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Quince años separados. Dos meses para reconectar. Asher Wells no está pasando por un buen momento: su abuela está en una residencia, su abuelo falleció hace dos años y las deudas amenazan seriamente la granja familiar. Lo último que Asher necesita es que su novio de la adolescencia, su primer gran amor, aparezca de la nada convertido en un empresario millonario de éxito y le diga que tienen que hablar. Ledger Sharpe la abandonó sin darle ninguna explicación después de prometer amarla para siempre, y Asher no está dispuesta a poner su corazón en juego otra vez por un hombre rico sin escrúpulos. Déjate seducir por esta novela adictiva sobre segundas oportunidades
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Seitenzahl: 431
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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Epílogo
Sobre la autora
V.1: Julio, 2024
Título original: On One Condition
© K. Bromberg, 2022
© de esta traducción, Sonia Tanco Salazar, 2024
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.
Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Imagen de cubierta: Shutterstock - RenoPicasso
Corrección: Alicia Álvarez, Sofía Tros de Ilarduya
Publicado por Chic Editorial
C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10
08013, Barcelona
www.principaldeloslibros.com
ISBN: 978-84-19702-01-2
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Asher Wells no está pasando por un buen momento: su abuela está en una residencia, su abuelo falleció hace dos años y las deudas amenazan seriamente la granja familiar.
Lo último que Asher necesita es que su novio de la adolescencia, su primer gran amor, aparezca de la nada convertido en un empresario millonario de éxito y le diga que tienen que hablar.
Ledger Sharpe la abandonó sin darle ninguna explicación después de prometer amarla para siempre, y Asher no está dispuesta a poner su corazón en juego otra vez por un hombre rico sin escrúpulos.
«K. Bromberg consigue que creas en el amor verdadero.»
Audrey Carlan, autora best seller
Este amor me dejó una marca permanente.
Este amor brilla en la oscuridad.
Estas manos tuvieron que dejarlo marchar.
Pero este amor regresó a mí…
«This Love», de Taylor Swift
Ledger apaga el motor delante de la verja de la granja. Las luces de la casa siguen encendidas, así que lo más seguro es que la abuela esté asomada a la ventana para cerciorarse de que llego antes del toque de queda.
Me remuevo en el asiento para mirarlo.
Tiene las manos apoyadas en el volante y el ruido del motor enfriándose se cuela por las ventanillas abiertas. Me mira y esboza una sonrisa torcida antes de dejar escapar una risita nerviosa.
Es como si todo hubiera cambiado entre nosotros durante las últimas horas, pero, en realidad, nada lo ha hecho.
Él sigue siendo él.
Y yo sigo siendo yo.
Y, aun así… Ahora siento que estamos conectados de un modo especial que no imaginaba.
—¿Estás bien? —me pregunta con suavidad, examinándome el rostro.
Asiento, sorprendida por la vergüenza repentina que sentimos después de lo que acabamos de hacer.
—¿Y tú?
—Sí. —Endereza la sonrisa torcida y entrelaza los dedos con los míos—. Te prometo que la próxima vez lo haré mejor.
—¿Y cómo piensas practicar, exactamente? —le pregunto. Levanta la cabeza de golpe, me mira a los ojos y suaviza el gesto cuando se da cuenta de que solo me estoy quedando con él—. ¿Ledge?
—¿Qué?
—Ha sido perfecto —susurro.
La nuez se le mueve de arriba abajo cuando asiente.
—Sí, ¿verdad?
Le aprieto la mano y miro la casa justo a tiempo de ver que una de las cortinas se mueve.
—Tengo que irme.
—Lo sé, aunque ojalá no tuvieras que hacerlo. —Me mira durante un segundo antes de salir y rodear el capó para abrirme la puerta. Algo en cómo me mira me hace desear que pudiéramos subirnos a la camioneta y largarnos de aquí.
Lejos del pueblo.
Lejos de sus opiniones.
Lejos de sus rechazos.
Ledger debe de notármelo en la mirada, porque me rodea con los brazos y me atrae hacia él. Tiene la piel caliente por la calidez de la noche de verano, y huele a una mezcla de crema solar y sol.
—Solo vamos a estar separados unas horas —murmura contra mi coronilla—. Mi padre estará ocupado con Barbie o Bunny, o comoquiera que se llame, y tus abuelos estarán dormidos.
Asiento, me muerdo el labio inferior y levanto la cabeza para mirarlo.
—Quedamos en el sauce, ¿no?
—Sí, en nuestro sitio.
—¿A las once y media?
—Ajá. —Se inclina hacia mí y posa sus labios sobre los míos. Sus besos siempre me hacen sentir acogida. Deseada. Querida. Es la mejor sensación del mundo.
Y, a decir verdad, del puñado de chicos a los que he besado, Ledger es, sin duda, al que mejor se le da.
Escucho el crujido de la mosquitera segundos antes de oír:
—Asher, ¿cielo?
—Ya voy, abuela —respondo. Pongo los ojos en blanco mientras avanzo hacia la casa y mantengo las manos entrelazadas con las de Ledger todo lo posible hasta que tengo que soltárselas—. ¿Me prometes que irás al árbol?
—Con una condición.
—¿Cuál?
Levanta las manos hacia los lados.
—Que me querrás siempre —responde en un susurro antes de esbozar una sonrisa que podría iluminar el cielo oscuro.
Riendo, con la sensación de que nada puede arruinar cómo me siento, troto hacia donde se encuentra y lo beso de nuevo.
—Lo prometo.
Me vuelvo y suelto un grito de alegría al echar a correr a través de los campos hacia la casa. Cuando llego a los escalones del porche, sin aliento, pero todavía emocionada, me giro a mirarlo por última vez. Un rayo de luna lo golpea de lleno. Tiene las manos metidas en los bolsillos, está apoyado en la caja de la camioneta y me mira fijamente, todavía con la misma sonrisa en los labios.
Lanzo un beso en su dirección y sé que siempre lo recordaré así. Mi Chico de Luz de Luna que me dijo que siempre me querría.
Estimados Sharpe International Network:
Los miembros del Ayuntamiento de Cedar Falls nos dirigimos a ustedes para oponernos a ciertos aspectos de su reciente compra y actual reforma de El Refugio. Aunque valoramos la libre empresa, también nos importan los habitantes de nuestra ciudad y sus sustentos. En su misión de comercializar, corromper y convertir nuestra ciudad en un resort, muchos pequeños negocios que han sido esenciales para nuestra comunidad durante generaciones temen desaparecer por su mentalidad de negocio a gran escala.
En la solicitud de permiso de uso condicional original, presentada al Ayuntamiento el 13 de febrero, Sharpe International Network (S.I.N.) sugería que su resort generaría nuevos puestos de trabajo y ayudaría a estimular la economía de la zona. A fecha del envío de esta carta, todavía deben cumplir sus promesas. Hasta el momento, todos los contratos que S.I.N. ha firmado han sido con empresas de Billings y otras poblaciones. Ninguna era de Cedar Falls.
Aunque entendemos que su negocio debe resultar rentable, nuestra obligación es proteger tanto a los habitantes de esta ciudad como su modo de vida. El Ayuntamiento ha decidido que solo emitirá una licencia de ocupación cuando se haya cumplido la siguiente condición: uno de los socios fundadores de la empresa debe permanecer en Cedar Falls durante dos meses completos para supervisar el proyecto. Creemos que, al estar sobre el terreno, comprenderán la importancia de cumplir sus promesas y, así, garantizaremos que el Ayuntamiento de Cedar Falls pueda comunicarse de inmediato con dicho socio cuando sea oportuno.
Hasta que no se cumpla tal condición, no se permitirá una inspección final ni se emitirá el permiso de ocupación.
Quedamos a la espera de su respuesta,
Ayuntamiento de Cedar Falls
—Están de broma, ¿no? —exclamo con una carcajada, aparto la mirada del portátil y miro a mis hermanos—. ¿Corromper su ciudad? Menuda gilipollez. Cuando El Refugio esté acabado, atraerá más turismo a Cedar Falls. Más negocios. Más de lo que necesitan para estimular la economía.
Sabía que comprar la propiedad en esa ubicación era una mala decisión.
Sin embargo, el pasado es el pasado, ¿no? Mis hermanos ni siquiera saben lo que ocurrió allí hace años. «Y mi intención es que siga siendo así».
—Al parecer, ellos no opinan lo mismo —afirma Ford desde su asiento, al otro lado de la mesa de reuniones. Tiene los pies apoyados sobre esta, los dedos entrelazados detrás de la cabeza y los ojos entrecerrados mientras relee el mismo correo en su portátil—. ¿Y por qué no estamos contratando a gente local?
—¿Porque las empresas locales no son lo bastante grandes para un proyecto así? ¿Porque no son del calibre que necesitamos? —supongo—. Pregúntale a Hillary. —Es la jefa de proyecto in situ—. Ella lo sabrá.
—Podemos preguntarle las veces que queramos —responde Ford—, pero eso no va a solucionar el problema.
—Ni impedir que utilicen los permisos que necesitamos como moneda de cambio —añade Callahan.
Miro a Ford y, después, a Callahan, nuestro hermano. Está frente a los ventanales que rodean la sala de conferencias y me observa con la misma expresión que Ford.
Somos tres, de apariencia idéntica, y muy diferentes en todos los demás aspectos.
—¿Me explicáis otra vez por qué decidimos comprar ese sitio? —gruño y me pellizco el puente de la nariz. Es un dolor de cabeza detrás de otro—. Se suponía que los nuevos proyectos debían ser emocionantes y excitantes.
—Nada es emocionante y excitante cuando se es tan estirado como tú, Ledge —responde Callahan y me sonríe como solo lo hacen los hermanos pequeños.
Le hago una peineta al muy capullo.
—Por papá. Lo hacemos por papá. —Ford interviene para que volvamos a centrarnos, ya que sabe muy bien lo fácil que es para Callahan y para mí distraernos con nuestras discusiones—. Intentábamos hacer algo en su honor, ¿recordáis?
Y tiene razón. Compramos el viejo hotel para convertirlo en una propiedad de S.I.N. en honor a papá. En un lugar al que pudiéramos llevar a nuestras familias algún día para que gozaran de la misma experiencia que nosotros tuvimos de pequeños. Naturaleza. Una perspectiva diferente. Tiempo para desconectar. «¿Desconectar? Dios, la idea de estar más de una hora sin el móvil me pone histérico». Un sitio en el que mis hermanos y yo pudiéramos ser una familia en lugar de socios de trabajo y recordar lo que era ser niños.
Pero ¿quién nos iba a decir que el pueblo en el que pasábamos unos meses cada verano iba a ponérnoslo tan difícil?
—¿Y no puede alguien decirles que cumpliremos nuestras promesas? —les pregunto—. ¿No sería suficiente con eso? Dos meses en ese pueblucho de mala muerte bastarían para volver loco a cualquiera.
—Sí, nos habíamos olvidado de que tú eras el único a quien no le entusiasmaba la idea —dice Callahan con los ojos en blanco—. Ahora el guapetón de Ledger es demasiado bueno para el campo.
—Demasiado bueno no, pero, joder, ¿no podríamos haber elegido una ubicación más moderna? ¿Una con más lugares de interés que la calle principal?
—La propiedad en Montana está en auge ahora mismo —dice Ford mientras se encoge de hombros.
—Sí, sí. —Hago un gesto con la mano en su dirección, sé que tiene razón—. Pero… —¿No es Nueva York? ¿Está muy lejos de todo? ¿La última vez que estuve allí fue una experiencia que me gustaría olvidar?
—Tío, cuando éramos adolescentes te encantaba ese pueblo —dice Ford.
Tiene razón.
Me encantaba.
«Hasta que dejó de hacerlo».
—Era el único sitio en el que papá nos dejaba ser adolescentes en lugar de sus protegidos Sharpe. —Callahan se cruza de brazos y se aclara la garganta. Todos seguimos sintiendo la punzada de dolor. La ausencia de nuestro padre aún nos resulta insoportable.
Sonrío al recordar Cedar Falls. Los días largos al aire libre y las noches en las que nos enrollábamos con chicas en el bosque. Cómo nuestro padre, Maxton Sharpe, nos soltaba las riendas a los tres, porque era un pueblo pequeño y pensaba que no nos meteríamos en problemas. «Aunque siempre acabábamos en alguno». La libertad que nos daba no se podía comparar con el rigor de los colegios privados y la reputación impoluta que debíamos tener en casa.
Una reputación que nos hizo salir pitando de allí hace quince años para no mirar atrás.
Aunque no es que mis hermanos lo supieran.
—Pescábamos, íbamos de excursión y bebíamos cerveza…
—Mucha cerveza —interviene Ford y sé que todos pensamos en cómo sobornábamos al personal de mi padre para que la comprara por nosotros.
—Y quién podría olvidarse de las pueblerinas —añade Callahan con una sonrisa orgullosa—. Estaban desesperadas por conocer a chicos de cualquier parte menos de allí y nos veían mucho más sofisticados de lo que en realidad éramos.
—Ah, qué tiempos aquellos —murmuro.
—Estaba aquella chica —dice Ford—. ¿Cómo se llamaba? ¿Ashlyn? ¿Ashley?
—Asher —murmuro y me paso una mano por el pelo. «Asher Wells». Siento otra punzada, pero por motivos muy distintos—. Madre mía, no había oído ese nombre en años.
Pero es mentira.
¿No es ella la primera persona en quien pensé cuando mis hermanos me sugirieron la idea de comprar el hotel? Asher, la chica que me rompió el corazón por primera vez. La primera vez que tuve miedo de verdad. Y, hasta hoy, el único secreto que he ocultado a mis hermanos.
Un secreto tan antiguo y enterrado que sacarlo a la luz no supondría nada bueno.
Joder.
Asher. Mi Chica de la Lavanda.
Todavía la veo, sentada bajo el sauce con hojas enredadas en el pelo y un fuego que le bailaba en los ojos.
—Asher, eso —Ford chasquea los dedos—. La única mujer que recuerdo que te diera un poco de tu propia medicina y te rompiera el corazón antes de que tú pudieras hacérselo a ella —añade Ford—. O, a lo mejor, lo aprendiste de ella. El arte de no encariñarse demasiado.
—Lo que tú digas. —Pongo cara de exasperación—. Solo porque decida salir con gente y no comprometerme como tú —le digo a Callahan—, no quiere decir que sea un capullo.
—Un capullo no… Solo… eres Ledger —ríe Callahan—. ¿Por qué rompió contigo? ¿La tienes pequeña?
Ford y Callahan se echan a reír. Sacudo la cabeza y resuello las palabras:
—Que os den.
«Cambio de tema, por favor».
—¿Creéis que seguirá en Cedar Falls? —pregunta Ford de manera distraída.
—Lo dudo. Estaba deseando salir de esa mierda de pueblo. —«Y espero que lo hiciera».
—Vale, ya basta de recordar los dos minutos que tardaste en perder la virginidad y a esa pobre chica que tuvo que soportar ese momento tan corto y fugaz —interviene Callahan y se gana otro gesto de mi dedo corazón—. ¿Cómo vamos a solucionar lo de esa gilipollez de petición?
—Nos han puesto en una posición difícil, no nos queda otra que aceptar —responde Ford.
—¿Lo has hablado con los abogados? ¿Pueden añadir una cláusula así? —pregunto.
—Pueden hacer lo que quieran —comenta Callahan—. En el proyecto de Santa Fe, nos hicieron peticiones muy estrictas y, aun después de derrochar dinero al enfrentarnos a la ciudad en aquel juicio, tuvimos que acatarlas todas.
—Joder —farfullo mientras repaso en mi mente el programa de construcción y los planes de la gran apertura. Tener que esperar dos meses para obtener los permisos de ocupación nos va a retrasar—. Nos va a salir caro. Tendremos que posponer la gran apertura, habrá que dejar un margen por si las moscas.
—Solo es una piedra en el camino —comenta Ford, siempre tan pragmático—. Ocurre en todos los proyectos.
—Es una petición ridícula.
—Ya lo has dicho. Por muy ridícula que sea, ya hemos comprado la propiedad. Con tantos millones de dólares en juego, no tenemos otra opción, ¿no? —pregunta Callahan.
—Estamos demasiado ocupados. Ninguno puede permitirse el lujo de perder dos meses ahora mismo. —Me paso una mano por el pelo—. Para eso contratamos jefes de proyecto y directores de construcción. Tenemos que encontrar una solución alternativa, eso es todo.
Callahan me mira como si estuviera siendo poco razonable.
—¿Y qué sugieres que hagamos exactamente? Porque sobornarles, que es lo que vas a proponer como solución, solo nos hará parecer más corporativos todavía.
—O culpables de lo que ya nos acusan. —Ford termina por él.
—Y entonces, ¿cuál es la solución? ¿Contratar a todo el pueblo? Vale, lo haremos —replico—. ¿No llevar a la quiebra a todas las tiendas de Main Street? Si pasa eso, no es culpa nuestra, joder. Trabajamos en hostelería, ¿cómo vamos a hacer que quiebren una ferretería o una panadería? Esta carta es una gilipollez.
—Es lo que hay —murmura Ford.
—¿Qué nos decía siempre papá? —les pregunto—. Que negociemos desde una posición de poder. ¿Y cómo lo hacemos? ¿Cómo conseguimos ventaja?
—Yendo a Cedar Hills durante dos meses —comenta Ford.
—Falls —le corrijo y vuelvo a echar un vistazo al correo antes de cerrar el portátil—. Es Cedar Falls. Y dado que vas a vivir ahí en un futuro próximo hasta que todo esto se arregle, será mejor que te aprendas bien el nombre del pueblo.
—¿Yo? —escupe Ford y levanta las manos en un gesto de derrota—. Va a ser que no. El viaje recae de lleno sobre ti, Ledger.
—Y una mierda. —Miro a uno de mis hermanos y después, al otro, y veo que empiezan a sonreír—. No iré. —Me levanto de la silla de un empujón y me dirijo a los ventanales que Callahan acaba de desocupar, antes de girarme hacia ellos—. Ni de broma —replico cuando empieza a invadirme la incredulidad.
Conozco sus horarios.
Los proyectos a los que están atados.
Las obligaciones que no pueden dejar a medias.
No obstante, juré que nunca volvería a pisar ese pueblo, lo juré.
Callahan suelta una risotada en cuanto ve mi gesto de comprensión. «Tengo que hacerlo yo».
—¿Qué ha sido eso? —se burla de mí.
—Mirad, aprecio todo tipo de lugares: urbanos, tropicales, rurales…, pero no tendría más sentido que fuera…
—¿Desde cuándo te gusta lo rural? —interviene Ford.
—Me gustaba de adolescente.
—Ya, y ahora, con el Rolex y los zapatos de marca, ¿eres demasiado bueno para lo rural?
—¿No tendría más sentido que os encarguéis alguno de los dos de este proyecto, que conocéis mejor las áreas… menos urbanas? —Madre mía. Por favor, salvadme de esta miseria. Vale, sí, el pasado es pasado, pero no es un sitio que quiera volver a visitar. ¿Que era genial de adolescente? Sí. ¿Que será bueno para la clientela que busque ese tipo de retiro? Claro que sí, por eso compramos la propiedad.
Pero ni de broma es lo que me gusta ahora.
No quiero tener que desenterrar el pasado, tanto si Asher Wells sigue allí como si no.
—¿Qué problema hay? —pregunta Callahan y se mete una uva del plato de fruta del centro de la mesa en la boca—. ¿Pasar dos meses en Montana no forma parte del «plan de diez años aprobado por Ledger»?
Ford ahoga una risita al mirarlo y comenta:
—Seguro que podemos hacerle sitio entre los puntos «no me voy a casar hasta los cuarenta» y «quiero que escriban un artículo solo sobre mí en la revista Forbes».
—Y pensar que no quiere que salgamos en él… —Callahan suspira y sacude la cabeza, fingiendo tristeza, claramente disfrutando a mi costa—. ¿Sigues teniendo un plan decenal, verdad?
—Pues claro que sí —interviene Ford.
—Solo lo comprobaba. No sabía si se había pasado a los collages o a comoquiera que se llame a esas cosas hoy en día.
—Son vision boards, Callahan. Ponte al día —ríe Ford.
—Sois unos gilipollas —murmuro, pero, en realidad, me gustan sus bromas. Hace menos de quince meses no nos llevábamos bien, opinábamos diferente; Ford y yo estábamos en completo desacuerdo con Callahan. Decepción. Ira. Rencor. Sentimientos sin resolver que surgieron después de que la muerte de nuestro padre amenazara con destrozarnos.
Pero míranos ahora. Ahora, podemos llamarnos «gilipollas» y «cabrones», y reírnos mientras lo hacemos, porque sabemos que nuestro vínculo es más fuerte que nunca.
—Sí, vale, somos gilipollas. —Callahan se burla y se gira hacia mí, con el humor reflejado en las arrugas de la cara—. ¿Has pasado de las listas a hacer collages?
—Que os den a los dos —le replico conteniendo la sonrisa.
—No lo ha negado —dice Ford.
—Ni una vez —continúa Callahan.
—No hay ningún collage —afirmo.
—Pero sigues teniendo un plan de diez años, ¿verdad? Con sus objetivos y sueños espectaculares, o algo por el estilo —pregunta Ford—. ¿Lo has hecho en forma de lista o has dibujado un diagrama? ¿O has hecho pósteres de cada objetivo y los has colgado en la pared del despacho?
—Voto por los pósteres. Laminados, brillantes y…
—Si es lo único que se os ocurre para tomarme el pelo, pues vale —les digo y les hago otra peineta.
—No hemos terminado —responde Callahan—. Nos lo vamos a pasar todavía mejor al ver cómo intentas acostumbrarte a la tranquila vida rural de Montana.
—Sesenta días. —Ford alarga las palabras—. Es mucho tiempo lejos de la jungla de asfalto y de tu plan perfectamente estructurado.
Sesenta días.
Joder.
Para mí, es toda una vida.
Me llama la atención en cuanto entra en el bar de Hank.
¿Llamar?
Más bien, la exige.
A través de la luz tenue de la barra, entreveo una melena oscura, hombros anchos y ropa cara. Tiene una presencia descarada que dice que le importa una mierda quién se quede mirándolo, porque le gusta la atención.
Y los lugareños que hay en el establecimiento están haciendo justo eso. Lo están evaluando. Preguntándose qué diablos hace en un bar de Junction City cuando los hay más sofisticados, según los estándares de un pueblo pequeño, bajando la autopista hacia Cedar Falls.
Lo observo desde detrás de la barra, esperando que se dé la vuelta y salga, y, en el fondo, deseo que lo haga. Tiene algo —un aire de autoridad, una confianza, una familiaridad que no consigo ubicar— que hace que centre toda mi atención en él.
Ya he tenido bastantes problemas en mi vida con hombres como él.
«Solo es un cliente, Ash. Le estás alimentando el ego. Uno que, seguramente, disfruta del estímulo que le das. Así que deja de mirarlo fijamente».
Por una vez, hago caso de mi propia advertencia (no pasa muy a menudo) y le doy la espalda para secar los vasos que acabo de sacar del lavavajillas.
Sin embargo, siento su presencia cuando se sienta a la barra. Noto el peso de su mirada y huelo el suave, pero costoso, perfume que lleva.
Y sí, sé que es caro. Después de cubrir de vez en cuando a Nita, mi mejor amiga, sé apreciar la diferencia entre una colonia barata y una cara. Junction City está a las afueras de Cedar Falls, que es la entrada a las zonas de ocio de las personas ricas. Hay pistas de esquí a un lado del pueblo, y en el otro, ríos, lagos y un montón de lugares pintorescos en los que hacer fotos para subirlas a las redes sociales. Los turistas paran en el bar de Hank para tomar algo rápido y experimentar el ambiente de un pueblo pequeño y, al mismo tiempo, protestar por la falta de champán Cristal u otras porquerías de lujo.
Así que sí, puede que el hombre que tengo a mis espaldas sea guapo y lo más seguro es que sea superencantador, pero eso ya lo he vivido. El coqueteo, el número de móvil en una servilleta y la promesa de hacerme pasar un buen rato mientras él esté en la ciudad.
A veces, acepto la oferta, porque las opciones son contadas cuando has vivido en el mismo sitio toda la vida. Otras, solo sonrío y aguanto el coqueteo, puesto que sé que un fin de semana apasionado de sexo increíble (a veces) y fingir que soy como ellos no siempre merece el vacío que siento cuando se van.
Porque, a pesar de las promesas, nunca llaman.
Nunca.
—Creo que el pueblo que buscas está a unos treinta kilómetros hacia allá —le digo y señalo en dirección a Cedar Falls sin girarme a mirarlo.
—¿Y cómo sabes lo que busco? —Hay diversión en el tono de tenor de su voz. Y también algo que me hace pararme en seco.
—Bueno, porque nadie para en Junction City, a menos que seas de aquí o estés completamente desesperado —le respondo mientras seco otro vaso.
—Quizá es que no soy como los demás.
—Eso está por ver —murmuro y me seco las manos con un paño.
—Igual que mi habilidad para conseguir que me pongan una copa en este sitio.
Río con sarcasmo y me giro para mirar al listillo, impresionada por su agudeza. Pero, cuando por fin lo veo, me quedo sin palabras.
Estoy detrás de la barra, pestañeando, con la cabeza dándome vueltas, y miro al hombre que, tiempo atrás, fue el chico que me robó el corazón.
Y, después, lo rompió en un millón de pedazos.
«Mi Chico de Luz de Luna que me dijo que siempre me querría».
Sin embargo, la persona que tengo delante ya no es un adolescente. No. Sin duda, es todo un hombre y solo se ha vuelto más atractivo con la edad. Tiene el pelo oscuro, ondulado y bien peinado. Su mirada es astuta y distante. Y la sonrisa que me dedica casi me hace caer de espaldas, pero, en lugar de eso, me quedo congelada en el sitio cuando un destello de reconocimiento le cruza los ojos de color ámbar.
«Ledger Sharpe».
Un nombre que nunca he olvidado…, aunque desearía haberlo hecho.
—¿Asher? —Su voz suena tan estupefacta como yo me siento. Mira a la derecha y a la izquierda rápidamente, como si esperara que hubiera alguien más aquí, antes de volver su mirada hacia mí—. ¿Qué… qué narices haces aquí?
—Ledger —digo en dos sílabas entrecortadas mientras trato de recobrar la compostura—. Qué… quiero decir… —«¿Por qué?».
«¿Qué haces aquí?».
«¿Por qué verte de nuevo me hace sentir un millón de emociones —euforia, ira, sorpresa, vergüenza, nostalgia— a pesar del paso del tiempo?».
«¿Por qué eres incluso más atractivo ahora?».
«¿Por qué te fuiste sin decir nada?».
«¿Por qué te di tanto poder como para que me rompieras el corazón?».
—Dios. —Se pasa una mano por el pelo, que vuelve a recolocarse en su sitio mientras me mira, sacudiendo la cabeza ligeramente y con la boca algo abierta—. Ni en un millón de años habría imaginado que todavía…
—¿Qué? ¿Que todavía estaría aquí? —le pregunto. La risa con la que acompaño la frase es autocrítica. Y, así sin más, regreso a aquella noche. Los sucesos que me cambiaron la vida y las cicatrices que dejaron a su paso. A la destrucción de mi corazón. Subo la guardia—. Sí, ya sabes cómo somos la gente sencilla. Nunca nos vamos. —Fuerzo una sonrisa a pesar de lo acelerado que tengo el corazón. Después de tantos años, mientras trato de procesar el hecho de que tengo a Ledger Sharpe justo delante, sigo sintiendo la misma humillación y vergüenza.
Es por lo que recé todas las noches…, porque regresara, pero eso fue hace quince años.
La vida ha cambiado.
«Yo he cambiado».
—¿Sabes qué? Me voy a ir. —Se levanta de golpe de la silla en la que acaba de sentarse y el chirrido del taburete hace que más miradas se posen sobre nosotros. «¿Está enfadado? ¿Qué cojones…?». Y, aun así, por algún extraño motivo, me invade un pánico que no debería sentir.
—Ledger, espera. No te vayas… —Odio oír la inapropiada desesperación de mi voz.
Y odio todavía más sentirla.
Arruga el ceño como si le confundiera mi petición, igual que a mí, pero, con la mirada posada en la mía, retoma despacio su asiento en el taburete. El murmullo suave del parloteo vuelve a resonar por el bar cuando los clientes retoman sus asuntos, aburridos de lo que sea que ocurre entre nosotros.
Pero yo no me aburro.
No puedo dejar de prestarle atención, me cuesta hacerme a la idea de volver a verlo después de todo este tiempo y, a la vez, intentar procesar el conflicto de emociones que me invade. Nos miramos el uno al otro sin decir nada durante unos segundos y solo puedo suponer que él también está recordando todo sobre nuestro pasado.
Comienza a suavizar la expresión a pesar de la tensión que sigue teniendo en los hombros.
—Cuánto tiempo, ¿no? —dice al final, pero hay crispación en su tono, una inquietud en él. Es casi como si no supiera cómo actuar cuando sé que estaba muy seguro de sí mismo hace unos segundos, al entrar al bar.
—Pues sí —murmuro.
Me vienen varios recuerdos a la mente. Primeros besos. Primeros amores. Todas las primeras veces ese último verano, lleno de risas y vida, cargado de promesas y predicciones sobre nuestro futuro. Un verano en el que sentí que lo era todo para alguien por primera vez en mi vida.
Hay un silencio inquieto entre nosotros, de los que provocan los años separados y las vidas vividas: cuando sabes cómo era la persona en el pasado, pero no la que tienes ahora delante.
Esos ojos ambarinos siempre me conquistaban. Los mismos que, ahora, me miran fijamente y me hacen preguntas para las que no creo tener respuestas ni aunque fuera capaz de articularlas.
Me aclaro la garganta.
—¿Qué te pongo? —le pregunto igual que si fuera un cliente cualquiera. Tengo que impedir que mis pensamientos ahonden demasiado en un pasado que no podemos cambiar. Uno que me dolió durante demasiado tiempo.
—¿Qué cervezas artesanales de barril tenéis? —pregunta.
—Solo tenemos de marca. Seguro que no está a tu altura…
—¿Qué quieres decir con eso? —Frunce el ceño.
—Que los tipos como tú, los de pedigrí, sois más de lo caro —digo con amargura. Tendré esa palabra grabada a fuego en la memoria para siempre.
—¿Pedigrí?
Agarro un vaso y lo vuelvo a secar, necesito algo, cualquier cosa que hacer con las manos temblorosas. La ira que me invade me quema hasta doler.
—Sí. Lo común y corriente no te serviría.
La risa que suelta es grave, pero tiene la mirada llena de curiosidad cuando se reclina, ladea la cabeza y se cruza de brazos. Puedo suponer que es un hombre inteligente. ¿De verdad pensaba que el tiempo iba a curar todo el dolor después de lo que pasó? ¿Después de lo que se dijo y de las inseguridades y la humillación que me causaron?
Puede que él no fuera quien dijera esas palabras, pero estuvo de acuerdo con ellas.
Aunque ¿acaso importa? Han pasado, qué, ¿quince años? «A lo hecho, pecho, Asher. Déjalo».
Nos miramos durante un momento hasta que me hace un gesto sutil con la cabeza que parece decirme que va a responderme con la misma actitud que yo a él.
—Insinúas que me creo demasiado bueno como para tomarme una Coors Light y, por lo tanto, demasiado bueno para este lugar en general. —Es una afirmación, no una pregunta. Y la mirada que me dirige me dice que está de acuerdo con nuestra inevitable discusión—. Antes no era así, ¿no? Y estoy segurísimo de que, ahora, tampoco.
«Mentiroso» es lo primero que pienso.
«Deja el pasado atrás» es lo segundo.
Respiro profundamente, dispuesta a cumplir con lo segundo, pero la tarea me resulta difícil. Puede que las cicatrices desaparezcan, pero son muy profundas.
—No insinúo nada. He aprendido por las malas cómo sois los hombres como tú.
—¿Los hombres como yo? —Arquea una ceja y la confusión se le dibuja en las líneas del bonito rostro—. No te recordaba tan crítica.
—Vaya, y yo que pensaba que ni siquiera te acordabas de mí.
Se sobresalta.
—¿Que no me acordaba de ti? —pronuncia las palabras con incredulidad y entrecierra los ojos—. ¿Después de todo lo que pasamos? ¿Después del infierno que pasé? ¿Cómo puedes…?
—¿El infierno que pasaste? —Casi chillo—. ¿Y qué hay de…?
Estalla el alboroto en la parte posterior del bar y se oyen gritos y el ruido de botellas de cristal que golpean el suelo. Me acerco para calmar la situación, pero Hank ya está allí e interrumpe la pelea entre dos de nuestros clientes habituales, a los que ya conocemos por sus nombres, porque no es la primera vez que las cosas se ponen tensas entre ellos.
Aprovecho el breve momento y la distancia con Ledger para intentar pensar con claridad y ordenar los pensamientos.
«¿El infierno que yo le hice pasar?».
La última vez que vi a Ledger Sharpe fue la noche en la que perdí la virginidad. También fue la noche en la que mi ingenuidad se hizo añicos y dejé de pensar que todas las personas son iguales.
Cierro los ojos y respiro hondo.
La ira y el sarcasmo para esconder el dolor —vaya, la dirección que ha tomado nuestra conversación— no nos llevarán a ninguna parte. Y no es que quiera llegar a ningún lado, pero, al mismo tiempo, no puedo negar las emociones que han salido a la luz al verlo de nuevo.
«Ve. Sé amable y educada. Habla de cosas sin importancia. Y sírvele la cerveza para que desaparezca rápidamente de tu vida».
«Otra vez».
Me sigue con la mirada mientras vuelvo hacia él.
—Mira, todo está perfecto. Es obvio que tenemos un pasado, es mejor que lo dejemos como está. —Consigo ofrecerle una sonrisa forzada que dudo que se crea—. ¿Te parece bien?
El resoplido con el que responde no es muy convincente, y todavía menos el desagrado en su mirada.
—Claro, vale. —Se encoge de hombros con indiferencia—. Después de que me expliques a qué te refieres con lo de «hombres como yo»… porque, la última vez que te vi, parecían gustarte los hombres como yo.
Touché.
Me gustaban.
Todavía me gustan.
Me estaría mintiendo a mí misma si dijera lo contrario y, sin embargo, los hombres como él son el motivo por el que he vivido toda mi vida adulta intentando demostrar que soy más que suficiente. Que soy más que una chica sin madre ni futuro. Fueron los hombres como él los que me desecharon porque no cumplía con los estándares de los Sharpe.
Los recuerdos me avivan la ira. «No te cabrees». Ignora el dolor. Fue hace años. Ahora bien, es mucho más sencillo esconderme detrás de ella y usarla como mecanismo de defensa que admitir el hecho de que verlo de nuevo ha abierto heridas que pensaba que ya se habían curado y desaparecido.
Me aclaro la garganta.
—Hombres como tú —afirmo y encuentro el punto de apoyo que su mirada firme me hace perder constantemente—. Está claro que piensan que son demasiado buenos para este establecimiento, este pueblo, la gente que hay en él…, puede que incluso para este estado, pero, por algún motivo, qué sorpresa, tú estás sentado en este bar.
—No por elección propia.
—Claro que no. Acabas de demostrar que tengo razón. Con respecto a esto último… —Levanto la barbilla en dirección a la puerta y me apoyo en el mostrador que tengo justo detrás—, ya sabes dónde está la puerta.
—¿Ahora Asher Wells dice lo que piensa? Eso es nuevo —suelta con fingida sorpresa y, por primera vez, veo un resquicio de la personalidad de la que mi corazón adolescente solía estar locamente enamorado.
—Ya no soy la persona que conocías. Han cambiado muchas cosas, Ledger.
—Es evidente. —Un amago de sonrisa le cruza los labios. Es engreída y arrogante y, madre mía, le pega a la perfección. Y ahora va respaldada por una confianza en sí mismo, un reconocimiento de que es quien es sin disculparse por ello—. Me gusta el cambio. Te favorece…
—No, no te gusta. —Resoplo y me cruzo de brazos, un gesto que ya de por sí es una forma de defenderme—. Te parece que estoy siendo desagradable y, que conste, lo soy. Y creo que tengo un buen motivo. Igual que estoy segura de que has seguido los pasos de tu padre y optas por ser un capullo cuando te apetece, simplemente porque puedes. ¿O sigues acatando las normas, haciendo siempre lo que te dicen? ¿Sigues necesitando los elogios de papá para ser el mejor de los mejores? ¿O sigue considerando que no eres lo bastante bueno?
No puedo evitar que me venza el genio en mi discurso incoherente. Es hacer daño o que te lo hagan. Sacar todo lo que siempre has querido decir, pues esta puede ser tu única oportunidad.
No obstante, estoy tan absorta en mis sentimientos que no le doy importancia a la mueca que ha hecho.
—Oye, Ash. ¿Me pones otra, encanto? —me pregunta un cliente habitual desde el otro lado del bar.
—Ahora mismo voy, Larry. —Me alejo para servirle otra cerveza, agradecida por el momento de respiro. A lo mejor, Ledger se rendirá y, mientras estoy distraída, volverá al lugar del que sea que haya venido.
—¿Por qué me da la sensación de que, en cierto modo, me he perdido parte de esta conversación?
«O a lo mejor no». Hay frialdad en su voz y rigidez en su postura.
Lo he cabreado.
Me alegro.
Solo es una pizca de lo que se merece.
Lo miro con la mandíbula y los puños apretados. ¿Por qué dejo que todavía me afecte el recuerdo de lo que ocurrió? Ha pasado mucho tiempo. Se acabó.
—¿Sabes qué? Tienes razón. No eres digno de mi enfado —le respondo al final. Y odio que, al mismo tiempo que le digo eso, sigo queriendo hacerle un millón de preguntas.
«¿Por qué te fuiste para no volver nunca?».
«¿Por qué no llamaste?».
«¿Fue mentira todo lo que me dijiste?».
«¿Por qué dejaste que él te destruyera de esa manera?».
«Ya basta, Ash». Basta de preguntarte. Basta de enfado. Basta de olvidarte de lo que te has prometido a ti misma hace unos minutos: que el pasado es pasado.
¿Es esta la primera impresión que le vas a dar de quién eres y de lo que has hecho con tu vida? Lo único que estás consiguiendo es parecer inestable.
Aunque te fastidie, céntrate.
—Tienes razón. No soy digno de tu enfado. —Me mira a los ojos y algo se ablanda en mi interior con ese comentario. Me está dando una excusa para, de algún modo, justificar las palabras rencorosas que le acabo de soltar—. Pero, oye, si llego a saber que pedirte una Coors Light iba a disgustarte tanto, habría elegido otra cosa. Una Heineken. Una Coronita. ¿Cuál va mejor con la tapa de hostilidad que servís?
—Deja de reírte de mí.
Esboza una sonrisa torcida y traviesa que hace que, a regañadientes, se me crispen las comisuras de la boca. Me transporta a cucuruchos de helado en el muelle y a los besos que me dejaban sin respiración.
«Hay algo en ti que, hasta este momento, hasta verte aquí de pie, no sabía que todavía atraía a partes de mí».
—¿Todo bien por aquí? —pregunta Hank al entrar detrás de la barra, y me mira con curiosidad antes de dirigirse a Ledger—. ¿Se está encargando Asher bien de ti?
—Sí. Estaba a punto de servirme una Coors Light, pero, antes, tenía que cantarme las cuarenta sobre lo mal que le caigo.
Joder. Estoy cubriendo a Nita. Lo último que necesito es que los clientes se quejen y meterla en problemas con el jefe.
—No te lo tomes como algo personal —responde Hank, seguido de su particular risa de barítono y un guiño en mi dirección—. Por si te sirve de algo, no le cae bien nadie.
Miro a Hank con el ceño fruncido mientras suelta una gran carcajada antes de dirigirse al otro extremo de la barra a hablar con algunos clientes habituales.
—¿Asher? —Ledger pronuncia mi nombre en tono de pregunta, pero, cuando lo miro, hay un cambio repentino en su expresión. Es como si acabara de tener una revelación o hubiera descubierto la respuesta a una pregunta que nunca había hecho—. Hace un minuto has dicho una cosa. Sobre lo que te hice pasar… —Sacude la cabeza rápidamente y, tan pronto como aparece la expresión, desaparece—. Creo que te equivocas. Tenemos que hablar de lo que pasó…
—Decirme que me equivoco no es la mejor manera de hacer que me caigas bien de nuevo.
—No me había dado cuenta de que tuviera que intentarlo. Nunca me había hecho falta contigo. —La seguridad en su tono, unida a la mirada agridulce de sus ojos, me dificulta pensar una respuesta.
¿Cómo es posible pasar de la ira a la incertidumbre en un período de tiempo tan corto?
Confusa e intranquila por el sentimiento repentino, me doy la vuelta para coger un vaso limpio del mostrador que tengo detrás a pesar de que tengo una pila de ellos justo delante.
Soy una mujer adulta, por el amor de Dios.
Éramos adolescentes.
Fue hace un siglo.
He seguido con mi vida, y él, con la suya.
Organizo más vasos antes de coger uno y dirigirme a los grifos.
—¿Qué haces aquí? ¿Has venido de viaje con tu familia? ¿Es la primera vez que vuelves desde… esa última? —divago, concentrada en la cerveza y en la espuma en lugar de en Ledger—. El pueblo ha cambiado. Han comprado el viejo hotel y lo van a convertir en un resort. Todo el mundo está en contra. —Vierto un poco de espuma—. La estación de esquí es aún más sofisticada que antes si te lo puedes creer. Y las ricas llevan unos modelitos todavía más atroces que de los que solíamos reírnos.
Ledger se queda sentado en silencio mientras recito comentarios de un tirón y evito el contacto visual con él. Sin embargo, cuando le dejo el vaso justo delante, me pone la mano en la muñeca.
«Sus caricias».
Hubo un tiempo en el que eran lo único que anhelaba mi corazón adolescente.
Lo miro a los ojos, pero no aparto la mano. Estoy segura de que puede ver un matiz de nostalgia, un poco de lo que podría haber sido, en mi mirada, aunque no dice ni una palabra. En lugar de eso, asiente ligeramente como si lo entendiera y me ofrece una sonrisa suave.
—Te veo bien, Asher. Más que bien —murmura—. Espero que hayas sido feliz.
La amabilidad de sus palabras casi hace que me desmorone. Una vulnerabilidad que no quiero sentir se abre camino en mi interior y las lágrimas amenazan con escapar, pero las contengo con éxito. Han sido unos meses duros. Llevar a la abuela a una residencia asistida. Perder al abuelo de manera tan inesperada. Y, después, tener que aprender a cargar con la responsabilidad de mantener Los Campos a flote cuando él se encargaba de todo. La combinación ha sido demasiado. Ha pasado tanto en tan poco tiempo que su simpatía, su sinceridad, me llegan al alma.
—Voy tirando —le digo y aparto la mano de la suya—. ¿Y tú? ¿Estás bien?
Vuelve a asentir mientras me observa con esa mirada suya tan silenciosa y encantadora.
—¿Todavía sigues dibujando esos paisajes tan bonitos? Siempre supuse que me toparía con alguno en alguna parte y sabría de inmediato que era tuyo.
—No, ya no.
—Pensaba que estudiarías Bellas Artes. Que irías a…
—Los planes cambian.
—Pero era tu sueño.
—Los sueños cambian. —Miro hacia la puerta cuando entra otro cliente y agradezco la distracción—. No has respondido a mis preguntas.
—Porque me interesa más saber de ti. —Le da un trago a la cerveza y sus ojos no se apartan de los míos hasta que los pone en blanco—. Vale. ¿Qué quieres saber, Ash?
Utiliza mi apodo como si no hubiera pasado el tiempo y siguiéramos familiarizados el uno con el otro. No me veo capaz de corregirle.
A lo mejor no quiero hacerlo.
—¿Qué haces aquí?
—Iba de camino a Cedar Falls desde el aeropuerto. Después de un día entero de retrasos en el viaje, he pensado que necesitaba una cerveza. He visto el cartel de Hank, el aparcamiento de delante lleno y… aquí estoy.
Me cruzo de brazos y resoplo al oír su respuesta. Sonríe.
—No me refería a qué haces en el bar de Hank y lo sabes. Deja de burlarte de mí y contéstame.
—Siempre eras una mandona —murmura y me demuestra que sí me recuerda. Por lo menos, a mi antigua yo—. ¿Ese resort del que todo el mundo está en contra? —Levanta la mano—. Es mío.
Caigo en la cuenta de golpe.
—¿Eres de S.I.N.?
—Culpable. —Mira a su alrededor como si esperara que alguien reaccionase con hostilidad si le oye—. Sharpe International Network, también conocido como «S.I.N.».
Menuda sorpresa. Sabía que su padre era importante en la industria hotelera y superrico. Eso me quedó claro por el lugar en el que se hospedaban, lo escandalosamente caro que era todo lo que tenían tanto Ledger como sus hermanos y por los coches que conducían cuando estaban aquí. Pero no tenía ni idea de que S.I.N. fuera su empresa.
—¿Por qué no sabía yo esto?
Se encoge de hombros.
—Nos relanzamos hace unos años y, como hemos agregado tantas propiedades internacionales en la última década, nos convertimos en S.I.N.
—¿Nos?
—Sí, «nos». —La pena que cruza su mirada es fugaz, pero, aun así, la veo—. Mi padre falleció hace dos años.
—Lo siento mucho. —Las palabras son solo un acto reflejo respetuoso para un hombre al que he vilipendiado en mis recuerdos.
Asiente en agradecimiento.
—Ahora llevamos la empresa mis hermanos y yo.
—Por el bien de la empresa, espero que no discutáis tanto como antes.
—A veces.
Río. Es la primera vez que lo hago y, de algún modo, alivia la tensión entre nosotros.
—Así que estás en Cedar Falls para hacer qué exactamente con el hotel, ¿calmar a las multitudes que odian su mera existencia?
—Algo así. El alcalde Grossman considera necesario que me quede aquí durante los próximos dos meses para que esté a su entera disposición o, si no, nos negará los permisos de ocupación y evitará la apertura.
—Podría mentir y decirte que me sorprende… pero, por desgracia, no es el caso. Es un hombre avaricioso que se tiene en tan alta estima que debería ser ilegal, y con las elecciones a la vuelta de la esquina…
—Genial. Estoy deseando conocerlo. —Pone los ojos en blanco.
—¿Estás seguro de que no quieres volver al aeropuerto y escapar mientras puedas?
—¿Tan malo es?
—Depende de qué lado estés.
—¿Y de cuál estás tú, Asher? —pregunta, pero, por algún motivo, me da la sensación de que significa mucho más que si estoy de acuerdo con el nuevo resort del pueblo o no.
Antes de que pueda responder, aparece Nita igual que un torbellino de energía y caos, tal como es propio de ella.
—Dios mío —exclama, se ata apresuradamente un delantal a la cintura y se mete detrás de la barra—. Gracias. Gracias, gracias, gracias. —Se inclina para besarme en la mejilla y me proporciona la distracción que no sabía que necesitaba—. Eres mi salvadora. Te lo digo en serio, Ash.
En ese momento, debe notar la conexión entre Ledger y yo, porque sus movimientos vacilan cuando pasa la mirada de él hacia mí y al revés.
—Vaya, hola, guapo —murmura de un modo que solo Nita puede usar sin parecer descarada o desesperada—. Te ofrecería algo un poco más dulce para abrirte el apetito, pero me parece que Asher ya estaba cuidando bien de ti. Iré a… eh… limpiar algunas mesas para que podáis, ya sabéis, terminar lo que sea que tengáis que terminar. —Repasa a Ledger y el codazo que me da es de todo menos sutil.
Si ella supiera…
—No tienes que irte a limpiar nada —le digo mientras me desabrocho el delantal y lo arrugo en una bola hacer algo con las manos. Es como si los sucesos de los últimos quince minutos se me hubieran derrumbado encima y, de repente, necesitara un minuto a solas para pensar y procesarlo, y… respirar—. Ya está todo listo. —Nita me mira con cautela, sin duda preguntándose por qué actúo de forma tan extraña—. Tengo que irme.
—¿Te vas? —Ledger se levanta de golpe y el taburete hace un estruendo muy fuerte al arañar el suelo.
—Sí. Solo estaba ayudando a Nita mientras iba a una función del cole de su hijo. —Le ofrezco una sonrisa cansada a la vez que el corazón se me acelera en el pecho—. Este no es mi… Normalmente, no trabajo aquí.
«¿Cómo acaba esto?».
«¿Me voy sin más? ¿Me desahogo ahora que tengo la oportunidad? ¿Quiero hacerlo? ¿O con esto ya ha sido suficiente? ¿Podré pasar, por fin, la página que no sabía que no había pasado solo por hablar con él?».
—Entonces, eso significa que puedes quedarte a hablar.
—No puedo. Tengo… cosas que hacer —le digo y le doy un beso a Nita sin tocarle la mejilla antes de dirigirme al almacén trasero a coger mis cosas.
De repente, siento la necesidad de salir huyendo. Necesito estar sola y algo de silencio. Dos cosas que son imposibles de conseguir cuando su presencia nubla cada uno de mis pensamientos, como hace ahora mismo.
He llegado al final de la barra y a la puerta del almacén cuando Ledger me agarra por el codo.
—Asher, espera. ¿Te vas a ir sin más? ¿Sin decir nada?
«Es una sensación horrible, ¿verdad?».
Sin embargo, no le digo lo que pienso. No puedo. Lo mejor es que lo deje tal como está. Mejor que antes. Más estable. Así está bien.
—Tengo que irme —le respondo para salvar las apariencias, pero, cuando me doy la vuelta y le miro a los ojos, mis pies se niegan a moverse.
—¿Estás segura? —Agacha la cabeza para estar a mi altura y poder escrutarme los ojos.
—Segurísima.
Se balancea sobre los talones, es evidente que no se cree mi mentira, pero finge que sí. Y le estoy muy agradecida.
—Me alegro mucho de haberte visto, Ash. —Ahí está otra vez la sonrisa torcida. Es sincera y real, y odio que, a pesar de nuestro pasado, una parte de mí flaquee al verla—. En realidad, me alegro muchísimo.
—Me ha gustado ponernos al día. Mucha suerte con todo.
—No, espera. —Suspira y echa un vistazo al bar antes de volver a mirarme a los ojos—. Escucha…, éramos niños, éramos ingenuos y no estábamos preparados para lo que nos iba a deparar la vida. Pasaron cosas que… pasaron. Cosas que sigo sin entender y que empiezo a pensar que ninguno de los dos podíamos controlar. Podríamos hablar del pasado y obsesionarnos con lo que podría haber sido, pero sería inútil.
—Estoy de acuerdo. —Asiento, aunque, en realidad, me gustaría diseccionar cada palabra que me ha dicho—. Me alegro de haberte visto, Ledger. —Empiezo a darme la vuelta, pero sus palabras me detienen.
—Voy a estar en el pueblo durante un par de meses. Me gustaría que nos viéramos algún día… Que tomásemos algo y nos pusiéramos al día. —Baja la mirada durante un instante antes de volver a mirarme—. Que fuéramos amigos.
La emoción me forma un nudo en la garganta y me trabo al intentar responderle, aunque no sé muy bien qué quiero decirle.
—Puede. —Empujo la puerta y le miro por encima del hombro—. Ya veremos.
Cuando cruzo la puerta y la cierro, apoyo la cabeza contra ella y dejo escapar un suspiro interminable.
No puedo volver a verlo.
No quiero.
Sí que quiero.
«Mierda».
Ledger Sharpe tiene algo.
Sí, tiempo atrás fue el dueño de mi corazón, aunque tiene razón. Ya no soy una adolescente ingenua.
Han cambiado muchas cosas de la chica que él conocía.
Soy más fuerte.
Soy independiente.
Por fin, he encontrado mi propósito.
Y, esta vez, no pienso dejar que su cara bonita y un puñado de recuerdos nostálgicos me marquen lo suficiente como para cambiarme.