El psicoanálisis en singular - Marta Serra Frediani - E-Book

El psicoanálisis en singular E-Book

Marta Serra Frediani

0,0

Beschreibung

Desde Freud el elemento fundamental en la formación del psicoanalista es su propio análisis. A partir de esta constatación Lacan, en su Escuela, promovió un dispositivo, el del "pase", que examina lo que es un proceso de análisis llevado hasta su fin. Más recientemente, Jacques-Alain Miller propuso añadir un paso y llevar estos resultados a una transmisión abierta al público. Un análisis, por tanto, no sólo enseña a quien lo lleva a su término, sino a todo aquél que quiera aprender de lo que en él se ha descubierto. En este libro, Marta Serra Frediani –además del testimonio inicial sobre su análisis– desgrana, en los sucesivos capítulos, el modo en que los conceptos fundamentales del psicoanálisis pueden ser entendidos bajo una nueva luz a partir de lo más real de una experiencia.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© Marta Serra Frediani, 2021

© De la imagen de cubierta: Jacques Reverdy

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición, marzo 2021

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2021

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-18273-33-9

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

A Guy,mi compañero de viaje y cómplice en la vida

Índice

I. EL PSICOANÁLISIS. POR QUÉ Y TAMBIÉN CÓMO

II. VAIVÉN. EL TESTIMONIO INICIAL

III. VARIACIONES: ¿CÓMO ARREGLÁRSELAS CON LO REAL?

1. El cuerpo y sus avatares

2. Declinaciones de la feminidad

3. Goce(s) de la maternidad

4. Vida, muerte, sexualidad

5. Angustia y real

6. De lo que hay a lo que se inventa: verdad y mentira

7. Un sueño es un despertar que empieza

8. Sueños de transferencia

9. El lugar y el deseo del analista

10. El psicoanálisis y la Escuela

IV. LA TRANSMISIÓN DE LA ENSEÑANZA DEL PSICOANÁLISIS

Agradecimientos

De la imagen de cubierta

¿A cada uno su verdad? En modo alguno. Un psicoanálisis se define por el mantenimiento de condiciones formales estrictas, que rigen presencia y palabra. Pero la estructura no es el instrumento. El instrumento es el analista. Opera consigo mismo, con lo que queda de ese «él mismo» al término de su análisis. Debe haber aprendido a servirse de ese residuo, denso núcleo de su goce. Reinventar el psicoanálisis, para un analista, supone sin duda reinventarse a sí mismo. El pase es esa reinvención.

J.-A. Miller, Un comienzo en la vida:de Sartre a Lacan1

1. Miller J.-A., Un comienzo en la vida: de Sartre a Lacan. Madrid, Síntesis, 2003, p. 14.

I

EL PSICOANÁLISIS. POR QUÉ Y TAMBIÉN CÓMO

Cotidianamente constatamos que el psicoanálisis sigue estando en concordancia con las cuestiones fundamentales que se le plantean al ser humano, incluso en este siglo XXI. Ni la evolución del mundo, ni las perpetuas amenazas que se le han dirigido desde que Freud lo inventó han logrado impedirle hacerse escuchar. En gran parte se lo debemos a Jacques Lacan, quien —en lo que él llamaba su retorno a Freud— supo devolverle al psicoanálisis su filo cortante, con su enseñanza innovadora, siempre centrada en la práctica, y con su interpretación de la época, abierta a proyecciones de las que permanentemente medimos su acierto y su pertinencia.

A partir de Lacan, la orientación dada por Jacques-Alain Miller ha permitido que el psicoanálisis siga siendo de una actualidad viva. Desde el sujeto freudiano hasta el parlêtre lacaniano, la vía del psicoanálisis persiste en darle la posibilidad, si así lo decide, de existir a partir de su singularidad y no quedar reducido a la expresión de sus comportamientos en una sociedad cada vez más indexada por lo útil y la inmediatez.

En este sentido se puede decir que el psicoanálisis, tanto por lo que permite a quien se compromete con él como por las reflexiones que aporta sobre el mundo actual, concierne a un público muy amplio, que va mucho más allá de un círculo restringido de supuestos iniciados: el psicoanálisis le habla a su época.

Constatamos también que el mundo en el que evolucionamos y practicamos cambia y, en consecuencia, el ejercicio del psicoanálisis también. Por ello, sin nostalgia alguna, debemos inscribirnos de manera resuelta en el siglo en el que vivimos. Es una toma de posición sobre el porvenir, una orientación hacia una renovación de «[...] nuestra práctica en el mundo, él mismo bastante reestructurado por [...] dos discursos: el discurso de la ciencia y el discurso capitalista».2

Ciertamente el psicoanálisis es una práctica, una práctica de la palabra, pero es también una experiencia subjetiva única en el curso de la cual se producen transformaciones radicales en el analizante. La idea de este libro surge a partir de la convicción de que la transmisión de esa experiencia —en lo que tiene de más vivo y también de más íntimo— es capaz de producir efectos de enseñanza sobre la aventura sin igual que sigue siendo el psicoanálisis en el siglo XXI.

Algo de historia

Hace más de ciento veinticinco años que Freud inventó el psicoanálisis. Sus propuestas sobre el inconsciente no tuvieron que esperar mucho para despertar fuertes controversias y claras oposiciones. Las noticias que él traía sobre la conformación psíquica que condiciona la vida entera de los seres humanos, sin contar en absoluto con su conciencia y su voluntad, no fueron bienvenidas en la sociedad de su época, y menos aún el papel crucial de la sexualidad ¡no sólo en los adultos sino también en los niños!

Sin saberlo el propio Freud, la práctica que puso en marcha a partir de su encuentro con la histeria fundó un discurso. Lo cual significa que toda la teorización que fue organizando con lo que la clínica le presentaba no sólo fue materia prima para sus propios trabajos, sino que introdujo, además, la posibilidad de que muchos otros siguieran produciendo en torno a las hipótesis y los conceptos que él avanzó. Y ello, hasta hoy y para mañana.

Jacques Lacan se sumó a este discurso y sus propuestas —inventivas, complejas, polémicas— también toparon con el rechazo de la sociedad, en su caso particularmente encarnada por la Sociedad Psicoanalítica Internacional de los posfreudianos. En consecuencia, fue expulsado de la misma, pero este hecho no acabó con su enseñanza sino todo lo contrario, le dio alas.

En 1964, fundó su escuela, la Escuela Freudiana de París, EFP, diciendo «tan solo como siempre lo estuve en mi relación con la causa psicoanalítica...»3 y desde ella prosiguió un trabajo cuya proyección y actualidad no ha disminuido en absoluto, manteniendo siempre un interlocutor privilegiado, Freud.

Si Freud contaba con tres instancias psíquicas —el ello, el yo y el superyó— para dar cuenta de cómo se organiza una vida inconsciente de sujeto, Lacan también tenía «sus tres»4 —lo simbólico, lo imaginario y lo real—, los tuvo desde muy pronto, dado que fueron ya el título de una conferencia dictada en 1953, pero le tomó más de veinte años alcanzar a anudarlos en lo que llamó sinthome.

¡Veinte años! Sí, una enseñanza lleva tiempo. Empieza con algunos puntos de apoyo más o menos fuertes y, a partir de ahí, necesita ser construida, con avances y retrocesos. Aparecen contradicciones, surgen paradojas, momentos de impasse, cada cuestión aparentemente resuelta puede generar nuevos interrogantes, la reformulación es constante, se requiere también inventar...

En cierto modo, la enseñanza de Lacan siguió los mismos vericuetos que se recorren en toda experiencia analítica, no por nada él mismo afirmaba que, frente a su auditorio, siempre estaba en posición analizante.

El 9 de octubre de 1967, para hacer frente a la esclerosis que estaba afectando a la práctica y la reflexión del psicoanálisis, Lacan dirigió una propuesta inesperada y rompedora a todos aquellos que le habían seguido a su Escuela.5 Les propuso adoptar un dispositivo inventado por él —el dispositivo del pase— y requería que fuera aceptado porque tan sólo podía ser operativo si había miembros dispuestos a sostener los distintos lugares que comportaba: pasadores, pasantes y cartel del pase.

Lo que él esperaba de este dispositivo era la demostración de que el paso de analizante a analista no se produce por identificación con el analista, ni por acumulación de saber epistémico, ni por nombramiento jerárquico, ni por tener una amplia y demostrada práctica con analizantes, sino que un analista es única y exclusivamente producto de un análisis llevado hasta su término. Así lo decía Lacan: «La terminación del psicoanálisis llamado en forma redundante didáctico, es, en efecto, el paso del psicoanalizante al psicoanalista».6 Por tanto, el pase debe permitir investigar sobre dos interrogantes cruciales: ¿cuándo hay analista? y ¿qué es el fin de análisis?

El pase no es una obligación, es una oferta a disposición de cualquier analizante que considere haber finalizado su análisis y quiera dar cuenta de ello. Quien acepta esta propuesta, el pasante, presenta el testimonio de su experiencia analítica a dos pasadores que más tarde lo transmiten a un jurado llamado Cartel del pase. Si el jurado considera que hay índices de un final de análisis, el pasante será nominado Analista de la Escuela y durante tres años se comprometerá a desarrollar una enseñanza que, tomando como base su recorrido analítico —esto es, lo más singular, personal y subjetivo de la experiencia de un análisis— intentará aportar alguna luz sobre la experiencia analítica en general y sobre los problemas cruciales del psicoanálisis.

Sin embargo, en la época de Lacan el beneficio de las enseñanzas del pase llegaba sólo a un reducido grupo de analistas. Fue J.-A. Miller quien supo convertir este trabajo de Escuela en una reflexión sobre los avances del psicoanálisis abierta a un público más amplio: analistas, analizantes y también todos aquéllos que, simplemente, se interesen por lo que este discurso tiene para decir. Es como una transferencia previa al psicoanálisis.

Encontrarse con el psicoanálisis

Habiendo hoy día tal cantidad de ofertas para quienes sufren algún tipo de traspié y buscan una manera de sostenerse en la vida, ¿cómo es que muchos siguen eligiendo el psicoanálisis? Diría que esta elección siempre viene precedida de alguna forma de encuentro, un encuentro imprevisto con un saber —unas frases en un libro, una conferencia, un comentario, una emisión radiofónica, etcétera— que produce un impacto especial por algo preciso: no se trata de un saber general sobre el mundo y quienes lo habitan sino de un saber muy concreto referido a algo íntimo de uno mismo. Dicho saber le habla al sujeto y le habla de él, aunque no entienda lo que le dice.

Analizarse ha sido muy a menudo calificado como una actividad para intelectuales, o se ha relacionado con el hecho exclusivo de querer llegar a ser uno mismo practicante. Sin embargo, el único argumento requerido para embarcarse en un análisis es que algo no vaya bien, y no vaya bien —lo que es fundamental— a juicio de la persona misma, independientemente de lo que piense cualquier otro. Las personas se analizan porque consideran que su vida no es como debiera y sufren. Sin esto, no hay motivo suficiente para aceptar a alguien en análisis.

Lo llamativo es que, en general, desde fuera suele verse muy clara cierta complicidad inconsciente del sujeto con su propio malestar, dado que si algo le hace sufrir ¿por qué sigue haciéndolo?, ¿por qué no se aleja de lo que le daña? Por supuesto, las soluciones a aplicar parecen sencillas cuando se trata de los demás, pero si es uno mismo, la cosa cambia. Precisamente, llegar a formularse este interrogante aplicado a uno mismo puede ser el empuje final requerido para decidirse a buscar un analista.

La cuestión es que el psicoanálisis no funciona por simple indicación o prescripción; no es un tratamiento al que bastaría que el sujeto consienta, sino que requiere un compromiso importante por su parte, dado que lleva aparejado un trabajo en el que nadie puede sustituirlo. Se ve especialmente claro con los niños: los padres pueden elegir a un analista para que le escuche respecto a algo que ellos consideran que no va como debiera en su hijo, pero la experiencia sólo podrá funcionar si él mismo logra implicarse y hacérsela suya.

No es raro que el encuentro con el psicoanálisis se produzca mucho tiempo antes de la demanda efectiva a un analista; es cierto que a veces no se dan aún las condiciones de posibilidad por distintos motivos, pero otras veces el proyecto de analizarse puede mantenerse como perspectiva desplazada, una y otra vez, incluso durante años, a un momento futuro. Los argumentos pueden ser variopintos, pero de alguna manera funcionan como justificación para no decidirse a tomar cartas en el asunto de cambiar algo de la propia vida.

Iniciar un análisis

Está claro que para que un análisis pueda empezar, además del encuentro con el discurso analítico también se requiere encontrar a quien, concretamente, vendrá a encarnar ese discurso, ese saber: un psicoanalista.

Pero no es sólo porque uno vaya a ver a un psicoanalista y le plantee su demanda, no es por ir a su encuentro y mantener entrevistas con él que ya se puede considerar el análisis en marcha. Algo tiene que suceder para que la transferencia se active y el analista empiece a ocupar realmente el lugar requerido por el análisis.

¿Qué sucede en esas entrevistas preliminares? De entrada, quien acude al analista con una idea más o menos clara de lo que quiere plantear puede verse sorprendido por algo de su propio decir cuando —dejado por el analista en manos de la invitación imperativa «Vamos, diga cualquier cosa [...]»7 o bien intentando reaccionar respecto a un inesperado producido por una intervención del analista— se escucha a sí mismo hablando de algo muy distinto de lo que pensaba enunciar, algo que no había previsto abordar y que, pese a que no le resulte evidente, está relacionado con su sufrimiento.

Por eso, que a esa regla fundamental —decir todo lo que a uno le pase por la cabeza— Freud la nombrara «asociación libre» es francamente paradójico, dado que, precisamente, la experiencia que uno lleva a cabo muy pronto durante las entrevistas es que hay cosas que se imponen en su propio discurso más allá de su voluntad y que, además, resultan constituir un saber que él mismo no sabía saber. Por eso hay todo un tiempo de trabajo preliminar al análisis para que se alcance lo que Lacan llamó «rectificación subjetiva»,8 momento dialéctico que produce el acto del analista y que implica un cambio en la posición del sujeto respecto a su saber inconsciente, un saber que es solamente supuesto.

Ya Freud nos enseñó que la queja sobre el mundo en general, o sobre los desastres en las relaciones con otros que comparten el mismo espacio y tiempo, o incluso sobre lo que en el cuerpo propio no responde como se desea, debe ser reconducida a la responsabilidad del propio sujeto. Éste, por más que no sea artífice de lo que le llega en la vida, siempre lo es de la interpretación que le da y de las respuestas que produce; razón por la cual Lacan sostenía que «de nuestra posición de sujeto somos siempre responsables».9

Así, un malestar subjetivo sólo puede ser considerado síntoma analítico cuando la demanda de ser liberado de él muta a una apuesta de saber en la transferencia referida al analista supuesto saber. Cuando el sujeto empieza a abordar ese sufrimiento sin sentido y sin satisfacción, resulta que en él hay algo que le concierne profundamente y que además le hace distinto de cualquier otro ser hablante. Y quiere saber más, aunque a veces se resista. Entonces, si no retrocede, habrá entrado en análisis.

Si ese saber no está a su libre disposición es porque está asociado a un «no querer saber» fundamental que lo confina como inconsciente: algo en el sujeto se defiende de permitir su emergencia y lo mantiene como ajeno a sí. Esto no es algo que se resuelva en los primeros tiempos del análisis, sino que insiste e insistirá a lo largo de toda la experiencia, de forma que el acto del analista deberá mantenerse también atento a perturbar, una y otra vez, esa defensa,10 para evitar que se instale en las sesiones de modo crónico y produzca un estancamiento, con la sensación de que el análisis no avanza, de que no sucede nada.

Resolverse de manera decidida a adoptar la asociación libre lleva aparejadas dos creencias: la primera, que el inconsciente hará su trabajo, produciendo —puntualmente inesperado— algo en el quehacer del analizante; la segunda, que el analista sabrá atrapar al vuelo esas producciones y leerlas de una manera distinta a la habitual, con otro sentido, mediante el equívoco. Entonces, habiéndose dispuesto el sujeto a asumirse como responsable de su saber inconsciente, el análisis empezará.

Los primeros tiempos suelen ser ricos en sorpresas debido a las revelaciones de saber asociadas a lo inesperado de sus dichos en sesión y al acto del analista, y también pueden producirse efectos benéficos como consecuencia de ir encontrando las palabras que permiten formular lo que hace sufrir, las palabras que, poco a poco, dan forma al malestar informe, que lo visten para que se convierta en síntoma analítico, es decir, analizable.

La orientación del trabajo analítico

Un análisis es una experiencia que pasa por la palabra, palabra que el analizante despliega en las sesiones buscando respuestas sobre su ser y sobre su deseo, y esto, por sorprendente que pueda parecer, produce siempre una polarización del discurso que le lleva a hablar de él como niño y de su familia. Hay para ello una razón de peso y totalmente general: el sujeto «no es causa de sí mismo».11 El ser viene del lenguaje, de las palabras, parlêtre, lo rebautizó Lacan.

Este hecho aparentemente simple tiene consecuencias profundas. Por un lado, tomados en conjunto parecemos francamente «superiores» al resto de seres vivos debido a todo lo que hemos sido capaces de inventar gracias al manejo de la palabra. Pero, por otro lado, y en contrapartida, tomados uno por uno, los parlêtres son más bien débiles mentales respecto a cómo arreglárselas con lo real de la vida. Y, sin embargo, a trancas y barrancas, cada cual acaba por construirse cierta «forma de ser» que parece asociada a un destino y que incluye una manera singular de gozar de la vida que pulsa en su cuerpo. ¿De dónde viene la materia prima de esta construcción? De los encuentros contingentes que aquí y allí se producen entre la sustancia de la que estamos hechos y las palabras que nos vienen de otros. Todo ser hablante está hecho de carne y lenguaje.

Entonces, en el análisis, la pregunta «¿quién soy yo para sufrir de este modo?» será fructífera en respuestas imaginarias: qué es yo y qué no lo es, dónde uno se reconoce y dónde se vive y se vivió como extraño a sí mismo, las escenas en las que se ve ser y hacer en su relación con la multiplicidad de pequeños otros; escenas privilegiadas que se han mantenido en su memoria, como enigmas o como certezas llenas de significación. De ahí, los prestigios del yo vacilarán, desvelando en su mayor pureza la falta en ser que disimulan.

Y la pregunta «¿por qué soy así?» hará proliferar respuestas simbólicas, cuando de los múltiples pequeños otros se despeje la instancia del gran Otro y los encuentros con su palabra que han dejado huella en el cuerpo del parlêtre: imperativos, demandas, oráculos que han moldeado su ser y que están en la base de las elecciones y los rechazos que jalonan su historia. Son los embrollos causados por habitar el lenguaje.

Desembrollar los embrollos será la tarea de un análisis, en el que se producirá un efecto de reducción al extraerse, de esas escenas indelebles y de esas palabras inolvidables, los significantes amo, significantes aislados que se han tejido entre sí para producir la ficción con la que el analizante goza en su cuerpo. Si el acto del analista tiene algo de inhumano es precisamente porque debe llevar al analizante a descubrir que allí donde sufre, goza. Es aquí donde se presenta la repetición, particularmente bajo la forma distinguida por J.-A. Miller de la iteración12 y donde, más que nunca, se trata de «desordenar la defensa».13

El análisis se orienta siempre a localizar algo del goce que da cuenta de la singularidad del analizante, pero para ello es necesario despejar lo simbólico y lo imaginario; lo simbólico —que permite el análisis en tanto práctica de la palabra— debe perder su privilegio sobre lo real. Por eso se puede pensar un análisis como una experiencia de dos tramos, sin que se trate, stricto sensu, de dos tiempos sucesivos: el primero más centrado en aislar, despejar y reducir las cuestiones edípicas, y el segundo más orientado a hacerse a lo real en juego.

Finales de análisis

Las vicisitudes de los análisis incluyen una gama infinita de situaciones: hay algunos que —como hemos dicho— nunca llegan a iniciarse pese a que existan encuentros entre un sujeto y un analista; otros pueden interrumpirse con un analista para proseguirse mediante una nueva transferencia con otro analista; o puede suceder que algunos no encuentren la vía de finalizarse y se eternicen en el tiempo. Pero también hay —es un hecho— análisis que terminan.

Sin embargo, no todas las terminaciones se pueden considerar finales de análisis. Se dan salidas del dispositivo que son huidas hacia delante cuando, por ejemplo, el sujeto da con algo que no está dispuesto a abordar; hay también las que se presentan como precipitación, ya sea en tanto acting-out, ya sea a consecuencia de un alivio sintomático que disminuye el deseo de seguir en la experiencia, el deseo de analizarse. Lacan lo dijo de manera muy sencilla: «Cuando el analizante piensa que es feliz de vivir, es suficiente».14 Lo cual no significa que éste sea el único horizonte posible. Esto es, conviene establecer la diferencia entre interrupción de análisis —que puede darse por los mejores motivos, por ejemplo, ése que daba Lacan— y final de análisis, en el que lo crucial es el pasaje del analizante al analista.

Lo que llamamos con Lacan final de análisis no se produce porque el sujeto, simplemente, se conforme con la ficción que ha organizado su vida y la queja se debilite, ni tampoco porque asuma su impotencia al respecto, sino por el convencimiento de haber llevado al límite la elaboración simbólica de su historia y haber despejado su manera singular de arreglárselas con el goce en tanto viviente atravesado por el lenguaje.

Por supuesto, eso no excluye que después el sujeto se mantenga atento a su inconsciente, precisamente porque está advertido de que no existe la última palabra que le permitiría descansar de ser un hablante y le daría la clave sobre lo real. Lo real nunca deja de ser lo imposible para el lenguaje o, dicho de otro modo, no todo lo real puede ser atrapado por el lenguaje.

Un análisis incluye todo un trabajo de separación de identificaciones imaginarias que fueron tomadas de aquí y allí para darle forma a lo que llamamos yo; también conlleva un trabajo de desciframiento del saber inconsciente, de los embrollos, los malentendidos y la lluvia de sentidos que la asociación entre el lenguaje y el cuerpo han llevado a cabo para cubrir la única verdad que cuenta: «No hay relación sexual».15 Es decir, lo real no pone a disposición de cada ser hablante la información sobre cómo abordar la vida y la muerte, la relación con los otros, ni siquiera ésa que facilitaría, de entrada y sin más apoyos, adoptar el cuerpo que a uno le toca en suerte —macho o hembra— y las consecuencias que se derivan de su encuentro con otros cuerpos.

Así, la experiencia analítica acabará por desvelar que cada cual hizo frente a esa falta en saber mediante una invención, su síntoma, que no es sino el resultado de haber anudado de una manera única lo simbólico, lo imaginario y lo real, dando como resultado el ser que cada uno encarna en su vida. Un análisis produce cambios radicales y también aísla claramente lo que no cambia, razón por la cual hacerse a ser el que uno es implica también una reconciliación: la reconciliación con la propia modalidad de goce.

Pero, además, resulta que la formación del analista pasa, fundamentalmente, por analizarse: el psicoanálisis enseña en el propio análisis, no hay analista que no sea resultado de un análisis. Sin embargo, no es una formación solitaria, dado que las preguntas que surgen en la experiencia misma son aquellas a las que uno se afanará por buscar respuesta en sus lecturas y también en su lazo con otros en el trabajo de cartel y en las enseñanzas de la Escuela.

Es precisamente apuntando a esta conjunción del final de análisis y el pasaje de analizante a analista que Lacan eligió llamar «pase» al dispositivo de investigación que inventó para su Escuela. Está claro que esta experiencia del pase sólo tiene razón de existir si es planteada en el seno de una Escuela, dado que el dispositivo tiene como meta la transmisión de lo que el psicoanálisis —el propio— ha enseñado al analizante convertido en analista.

Pedir el pase

Que el análisis ha llegado a su final es una conclusión que recae única y exclusivamente sobre el analizante. Puede haber sido algo ansiado y buscado, anticipado de mil maneras, pero también temido, esquivado... En un momento dado, todas estas vacilaciones se reducen y dan paso a un punto de certeza: ¡es el final!

Finalizar el análisis lleva aparejada la separación del analista y la liquidación de la demanda que se le dirigía y que sostuvo todo el trabajo de transferencia. Es entonces cuando puede plantearse una demanda distinta, esta vez dirigida a la Escuela: entrar en el dispositivo del pase.

Salir del análisis para dirigirse al pase puede ser un acto, en tanto uno lo hace sólo, sin el consejo de nadie y, aún más, sin el apoyo del analista. Sin embargo, sólo a posteriori —por las consecuencias que se derivan y por la manera de hacerles frente— podremos realmente adjudicarle el valor de acto. Por ejemplo, asumiendo las consecuencias de una nominación como AE.

Ciertamente toda nominación de AE es una noticia alegre para la Escuela, dado que es el anuncio de nuevas enseñanzas por venir. Por eso, quien recibe la nominación puede sentirse honrado y, al tiempo, embargado por cierta sensación de vértigo frente al compromiso que debe asumir, porque ahora ya no se trata de intenciones sino de consecuencias: para él recomienza el trabajo «al pie del mismo muro».16 ¿De qué muro? El que separa al hombre del mundo, el muro del lenguaje.17 Recomienza entonces el trabajo de intentar decir lo real del goce pese a que es indecible. En cierto modo, con la nominación, algo de la transferencia se desplaza desde el analista del AE hacia la Escuela, que se convierte en su partenaire primordial en la relación a la Causa analítica.

El contenido del libro, de capítulo en capítulo

A partir de mi testimonio inicial, Vaivén, lo que he tomado y puesto en orden para este libro son los diferentes trabajos que han centrado y orientado mi reflexión a lo largo de los tres años de ejercicio como AE No los he ordenado siguiendo el criterio del momento en que fueron redactados sino en función de una lógica que facilita el tránsito de un texto a otro.

«El cuerpo y sus avatares» merece ser el primero, porque no hay análisis en el que ésta no sea una cuestión central desde el inicio hasta el final, más aún si cabe a la hora del parlêtre.

En segundo lugar, «Declinaciones de la feminidad» y «Goce(s) de la maternidad» temas ineludibles para una mujer cuando se pone al trabajo de hacer la relectura de su análisis. Los dos textos se hablan en eco, resuenan el uno en el otro.

Después una serie de puntos que conciernen a todo sujeto en su relación con la vida y con la muerte, también con la angustia, ese afecto que no engaña y que es compañero de trayecto para casi todo analizante en algún momento de la experiencia analítica: «Vida, muerte, sexualidad» y «Angustia y real».

Sin duda alguna, cada parlêtre avanza en estos temas decisivos empujado por elementos de su historia que no puede eludir, pero también acompañado por cuestiones que imagina y otras que reprime, todas ellas interpelándole sobre «De lo que hay a lo que se inventa: verdad y mentira». Éste es el siguiente título.

No podía faltar el sueño, pero tomado no como una producción del inconsciente que facilita poder seguir durmiendo sino, precisamente, en otra vertiente del todo distinta: «Un sueño es un despertar que empieza».

A continuación, «Sueños de transferencia», donde se hermanan otros dos elementos que son también fundamentales de toda experiencia analítica: las formaciones del inconsciente y la transferencia, con la particularidad de estar engarzadas en un título equívoco; equívoco que sucede siempre que juntamos palabras.

Para la parte final del libro he reservado el abordaje de algunos aspectos concernientes a «El lugar y el deseo del analista», seguido de «El psicoanálisis y la Escuela», en tanto que la invención por Lacan del dispositivo del pase sólo puede concebirse con una Escuela, la Escuela Una, que se hace receptora de las producciones a las que se compromete quien fue nombrado Analista de la Escuela, para que de lo más íntimo de la experiencia analítica de uno se pueda extraer una enseñanza para otros.

* * *

En el mes de noviembre de 2016 tuve una entrevista con el secretario del pase de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis para solicitar mi entrada en el dispositivo del pase. El día 4 de marzo de 2017 se me comunicó que había sido nominada Analista de la Escuela. Después han transcurrido tres años intensos y apasionantes durante los cuales he construido algunas pasarelas que me ayudan a poner en relación mi experiencia analítica con las enseñanzas de Lacan y de Jacques-Alain Miller y, sobre todo, he intentado hacer pasar eso a otros: que eso pase.

La escritura de este libro fue un desafío que me propuse llevar a término como un punto de capitón provisorio de mi experiencia de AE, que sin duda sigue abierta a otras investigaciones por venir en mi lazo con la Causa analítica.

Sin embargo, en el tiempo de este trabajo no he dejado de tener presentes a aquéllos a quienes me dirigía, los lectores potenciales que espero puedan encontrar puntos comunes de reflexión y también cierta alegría en la lectura de este libro.

2. Miller, J.-A., «Un real para el siglo XXI», Presentación del tema del IX congreso de la AMP, Scilicet, Grama, Buenos Aires, 2014, p. 17.

3. Lacan, J., «Acto de fundación», Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 247.

4. Lacan, J., El Seminario, libro 27, «Disolución», «El Seminario de Caracas, Obertura del Encuentro de Caracas», del 12 de julio de 1980. Publicado en Escisión, Excomunión, Disolución, de J.-A. Miller, Paidós, Buenos Aires, 1987, pp. 264-267.

5. Lacan, J., «Proposición del 9 de octubre de 1967», Otros escritos, op. cit., pp. 261-279.

6. Ibid., p. 270.

7. Lacan, J., El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, texto establecido por J.-A. Miller, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 55.

8. Lacan, J., «La dirección de la cura», Escritos 2, Siglo XXI, México, 1984, p. 581.

9. Lacan, J., «La ciencia y la verdad», Escritos 2, op. cit., p. 837.

10. Miller, J.-A., La experiencia de lo real en la cura analítica, Paidós, Buenos Aires, 2003, lección del 2 de diciembre de 1998, pp. 35-53.

11. Lacan, J., «Posición del inconsciente», Escritos 2, op. cit., p. 814.

12. Miller, J.-A., El ser y el uno, Curso de la Orientación Lacaniana, lección del 30 de marzo de 2011 (inédito).

13. Miller, J.-A., «Un real para el siglo XXI», op. cit., p. 27.

14. Cf. Lacan, J., Conferencias y charlas en universidades norteamericanas, Yale University, Kanzer Seminary, 24 de noviembre de 1975. En: Scilicet, n.º 6/7, Seuil, París, 1976, pp. 5-63.

15. Lacan, J., El Seminario, libro 16, De un Otro al otro, texto establecido por J.-A. Miller, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 207.

16