El recuerdo de una pasión - Kimberley Troutte - E-Book
SONDERANGEBOT

El recuerdo de una pasión E-Book

Kimberley Troutte

0,0
3,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Su voz le resultaba familiar, envolvente, sexy. Pero no podía ser el hombre que amaba porque Matt Harper había muerto. Julia Espinoza se había enamorado de Matt Harper a pesar de su reputación de pirata y del abismo social que los separaba. Pero había acabado rompiéndole el corazón. Había conseguido rehacer su vida sin él hasta que apareció un extraño con su mismo aspecto y comportamiento. Después de una aventura de una noche en la que la verdad había quedado al descubierto, la única posibilidad de tener una segunda oportunidad era asumiendo todo lo que los dividía.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 203

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Kimberley Troutte

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El recuerdo de una pasión, n.º 167 - julio 2019

Título original: Forbidden Lovers

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-343-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Matt Harper disfrutaba de lo lindo.

Con una sonrisa en los labios, deslizó las manos por aquellas curvas suaves y sensuales. Más rápido, más fuerte. Enseguida sintió cómo ronroneaba y percibió una sutil vibración de sus entrañas. Era todo fuerza y refinamiento. Estaba decidido a traspasar el límite y llevarla hasta la gloria. Estaba hecha para un tipo como él, no para aquel viejo mezquino que la había comprado para simplemente admirarla. Vaya despilfarro. Solo de pensar que aquella espectacular máquina de sesenta y cinco millones de dólares iba a quedar arrinconada acumulando polvo, se enfurecía.

Su pareja aquel día era el nuevo Gulfstream G650ER, la aeronave que su padre había comprado para Industrias Harper. ¿Por qué? Ni que su padre fuera a sobrevolar sus pozos de extracción de petróleo para asustar a sus empleados. Si hacía caso a los rumores, su padre se había recluido en Casa Larga, su casa de verano, para evitar mostrarse en público. Hacía diez años que no lo veía, aunque tampoco le habría importado que hubieran sido más.

Giró a la izquierda y ante él apareció la mansión Harper. Se tensó. En las Fuerzas Aéreas, Matt siempre había puesto el mismo nombre a sus misiones: Casa Larga.

Se golpeó el muslo con el puño. Prefería estar en medio de una batalla, en cualquier parte del mundo, menos allí. ¿Para qué demonios le había pedido su padre que volviera a casa?

Aterrizó en el aeropuerto privado de los Harper y apagó el motor. Cuánto le gustaría poder apartar todos aquellos recuerdos que lo asaltaban. Como el dolor que le había causado su padre con sus manos.

Sintió que volvía a tener diecisiete años, la boca ensangrentada y los puños en alto mientras retaba a RW a que le diera otra bofetada. Su padre nunca había dejado de darle órdenes, pero el ultimátum de aquel día le había dejado muy afectado.

–A la vista de que no te apartas de esa chica –le había dicho–, tienes dos opciones: alistarte en las Fuerzas Aéreas o quedarte a ver lo que le pasa a esa novia tuya. Tengo información, hijo, de esa que puede hundir a toda una familia. ¿Es eso lo que quieres que pase?

Nadie daba puñaladas por la espalda mejor que Harper.

¿Eran reales aquellas amenazas? No lo había sabido entonces y seguía sin saberlo, pero lo cierto era que Julia había sido su chica y la había amado como a ninguna otra. No le había quedado más remedio que protegerla a ella y a su familia. Aquel mismo día, Matt se había incorporado a las Fuerzas Aéreas. No había podido ni despedirse de Julia, pero se había marchado convencido de que volvería a por ella.

Diez años más tarde, había conseguido superarlo. O casi. Pero a quien no había olvidado, a pesar de las muchas mujeres atractivas que había conocido después, era a aquella chica a la que había tenido que dejar. Julia le había prometido ser suya para siempre, pero se había casado con otro apenas tres meses después de su marcha. No había sufrido tanto como cuando se había enterado de la boda de Julia. Había sido el golpe de gracia y había jurado no volver nunca a Plunder Cove.

Hasta que RW le había propuesto un trato: si llevaba el Gulfstream a Plunder Cove, Industrias Harper compraría el avión que la flota de Matt necesitaba en el sudeste asiático. Un inversor le había fallado y la nueva compañía aérea de Matt necesitaba aquel último avión. No le había quedado más remedio que aceptar el trato. De esa manera, RW Harper, pirata y magnate del petróleo, había conseguido convencerlo.

No se quedaría mucho en Plunder Cove. No quería ver a Julia Espinoza.

 

 

Matt paró en la tienda y cafetería de Juanita. De niño, aquel era su rincón favorito del pequeño pueblo limítrofe con la propiedad de su familia.

Había entrado allí por vez primera un verano, con ocho años. Se había quedado maravillado con todos aquellos olores y objetos, en especial con los dulces mexicanos. Así que había tomado un puñado. Su madre se había horrorizado al descubrir que había estado en aquel sitio y que había comido cosas de aquella gente. Le había hecho volver y pagar por los caramelos.

Juanita le había dedicado una mirada severa y le había impuesto un castigo por su delito. Le había hecho barrer toda la tienda. Había sido la primera vez que había tenido que trabajar y había sentido una gran satisfacción. Al día siguiente había vuelto y le había preguntado si podía robar algo más.

–¿No has aprendido la lección?

–Claro que sí, pero quiero volver a barrer. Trabajar es divertido.

Juanita se había reído a carcajadas y luego le había abrazado. Olía bien y sus brazos eran cálidos y acogedores. Había deseado que su madre le abrazara como Juanita y no con aquella falsa y fría sonrisa.

–Puedes barrer siempre que quieras. Te pagaré con caramelos.

Habían llegado a un acuerdo. Cuando su familia iba allí de vacaciones, pasaba gran parte de sus vacaciones ayudando a Juanita. A cambio, podía tomar todos los dulces que quisiera. Y churros, ¿cómo había podido olvidarse de los churros?

La boca se le hizo agua mientras esperaba sentado en una mesa de fuera a que Juanita tomara su pedido. A su alrededor estaban los mismos vejestorios de siempre comiendo y charlando. Era como si nunca se hubiera marchado, salvo que esta vez Julia no estaba con él.

Una joven se acercó y dejó en su mesa un cesto con patatas fritas y un cuenco con salsa.

–¿Ya sabe lo que quiere, señor?

–Tú no eres Juanita.

–Muy agudo, y usted no es George Clooney. Juanita tenía que ocuparse hoy de unos asuntos. Me llamo Ana.

–¿Y dónde está? Soy un viejo amigo que va a estar unos días por aquí. Me gustaría verla.

–Lo siento, no puedo darle más detalles. De hecho, ni siquiera sé dónde está. ¿Qué quiere beber?

Matt no pudo evitar sentirse decepcionado. Juanita era la única persona que de verdad se había preocupado por él.

–Una cerveza, por favor. ¿Hay churros hoy?

–Todos los días. Enseguida vuelvo.

Se tomó las patatas fritas, mojándolas en la salsa más picante del mundo. Le ardían las orejas del calor y sentía el sudor en la espalda.

–Cuidado, señor, esa salsa pica. Le traeré agua.

Asintió y bebió un trago de cerveza, pero no consiguió calmar el ardor de su boca. En la mesa de al lado, dos mujeres charlaban sobre vestidos y zapatos.

–Me da igual que vayáis disfrazadas de piratas, quiero llevar el vestido que acabo de comprarme. No todos los días me invitan a la mansión de los Harper.

A punto estuvo de atragantarse al oír aquello. No conocía a aquellas mujeres y dudaba mucho que RW Harper invitara a desconocidos a su casa.

–Disculpen, ¿me ha parecido oír que hay una fiesta en casa de los Harper?

–Sí, RW Harper ha invitado a todo el pueblo –respondió la mujer.

Algo estaba pasando. Sus padres no eran de relacionarse con el servicio y, teniendo en cuenta que la mayoría de la gente que trabajaba para los Harper vivía allí, aquello era imposible.

–¿Saben a qué se debe la ocasión?

–No, no tenemos ni idea, guapo. Pero si quiere una cita…

La otra mujer le dio en el brazo con el menú.

–María, será mejor que estés calladita. Vas a ir con Jaime.

–A Jaime no le gusta bailar. Pero viendo los músculos de aquí nuestro amigo, adivino que sabe moverse muy bien –dijo y se volvió hacia Matt–. ¿Baila bien, a que sí?

–Me enseñaron que bailar es cosa de chicas –contestó riendo.

–Bueno, nosotras somos las que bailamos y ellos siguen nuestros pasos –dijo una voz desde detrás de él–. Lo siento, mis primas están emocionadas con la fiesta y no sé por qué. No iría a una fiesta en esa casa ni aunque me pagaran. Aunque tampoco me han invitado.

La mujer rodeó la mesa y tomó una patata de la cesta de sus primas.

Julia. Una corriente eléctrica lo sacudió. El pecho se le encogió. No podía tragar.

El pelo oscuro de Julia brillaba bajo el sol. Tenía finas arrugas alrededor de sus ojos marrones y sus labios sensuales, pero su expresión era la misma que recordaba. Su voz seguía siendo la que oía en sus sueños. Él había cambiado en muchos aspectos, mientras que ella seguía siendo… perfecta.

–Tienes prohibido ir –dijo María.

–No deberías haber enfadado al señor Harper hasta después de la fiesta –intervino la otra mujer–. ¿Me prestas tu vestido rojo?

Julia se encogió de hombros y se sentó con sus primas. Era más alta de lo que recordaba y tenía más curvas. Vaya, la pequeña Julia Espinoza se había convertido en una mujer muy atractiva.

–Claro, Linda. No tengo ocasión de ponérmelo.

Luego se volvió hacia Matt, ladeó la cabeza y entornó los ojos.

–¿Nos conocemos?

 

 

Julia no podía ver sus ojos tras aquellas gafas de espejo de aviador, pero había algo en aquel hombre que le resultaba familiar. Era alto, casi un metro noventa, y ancho de espaldas. Tenía los brazos musculosos y bronceados. Su cabello oscuro lucía un corte de estilo militar y llevaba una barba cuidada.

Matt mojó otra patata en la salsa y al momento empezó a toser.

–Tenga cuidado, esa salsa es muy picante –le advirtió.

Julia reparó en su garganta al tragar. Tenía la nariz recta, con una pequeña cicatriz sobre el puente. ¿Qué se sentiría al acariciar aquellas mejillas barbudas? Tenía otra cicatriz en la comisura del labio. ¿Le dolería cuando le besaran? Estaba mirándola. Su expresión era seria, como la de las esculturas de aquellos dioses griegos de los que tanto había leído en la universidad. Claro que no llevaban aquellas gafas de aviador.

«Cielo santo, me he quedado mirándolo descaradamente».

–Lo siento, es que me recuerda a alguien que conocía. Un error que cometí.

–Sí, un error –repitió él alzando el mentón.

–Disculpe.

Se volvió y siguió hablando con sus primas, pero no pudo quitarse de la cabeza a aquel guapo desconocido. Por alguna razón, pensó en Matt y los ojos se le llenaron de lágrimas.

–¿Me estás escuchando? ¿Qué zapatos me pongo con tu vestido rojo? –preguntó Linda.

Julia se volvió de nuevo hacia el desconocido, que estaba dando un trago a su cerveza.

–Tal vez coincidimos en alguna de mis clases, ¿tal vez Medio Ambiente, Derecho…?

El desconocido detuvo el botellín a medio camino de sus labios y levantó una de sus cejas.

–¿Te parece un universitario? ¡Es piloto. He visto el avión aterrizar –dijo María.

El hombre levantó la cerveza, sin decir nada.

–Debería probar mis desayunos –terció Linda, inclinándose descaradamente hacia el desconocido para enseñarle el escote.

Tenía tres hijos y hacía seis meses que se había divorciado.

Julia volvió a mirarlo. ¿Trabajaba para el señor Harper? ¿Sería un socio, un amigo? ¿Y por qué fruncía el ceño? Julia no podía ver su expresión con aquellas malditas gafas.

–Los huevos quemados de Linda no tienen comparación con mis guisos. ¿Qué dice, guapo? ¿Busca un sitio donde quedarse? –preguntó María.

Matt dejó la cerveza en la mesa.

–No voy a quedarme.

Parecía molesto.

–Le estamos incomodando. Por favor, no nos haga caso –dijo Julia, y le hizo un gesto a sus primas para que se volvieran.

–¡Un piloto! ¡Qué interesante! –exclamó Linda, ignorándola–. ¿Va a ir a la fiesta de esta noche?

–Quizá –respondió sin apartar la vista de Julia.

–Entonces, lleve a Julia. Alguien tiene que sacarla de casa –dijo María.

–No, no puedo.

–Está bien –replicó Matt, tomando la cuenta.

–No es por usted… Es que no puedo ir.

–¿Su marido no le permite salir de casa?

–No estoy casada –respondió ruborizándose–. Es solo que… RW Harper tiene una orden de alejamiento contra mí. No puedo acercarme a menos de tres metros de Casa Larga.

Matt se quedó mirándola.

–Así es. Nuestra pequeña Julia quiere demandar al gran Harper –explicó María–. Como si ella sola pudiera hacerle frente a uno de los hombres más poderosos de América.

Linda sacudió la cabeza.

–Debería haber esperado hasta después de la fiesta. Aquí nunca pasa nada tan emocionante.

El piloto sacudió la cabeza… ¿Estaba enfadado?

–Alguien tiene que poner fin a lo que está haciendo. Ahí fuera tiene un montón de torretas de perforación –dijo Julia volviéndose hacia el mar–, y todos sabemos lo que pasa cuando hay una fuga. Y encima ahora quiere construir en el hábitat de los chorlitos. ¡Hay que detenerlo!

–Vamos, no te pongas pesada con esos pájaros otra vez. Tenemos compañía –intervino Linda, y sonrió a Matt–. Una compañía muy interesante.

–¿Qué está construyendo Harper? –preguntó él.

–No se sabe. Es solo un rumor –contestó María.

–He visto marcas de vehículos en las zonas de anidación –afirmó Julia.

–Necesitas pruebas antes de demandar a alguien como el señor Harper. Deberías haber esperado.

–¿Pruebas? –preguntó Matt.

–Sí. Creo que está haciendo obras en Casa Larga. Últimamente he visto mucha gente entrando, desde abogados a carpinteros. Si pudiera ver los planos, averiguar qué es lo que está haciendo…

Se detuvo. ¿Por qué le estaba contando todo aquello? ¿Y si trabajaba para Harper?

–Tampoco voy por ahí entrando en casas ajenas –añadió.

–Puedo ayudarla.

Había algo en su voz que la inquietaba. Fijó la vista en la cicatriz de sus labios. ¿Qué se sentiría al besarlos? Hacía tanto tiempo que…

María le dio un codazo.

–¿Cómo?

–Puede venir conmigo. Harper me espera. Acompáñeme esta noche como mi cita.

–¡Anímate! Puedes ir disfrazada de pirata y pasar desapercibida –intervino Linda, y le guiñó un ojo a su prima.

Matt curvó los labios y Julia sintió que se deshacía por dentro. Por un segundo le recordó a… No, no podía pensar en Matt.

–¿Por qué quiere ayudarme?

–Alguien tiene que detenerlo –dijo usando sus mismas palabras–, y me gustaría ver cómo lo hace.

¿Por qué? No la conocía de nada. Probablemente aquel hombre también anduviera en líos con Harper. Pero Linda tenía razón. Nunca pasaba nada emocionante en el pueblo. La última vez que había estado en la mansión había sido con Matt. Necesitaba un hombre fuerte para protegerla de todos aquellos dolorosos recuerdos.

–Recójame en Bougainvillea Lane, 3C. ¿Quiere que le indique dónde queda?

–Sabré encontrarlo.

–Sus churros, señor –dijo Ana, la camarera, colocándole un plato delante.

–Gracias.

Mojó un dedo en la mezcla de azúcar y canela y se lo chupó.

–¿Calientes y dulces, verdad?

La voz de Julia sonó más grave de lo normal y, sin darse cuenta, se pasó la lengua por los labios. Al ver que se quedaba mirándola, deseó arrancarle aquellas gafas y ver sus ojos.

–Bueno, tengo que irme –dijo y se puso de pie antes de seguir pasando vergüenza–. Me encargaré de buscar disfraces de piratas para los dos. Recójame a las siete.

Echó a caminar antes de darse cuenta de que no le había preguntado su nombre al piloto.

–Allí estaré, Julia.

Sus pasos vacilaron al oír aquellas palabras, pero no se volvió. Su voz le resultaba familiar, envolvente y sexy. Contuvo el arrebato de deseo y siguió caminando, alejándose de la mesa. Aquel piloto no era el muchacho al que le había entregado su corazón, por mucho que deseara que lo fuera. Hacía diez años que su único y verdadero amor había recibido un disparo en una batalla.

Matt Harper estaba muerto.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión, conteniendo el impulso de acorralarla contra la pared. Quería besarla hasta dejarla sin aliento y no parar nunca. Era patético. Ni siquiera lo había reconocido.

Se había marchado y había sido incapaz de apartar la vista de ella. Patético.

–Hágale pasar un buen rato, guapo, pero no le rompa el corazón –dijo María, amenazándolo con un dedo.

–No he venido a romper corazones –farfulló.

–Perfecto –intervino Linda, guiñándole el ojo a María–. Es justo lo que necesita.

–¿Un guapo piloto que le haga perder la cabeza y que salga volando antes de que se vuelva posesivo?

Linda resopló.

–María, o dejas a Jaime o aprende a vivir con él.

–Solo digo que las aventuras son divertidas, pero que Julia se merece algo más. Después de todo lo que le ha pasado… –dijo y se volvió hacia Matt.

¿Qué era exactamente lo que se merecía? Había estado angustiado por una mujer que le había olvidado nada más irse. Se había referido a él como un error. Debería subirse a un avión y marcharse inmediatamente de Plunder Cove. ¿Y qué era lo que le había pasado?

Recordó las palabras de su padre: «Tengo información, hijo, de la que puede hundir a toda una familia. ¿Es eso lo que quieres que le pase?». ¿Habría cumplido su amenaza? ¿Estaría Julia en apuros?

–Me alegro de que vaya a llevarla a la fiesta. Necesita divertirse –dijo María.

–Será interesante –replicó Matt en tono sugerente.

Pero no se refería a sexo como había dado a entender ella, sino a la información que pudiera conseguir. Aunque si tenía suerte, obtendría los dos.

Sí, iría a la fiesta en busca de respuestas. ¿Por qué quería RW que volviera? ¿Para torturarlo con su exnovia? ¿Tan retorcido era su padre? Si así era, le diría al viejo que se fuera a freír espárragos, pero no sin antes asegurarse de que Julia estaba a salvo.

Volvería a ser su error una última vez y después, se marcharía para siempre.

 

 

Matt pagó la cuenta y se despidió de las primas de Julia. De camino al aparcamiento hizo una llamada.

–Trae el batimóvil, Alfred.

Su padre tenía pasión por los coches deportivos muy caros. Era lo único que compartían.

Cinco minutos más tarde, apareció un Lamborghini Veneno de color plata.

–Santo cielo –balbuceó al ver aquel modelo exclusivo valorado en cuatro millones y medio. Incapaz de creer lo que veían sus ojos, Matt se acercó por el lado del conductor. La ventanilla bajó y una voz le habló desde el interior.

–¿Has llamado?

Matt se inclinó sobre la ventanilla.

–Hola, Alfred, me alegro de verte.

El chófer de su padre, que en realidad se llamaba Robert, estaba más calvo y tenía más arrugas de las que recordaba.

–¿Todavía me llamas así? Pensaba que ya se te habría pasado tu obsesión por Batman.

El brillo de sus ojos revelaba que estaba encantado de que Matt lo hubiera llamado por ese apodo.

–Muérdete la lengua. Nadie supera al Caballero Oscuro.

Matt y su hermano pequeño, Jeff, habían fingido ser Batman y Robin, y habían bautizado al chófer de la familia como Alfred. Al principio a Robert le había molestado, pero al final había acabado siguiéndoles el juego. Alfred bajó del coche y tomó el macuto de Matt. Cuando abrió el maletero, el olor a nuevo le resultó excitante.

–Déjame conducir.

–Tu padre estuvo a punto a matarme la última vez que te dejé conducir el Bugatti.

–Y a mí también, pero mereció la pena –dijo sonriendo, recordando el paseo que había dado con Julia–. Llaves –añadió, tendiendo la mano.

–De acuerdo, pero si lo abollas, presentaré mi dimisión.

Dejó la llave en la mano de Matt y se colocó en el asiento del pasajero.

–Me sorprende que sigas trabajando para él –afirmó y encendió el motor.

–¿Qué haríais los Harper sin vuestro fantástico conductor?

Matt miró el cuentakilómetros.

–¿Once kilómetros? Yo no llamaría a esto conducir. ¿Acaso el viejo se dedica solo a acariciarlo?

Se volvió a tiempo de ver que la expresión de Alfred se volvía neutral. Algo tenía en la cabeza.

–¿Qué pasa? ¿Mi padre se ha vuelto un ermitaño?

–Lo ha pasado mal, Matthew. Me alegro de que sus hijos hayáis vuelto a casa.

–¿Jeff y Chloe también están aquí? ¿Cómo ha conseguido que vengan?

–No me corresponde a mí decirlo. Ya os enteraréis esta noche.

–En la fiesta.

–Sí.

–Venga, ¿de qué va todo esto? ¿Tiene algo que ver con Julia?

–No puedo decir nada.

Matt entornó los ojos.

–¿No puedes o no quieres? Soy yo, Alfred. Te prometo que no le diré nada a mi padre.

Alfred fijó la mirada en el parabrisas. Al parecer, sus labios estaban sellados.

–¿Tengo que enterarme de lo que sea a la vez que todo el pueblo? –refunfuñó Matt.

–Sí.

Ya le preguntaría a cualquier otro empleado.

–Antes de que intentes sonsacárselo a las chicas de la cocina, nadie sabe lo que planea tu padre. Está indispuesto. Vas a tener que esperar unas cuantas horas, como todos los demás.

La curiosidad de Matt iba en aumento, así como la sensación de peligro.

–Intenta no sacarnos de la carretera –le pidió Alfred mientras se ponía el cinturón de seguridad.

–Ten un poco de fe. Ahora me dedico a volar aviones. Creo que podré con un pequeño coche –dijo y apretó el acelerador hasta el fondo.

–¡La Virgen! –exclamó Alfred, santiguándose.

–Relájate, ¿tan malo fui de adolescente?

–Terrible –contestó con una sonrisa–. Siempre empeñado en irte de aquí.

–Sí, cierto.

–Te entendía, Matthew. Aunque no lo creas, yo también fui adolescente una vez –dijo riendo–. Y conseguiste exactamente lo que querías, capitán Harper. Volaste de aquí.

¿Exactamente lo que quería? Ni de cerca.

–Siento si te lo puse difícil.

¿Qué plan tenía su padre? Matt lo descubriría esa noche con Julia a su lado. La protegería y evitaría que su viejo hiciera daño a alguien más. Como en los viejos tiempos.

 

 

Julia no dejaba de dar vueltas por su habitación.

–No puedo creer que me haya prestado a esto. ¿Por qué lo he hecho?

–¡Porque ese piloto está muy bueno!

Sí, pero no estaba segura de querer tener una cita con él.

–¿Qué me voy a poner?

–Desde luego que tu vestido rojo no. Ya me lo he pedido –dijo Linda.

Tanto ella como María estaban sentadas al borde de la cama de Julia, pintándose las uñas.

Julia abrió la ventana para ventilar el olor del esmalte.

–No puedo creer que esté haciendo esto.

–Eso ya lo has dicho, mujer. Venga, date prisa, no tienes mucho tiempo para arreglarte –dijo María, agitando las manos en el aire para que se le secaran las uñas.

–¿Qué me voy a poner? Será mejor que Harper no me reconozca o me echará de allí.

–Tienes que causarle buena impresión al piloto –afirmó María.

–Habla con tía Nona, tiene toda clase de disfraces de piratas –añadió Linda.

–Siempre me decía que me cuidara de los piratas, en especial de Matt Harper –dijo Julia.

–¿Te refieres a los Harper que surcaban los mares en barcos piratas o a los que compraron a nuestros antepasados para que trabajaran para ellos? –preguntó María.

–Más bien a los que cambiaban a nuestros antepasados por ganado. Daban más valor a las vacas que a las personas. Los Harper son unos ladrones –sentenció Linda y se sopló las uñas.

–No, son unos piratas –afirmó María.