El sueño más hermoso - El milagro de la vida (finalista premios Rita) - Barbara Hannay - E-Book
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El sueño más hermoso - El milagro de la vida (finalista premios Rita) E-Book

Barbara Hannay

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Beschreibung

El sueño más hermoso Como el resto de empleados de Kanga Tours, Alice Madigan estaba ansiosa por conocer a su nuevo jefe. Pero cuando vio aparecer a Liam Conway, se dio cuenta de que era peor de lo que podría haber imaginado. Alice había compartido con él una noche muy especial… y ahora tenía que comportarse como una empleada más. ¿Cuánto tiempo podrían fingir que no había sucedido nada entre ellos? ¡Especialmente ahora que Alice había descubierto que estaba embarazada! El milagro de la vida Hasta que salvó en una tormenta a la embarazada Jess Cassidy y la ayudó a tener a su hijita, Reece Weston nunca había tenido un bebé en sus brazos. Jess nunca olvidó a su salvador y, en cuanto su bebé tuvo unos meses, aprovechó la oportunidad que surgió para devolverle el favor. Reece solía sentirse satisfecho con el silencio que reinaba en la aislada zona interior de Australia en que vivía, pero al volver a tener en su casa a la mujer que no había dejado de habitar sus sueños y a su preciosa hija, la vida que llevaba empezó a parecerle demasiado dura y silenciosa...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 224

 

© 2005 Barbara Hannay

El sueño más hermoso

Título original: Having the Boss’s Babies

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2012 Barbara Hannay

El milagro de la vida

Título original: The Cattleman’s Special Delivery

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2006 y 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-624-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

El sueño más hermoso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

El milagro de la vida

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ELLA estaba sentada en la barra dándole la espalda y él no sabía por qué le había llamado la atención. Tal vez fuera porque parecía distinta del resto de clientes, la mayoría con apariencia de tener menos de treinta y cinco años, que abarrotaban el Hippo Bar todos los viernes por la noche. Ella no reía a carcajadas ni intentaba ligar a toda costa, sino que miraba su copa vacía, moviendo lo que quedaba de los hielos con una pajita negra, indiferente al bullicio que la rodeaba.

Su ropa también era diferente de la de los demás: no llevaba pantalones de talle bajo ni bisutería llamativa y brillante.

Llevaba la melena negra recogida en un sencillo moño, y su vestido, de color oscuro y muy femenino, dejaba un hombro desnudo descubriendo la grácil línea de su cuello y sus hombros. La falda no era especialmente corta, pero lograba revelar unas piernas bien torneadas.

Él estaba deseando verle la cara; si hacía juego con el resto de lo que veía de ella, tendría que ser, por lo menos, elegante.

Y entonces, como por arte de magia, ella se giró y a él se le comprimieron los pulmones como si hubiera descendido de golpe al fondo del Mar del Coral. Era preciosa.

Tenía los ojos de un color gris claro, una nariz clásica y la boca lujuriosa. Se había puesto un toque de gris en los párpados y una fina línea de lápiz de ojos, y con ese maquillaje tenía un aire distinguido y distante.

En ese momento, una inquietante fantasía se coló en su mente y la vio en un lugar remoto, con las mejillas ligeramente sonrojadas y los labios rogándole que le hiciera el amor.

Se maldijo en voz baja por su idiotez, y se dio la vuelta, dispuesto marcharse y buscar otro bar más tranquilo. Pero cometió el error de mirar hacia atrás.

Y esta vez lo que le conmovió fue más su aspecto de soledad que su belleza. Tenía la mirada fija en un punto en la distancia, pero sin interés alguno. Él reconoció el gesto; conocía el sentimiento de vacío que se escondía tras sus preciosos ojos. Lo había sentido en muchas ocasiones.

Aquella noche era una de ellas.

Cada año le gustaba menos el día de su cumpleaños, así que había decidido volar a Cairns unos días antes de lo necesario simplemente para evitar pasar esa noche en Sídney.

Había pensado pasar la noche solo, vagando por aquella ciudad tropical sin rumbo fijo, intentando borrar de su mente los malos recuerdos con las vistas y los sonidos del Norte del país. Sería un forastero solitario en la ciudad.

Pero había visto a aquella chica, y tenía que cambiar de plan.

 

* * *

 

Alice intentaba ser valiente. No era fácil estar sola en un bar el día de su treinta cumpleaños. Tenía derecho a sentirse deprimida. Muy deprimida.

Lo peor de todo era que había sido únicamente culpa suya; se había escapado de su fiesta de cumpleaños, no la que sus compañeros de trabajo habían querido darle, sino la reunión familiar que su madre había organizado.

A primera hora de la noche, la tía Bettina había dicho en voz alta lo que toda la familia pensaba:

–Pobre Alice –dijo ella, derrochando compasión–. Casada antes de los veinte y divorciada antes de los treinta. Qué lastima.

Nadie, pero nadie, de la familia Madigan se había divorciado. Ni tampoco había habido nadie estéril. Y si los hombres de la familia de Alice se habían permitido amoríos extramatrimoniales, sus esposas se lo habían callado. En la familia Madigan existía la norma no escrita de que las mujeres tenían que apoyar a sus maridos.

Alice había cometido los tres delitos: infertilidad, un marido adúltero y un divorcio. Era la vergüenza de la familia.

Había sobrevivido al divorcio con el ego intacto, apenas. Sabía que era mejor estar sola que con Todd, y había aprendido la amarga lección de que una mujer no debe basar su felicidad en un marido o en hijos.

Había mejorado mucho en los últimos seis meses, pero aquella noche su familia la hizo sentir como si ya no tuviese futuro ni esperanza. Como si cumplir treinta años no fuera ya un punto lo suficientemente crítico en la vida de una mujer. La fiesta fue un desastre.

En cuanto cortaron la tarta, ella se excusó diciendo que sus compañeros de trabajo la esperaban, como todos los viernes por la noche, en el Hippo Bar.

El problema fue que sus compañeros no la esperaban, y para cuando ella llegó, el grupo ya se había marchado a otro sitio. Alice no tuvo fuerzas para llamarlos al móvil y buscarlos por toda la ciudad.

Así que allí estaba. La noche de su treinta cumpleaños, mirando sin esperanza el resto de su vida. Sola.

–¿Te pongo otro?

Alice parpadeó al oír la voz del camarero y él señaló su vaso vacío.

–¿Te ha gustado el «Beso apasionado»?

–Sí, estaba delicioso.

–¿Quieres probar otro?

¿Debía hacerlo? ¿Por qué no? No era una noche para andar con remilgos. Tomó la carta, repasó los divertidos nombres de los combinados y sonrió:

–Creo que me arriesgaré y tomaré un «Orgasmo arrebatador» esta vez.

–Y yo tomaré otro –dijo una voz suave a su lado.

Alice se giró y se sorprendió al ver a un hombre sentado en una banqueta a su izquierda. ¿Cuándo había llegado?

Él sonrió, lentamente. Fue una sonrisa que empezó en sus ojos, azules, inteligentes y simpáticos, y después bajó sin prisa hasta sus labios. Con la misma tranquilidad la miró, y no trató de ocultar el hecho de que le gustaba lo que veía.

Algo en sus ojos y en aquella forma tan masculina de mirarla hizo que se sintiera flotando, como si acabara de caer desde un acantilado.

–Hola –saludó el extraño.

Alice no tenía experiencia en conocer a hombres en bares; su ex marido había sido su primer novio y se habían casado antes de llegar a los veinte años. Si pudiera pensar en una respuesta ingeniosa…

–Hola a ti también –respondió ella.

Parecía tener treinta y algunos, tenía el pelo castaño oscuro y un toque de gris en las sienes. Su rostro era fuerte, era delgado y tenía la piel bronceada. Llevaba unos pantalones chinos y una camisa blanca con los dos botones de arriba desabrochados y las mangas enrolladas.

–Parece que estás bebiendo sola –dijo él–. Un hábito poco saludable…

Alice se sintió obligada a defenderse.

–No es un hábito en absoluto. Es una excepción.

Él aceptó su respuesta con un leve asentimiento de cabeza.

–¿Te lo estás pasando bien?

–Por supuesto –dijo ella, poniéndose recta–. ¿Y tú?

–Prefiero estar acompañado.

–Pero estás solo esta noche.

–Sí –admitió él, y volvió a sonreírle lentamente–. Pero tengo una excusa excelente.

Ella tomó aliento, consciente del juego al que habían empezado a jugar.

–¿Acabas de salir de la cárcel?

Sus ojos se abrieron un poco y después rió.

–Es una forma de decirlo. Me he escapado de Sídney. He llegado hoy a la ciudad y no conozco a nadie –su mirada azul se clavó en la de ella por unos interminables segundos–. Aún.

De acuerdo. Ése era el momento en que tenía que deshacerse de él. Pero el camarero les trajo las copas, y antes de que ella pudiera hacer nada, su nuevo acompañante puso unos billetes sobre la barra.

–Esta ronda es mía –dijo él.

Ella iba a protestar, pero después cambió de idea. ¿Por qué no iba a probarse a sí misma con un poco de flirteo? Tenía treinta años y por primera vez en su vida adulta estaba en un bar siendo libre como el viento: dos buenas razones para dejar que un hombre bastante guapo hablase con ella.

Si él quería hacerlo.

Y si ella decidía que quería que él lo hiciese.

–¿Y cuál es tu excusa para beber sola? –le preguntó él.

–Unos extraterrestres han abducido a mis amigos.

Él levantó una ceja.

–Pobrecillos.

–Sí. Supongo que se despertarán por la mañana con las memorias borradas.

–Eso les ha pasado también a algunos de mis amigos después de una noche de copas –sonrió él.

Alice tomó un lento sorbo de su combinado.

–¿Qué te parece el cóctel? –preguntó ella, intentando parecer indiferente mientras observaba el movimiento de sus labios al saborear la bebida.

–No está mal.

–¿Lo habías probado antes?

–No –respondió él, y le dedicó una sonrisa pícara–. Éste es mi primer «Orgasmo».

Ella estuvo apunto de atragantarse. Una nube de vapor surgió de su cuerpo, pero ella intentó ignorarla. Levantó su copa y ofreció un tembloroso saludo.

–No lo bebas muy rápido, en ese caso.

Y justo cuando se preguntaba si se estaba dejando llevar demasiado, una voz conocida acudió en su rescate desde el otro lado del bar.

–¡Hola, Alice! ¡Feliz cumpleaños!

Era un tipo que trabajaba en el mismo edificio que ella. Debía haber visto la pancarta que le habían puesto las chicas a la entrada del trabajo esa mañana. Como no lo conocía muy bien, lo saludó con la mano y deseó que no se acercara. La conversación con aquel extraño se estaba volviendo algo loca, pero no quería que le interrumpieran. Tal vez fuera por las copas, pero empezaba a sentir una extraña pero maravillosa sensación de haber conectado con él.

–¿Feliz cumpleaños, Alice? –preguntó él, frunciendo el ceño–. ¿Es tu cumpleaños?

Oh, parecía molesto. Tal vez fuera porque se había dado cuenta de lo bajo que había caído ella, abandonada y sola el día de su cumpleaños. Alice habría preferido que la considerara una diosa independiente y libre.

–Nunca celebro mis cumpleaños –dijo ella, rápidamente–. ¿Qué son, al fin y al cabo? Llegan y se van, así que no hay por qué armar tanto revuelo por cumplir… ¡ups!

–Tienes toda la razón –dijo él–. Aunque siempre pensé que cumplir «ups» era algo así como llegar a un punto importante de la vida –y volvió a mirarla fijamente, pero con ojos divertidos, tanto que ella pensó si había imaginado el haberlo visto molesto poco antes–. Además –añadió él–, también hay que decir que hay que aprovechar cada ocasión que se pueda para convertirla en una celebración.

–Eso estoy haciendo yo. Celebrándolo –y Alice levantó su copa, pero no bebió. Empezaba a sospechar que ya había bebido bastante–. Esta conversación empieza a complicarse –tenía que cambiar de tema antes de meterse en líos–. Tú ya sabes mi nombre y mi fecha de nacimiento, pero yo no sé nada de ti.

–¿Qué te gustaría saber?

«Si estás casado». No llevaba alianza, pero eso no quería decir nada.

–¿Tu nombre?

–Liam. Y por si quieres un intercambio igualitario de información, te diré que tengo treinta y seis. O mejor dicho, «ups» y seis –añadió sonriendo–. Y… –se detuvo.

–¿Y? –preguntó ella, intentando sin éxito no aparentar curiosidad.

–Hoy también es mi cumpleaños.

–Estás de broma.

–En absoluto –se sacó la cartera del bolsillo trasero del pantalón y de ella sacó el permiso de conducir. Conway, Liam Cooper. Y su fecha de nacimiento era también el cinco de septiembre.

Alice frunció el ceño. Liam Cooper Conway. ¿Dónde había oído ella ese nombre? ¿Liam Conway, doctor Conway, profesor Conway… inspector Conway?

No… se lo estaba imaginando. No lo conocía de antes. Además, él era de Sídney, así lo decía su permiso de conducir, y acababa de llegar a la ciudad.

–¿Algo más que quieras saber? –preguntó él.

Ella lo pensó y se dio cuenta con sorpresa de que tal vez aquel encuentro perdiera su encanto si averiguaba demasiadas cosas de él. Sacudió la cabeza. En aquel momento, Liam Conway era un Hombre Misterioso, una figura con potencial ilimitado. Podía ser cualquier cosa…

Más importante que su ocupación le parecía el hecho de que compartiera su fecha de cumpleaños y su signo del zodiaco. ¡Eran como almas gemelas! Ella lo recompensó con una cálida sonrisa.

–Feliz cumpleaños, Liam Conway.

–Gracias –dijo él, y volvió a guardarse el permiso y la cartera en el bolsillo–. ¿Vas a acabarte la copa?

–No estoy segura de si debo –movió la bebida con la pajita–. No sé qué ponen en estas cosas.

–Hummm… los ingredientes de un «Orgasmo arrebatador…». Buena pregunta.

Esta vez, cuando sus miradas se encontraron, sus ojos apuntaban un mensaje muy directo y sin ambigüedades, uno oscuro y sensual que hizo que ella se alarmara y se excitara al mismo tiempo. Su corazón se aceleró y la piel se le cubrió de una fina capa de sudor al sentir el golpe de excitación. Dios. No podía recordar cuándo se había sentido de ese modo por última vez.

Desesperada por cambiar de tema, preguntó:

–¿Dónde estabas el día que cumpliste seis años?

Liam parpadeó como si su cerebro hubiera estado en un país completamente distinto, y pareció tardar años en computar su pregunta.

–Hum… estaba en el huerto de frutales en casa de mis padres, en la región del Cinturón de Granito.

–Así que mientras yo nacía, ¿tú te atiborrabas de melocotones y ciruelas?

–Probablemente, aunque hubiera preferido helado de haberlo tenido.

–¿No tuviste una fiesta?

–Mis padres no tenían tiempo para fiestas, excepto en los cumpleaños importantes.

Por un momento pareció perdido en una nube de oscuridad. Se acabó el contenido de la copa de un trago y sacudió la cabeza como para liberarse de una presencia fantasmagórica. Alice tuvo la impresión de que él lamentaba haberle dicho tanto.

–Por eso me gusta celebrar los cumpleaños ahora –dijo él, pero la intensidad de su voz no se correspondía con el significado de sus palabras.

–Pues yo estoy dispuesta para celebrar –y en ese momento Alice recordó que ya había bebido demasiado, así que sus opciones de seguir de celebración en un bar eran limitadas. Tal vez fuera el momento de marcharse.

Se imaginó a sí misma bajándose de la banqueta, agradeciéndole a Liam Conway la invitación y despidiéndose de él. Después tomaría un taxi para llegar hasta su apartamento en Edge Hill, donde podría poner uno de sus discos de guitarra española y tomarse una taza de chocolate caliente mientras leía una novela hasta quedarse dormida.

Sabía exactamente lo que debía hacer, estaba muy claro.

Pero no se movió de su asiento.

–Realmente ya es mala suerte que los extraterrestres abduzcan a tus amigos el día de tu cumpleaños –comentó Liam.

–Desde luego –repuso ella, sonriendo–. Y yo que creía que mi racha de mala suerte había acabado… –inmediatamente se arrepintió de haber dicho eso–. Lo siento. Estás buscando diversión, no historias de mala suerte.

Liam se encogió de hombros.

–No estaba buscando nada en especial. Hasta que te vi.

Su sonrisa le produjo un agradable cosquilleo y ella alargó la mano hacia su copa.

–Fue un hombre el que puso esas sombras bajo tus ojos, ¿verdad? –preguntó Liam.

Ella se quedó demasiado sorprendida como para mantener la cautela.

–Sí. Un sapo que no se convirtió en príncipe –aunque lo intentó, no pudo evitar que una imagen se colara en su mente–. Un día regresé más pronto a casa y lo encontré en nuestra cama con otra mujer.

Alice apretó los labios e intentó luchar contra los recuerdos.

Liam pareció realmente enfadado.

–Llamar sapo a un hombre como ése es demasiado educado.

Su inesperada comprensión pareció abrir las compuertas de sus sentimientos, que tanto tiempo llevaba intentando mantener ocultos.

–Tal vez no hubiera debido sorprenderme tanto –dijo ella–. Llevaba tiempo viendo cosas raras, pero no quería creer lo que indicaban.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Molesta, parpadeó, y Liam le pasó una servilleta de papel del montoncito que había sobre la barra.

–Te queda muy bien la máscara de ojos –dijo él–. No la estropees.

–Gracias –dijo ella, tomando la servilleta y secándose con cuidado los ojos. Después tomó aliento y dejó escapar una sonrisita nerviosa–. ¿Sabes? Lo que más me enfadó fue que Todd llevara a esa mujer a nuestro dormitorio.

–¿Estabas viviendo con él?

–Era mi marido. Me casé con el sapo –dijo, mientras retorcía la servilleta–. Él sabía lo mucho que a mí me gustaba esa habitación. Me había tomado muchas molestias para decorarla, y hasta la ropa de cama la elegí con todo el cariño. El tocador había sido de mis abuelos. Estuvo en su habitación toda su vida de casados. Lo siento. No espero que lo comprendas.

–Por supuesto que lo entiendo. Él no sólo te traicionó, sino que violó un lugar que para ti era especial.

Liam Conway no sólo era espectacularmente guapo, sino que también era sensible. Ella había olvidado que existían los hombres como él.

–Espero que te libraras de él –dijo Liam.

–Desde luego. Sobre todo cuando me enteré que aquella mujer no era más que una de muchas –suspiró–. El divorcio se hizo efectivo hace cuatro meses –hizo una mueca. Admitir el fallo de su matrimonio le hacía sentirse una perdedora.

–Normal que aún parezcas algo afectada.

–Estoy bien. En serio. Es algo del pasado –la confesión le había salido de dentro, y eso era bueno, pero tampoco quería matar a aquel hombre de aburrimiento–. Tengo toda una nueva vida por delante.

–Otra cosa más que celebrar –dijo él–. Entonces, ¿por qué no vamos a un lugar donde podamos bailar?

Cielos, hacía años que no bailaba. Todd siempre había dicho que odiaba bailar, así que nunca habían bailado y ella había perdido la práctica.

–Me temo que no soy buena bailarina –dijo ella.

–No me lo creo –Liam se puso de pie y resultó ser más alto de lo que ella había imaginado–. Vamos –insistió–. Es nuestro cumpleaños, vamos a mover el esqueleto.

¿Mover el esqueleto? Ella bajó la vista hacia sus sandalias negras de tiras. Tenía el tacón muy alto. Se había pintado las uñas de los pies de color rojo brillante para hacer juego con su vestido negro de flores.

Por encima de su cabeza oyó a Liam que decía:

–A mí me parecen unos pies bailarines.

Ella tomó aire y lo miró. «Vaya».

Había algo muy masculino en la fortaleza contenida de su esbelto cuerpo y en sus fuertes rasgos; en la intención que apuntaban sus ojos…

Tenía que salir de allí enseguida, antes de dejarse atrapar.

No quería volver a tener relaciones con hombres, al menos no tan pronto. Las heridas de su divorcio aún dolían de vez en cuando.

Pero una voz en su interior la animaba a olvidarse de sus temores.

«Sus ojos son tan comprensivos como sensuales. ¿Por qué dudar? Y, en cualquier caso, tienes la excusa perfecta para atreverte: nunca más cumplirás treinta años».

Ella tomó su bolso de la barra.

«Adelante, Alice. Parece tan, tan agradable…».

–De acuerdo –dijo ella, sonriendo–. Ir a bailar me parece buena idea.

–Vamos –respondió él.

En la calle, un fotógrafo tomaba una foto de un trío de chicas que no paraban de reír. Cuando ellos pasaron a su lado, el fotógrafo les llamó.

–Disculpe, ¿le importa que le haga una foto con su adorable dama?

Liam hizo una mueca e hizo un gesto de negativa con la mano.

–Bienvenido a Queensland del Norte –dijo Alice–. Los periódicos locales siempre están haciendo fotos de gente para las páginas de sociedad.

–Me alegro de que hayamos escapado de él –dijo Liam, tomándole de la mano.

Oh, cielos. Ella podía sentir cada milímetro de su piel en contacto con la suya, la fuerza de sus dedos…

–¿Cuál es el mejor sitio de la ciudad para ir a bailar? –preguntó él.

–El Club Arrecife se supone que está bien.

–¿Se supone?

–Nunca he ido.

Él la miró con curiosidad y ella esperó que no fuera porque había sentido la oleada de calor que la había recorrido cuando él la tocó.

Pero lo más probable era que él se preguntase por su limitada vida social. Si él preguntaba, ella debía estar preparada para explicar que, aunque trabajaba para una empresa del sector turístico, estaba especializada en tours por la región y no tenía mucha experiencia en los locales nocturnos de la ciudad.

Liam no preguntó y Alice se sintió aliviada, porque esa explicación le hubiera conducido a tener que dar más datos sobre su matrimonio fallido. Todd había preferido pasar los fines de semana pescando en la Barrera de Coral o bebiendo y jugando a las cartas con sus amigos que saliendo con ella por las noches.

Pero contarle aquello a Liam podía haber sido demasiada información. Era muy probable que no quisiera saber nada de ella después de eso.

Él quería su compañía por una hora o algo así, sin ataduras, y eso le parecía bien a Alice. Lo último que quería era pasar de un desastre de matrimonio a otra relación. Además, se suponía que los divorciados siempre estaban dispuestos a aquellas aventuras sin continuación.

Aunque lo cierto era que se sentiría mucho más segura yendo a bailar con aquel hombre al que acababa de conocer si no se sintiera tan atraída por él. No había esperado conectar tan pronto con él, sentirse tan cautivada y tan sin aliento a su lado.

Hacía más de diez años que se había enamorado del jugador de fútbol más guapo de su instituto. Sabía que no tenía práctica en aquello de las relaciones chico-chica, pero sabía bien que no debía sentirse tan atraída por un extraño. Ni debía sentir ese extraño vuelco en el corazón cada vez que Liam Conway la miraba… y siempre que ella lo miraba a él.

¿Qué iba a hacer cuando empezaran a bailar? Tal vez era buen momento para empezar a rezar. Con un poco de suerte, la banda del Club Arrecife estaría tocando música rápida que no requiriera de tocarse para bailar.

Pero no hubo suerte.

Nada más entrar en el club, lo primero que notó era que el local estaba casi en penumbra, la música era lenta y la pista estaba abarrotada. Con sólo una mirada a los peligros que prometían los ojos azules de Liam Conway, supo que estaba perdida.

Liam le sonrió lentamente.

–¿Bailamos, cumpleañera? –y sin esperar su respuesta, él le tomó de la mano y la llevó hasta la pista de baile. Y enseguida ocurrió: Alice estaba en sus brazos.

Ella estaba nerviosa, aterrorizada, con todos los sentidos alerta. Arropados por la oscuridad que los rodeaba y la sensual melodía del saxo, se balancearon juntos lentamente, y ella tuvo conciencia del tacto de Liam, de su aliento junto a su pelo, los músculos de su hombro, su cuerpo tan tentadoramente cerca del suyo…

Si cerraba los ojos, podía sentir perfectamente el aroma de su loción para después del afeitado, y si los volvía a abrir, se sentía cautivada por las sombras que la tenue luz proyectaba sobre el rostro de Liam.

Desde el momento en que conoció a aquel hombre había estado en la cuerda floja. ¿Tal vez las emociones le estuvieran haciendo perder el equilibrio? Se sentía cautivada por él: el hecho de que sus cumpleaños coincidieran, el modo en que él había escuchado su triste historia, el deseo con que la miraba. Y ahora, en sus brazos, se sentía increíblemente arropada.

Estaba claro que los meses que había pasado sola desde su divorcio le estaban pasando factura.

Deseaba que Liam la besara. Quería sus manos sobre su cuerpo y, sí, quería que le hiciera el amor.

Y el deseo le estaba llenando el cerebro y arrebatándole la razón.

Sospechaba que la mente de Liam estaba orientada en la misma dirección que la suya. A pesar de la facilidad con que se movía por la pista de baile, su cuerpo era presa de una tensión que no lograba ocultar, al igual que el deseo de sus ojos.

Sus labios le acariciaron la frente y se le escapó un suave y casi desesperado suspiro.

Al oírlo, Alice sintió que su ya frágil resistencia se venía abajo. Resignada, se fundió contra él y el deseo se extendió por su cuerpo.

Él la acercó aún más contra sí. Después le murmuró al oído:

–¿Tienes alguna idea de lo endemoniadamente preciosa que eres?

No eran las palabras de un caballero, y ella sabía que tenía que haberse sorprendido, pero estaba demasiado perdida en su nube de deseo. Y tenía la garganta tan bloqueada por la emoción que apenas hubiera podido pronunciar una protesta aunque lo hubiera intentado.

Y después, entre una canción y otra, él dijo:

–Quiero llevarte a casa, cumpleañera.

Oh, Dios. Alice hundió la cabeza en su hombro con el corazón latiéndole desbocado. Sabía desde el momento en que salieron del Hippo Bar que todas las probabilidades apuntaban a que la noche acabara en esa dirección, pero en un aterrador instante de pánico, el coraje la abandonó. No estaba acostumbrada en absoluto a las aventuras de una noche.

Liam le acarició el cuello.

–¿Te parece una mala idea?

¿Lo era? Alice trató de pensar con calma, pero en ese momento toda ella era un amasijo de emociones y deseo, y estaba muy lejos de tener la calma necesaria para tomar una decisión racional.

Pero sabía que había una pregunta importante que le tenía que hacer.

–Dime una cosa –dijo, en voz baja–. ¿Estás casado?

–No –respondió él, con tal decisión que ella supo que era cierto.

Levantando la vista y mirándolo con la misma intensidad que veía en sus ojos, ella dijo:

–No es una mala idea, Liam.

Al oírlo tomar aire, ella se estremeció. Él estaba tan tenso y consumido por el deseo como ella. Alice apenas podía respirar.

Salieron del Club Arrecife de la mano, aunque apenas osaban mirarse el uno al otro al pasar bajo las brillantes luces de la entrada.

–No he traído mi coche –dijo ella–. ¿Y tú?

Por un momento, ella sintió otro tipo de tensión en él.

–No. Aún no tengo la parte del transporte solucionada.

–No importa –dijo ella–. Tomaremos un taxi.

Ella se sintió increíblemente tímida mientras esperaba al borde de la acera a que pasara un taxi.

–Supongo que éste es el momento en que uno de los dos dice: «¿En tu casa o en la mía?».

Sus ojos azules parecieron brillar con más intensidad.

–Creo que eso debes decidirlo tú.

El taxi llegó y ellos se sentaron en el asiento trasero. Liam miró a Alice mientras el conductor esperaba instrucciones. Ya estaba hecho. No había vuelta atrás. Y era su elección.

Le dio al conductor la dirección de su apartamento en Edge Hill. Se sentiría mejor jugando en casa, pensó, sintiendo un espejismo de estar manteniendo el control. Además, ella estaba bastante orgullosa de ese piso. Lo había comprado con su parte de la venta de la casa que había compartido con Todd.

Era ultramoderno y muy nuevo, y para ella era toda una novedad tener su propio espacio, que siempre mantenía con un aspecto excelente. Sus amigos le tomaban el pelo diciéndole que estaba esperando la llamada de una revista de decoración rogándole que les dejaran sacar su casa como artículo central de su próximo número.

Pensar en las bromas de sus amigos le ayudó a relajarse mientras el taxi avanzaba por las oscuras calles. También le tranquilizó el hecho de que Liam se sentase a cierta distancia de ella y que no se echase encima de ella.

Aún así, la tensión era palpable, y su cuerpo ardía de impaciencia. ¿Qué tipo de amante sería aquel hombre?

¿Qué tipo de amante sería ella? Una no demasiado buena, a juzgar por las aventuras que buscó Todd fuera de su cama. Pero había algo en la mirada de Liam que le devolvía la confianza que Todd le había arrebatado.

Una brisa fresca los saludó al salir del taxi. Por encima de ellos, la luna iluminaba con su romántica luz las palmeras que se alineaban en la calle de Alice.

–Bonito sitio –dijo Liam, y después los dos caminaron en silencio por la acera pavimentada rodeada de jardines jóvenes.

Cuando Alice empezó a buscar las llaves en el bolso, se vio asaltada por las dudas. ¿No estaría cometiendo un terrible error? No sabía nada de aquel hombre. Ella no hacía ese tipo de cosas.

Si una vidente le hubiera dicho que un día llevaría a casa a un guapo extraño al que había conocido en un bar, se hubiera reído en su cara y le hubiera pedido que le devolviera el dinero.

Alice no era nada moderna en cuanto a las citas con hombres. Aunque sus amigas solteras no parecían tener reparo en acostarse con un hombre una noche sólo porque les gustara, ella nunca había soñado ser tan atrevida. Ni en sus fantasías más salvajes. Bueno, tal vez en las más salvajes, sí. Pero ¿desde cuándo esas fantasías se hacían realidad?

Tal vez debiera sugerir tomar un café. Tenía una cafetera expreso estupenda y así podría llevar a Liam a su diminuta y moderna cocina e insistir en que le hablara más de sí mismo. Había tantas cosas que debería saber de él antes de…

Demasiado tarde. Liam alargó el brazo hacia ella en cuanto la puerta se cerró tras ellos. Y el café y las preguntas que le habían parecido tan importantes, se borraron de su mente en cuanto él la atrajo hacia sí. Y sus labios se encontraron con los de ella.

«Oh». Los labios de Liam eran suaves y firmes, y muy lentos. A Alice casi le fallan las rodillas.

–Tienes una boca preciosa –murmuró él.

–A mí me encanta la tuya –dijo ella, sorprendida de oírse hablar con un tono que mostraba estar a punto de perder el control.

Él le besó la garganta.

–Tienes un cuello perfecto para ser besado.

Oh, esos labios tan halagadores y sensuales eran una combinación como para detenerle el corazón a una. Tan diferente de Todd.

No, no iba a pensar en Todd. Sólo en Liam. Sólo en sus maravillosos labios explorándole la piel, haciendo que su cuerpo entrarse en calor y se encendiese de deseo. Sabía que se moría por un contacto más íntimo.

Una cálida languidez se apoderó de ella y apretó sus muslos y caderas contra los de Liam, arqueando el cuello y pidiéndole más besos.

Él respondió como se esperaba mientras sus manos la atraían hacia él y sus labios bajaban por su cuello hasta el pequeño valle de su clavícula. Después le besó el lóbulo de la oreja.

–Las mejores orejas de todo el hemisferio sur –dijo él, y le hizo cosquillas en la oreja con la punta de la lengua, lo que hizo que ella lo besara con una necesidad desesperada en el cuello.

La respuesta de Liam fue un gruñido muy sexy y un momento después la tenía en sus brazos.

–¿Por dónde? –murmuró a la vez que la levantaba del suelo.

Sin dudarlo un segundo, ella señaló al pasillo que llevaba a su dormitorio.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

FUE raro levantarse a la mañana siguiente con Liam Conway en su cama. Raro y maravilloso. Y sólo un poquito triste. Entonces vendría lo duro, la mañana después de la noche anterior.

Liam y ella no podían aparentar ser extraños después de la increíble noche de pasión que habían compartido pero, del mismo modo, tampoco podían volver a recuperar la parte de conocerse mejor que se habían saltado.

Liam se marcharía pronto, de su casa y de su vida, y Alice tendría que poner cara de valiente y recordar que no le importaba, que era lo que quería.

Además, sabiendo que era estéril, los hombres no querrían de ella más que algún encuentro casual.

Con la cabeza apoyada sobre la mano observó a Liam despertarse; primero abrió y cerró los ojos un par de veces dejando vez retazos de azul tan brillantes como el cielo de la mañana.

Al ver que lo estaba mirando, él le sonrió.

–Buenos días.

–Hola.

Liam la miraba como si sus ojos bebieran de ella. Alargó la mano y le acarició un mechón de pelo que le había caído sobre los hombros.

¿Tendría mal aspecto? ¿O tendría el aspecto de una mujer que ha disfrutado de una noche de placer sin límite? La luz del día era muy… reveladora.

Liam, por supuesto, tenía mejor aspecto que nunca. La sombra que le empezaba a cubrir la mandíbula le daba un aspecto moderno y sexy, tenía los hombros bronceados, casi brillantes al reflejarse en su piel la luz que entraba por la ventana.

Pero quedarse mirándolo no era precisamente lo que debía hacer; su cometido aquella mañana era despedirse de él. De una forma amistosa, por su puesto, pero despedirse al fin y al cabo.

–Va a ser un bonito día –dijo ella, e inmediatamente hizo una mueca. No había sido una buena forma de comenzar; parecía una guía turística animando a un grupo de veraneantes en la Gran Barrera de Coral.

¿Pero qué se suponía que debía decir? «¿Gracias por la noche más increíble, bella y emotiva de toda mi vida sexual?».

Era la pura verdad. ¿La creería Liam? La noche anterior había viajado hasta las estrellas, nada le hacía pensar que para él no hubiera sido una noche más de sexo, sin nada especial.

Él se estiró y se puso las manos detrás de la cabeza para mirar a través de las ventanas el contraste de las palmeras contra el cielo azul.

–Otro día en el paraíso, como dicen los folletos turísticos –dijo, y volvió la mirada hacia ella–. Y tú y yo somos un día más viejos.

Tenía toda la razón. Sus cumpleaños eran algo del pasado, un día llegaba y al siguiente se había acabado.

Alice se sentó cubriéndose con la sábana.

–Me alegro de que te quedaras a pasar la noche –dijo con timidez–. Me hubiera sentido mal si te hubieras marchado en cuanto acabamos… hummm… la celebración.

Liam frunció el ceño.

–Sería un crimen hacerte sentir mal. Eres una mujer muy especial, Alice –las arrugas de su frente se alisaron y sus labios dibujaron una sonrisa–. Y, por lo que recuerdo, nos hemos pasado casi toda la noche de celebración.

Alice sintió que se sonrojaba. El resto de su cuerpo empezó a calentarse mientras Liam seguía mirándola.

Oh, cielos. La luz del día no había cambiado nada. Ella seguía siendo tan sensible a sus encantos como por la noche.

Deseó saber mejor cómo funcionaban aquellas cosas: ¿dónde acababa la aventura de una noche y dónde empezaba una relación?

Ella no estaba buscando algo serio, no podría soportar volver a ser vulnerable y que la hirieran.

–Voy a hacer café –dijo ella, apartándose–. ¿O prefieres té?

Si Liam se sorprendió por su forma de poner distancia, se recuperó enseguida.

–Café está bien.

Ella tomó aire aliviada. Casi había esperado que la tomara en sus brazos de nuevo, y sabía que era demasiado débil para resistir. Por suerte, él aceptó su decisión de buen grado y no trató de detenerla cuando se bajó de la cama.

Alice fue primero al baño, y cuando acabó, se arropó con un albornoz blanco y fue a la cocina para poner el café. Liam no tardó en reunirse con ella, ya duchado, pero aún sin afeitar y con la misma ropa que llevaba la noche anterior.

Verlo entrar tranquilamente en la cocina fue suficiente como para alterarle el pulso. Maldición. Incluso en la cocina, rodeada de cazuelas y sartenes, Liam Conway tenía el mismo efecto perturbador que en la pista de baile o en su dormitorio.

–Ese café huele fenomenal –dijo él.

–¿Te apetecen unos cruasanes? –dijo ella, mostrando un paquete que acababa de sacar del congelador.

–¿Tú vas a tomar?

Ella asintió.

–Es mi capricho de los sábados por la mañana: café, cruasanes y leer el periódico en la terraza –se colocó mejor el albornoz–. Hoy pensaba pasar del periódico, pero si a ti te apetece, la tienda está muy cerca.

Él lo pensó un momento y después sacudió la cabeza.

–Podré sobrevivir sin noticias del mundo exterior hoy. En teoría no empiezo a trabajar hasta el lunes, así que ya tendré tiempo entonces para enterarme de qué ocurre a mi alrededor.

–¿Entonces te has mudado a Cairns para empezar en un nuevo trabajo? –preguntó ella, intentando no parecer demasiado interesada, mientras ponía los cruasanes en el horno.

–He comprado un negocio que tiene una sucursal aquí –dijo, sin mucho interés, como si no quisiera dar detalles–. Por cierto, este sitio está genial.

–Gracias.

–El verde es tu color favorito, ¿verdad?

Estaba mirando su colección de piezas de cristalería que tenía en una estantería.

–Supongo –sonrió ella, complacida de que se hubiera fijado en eso–. Aunque a los virgos se supone que nos tiene que gustar más el blanco.

–¿En serio?

–Eso dicen los expertos, pero yo llevo coleccionando cosas verdes desde que tenía doce años. Empecé con una plato en forma de hoja de nenúfar, y seguí a partir de ahí –se encogió de hombros–. Se ha convertido en una pequeña manía.

Todd odiaba su colección de cosas verdes. En uno de sus ataques de furia, le había roto su pieza favorita y ella optó por guardar toda la colección. Pero ahora podía exhibirla de nuevo.

Liam tomo un bol verde y blanco con el borde dentado, y lo giró para ver el nombre del fabricante escrito en la base.

–Es precioso. Tiene personalidad y, desde luego, es mucho mejor que las vajillas minimalistas que te ponen en los restaurantes.

Mientras buscaba unas servilletas, se le ocurrió preguntarle por su nuevo negocio. Él podía haberle hablado de ello si hubiera querido, y no lo había hecho, pero decidió lanzarse de todos modos.

–¿Qué negocio has comprado?

–Una agencia de viajes.

«No». Alice se quedó tensa y sintió que un frío la recorría de arriba abajo. Lo miró fijamente.

–¿Qué agencia de viajes?

Él la miró sin responder.

–Dime que no has comprado Kanga Tours.

Alice vio cómo un músculo en su mandíbula se contraía y cómo fruncía el ceño, a la vez que se estiraba en la silla y cruzaba los brazos.

–¿Acaso importaría?

–No… bueno, sí. Sí importaría.

–¿Cómo?

Ella sintió una oleada de pánico.

–No puedo creerlo…

–¿El qué no puedes creer? –entrecerró los ojos y su expresión se hizo más cauta–. ¿Por qué? ¿Cuál es el problema?

Ella volvió la mirada hacia el horno. Los cruasanes se estaban empezando a dorar.

–¿Qué sabes de Kanga Tours? –preguntó Liam–. Me informé bien acerca de la empresa antes de comprarla. Sé que el crecimiento en la zona norte del país no ha sido tan fuerte como se esperaba, pero por eso estoy aquí, para cambiar eso. En general, la empresa parecía una buena oportunidad de negocio.

–Oh, y lo es –dijo ella, con el corazón golpeándole como un martillo en el pecho–. Si eres un buen gestor, harás mucho dinero.

–¿Entonces por qué te lo tomas como si fuera una mala noticia?

Ella se mordió el labio. A él no iba a gustarle aquello.

–Demonios, Alice. Parece que acabe de confesarte que soy un terrorista.

–Yo… yo trabajo allí. En Kanga Tours.

Él se quedó boquiabierto. La miró y cuando acabó de asimilar sus palabras, apartó la vista. Maldiciendo entre dientes, se pasó una mano por el pelo.