuarto para estar alerta por si se presentaban extrate-rrestres de visita). Lo que significaba que al final ha-bía hecho una lista de regalos muy larga y una selec-ción de ideas para fiestas temáticas muy larga. Locual, a su vez, suponía un pequeño problema para
10sus padres, tanto en lo relativo a la elección como aldinero, porque no les sobraba.Pero lo único que nunca cambiaba era la ilusión de Sam por el día de su cumpleaños.Hasta que, por fin, llegó.
11Capítulo 2Hum…
—¡O
h, mamá, papá…! ¡Ha sido fantástico!¡Un día fantástico! —dijo Sam mientrasse desvestía en su cuarto.Eran las diez de la noche del sábado 8 de septiembre.Acababa de marcharse el último de sus amigos, todosellos compañeros suyos en Bracket Wood, el único cole-gio de primaria de la zona. Vicky y Charlie sonreían.—¡Vaya! Así que te ha gustado tu fiesta —dijo Vicky.—¡Sí! ¡Sobre todo la tarta de ciencia ficción! ¡Enforma de nave Enterprise! ¡Con seis caramelos redon-dos representando los planetas! ¡Y klingons y otrosextraterrestres de azúcar en los lados! ¡Una idea ge-nial, mamá!
12—Bueno, en realidad fue idea tuya, Sam… Creo que era tu sugerencia número cuatro… La propusiste el lunes pasado.—Y la fiesta temática de disfraces de películas salió perfecta, ¿verdad, papá? ¡Todos los disfraces eran bue-nísimos! ¡Barry Bennet iba genial de Gru, el de Mi vi-llano favorito!¡Y Ellie y Fred Stone de minions! ¡Y Mal-colm Bailey del perezoso de Zootrópolis!¡Y Morris Fawcett de Homer Simpson!
13—Bueno —dijo su padre—, eso también fue idea tuya. Sugerencia para fiesta número siete…—¡Y tú ibas perfecto! —exclamó Vicky haciendo una mueca mientras ayudaba a Sam a quitarse la cabe-za y los pies de Wall-E.—Claro, por eso gané el Premio al Mejor Disfraz…—No; para ser exactos, lo ganaste porque era tu fies-ta —dijo Ruby entrando en el cuarto. La habían dejadoacostarse un poco más tarde porque era el cumpleañosde Sam. Ruby tenía tendencia a mostrarse muy directaante cualquier tema, como suelen tenerla los niños desiete años. Pero era una niña de siete años muy inteli-gente—. Así que a todo el mundo le pareció que teníasque ganar tú. De hecho, papá y mamá básicamente so-bornaron a todos tus amigos con una porción extra detarta para que te votaran y…—Sí, muy bien, Ruby. Hora de lavarse los dientes —dijo Charlie dándole la mano y llevándola (un poco a la fuerza) hacia la puerta.—Papá, mamá, ¿me regaláis un gatito por mi cumplea-ños? —preguntó Ruby al salir del cuarto con sus librosbajo el brazo para hacer deberes, como de costumbre.
14Esa era otra cosa que Ruby decía mucho, como «para ser exactos». A veces las combinaba y decía: «Para ser exactos, papá, mamá, ¿me regaláis un gatito por mi cumpleaños?». Aunque nadie le hubiera pregun-tado qué quería.—Bueno… —dijo Vicky.—Hum… —dijo Charlie.A Ruby no le sorprendió la reacción. Estaba acos-tumbrada a oír a sus padres decir «hum» como res-puesta a la pregunta sobre el gatito. Pero eso no signi-ficaba que se diera por vencida.—A Sam le regalasteis un cobaya —dijo con inten-ción—. ¡Spock!Que, efectivamente, había sido otra de las cosas de la lista de regalos de Sam que sus padres habían logra-do comprar. Miraron al susodicho cobaya, en su jaula sobre el suelo. Era marrón y blanco, con un pequeño penacho en la cabeza. Sam había decidido ponerle Spock, como el personaje calculador y extremada-mente frío de Star Treck. Spock les devolvió la mirada con cara de «Yo creo que ese nombre no me hace jus-ticia para nada».
15—Ruby —dijo Charlie—, ¿sabes en qué se convierte un gatito?—Sí, para ser exactos, lo sé, papá. Tengo siete años, pero no soy tonta. En un gato adulto.—Exacto. Y un gato adulto, a diferencia de Spock, necesita espacio al aire libre. Cosa que no tenemos.—Sí que tenemos —dijo Ruby, que señalaba una ventana—. ¿Qué es todo eso de ahí?—Ah, ya. Vale. ¿Y el gato va a bajar solo desde la planta diecisiete? ¿En el ascensor que huele a pis?Ruby suspiró como si fuera una pregunta ridícula. En cierto modo, lo era.—Lo pensaremos —dijo mamá.—Hum… —dijo papá.Ruby hizo un gesto de asentimiento, consciente de que había dejado las cosas claras, y se volvió para salir del cuarto.—¡Buenas noches, Sam! ¡Espero que hayas tenido un cumpleaños genial!—¡Así es! —respondió su hermano.
16Capítulo 3El Star-Watcher Explorer
S
am levantó la vista hacia su madre. Le estaba abo-tonando el pijama nuevo, cubierto de pequeños platillos volantes. Sam, por supuesto, ya con once años, era perfectamente capaz de abotonarse el pija-ma él solo. Pero sabía que era algo que a su madre le seguía gustando hacer.—¡Y me han encantado todos los regalos! El mono-patín y los videojuegos y las zapatillas nuevas y la caja de bricolaje y los libros…—Todo lo que había en la lista —dijo Vicky—. Bueno,excepto el iPod. Lo siento, Sam. Quizá el año que viene…—No importa, mamá. Me regalasteis el telescopio. Ese fue el regalo especial. ¡Me encanta!
17Se volvieron hacia la ventana. Allí estaba el Star-WatcherExplorer. El padre de Sam ya lo había colocadosobre un trípode y lo había orientado hacia la ventanaapuntando a la luna. Era negro, brillante y largo, con unrastreador informatizado que permitiría a Sam localizarconstelaciones específicas.Sam y su familia vivían en un bloque de pisos —el Edificio Noam Chomsky— en la planta diecisiete. ¡Así que era el mejor regalo del mundo! El piso estaba tan alto que Sam disfrutaba de una vista permanente del cielo nocturno y todas las estrellas.—Con eso deberías poder ver cualquier extraterres-tre que ande por ahí, ¿eh, Sam? —dijo Charlie.—¡No creo! —gritó una voz desde el exterior. Era la de Ruby—. ¡Para ser exactos, el planeta más cercano capaz de albergar vida está a cuatro años luz!—¿Y eso qué distancia es? —preguntó Sam—. ¿En kilómetros?Se hizo el silencio. Pero solo durante unos segun-dos.—Veintiocho billones quinientos mil millones. Kiló-metro arriba, kilómetro abajo.
18—Hum…, vale —respondió Charlie—. Pero no sa-bemos a qué velocidad viajan sus naves espaciales, ¿no?—Bueno, en cualquier caso —dijo Vicky contem-plando el cielo nocturno sobre la ciudad desde la ven-tana—, yo tengo el presentimiento de que hay vida ahí fuera, en algún lugar.Charlie sonrió; sabía que su mujer tenía mucha fe en sus presentimientos. Era una de las cosas que le encantaban de ella, aunque él no tuviera tanta fe en los presentimientos de Vicky.—¿Es como el presentimiento que tuviste ayer —pre-guntó mientras le rodeaba los hombros con el brazo— de que no debía pasar por debajo de aquella escale-ra…, y no lo hice, y por eso terminé cayéndome en aquel charco enorme?Ella lo apartó sin dejar de sonreír.—No os habrá costado demasiado, ¿verdad? —Sam miró el telescopio.El padre de Sam era el gerente de HomeFront, un gran almacén de materiales de construcción, y su ma-dre trabajaba desde casa comprando y vendiendo cosas
19por internet, así que no eran lo que se dice ricos…, aunque eso también significaba que papá había podidoconseguir un descuento especial en la caja de herra-mientas, un regalo que a Sam le hacía mucha ilusión,pues le encantaba construir y arreglar cosas.—¡No te preocupes por eso! —exclamó Vicky—. ¡Estu cumpleaños! —Se volvió hacia el telescopio—. ¿Yahan salido las estrellas? ¡Si ves una estrella fugaz, pue-des pedirle un deseo! ¡Deberías pedirle un deseo!—¿En serio? —preguntó Sam—. ¿De verdad…, ya sabes…, funciona?—¡Sí! —respondió Vicky con absoluta convicción.Charlie la miró y levantó una ceja con gesto dubitativo.—Bueno. Eso no lo sabe nadie a ciencia cierta. ¿O sí? —preguntó su mujer en tono desafiante.—Hum… —murmuró Charlie al tiempo que se in-clinaba a examinar la lente del telescopio—. Lo que sí sé es que esta noche el cielo está demasiado nublado para ver estrellas.—No importa —dijo Sam—. ¡Ya las veremos mañana!Subió la pequeña escalerilla para meterse en lacama. Era una litera y, a veces, Sam demostraba su
20habilidad para mantener el equilibrio sobre aquellaescalera subiendo sin apoyar las manos, aunqueaquella noche estaba demasiado cansado para esascosas.—¡Ah! Y también me gustó que los cuatro abuelosvinieran a comer —dijo—. ¡Ni siquiera discutieron!—Ya —dijo Vicky, que también estaba sorprendi-da—. Se portaron de maravilla.—Sí… —Sam apoyó la cabeza en la almohada—. El abuelo Sam no le soltó ni una palabrota al abuelo Mike. Y el abuelo Mike no le dio un puñetazo ni lo amenazó con mandar a sus chicos a por él ni nada por el estilo. Y la abuela Glenda y la abuela Poppy hasta se sonrieron.—Creo que quizá pudo tratarse de un mohín desa-fiante… —dijo su padre.—Cállate, Charlie. Bueno, el caso es que… ahora tienes que dormir, Sammy —le recordó su madre—. Me imagino que estarás agotado…—¡Sobre todo después de haberte levantado a las seis en punto esta mañana! —dijo su padre.—¿Eran las seis? —preguntó Sam.
21—Bueno, eran las seis y un minuto cuando llamaste a la puerta de nuestro cuarto pidiendo tus regalos. De eso estoy seguro…—¡Pero es el momento que más me gusta! —excla-mó Sam.—¿De qué?—¡De mi cumpleaños! ¡Me encanta la ilusión que hace despertar el día del cumpleaños! ¡Y darte cuenta de que es tu cumpleaños! ¡Que ese día que llevabas esperando tanto tiempo por fin ha llegado!—Sí —afirmó Vicky—. Hace mucha ilusión.—No te hará tanta ilusión cuando cumplas cuaren-ta y tres —dijo Charlie, y Vicky se rio de su broma de esa manera que tienen los adultos de reírse de los chis-tes de adultos.—¿No? —quiso saber Sam.—¿Qué? —preguntó Charlie.—La ilusión. ¿Ya no os hacen ilusión vuestros cum-pleaños?Sus padres intercambiaron una mirada.—Bueno… —respondió Vicky mirando a su hijo conternura mientras lo tapaba con el edredón—. Siempre es
22agradable, sí. Pero quizá no tanto como cuando teníasdiez años… ni por supuesto cuando cumples once.Sam asintió, pero a continuación sacudió la cabeza.—¡Me gustaría que todos los días fueran mi cum-pleaños! —exclamó.Sus padres sonrieron, luego los dos se tumbaron en la cama junto a él —subieron la escalera y todo— y lo abrazaron formando lo que en su familia se conocía como abrazo amontonado.
23—¡Esperadme! —gritó Ruby mientras entraba co-rriendo en el cuarto. Trepó por la escalera y se unió al abrazo amontona-do. Tenía en la mano un grueso libro de ciencias que lo hizo un poco incómodo.Después, Vicky dijo:—Me alegro de que todo haya salido tan bien. Ruby,vuelve a tu cuarto. Sam, ya es hora de dormir…Y Sam le sonrió y cerró los ojos.
24Capítulo 411:59 p. m.
N
ormalmente, Sam no tenía problemas para que-darse dormido. Normalmente, se quedaba frito en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada. Y sus padres tenían razón: lo lógico era que tuviera más sue-ño que de costumbre, con lo mucho que había madru-gado aquella mañana.Pero su cumpleaños había sido tan estupendo y Sam estaba aún tan excitado que no era capaz de quedarse dormido. Se revolvía y daba vueltas en la cama pen-sando en lo mucho que le habría gustado quedarse levantado jugando con todos los regalos.«Además», pensó al ver la hora en el reloj que tenía
25junto a la cama, «todavía es mi cumpleaños. ¡Todavía queda una hora y treinta y seis minutos! ¿Qué hago pensando en dormir?».«No», pensó también. «¡Debería estar levantado, haciendo las cosas que uno suele hacer el día de su cumpleaños!».Así que se levantó. Y se probó las zapatillas. Y trotó un ratito sin moverse del sitio. Después se subió al mo-nopatín, que era genial; sus padres no habían reparado en gastos. Era justo el que quería: flexible, con las rue-das rojas metalizadas muy molonas y los ejes perfectos y todo lo demás.Obviamente, habría sido más divertido salir con él a la calle, pero incluso en su pequeño cuarto Sam lo-gró hacer 360 y frontside flips.Después sacó al cobaya Spock de la jaula e hizo algunos 360 flipsmás, aunque esta vez con el cobaya en equilibrio sobre la cabeza. Al cobaya no parecía hacerle demasiada gracia. De hecho, miró a su nuevo amo con cara de «Si esto va a ser siempre así, me escapo a Perú. Que es de donde procedemos los cobayas. Por si no lo sabías. Que me da la impresión de que no».
26(Spock tenía una cara muy expresiva para ser un co-baya. Lo cual lo hacía bastante distinto del Spock origi-nal, todo hay que decirlo).Después (Sam, no Spock), se comió parte de las nu-bes que quedaban del trozo de tarta que su madre le había llevado en un plato. Luego leyó los primeros ca-pítulos de La dentista demonio, que era muy divertido.Tras treinta páginas, Sam miró el reloj, que ahora mar-caba las 11:55 p. m. Para su sor-presa, no estaba demasiadocansado. Lo que sí esta-ba era un poco triste.Principalmente, estabatriste porque su cum-pleaños estaba a puntode acabar de forma oficial.
27Se incorporó y le dijo a Spock, que se hallaba tumbadosobre su pecho —bueno, en realidad ahora se encon-traba en su regazo porque lo había hecho resbalar al incorporarse—:—¡Oh, Spock! Ojalá todos los días fueran mi cum-pleaños.Spock levantó la vista con cara de «Y ojalá yo vivieraen una jaula hecha de perejil, pero no se puede tener todo en esta vida».Pero, justo en aquel instante, una luz iluminó el cuar-to. Sam levantó la vista y se dio cuenta de que el ori-gen de la luz estaba al otro lado de las cortinas. La luz de la luna.«¡Ajá!», pensó. «Si puedo ver la luz de la luna, es que las nubes se han ido. Y, si las nubes se han ido, ¡puedo usar mi telescopio!».Así que Sam se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Descorrió las cortinas y miró.Estaba en lo cierto. Ya no era una noche encapotada.El Edificio Noam Chomsky se alzaba sobre una eleva-ción y a los pies la carretera recorría unos cuantos kiló-metros hasta llegar al río que serpenteaba a través de la
28ciudad. A veces, cuando —como en ese momento— elcielo estaba despejado y había luna, Sam podía ver todoel trecho hasta el río (incluso sin telescopio); inclusopodía ver el reflejo de la luz de la luna sobre el aguailuminando una pequeña isla poblada de árboles quehabía entre las dos orillas.Pero Sam no tenía interés alguno en contemplar el agua. Quería observar el cielo. Quería observar el cie-lo con su telescopio y ver las estrellas y la luna. Que de pronto habían salido en tropel.Acercó el ojo al ocular del extremo inferior del teles-copio. Era difícil ver algo; de hecho, lo único que distin-guió fue lo que parecían tres o cuatro enormes patas dearaña, que al principio, con un tremendo entusiasmo,tomó por extraterrestres, hasta que cayó en la cuenta deque no eran más que sus pestañas. Poco a poco, sin em-bargo, su visión se fue adaptando…, ¡y pudo ver la luna!Toda blanca, resplandeciente y llena de marcas, como la cara del abuelo de Sam (pero solo en lo de las marcas, porque la cara del abuelo de Sam era más bien curtida y oscura, y, a pesar de su expresión afable, rara vez resplandecía).
29—¡Veo la luna, Spock! —dijo a Spock, que ahora estaba en el suelo, junto a su jaula. Spock le devolvió la mirada con cara de «Cuando veas un planeta hecho de perejil, me avisas. Mientras tanto, ábreme la puerta de mi casa, por favor».Sin embargo, cuando Sam se volvió de nuevo altelescopio ya no fue capaz de ver la luna. Era lo quetenían los telescopios: el movimiento ocular más im-perceptible significaba que podías terminar mirandomuy lejos de donde estabas mirando antes. Escrutó elcielo de arriba abajo y de derecha a izquierda, perono vio a dónde se había ido la luna, hasta que…¿Qué era aquello? ¿Una nave espacial? Era negro y alargado y tenía una serie de números verdes enormes y parpadeantes en la parte delantera…… Ah, era su reloj. Que se veía mucho más grande y parecido a una nave espacial porque lo estaba mi-rando por el telescopio. Había dado la vuelta al arte-facto, separándolo de la ventana, y ahora apuntaba a su cama.Con cierta sensación de ridículo, Sam comenzó a de-volver el telescopio a su posición inicial. Pero no antes
30de fijarse en que el reloj estaba a punto de marcar—el 59 de las 11:59 ya llevaba ahí un buen rato— la medianoche. En ese momento finalizaría de forma ofi-cial su cumpleaños. Suspiró, sacudió la cabeza y se acercó al ocular para echar una última mirada a las estrellas.Entonces la vio.
31Capítulo 5Cuando pides un deseoa una estrella
¡U
na estrella fugaz! ¡Grandísima, surcando el cielo! A través del telescopio se veía impresio-nante, como un cometa, o un cohete, o fuegos artifi-ciales. Y no desapareció en décimas de segundo como hacen las estrellas fugaces, no. Siguió su viaje por el cielo durante lo que le pareció una eternidad mientras describía un arco de un extremo a otro del horizonte.Era magnífica, preciosa. Sam no podía creer que fuerala única persona del mundo que la estuviera viendo; se-guramente la NASA, o Jodrell Bank, o Brian Cox, o al-guien de la Resistencia de Star Warstambién la estaríaobservando. Pero no dedicó demasiado tiempo a pensar
32en ello, porque —mientras tenía aún la estrella ante losojos— recordó lo que había dicho su madre.«Si ves una estrella fugaz, puedes pedirle un deseo. Deberías pedirle un deseo».Sam no era supersticioso. De hecho, cuando su ma-dre estaba arropándolo, le había preguntado en tono irónico: «¿De verdad…, ya sabes…, funciona?». Pero esto era distinto. Era una estrella tan brillante, tan ve-loz y visible en el cielo que le pareció que de verdad podía ser mágica.Así que —Sam no podía saberlo, porque estaba mi-rando por el telescopio— justo cuando daban las doce(en realidad, su reloj no dio nada ni hizo ningún sonidomás que un clic leve y casi inaudible cuando las 11:59se convirtieron en 12:00), dijo en voz alta a la estrella:—¡Deseo que todos los días sean mi cumpleaños!En ese preciso momento, la estrella pareció inflamar-se con una luz aún más fuerte —dio la impresión decentellear con un brillo extra durante un segundo— ycomenzó a descender en línea recta. Sam intentó se-guirla con el telescopio y por un instante lo consiguió, apesar de que viajaba a una velocidad de vértigo. ¡Parecía
33que la estrella estaba bajando a la Tierra con una misiónespecial! ¡Quizá, sin que Sam lo supiera, su telescopio estaba equipado con un rayo láser que había impacta-do justo en el centro!Desgraciadamente, aquellas ideas lo distrajeron y Samno fue capaz de seguir el rastro de la estrella en su descen-so. Dio la impresión —aunque era imposible— de que sehabía posado en medio del río, ya fuera en el agua o enuna de las islas. Sam vio una de ellas por el telescopio.Pero estaba oscura, cubierta de árboles y, desde luego, noiluminada por un objeto recién caído del cielo.Sam apartó el ojo del ocular. Observó la zona. Habíaque reconocer que no parecía que hubiera ocurridonadaque tuviera que ver con la magia. En su cuarto, conlos carteles de Enterprise y Galáctica,estrella de combate,tampoco. Vio en el suelo su monopatín, zapatillas, libro ycobaya nuevos. Este lo miró con cara de «¿Pidiendo de-seos a las estrellas? ¿Quién eres…, Pepito Grillo?».Sam se sintió un poquitín desilusionado. Como no era supersticioso, tampoco tenía por qué pensar que pedir un deseo a una estrella fugaz tuviera algún efec-to, pero en cierto modo creyó que al pedírselo a aquella
36estrella, tan brillante, vería algún resultado. «Está claro»,pensó, «que me equivoqué».«No importa», concluyó. Se inclinó, recogió a Spock,le hizo una pequeña caricia, abrió la jaula y lo metiódentro.—Feliz cumpleaños, Sam —se dijo a sí mismo, una última vez.Entonces se dio cuenta de que por fin le había entradosueño, así que subió la escalerilla, se tumbó en su litera,cerró los ojos y se quedó dormido al instante.
37Capítulo 6Segundo cumpleaños
¡T
oc, toc!«Debe de ser Ruby», pensó Sam. Su hermana se-guía levantándose tempranísimo, como hacen los ni-ños pequeños. Así que no hizo caso.Pero volvieron a llamar a la puerta. Y, a decir verdad,el sonido era demasiado… fuerte y a demasiada alturapara tratarse de Ruby. Parecía hecho por un adulto.Se estiró y se incorporó en la litera.—¡Sam! ¡Sammy! —exclamó la voz de su madre al otro lado de la puerta.—¡Hola, Sam! —exclamó también su padre.Era su madre. Y su padre. ¿Por qué estaban levantados