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Escenas de la vida en el campo en cuatro actosUna casa de campo en Rusia. Cuatro hombres y cuatro mujeres en plena madurez, llenos de deseos y pasiones cruzadas, toman conciencia de que el destino de sus vidas comienza a escapárseles. Quizás pudieran soñar con otras formas de vivir más felices, quizás deban decidir, simplemente, entre negar la realidad o tener el valor de afrontarla…
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Una casa de campo en Rusia. Cuatro hombres y cuatro mujeres en plena madurez, llenos de deseos y pasiones cruzadas, toman conciencia de que el destino de sus vidas comienza a escapárseles. Quizás pudieran soñar con otras formas de vivir más felices, quizás deban decidir, simplemente, entre negar la realidad o tener el valor de afrontarla…
Anton Chéjov
Escenas de la vida en el campo en cuatro actos
Título original: Diadia Vania
Anton Chéjov, 1896
Chéjov escribió Tío Vania en su hacienda de Melikhovo, acompañado de Tolstoy, Turgenev, Grigorovich, Tachaikovsky y Goltsev. Admirados literatos que supervisaban su trabajo, el de doctor más que el de literato, pues el tiempo que le quedaba para cuentos y teatro era escaso: la salud de una veintena de aldeas —incluido un monasterio— dependía de su cuidado médico, sin olvidarse de las peonías que tan satisfecho le hacían sentir. Las veía al asomarse por la ventana del estudio que daba al jardín.
Imagino a una anciana haciendo calceta allí. Hierve el samovar bajo un árbol frutal. Pero Chéjov no quiere té; prefiere una taza de café; sus personajes, una botella de vodka, a la que se amorran a todas horas. Para vivir de espejismos, nada como agua con etanol: mágica combinación que el Chéjov-autor dispensa en todas sus obras con profusión, pero que el Chéjov-doctor sólo prescribe «estando libres y en ocasión».
Y he aquí una buena sazón: celebrar que Tío Vania se siga aplaudiendo más de un siglo después de que Konstantin Stanislavski la dirigiera, en 1900. La pieza no fue un fracaso; pero tampoco tuvo el éxito esperado. La producción de La gaviota, dos años atrás, había dejado el listón muy alto. Pero las críticas poco entusiastas, al escritor, no le consternaron. Sobre todo porque, cuando la obra se estrenó, sus pulmones tísicos se estaban dando un respiro en Yalta, ciudad-resort que las batas blancas recetaban cuando no encontraban en sus bolsillos pastillas que curaran. De modo que Antón Chéjov no pudo ver la representación hasta la primavera en que el Teatro del Arte de Moscú (MAT) se fue por la península crimea de tour.
Considerada por la crítica como el texto que más plena y despojadamente expresa las preocupaciones esenciales del autor, quizás sea la que encierra la visión más sombría, no sólo de la Rusia de fines del siglo diecinueve sino también de la condición humana y su posibilidad de acceder en vida a una existencia plena.
Todos los sectores sociales representados o aludidos en la obra —los terratenientes, los intelectuales y los mujiks— son igualmente fustigados ya sea por su inercia, por su falta de comprensión o por su ignorancia. El fracaso de una vida inútil, falsa o cobarde, admitido o no, signa por igual a todos los personajes, inclusive a aquellos aparentemente exitosos o admirados como el viejo profesor y su bella esposa. La percepción de un futuro feliz pero lejano y ajeno, para el cual siente que está oscuramente «desbrozando el camino», mitiga en el médico Astrov, aunque no el desprecio por una vida mediocre y sucia, sí el dolor y la desesperación que, en cambio, dominan al tío Vania y lo impulsan —como no sucede con ningún otro personaje chejoviano— a un frustrado suicidio. En cuanto a Sonia, es su fe, que le permite esperar acceder con la muerte a una vida definitivamente plena, la que explica su sufrida resignación y su heroica resistencia a una desdicha irreversible.
La irrupción de Serebriakov y su esposa funciona como catalizador del mínimo conflicto dramático, en la medida en que desencauza la angustia vital por los sueños fracasados, contenida en la atmósfera asfixiante de la hacienda familiar, para convertirla en el tema constante de reflexión de los personajes. Falta en el texto ese toque humorístico, ya sea en situaciones o personajes, que suele caracterizar al teatro chejoviano en consonancia con su deseo de quebrar los límites entre la comicidad y la angustia. Apenas si se registran tonos burlescos en algunas intervenciones zumbonas de tío Vania, que adopta la pose de bufón como una forma más de enmascarar su sufrimiento.
ALEXANDER VLADIMIROVICH SEREBRIAKOV, profesor retirado.
ELENA ANDREEVNA, su mujer, veintisiete años.
SOFÍA ALEXANDROVNA (SONIA), su hija de un primer matrimonio.
MARÍA VASILIEVNA VOINITZKAIA, viuda de un consejero secreto y madre de la primera mujer del profesor.
IVÁN PETROVICH VOINITZKII, su hijo.
MIJAIL LVOVICH ASTROV, médico.
ILIA ILICH TELEGUIN, terrateniente arruinado.
MMARINA, vieja nodriza.
Un MOZO.
La acción tiene lugar en la hacienda de Serebriakov.
La escena representa un jardín y parte de la fachada de la casa ante la que se extiende una terraza. En la alameda, bajo un viejo tilo, esta dispuesta la mesa del té. Sillas, bancos y, sobre uno de ellos, una guitarra. A corta distancia de la mesa, un columpio. Son más de las dos de la tarde. El tiempo es sombrío.
MARINA, viejecita tranquila, hace calceta sentada junto al «samovar»; ASTROV pasea a su lado por la escena.
MARINA: (Sirviéndole un vaso de té.)
Toma, padrecito.
ASTROV: (Cogiendo con desgana el vaso.)
Creo que no me apetece.
MARINA:
Puede que quieras un poco de vodka.
ASTROV:
No… No la bebo todos los días… El aire, además, es sofocante. (Pausa.) ¡Ama!… ¿Cuánto tiempo hace ya que nos conocemos?
MARINA: (cavilando.)
¿Cuántos?… ¡Que Dios me dé memoria!… Verás… Tú viniste aquí…, a esta región… ¿cuándo?… Vera Petrovna, la madre de Sonechka, estaba todavía en vida. Por aquel tiempo, antes de que muriera, viniste dos inviernos seguidos…, lo cual quiere decir que hará de esto unos once años. (Después de meditar unos momentos.) Y hasta puede que más.
ASTROV:
¿He cambiado mucho desde entonces?
MARINA:
Mucho. Antes eras joven, guapo…, mientras que ahora has envejecido… ¿Y dónde se te ha ido la belleza? También hay que decir que bebes vodka.
ASTROV:
Sí. En diez años me he vuelto otro hombre. Y ¿por Qué causa?… Porque trabajo demasiado, ama… No conozco el descanso, y hasta por la noche, bajo la manta, estoy siempre temiendo que vengan a llamarme para ir a ver a algún enfermo.
Desde que nos conocemos no he tenido un día libre, y así…, ¿quién no va a envejecer? Además, la vida de por sí es aburrida, tonta, sucia… Eso también influye mucho. A tu alrededor no ves más que gentes absurdas, y cuando llevas viviendo con ellas dos o tres años, tú mismo, poco a poco y sin darte cuenta, te vas volviendo también absurdo… Es un destino inevitable. (Rizándose los largos bigotes.) ¡Qué bigotazo más enorme he echado! ¡Qué bigote más tonto! ¡Me he vuelto absurdo, ama!… Tonto todavía no me he vuelto. ¡Dios es misericordioso! Mis sesos están en su sitio; pero tengo, en cierto modo, atrofiado el sentimiento. No deseo nada, no necesito de nadie y no quiero a nadie. Acaso sólo te quiero a ti.
(Le besa la cabeza.) Cuando era niño, tuve también un ama como tú.
MARINA:
Puede que quieras comer algo.
ASTROV:
No. En la tercera semana de Cuaresma, durante la epidemia, tuve que ir a Malitzkoe… Cuando el tifus exantemático… Allí, en las «isbas», se morían las gentes como moscas… ¡Suciedad…, pestilencia…, humo…, terneros por el suelo, junto a los enfermos!… ¡Hasta cerdos había!… Yo no me senté en todo el día, ni probé bocado; pero, eso sí…, cuando llegué a casa, tampoco me dejaron descansar. Me traían al guardagujas de la estación… Le tendí sobre la mesa para operarle, y se me murió bajo el cloroformo… Pues bien…, entonces…, cuando menos falta hacía, el sentimiento despertó dentro de mí. La conciencia me dolía como si le hubiera matado premeditadamente. Me senté, cerré los ojos…, así…, y pensé: aquéllos que hayan de sucedernos dentro de cien o doscientos años, y para los que ahora desbrozamos el camino…, ¿tendrán para nosotros una palabra buena?… ¡No la tendrán, ama!
MARINA:
La gente no la tendrá; pero Dios, sí.
ASTROV:
Sí. Gracias… Has hablado muy bien.
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