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El Políticode Platón es un diálogo que examina la naturaleza del liderazgo y el arte de gobernar, proponiendo una reflexión sobre qué hace a un verdadero político y cómo debería regirse una sociedad. A través de una conversación entre Sócrates y el joven extranjero de Elea, Platón explora la diferencia entre el verdadero político, que gobierna con sabiduría y justicia, y los falsos líderes, que sólo buscan el poder por interés personal. Este diálogo profundiza en la idea de que la política no es simplemente una habilidad técnica, sino un arte que requiere conocimiento profundo de la justicia, el bien común y el manejo adecuado del poder. El texto destaca la importancia de la mesura y la proporción en la toma de decisiones políticas, sugiriendo que un verdadero político debe saber tejer las virtudes del alma de los ciudadanos para crear una sociedad justa y equilibrada. Platón también critica los sistemas de gobierno que degeneran en tiranía o democracia sin control, proponiendo que sólo aquellos con verdadero conocimiento deberían tener la autoridad de gobernar. Desde su creación, El Político ha sido reconocido como una obra fundamental en el pensamiento político occidental. Su análisis de la naturaleza del poder, el liderazgo y la justicia sigue siendo objeto de estudio y discusión en las teorías políticas modernas.
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Seitenzahl: 133
Platón
EL POLÍTICO
Título original:
“Πολιτικός”
PRESENTACIÓN
EL POLÍTICO
Platón
427 a.C. - 347 a.C.
Platón fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, reconocido como una de las figuras más influyentes en la filosofía occidental. Nacido en Atenas, en una familia aristocrática, Platón desarrolló un cuerpo de pensamiento que abarcaba temas como la política, la ética, la epistemología y la metafísica. Su legado está plasmado en una vasta obra escrita en forma de diálogos, que han perdurado como base fundamental del pensamiento filosófico hasta la actualidad.
Vida temprana y educación
Platón nació en una época marcada por las guerras y los cambios políticos en Grecia, lo que influyó profundamente en su obra. Desde joven, se inclinó hacia la filosofía, asistiendo a las enseñanzas de Sócrates, cuyo método dialéctico y búsqueda de la verdad a través del diálogo marcarían profundamente su pensamiento. Tras la muerte de Sócrates, Platón viajó por diversas ciudades, incluyendo Egipto e Italia, antes de regresar a Atenas, donde fundó la Academia, una de las primeras instituciones educativas del mundo.
Obra y contribuciones
La obra de Platón, recogida principalmente en forma de diálogos, explora ideas clave como la naturaleza del conocimiento, la justicia y la realidad. Una de sus contribuciones más importantes es la teoría de las Ideas o Formas, según la cual el mundo sensible es una copia imperfecta de una realidad superior y eterna. Entre sus diálogos más conocidos se encuentran La República, donde presenta su visión de una sociedad justa gobernada por filósofos-reyes, y El Banquete, donde discute la naturaleza del amor.
En La República, Platón argumenta que la justicia en una sociedad solo puede alcanzarse cuando cada clase realiza la función que le corresponde, y sostiene que los filósofos, por su capacidad de acceder al conocimiento verdadero, deben ser los gobernantes. En El Banquete, explora el concepto del amor platónico, describiéndolo como un impulso hacia la belleza y la verdad.
Impacto y legado
La influencia de Platón en la historia del pensamiento es incalculable. Su enfoque en la razón y el diálogo como herramientas para alcanzar la verdad ha influido profundamente en la filosofía occidental, y su teoría de las Ideas ha sido debatida y reinterpretada por filósofos a lo largo de los siglos. Aristóteles, su discípulo más famoso, desarrolló muchas de sus propias teorías en respuesta a las enseñanzas de Platón.
Platón también tuvo un impacto duradero en el ámbito de la política y la educación, particularmente a través de su visión idealista de una sociedad gobernada por la sabiduría y la razón. Su Academia continuó funcionando durante siglos, y su influencia se extendió a la filosofía cristiana y al pensamiento moderno.
Muerte y legado
Platón falleció alrededor del 347 a.C., pero su obra y sus ideas han sobrevivido a lo largo de los siglos. Su legado filosófico, plasmado en sus diálogos, sigue siendo estudiado en la actualidad, y su influencia abarca no solo la filosofía, sino también la política, la ética y la pedagogía. Platón dejó una marca indeleble en la historia del pensamiento, estableciendo las bases de muchas de las preguntas filosóficas que siguen siendo relevantes en la actualidad.
Sobre la obra
El Político de Platón es un diálogo que examina la naturaleza del liderazgo y el arte de gobernar, proponiendo una reflexión sobre qué hace a un verdadero político y cómo debería regirse una sociedad. A través de una conversación entre Sócrates y el joven extranjero de Elea, Platón explora la diferencia entre el verdadero político, que gobierna con sabiduría y justicia, y los falsos líderes, que sólo buscan el poder por interés personal. Este diálogo profundiza en la idea de que la política no es simplemente una habilidad técnica, sino un arte que requiere conocimiento profundo de la justicia, el bien común y el manejo adecuado del poder.
El texto destaca la importancia de la mesura y la proporción en la toma de decisiones políticas, sugiriendo que un verdadero político debe saber tejer las virtudes del alma de los ciudadanos para crear una sociedad justa y equilibrada. Platón también critica los sistemas de gobierno que degeneran en tiranía o democracia sin control, proponiendo que sólo aquellos con verdadero conocimiento deberían tener la autoridad de gobernar.
Desde su creación, El Político ha sido reconocido como una obra fundamental en el pensamiento político occidental. Su análisis de la naturaleza del poder, el liderazgo y la justicia sigue siendo objeto de estudio y discusión en las teorías políticas modernas.
SÓCRATES — TEODORO — EL EXTRANJERO — SÓCRATES EL JOVEN.
SÓCRATES. — En verdad, te estoy sumamente reconocido, Teodoro, por haberme puesto en relación con Teeteto, así como con el extranjero.
TEODORO: — ¿Y quién sabe, Sócrates, si me deberás tres veces más reconocimiento, cuando te hayan explicado la política y la filosofía?
SÓCRATES. — Perfectamente, mi querido Teodoro; pero ¿es ese el lenguaje que corresponde a un hombre, que sobresale en el cálculo y en la geometría?
TEODORO. — ¿Qué quieres decir con eso, Sócrates?
SÓCRATES. — ¿Qué? Que pones en igual lugar a dos hombres, que difieren por su mérito mucho más allá de las proporciones conocidas en nuestro arte.
TEODORO. — Muy bien, Sócrates, ¡por nuestro Dios, por Ammón! Con razón y con justicia me echas en cara una falta de cálculo; pero tranquilízate, porque día vendrá en que tome yo mi desquite. Con respecto a ti, ¡oh, extranjero!, no te esfuerces en nuestro obsequio, y ya prefieras hablar de política o de filosofía, escoge inmediatamente y prosigue tu discurso.
EXTRANJERO. — Eso es, en efecto, Teodoro, lo que conviene hacer. Puesto que hemos puesto manos a la obra, no debemos detenernos hasta no haber llegado al término de nuestras indagaciones. Pero en cuanto a Teeteto que está presente, ¿cómo me conduciré con él?
TEODORO. — ¿Qué quieres decir con eso?
EXTRANJERO. — ¿Le dejaremos descansar, y pondremos en su lugar a este apreciable Sócrates, su compañero de ejercicios? ¿O eres tú de otra opinión?
TEODORO. — Hagamos lo que dices, y pongámosle en su lugar. Como son jóvenes, pueden soportar fácilmente toda especie de trabajo, con tal que de tiempo en tiempo se les deje descansar.
SÓCRATES. — Por otra parte, ¡oh, extranjero!, parece que hay entre ellos y yo una especie de parentesco. Respecto del uno, ya me decís que se parece a mí por los rasgos del semblante; en cuanto al otro, la identidad de nombre crea entre nosotros como un vínculo de familia. Si somos parientes, ellos y yo debemos desear estrechar nuestras relaciones, conversando juntos. Con respecto a Teeteto, he tenido ayer con él una larga conversación, y vengo, después de escucharle, a responderte; pero Sócrates no nos ha dicho aún nada ni al uno, ni al otro. Sin embargo, es preciso que le examinemos también. Otra vez será a mí; hoy que sea a ti a quien responda.
EXTRANJERO. — Así es. Y bien, Sócrates, ¿te haces cargo de lo que dice Sócrates?
SÓCRATES EL JOVEN. — Sí.
EXTRANJERO. — ¿Estás conforme con lo que ha dicho?
SÓCRATES EL JOVEN. — Perfectamente.
EXTRANJERO. — Por tu parte no parece que haya obstáculo, y convendría menos aún que le hubiera por la mía. Después del sofista, a mi juicio, debe tratarse del hombre político. Dime, pues; ¿le, incluiremos también en el número de los sabios o no?
SÓCRATES EL JOVEN. — Le incluiremos.
EXTRANJERO. — Necesitamos dividir las ciencias, como lo hicimos cuando examinamos el primer punto.
SÓCRATES EL JOVEN. — Quizá.
EXTRANJERO. — Pero, Sócrates, no es preciso el mismo sistema de división.
SÓCRATES EL JOVEN. — No, ciertamente.
EXTRANJERO. — Debe seguirse otro.
SÓCRATES EL JOVEN. — Así me parece.
EXTRANJERO. — ¿Cómo encontraremos el camino que conduce a la ciencia política? Necesitamos, en efecto, encontrarlo; y después de separarlo de los otros, es preciso caracterizarlo mediante una sola y única idea, y luego, marcando los otros senderos que se alejan de ésta por seguir otra idea, también única, inclinar nuestro espíritu a que conciba todas las ciencias como formando dos especies.
SÓCRATES El JOVEN. — Eso, extranjero, te toca a ti y no a mí.
EXTRANJERO. — También será preciso que te toque a ti cuando lo veamos claro.
SÓCRATES EL JOVEN. — Bien dicho.
EXTRANJERO. — Y bien, ¿la aritmética y algunas otras ciencias del mismo género no son independientes de la acción, y no se refieren únicamente al conocimiento?
SÓCRATES EL JOVEN. — En efecto.
EXTRANJERO. — La arquitectura, por el contrario, y todas las artes manuales implican una ciencia, que tiene, por decirlo así, su origen en la acción; y producen cosas, que sólo mediante ellas existen y que antes no existían.
SÓCRATES EL JOVEN. — Sin duda.
EXTRANJERO. — Conforme a esto, es preciso dividir todas las ciencias en dos categorías, y denominar las unas prácticas, las otras exclusivamente especulativas.
SÓCRATES EL JOVEN. — Sea así; distingamos en la ciencia en general estas dos especies.
EXTRANJERO. — Pues bien; el hombre político, el rey, el dueño de esclavos y aun el jefe de familia; ¿los abrazaremos todos a la vez en una unidad, o contaremos tantas artes diferentes como nombres hemos citado? Pero mejor es que me sigas por este otro lado.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿Por dónde?
EXTRANJERO. — Por aquí. Si encontrásemos, un hombre en estado de dar consejos a un médico que estuviera ejerciendo públicamente su arte, aunque aquel fuera un simple particular, ¿no sería preciso dar a este hombre el mismo nombre que al que él aconseja y tomarlo del mismo arte?
SÓCRATES EL JOVEN. — Sí.
EXTRANJERO. — Pero el que es capaz de dirigir al rey de un país cualquiera, aun cuando sea un simple particular, ¿no diremos que tiene la ciencia, que debería poseer el que ejerce el mando?
SÓCRATES EL JOVEN. — Sí, lo diremos.
EXTRANJERO. — La ciencia de un verdadero rey ¿no es una ciencia real?
SÓCRATES ÉL JOVEN. — Sí.
EXTRANJERO. — El que la posee, por consiguiente, jefe o particular, deberá por completo a esta ciencia el ser llamado con razón persona real.
SÓCRATES EL JOVEN. — Es exacto.
EXTRANJERO. — Y el jefe de familia y el dueño de esclavos igualmente.
SÓCRATES EL JOVEN. — Sin duda.
EXTRANJERO. — ¿Pero el estado de una gran casa y el de una pequeña ciudad son diferentes respecto al gobierno?
SÓCRATES EL JOVEN. — Nada de eso.
EXTRANJERO. — Por consiguiente, con relación al objeto de nuestro examen, es evidente que una sola ciencia abraza todas estas cosas; y nos importa poco que se la llame real, política o económica.
SÓCRATES EL JOVEN. — En efecto.
EXTRANJERO. — También es evidente, que a un rey le sirven poco las manos y el cuerpo para retener el mando, al contrario de lo que sucede con la inteligencia y la fuerza de alma.
SÓCRATES EL JOVEN. — Es claro.
EXTRANJERO. — ¿Quieres que digamos, que el rey o la ciencia real se aproximan más a la ciencia especulativa, que a las artes manuables y a la práctica en general?
SÓCRATES EL JOVEN. — Sin dificultad.
EXTRANJERO. — Entonces ¿reuniremos todo esto, la ciencia política y la política, la ciencia real y el rey, en una sola y misma cusa?
SÓCRATES EL JOVEN. — Seguramente.
EXTRANJERO. — ¿No procederemos con orden si dividimos ahora la ciencia especulativa?
SÓCRATES EL JOVEN. — Sin duda.
EXTRANJERO. — Fija tu atención y mira si podemos descubrir alguna distinción natural.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿Qué distinción?
EXTRANJERO. — Esta. ¿Hay una ciencia del cálculo?
SÓCRATES EL JOVEN. — Sí.
EXTRANJERO. — Y a mi juicio, es una de las ciencias especulativas.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿Cómo negarlo?
EXTRANJERO. — Teniendo por objeto el cálculo conocer la diferencia respecto de los números, ¿le atribuiremos otra función que la de juzgar sobre lo que conoce?
SÓCRATES EL JOVEN. — No, ciertamente.
EXTRANJERO. — Pero un arquitecto no trabaja él mismo, sino que manda a los operarios.
SÓCRATES EL JOVEN. — Sí.
EXTRANJERO. — Lo que presta es su ciencia, no sus brazos. SÓCRATES EL JOVEN. — Sin duda.
EXTRANJERO. — Por consiguiente, es exacto decir que la ciencia del arquitecto es una ciencia especulativa.
SÓCRATES EL JOVEN. — Seguramente.
EXTRANJERO. — Pero cuando ha formado su juicio, no creo que por esto debe considerarse como concluida su tarea, ni puede retirarse, como sucede con el calculador; sino que es preciso que ordene aún a cada uno de los operarios lo que conviene hacer hasta que hayan ejecutado sus órdenes.
SÓCRATES EL JOVEN. — Es verdad.
EXTRANJERO. — ¿No resulta de aquí, por lo tanto, que si todas las ciencias en este concepto son especulativas, lo mismo que las que dependen del cálculo, hay, sin embargo, dos especies de ciencias, que difieren en cuanto las unas juzgan y las otras ordenan o mandan?
SÓCRATES EL JOVEN. — Así parece.
EXTRANJERO. — Si dividimos por lo mismo la ciencia especulativa en general en dos partes, llamando a la una ciencia de mandato y a la otra ciencia de juicio, nos podremos lisonjear de haber hecho la división perfectamente.
SÓCRATES EL JOVEN. — A mi parecer, sí.
EXTRANJERO. — Bien; a los que hacen alguna cosa en común, como cuando discuten, hasta que haya acuerdo entre ellos.
SÓCRATES EL JOVEN. — Ciertamente.
EXTRANJERO. — Así, pues, en tanto que nosotros estemos de acuerdo, ningún cuidado deben darnos las opiniones de los demás.
SÓCRATES EL JOVEN. — Exacto.
EXTRANJERO. — Veamos ahora en cuál de estas dos clases incluiremos al rey. ¿Será en la del juicio, como si fuera un simple teórico? ¿O le colocaremos más bien en la del mandato puesto que ejerce imperio?
SÓCRATES EL JOVEN. — En esta última, sin duda.
EXTRANJERO. — Examinemos ahora, si la ciencia que manda, admite alguna división. A mi juicio admite una y es la siguiente. La misma diferencia, que hay entre el oficio del revendedor y el del fabricante, hay entre la especie de los reyes y la especie de los heraldos.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿Cómo?
EXTRANJERO. — Los revendedores, después de haberse proporcionado los productos de los que se los han vendido, los venden a su vez.
SÓCRATES EL JOVEN. — Sí, ciertamente.
EXTRANJERO. — Del mismo modo los heraldos, tomando las órdenes de un superior y recibiendo el pensamiento de otro, dan en seguida órdenes a los demás a su vez.
SÓCRATES EL JOVEN. — Perfectamente exacto.
EXTRANJERO. — ¡Pero qué! ¿Confundiremos la ciencia real con la del intérprete, la del ordenador, la del adivino, la del heraldo y con otras muchas de la misma clase, que se refieren al mando? ¿O antes bien quieres que demos un nombre nuevo al rey y a todos los que se le parecen, puesto que los que mandan por sí mismos no tienen aún nombre; que mediante una nueva división, pongamos la especie real en la categoría del mando directo; y que, sin cuidarnos de lo demás, dejemos al primero que llegue el cuidado de darle nombre? Porque el objeto de nuestras indagaciones es el que gobierna y no su contrario.
SÓCRATES EL JOVEN. — Sin duda alguna.
EXTRANJERO. — Ahora que hemos distinguido claramente esta clase de las demás, y que, separando de ella lo que le es extraño, hemos fijado su propia esencia, ¿será necesario volverla a dividir, por si es en sí misma aún un todo complejo?
SÓCRATES EL JOVEN. — Seguramente.
EXTRANJERO. — Ahora bien, me parece que así sucede. Sígueme, pues, y dividámosla juntos.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿Cómo?
EXTRANJERO. — Representémonos todos los jefes posibles en el ejercicio del mando. ¿No es cierto que si ellos mandan, es para crear alguna cosa?
SÓCRATES EL JOVEN. — Es imposible negarlo.
EXTRANJERO. — Se puede sin dificultad dividir en dos especies las cosas que se crean.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿Cómo?
EXTRANJERO. — Las unas son necesariamente inanimadas y las otras animadas.
SÓCRATES. — En efecto.
EXTRANJERO. — Pues bien, si queremos dividir la parte de la ciencia especulativa, que tiene por objeto el mando, lo haremos de esta manera.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿De qué manera?
EXTRANJERO. — Refiriendo una de sus especies a la producción de los seres inanimados, y otra a la de los seres animados; y de este modo el todo aparecerá dividido en dos.
SÓCRATES EL JOVEN. — Perfectamente.
EXTRANJERO. — Dejemos una de estas especies y tomemos la otra; y después de esto, dividamos en dos partes este nuevo todo.
SÓCRATES EL JOVEN. — ¿Cuál quieres que tomemos?
EXTRANJERO. — Seguramente la que manda a los seres animados. La ciencia real no ejerce su imperio sobre la simple materia, como la arquitectura; más grande y más noble, tiene por objeto los seres animados, y en esta esfera es donde ejerce su poder.
SÓCRATES EL JOVEN. — Bien.
EXTRANJERO. — Pero en la formación y educación de los seres animados, debe distinguirse la educación individual de la educación común de los que viven en rebaño.
SÓCRATES EL JOVEN. — Bien.
EXTRANJERO. — Pero no parece que el político se dedique a la educación de un individuo, como el que educa un solo buey o un solo caballo; sino que se parece más bien al que dirige una vacada o una yeguada.