El pozo y el péndulo - Edgar Allan Poe - E-Book

El pozo y el péndulo E-Book

Edgar Allan Poe

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Beschreibung

El cuento "El pozo y el péndulo" de Edgar Allan Poe es una obra magistral que encapsula la angustia existencial y el miedo a la muerte, temas recurrentes en la literatura del siglo XIX. Ambientado en la Inquisición española, el protagonista experimenta una serie de torturas psicológicas y físicas que desnudan el abismo de su desesperación. Poe utiliza un estilo narrativo vívido e intensamente descriptivo, creando una atmósfera de claustrofobia que refleja su propia lucha con la locura y el sufrimiento. Este cuento se sitúa dentro del género gótico, caracterizado por la exploración de la oscuridad del ser humano y el uso de imágenes impactantes que estimulan la imaginación del lector. Edgar Allan Poe, considerado uno de los precursores del cuento moderno y del género de horror, vivió una vida marcada por la tragedia y el sufrimiento personal. Su experiencia con la muerte de seres queridos y sus propias batallas con la adicción y el desasosiego influyeron profundamente en su obra. "El pozo y el péndulo" refleja su interés por el psicoanálisis y las tensiones entre la razón y el caos, características que definen su legado literario. Recomiendo encarecidamente "El pozo y el péndulo" a los lectores interesados en la exploración de la psique humana y los temores que nos acechan. Esta obra no solo es un clásico del terror, sino que también invita a una reflexión profunda sobre el sufrimiento y la resistencia ante la incertidumbre. Desde sus descripciones escalofriantes hasta su fascinante construcción narrativa, este cuento es indispensable para aquellos que buscan comprender más acerca del alma humana y su relación con el miedo.

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Edgar Allan Poe

El pozo y el péndulo

 
EAN 8596547735694
DigiCat, 2023 Contact: [email protected]

Índice

Cover
El pozo y el péndulo
Text

Impia tortorum longas hic turba furores sanguinis innocui,non satiata, aluit, sospite nunc patria,fracto nunc funeris antro,mors ubi dira fuit vita salusque patent. (Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debió erigirse en el solar del Club de los Jacobinos, en París.)

Estaba agotado, agotado hasta no poder más, por aquella larga agonía. Cuando, por último, me desataron y pude sentarme, noté que perdía el conocimiento. La sentencia, la espantosa sentencia de muerte, fue la última frase claramente acentuada que llegó a mis oídos. Luego, el sonido de las voces de los inquisidores me pareció que se apagaba en el indefinido zumbido de un sueño. El ruido aquel provocaba en mi espíritu una idea de rotación, quizá a causa de que lo asociaba en mis pensamientos con una rueda de molino. Pero aquello duró poco tiempo, porque, de pronto, no oí nada más. No obstante, durante algún rato pude ver, pero ¡con qué terrible exageración! Veía los labios de los jueces vestidos de negro: eran blancos, más blancos que la hoja de papel sobre la que estoy escribiendo estas palabras; y delgados hasta lo grotesco, adelgazados por la intensidad de su dura expresión, de su resolución inexorable, del riguroso desprecio al dolor humano. Veía que los decretos de lo que para mí representaba el Destino salían aún de aquellos labios. Los vi retorcerse en una frase mortal, les vi pronunciar las sílabas de mi nombre, y me estremecí al ver que el sonido no seguía al movimiento.

Durante varios momentos de espanto frenético vi también la blanda y casi imperceptible ondulación de las negras colgaduras que cubrían las paredes de la sala, y mi vista cayó entonces sobre los siete grandes hachones que se habían colocado sobre la mesa. Tomaron para mí, al principio, el aspecto de la caridad, y los imaginé ángeles blancos y esbeltos que debían salvarme. Pero entonces, y de pronto, una náusea mortal invadió mi alma, y sentí que cada fibra de mi ser se estremecía como si hubiera estado en contacto con el hilo de una batería galvánica. Y las formas angélicas convertíanse en insignificantes espectros con cabeza de llama, y claramente comprendí que no debía esperar de ellos auxilio alguno. Entonces, como una magnífica nota musical, se insinuó en mi imaginación la idea del inefable reposo que nos espera en la tumba. Llegó suave, furtivamente; creo que necesité un gran rato para apreciarla por completo. Pero en el preciso instante en que mi espíritu comenzaba a sentir claramente esa idea, y a acariciarla, las figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia; los grandes hachones se redujeron a la nada; sus llamas se apagaron por completo, y sobrevino la negrura de las tinieblas; todas las sensaciones parecieron desaparecer como en una zambullida loca y precipitada del alma en el Hades. Y el Universo fue sólo noche, silencio, inmovilidad.

Estaba desvanecido. Pero, no obstante, no puedo decir que hubiese perdido la conciencia del todo. La que me quedaba, no intentaré definirla, ni describirla siquiera.

Pero, en fin, todo no estaba perdido. En medio del más profundo sueño… , ¡no! En medio del delirio… , ¡no! En medio del desvanecimiento… , ¡no! En medio de la muerte… , ¡no! Si fuera de otro modo, no habría salvación para el hombre. Cuando nos despertamos del más profundo sueño, rompemos la telaraña de algún sueño. Y, no obstante, un segundo más tarde es tan delicado este tejido, que no recordamos haber soñado.

Dos grados hay, al volver del desmayo a la vida: el sentimiento de la existencia moral o espiritual y el de la existencia física. Parece probable que si, al llegar al segundo grado, hubiéramos de evocar las impresiones del primero, volveríamos a encontrar todos los recuerdos elocuentes del abismo trasmundano. ¿Y cuál es ese abismo? ¿Cómo, al menos, podremos distinguir sus sombras de las de la tumba? Pero si las impresiones de lo que he llamado primer grado no acuden de nuevo al llamamiento de la voluntad, no obstante, después de un largo intervalo, ¿no aparecen sin ser solicitadas, mientras, maravillados. nos preguntamos de dónde proceden? Quien no se haya desmayado nunca no descubrirá extraños palacios y casas singularmente familiares entre las ardientes llamas; no será el que contemple, flotantes en el aire, las visiones melancólicas que el vulgo no puede vislumbrar, no será el que medite sobre el perfume de alguna flor desconocida, ni el que se perderá en el misterio de alguna melodía que nunca hubiese llamado su atención hasta entonces.

En medio de mis repetidos e insensatos esfuerzos, en medio de mi enérgica tenacidad en recoger algún vestigio de ese estado de vacío aparente en el que mi alma había caído, hubo instantes en que soñé triunfar. Tuve momentos breves, brevísimos en que he llegado a condensar recuerdos que en épocas posteriores mi razón lúcida me ha afirmado no poder referirse sino a ese estado en que parece aniquilada la conciencia. Muy confusamente me presentan esas sombras de recuerdos grandes figuras que me levantaban, transportándome silenciosamente hacia abajo, aún más hacia abajo, cada vez más abajo, hasta que me invadió un vértigo espantoso a la simple idea del infinito en descenso.