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Nada más verla, el millonario Darian Wildman supo que Lara Black era la elegida; tanto para ser la nueva imagen de su campaña publicitaria... como para convertirla en su amante. La atracción que había entre ellos era cada vez más fuerte y ninguno de los dos era capaz de mantenerse alejado del otro. Y el deseo se apoderó de ellos... pero entonces Darian descubrió algo que iba a cambiar su vida por completo... y también la de Lara.
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Seitenzahl: 152
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Sharon Kendrick
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El príncipe del desierto, n.º 1497 - octubre 2018
Título original: The Desert Prince’s Mistress
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-019-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Lo que tenía en las manos era pura dinamita.
No era dinamita de verdad. pero era igual de explosivo, así que a Lara le temblaban las manos mientras leía la carta.
Sobre su cabeza, lucían los maravillosos candelabros de la embajada de Maraban. Lara sabía que aquella carta contenía una información que podía cambiar la vida de muchas personas.
Si era verdad.
Tragó saliva mientras se preguntaba si debería haberla abierto. Lo cierto era que dentro de las responsabilidades de su trabajo de secretaria se incluía el abrir el correo.
Aquel trabajo le había parecido hasta hacía diez minutos perfecto, sobre todo porque hacía ya tiempo que no trabajaba como actriz ni como modelo, que era a lo que se dedicaba en realidad.
La carta estaba fechada hacía dos años, pero el matasellos era reciente.
¿Sería una broma? Podría serlo.
Lara volvió a leerla lentamente.
Estimados señores:
Les informó de que mi hijo, Darian Wildman, es hijo del fallecido jeque Makim, monarca de Maraban. El jeque no tenía conocimiento de la existencia de este hijo y Darian no sabe quién es su verdadero padre. Para cuando ustedes lean esta carta yo ya habré muerto, pero no me podía ir a la tumba con este secreto tan grande.
A continuación les detallo la dirección de mi hijo. Les doy esta información con la esperanza de que ustedes hagan con ella lo que estimen oportuno.
Atentamente
Joanna Wildman
Efectivamente, bajo la firma de la autora de la carta, figuraba la dirección de su hijo. Era la dirección de una oficina en Londres.
Lara metió la carta en su sobre.
Menuda historia tan dramática. Claro que Lara sabía que la vida en Maraban estaba llena de dramas e intrigas. Su mejor amiga, Rose, se había casado con el príncipe Khalim y le había contado lo diferente que era la vida allí.
Si hubiera sido otra persona la que hubiera abierto la carta, ¿qué habría hecho? ¿La habría destruido?
Lo cierto era que la existencia de un hermano desconocido podía suponer una amenaza para Khalim y para su país. Si fuera mayor que él, podría querer reclamar el trono.
Lara se puso en pie lentamente y se miró en el enorme espejo que colgaba sobre la chimenea. Estaba pálida. Parecía atemorizada, como si hubiera visto un fantasma. De alguna manera, había sido así.
¡El príncipe Khalim tenía un hermano!
¿Por qué no habría abierto otra persona la carta? De haber sido así, no se encontraría en aquel terrible dilema de tener cierta información y no saber qué hacer con ella.
Si el príncipe no estuviera casado con su amiga todo sería mucho más fácil, pero lo estaba. Le gustara o no, estaba metida en aquel asunto desde que el sobre había caído en sus manos.
Lara miró por la ventana el tráfico londinense mientras volvía a pensar en su amiga. A veces, le seguía pareciendo increíble que su amiga, que era una chica normal exactamente igual que ella, estuviera casada con un príncipe reinante.
Pero así era.
¿Qué debía hacer? ¿Debía llamar a Rose para decirle que era posible que su marido tuviera un hermano ilegítimo?
El problema era que Rose estaba embarazada de nuevo y no quería preocuparla.
¿Debía entonces hablar con el embajador?
Probablemente, lo primero que haría el embajador al enterarse sería hablar con Khalim, lo que sería lo mismo.
Tras devanarse los sesos durante un buen rato, se le ocurrió la solución: ella, Lara, iría a buscar a Darian Wildman y juzgaría por sí misma, como si fuera una cuestión de evaluar las aptitudes de un posible novio.
Lara guardó el sobre en el bolso mientras decidía que, si era un buen hombre, llamaría a Rose y a Khalim para hablarles de él.
¿Y si no lo era?
Entonces, podría destruir la carta y nunca nadie se enteraría de nada.
Sintió que el corazón se le desbocaba. Tal vez, estaba jugando a ser Dios con una información muy valiosa que había caído en sus manos por casualidad.
Khalim decía que en esta vida nada ocurre por casualidad, que todo está predestinado. Tal vez, Lara estuviera predestinada a leer aquella carta.
Repitió el nombre de aquel desconocido varias veces. Darian Wildman. Un hombre curioso para una situación curiosa.
Decidió ir a verlo y descubrir qué tipo de hombre era.
Mientras descolgaba el teléfono para averiguar su número, Lara sintió que el corazón le latía aceleradamente.
Por la noche cuando llegó a casa, Jake, su compañero de piso, estaba cocinando algo con mucho curry. Jake era actor, como ella, y hacía tiempo que compartían casa aunque nunca había habido ningún tipo de relación sentimental entre ellos.
–¿Me das una copa de vino, por favor? –dijo Lara dejándose caer en el sofá.
–Por supuesto, contestó Jake.
–Jake, si quisieras concertar una cita con una persona a la que no conoces de nada y que trabaja en una empresa, ¿qué harías?
–Supongo que me estás hablando de un hombre, ¿no?
–Eh, sí. ¿Cómo lo has sabido?
–Porque conozco a las mujeres –contestó Jake–. Además, tienes esa mirada entre secreta y excitada que me indica que todo esto tiene algo que ver con un miembro del sexo opuesto. ¿Tengo razón?
Lara decidió que era más fácil decirle que sí que explicarle la verdad. Así, de paso, Jake no haría demasiadas preguntas.
–Más o menos –mintió.
–¿Es un actor?
–¡Sabes que antes de liarme con un actor me tiro al fuego! –contestó Lara.
–Vaya, muchas gracias –dijo Jake.
–Ya sabes a lo que me refiero.
–Claro que sí. Fobia al compromiso y corazón de hielo, así somos los actores. ¿De quién se trata? –preguntó Jake mientras removía el guiso.
–Es un empresario.
–¿De dinero?
–Eso creo –contestó Lara.
La empresa de Darian llevaba su nombre y apellido lo que debía de querer decir que era un hombre de dinero.
–¿No lo conoces? –preguntó Jake extrañado.
–Eh, no.
–¿Y entonces? ¿Lo viste en una fiesta y decidiste que era el hombre de tu vida sin haber hablado con él? ¿Preguntaste de quién se trataba y ahora lo estás persiguiendo?
–En absoluto –contestó Lara–. Es demasiado complicado de explicar. Lo único que quiero es hablar con él.
–Pues llama a su despacho –le aconsejó Jake añadiendo cilantro a la cacerola.
–¿Con qué excusa?
–¡Invéntate algo! ¡Eres actriz! Invéntatelo sobre la marcha. Estoy seguro de que en cuanto te vea, con esa melena oscura maravillosa y esos impresionantes ojos azules que tienes, caerá a tus pies.
Lara se terminó la copa de vino y le pidió a Jake que le sirviera otra. Su amigo la miró extrañado pues jamás tomaba más de una, pero aquella noche lo necesitaba.
¿Así de sencillo? ¿Por qué no? Después de todo, no tenía nada que perder. Necesitaba conocerlo para decidir qué hacer con la información que había llegado a sus manos.
–Es una buena idea, Jake –reflexionó.
–¡Pues claro! Venga, que no soy tu esclavo. Haz el favor de venir a ayudarme con el arroz.
Aquello hizo reír a Lara, que se levantó y fue ayudar con la cena. Era increíble lo bien que se llevaba con Jake, claro que eso era porque no se gustaban.
Después de cenar, vieron una película de Jake que, por supuesto, él criticó y se fueron a dormir.
Lara había conseguido dejar de pensar en la carta, pero una vez en la cama no pudo evitar quedarse mirando al techo.
Tenía la extraña sensación de que aquello podía ser peligroso, se sentía como si estuviera en el borde de un precipicio y fuera a saltar.
«Son imaginaciones mías», pensó. «Las actrices tenemos demasiada imaginación».
A la mañana siguiente, todo le pareció mucho más sencillo. Se dijo que estaba siendo ridículamente melodramática, como si fuera incapaz de separar su vida laboral de su vida personal.
¡Lo malo era que su vida personal había cambiado mucho desde que su amiga Rose se había casado con el príncipe de Maraban!
No le costó mucho hacerse con el número de Wildman Phones, pero el valor estuvo a punto de abandonarla en cuanto le contestaron.
«Imagina que es un trabajo», se dijo.
No era un trabajo, pero sí una misión: ser una buena amiga.
Lara tomó aire.
–Con Darian Wildman, por favor –dijo en tono casual como si lo conociera de toda la vida.
–El señor Wildman va a estar fuera de la oficina todo el día –le contestó la recepcionista.
¡Maldición!
–¡Este hombre! –suspiró Lara exageradamente–. ¿Por qué no me lo habrá dicho? Con la cantidad de papeles que se ha dejado –añadió como si estuviera hablando consigo misma–. ¿Sabría usted decirme dónde le puedo localizar?
–Claro –contestó la recepcionista–. Va estar todo el día en un casting. A ver un momento… sí, aquí tengo la dirección.
Mientras la chica le daba la dirección en cuestión, Lara pensó que nunca ganaría un premio por mantener la privacidad de su jefe.
–¿Y qué hace allí? –preguntó Lara como quien no quiere la cosa.
–Lleva allí toda la semana… está haciendo un casting para encontrar la cara de Wildman Phones. ¿Por qué? ¿Es usted actriz o modelo?
Lara sintió que el corazón le daba un vuelco, pero intentó controlar su excitación.
–Sí –contestó.
El taxi paró ante un inmenso edificio que parecía un viejo almacén.
«Eso es exactamente lo que es», pensó Darian.
–¿Entramos? –le preguntó algo nervioso el hombre que iba con él.
Darian se giró hacia Scott Stratton, director de una de las agencias de publicidad más famosas del país. Aquel hombre tenía cientos de premios por conseguir siempre, entre otras cosas, que la campaña publicitaria y el cliente fueran de la mano.
Al menos, hasta que había dado con Darian. Lo cierto era que llevaban una semana viendo chicas y todavía no habían sido capaces de encontrar a la cara perfecta para su empresa.
Tal vez, Darian estaba siendo demasiado exigente, como de costumbre, pero estaba decidido a seguir buscando hasta que diera con lo que quería exactamente.
Lo malo era que no tenía muy claro qué era lo que quería exactamente.
–Vamos –contestó.
–¿No te llevas un cuaderno ni nada?
–No, gracias –sonrió Darian–. En cuanto vea a la chica que estoy buscando, sabré que es ella.
Juntos entraron en el edificio y esperaron en el vestíbulo.
–¿Están todas arriba? –preguntó Darian.
Había hablado en voz baja, pero las dos azafatas que estaban en un rincón del vestíbulo se volvieron hacia él como si estuvieran esperando sus órdenes. Darian estaba acostumbrado a aquella reacción. Siempre le ocurría lo mismo.
–Sí –contestó Scott–. Están arriba, esperándonos.
–Entonces, que comience el desfile –bromeó Darian.
–No digas eso delante de las modelos –le aconsejó el publicista–. Hoy en día, ya sabes, con todo eso de ser políticamente correcto, no se dice eso para no hacerlas sentir como si estuvieran en un concurso de belleza de segunda.
–Está bien, tú eres el experto, pero permíteme que te diga que, al fin y al cabo, esto es efectivamente como un concurso de belleza, pero no de segunda sino de primerísima. La mujer que represente a nuestra empresa tiene que ser guapa, así que no se tienen por qué molestar.
–No sólo guapa, la mujer que representa tu empresa tiene que tener algo más –lo corrigió Scott–. Si sólo quisiéramos una mujer guapa, ya la habríamos encontrado. Hemos visto auténticas bellezas durante esta semana.
–¿Estoy siendo demasiado exigente?
Scott se encogió de hombros.
–Lo cierto es que admiro que seas tan perfeccionista –contestó–. Entiendo lo que estás buscando, ese algo indefinible que engloba todo lo que tú quieres trasmitir sobre tu empresa. Supongo que ese es el secreto de tu éxito, ¿verdad?
Darian se encogió de hombros.
–En parte.
Sólo en parte. Su éxito se basaba sobre todo en un carácter siempre cambiante y explorador. Darian nunca se dedicaba a una actividad demasiado tiempo, no quería que nada lo aburriera. El principio de buscar siempre la frescura y la diversión no sólo regía su vida laboral, también sus relaciones personales ya que la experiencia le había enseñado que la rutina daba lugar al tedio.
–Vamos –dijo mirando el reloj.
Sus empleados todavía no sabían que aquella campaña publicitaria iba a ser su despedida. Quería elegir a la mujer perfecta y, una vez la hubiera encontrado, bombardear el país entero con su cara para que todo el mundo hablara de sus teléfonos móviles.
A continuación, vendería la empresa y añadiría el beneficio a la ingente cuenta bancaria que había conseguido gracias a la venta de otros negocios de éxito.
«¿Y luego qué?», le dijo una vocecilla dentro de su cabeza. «¿A por otro reto? ¿Conseguirás así ser feliz algún día?»
Darian sonrió con ironía y apartó aquel pensamiento de su mente. Los hombres que buscaban la felicidad eran idiotas. Las mujeres, también. Para Darian, el éxito era mucho más fácil de conseguir que la felicidad.
–¿No deberíamos anunciar que vamos a entrar? –preguntó Scott al ver que Darian iba a abrir la puerta del estudio.
–No –sonrió Darian con maldad–. Las mujeres son mucho más interesantes cuando las ves tal y como son y no como ellas quieren que las veas.
–Ese comentario es un tanto fuerte –comentó Scott–. No te tenía por un cínico.
Darian sonrió para sí.
–Ni mi comentario ha sido duro ni yo soy un cínico –le aseguró–. Soy sencillamente realista. Venga, vamos… –dijo Darian abriendo la puerta del estudio.
Lara llegó sin aliento al estudio donde se estaba llevando a cabo el casting.
Le había costado un buen rato convencer a su agente para que la mandara. Por lo visto, no la había llamado porque la empresa de Darian buscaba a la típica inglesa y ella no era rubia.
A Lara aquel pequeño detalle le traía sin cuidado. Al fin y al cabo, no estaba allí para ser la protagonista de la campaña publicitaria en cuestión sino para hablar con Darian Wildman.
Entró corriendo, preguntó a dos azafatas que había en el vestíbulo y subió los escalones de dos en dos. Al llegar arriba, tomó aire y abrió la puerta.
Varias cabezas rubias se volvieron hacia ella.
–Perdón –se disculpó Lara.
Las mujeres volvieron a girar la cabeza y se concentraron en otra persona. Un hombre al que Lara no había visto al entrar.
–Llego tarde –añadió fijándose en él.
–Efectivamente –contestó el hombre.
Lara ni se inmutó y consiguió mantener cara de póquer a pesar de que estaba mareada. ¿Estaba influenciada por la carta o era evidente que aquel hombre tenía sangre real?
Sobresalía de los presentes con una naturalidad pasmosa, como si fuera un magnífico león entre simples gatitos.
Era increíblemente alto, más alto que Khalim, aunque su piel no era tan oscura. Tenía unos increíbles ojos color avellana, fríos como el hielo, y cabello oscuro.
–¿Suele usted llegar siempre tarde cuando va a pedir trabajo? –le preguntó irritado.
Lara tuvo que hacer un gran esfuerzo para no correr hacia él y contarle al oído el secreto que sabía.
–¡Por supuesto que no! –contestó.
A Darian le molestó sobremanera que aquella señorita no pidiera perdón. La miró detenidamente y notó que se le erizaba el vello de la nuca. Tenía el pelo mojado y pegado por la lluvia, las mejillas ligeramente sonrosadas y los ojos más azules que había visto en su vida.
–Así que no suele llegar tarde, ¿eh?
«Sé franca», se dijo Lara.
Al fin al cabo, no quería el trabajo.
–Normalmente, no –contestó encogiéndose de hombros.
No era aquella la respuesta que Darian esperaba. ¿No se había dado cuenta aquella mujer de que había otras mujeres en la sala que hubieran matado por conseguir aquel trabajo?
–¿Y suele presentarse con ese aspecto, como si hubiera pasado un tren por encima? –le preguntó con acidez.
–¡Creí que se llevaba el look desaliñado! –contestó Lara–. Lo cierto es que he llegado tarde porque mi agencia ha estado a punto de no enviarme a este casting.
Darian se dio cuenta de que aquella mujer lo estaba mirando desafiante y no estaba acostumbrado a aquello.
–No me sorprende –comentó.
Lara arqueó las cejas y notó que estaba acalorada, pero no sólo por la carrera. Había algo en los ojos de aquel hombre y en cómo la miraba que le subía la temperatura corporal, pero no debía dejar que nadie se diera cuenta de ello.
–¿De verdad? –dijo en tono insolente.
–Sí, de verdad –se burló Darian–. Se indicó a las agencias que las modelos debían ser como rosas inglesas –añadió impaciente–. Usted parece una adolescente que llega tarde a un concierto de rock.