El polaco - María José Paradas - E-Book

El polaco E-Book

María José Paradas

0,0

Beschreibung

Gracias a: Daniel, por su apoyo, su inmenso cariño y por ser el único hombre que me hace reír de verdad. Mi Xiuma, por leerme y por ser mi fan número uno. Dayana Paradas, por ser la primera en leerme y siempre estar allí para mí. Mi mami, por impulsarme a creer en mí. Mis fieles lectoras. Gracias, chicas… muchas gracias. Mis hijos. Esto es para ustedes. Los amo con el alma y con todo mi corazón. Son mi más grande orgullo y espero ser la mejor mamá para ustedes.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 338

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© 2022 María José Paradas

© 2022, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7544-68-0

Coordinador editorial:

Mauricio Duque Molano

Edición:

Isabela Cantos Vallecilla

Diseño de cubierta y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez Roldán

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Para aquellos que aman la oscuridad.

Contenido

PREFACIO

VARSOVIA, POLONIA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 1

CHICAGO, ILLINOIS - Bahir Kurek

CAPÍTULO 2

RECUERDOS - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 3

OSCURIDAD - Bahir Kurek

CAPÍTULO 4

¿QUIÉN ES ELLA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 5

VENGANZA - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 6

MI PEQUEÑA POLACA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 7

DESAFIANDO - Bahir Kurek

CAPÍTULO 8

SEDUCCIÓN - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 9

JUGANDO - Bahir Kurek

CAPÍTULO 10

ENGAÑO - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 11

MOJA KSIĘŻNICZKA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 12

AQUÍ ESTÁ - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 13

ACORRALADO - Bahir Kurek

CAPÍTULO 14

AMENAZAS - Bahir Kurek

CAPÍTULO 15

LEAH - Bahir Kurek

CAPÍTULO 16

VENGANZA - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 17

LA GUERRA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 18

DÉBIL - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 19

MÍA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 20

MIS PLANES - Donato Vongiani

CAPÍTULO 21

SU PRESA - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 22

EL ATAQUE - Bahir Kurek

CAPÍTULO 23

CONFUSIÓN - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 24

LIBERTAD - Bahir Kure

CAPÍTULO 25

VINO POR MÍ - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 26

SU CUERPO - Bahir Kurek

CAPÍTULO 27

UNIÓN - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 28

LA POLACA - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 29

CONFIANZA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 30

ENFRENTANDO - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 31

RESISTE - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 32

INFIERNO - Bahir Kurek

CAPÍTULO 33

DOLOR - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 34

VINE POR ELLA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 35

RECUPERACIÓN - Bahir Kurek

CAPÍTULO 36

DESPERTAR - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 37

RECUPERACIÓN - Bahir Kurek

CAPÍTULO 38

LA DECISIÓN - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 39

DECISIÓN - Bahir Kurek

CAPÍTULO 40

DONATO - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 41

COBRANDO - Bahir Kurek

CAPÍTULO 42

ASTUCIA - Leah Kurek McCartney

CAPÍTULO 43

MI POLACA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 44

MI ITALIANA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 45

BAHIR - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 46

ELLA - Bahir Kurek

CAPÍTULO 47

LOS KUREK - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 48

NUESTRO FUTURO - Bahir Kurek

CAPÍTULO 49

GIANNA PICCOLI - Oriola Piccoli

CAPÍTULO 50

EL POLACO - Bahir Kurek

EPÍLOGO

LONDRES - Bahir Kurek

EXTRA 1

Oriola Piccoli Kurek

EXTRA 2

ONCE AÑOS DESPUÉS - Leah Kurek

AGRADECIMIENTOS

NOTAS AL PIE

PREFACIO

VARSOVIA, POLONIA

Bahir Kurek

El bosque espeso y húmedo nos cubre, varios árboles de cientos de años nos rodean. Intento mirar hacia el cielo, pero no lo logro por el gran follaje de aquellas plantas milenarias.

Todo está oscuro. La noche hace que el lugar se vea tenebroso, anticipando lo que se avecina: sangre, gritos, venganza.

—Camina, Bahir —espeta mi padre, andando por el intenso y pesado bosque—. Y mantente en silencio.

Asiento, como si pudiese verme, y lo sigo de cerca. El lodo frío me cala las botas y la camiseta se me desgarra cuando se queda prendada de una rama llena de espinas.

—Pierdolić!1

Me quejo al sentir el roce y mi padre se gira. Rompo la manga y me seco la sangre con la mano.

—Saca tu navaja, no bajes la guardia —pronuncia en inglés.

Asiento y noto que agarra su arma al tiempo que aparecen sus hombres. El aura sombría que emanan me embarga.

La venganza es algo que siempre se debe esperar. Eso es lo que dice mi padre. Hay que atacar cuando menos lo esperen, pues así dolerá más.

La imagen de lo que sucedió con mi madre no ha dejado mi mente y suelo tener pesadillas y fantasías en las que le entierro una navaja en el cuello a quien la lastimó.

Mi padre tenía razón: tardaré, pero me vengaré.

Se acerca, me da un golpe leve en la mejilla y sonríe.

Sus ojos azules y su pelo rubio con matices grises lo destacan en medio de la noche. Es fuerte, alto y, a pesar de su edad, sigue siendo atractivo. Además, tiene un semblante particular que siempre infunde miedo.

—Recuerda, entiérrala hasta el fondo. Debes tomarla con fuerza y clavarla con firmeza, preferiblemente en lugares por donde pasen las arterias. Luego… ¡la giras! —Hace el movimiento para que lo entienda—. Y la sacas… tu víctima se desangrará rápido.

Imito el movimiento cuando me regresa la navaja.

—Jarek —exclama. Entonces aparece un moreno musculoso con un chaleco antibalas para mí. Me niego y lo aparto—. Póntelo.

Si algo tiene mi padre es que no necesita gritar para imponerse y hacerse temer.

—Tú no lo llevas puesto, nadie lo lleva —reprocho en voz baja, señalando a todos los hombres.

—Ellos tienen permitido morir, al igual que yo, pero tú no —sentencia, poniéndome a la fuerza el chaleco—. Mi hijo no muere hoy, ¿está claro?

Gruño cuando lo cierra y aprieto los puños, intentando calmar lo que me recorre el cuerpo.

—Okey —susurro de mala gana.

—Jarek, no le quites la mirada de encima —le ordena al hombre de ojos oscuros—. ¿Listos?

Todos asienten en silencio para que no los descubran. Tomó tiempo tener a todo el clan reunido en un mismo lugar y con poca seguridad. El momento es ahora.

Jarek me golpea el hombro para darme un arma cargada. La reviso y guardo las municiones en los bolsillos del pantalón junto con la navaja. Lo sigo, pues así me lo ha ordenado mi padre, mientras que él se va hacia el oeste con varios de sus hombres, quienes lo escoltan.

—Respira, Bahir —susurra en polaco.

Me relajo y apunto con el arma. No puedo estar tenso, ya que eso me limitará la movilidad. Sigo a Jarek, quien, junto a mi padre, me ha entrenado. Todo lo que sé es gracias a ellos dos. Jarek es la mano derecha y ha matado a miles.

La oscuridad nos oculta, el olor a pino me abruma y el frío intenso me cala los huesos, recordándome lo que es sentir.

Escuchamos unas risas al fondo.

Llevamos años esperando con una paciencia de los mil demonios, callando la furia, reprimiendo las emociones que, en esta vida que llevamos, no deben existir.

No debemos sentir…

No debemos amar…

Jarek me hace señas y corre hasta donde se encuentra el dúo que ríe, entonces golpea a uno de los tipos y yo corro hacia el otro para inmovilizarlo. Le apunto con mi arma a la sien. La adrenalina me recorre y la ira que he estado conteniendo por años hace lo suyo. Aprieto el gatillo y el silenciador hace su trabajo.

El líquido espeso y rojizo estalla y me cubre el rostro. Me limpio con el dorso de la mano y sigo a Jarek, acabando con todo el cerco de seguridad que rodea a los malditos que atentaron contra mi madre. Me dejo llevar por aquello que me invade.

Los destellos de luz y los estruendos que resuenan me dan a entender que los disparos y el enfrentamiento ya han empezado en la casa.

Mi padre está dentro, así que corro junto a Jarek hasta ese lugar. Irrumpimos y masacramos a todos los que se nos cruzan. Un hombre da pelea, lanzándome golpes directo al rostro, pero lo esquivo varias veces hasta que pierdo mi arma. Ha caído lejos. Sigo atacándolo con lo que me queda, buscando librarme de su agarre, pero de repente siento un disparo en el estómago y caigo al suelo, jadeando de dolor.

Me arde la piel y el dolor sube hasta el pecho. El aturdimiento intenta apoderarse de mí, pero luego recuerdo que llevo el chaleco, el cual debió amortiguar la bala.

Me quejo, tocándome la zona del impacto, y busco mi navaja a pesar de que siento la presencia del hombre que me apunta a la cabeza. En medio de su descuido y de su excesiva confianza porque cree tenerme en sus manos, le clavo la hoja filosa en los tendones del tobillo, haciendo que caiga y se retuerza.

Disfruto de su dolor.

Saco la navaja, me abalanzo sobre él y esquivo los disparos que lanza. En medio del frenesí, le clavo la navaja en todos los lugares que me es posible. Es un acto sádico, pero placentero. La sangre mana a borbotones y no dejo de torturarlo con mi puñal hasta que Jarek me separa del hombre.

Se está desangrando ante mis ojos y el éxtasis me invade.

—¡Enfócate! —gruñe, trayéndome de vuelta—. Enfócate, Bahir.

Observo el cuerpo inerte que yace en el suelo y asiento, continuando con la búsqueda de un hombre en específico.

Todo es una masacre, todo está teñido de rojo…

Mi padre camina por la sala mientras unos hombres están arrodillados frente a él. Su mirada es sombría.

El caos y los disparos han cesado, nos hemos adueñado de todo.

Me estudia con la mirada y se relaja al ver que estoy bien, luego señala con su arma a los tipos que están allí.

—¿Cuál fue? —inquiere.

Camino hacia ese lugar, sintiendo la furia que se apodera de mí, y aprieto con fuerza el mango de mi navaja. Estoy muy cerca de obtener lo que tanto deseo…

Los observo uno por uno. Mi mente jamás olvidó su rostro, así que lo reconozco al instante.

Lo señalo con la navaja mientras los recuerdos me golpean y escucho los gritos de mi madre haciendo eco en la pequeña habitación… Se me vuelve a erizar la piel como ese día.

El desespero y la impotencia me hicieron sentir débil y cobarde, pues tuve que esconderme para que no me tocaran. Esa fue su orden, ella me ordenó que me ocultara, que me protegiera.

—Hazlo —espeta mi padre y uno de sus hombres lo empuja al frente, haciendo que caiga a mis pies—. Te lo dejo a él, yo ejecuto a los demás.

La repulsión que siento al tenerlo allí me da náuseas, pero la ira es más fuerte, más poderosa…

Mi padre, por su parte, se limpia la sangre que le mancha el rostro y empieza a ejecutarlos sin titubeos. Para él esto es como desayunar… algo normal.

Jarek yergue al hombre y siento que es hora de confesar en voz alta todo lo que he estado conteniendo por años.

—Tengo pesadillas desde hace años… —susurro—. Pero tu muerte me dará la paz que necesito para poder dormir.

Le muestro mi navaja.

—Mi mamá repitió una frase cinco veces… ¡Cinco! «No mires» —musito mientras le clavo el puñal en el estómago y le doy la vuelta. Luego lo saco y veo que la sangre empieza a brotarle también de la boca.

Inhalo profundo ante el éxtasis que percibo y abro los ojos, pues quiero ver cuando la vida abandone los suyos.

—«No mires» —susurro de nuevo, esta vez clavando la navaja en su tórax. No quiero que muera aún—. «No mires» —repito, hiriéndolo en la pierna—. «No mires» —digo muy cerca de su oído antes de apuñalarle la polla, pero esta vez no giro la navaja, sino que la arrastro.

Su grito es desgarrador…

La hemorragia es impresionante y quedo bañado por el líquido rojo. Sonrío al ver cómo empieza a desvanecerse su vida, cómo sus ojos reflejan el pavor que siente hacia la muerte, cómo la oscuridad comienza a formar parte de su ser…

Los hombres le bajan el pantalón para ver el resultado de la castración.

Mi papá asiente, lleno de orgullo.

—Acábalo —ordena.

Tomo con fuerza la navaja y se la clavo en el corazón.

—«No mires».

Y la oscuridad es la reina de todo.

CAPÍTULO 1

CHICAGO, ILLINOIS CINCO AÑOS ANTES

Bahir Kurek

—¿Bahir?

—¿Dónde está Amara? —pregunto, viendo el acta de divorcio que tengo frente a mí.

Me costó demasiado prepararme para esto.

—Viene en camino, el helicóptero llegará en treinta minutos. Ya entraron a la casa —dice Burek, ansioso—. Tengo que sacarte de aquí rápido.

—¿Cuánto tiempo tengo?

—Minutos… —dice.

Camino hacia el cuadro de Monet que tengo en mi oficina y lo quito con cuidado para descubrir la caja fuerte. Pongo la huella y la clave para abrirla. Frente a mí aparecen miles de dólares.

—Pásame mi abrigo —ordeno. Burek se apresura y yo meto los fajos de dinero y unas joyas en los bolsillos internos—. El cuadro… tienen que llevárselo de aquí.

—¡Alliot! —grita y el aludido entra, armado—. Llévense el cuadro, ya saben a dónde.

Asiente y lo toma con precaución.

—¿Dónde coño está Amara? —vuelvo a preguntar mientras observo la hoja que tengo enfrente.

—Aquí estoy… ¿Qué pasa? Todos están corriendo.

Entra con un hermoso traje negro de dos piezas. La blusa de seda que lleva debajo del blazer hace que se le note el pequeño vientre abultado que me roba el aliento cada vez que lo veo.

—¿Bahir? ¿Qué pasa? —pregunta en voz baja y se acerca a mí.

—El FBI viene… emitieron la orden —le digo y palidece.

—Tienes que irte… ¿Qué haces aquí? Si vienen por ti, sabes muy bien qué va a pasar… Ellos no vienen a mediar. Burek, sácalo de aquí —le ordena al hombre.

—Eso intento.

Sus ojos serán algo que siempre me volverá loco. Me inclino hacia el papel y, con la mano temblorosa por primera vez en la vida, lo firmo.

¡Mierda!

Doblo el documento y lo guardo en el abrigo.

Las luces se apagan de golpe, Amara me mira de inmediato y entonces le pongo el abrigo. Ella siente que pesa y frunce el ceño mientras yo le acaricio la mejilla y luego el vientre.

¡Joder! Ya están aquí.

La sensación de desolación me invade. Nunca pensé que volvería a sentir impotencia.

—Vámonos. —Entrelazo su mano con la mía.

—Los ascensores no funcionan… debemos irnos por las escaleras de emergencia —dice Burek, guiándonos hacia allí. Miro el cartel del número de pisos y me giro hacia Amara.

¡Maldición! Son más de diez.

A lo lejos se escucha cómo los agentes avanzan hacia donde estamos.

—Hagan silencio y suban pegados a la pared —indica Burek, manejando a todos los hombres.

No le suelto la mano de Amara y ella no opone resistencia, pero puedo sentir su agotamiento, así que nos detenemos en uno de los descansos. Me agacho frente a ella y le quito los tacones.

No quería esto.

—Te lo he dicho miles de veces, no uses tacones… —susurro, levantándome.

—Yo te retraso… vete tú —dice—. No quiero que te maten, lo juro… no quiero eso.

Puedo ver la sinceridad en su mirada y noto que sus palabras son reales. Trago grueso e intento calmar el desastre en el que me convierto por ella. Mi padre me lo dijo miles de veces: no podemos tener sentimientos.

Nada de esto debió de pasar.

Sin embargo, me enamoré de la presa a la que iba a torturar. Ella ganó, al final ella me destruyó. El plan era sencillo, quería vengarme porque ella intentó acabar conmigo públicamente, pero todo se fue a la mierda cuando sus labios rozaron los míos por primera vez…

—Sé que lo que dices es cierto, pero me cuesta soltarte —musito, uniendo mi frente con la de ella—. Llevo semanas preparándome para esto y aun así… me cuesta.

Entiendo que su corazón no me pertenece y soy consciente de que ella solo estaba conmigo por el bienestar de su familia.

—Bahir, muévete. ¡Maldición!

Aferro la mano de Amara y seguimos subiendo. El FBI nos pisa los talones, se puede escuchar el helicóptero acercándose al helipuerto y eso nos pone en evidencia. Oímos voces y órdenes desesperadas mientras suben las escaleras para alcanzarnos. Mis hombres disparan, intentando retrasarlos, pero los agentes responden y debo cubrir a Amara con mi cuerpo.

Ella siempre será la prioridad.

Entonces escucho que se queja y la veo sostenerse el vientre. Me obliga a detenerme y recarga la espalda en la pared.

—Me duele… juro que me duele —gime y pierde el equilibrio. Yo la sujeto rápido para que no se caiga al suelo.

Le toco el vientre, el cual está duro como piedra, y el peor temor se instala en mi pecho.

No quiero eso…

¡Mierda!

—Respira —susurro y ella me hace caso—. Leah… —digo, pero ella frunce el ceño ante mi intento de cambiar de tema y hacerla olvidar lo que sucede en nuestro entorno—. Siempre me gustó ese nombre, mi madre se llamaba así… Sé que no soy nadie para… pero…

El intercambio de disparos sigue en el fondo. Todo es un caos. Mi plan desde un principio siempre fue dejarla… darle lo que tanto ella desea: su libertad.

No quiero un amor a la fuerza aunque mi hija esté en su vientre.

—¡Bahir! Tenemos que irnos, ¡demonios! —gruñe Burek, halándome del brazo. Saco mi arma y le apunto—. Mátame, pero tienes que irte…

—Tienes que irte —repite Amara—. Vete, Bahir. Te lo suplico, vete… no quiero verte morir.

La miro directo a sus ojos azules.

—Me cuesta soltarte, me estoy arrancando el corazón…

El hueco que siento en el pecho se agranda y el vacío se hace profundo. Nunca me había pesado tanto hablar y jamás se me habían nublado los ojos con unas lágrimas que amenazan con salir.

Una de ellas se escapa y Amara la limpia.

—Te amo, eres lo único que he amado en mi vida —digo—. Lamento lo malo, pero es quien soy… aunque contigo descubrí que sí tengo un corazón que siente y duele… —susurro—. No dejes que te quiten el abrigo… es tuyo. ¿Me entiendes?

Asiente con lágrimas en los ojos.

—Cuídate… no dejes que te atrapen. Vete.

—Cuídala y dile que, en alguna parte del mundo, tiene a alguien que la protegerá por siempre. —Le acuno el rostro y derramo unas lágrimas que me queman.

—¡Bahir! —gritan.

—Te amo, moja miłość2. —Le doy un beso y luego Burek me aparta, llevándome a las escaleras y alejándome de ella.

Sabía que esto pasaría, pero lo que no sabía es que dolería tanto. Me han arrancado el corazón… me lo han quitado todo.

Corro detrás de Burek y me aferro al recuerdo de ella…

Cuando llegamos al helipuerto, la aeronave abre sus puertas y me subo. Un segundo después siento que se eleva y que, por fin, escapo, dejándole a ella la libertad que se merece.

CAPÍTULO 2

RECUERDOS

Oriola Piccoli

—Escóndete, Ori —susurra mi hermano mayor, abriendo la puerta oculta de la cocina.

—Ven conmigo.

Niega y me mira a los ojos.

—Pier, ven conmigo —insisto.

—Si lo hago, no dejarán de buscar. Escóndete, Oriola. No hagas ningún ruido y no salgas por nada del mundo.

—¡Pier! —grito cuando empieza a mover el refrigerador para ocultar la entrada—. ¡Pier!

Golpeo con fuerza la pared y corro por el pasillo oculto, buscando la pequeña rejilla que da hacia la sala. Veo que la puerta se rompe y unos hombre en trajes negros ingresan.

El miedo empieza a invadirme, quiero gritar…

Pier deja caer al suelo su arma y la patea hacia ellos. Luego deja las manos en alto.

—Tranquilos. Aquí estoy… —musita, arrodillándose.

—¡Busquen por si alguien más está aquí! ¡Rápido! —gruñe uno de los tipos con un acento que me llena de pavor.

El corazón me palpita con violencia y me muerdo el labio, procurando no hacer ningún ruido. Entonces veo que golpean a mi hermano y un sollozo se me escapa. Me llevo la mano a la boca para cubrírmela y siento que tengo el rostro lleno de lágrimas que caen sin piedad.

—¿Dónde están tu mamá y tu hermana?

—No lo sé —responde Pier y recibe un golpe en la cabeza que lo hace caer al suelo.

—Mi jefe quiere a todos los Piccoli. ¿Dónde está tu hermana? —grita el hombre y esta vez lo patea.

—¡Te dije que no lo sé! Y, si lo supiera, tampoco te lo diría, maldito. Kurek puede irse a la mierda con su mujer.

—¡Átenlo! —grita y los hombres siguen sus instrucciones.

Quiero salir, juro que sí… pero son más de veinte contra mí. No podré hacer nada y solo le causaré angustia a mi hermano.

—Veamos si frente al polaco eres así de valiente —espeta, levantando a Pier del suelo para llevárselo. Antes de perderlo de vista le da una mirada a la pared que me oculta.

—Pier… —susurro, sollozando.

Me dejo caer al suelo y lloro con fuerza, escondida en estas pequeñas cuatro paredes llenas de oscuridad.

Me abrazo las piernas y cierro los ojos. Estoy temblando.

¿Quiénes eran ellos?

¿Por qué se llevaron a Pier?

La oscuridad me abraza y me embarga. Me refugio en la paredes sucias que me acaloran. Siento pesados los párpados y, al final, mi cuerpo se rinde.

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando, de repente, el sonido estridente del arrastre del refrigerador me sobresalta. Se medesboca el corazón y veo que la pared se mueve… y el rostro de mi madre aparece.

—¿Ori? —me llama y me levanto del suelo para correr a sus brazos—. ¿Estás bien?

Quiere sujetarme el rostro para asegurarse de que lo esté, pero yo solo asiento, presa del llanto.

—Se llevaron a Pier… Se llevaron a Pier. —Mi madre respira fuerte y asiente, conteniendo las ganas de llorar.

—Escúchame —dice—. Tenemos que sacarte de la ciudad. Se los llevaron a todos, a tu padre, a tus primos y a tus tíos.

Puedo notar la angustia en su rostro.

—¿Quién?

—El polaco.

La seguridad que acompaña a mi mamá aparece y me aferro a ella con fuerza.

—Señora, tenemos que irnos. No podemos quedarnos aquí, van a volver.

Mi mamá termina de sacarme del escondite y recibe mi abrigo, el cual le pasa uno de los guardaespaldas. Luego me lo pone con mimo y cuidado.

—Te irás con Donato. —Frunzo el ceño al escucharla y sacudo la cabeza.

—No, no, no… Mamá, no me iré sin ti —digo, asustada.

—Lo harás porque tienes que hacerlo. Tu papá y yo te enseñamos a ser fuerte e independiente y necesito que ahora lo seas. Yo me quedaré para buscarlos.

Revisa uno de los bolsillos de mi abrigo y saca la Beretta blanca nueve milímetros que me regaló mi padre en Navidad.

—Ya lo sabes…

Asiento.

—Okey.

—Ti amo3, Ori —musita, repartiéndome besos en el rostro—. Donato, llévatela.

—¡Mamá! —grito cuando Donato me agarra con fuerza y me carga para alejarme de ella y de la casa en la cual me crie—. ¡Mamá! Mamma non voglio andare4!

Abren la puerta de la camioneta negra que espera por mí y forcejeo con Donato, quien pierde la paciencia cuando le doy un codazo y exclama, estampándome su mano en el rostro. Me caigo al suelo y la cabeza me rebota contra el asfalto.

Me duele y entonces me mareo. Siento que me cargan, que me meten en la camioneta y, a pesar de que lucho, los ojos se me cierran al final.

Jadeo entre sus enormes brazos y las tetas me rebotan con sus embestidas. Su polla dura entra y sale de mí, haciéndome gemir.

La sensación es placentera, así que cierro los ojos y me dejo llevar por la lujuria.

—Oh, sí —gruño y muevo las caderas para mejorar el ángulo—. Sigue… —le pido entre más jadeos.

Me pellizca uno de los pezones y gimo al sentir el ardor. Lo empujo y hago que salga de mí.

Él se sienta en uno de mis muebles y yo camino completamente desnuda, salvo por mis altísimos tacones, hasta donde se encuentra. Vuelvo a subirme en sus piernas y le estampo una mano en la mejilla. Él se excita al sentir el golpe porque sabe que me gusta rudo…

Me observa, lleno de rabia, y luego sonríe.

—Maldito —espeto. Luego me toma del cabello con fuerza y se entierra en mi sexo de golpe, robándome un gemido.

—¿Te gusta que sea rudo, Oriola?

—Me gusta rudo, pero no te creas la gran mierda, Donato —le respondo, moviendo las caderas.

Sus manos se pasean por mi espalda, se aferran a mi cabello, armando una cola, y luego la hala tanto que mi cabeza se va hacia atrás. Él se mueve, cogiéndome duro y sin piedad, justo como me gusta. Después me da una nalgada fuerte que seguro me marcará la piel.

La sensación que se acumula en mi centro es exquisita y le estoy empapando su falo con mis fluidos, esos mismos que delatan lo que está por venir.

—¡Córrete! —exclama.

—No.

—¡Córrete! —grita, golpeándome las nalgas.

Me muerde y me lame las tetas, buscando que llegue al orgasmo, mientras yo lo sigo cabalgando. Le clavo las uñas en sus hombros y jadeo, llena de placer.

Donato gruñe y se deja ir.

Sigo moviéndome para estallar con ímpetu cuando yo quiera, pues no voy a correrme cuando él quiera…

Cierro los ojos por un instante y dejo que el orgasmo me invada. Él me suelta el cabello, dejando caer su cabeza hacia atrás, y doy un largo respiro que me recompone al instante. Me bajo de su regazo y camino hacia el lugar donde yacen mis bragas para ponérmelas.

Fue exquisito.

Enciendo un cigarrillo y lo aspiro, girándome para ver al hombre que aún no se recupera. Dejo salir el humo con una amplia sonrisa, pues no hay nada mejor que un cigarrillo luego de un orgasmo.

—¿Qué investigaste?

—Esta aquí en Varsovia, en las afueras. Ya sabemos la ruta que usa su gente e intentaremos interceptarlo —musita y se levanta para servirse un trago de whisky.

Su cuerpo musculoso se marca con su andar y veo que tiene el cabello castaño húmedo por el sudor.

—Eso ya lo sabíamos, Donato —me quejo con la mirada fría—. Quiero su ubicación exacta…

—No es fácil. Tiene al Gobierno de su lado —espeta.

Las pequeñas cicatrices que le marcan el rostro se acentúan cuando algo le molesta.

—¿No es fácil? —inquiero con rabia—. ¿Esa es la maldita respuesta que me vas a dar? He esperado cinco condenados años para darle rienda suelta a mi venganza y me dices que no es fácil. ¡Quiero a Bahir Kurek! ¡Búscalo!

Le lanzo mi cigarrillo y camino hacia mi habitación para encerrarme en ella.

Voy a vengarlos. Lo juro…

El recuerdo de sus cuerpo tirados en un terreno vacío de la Pequeña Italia me golpea fuerte. Acabó con mi familia, con todos…

—Voy a matar al maldito polaco y voy a quitarle lo que más ama, así como él lo hizo conmigo.

Resoplo con fuerza, dejándolo salir todo y recordando por lo que pasé. Los golpes, los maltratos y el estar siempre huyendo y corriendo por mi seguridad.

Mi padre no iba a meterme en su mundo, no quería eso para mí. Era la niña de sus ojos, la princesa de su vida. Pero cuando dio la orden para que atacaran a Amara Kurek, sabía lo que se nos vendría y con ello tomó una decisión de peso. Me enseñó cómo usar un arma, cómo defenderme y aprendí lo básico de su negocio. Lo sabíamos… sabíamos que él vendría por mi familia y lo hizo. Acabó con todos…

Pasé largas noche llorando, inundada por la soledad, hasta que un día me cansé y empecé a buscar lo que me pertenecía. Sentí la necesidad de cobrar la deuda por la masacre de mi familia.

El golpeteo de la puerta me llama la atención mientras me cepillo el cabello, sentada frente al espejo.

Mi belleza es única… así como mi sensualidad.

—Oriola, tenemos la droga. —Sonrío—. Y lo vieron entrando a la ciudad.

Que empiece la diversión.

CAPÍTULO 3

OSCURIDAD

Bahir Kurek

Corro agitado por la nieve espesa y se me hunden los pies, haciendo que todo sea más difícil. Escucho la respiración pesada de Burek a mi espalda.

—Debemos descender —indica.

Es invierno y la nieve ha cubierto gran parte del bosque que nos rodea. Los árboles han perdido su particular color y ahora se ven esqueléticos. El cielo anuncia que pronto volverá a nevar, mierda.

El sendero nos guía hasta un pequeño refugio de troncos y allí tomo mi rifle, lo acomodo en la base y apunto con la mira hacia lo que he pasado todo el día buscando.

—Relaja el cuerpo, estás tenso —susurra Burek.

—Cállate —gruño y cargo el arma. Ajusto la mira para apuntarle al objetivo, el cual está quieto y distraído. Respiro profundo y quito el seguro.

Hago un poco de presión y la bala resuena con ímpetu en la inmensidad del bosque helado. Mi objetivo cae y sonrío, recogiendo el rifle. Burek corre hacia ese punto.

Lo sigo con calma y veo la sangre del ciervo que acabo de matar tiñendo la nieve de rojo.

—Fue un tiro limpio.

—Claro que lo fue, me imaginé que era el soldado. —Ríe con fuerza al escucharme—. Vamos, tienes cocinarme.

He pasado este último año oculto en el bosque. Aunque el Gobierno de Polonia, y más específicamente el de Varsovia, me ha cuidado desde que hui de Estados Unidos por los cargos impuestos por el FBI, no he podido vivir tranquilo. Tienen agentes buscándome en todos lados y ante el mínimo paso en falso que dé, sé que buscarán presentar cargos para un juicio de extradición. Tengo la certeza de que mi Gobierno desestimará todo, pero nunca se sabe.

Llegamos a la cabaña de dos pisos en donde varios hombres de mi seguridad nos esperan. Uno de ellos está en la entrada, esperando con un sobre en sus manos.

La cabaña es grande, cómoda y hogareña. Tiene todo lo que necesitamos.

Me quito los guantes y los dejo en el suelo, yendo hacia la chimenea para calentarme. Me siento y espero que el hombre me entregue el sobre.

Me lo extiende con nervios y Burek se queda en la distancia, observando.

Rompo el papel y sacó todo lo que lleva dentro. Las fotografías son lo que me llama la atención. Amara se ve bellísima embarazada y la pequeña que cuelga de su pierna, con esos inmensos ojos azules, es quien me acelera el corazón.

—Le hicieron la fiesta de princesas… —dice el hombre—. Su regalo llegó y la señora hizo preguntas, quería saber si usted estaba bien.

Trago grueso al escucharlo y la nostalgia me invade.

—¿Qué le dijiste?

—Nada, tal como usted lo ordenó, pero la señorita Leah comenzó a preguntar por usted, incluso me empujó. Tiene fuerza.

Sonrío.

—¿No dijiste nada?

—No.

—Perfecto. Vete —le digo y me levanto de la silla para dejar las fotografías en la mesa.

Burek se acerca y toma una de ellas.

—Es igualita a Amara —susurra—. Pero debo decir que tiene tus ojos.

Sonrío al escucharlo, es toda una Kurek.

—Lo sé —digo, mirando la nieve. Todo me recuerda a ella.

Estos años han sido un maldito infierno. Estoy pagando todo lo que he hecho en vida… y ha sido mucho. Aun así, mis ganas de acabar con el mundo por ellas no cesan, pues, aunque sé que el soldado está con ellas y que las cuida, yo también lo hago desde las sombras.

—Iré a ducharme —digo, dejando todo en la mesa.

Me encamino hacia las escaleras con pesar y cabizbajo, pues me afecta no tenerla conmigo, pero la voz de Burek me detiene.

—¿Estás bien?

—Lo estoy —miento y contengo todo lo que siento mientras sigo avanzando.

Entro a la habitación oscura, donde ya la madera empieza a quemarse en la chimenea, y dejo la ropa a mi paso. El vapor de la ducha inunda el lugar y me meto bajo el agua hirviendo que tanta falta me hace. Cierro los ojos e intento relajarme porque las fotografías me han dejado tenso.

Los años han pasado y ella sigue trastornándome. Me cuesta borrar el sonido de sus gemidos, las marcas que me dejaban sus manos en la piel y lo delicioso que sentía estar dentro de ella.

Se casó, es feliz… y tuvo a nuestra hija, bautizándola con un nombre que me recuerda que, a pesar de todo lo malo, un poco de mí quedó en ella…

Mi pequeña Leah.

Necesito salir de este maldito bosque. Voy a volverme loco en las noches de desespero y de insomnio. Mi cordura pende de un hilo.

Cierro la llave y me preparo. Tengo que salir de aquí.

Tomo mi arma y la resguardo en la cintura de mi pantalón. Me pongo un saco y bajo las escaleras, haciendo que todos los hombres se pongan en guardia.

—Preparen las camionetas, salimos en veinte —ordeno y todos se mueven.

La cabaña es cómoda y agradable y las paredes de madera le dan un toque hogareño y familiar, aunque las decenas de armas que se mantienen al descubierto demuestran lo contrario.

—¿Bahir? —inquiere Burek detrás de mí.

—Si vas conmigo, tienes veinte minutos para arreglarte. Por favor, que sea un traje. Quiero un bourbon y una mujer. Y si vas con ropa de leñador, no conseguiré ninguna de las dos cosas por más encantador que sea —digo y él se va a su habitación.

No pienso quedarme aquí…

—¿Quién dijo que eras encantador? —grita.

—Nadie… —susurro, sentándome en uno de los taburetes de la cocina—. Por encantador no me conocen —musito para mí.

Los agentes de la policía de Varsovia han sido notificados de mi salida, así que el jefe envió a varios de ellos para que me escoltaran y me cuidaran. Tengo a medio mundo comprado, eso es lo que puede otorgarte el ser poderoso y adinerado en este medio.

Llegamos a Spektrum Tower, uno de los edificios más modernos de Varsovia, donde se encuentra The View. La estructura metálica y llena de inmensos ventanales nos recibe con su altura imponente. Es todo un emblema de la ciudad, justo lo que necesito. Nos guían a un elevador privado y subimos al piso treinta y dos.

En cuanto las puertas metálicas se abren, el gerente y varias meseras con muy poca ropa nos reciben con copas de champagne.

—Bienvenido a The View, señor Kurek… —dice una de las mujeres de cabello muy rubio—. Si nos lo permite, lo escoltaremos hacia la zona VIP, donde tendrá una vista panorámica del lugar.

—Me parece perfecto —susurro y le rozo los dedos cuando le recibo la copa.

Mis hombres y los agentes que van de civil nos siguen muy de cerca, pues el lugar está abarrotado. Las luces rojas invaden cada área y el resplandor de la ciudad se refleja en las ventanas.

La zona VIP es toda negra, desde los muebles hasta el techo. Se ve sofisticada y clásica. Las mesas y el lugar están a reventar, pero puedo ver todo lo que sucede abajo y me gusta.

—¿Qué desea tomar? —inquiere la rubia.

—Trae la botella más costosa de bourbon que tengan. —Extraigo un fajo de billetes de mi saco y se lo extiendo.

Me relajo en el sofá y observo a Burek con una amplia sonrisa en los labios.

—No me vuelvas a decir que tengo que volver al bosque… —digo—. Más bien háblame de lo que sucede.

Se abre el saco y suelta la tensión.

—El Gobierno los tiene frenados de todas las formas posibles. Sin un juicio que apruebe la extradición, no pueden tocarte. Y, dados los años que han pasado, el caso se ha enfriado. Por otra parte, los negocios siguen andando, tu plan funcionó. Meter la droga en juguetes fue una buena idea.

—Excelente… quiero buscar algo que hunda al tal Leonardo, ese maldito debe tener algo sucio —musito—. Necesito acabarlo.

Sonríe y asiente.

—Quiero dañarle la vida perfecta que tiene. Recuerda, Burek, que mis enemigos creen que olvido, pero no es así… El cabrón me alejó de todo y debe pagar por eso.

La botella llega y nos sirven los tragos. Cuando estoy por darle un sorbo al mío, observo que unas botellas de celebración pasan frente a mí y que unas velas mágicas lanzan destellos y alborotan a la multitud. Pronto llegan hasta una zona en donde una mujer con un vestido lleno de brillantes aguarda con elegancia.

Entrecierro los ojos al ver que se levanta, acomodando sus kilométricas piernas. El cabello castaño le cae con leves ondas por la espalda y el vestido que lleva es muy sexy. Demasiado sexy. Le cubre los lugares exactos y deja parte de su piel al descubierto. Está rodeada por las anfitrionas y su tez bronceada resalta.

Me levanto para verla mejor.

Sonríe con picardía y mueve sus caderas al ritmo de la música. Se siente desde lejos que su aura es abrumadora y me recuerda a alguien que no logro ubicar.

Me concentro en ella por un par de minutos y todo fluye con total normalidad mientras yo me encierro en una burbuja, perdiéndome en la mujer que se contonea a cierta distancia. Su belleza es exótica y tiene rasgos delicados y perfectos.

—¿Quién es ella? —le pregunto a uno de los agentes, que se gira para verla.

—No lo sé, señor. Nunca la había visto —dice—. Debe ser una extranjera.

—¡Burek! —exclamo.

Este se acerca y recarga los brazos en la baranda.

—Ya tienes el bourbon, así que ahora imagino que la quieres a ella… —comenta, señalándola.

—Sí.

—¿Quieres que la busque? —Sonrío de lado.

—Puedo hacerlo yo… no necesito que me busques mujeres. Lo que quiero es saber quién es.

Las tetas, la pequeña cintura y las caderas prominentes me tienen sediento. Se me tensa el cuerpo en los lugares perfectos. La seguridad que la rodea me llama la atención. No es cualquier persona, lo noto aún con los metros que nos separan. Debe ser alguna niña rica.

Entonces mira hacia donde estoy yo y en ese instante se me hiela el cuerpo. La sonrisa que me dedica me eriza la piel.

—¿Quién eres? —susurro para mí, lleno de curiosidad.

Las luces se apagan de golpe con la música, los gritos de las personas me aturden y, en menos de un abrir y cerrar de ojos, todo es un completo caos. La seguridad se acerca para rodearme.

—Vámonos… —ordeno—. Ni un maldito trago me puedo tomar tranquilo, hijos de puta…

Me guían hasta una de las salidas de emergencia, marcada por intensas luces parpadeantes, y no me preocupa lo que sucede, pues ya estoy acostumbrado a esto. Bajamos las escaleras y todos están atentos. Entonces la música vuelve a sonar en la distancia, puedo escucharla por los pasillos. Quizás fue un idiota que activó la alarma de incendios. Estoy tentado a volver y me giro. Todos imitan mi reacción, pero en ese instante nos encontramos con unos hombres que nos apuntan. Mi reacción es sacar mi arma. De repente se hacen a un lado para darle paso al sonido de unos tacones… y aparece ella.

—No tan rápido, señor Kurek… ¿No quiere verme de cerca? —pregunta con una amplia sonrisa y un arma en las manos—. Imagino que le da curiosidad saber quién soy… ¿No?

Frunzo el ceño al escucharla.

CAPÍTULO 4

¿QUIÉN ES ELLA?

Bahir Kurek

Sus hombres les apuntan a los míos y ella da un par de pasos para acercarse a mí.

Su belleza es impresionante.

—Bahir… —susurra Burek como advertencia.

Su tez bronceada, sus ojos oscuros y su cabello castaño me llaman mucho la atención, pero mi mirada se va hacia su cuerpo, que tiene forma de reloj de arena.

Es muy sexy.

—Buenas noches… señorita…

—Oriola. Ese es mi nombre —susurra con acento italiano—. Es un placer conocerlo finalmente, ha estado mucho tiempo escondido, ¿no?

Entrecierro los ojos. Sabe quién soy… específicamente quién soy.

—¿No lo agobia estar alejado de todo? Debe ser aburrido, sin mencionar que debe extrañar estar dentro de una mujer… una de verdad.

—¿Acaso quieres ser tú esa mujer…? —inquiero.

Ríe.

—Nunca le abriría las piernas a un hombre como usted. Mis gustos son exquisitos —susurra.

Maldita.

Me meto las manos en los bolsillos y chasqueo la lengua cuando la escucho.

—Nunca digas nunca… —declaro con soberbia.

—Dile eso al FBI —susurra—. O a la Interpol.

—¿Quién eres? —inquiero.

—Oriola… Ya le dije mi nombre, pero no mi apellido, ¿verdad? Soy Oriola Piccoli.

Me tenso ante sus palabras y Burek inmediatamente se pone a mi lado. Le doy una orden para que baje el arma y en el rostro de ella aparece una inmensa sonrisa.

—Señorita Piccoli, mucho gusto —musito. La mujer carga su arma y da otro paso hacia mí, sosteniéndome la mirada y arriesgándose a que mi gente le dispare.

Es una mujer valiente, pero dudo que sepa de lo que soy capaz.