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Lo que iba a ser un matrimonio de conveniencia se fue convirtiendo en pasión. Un comprometedor vídeo había arruinado la reputación de Jeffey Harper. La propuesta de su padre de partir de cero conllevaba algunas condiciones. Para construir un nuevo resort de lujo en Plunder Cove, el famoso hotelero debía sentar antes la cabeza y celebrar un matrimonio de conveniencia. Jeffey no tenía ningún inconveniente en hacerlo hasta que la aspirante a chef Michele Cox le despertó el apetito por algo más picante que lo que un contrato permitiría.
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Seitenzahl: 210
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Kimberley Troutte
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un escándalo muy conveniente, n.º 168 - agosto 2019
Título original: A Convenient Scandal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-344-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Jeff Harper apoyó la frente en el gran ventanal del salón y miró hacia la nube de periodistas que se había congregado abajo. Desde aquella altura, a veintidós pisos por encima de Central Park, era imposible que le hicieran fotos, pero en cuanto saliera del edificio, atacarían. Todo lo que dijera o dejara de decir se usaría para hundir su prometedora carrera.
Cuánto odiaba fracasar.
Hasta esa semana, Jeff había soportado la invasión de su intimidad y había aprendido a usar las cámaras en su propio beneficio. La prensa lo perseguía por todo Nueva York porque era el último soltero de Industrias Harper y crítico de hoteles en el programa Secretos entre sábanas. Los paparazzi le hacían fotos de todas sus citas como si cada una de ellas fuera su amor definitivo. Su nombre había aparecido durante los tres últimos años en la lista de los solteros de oro. En las entrevistas siempre decía que no había ninguna mujer especial y que no pensaba casarse nunca. ¿Por qué acabar como sus padres?
Se había llevado bien con la prensa hasta que había visto su trasero en la portada de un tabloide bajo el titular: Crítico de hoteles implicado en escándalo sexual.
Escándalo sexual. Ya le gustaría.
El vídeo incriminador se había hecho viral y su programa había sido cancelado. Todo lo que había construido, su carrera, su reputación, su pasión por la industria hotelera, habían saltado por los aires. Si no arreglaba aquello, nunca recuperaría lo que había perdido.
Solo una persona podía darle trabajo en aquellas circunstancias, pero se había prometido no pedirle nada nunca.
Puso mala cara y marcó el número. Contestaron al primer timbre.
–Jeffrey, estaba esperando tu llamada.
Lo cual no era una buena señal, teniendo en cuenta que Jeff nunca le llamaba. Tragó saliva.
–Hola, papá. Me estaba preguntando… ¿Todavía piensas construir ese hotel?
Un año antes, cuando su hermano había vuelto a la casa de Plunder Cove, su padre le había ofrecido encargarse de convertir la mansión familiar en un exclusivo resort de cinco estrellas. Le había gustado la idea más de lo que había estado dispuesto a admitir. Diseñar un hotel, construirlo y dirigirlo, había sido su sueño desde niño. Pero era más que eso. No podía explicar con palabras por qué convertir la casa donde había pasado su infancia en un lugar seguro le era tan importante. Nadie entendería por qué rediseñar el pasado significaba tanto para él. Aun así, había rechazado el ofrecimiento de su padre porque RW era un padre cruel y egoísta que nunca había respetado a Jeff.
–Lo has reconsiderado –afirmó RW.
–¿Acaso tengo otra opción?
–Estupendo.
Su padre parecía contento. La presión que Jeff sentía en el pecho se aflojó al darse cuenta de que no iba a tener que suplicarle que le diera trabajo.
–Estaré ahí mañana.
–Hay una condición.
Debería haberlo imaginado. Aquellas tres palabras le pusieron los pelos de punta.
–¿Cuál?
–Tienes que mejorar tu imagen. He visto el vídeo, hijo.
Jeff empezó a dar vueltas por la habitación.
–No es lo que parece.
–Es un alivio, porque parece que fue un polvo rápido con una camarera del hotel Xander Finn. Eso es muy bajo, hijo. Los Harper reservan suites.
–Había reservado una suite –dijo Jeff entre dientes.
Solo que no había tenido tiempo para usarla porque estaba trabajando de incógnito para evidenciar una injusticia social. A Jeff le importaba la gente y aprovechaba su influencia y su programa para hacer el bien. El gran RW nunca comprendería por qué Jeff estaba dispuesto a desenmascarar a los supermillonarios como Xander Finn.
Unas semanas antes, Finn había prohibido al equipo de Secretos entre sábanas entrar en su hotel más caro de Manhattan. La amenaza había hecho que Jeff sospechara que tenía algo que ocultar. Había grabado aquel episodio él solo y lo que había descubierto mostraría a los espectadores cómo los clientes de uno de los hombres más ricos de Nueva York eran estafados.
Poco sabía entonces que estaba a punto de convertirse en el hazmerreír de internet.
–Hay que cuidar la imagen si quieres triunfar –seguía diciendo RW al otro lado de la línea–, y la tuya necesita una buena puesta a punto, Jeffrey. ¿Acaso no sabías que los hoteles tienen videocámaras en los ascensores?
–Por supuesto que sí. ¡Me tendieron una trampa!
Jeff apretó los dientes para evitar contarle lo que de verdad había pasado en el ascensor. Al fin y al cabo, su padre nunca lo había protegido de niño, ¿por qué iba a hacerlo ahora?
–Espera. ¿Cómo sabes que estaba en el ascensor de Finn? ¿Acaso te ha mandado el vídeo completo?
–Xander y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Siempre ha sido insoportable. No, no lo he visto completo, pero me asegura que se pone peor. Tengo la sensación de que no quieres que el público vea lo que pasa a continuación, ¿me equivoco?
Jeff resopló. Si el resto del vídeo se hacía público, no habría vuelta atrás.
–¿Qué quiere?
–Apuesto a que lo adivinas.
Jeff se frotó la nuca.
–Todo lo que grabé en su hotel.
–Bingo. Y una declaración en televisión diciendo que su hotel es el mejor que conoces. Xander quiere humillarte.
–Por ahí no paso. Es uno de los peores hoteles en los que he estado. Piensa en la gente que ha ahorrado durante años para ir de vacaciones a un hotel lujoso. No, es inaceptable. No estoy dispuesto a dejar que nadie me amedrente.
–Entonces tenemos un problema –dijo RW.
–¿Tenemos?
–Industrias Harper tiene una reputación que mantener y unos accionistas a los que complacer. No podemos ir por ahí contratando a un loco del sexo que…
–¡Papá! Me tendieron una trampa.
–Si no te hubieran grabado, no te estarían haciendo chantaje. Has metido la pata.
Eso era lo que esperaba de su padre cuando había contestado. Aquel tono de superioridad y condena eran habituales en RW Harper.
–El chantaje solo funciona si me dejo amedrentar, y no estoy dispuesto a hacerlo.
–Piénsalo bien –dijo RW–. Te están amenazando con divulgar el vídeo hasta que te avengas a sus condiciones. Con esa mala prensa, nunca volverás a trabajar en la industria hotelera de Nueva York, ni en ningún otro sitio, ni siquiera conmigo.
–Entonces, me tiene pillado –concluyó Jeff, pellizcándose el puente de la nariz.
–No si contraatacamos con publicidad positiva. Hay que hacerlo rápidamente para evitar que afecte al proyecto de Plunder Cove. Le prometí a la gente del pueblo un porcentaje de los beneficios, y tengo intención de cumplir mi palabra.
–¿Así que lo que más te molesta de lo que me ha pasado es que la gente del pueblo no reciba su parte?
–Los Harper estamos en deuda con ellos, hijo.
Jeff sacudió la cabeza. Los Harper eran unos piratas, unos aprovechados. Entre sus antepasados había bucaneros y grandes terratenientes que en otra época fueron los dueños y señores de los habitantes del pueblo. RW era tan miserable como las generaciones que lo había precedido, y lo único que le preocupaba era incrementar los beneficios de Industrias Harper. Su ambición había destruido a su familia.
«¿Y ahora papá quiere donar una parte de los beneficios a un puñado de desconocidos? ¿A qué viene esto?». Jeff no creía que al gran magnate del petróleo se le hubiera ablandado el corazón.
–¿Por qué ahora? –insistió Jeff.
–Tengo mis razones y no son asunto tuyo.
Aquel comentario se parecía más al padre que recordaba. Seguramente, tenía pensado estafar a la gente del pueblo. El RW que Jeff conocía era un genio jugando sucio y consiguiendo todo lo que quería.
–Tienes que elegir entre aceptar las condiciones de Xander o aceptar las mías. Juntos podemos vencerlo jugando su mismo juego.
–Te escucho.
–Tenemos que mostrar al público un respetable Jeffrey Harper, un exitoso promotor de hoteles. Serás el empresario modelo al que todos admirarán. Los accionistas se convencerán de que has sentado la cabeza y que estás preparado para llevar esta nueva línea de negocio de Industrias Harper.
–¿Cómo?
–Con un contrato firmado ante testigos.
–¿Qué clase de contrato? –preguntó Jeff frunciendo el ceño.
–Uno a largo plazo, del tipo «hasta que la muerte os separe».
Jeff se dejó caer en el sofá.
–No pienso casarme.
–No puedes seguir siendo un playboy de por vida. Es hora de que sientes la cabeza y formes una familia.
–¿Como tú? ¿Y cómo te ha resultado a ti, papá?
Jeff nunca perdonaría a sus padres el infierno que había sufrido junto a su hermano y hermana.
RW permaneció callado.
–Voy a contratar a un jefe de proyecto al final de esta semana. Cuando el hotel esté listo, contrataré a un director también. Si aceptas mis condiciones, los dos puestos son tuyos. Si no, tendrás que buscarte la vida tú solo en Nueva York.
«Me las he arreglado yo solo desde que con dieciséis años me echaste de casa, viejo».
–Considéralo –prosiguió RW en tono más amable–. El hotel que inauguremos en Plunder Cove será un legado familiar. Ya sabes que no soy muy confiado, pero estoy convencido de que lo harás bien.
Aquellas palabras lo sorprendieron. Nunca había oído a su padre decir algo así. Quería creer lo que su padre decía, pero era muy difícil olvidar cómo había sido siempre RW.
–Venga, papá, no esperarás que me case.
–Te daré unos cuantos días para que lo pienses.
Los ataques en las redes sociales no terminarían nunca a menos que luchara. El ridículo plan de su padre era lo único que tenía un poco de sentido.
–¿Habéis empezado a buscar un chef?
–¿Quieres casarte con un chef?
–No, quiero contratar uno. Un complejo hotelero exclusivo necesita un buen restaurante. Así es como se echa a rodar. Es más fácil montar un restaurante que un hotel, y si es bueno, enseguida se corre la voz. Búscame unos cuantos candidatos de entre los mejores restaurantes del mundo y hazles una oferta que no puedan rechazar. Yo valoraré sus habilidades culinarias y elegiré a uno.
–¿Un concurso? ¿Quieres enfrentarlos entre sí?
–Considéralo parte de la entrevista. Veremos a ver quién soporta mejor la presión. Quiero un chef capaz de trabajar bajo presión.
RW emitió un silbido, como hacía cada vez que algo no le agradaba.
–Debes casarte, es mi única condición. No me importa quién sea siempre y cuando te haga parecer respetable.
Jeff no quería una esposa, quería un hotel. Tenía que convertir Plunder Cove en el mejor lugar del mundo, y así recuperaría su dignidad.
El productor de Secretos entre sábanas llevaba años tratando de convencerlo para que hiciera un programa sobre la mansión familiar. ¿Por qué encumbrar un lugar que seguía provocándole pesadillas? Aunque dada la situación, el hogar de su infancia podía ser lo único que le ayudara a reconducir su carrera.
–De acuerdo. Mi equipo puede filmar la ceremonia en los jardines o en la playa. El banquete lo haremos en el nuevo restaurante. Será la mejor publicidad para el hotel.
–Bien pensado, me gusta –dijo RW.
«Pues espera, que es solo la primera parte del plan». Su padre no tenía que saber que iba a concederle a su productor la boda televisada a cambio de algo mucho más importante: el episodio final editado de Secretos entre sábanas. Jeff deseó por enésima vez no haberle dado las imágenes no editadas al productor del programa. No se había quedado con una copia y ahora no tenía con qué negociar frente a Finn. Pero no por mucho tiempo. Una vez que Jeff tuviera la grabación, la publicaría en todas las redes sociales. El chantaje se acabaría y todo el mundo sabría por fin lo que Finn había hecho a sus clientes y a Jeff. Nadie atacaba a los Harper y se regodeaba en ello. Jeff sonrió.
Michele Cox se acurrucó en la cama junto a su hermana y empezó a leer el cuento favorito de Cari, como cada noche. El caballo mágico de Rosie versaba sobre una niña que salvaba a su familia buscando en su caballo de piruleta un tesoro pirata.
Esa noche, Cari se había dormido antes de que Michele llegara a la parte de los piratas. Aun así, siguió leyendo. A veces, ella también disfrutaba con las fantasías. Cuando cerró el libro, se levantó sigilosamente de la cama para no despertar a su hermana.
–Dulces sueños, pequeña vaquera –dijo, y la besó en la frente.
Abatida, avanzó por el pasillo hasta el puesto de las cuidadoras.
–Llamaré y le leeré cada noche –le dijo a la favorita de Cari–. Tiene mi número. Avíseme inmediatamente si vuelve a tener mocos.
Cari era propensa a la neumonía y había sufrido varios episodios.
–No se preocupe, estará bien. Está acostumbrada a la rutina y está a gusto aquí. Cuidaremos bien de ella.
Michele sintió que el estómago se le encogía. Cari había tardado seis meses en hacerse a aquella residencia, seis largos y dolorosos meses. ¿Qué pasaría si no pudiera pagar para tenerla allí?
–Gracias por cuidar de ella. Es todo lo que tengo –dijo, y se secó una lágrima.
–Oh, cariño. Quédese tranquila, se lo merece.
¿Merecérselo? No, Michele era la que lo había estropeado todo y la que había perdido el dinero que su hermana necesitaba, y por ello se sentía mal.
Condujo hasta su apartamento, se sirvió una copa de vino y se sentó a la mesa de su cocina. Se sentía muy sola. Desde que su madre murió, seis meses atrás, estaba a cargo de su hermana. Su padre había muerto cuando ella tenía diez años. Cari necesitaba atención médica y para eso necesitaba de los fondos que le había robado su supuesto socio. Solo había una manera de arreglar el tremendo caos que había originado.
Tomó uno de los sobres.
–Industrias Harper –leyó y sacó de dentro la solicitud de empleo–. Los candidatos cocinarán y serán juzgados por Jeffrey Harper.
El estómago le dio un vuelco.
A Michele no le gustaba su programa ni la actitud de aquel playboy. Bastantes hombres arrogantes había tenido que soportar en su carrera. Lo había dado todo al cocinero jefe con el que había trabajado y ¿qué había conseguido? Acabar pobre y sola. Debido a él había perdido las ganas de cocinar, el último vínculo que tenía con su madre. Con ella había empezado a cocinar a los siete años. Juntas, habían disfrutado en la cocina. Sus mejores recuerdos eran en aquella estancia cálida y llena de olores. El resto de la casa le traía malos recuerdos: cáncer, pastillas, muerte. En la cocina se sentía a salvo, como entre los brazos de su madre.
De niña, Michele había probado nuevos platos con su madre y Cari. La había animado a participar en concursos gastronómicos y, los había ganado todos. La prensa local la había bautizado como «niña prodigio» y «Picasso de la cocina».
Sin embargo, ahora se sentía vacía. Había perdido la pasión. ¿Y si no recuperaba su don, el único talento que tenía y del que vivía?
Si Michele Cox no podía ser chef, ¿qué otra cosa haría?
Golpeó con el bolígrafo la solicitud para Industrias Harper. ¿Podría fingir? Jeffrey Harper era un crítico famoso que destruía a todo aquel que no fuera de su gusto. ¿Sabría distinguir entre cocinar con pasión y la cocina tradicional? Si así era, acabaría con ella. Pero en caso contrario…
El puesto de chef de Harper venía con una prima por adelantado de veinte mil dólares. Con ese dinero, Cari podría continuar su terapia con los caballos. La equinoterapia era beneficiosa para personas con síndrome de Down, y Michele se había sorprendido de cómo su hermana se había entusiasmado desde el primer momento en que había acariciado un poni. Las capacidades cognitivas, motoras y sociales de Cari habían florecido. Pero las clases no eran baratas ni tampoco el alojamiento y las facturas médicas. Apenas le quedaba dinero en su cuenta bancaria.
Si Industrias Harper no la contrataba, las dos acabarían viviendo en la calle.
Firmó la solicitud y pasó al último apartado. Tenía que grabar un vídeo contestando a la pregunta de por qué quería trabajar en Industrias Harper. Se irguió, miró a la cámara del ordenador y apretó el botón para grabar.
–Quiero trabajar en Industrias Harper porque necesito creer que algo bueno puede pasarle a la gente buena.
Detuvo la grabación. A punto estuvo de soltar lo que había pasado en Alfieri´s. Se frotó las mejillas, respiró hondo y lo intentó de nuevo.
–Me llamo Michele Cox y he sido chef en el restaurante de cinco tenedores Alfieri´s, de Manhattan. Voy a incluir algunos artículos sobre los premios que me han concedido y otros reconocimientos, aunque no es por eso por lo que me dedico a cocinar. La alimentación, señor Harper, es una medicina muy poderosa. La buena cocina hace que la gente se sienta mejor. Eso es lo que me gusta, hacer que los clientes se sientan felices y queridos, y es lo que quiero para su restaurante. Por eso, espero que me dé una oportunidad. Gracias.
No había estado mal. Antes de que pudiera cambiar de idea, apretó el botón de enviar y cerró el sobre con la solicitud para enviarlo por correo urgente junto a los artículos de prensa que había mencionado. Estaba decidida a olvidarse de Alfieri´s.
Una buena persona debería tomarse una pausa de vez en cuando. Eso era todo lo que necesitaba.
Michele corrió tan rápido como pudo por el aparcamiento, tratando de no romperse la cabeza con aquellos tacones y la maleta. Había llegado a Los Ángeles el día anterior y había pasado la noche en un hotel cercano para asegurarse de no perder el vuelo a Plunder Cove. El taxista se había equivocado de terminal y se le estaba haciendo tarde. El corazón se le salía del pecho al llegar a la puerta de embarque.
–Por favor, dígame que no es demasiado tarde.
–Nombre.
–Michele Cox. Se supone que hay un avión de Industrias Harper que me va a llevar a…
–La están esperando.
–Por aquí –le indicó una mujer vestida de azul–. Vaya, se la ve azorada. Podrá refrescarse en la suite privada, pero no le va a dar tiempo a ducharse. El señor Harper la está esperando.
Una puerta se abrió y Michele se encontró en una lujosa sala de espera. Había cinco mujeres charlando y tomando champán.
–¿Señorita Cox? –la llamó una voz desde el fondo del pasillo–. Casi me voy sin usted.
El corazón se le quedó parado hasta que se dio cuenta de que no era Jeffrey Harper. Era un hombre guapo, alto, moreno y de hombros anchos. También casado, a la vista de la alianza. No tenía ni idea de quién era ni de por qué sabía su nombre.
–¡Lo siento!
Su maleta perdió una de las ruedas. La tomó por el asa y siguió tirando hasta él.
–Gracias por esperar. La terminal internacional estaba abarrotada y… ¡Vaya!
El tacón del zapato se partió y a punto estuvo de torcerse el tobillo.
–¿La terminal internacional? ¿Ha venido corriendo desde allí? Ande, deje que me ocupe.
Tomó su maleta y se la entregó a un agente mientras ella recuperaba el aliento y el tacón roto.
Luego, miró a su alrededor. Cuando vio a una atractiva mujer junto a la barra hablando en francés, el corazón le dio un vuelco. Era la chef Suzette Monteclaire, la reina de la cocina francesa. ¿Qué estaba haciendo en el salón privado de los Harper?
–Bueno, ya estamos todos –anunció el hombre, elevando la voz para hacerse oír–. Voy a presentarme. Soy Matt Harper, el hermano de Jeff y el piloto que va a llevarlas hasta Plunder Cove. Antes de que subamos al avión, ¿tienen alguna pregunta?
Las mujeres se miraron entre ellas. Michele tuvo un mal presentimiento y levantó la mano.
–Dígame, señorita Cox.
–¿Todas somos candidatas al puesto de chef?
–Eso parece –respondió Matt, encogiéndose de hombros.
–No lo entiendo. Pensé que solo había un puesto vacante.
–Yo también –convino otra de las mujeres–. ¿Por qué estamos todas aquí?
Una de las mujeres del centro del grupo sonrió. Era morena y tenía los ojos verdes.
–Es un concurso. La ganadora trabajará con Jeffrey Harper –contestó otra que Michele reconoció como Lily Snow, chef del lujoso restaurante chino de Manhattan China Lily.
–¿Se trata de un programa de cocina, verdad? –preguntó una mujer con acento sueco.
Tenía el pelo rubio claro y sus ojos destacaban como zafiros. Era alta, esbelta y muy guapa. Michele trató de secarse discretamente el sudor. ¿Sería capaz de mostrarse como la gran chef que había sido no solo ante él sino ante toda América?
–No sé de qué va todo esto, yo solo debo llevarlas a Plunder Cove –dijo Matt–. Si no es esto lo que esperaban, les doy la oportunidad de echarse atrás. Me ocuparé de que las lleven de vuelta a la terminal y les pagaré el billete de regreso.
Viendo a todas aquellas adversarias, a punto estuvo Michele de volverse a Nueva York. Pero necesitaba aquello tanto por Cari como por ella. Así que permaneció inmóvil, al igual que las demás.
–Estupendo, pues síganme al avión.
Tres horas más tarde, la limusina con las seis candidatas tomó el largo camino de acceso.
–¡Ahí está! –exclamó una de las mujeres–. Casa Larga.
Michele miró por la ventanilla tintada y vio una mansión que parecía sacada de una revista. Era más grande que en las fotos. Las mujeres empezaron a hablar todas a la vez, pero Michele se limitó a tragar saliva. Debería haberle tomado la palabra a Matt Harper y haberse dado media vuelta.
–Jeff es un tipo muy atractivo –dijo una.
Michele estaba de acuerdo, pero ¿qué importaba? No quería un playboy ni un tipo arrogante como jefe. Quería que Jeffrey la contratara, pero que se quedara fuera de su cocina. Le había llamado la atención que todas las candidatas fueran mujeres. ¿Por qué no había ningún hombre?
La limusina se detuvo y las mujeres salieron.
–Bienvenidas a Casa Larga, en Plunder Cove –dijo una mujer de voz melodiosa, vestida de amarillo–. Soy la hermana de Jeff, Chloe Harper. Voy a ayudarlas a instalarse. Compartirán habitaciones de dos en dos. Síganme y les enseñaré la casa.
Atravesaron una puerta doble que daba a un enorme vestíbulo.
–Les daré un horario para que sepan cuándo tendrán que preparar sus platos. Tiene que ser un plato único, el que mejor sepan hacer.
La mujer con el pelo rubio claro levantó la mano. Se llamaba Freja.
–Maquillaje y vestuario antes, ¿no? Mis fans me verán desde Suecia. Ellos también pueden votar, ¿verdad?
Una oleada de pánico se apoderó de Michele. No se le había pasado por la cabeza que aquello fuera a ser un concurso, mucho menos que fuera a ser televisado. Si fracasaba ante el mundo entero, sería el final de su carrera.
–Esto no es un programa, es un concurso –aclaró Chloe–. Jeff decidirá cuál de ustedes será la chef de su restaurante. No habrá votos de fans.
El corazón de Michele recuperó el ritmo normal, hasta que Chloe continuó hablando.
–Vendrá un equipo de televisión una vez el restaurante esté en marcha. Quienquiera que Jeff elija, tendrá que estar preparada ese día para soportar un montón de cámaras.
Incluso sabiendo eso, Michele deseó ser la elegida. Aquel empleo era el camino a la estabilidad económica, la única manera de asegurar el bienestar de Cari. Tenía que convencer a Jeffrey Harper de que ella era la más adecuada para el puesto.
Jeff estaba hombro con hombro con Matt, observando desde el rellano de la escalera a Chloe precediendo a las mujeres.
–¿Estás seguro de tu plan, hermano? ¿Vas a casarte cuando el restaurante se abra?