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A veces, la persona indicada se cruza en tu camino cuando más lo necesitas. Iba a ser una noche de sexo sin compromiso. Pero, al día siguiente, Sutton, que es consultora, acude a conocer a su nuevo cliente y no puede creer lo que ve: los propietarios son tres gemelos idénticos, y uno de ellos es el misterioso chico con el que pasó la noche, ¡aunque no sabe cuál! Tras descubrir que se llama Callahan y que trabajarán juntos en un resort paradisíaco, él le deja muy claro que quiere más. Sutton también, pero ¿se atreverá a arriesgar su carrera por él? Déjate seducir por los hermanos Sharpe en esta nueva trilogía adictiva
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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo
Sobre la autora
V.1: Septiembre, 2022
Título original: Last Resort
© K. Bromberg, 2022
© de esta traducción, Eva García Salcedo, 2022
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2022
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.
Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Imagen de cubierta: Freepil - chajamp
Publicado por Chic Editorial
C/ Aragó, 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
www.principaldeloslibros.com
ISBN: 978-84-17972-85-1
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Iba a ser una noche de sexo sin compromiso. Pero, al día siguiente, Sutton, que es consultora, acude a conocer a su nuevo cliente y no puede creer lo que ve: los propietarios son tres gemelos idénticos, y uno de ellos es el misterioso chico con el que pasó la noche, ¡aunque no sabe cuál! Tras descubrir que se llama Callahan y que trabajarán juntos en un resort paradisíaco, él le deja muy claro que quiere más. Sutton también, pero ¿se atreverá a arriesgar su carrera por él?
«Lo he devorado. Una historia muy sexy y adictiva.»
Jeeves Read Romance
—¿En qué piensas?
—¿Cómo? —le pregunto a mi jefa, distraída.
Presentarme así de cansada ante un nuevo cliente no es que sea la mejor estrategia para impresionarlo, pero, sin duda, ha valido la pena.
Roz me observa con socarronería e insiste:
—Te he preguntado que en qué piensas.
Lo de anoche se repite en mi cabeza.
Él entre mis muslos.
El fuego que sentí la primera vez que me la metió.
«Dime qué quieres» susurrado en mi hombro.
Cómo me agarraba las piernas.
Cómo me pasaba la lengua por la piel.
Cómo experimenté un placer que no había sentido jamás en mi vida.
Miro a Roz con cara de cervatilla asustada mientras me esfuerzo por contestarle.
—Pues… Es que…
—No estés nerviosa. —Me da una palmadita en la mano; cree que titubeo porque estoy preocupada, y no porque esté rememorando lo de anoche.
—No lo estoy.
Lo estoy.
Y no sé ni cómo tengo fuerzas para estarlo.
Pero cuando echo un vistazo al enorme vestíbulo, pienso «¿Cómo no voy a estarlo?». Me encuentro en la última planta de un rascacielos de Manhattan, a punto de reunirme con las personas que juzgarán mis aptitudes.
Y si a eso le sumas que las últimas veinticuatro horas han sido de vértigo, debería apellidarme Estrés. He discutido con mi mejor amiga, Lizzy. Roz me ha elegido por sorpresa para dirigir un proyecto. Clint ha roto conmigo de sopetón. Por primera vez en mi vida, he tenido un rollo de una noche, el cual, si os soy sincera, no deja de repetirse en mi mente en bucle horas después de despertar en la cama vacía de una suite de hotel.
—Sí que lo estás. —Me sonríe mientras me observa con sus gafas de montura negra—. Mira, sé que no tienes tiempo y que aún estás digiriendo los detalles que te he dado, pero estoy convencida de que vas a bordarlo. Y si no sabes algo, disimula hasta que des con la solución. —Me guiña un ojo—. Ya que te vas a meter en la boca del lobo, al menos finge que sabes aullar. Es lo que hacemos todos.
—Aullaría, pero te lo voy a ahorrar. —Me río por lo bajo y pienso en los documentos y las especificaciones que he leído detenidamente esta mañana, mientras me bebía mi expreso de un trago. Recemos para que recuerde lo justo de los detalles importantes y suene convincente. Por suerte, dispondré de tres días y un largo vuelo para memorizar el resto de pormenores.
—Lo harás bien. Recuerda que los socios no son tan intimidantes como parecen en un principio. Tú sonríe todo el rato y mírame si necesitas que te eche una mano.
Deduzco que se refiere a los hermanos Sharpe, de Sharpe International Network (o S.I.N., que es como la secretaria ha llamado a la empresa mientras hablaba por teléfono cuando hemos entrado). No obstante, una vez en su oficina, las palabras de Roz son todo lo contrario de lo que me dijo ayer. Ayer me aseguró que los socios eran unos perfeccionistas redomados; justos, pero exigentes. Asiento a regañadientes. No es que pueda hacer otra cosa: ya no hay escapatoria.
—Ah, solo para que lo tengas en cuenta, son…
—Ya pueden pasar —dice una asistente impecablemente vestida mientras se acerca a nosotras. Sus tacones repiquetean sobre el suelo de mármol blanco.
—Gracias —decimos Roz y yo, que nos levantamos y la seguimos. Me fijo en la costura de su falda de tubo en un intento por aplacar los nervios que me devoran.
Puedo hacerlo.
«Hazlo por ti, Sutton».
Las palabras de Lizzy se repiten en mi cabeza, lo que me confirma que estoy haciendo lo correcto, a la vez que la asistente abre la puerta gigante que da a la sala de juntas. Roz entra primero, y yo, después.
—Caballeros —dice Roz a modo de saludo mientras se aparta para que vea bien a los socios.
Mis pies trastabillan.
Mi corazón se detiene.
Y mi mandíbula se desencaja.
«Mierda».
En la otra punta de la mesa, está sentado el hombre que anoche estaba pegado a mí —dentro de mí, encima de mí—. Entonces, miro al hombre de su lado y, mierda: son iguales. Gemelos. ¿Va en serio? «Estás estresada. Es el cansancio». Tomo aire con brusquedad y miro al tercero, que vuelve a la mesa tras ir a por un café.
«Me cago en todo».
No puede ser verdad.
Son clavados, trillizos idénticos. Los tres guapísimos hasta decir basta. Y los tres me miran fijamente.
Juro por Dios que no tengo ni idea de a cuál de los tres pertenece el aroma que todavía huelo y el sabor que aún paladeo.
—Hola —dice el del medio, con su camisa blanca almidonada y su llamativa corbata roja. Esboza una sonrisa torcida que es en parte afectuosa y en parte, burlona—. Perdona. ¿No te lo ha dicho Roz? Sabemos que da un poco de yuyu entrar y vernos a los tres.
—Perdón. Sí. —Al lío. Niego ligeramente con la cabeza y añado—: Hola. —Trago saliva como puedo mientras intento no ponerme roja—. Soy Sutton Pierce. —Los miro a los ojos uno a uno; me cuesta hablar. No tengo claro si quiero ver un brillo de reconocimiento en alguno de ellos o no—. Encantada de conocerlos.
El de la derecha se ríe entre dientes, lo que me llama la atención. Lleva una camisa gris oscuro con el botón de arriba desabrochado y las mangas enrolladas. Me llaman la atención sus musculosos antebrazos y sus manos fuertes. Su pelo es un poco más largo que el de sus hermanos. Me fijo en sus dedos y me pregunto si fueron esos los que un segundo me dejaban sin aliento y al otro me hacían gritar.
—El placer es nuestro. —Me mira a los ojos cuando levanto la mirada. Y no aparta la vista.
«¿Será él?».
Me vienen imágenes de anoche a la cabeza, y me paralizan. Me veo de rodillas mirando sus ojos ambarinos, con su polla, grande y dura, en mi boca. Recuerdo cómo se mordía el labio inferior mientras me penetraba, cómo me hacía cosquillas con sus rizos mientras me lamía entre los muslos. Cómo me… hizo sentir: como nunca imaginé que lo haría.
Las escenas se reproducen como una película en mi cabeza.
Una película que no puedo parar.
Estoy excitada, confusa, perpleja.
Muy, pero que muy jodida.
Y todo eso sucede mientras estoy ahí de pie, siendo juzgada por los hombres que tengo enfrente.
—Sentaos —dice el hermano de la izquierda. Me fijo en su camisa blanca, su chaleco gris oscuro y su corbata amarilla. Tiene los mismos ojos, la misma sonrisa y el mismo pelo.
Y tiene un vaso del Starbucks delante.
Tiene que ser él. ¿No?
«Olvídate. Actúa normal. Como si uno de ellos no hubiera dejado el listón tan alto que ya no quisieras estar con ningún otro».
—Gracias —murmuro, y me siento junto a Roz mientras soy plenamente consciente de que uno de esos hombres me está desnudando con la mirada. Tengo que hacer un esfuerzo hercúleo para no mirarlos uno por uno hasta recordar sus rasgos más peculiares y averiguar con cuál me lie. O para esconderme debajo de la mesa y morir de vergüenza.
En cambio, me centro más de lo que cualquier ser humano debería en sacar mi libreta y mi boli del bolso para tomar notas.
—Soy Fordham Sharpe —dice el del chaleco y la corbata amarilla—. Llamadme Ford. Este es Ledger. —Señala al hermano del medio, el de la corbata roja—. Y este es Callahan. —El chico sin corbata y con la camisa gris oscuro levanta la mano y asiente.
—Luego habrá una prueba —dice Callahan, lo que hace que lo observe. Nos miramos a los ojos un instante. «¿Eres tú Johnnie Walker?».
—No te preocupes —dice Ledger, y me saca de mi aturdimiento—. Cuanto más tiempo pases trabajando para nosotros, más capaz serás de distinguirnos. Somos muy diferentes, en serio.
Callahan resopla.
—Es que es el pequeño —nos explica Ford, que sonríe con suficiencia mientras Callahan pone los ojos en blanco—. Intentamos no tenérselo en cuenta.
Los tres sonríen y juro que hasta Roz, a mi lado, suspira al contemplar tanta belleza junta.
—¿Os parece si empezamos?
Hace veinticuatro horas
—A las diez. Discoteca Coquette.
—Abriéndonos al mundo, ¿eh? —la chincho. La discoteca Coquette es el lugar de moda, pero el pase VIP solo se consigue si conoces a alguien importante o lo eres tú—. ¿Cómo te vas a hacer con las entradas, o los pases, o lo que se necesite para entrar?
—Puede que esté saliendo con uno de los gerentes.
Alzo las cejas ante un hecho típico de Lizzy. Siempre se junta con la gente adecuada en el momento adecuado. Atrae la suerte y la prosperidad como un imán.
—¿Y bien? ¿Te apuntas? Hace siglos que no vienes a una noche de chicas.
—No puedo —susurro al móvil mientras me asomo por mi cubículo, en un rincón al fondo de mi oficina, para cerciorarme de que no me oye nadie. O de que no ven el mohín que he hecho en respuesta a la pregunta de mi mejor amiga.
No debería haber cogido el teléfono. Y menos con lo tensa que se ha vuelto nuestra relación en los últimos meses.
—Cómo no —murmura Lizzy, que suspira con resignación. Se parece mucho a mi estado de ánimo últimamente.
—¿A qué viene eso?
—A que ¿cuándo fue la última vez que la lapa de Clint se despegó de ti? ¡Por el amor de Dios! Es una noche de chicas. No te deja ni a sol ni a sombra, ¿o qué?
—Lizzy, eso no es así.
—Sí lo es, Sutton. El capullo puede salir y divertirse todo lo que quiera, pero, para sorpresa de nadie, tú no puedes porque a lo mejor te necesita de repente. Él puede aceptar ascensos y escalar puestos, pero en cuanto a ti te da por hacer lo mismo, te hace dudar de tu potencial y rechazas oportunidades similares. Joder, que hasta te ayuda a elegir los vestidos que llevar a sus eventos y, una vez allí, te humilla públicamente pregonando a los cuatro vientos que has escogido mal. —Lizzy emite un sonido de frustración a la vez que me empiezan a escocer los ojos por las lágrimas.
Sabía que me arrepentiría de desahogarme con ella el mes pasado. La llamé en un momento de frustración y debilidad y, ahora, lo estaba usando en mi contra. Cómo no.
La parte de mí que desea aferrarse a ella en busca de apoyo cede al impulso de defender a Clint y a mi dignidad.
—Estoy trabajando. No puedo hablar de esto ahora.
—Siempre tienes una excusa para no hablar del tema; para defenderlo. —Hay un deje suplicante en su tono, pero finjo que no me doy cuenta—. Tía, mírate: en tu trabajo lo petas a diario. Y, casualmente, es la única faceta de tu vida en la que no interfiere ni tiene poder.
—Lizz…
—No quiero ofenderte, pero es que no te das cuenta. —Al ver que no contesto, suspira con pesadez—. Sé que lo quieres, pero esto no es amor. Esto es control mezclado con una obsesión por empequeñecerte para verse más grande él.
—Eso no es verdad —susurro sin una pizca de convicción.
—Le ha arrebatado la chispa y la personalidad a mi mejor amiga, y ya no pienso consentirlo. Me he pasado los dos últimos años de brazos cruzados viendo cómo te desvanecías mientras él tiraba más y más fuerte de los hilos con los que te maneja, y no lo soporto más. Prefiero cargarme nuestra amistad diciéndote la verdad que dejar que te conviertas en una sombra de la chica que sé que eres.
—Te he dicho que no puedo hablar de esto ahora.
Y, sin embargo, no cuelgo.
Ni siquiera lo intento.
Porque sé que tiene razón. Nada de lo que me ha dicho es nuevo para mí. Es más, son las cosas que me repito una y otra vez. Cosas en las que he pensado bien entrada la noche, cuando Clint ha salido y yo me he quedado sola en casa. He llegado al punto de reconocer que nuestra relación no es sana. Que nuestras charlas sobre casarnos y compartir un futuro no son más que eso: charlas. Soy consciente de que no puedo seguir así eternamente y, sin embargo…, aún no soy lo bastante fuerte para poner pies en polvorosa.
«¿O sí lo soy?».
La idea me sacude. La verdad que hay en ella me deja sin aire mientras Lizzy me calienta la oreja.
¿Tanto me ha doblegado? ¿Tanto como para anteponer sus necesidades a mi bienestar? ¿Tanto como para que su frase estrella de que se hundiría sin mí haya calado hasta el punto de que me dé igual quién me mantiene a flote a mí?
Pero yo erre que erre con lo mismo.
—Lizzy, me necesita…
—Ni se te ocurra decirme que estaría hecho polvo sin ti —empieza—. Que ya es grandecito y puede cuidarse solo. Te ha manipulado tanto que crees que si algún día lo dejas, se desmoronará. Pues ese es su problema, no el tuyo.
—No es tan fácil como crees. —Me da vergüenza hasta pronunciar esas palabras; a mis veintipico años debería ser más madura. Lizzy sabe que estoy de deudas escolares hasta las cejas, pero no que apenas tengo ahorros y que no puedo vivir sola en Nueva York.
Me estremezco.
Esa no es razón para vivir con Clint.
Madre mía. ¿Por eso sigo con él?
—Sé que no es fácil. Es más, sé que es chunguísimo, porque te ha arrebatado gran parte de tu esencia y te ha lavado el cerebro para que creas que no puedes hacerlo.
—Vivimos juntos. No puedo coger y dejarlo y…
—Sí puedes, Sutt. Puedes coger y dejarlo. Ya te he dicho que puedes quedarte conmigo hasta que las cosas te vayan mejor. La oferta sigue en pie.
—Gracias —le digo en apenas un susurro, pues su voz resuena en mi cabeza y ahoga al miedo asfixiante que se ha apoderado de mí más de lo que me gustaría admitir.
Es raro saber qué debes hacer —qué quieres hacer—, pero que te corroan la culpa y la vergüenza por no poder hacerlo.
—Echo de menos a la amiga que se subía a la barra del bar a bailar conmigo, la que me llamaba a las tres de la mañana para ir a comer helado porque se había quedado trabajando hasta tarde y me echaba de menos. Echo de menos tu risa y tu sentido del humor. Jamás le perdonaré que te haya arrebatado eso de ti. Vamos, que te echo de menos, Sutt.
Toso para que no se me escape el sollozo que estoy conteniendo mientras salgo escopeteada del despacho y voy a esconderme al baño para recuperar la compostura.
—Lizz… —Mi hipo resuena en la estancia vacía decorada con azulejos. Echo el pestillo y agrego—: Sigo aquí, sigo siendo yo. Sigo…
—Y yo sigo queriéndote.
Sus palabras duelen demasiado; no puedo oírlas.
—Tengo que colgar.
Con la espalda apoyada en la puerta, me deslizo hacia el suelo y dejo que me caigan las lágrimas y me embargue la emoción.
«Tiene razón».
Tiene razón, y estoy aterrada. ¿Será este momento, este instante, la gota que ha colmado el vaso?
La cuestión es: ¿quiero yo que así sea?
Se me humedecen más los ojos mientras me siento de cualquier manera y me concedo un segundo para autocompadecerme. Y unos cuantos más para aceptar lo que Lizzy ha puesto sobre la mesa.
Me llega un mensaje al móvil.
Lizzy: ¿Estás bien?
Yo: Lo estaré.
Lizzy: Te quiero. Solo quiero lo mejor para ti.
Me sorbo los mocos. Veo la pantalla borrosa por las lágrimas. Me las limpio con el dorso de la mano, respiro hondo y, entonces, tecleo la pregunta más dura que he formulado en años.
Yo: ¿Cómo lo hago?
Lizzy: Poco a poco. No estás sola. Empieza haciéndote un favor hoy, solo uno. Prométemelo.
Yo: Te lo prometo.
Miro la pantalla, mi promesa, mientras me caen las lágrimas y mi determinación se endurece.
«Un favor».
Puedo hacerlo.
«Poco a poco».
Me recompongo, me levanto del suelo y me seco las lágrimas de las mejillas con papel del baño, y solo entonces me doy cuenta de que el concepto de aceptación entraña poder. De que una vez que aceptas las verdades de las que huías, empiezas a tener poder sobre ellas.
—¿Estás bien?
Echo un vistazo rápido a Melissa, mi compañera de cubículo, y asiento.
—Sí. Es que la alergia está haciendo de las suyas.
—¿Seguro? —Me mira más de cerca y le sonrío. Ocultar mis ojos hinchados no haría más que aumentar sus sospechas.
—Sí. Me da de vez en cuando. —Me encojo de hombros como si no hubiera estado llorando como una Magdalena mientras me cuestionaba mi vida—. ¿Qué pasa?
—Venía a por ti. Roz quiere verte.
Me quedo a cuadros y digo:
—¿A mí? ¿Por qué?
Roz nunca quiere ver a asesores adjuntos a no ser que se hayan metido en un lío o vaya a echarlos. ¿Me habrá oído alguien mientras estaba en el baño? ¿Me habrá visto atender una llamada personal en horario laboral? ¿Estaré…?
—Ni idea, pero, yo que tú, no la haría esperar.
Al momento, estoy sentada en el palacio de cristal al que Roz, la dueña de Resort Transition Consultants, llama despacho. Sus ventanas del suelo al techo se jactan de mostrar Manhattan, pero, en realidad, dan a otro rascacielos vecino. Me seco el sudor de las manos en los pantalones de vestir y rezo para que no se dé cuenta de que me acaba de dar un bajón y que no se crea que tengo los ojos rojos por beber en jornada laboral o algún disparate del estilo.
Roz, sentada enfrente, me observa con su jersey negro marca de la casa, sus gafas de montura negra y su pelo cortito y moreno a juego.
—Nos acaban de proponer un proyecto de última hora.
—Qué guay —digo. Aunque por dentro gruño porque ya estamos abarcando demasiado.
—Pues sí, sobre todo porque este cliente es de un nivel superior. Ya solo las comisiones valdrán la pena, pero la fama y la reputación que obtendremos por formar parte de este proyecto son de un valor incalculable. —Roz sonríe. Si no fuera porque me tiene delante, se estaría frotando las manos y contando la pasta que le lloverá—. Lo único malo es que se espera que estemos al corriente, al pie del cañón y en sus oficinas en cinco días.
—Vale —digo para participar en la conversación, pues, aunque me encanta trabajar con Roz, no hay nada que le guste más que el sonido de su voz.
«Pero ¿cinco días? ¿Estamos locos o qué?».
—Hace poco, nuestro cliente adquirió una propiedad en las Islas Vírgenes que está haciendo aguas. Es un sitio magnífico, pintoresco y precioso, pero tiene problemas.
—Como todos.
—Ahí es donde entramos nosotros. —Sonríe pletórica—. Nos han contratado para que evaluemos los daños y que los dueños hagan que el resort brille con luz propia.
«¿Y nos dan cinco días para prepararnos? ¿En serio?».
Aunque un resort en las Islas Vírgenes… Lo que daría yo por romper con la rutina y dedicarme en cuerpo y alma a mi trabajo mientras soluciono mis problemas personales.
—Es una oportunidad estupenda para RTC.
—Y aún no sabes lo mejor. —Me hace un gesto con la mano para indicarme que ella sí—. ¿Quién rechazaría trabajar unos meses en el paraíso? Joder, yo misma me encargaría del proyecto si pudiera, pero no puedo marcharme con la que tengo aquí montada.
—Entonces… —Intento adivinar qué me está pidiendo sin hablar—. ¿Quieres que ayude a Gwen a tenerlo todo listo porque está liada con las propiedades de los Rothschild? —pregunto en referencia a la asesora principal; esa a la que me asignan en casi todos los proyectos. Y cuando digo que me asignan quiero decir que yo hago todo el trabajo y ella se lleva el mérito.
—Esta vez, no.
—Entonces, ¿qué necesitas?
Mueve unas cosas de su mesa y vuelve a mirarme a los ojos cuando dice:
—Sé que estoy perdiendo el tiempo, pues ya me has comentado que no te sientes preparada para asumir un cargo superior al de asesora, pero te lo preguntaré de todos modos. ¿Te interesa el proyecto, Sutton?
—Claro que sí. Como te he dicho, te ayudaré en lo que pueda.
—Lo sé, pero no es eso lo que te estoy preguntando. —Sonríe y añade—: ¿Te gustaría dirigir el proyecto?
Por un segundo, la miro boquiabierta.
—¿Dirigir, dirigir?
—Sí, dirigir, dirigir. Liderar el proyecto. Ser la asesora principal, la que toma las decisiones junto con los clientes.
—¿En las Islas Vírgenes?
—Ahí es donde está el proyecto, sí.
Carraspeo. Me empiezan a sudar más las manos y se me acelera el pulso.
—Eres consciente de que nunca he trabajado en un proyecto de este calibre y menos lo he dirigido, ¿no? —Solo proyectos de bajo presupuesto y escasas inversiones. Proyectos que no incluyen un resort con fondos ilimitados o que requieren diez veces más experiencia de la que tengo yo—. A ver, que no dudo de que pueda hacerlo y de que satisfaga a nuestro cliente, pero es muy arriesgado adjudicarme el papel de líder.
—Soy consciente. —Asiente y sonríe para tranquilizarme—. Pero también sé que algún día vas a tener que aprender, y quizá haya llegado el momento. Nada te enseñará más que ponerte a prueba. Todo lo que he aprendido en este negocio ha sido gracias a que me he visto obligada a salir de mi zona de confort.
Olvida que mi falta de experiencia dejará en ridículo a RTC como meta la pata y tire por la borda la gran oportunidad que supondría trabajar con este cliente.
—Si el cliente es tan importante, ¿cómo es que no se lo pides a algún asesor principal? Yo encantada de ultimar algún proyecto que tengan entre manos.
—Porque nuestro cliente ha solicitado un diseñador entregado que se centre únicamente en su proyecto y nada más que en su proyecto.
—Vamos, que es exigente.
—Cuando se es tan exitoso como ellos, puedes ser lo que te dé la gana. ¿Por qué cambiarías, cuando la gente mataría por mencionarte en su porfolio?
Miro a mi jefa con cientos de preguntas rondándome por la cabeza. ¿Por qué yo? ¿Y si fracaso? Y si, y si, y si… Y, sin embargo, sé que no me lo habría pedido si no confiara en mí y en mis habilidades.
—Y la segunda parte de mi respuesta —dice al ver que no voy a hablar— es que creo en ti, Sutton. No solo aprendes rápido y eres ingeniosa, sino que he estado siguiendo tu trabajo. Gwen siempre me dice que eres muy entregada y que aportas mucho a sus proyectos, y creo que ya va siendo hora de que te des cuenta de todo el potencial que tienes. Obviamente, el proyecto incluye un aumento, alojamiento en el resort y la posibilidad de obtener un ascenso tras su conclusión. —Nos miramos a los ojos fijamente—. No te lo digo para presionarte para que aceptes. Lo último que quiero es que accedas por obligación y luego lo lamentes, porque figurará en tu expediente, pero, a su vez, si sigues rechazando ofertas, no prosperarás en RTC. —Me obsequia con una sonrisa tierna y alentadora mientras a mí me corre la adrenalina por las venas—. ¿Y bien? ¿Qué me dices?
«Hazte un favor hoy».
Recuerdo la última vez que Roz me pidió que me propusiera nuevas metas. El montón de excusas que puse para no hacerlo, no fuera a ser que ascendiera más rápido que Clint en su carrera. Recuerdo que me dijo que lo mejor era que no aceptara el proyecto para no ponerme en evidencia a mí, a la empresa y, sobre todo, a él. Asimismo, recuerdo que aquella noche lloré en la ducha para que no me oyera, con la sensación de que me había defraudado a mí misma, y que intenté justificar todo aquello, en vano.
«Ya va siendo hora de que te des cuenta de todo el potencial que tienes».
Madre mía. ¿Cómo me he podido tratar así? Si soy un hacha en mi trabajo.
El pulso me taladra los tímpanos y me envalentono más con cada segundo que pasa. Miro a Roz y sonrío.
—Sí, me interesa mucho…
Roz se queda atónita al oír mis inesperadas palabras.
—¿En serio?
Temblorosa, tomo aire y asiento.
—Sí. Quiero aprovechar la oportunidad. —«Poco a poco»—. Me da un miedo atroz, pero estoy preparadísima.
—Todo lo bueno de la vida asusta un poco. Es la forma de saber que estás viviendo de verdad.
Hace dieciocho horas
—¿Sutton? ¿Cielo? —dice Lizzy al verme plantada en su puerta, con las maletas a los pies y cara de desamparo.
—Tenías razón —susurro apenas mientras miro fijamente a mi mejor amiga. No digo nada más pero, aun así, sabe qué hago ahí y qué necesito exactamente. Me conduce al interior de su casa y me abraza fuerte.
—Todo irá bien —murmura una y otra vez en un tono que me reconforta. Por primera vez en mucho tiempo, siento que respiro de verdad—. Cuéntame qué ha pasado.
Procedo a contarle que Roz me ha hecho una oferta, que he aceptado el puesto para hacerme un favor, tal y como le prometí, y que Clint se ha puesto como un basilisco cuando he vuelto a casa y le he contado que he aceptado la oferta.
Le digo que al principio su tono ha sido tranquilo y sereno, aunque hiriente, y que creía que solo necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Dios, si hasta lo he invitado a venir a las Islas Vírgenes conmigo y trabajar a distancia. Pero cuanto más demostraba la ilusión que me hacía el proyecto, más furioso se ponía él. Hasta le ha pegado un puñetazo a la pared de yeso y me ha humillado con sus insultos; su rabia y su mezquindad eran innegables.
Y, tras la tormenta, una calma gélida.
—Nunca serás nada sin mí, Sutton. —Su semblante excesivamente sereno resultaba inquietante—. Y ambos lo sabemos. Pero si estás tan empeñada en fracasar, adelante, vete. Solo acuérdate de que cenamos con mi jefe el viernes que viene, así que procura estar de vuelta para entonces. Te vas a enterar como me avergüences.
—Se acabó, Clint —repito por décima vez (o eso me parece) en diez minutos. ¿Cómo no había percibido esas amenazas veladas antes? ¿Por qué siempre lo he obedecido, en vez de plantarle cara?
Su sonrisa es burlona. Su ceja alzada cuestiona mi seriedad.
Mi única reacción es meter todo lo que pillo en mi maleta. Estoy demasiado alterada, demasiado herida para hacerla como es debido y coger lo necesario, pero no puedo vacilar. Si dudo, Clint atacará y aprovechará para demostrar que no voy en serio.
Que no hemos terminado.
—Volverás. Es imposible que sobrevivas tú sola sin tenerme ahí para guiarte y corregir tus constantes errores. —Me mira de arriba abajo y niega con la cabeza con asco—. Pero prepárate para arrastrarte. —Se ríe entre dientes—. Te va a costar caro darte cuenta de que soy lo mejor que te ha pasado en la vida.
—Es como si, por primera vez, hubiera visto sus gestos con claridad, oído sus palabras de verdad. Como si estuviera viviendo el momento desde tan lejos que por fin veía lo que llevas viendo tú todo este tiempo —concluyo, y niego con la cabeza—. Su necesidad de controlarme, de infravalorarme, de hacerme encajar en un molde para su uso y disfrute.
Lizzy me aprieta la mano y asiente. Nos hemos sentado juntas en el sofá.
—Y te has ido.
Asiento y digo:
—Le he dicho que lo nuestro se había acabado, que habíamos terminado y… —Me encojo de hombros—… he hecho la maleta, he conducido un rato y he llegado aquí.
—¿Y cómo te sientes, ahora que has tenido tiempo para pensar?
Tuerzo los labios y trato de experimentar alguna emoción. Debería sentir algo, ¿no? Debería tener ganas de gritar y chillar y arrearle a algo después de romper con el hombre con el que llevo dos años, pero lo único que siento es agotamiento. Un agotamiento puro y duro.
Bueno, no, miento.
Distingo otra emoción.
—Aliviada. —Miro a mi mejor amiga y sonrío ligeramente—. Siento un alivio inmenso, nada más.
—Pues eso ya te lo dice todo.
Es cierto.
Estoy convencida de que en algún momento lamentaré la pérdida de quien antaño era mi mundo. ¿Pérdida de qué? No lo tengo claro, pues los buenos recuerdos han sido tan escasos estos dos últimos años que me cuesta evocar alguno que no sea yo cediendo a algo por Clint o mordiéndome la lengua por distintos motivos.
Me hundo en el sofá, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos para disfrutar del momento.
Un momento que había visto venir hacía tiempo, pero para el que no había reunido el valor para llevarlo a cabo.
Una cosa está clara: hace mucho que corté con Clint, es evidente por mi indiferencia y mi falta de estupor. Lo de hoy es el colofón final a algo que sé que debería haber hecho hace mucho. Una vez leí que las mujeres cortan con sus parejas emocionalmente mucho antes que físicamente. Y para muestra, un botón.
Soy yo reivindicándome.
«Lo he hecho».
«Al fin lo he hecho».
Me detesto por haber tardado tanto.
Hace quince horas
Me planto en la puerta del baño y miro a Lizzy pasarlas canutas para ponerse las pestañas. Su maquillaje es perfecto, su peinado es impresionante y el vestido centelleante y ceñido que se pondrá a continuación está colgado en un rincón. Sus lentejuelas crean prismas de luz que se reflejan por toda la estancia.
—Qué calvario debe de ser ponérselas —murmuro a la vez que señalo las pestañas que sostiene entre los dedos.
—Le acabas cogiendo el tranquillo. —Se gira y me tira de la mano para que entre en el baño—. Va, que te las pongo.
—Qué desperdicio, ¿no crees?
—Pues ven con nosotras y no será un desperdicio —me dice mientras me aprieta los brazos—. Sé que no estás pasando por tu mejor momento, pero igual una noche de chicas y un poco de terapia entre cócteles te animan.
—No sé —murmuro—. ¿Y no quedará…?
—¿Y no quedará mal que salga y me desmelene después de estar tanto tiempo reprimida? —Lizzy pone los ojos en blanco con aire teatral—. Pues claro que no. La gente lo hace a diario. Venga, ponte algo y vente conmigo. Tengo un vestido que te sentará fenomenal. Y si en cualquier momento te apetece irte, cogemos y nos vamos. —Me da un abrazo rápido con las pestañas de un ojo puestas y las del otro, no—. Sutton, es válido querer sentirse viva.
Hace doce horas
La discoteca Coquette es todo lo que promete: pija, selecta y agobiante. Gente asquerosamente guapa se pasea de una mesa a otra en el reservado VIP del que se ha adueñado Lizzy. Suena música, un ritmo bajo y sordo que no resulta pesado, dado que la pista de baile está en la otra punta del bar, en una zona separada.
La iluminación es tenue y las conversaciones se reducen a un murmullo bajo de gente coqueteando, socializando y relajándose tras un duro día de trabajo.
Y luego estoy yo. Un poco piripi, pasándomelo bien en un extremo de la barra, esperando a que se acerque el camarero para pedirle otra copa.
Me vibra el móvil en la mano y le echo un vistazo mientras suspiro con resignación. No sé si quiero que sea Clint, ya que así, al menos, sabría que me echa de menos, o no lo sea, pues eso demostraría que yo tenía razón y no le importo.
—Yo no lo haría si fuera tú —dice alguien a mi izquierda.
—¿No harías qué? —replico por impulso, sin mirarlo. Paso del mensaje que no he leído y me centro en él.
Él, el hombre tremendamente atractivo —tremendamente todo— que se halla a escasos centímetros de mí. Me topo con unos ojos ambarinos que rezuman diversión mientras me observa. Tiene las pestañas negras, la mandíbula cuadrada y unos labios hechos para pecar (no me hace falta probarlos para saberlo).
Debo de parecer tonta mirándolo boquiabierta sin mediar palabra, deleitándome con su camisa oscura y arremangada que exhibe unos antebrazos sexys y unas manos fuertes.
Vuelvo a mirarle el pecho y los hombros anchos, paso por sus labios, que dibujan una sonrisa medio chulesca, y lo miro a los ojos de nuevo. Alza las cejas como si me preguntara si me gusta lo que veo.
—Contestar a ese mensaje —responde, al fin, una vez que sabe que tiene toda mi atención.
—¿Y eso por qué? —Me vuelvo hacia él y apoyo la cadera en el borde del taburete. Es… bello, a falta de un adjetivo mejor. Bello. En mi vida he considerado a un hombre bello.
«¿Qué narices hace hablando conmigo?».
—Porque un hombre que te escribe en vez de estar aquí contigo no merece tu tiempo.
—¿Y tú sí?
Da un trago a su bebida sin dejar de mirarme a los ojos por encima del borde de la copa.
—Eso aún está por ver, ¿no?
Resoplo y pongo los ojos en blanco.
—Sin ánimo de ofender, pero creo que te equivocas de chica. —Le habré dado calabazas, pero eso no quita que me lo esté comiendo con los ojos. No tengo claro si es la iluminación del local o él en general, pero irradia un aura que hace que quiera acercarme a él y comprobar si es real.
—¿Y eso por qué?
—¿Qué te pongo? —nos interrumpe el camarero.
—Un Tom Collins —digo, y le dejo un billete de diez dólares en la barra.
—Otro Johnnie Walker Blue —dice el hombre de mi lado a la vez que levanta la copa.
—Gracias, pero no necesito que me invites.
—Lo sé perfectamente —dice. Me devuelve el dinero y sustituye el billete por uno de veinte—. Pero nada me satisfaría más.
«¿Que nada le satisfaría más? ¿Quién habla así, hoy en día?».
—Gracias —murmuro.
—Bueno, Tom Collins. —Otra vez esa sonrisilla—. ¿Cómo es que me equivoco de chica?
—Verás, Johnnie Walker, te aseguro que sea lo que sea lo que estés buscando, no soy yo.
Me da un repaso largo y lento; me mira con tanta intensidad que me arde la piel y, entonces, asiente de manera casi imperceptible y dice:
—Ahí es donde discrepamos.
Me río a medias y niego con la cabeza.
—Me alegro de que pienses así, pero fijo que las mujeres caen rendidas a tus pies casi a diario y…
—Es cierto. Es un trabajo chungo, pero alguien tiene que hacerlo, ¿no? —Sonríe de medio lado y con arrogancia, pero es una sonrisa tan deslumbrante que te deja sin aire.
¡Me cago en todo! ¿Por qué me parece tan sexy su soberbia? ¿Por qué su rostro impasible y las palabras que salen de su boca me remueven las entrañas? Pero es su risita, esa que retumba en el vértice de mis muslos, la que me hace sacudir un poco los hombros.
—Qué mono, pero lo siento, no soy de las que suplican. Además, no me interesas nada.
«¿Quién narices es esta tía?».
—¿Es un desafío? —pregunta mientras me lanza una mirada helada que me paraliza y una sonrisita de suficiencia asoma a sus labios.
—Es un hecho.
—Todo el mundo suplica. Si te gusta…, suplicas.
—Qué sutil. Seguro que te las llevas a todas con esas frasecitas.
Otra risita. Un trago deliberado que me indica que quizá haya dado en el clavo. Aparta la vista y vuelve a mirarme.
—Shhh. —Se inclina más hacia mí y baja la voz—. No soy de los que revelan sus intimidades.
—¿Por qué yo? —pregunto.
—¿Por qué tú, qué?
—¿Por qué me invitas a mí en vez de a alguna de esas? —Miro a las distintas mujeres que esperan en la barra.
—¿Importa?
—Sí.
—Por Betty Bradshaw.
—¿Betty qué? —Me río.
—Betty Bradshaw. Cuando íbamos a tercero de primaria le compré Twinkies en vez de Ding Dongs, y me dejó. Me rompió el corazón.
—Yo habría hecho lo mismo —le digo para chincharlo—. Todo el mundo sabe que un Ding Dong es mejor.
Su cara de desdén, combinada con la mueca que intenta disimular por la tontería que acabo de soltar, hace que me crezca la sonrisa.
Sí, acabo de decir que un bollo de chocolate relleno de crema es mejor que un hombre sexy.
Johnnie carraspea.
—Que conste que Betty me partió el corazón, ahí, en mitad de la cola. Me dijo que prefería a Jimmy Rodgers porque él sí le había regalado Ding Dongs y no Twinkies.
—¿Y te importaría decirme qué tiene que ver eso con que me hayas invitado a una copa?
—Nada de nada. —Esboza una sonrisa jovial—. Pero se me ha ocurrido que, a lo mejor, te retenía aquí un rato más, así que tenía que intentarlo.
—Conque astuto y atractivo.
—Una combinación difícil de superar. —Choca su copa con la mía y agrega—: Deberías probarla.
No puedo hacer otra cosa que no sea negar con la cabeza y sonreír mientras bebo. ¿Esto es tontear? ¿Está tonteando conmigo?
Es raro y emocionante y, sin embargo, he cortado con Clint hace unas horas. No debería estar ligando. Debería estar…
—Insisto, Collins —murmura con toda la calma del mundo—. ¿Por qué me equivoco de chica?
Observo al hombre que me incomoda en el mejor de los sentidos. Soy consciente de que lo último que me conviene ahora mismo es quedarme aquí coqueteando con él, y que el mejor modo de evitarlo es siendo totalmente sincera. Un mujeriego como él saldrá por patas en cuanto se dé cuenta de que está ante una mujer emocionalmente inestable.
—Porque acabo de romper con mi novio. Solo me liaría contigo por despecho, y todos sabemos cómo es eso.
Johnnie no se inmuta y dice:
—Turbio, complejo, pasajero. —Se encoge de hombros, con suficiencia, como si estuviera dispuesto a arriesgarse—. Liarse por despecho puede acabar bien.
Vaya, me ha salido el tiro por la culata.
«¿Y por qué me alegra que haya sido así?».
—O puede ser un desastre —repongo.
—No si eliges a la persona adecuada.
—A ver si adivino. Te gusta ser esa persona por lo que has dicho de que sería algo pasajero. Sin compromiso y sin apego.
—Por eso y por los polvazos.
—¿Debo asumir que eso es lo que echas tú? ¿Polvazos?
—Digamos que, claramente, contribuyo a la causa —contesta sin el más mínimo pudor.
—No hay duda de que tienes la autoestima muy alta.
—No es culpa mía que las mujeres estén tan desatendidas. Digo yo, si un hombre no sabe tocar el cuerpo de una mujer, ¿puede considerarse un hombre?
Resoplo y pongo los ojos en blanco.
—Me dirás que no tengo razón. ¿Acaso tu ex se preocupaba por tus necesidades tanto como tú por las suyas? ¿El sexo con él era una obligación y no algo que desearas?
Sí. Grito la palabra en mi cabeza mientras pienso en Clint y en lo aburrido que era el sexo con él. Me tumbo, separo las piernas, gimo y finjo que llego al orgasmo. Él gime también y se quita de encima. Entonces, en cuanto su respiración se regulaba y sus suaves ronquidos se oían por todo el dormitorio, me planteaba si valía la pena molestarme en acabar la faena. En general, no.
Aunque, bueno, a lo mejor siempre había sido un rollo. Quizá al principio estuviera tan enamorada de él que pasé por alto lo patata que era en la cama. Y luego, a medida que la animosidad se acrecentaba, acabé participando más que disfrutando.
—Ajá —dice por toda respuesta, pero parece más un «Sabes que tengo razón»—. ¿Cuánto llevabas con él?
—Dos años.
—¡La madre que me parió! ¿Dos años con la misma persona?
—Veo que no te va la monogamia.
—No lo diría así. —Se encoge de hombros, sin mucho afán, y cambia el peso de un pie al otro.
—No hace falta; lo has dado a entender.
—Haces muchas conjeturas —murmura. Coge una gota que está a punto de caérseme de la copa con el dedo, se lo lleva a los labios y se lo chupa.
Se me van los ojos a su lengua. Joder, cualquier mujer sobre la faz de la Tierra se fijaría.
—Pues como habrás hecho tú de mí.
—¿Y qué conjeturas crees que he hecho sobre ti? —Lo empujan por detrás y da un paso hacia mí. Huele a aire fresco y a calle. Es un aroma muy suave, pero eso no impide que me atraiga.
Más o menos, como él.
—Pueees… que soy facilona, que estoy tan desesperada porque me hagan caso que he venido a un bar a ver si encuentro a alguien que me preste atención. —Frunzo los labios y lo miro mientras pienso en qué más decir—. Seguro que estás rezando para que me guste Starbucks para llevarme allí por la mañana.
—¿Starbucks? —Está tan perplejo que ríe como si tosiera—. Ahí me he perdido.
—Por si olvidas cómo me llamo. Como seguramente me convierta en otra de tantas que han pasado por tu cama, es probable que no recuerdes mi nombre. Así es el camarero el que me lo pregunta para ponerlo en el vaso y no tú, y tú quedas como un señor.
Johnnie me mira estupefacto, pero su sonrisa me cautiva y la diversión que rezuma su mirada hace que quiera que siga haciéndome caso.
—¡Ostras, qué genio!
—Gracias.
—¿Y te gusta? —inquiere.
—¿El qué?
—Starbucks.
Este hombre tiene algo que me envalentona, que hace que esté a gusto. Que me cambia ligeramente. Me acerco más a él y le susurro al oído: