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«Nadie es experto en el amor. Esa es su belleza… y también su dolor». Una noche de tormenta, Ford Sharpe y Ellery Sinclair se conocen en un hotel destartalado. Con las carreteras cortadas y sin habitaciones disponibles, pasan la noche en el bar mientras charlan sobre qué harían si el hotel fuera suyo. A la mañana siguiente, toman caminos distintos, convencidos de que no volverán a verse. Pero el destino es caprichoso y tiene otros planes. Así, cuando Ford descubre que el hotel ha salido a subasta, ve la oportunidad perfecta para reformarlo y convertirlo en un negocio de éxito. El único problema es que otra persona ha tenido la misma idea: ¡Ellery! Ahora tendrán que descubrir si dos desconocidos pueden llegar a un acuerdo sobre el hotel… y el futuro que les espera. Déjate seducir por esta novela adictiva sobre los sueños y la magia del destino
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Seitenzahl: 418
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Epílogo
Sobre la autora
V.1: Noviembre, 2024
Título original: Final Proposal
© K. Bromberg, 2022
© de esta traducción, Azahara Martín Santamaría, 2024
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial.
Los derechos morales de la autora han sido reconocidos.
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Imagen de cubierta: Shutterstock - MeetMarcus
Corrección: Gemma Benavent, Sofía Tros de Ilarduya
Publicado por Chic Editorial
C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10
08013, Barcelona
www.chiceditorial.com
ISBN: 978-84-19702-39-5
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Una noche de tormenta, Ford Sharpe y Ellery Sinclair se conocen en un hotel destartalado. Con las carreteras cortadas y sin habitaciones disponibles, pasan la noche en el bar mientras charlan sobre qué harían si el hotel fuera suyo. A la mañana siguiente, toman caminos distintos, convencidos de que no volverán a verse.
Pero el destino es caprichoso y tiene otros planes. Así, cuando Ford descubre que el hotel ha salido a subasta, ve la oportunidad perfecta para reformarlo y convertirlo en un negocio de éxito. El único problema es que otra persona ha tenido la misma idea: ¡Ellery! Ahora tendrán que descubrir si dos desconocidos pueden llegar a un acuerdo sobre el hotel… y el futuro que les espera.
«Una novela dulce, divertida y picante. ¡Corre a tu librería más cercana a por un ejemplar, seguro que se agotan enseguida!»
BJ’s Book Blog
El viento azota los árboles y el cielo resplandece cuando un rayo cae a lo lejos. Durante un breve instante, vislumbro el iracundo océano tras las ventanas que se encuentran frente a mí.
Entonces, vuelve a cernirse la oscuridad.
El viaje hasta aquí ha hecho poco para calmar mi rabia, por no hablar del vaso de whisky a medio beber que sostengo en la mano.
Estaba seguro de que con cada kilómetro de distancia que pusiera entre mis hermanos y yo, con sus tonos apaciguadores y sus estúpidas explicaciones, la furia se iría disipando…, pero me equivocaba.
El tiempo solo ha servido para que me invadan pensamientos más frenéticos y para que se intensifique el dolor que siento en las entrañas.
Aún veía la cubierta recién impresa sobre la mesa. Las palabras en las páginas editadas para la venta al consumidor. Para el público con un apetito voraz de una de estas tres cosas: escándalos, una guía práctica sobre cómo ganar miles de millones sin hacer nada o chismes para manchar una reputación.
La conmoción y el asombro siempre se han vendido bien.
«¿Quién iba a imaginar que la benigna biografía de mi padre, Maxton Sharpe, me haría sentir así?».
Lo que contaba el libro no debería haberme molestado. O mejor dicho, lo que no contaba. Eso tampoco debería molestarme.
Pero así es.
Tomo otro sorbo mientras agradezco el ardor y la calidez del alcohol y murmuro:
—Solo Ford.
A la mierda.
El ruido invade mis pensamientos: el suave murmullo de la charla de los clientes del bar que están atrapados aquí como yo, el aullido del viento del exterior, la vibración del móvil que se encuentra en la barra junto a mí con cada puto mensaje que recibo… Mis hermanos. Un poco tarde por su parte.
«Dramático».
«Susceptible».
«Ridículo».
¿No fueron esas las palabras que utilizaron para describirme? ¿Para no dar crédito a nada?
«Solo importan las palabras de los que te quieren».
La frase de mi madre resuena en mi cabeza.
El teléfono vibra con otro mensaje. ¿Qué? ¿Ya ha aterrizado el avión en Nueva York y, de repente, les preocupa que conduzca con esta tormenta? ¿Dónde estaba antes su preocupación?
Como ya he dicho, a la mierda.
Ahogaré mi enfado con esta copa.
Y la siguiente.
Y la de después.
No tengo otro sitio adonde ir ahora mismo.
Echo un vistazo al pequeño bar. Estoy seguro de que no es normal que haya tanta gente y de que no están aquí por el ambiente. Simplemente somos los únicos idiotas que hemos decidido viajar durante una tormenta tropical y estamos esperando que retiren de la carretera un árbol caído a algo menos de dos kilómetros de aquí.
El bar es parte de un hotel bastante anodino y nada espectacular ubicado en una franja de playa a las afueras de los Hamptons. Una ciudad a medio camino entre este lugar y la nada. Un lugar intermedio que los ricos ignoran de camino a la zona de recreo de los Hamptons y que llama la atención de la clase media baja, que desea poder quedarse allí algún día.
Este lugar… —demonios, ni siquiera recuerdo su nombre, es tan simple y aburrido que se me ha olvidado— está anticuado y es corriente. Puede que se deba al de color cuero burdeos y a la madera oscura. Los accesorios baratos y las imágenes corrientes fabricadas en serie son la decoración que ningún sitio necesita.
Tiene potencial.
Pero parece que quien gestiona el lugar no quiere invertir en él para alcanzarlo.
Tampoco es que me importe.
Puede que no haya habitaciones libres para pasar la noche, pero se está a resguardo y, por ahora, parece un lugar seguro contra la furiosa tormenta del exterior. Ah, y tiene alcohol. Eso es una clara ventaja.
Algo golpea el suelo a mi derecha con bastante fuerza, seguido por el suspiro de frustración de una mujer.
—Han cortado las carreteras. Han cortado las putas carreteras. ¿Te lo puedes creer?
Si no puedo estar en casa de Sag Harbor, hacia donde me dirigía, debería poder beber en paz.
Y que Cathy la charlatana elija sentarse a mi lado no es exactamente el epítome de la tranquilidad.
Ni estoy de humor para aguantarla.
—Vaya boquita —murmura el hombre que tengo al otro lado.
—¿Hola? ¿Me has escuchado? —repite, lo que me arranca un profundo suspiro—. Cortadas. Estamos atrapados.
Al parecer, no ha captado por mi silencio, ni por el comentario del otro, que me importa una mierda.
—Una observación brillante —digo mientras bebo—. Existe una razón por la que todos estamos aquí sentados y no es por el ambiente.
—Creo que no estaba hablando contigo.
—Bien. Genial. —Levanto el dedo para pedirle otra copa al camarero, emocionado por no tener que hablar con nadie, cuando algo de lo que ha dicho resuena con fuerza en mis oídos—. Espera. ¿Han cortado las carreteras?
Me giro para ver a la desconocida de voz ronca y aroma intrigante que está de pie junto a mí. Un par de ojos grandes de color zafiro se encuentran con los míos. Los tiene entrecerrados, pero rebosan curiosidad. Tiene los labios carnosos y fruncidos y las mejillas de un tono sonrosado, supongo que por el frío del exterior. Lleva el cabello rubio oscuro recogido en una especie de moño enmarañado, más húmedo que seco, como su chaqueta.
Decir que es guapa es quedarse corto. De hecho, a su manera, es una belleza de verdad.
Pero tiene ese tipo de belleza que está hecha a partes iguales de ternura y hermosura. Es más una chica común que sofisticadamente sexy y, cuando arquea una ceja, sé que sabe que la estoy observando y evaluando.
Y eso no le entusiasma precisamente.
Mierda.
—¿Chandler? —dice al teléfono que no me había dado cuenta que sostenía contra la oreja—. Sí. Tengo que irme. No preguntes. Me las apañaré. Siempre lo hago. —Deja caer el móvil con un chasquido sobre la barra y se vuelve hacia mí con un suspiro más profundo que el mío—. Sí. Eso es lo que he dicho. Las carreteras. —Pone énfasis en la «s»—. En plural. Esta noche, lo más lejos que vas a llegar es a algo menos de dos kilómetros y medio de distancia en cualquier dirección.
—Dios.
—Lamento ser yo quien te dé las malas noticias. —Se encoge de hombros sin disculparse.
Agito la mano con indiferencia.
—¿Qué ha pasado?
—Em… ¿La lluvia torrencial de ahí afuera? ¿Aviso de tormentas 2022? ¿La misma razón por la que supongo que estás aquí sentado en este bar sin encanto como yo?
—¿Qué cojones…? —murmuro.
—Vaya. ¿Cuando tú dices una palabrota no pasa nada, pero si la digo yo, susurras que esa no es la forma en la que debería hablar una dama?
Me río para ignorar la alarma que resuena en mi cabeza y que indica que está loca. La experiencia me ha enseñado a prestarle atención.
—No he dicho ni una palabra, ni he hecho ningún gesto sobre tus palabrotas. —Niego con la cabeza y me paso la mano por la mandíbula—. Simplemente… pensaba que el cierre de la carretera era temporal hasta que quitasen el árbol.
—Bueno, al parecer ha caído otro más allá del primero y luego otro en la dirección opuesta. —Señala con el pulgar por encima del hombro—. El agua del mar está rompiendo el malecón e inundando la carretera, por lo que es demasiado peligroso atravesarla.
—Me lo tomaría a risa, pero esta noche es algo normal. —Me paso una mano por el cabello—. Gracias por darme las malas noticias.
—Podría ser peor. Este sitio podría estar cerrado. Podrían haberse quedado sin alcohol. Es decir…
—Lo pillo. Gracias.
—Vamos —dice de forma persuasiva antes de darme un codazo como si no nos acabáramos de conocer—. No puede ser tan malo.
Le regalo una sonrisa que es de todo menos divertida.
—Lo dice la señorita Arcoíris y Rayos de sol…
—Habla el hombre que se empeña en ser un imbécil gruñón para asegurarse de que no le hable ni empañe su momento. —Echa un vistazo a mi vaso—. Whisky, ¿no?
—¿Rayo de sol, arcoíris y lectora de mentes? —Levanto las cejas y silbo en voz baja—. Estoy más que impresionado.
Ella hace una fingida reverencia y me ofrece una sonrisa que le ilumina el rostro. Dios, estaba equivocado. Es muy sexy.
—Gracias. Es uno de mis muchos trucos de fiesta.
—¿Uno de muchos? —pregunto.
—Oh, sabe sonreír —murmura justo por encima de mi réplica mientras vuelve a clavar los ojos en los míos—. Te sienta bien. Deberías intentarlo más a menudo.
Le lanzo una mirada desconcertada.
—Tomo nota.
—Oh, ya veo, un atisbo de gracia antes de pasar de nuevo al modo gruñón. —Toma asiento y gira el taburete para colocarse frente a mí. Con el movimiento, me golpea el olor de su perfume. No se me escapa la ironía de que huele a rayos de sol atrapados en una botella.
—Exacto. —Asiento con la cabeza brevemente como si estuviera molesto por su presencia y su interrupción (antes lo estaba y todavía debería estarlo) y, a pesar de eso, respondo cuando fácilmente podría alejarme de la barra—. ¿Ves? Es inútil perder el tiempo tratando de hacerme sonreír.
—Tomo nota —repite lo que yo había dicho y sonríe—. De todas formas, tengo mejores cosas que hacer que tratar de hacerte sonreír.
Ahora soy yo quien se gira para ponerme frente a ella, de tal forma que mis rodillas chocan con las suyas.
—¿Ah sí?
—Pues sí. —Pide una copa de cabernet sauvignon y me observa de forma expectante.
—¿Qué es exactamente lo que tienes que hacer que es mejor que eso? —Hago un gesto hacia la barra y, como si fuera una señal, un trueno vuelve a retumbar para enfatizar el hecho de que estamos atrapados en este lugar y que no puede ir a ningún sitio.
Inclina la cabeza hacia un lado y se pasa la lengua por la comisura de los labios.
—Cosas.
—¿Cosas? Qué específico.
—¿Qué te parece cosas que no quiero hacer? ¿Cosas que estoy evitando hacer? ¿Cosas a las que simplemente estoy tratando de encontrarles sentido? ¿Te parece eso lo bastante descriptivo, señor Gruñón?
Un brillo en su mirada me indica que hay algo que no quiere contar.
—Vale. Muy bien. Te lo compro.
—Pues parece que yo soy la que va a tener que comprarse algo, un barco en concreto, para salir de aquí si el agua sigue subiendo.
—Vaya, pero si también es graciosa.
—Siempre. ¿Por qué estás tan gruñón? ¿Es algo habitual? —Entrecierra los ojos y me observa mientras se muerde el labio inferior—. Ummm. Aunque no pareces ser de ese tipo. Probablemente estás malhumorado. Enfurruñado quizá, pero simplemente por las circunstancias. No creo que seas un gruñón perpetuo.
—Gracias por la evaluación psicológica. —Deslizo la copa vacía hacia el camarero y le pido otra por señas—. No la he pedido.
—Y, sin embargo, ese comentario acaba de confirmar el diagnóstico.
—Eres una maestra liendre, ¿no? —comento.
Sonríe de forma más amplia. Demonios, es difícil no devolverle la sonrisa. ¿No sabe que mi plan era venir aquí y meditar? ¿Automedicarme con este whisky y decirme a mí mismo que tengo todo el derecho a sentirme herido, enfadado y todo eso?
—Entonces, ¿qué te pasa? ¿Problemas de pareja? ¿Han atropellado a tu perro? ¿Tu coche se ha quedado sin gasolina?
Le respondo con la mirada perdida.
—Dios mío. —Se lleva una mano al corazón—. Es el perro ¿no? —Se le llenan los ojos de lágrimas, algo que no esperaba para nada, mientras dice en voz baja—. Lo siento mucho. —Extiende la mano y me da un apretón en la rodilla.
Esta es la mía.
Puedo seguirle la corriente y usar la mentira para generar simpatía y que me deje en paz. Asentir con la cabeza y levantarme para dirigirme a una de las sillas que hay junto a la ventana de enfrente.
Completamente solo.
Pero cuando abro la boca para hacerlo, resulta que no sale ni una palabra. Quiero decir… Hay peor compañía que una mujer hermosa que, de momento, parece tener una gran personalidad.
—Siento explotar tu burbuja, pero no tengo ningún perro que haya muerto.
Vuelve a caer un rayo y se oyen algunos jadeos a nuestro alrededor. La mujer que está junto a mí asiente con la cabeza casi como si la hubiera decepcionado y no sé muy bien por qué.
—En ningún momento he dicho que tenga uno —continúo—. Has sido tú la que ha sacado sus propias conclusiones.
—Pero tienes perro, ¿no? —pregunta como si fuera algo muy importante.
—¿Y eso qué más da?
—Dice mucho de ti.
—¿Qué es lo que dice? —pregunto, aunque soy de la misma opinión.
Se encoge de hombros.
—Que piensas en algo más que en ti mismo. Que estás dispuesto a compartir tiempo y espacio. Que no te importa ensuciarte las manos, literalmente, ya que hay que recoger la caca.
—¿Qué? —Casi escupo la bebida.
—A nadie le gustan las personas que no estén dispuestas a recoger la caca de su perro.
—No dejas de sorprenderme —murmuro, y contemplo fijamente la copa antes de dirigirle la mirada.
—Bien. Las sorpresas son buenas. —Dibuja una sonrisa de oreja a oreja.
«¿Quién es esta mujer y por qué, de repente, no quiero que deje de hablar?».
—¿Y bien? ¿Tienes perro? ¿No tienes perro? O ¿qué?
—No tengo perro. —Levanto las manos—. Pero no me juzgues. Me encantan los perros, los grandes. Sin embargo, esa es la desventaja de vivir en la ciudad. —¿Y qué más me da que la respuesta la haga cambiar de opinión sobre mí?
—¿La ciudad?
—Manhattan.
Levanta las cejas, pero no revela la suposición que refleja su expresión.
—¿Y por qué es culpa de la ciudad?
—Porque los perros se merecen un jardín en el que correr, y un rascacielos como en el que yo vivo no permite eso exactamente.
—Existen cosas como los paseadores de perros.
—Sí, pero dar un paseo y tener un jardín en el que corretear son dos cosas distintas. Bueno, ¿ha terminado ya la inquisición perruna?
Frunce los labios y me lanza esa mirada de nuevo, pero no da más detalles sobre lo que está pensando.
—Sí, claro. Pero… Oh, ya entiendo. Estoy interrumpiendo tu momento de autocompasión —murmura mientras asiente con la cabeza suavemente y luego vuelve a redirigir la conversación—. En mi opinión, no podrías haber elegido una noche más apropiada. A ver, no sirven para nada, pero está claro que de vez en cuando son necesarios.
—Sí, claro. Algo así.
Sé que lo siguiente que va a preguntar es «¿qué ocurre?». Es mujer.
Nada más y nada menos que una mujer con una gran imaginación.
Pero en lugar de hacer lo esperado, se levanta del asiento y echa un vistazo a su alrededor antes de dirigirse hacia el otro lado de la barra. Veo que toma algo antes de regresar y colocar un bol de madera, que parece sacado de los años setenta, en la barra entre los dos.
«Alerta: anillo de compromiso».
¿Cómo no me he dado cuenta del pedazo de anillo de diamantes que lleva en la mano izquierda? ¿Y por qué me sorprende?
—¿Hay algún problema? —pregunta.
Niego con la cabeza y noto que estoy mirando el bol que acaba de traer mientras me pregunto cómo es el capullo de su prometido o marido.
—¿Qué es?
—Chex Mix. Por favor, dime que has probado este alimento básico de la infancia.
Pongo los ojos en blanco como respuesta.
—Todo momento autocompasivo debe incluir comida. —Toma un bocado de la mezcla—. Y alcohol. —Le da un sorbo al vino—. Y… alguien con quien compadecerse y que te diga que tienes toda la razón del mundo, aunque crea que estás equivocado. —Levanta la mano—. Así que voy a contribuir todo lo que pueda a este momento, ya que no parece que haya mucha más gente con la que contar aquí. —Vuelve a sentarse—. Deberías sentirte privilegiado.
—Así me siento. —Sonrío de forma sincera por primera vez. Creo que nunca me he tomado tantas molestias como ella para hacer sentir cómodo a un desconocido—. De verdad.
—A ver, este sitio no puede ofrecerte una habitación libre ni mucho más, aparte de este bol que probablemente hayan tocado como diez manos distintas esta noche, pero puedo obsequiarte con mi gran personalidad y la capacidad que tengo de escuchar a los demás.
Sonríe de forma cursi.
—Y tú acabas de comerte un pedazo de la mezcla de gérmenes —señalo.
—Y luego he bebido un poco de vino para que el alcohol elimine dichos gérmenes. Tan simple como eso. —Da un sorbo de vino para enfatizar el comentario—. Una ventaja adicional es que el tejado parece resistente y por ahora estamos secos.
—Por ahora es la expresión clave.
Choca la copa con la mía.
—Salud. —Como lo único que hago es mirarla, continúa—. ¿Qué? Soy el tipo de chica que ve el vaso medio lleno.
—Está claro.
Extiende la mano.
—Elle. Ellery, en realidad. Encantada de conocerte.
—¿Ellery? Qué original.
Se ríe.
—Ja. Esa es la forma de decir que es un nombre interesante, raro, que rellena los espacios en blanco. —Se encoge de hombros como si lo hubiera escuchado antes—. Es un nombre familiar. Ellery Celery —dice con voz cantarina como si fuera una rima de niños, y luego se ríe—. Dios, cómo lo odiaba cuando era más joven. Pero ya no me importa tanto.
—Ford. Bueno, Fordham. —Le estrecho la mano—. Y mi nombre se debe a una universidad o una empresa de automóviles, así que no te digo nada, Ellery Celery.
—Entonces supongo que estamos en el mismo departamento de nombres.
—Así es —murmuro.
Ambos bajamos la mirada y notamos que seguimos con las manos estrechadas. Las apartamos enseguida, antes de dirigir la mirada hacia la ventana para romper la repentina incomodidad que nos rodea.
Incomodidad mezclada con atracción.
Mierda. No lo esperaba.
Me paso una mano por el pelo y lanzo una mirada en su dirección. Sonríe suavemente mientras observa el espectáculo que la Madre Naturaleza está ofreciendo en el exterior: instantáneas de destrucción iluminadas por los relámpagos. Y, por primer vez, me doy cuenta del leve hoyuelo.
Claro, debe tener uno. Divertida, atrevida, hermosa y con un hoyuelo. Soy un fanático de los hoyuelos.
—¿Hacia dónde te dirigías cuando Fred te ha disuadido? —me pregunta en un momento en el que amainan los relámpagos.
—¿Fred? —digo sorprendido mientras desvío la mirada de ella.
—La tormenta tropical por la que estamos aquí marginados.
—Sí, lo siento. Ese Fred. —Echo un vistazo alrededor. Algunos se han quedado dormidos. Otros están ocupados con sus teléfonos móviles. Unos pocos hablan con los desconocidos que tienen al lado. Pero cuando poso los ojos en ella veo que, al parecer, ahora le toca a ella estudiarme. Las manos. Los antebrazos, con las mangas remangadas. El pecho, con los dos botones superiores de la camisa desabrochados. Se sobresalta cuando su mirada se encuentra con la mía y se da cuenta de que la he pillado.
Ahora estamos igualados.
—Gracias por nada, Fred.
—Amén —murmura mientras se dedica a limpiar el vaho de las copas con una servilleta para mantener las manos ocupadas.
La pongo nerviosa. Eso es interesante. ¿O lo que la inquieta es el hecho de que la he sorprendido mirándome cuando lleva un anillo en el dedo?
—Entonces… ¿Hacia dónde te dirigías, Ford llamado así por una universidad? ¿Tiene algo que ver con el momento autocompasivo que estamos celebrando?
—Sag Harbor —contesto con brusquedad.
—Qué bien. —Levanta las cejas pero luego frunce el ceño cuando se da cuenta de que no comparto el mismo entusiasmo—. ¿No está bien? —Como no respondo, continúa—: Tienes que decidirte por uno u otro. La indiferencia no es una opción si celebras una fiesta de autocompasión. Sag Harbor, eh. Está cerca, pero tú muy lejos de llegar allí con este tiempo.
—Así es. —Asiento con la cabeza y no digo nada más mientras Ellery toma un sorbo de vino y mantiene una charla trivial con el camarero.
Observo la interacción. La chica es definitivamente sexy. Indiscutiblemente hermosa. Y tiene esa sonrisa fácil que le ilumina el rostro.
«No está soltera, Ford».
Y por el tamaño de la piedra que lleva en el dedo, su prometido quiere que todos sepan que no está soltera. Y es comprensible.
Es tarde. El whisky está empezando a afectarme. Y no estoy más cerca de averiguar por qué esta noche y todo lo que me ha ocurrido antes me ha afectado tanto. Tomo otro sorbo de la copa antes de cerrar los ojos por un momento.
«Yo podría comprarle un diamante más grande».
Dios. ¿De dónde demonios ha salido ese pensamiento?
Niego con la cabeza y me echo a reír. Sin duda alguna, el alcohol es el que habla.
Pero cuando miro a Ellery, esos ojos azules brillan con curiosidad y frunce el ceño como si me preguntara de qué me río.
—Estaba contemplando la idea de cambiarme a la cerveza —contesto como si eso fuera a explicar la risa.
—¿Cerveza?
—Sí. Va a ser una noche larga y creo que debería controlarme.
—Todo depende de qué es lo que quieres controlar. —Se ríe con ganas mientras se encoge de hombros. Mi mente vuela a algunos lugares, y todos tienen que ver con ella. Cruza los brazos sobre el pecho—. Cuéntamelo todo. La historia. El culpable de este momento de autocompasión. Dime a quién se supone que tengo que odiar porque te ha disgustado.
He entrado aquí sin querer hablar con nadie y ahora, por alguna razón, ella charla y no me importa tanto. La vacilación que sentía al principio se ha desvanecido.
—Es realmente estúpido…
—Está claro que te ha disgustado, así que yo no diría que es estúpido.
—He discutido con mis hermanos —digo por fin.
—Vale. Así que se trata de un tema familiar. Eso siempre es difícil. ¿Cuál ha sido la razón de la discusión?
—Es una larga historia.
Echa un vistazo a la sala y observa la escena antes de encogerse de hombros y mirarme a los ojos.
—No será por falta de tiempo, ya que, de momento, básicamente estamos aquí atrapados. ¿Tiene algo que ver con eso?
—¿Con qué? —pregunto, y miro hacia donde señala.
—Con la pajarita que te cuelga del cuello. A ver, me despierta mucha curiosidad saber a qué idiota se le ocurriría seguir adelante con un evento de etiqueta durante un temporal tan horrible como este. —Simula sentir escalofríos, pero me ofrece una sonrisa juguetona.
Resoplo.
—A mí. A mis hermanos. Nosotros somos los idiotas.
—Oh. Ups. Supongo que ahora sería un buen momento para meterme el pie en la boca.
—Definitivamente idiota es el insulto más suave que me han ofrecido hoy…, así que lo aceptaré.
—Qué mal, ¿no?
Asiento con la cabeza.
—Algo así.
Una persona se ríe a carcajadas al otro lado de la sala mientras ella toma otro puñado de la mezcla de gérmenes. La miro mientras procede a escoger los pretzels y colocarlos en la barra junto al bol. Qué extraño.
Me mira a los ojos y me lanza un guiño.
—Vivo al borde del abismo.
Me río.
—Una tormenta tropical y gérmenes en una sola noche.
—Has olvidado mencionar que has conocido a un hombre misterioso y gruñón.
—Sí. Eso también. —Por alguna razón, la tensión de los hombros disminuye con cada comentario que intercambiamos.
—Pajarita negra… —Tuerce los labios mientras la observa—. Demasiado pronto para una fiesta navideña.
—Teniendo en cuenta que estamos en abril, eso sería una apuesta segura.
—Así que mi suposición es que se trataba de una gala de entrega de premios a unos cargos superiores, que si tus hermanos y tú la organizabais, quiere decir que vosotros sois esos cargos, o una gala para recaudar fondos de algún tipo. Oh, ya sé. Era el estreno de una película. —Inclina la cabeza hacia un lado—. No me digas que eres un actor famoso que se está escondiendo aquí, en esta ciudad costera tranquila, y va a comprar este hostal para empezar una nueva vida. Planeas convertirlo en un destino, un bed and breakfast de élite, por así decirlo, porque tus amigos y tú estáis cansados de no poder iros de vacaciones ni tener privacidad.
—¿Nunca te han dicho que tienes una imaginación hiperactiva?
Sonríe de forma más amplia.
—Otro de mis muchos trucos de fiesta.
—Está claro.
—¿Tu falta de respuesta es la confirmación de que, en realidad, eres Chris Hemsworth disfrazado?
—Shh. No revientes mi tapadera.
—Tu secreto está a salvo conmigo —susurra—. Tu acento americano es perfecto. Así que…
—Una gala para recaudar fondos.
—Sí —dice, y levanta el puño.
—Es un evento de etiqueta que organizamos cada año —comento mientras pienso en la gala benéfica contra el Alzheimer que celebramos en honor a nuestro padre—. Y sí, seguimos adelante con ella a pesar de la tormenta inminente porque es una tradición y quién diablos sabe por qué más.
—Porque sois hombres y nadie, ni siquiera la Madre Naturaleza, os dice lo que tenéis que hacer.
—Ahora, dicho así, suena bastante ridículo. Pero sí. Algo parecido.
Asiente con la cabeza y me mira por encima de la copa.
—Y entonces, ¿por qué habéis discutido? ¿No pidieron los canapés adecuados para el evento? ¿O uno de tus hermanos coqueteó con tu novia y te enfadaste? O… —Niega con la cabeza para enfatizar la pregunta—. ¿Algo incluso más escandaloso que eso? Dame todos los detalles jugosos.
—Nada jugoso ni escandaloso. Lamento decepcionarte. —Sonrío. Me resulta gracioso imaginar a mis hermanos apartando la vista de sus mujeres el tiempo suficiente como para mirar a otra. Si hubiera una imagen que reflejara lo que es estar enamorado, sería de ellos.
Además, puede que seamos trillizos, pero tenemos un gusto por las mujeres totalmente distinto.
Yo soy… solo Ford.
Se me ponen los vellos como escarpias al pensarlo y la ira me inunda de nuevo.
¿Cómo le digo que por lo que estoy molesto tiene más que ver con sentirme invisible sin sonar como un pelele? ¿Que mi apellido define quién soy yo y cómo me percibe la gente —siempre lo ha hecho—, pero no me había dado cuenta de que también me ocultaba?
—Simplemente… pensamos diferente sobre un tema. Ha surgido algo inesperado y mi percepción era distinta. Hemos intercambiado unas palabras y no me ha emocionado demasiado lo que han dicho.
—Eso significa que estáis unidos.
—Somos hermanos, ¿no?
—Por supuesto —dice, pero no suena convincente.
—Claro, estamos unidos. —¿Y no me ha molestado tanto en parte por eso? ¿Porque no me han visto venir? ¿Porque la mayoría de los días podemos terminar la frase de los otros dos, incluso los pensamientos, pero esta vez no han entendido por qué me ha dolido, no lo que se ha dicho, sino lo que no?
Asiente con la cabeza como si lo entendiera.
—Vale, entonces, los que ahora mismo no nos gustan son tus hermanos, ¿verdad? ¿Son ellos con los que estamos tan enfadados que vamos a pedir otra ronda?
Asiento.
—Eso suena bien.
—¿Cuántos hermanos tienes? ¿Cómo se llaman? —pregunta—. A ver, es difícil clavar alfileres en muñecos vudú si no tenemos detalles específicos.
Me ha hecho sentir tan cómodo que casi le respondo sin vacilar.
Pero soy un Sharpe y, a lo largo de los años, he aprendido que no siempre es positivo que la gente sepa quién soy. Sobre todo, con la publicidad que está a punto de azotar a mi familia con la publicación de la biografía. Lo último que necesito es darle los nombres de mis hermanos para que sume dos más dos en algún momento y saque provecho con una historia sobre el hermano desconsolado que está de mal humor en un hotel de carretera.
—Son dos —digo con un gesto de la mano, sin comentarle que somos más que hermanos, que somos trillizos idénticos—. Sus nombres son irrelevantes. Es solo… ¿Alguna vez te has dado cuenta de cómo te mira o percibe la gente y eso te echa un poco para atrás?
Saca más pretzels de la mezcla de gérmenes y los coloca en la mesa con los demás.
—De alguna manera, sí. Es desconcertante. A veces da qué pensar. Y, la mayoría de las veces, no es precisamente halagador.
«Especialmente cuando es la observación de tu padre».
Me aclaro la garganta para deshacer el repentino nudo de emoción.
—Has dado en el clavo.
—Lo siento.
La pureza de su sencilla respuesta me hace reflexionar. Una sinceridad que rara vez escucho estos días, en especial cuando procede de una absoluta desconocida.
Su mirada es igual de genuina.
Y debe ser una mezcla de la última hora, la tercera copa de whisky y los malditos sucesos de la noche, pero Dios… Odio la repentina presión en el pecho y necesito moverme.
Me levanto de golpe del taburete y Ellery abre mucho los ojos por la sorpresa del movimiento repentino.
—¿Qué ocu…?
—Disculpad, todos —grita una mujer cerca de la entrada del bar. Se accede por una puerta revestida que lleva a un vestíbulo. La gente se mezcla, pero guarda silencio, mientras se gira para enfrentarse a la mujer de sonrisa amable y ojos cautelosos.
—Escuchad —exclama el camarero a los últimos clientes que quedan, que están demasiado preocupados como para prestar atención.
—Hola. Me llamo Amy. Como alguno de vosotros sabe —dice cuando la sala se queda en silencio—, las autoridades acaban de informarnos de que han cerrado la carretera en ambas direcciones durante toda la noche. Para aquellos que todavía no lo sabían, vaya, siento ser portadora de malas noticias. Sí, eso significa que estaréis atrapados aquí toda la noche si aún no habéis reservado una habitación en alguno de los hoteles del camino. En cuanto a nosotros, no nos quedan habitaciones disponibles. —Un gemido colectivo retumba en la sala—. La buena noticia —continúa Amy— es que podéis quedaros y acomodaros aquí. No es el Ritz, pero está seco, tiene sillas cómodas y el espectáculo de luces del exterior es increíble. —Sonríe mientras señala las ventanas—. ¿La otra mala noticia? De acuerdo con la ley estatal, hace unos cuarenta minutos se nos exigió que dejáramos de servir alcohol, así que vamos a tener que cerrar el bar…
—¿En serio? —pregunta un hombre desde el otro lado de la sala con numerosas botellas vacías en la mesa. El camarero le lanza una mirada a Amy como diciendo que él se encargará del cliente si es necesario.
—En serio —repite con una sonrisa comprensiva. Levanta un dedo—. Pero eso no significa que no pueda venderte una botella de tu veneno favorito ahora… o lo que queda de una botella para que puedas bebértela a tu ritmo durante la noche. —Se oyen unos cuantos hurras al otro lado de la sala—. Pensé que eso os alegraría a algunos.
Los aplausos estallan como muestra del triste espíritu de desesperación de todos nosotros y Amy hace una reverencia.
Ellery se inclina rezumando ese aroma a rayos de sol de nuevo mezclado con champú y murmura:
—Supongo que es hora de tomar una decisión, Ford.
—¿Sobre qué?
—¿Whisky o cerveza?
Cuatro horas antes
Me ha carcomido toda la noche.
Mentira.
Me ha carcomido desde que leí el capítulo veintidós. El que se titulaba «Paternidad». El capítulo donde mi padre hablaba sobre sus tres hijos. Sus mayores logros. Explicaba los problemas que tuvo con Callahan y lo orgulloso que estaba de él. También contaba que Ledger era su epítome, y que, evidentemente, había nacido para ocupar su puesto en la empresa cuando decidiera dejársela a ellos.
Párrafos y más párrafos dedicados a mis hermanos y el lugar que ocupaban en la familia Sharpe. En realidad, el universo Sharpe.
—¿Qué es lo que te pasa esta noche? —pregunta Callahan mientras entra en el ático. Hay mierda por todas partes: ropa, comida, equipaje, maquillaje de sus mujeres… de los que nos hemos arreglado aquí para prepararnos para el evento. A él no le importa. Toma un caramelo y se lo mete en la boca mientras se deja caer en el sofá—. ¿Has cogido el palo que Ledger se ha sacado del culo y te lo has metido en el tuyo?
—Callahan. Él fue quien me supuso un mayor desafío —dice Maxton con una risa. Pero más allá de la risa hay un sentimiento de orgullo. Un sentimiento de amor. La sensación de que lo único que podría poner de rodillas a este hombre duro eran sus hijos—. La cabezonería de Callahan viene de largo pero, maldita sea, no deja de sorprenderme. Oculta su naturaleza intuitiva y habilidad para saber lo que hay que hacer tras ese comportamiento imprudente. Es casi como si se sintiera incómodo por ser bueno en cualquier cosa que se proponga. Era igual que su madre en ese aspecto. Y tenerlo cerca es como si ella siguiera aquí conmigo.
—Déjalo, Callahan.
Error.
Cuando se trata de mi hermano pequeño, eso es como arrojarle carnaza a un tiburón. Prácticamente puedo ver cómo levanta las orejas después de lo que he dicho.
Y tal vez eso es lo que quiero. Quizá quiero que me instigue para tener la discusión que tanto he ansiado durante toda la noche.
—Ooooh —dice con un silbido.
—¿A qué se debe ese sonido? —pregunta Ledger mientras entra en la habitación y le lanza una mirada a Callahan, luego a mí y, por último, de nuevo a Callahan.
Y esta es la razón por la que ser trillizo es un dolor de cabeza. Siempre es una ventaja que podamos sentir de forma intuitiva lo que les pasa a los otros dos…, excepto cuando no quieres que nadie sepa lo que te ocurre.
Y ahora mismo… Mierda, ahora mismo no sé qué cojones quiero.
—¿Tu palo? Ahora lo tiene él en el culo —termina Callahan.
—Vete a la mierda —murmuro.
Y ahora Ledger está intrigado.
—Mi primogénito. Ledger Maxton Sharpe —dijo el tocayo con la más suave de las sonrisas y la admiración reflejada en los ojos—. Cuando lo miro, veo una versión más joven de mí, solo que diez veces mejorada. Si hay un obstáculo, lo afronta de frente. Si hay un desafío, no puede esperar a demostrar que es el mejor. Es un oponente formidable en todo lo relacionado con los negocios.
—¿Es así como crees que la gente te percibe? —pregunto y obtengo lo que he aprendido a esperar del hombre que hay frente a mí. Una lenta sonrisa profundiza las arrugas grabadas en su rostro. Me encantaría conocer la historia que hay detrás de esas arrugas, pero tengo el presentimiento de que equivaldría a un sinfín de libros repletos de sus historias.
—No me importa cómo me perciba la gente. Nunca lo ha hecho. Creo que Ledger es igual en ese sentido. Aunque parezca mentira, es más obstinado de lo que yo era, pero muestra más el corazón. Él rompe más las distancias mientras que yo estaba tan ocupado tratando de no ser el Maxton Sharpe del Bronx que no me importaba pisar a quien fuera para llegar hasta donde necesitaba llegar.
—¿Y qué pasa con eso?
—Que lo hace mejor hombre de lo que yo era. De lo que soy. Conlleva expectativas más altas, pero dudo que el hombre en el que se ha convertido Ledger tenga problemas para superarlas.
—Para empezar, no has bebido esta noche, y ahora esta actitud —dice Ledger, con su diplomacia de siempre, mientras se sienta en el borde del sofá, en diagonal a mí—. ¿Qué ocurre? —Escucho la pregunta, pero lo único que veo es una maldita página tras otra de elogios dirigidos a él. El mejor de su clase en Wharton. Premio al Joven Emprendedor. Historia tras historia de cómo es exactamente igual al hombre que él idolatraba.
Al hombre que yo también idolatraba, pero para el que ahora siento que era invisible.
—¿Ford? —vuelve a preguntar.
Y como si fuera una señal, Callahan se mueve en el sofá y se escucha un ruido sordo cuando algo golpea el suelo. Se inclina y se ríe.
—Parece que papá también quiere participar en esta conversación —bromea mientras recoge el ejemplar anticipado del suelo y lo coloca en la mesa—. Sabéis lo mucho que odiaba que discutiéramos.
El silencio inunda la habitación mientras observamos la portada del libro. Una fotografía en blanco y negro de nuestro padre en primer plano. No se puede distinguir el color de sus ojos, pero la claridad que tienen —debido a la calidad de la imagen y a las estrías de los iris— es fascinante. Ofrece una expresión estoica y los labios, idénticos a los nuestros, son una línea recta.
Es una instantánea impresionante del hombre al que todos queríamos. Una que, de algún modo, refleja la intensidad del hombre con el que crecimos en yuxtaposición con el corazón más blando de un hombre que se acerca al final de la vida.
Se me forma un nudo en la garganta mientras trato de procesar las emociones que representan la portada de ese libro y las trescientas trece páginas de su interior.
Una exposición sobre su vida. Los momentos de la infancia que definieron su vida. La pobreza. Un padre que lo abandonó. Una madre que luchó y trabajó sin parar. El deseo de no verse en esa situación cuando fuera mayor. Cómo se abrió camino a duras penas en la universidad, pero nunca se graduó por falta de dinero.
Cómo empezó su imperio trabajando de ayudante de camarero, trabó amistad con los clientes adecuados, que luego creyeron en él y lo respaldaron, hasta que, cuando alcanzó un nivel de éxito con el que la mayoría sueña, los recompensó de forma generosa.
La biografía habla del amor de su vida, nuestra madre. Lo primero que pensó cuando la conoció. Lo último que pensó cuando la enterró a una edad tan temprana. Y el dolor que todavía sentía hasta ese día.
Hay capítulos sobre tratos clandestinos y personas que intentaron sabotearlo. Sobre sus payasadas y supersticiones. Sobre su filosofía en los negocios y en la vida.
Conocía la mayor parte, y con el libro me había enterado de otras cosas, y siempre estaré agradecido de tener algo más a lo que aferrarme del hombre que fue todo nuestro mundo durante la mayor parte de nuestra vida.
Y que ya no está.
Lo que no esperaba era sentir curiosidad, incluso esperanza, por comprender cómo me veía de hombre. Y cuando leí su opinión sobre Callahan y luego lo que pensaba sobre Ledger, contuve la respiración al pasar la página.
—Así que tienes a Callahan el rebelde y Ledger el de la personalidad tipo A. Háblanos ahora de tu hijo mediano, Fordham.
La mirada de Maxton se vuelve melancólica y una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Mi mujer fue a la Universidad de Fordham. De hecho, allí la conocí. Tenía otro trabajo como repartidor de flores y me encontré con ella por casualidad. En ese momento, saqué la tarjeta del ramo y se lo di. —Sonríe más ampliamente—. De ahí viene el nombre de Ford. Un guiño al día que supe que me casaría con Carly.
El imponente hombre se recuesta en la silla y echa un vistazo por la ventana de la torre. La ciudad se mueve a una velocidad vertiginosa por debajo de él y me pregunto si echa de menos ese ritmo o si disfruta de la vida sin prisas que lleva ahora.
Espero a que ordene los pensamientos. Pasa un momento. Revive los recuerdos en silencio y las emociones que emanan de ellos se reflejan en su expresión.
—Ford es… el pacificador de la familia. El equilibrio en nuestra vida a veces tormentosa. Es… solo Ford.
«Solo Ford».
Nada de Fordham Rhys Sharpe, segundo de su clase en Wharton por un porcentaje muy pequeño. Nada de Fordy, hijo de Maxton y Carly, que mantuvo a la familia unida tras la muerte de su madre. Nada de Ford, el hombre que simplificó algunos de los problemas de la cadena de mando de S.I.N. para que la empresa fuera más eficiente y exitosa. Nada de mi hijo, el que me llamaba todas las noches para asegurarse de que estaba bien.
«Solo Ford» y ya.
Y eso es lo único en lo que podía pensar esta noche mientras mis hermanos y sus mujeres, Sutton y Asher, estaban ante una multitud de personas con amplias sonrisas y daban abrazos de bienvenida.
¿Cómo me ven? ¿También soy invisible para ellos? ¿Soy solo Ford, el hijo mediano al que a menudo olvidan y, sorprendentemente, del que no saben mucho en realidad?
—Es el libro, ¿no? —pregunta Ledger, y me saca de mis pensamientos—. Leerlo nos ha recordado todo lo que echamos de menos tras su partida. ¿Os ha resultado tan difícil como a mí leerlo?
—Por eso. —Asiento con la cabeza—. Y por otras razones.
La copa que he rechazado toda la noche me está llamando ahora. Pero no me acerco al frigorífico repleto de cervezas. Creo que una vez que empiece, no voy a parar. En vez de eso, le sostengo la mirada a Callahan.
—No significa nada —murmura al fin en voz baja como si fuera una advertencia.
«¿Qué cojones?».
—¿Qué es lo que no significa nada? —pregunta Ledger mientras yo dudo de si el comentario de Callahan significa que cuando leyó el libro él también se dio cuenta. O más concretamente notó mi ausencia en él.
Algo sorprendente si ese es el caso. Mi hermano, que pensaba solo en él, se dio cuenta mientras que el que normalmente sabe cada «T» que hay que tachar y cada «I» a la que hay que poner punto, no.
«Pero, ¿porqué la advertencia?»
—Dios no quiera que «solo Ford» agite las aguas, ¿verdad, Cal? —pregunto.
—¿Alguien quiere darme una pista de la razón por la que os estáis mirando mientras yo estoy aquí de pie sin tener ni idea?
—Solo Ford —repito.
—¿Qué pasa con eso? ¿Has olvidado tu nombre? ¿Qué me estoy perdiendo? —pregunta Ledger, pero sé en qué momento cae en la cuenta porque le flaquea la mano cuando se lleva copa a la boca.
—Como he dicho, no significa nada. Como en todos los libros, en el producto final no se incluye todo. Las cosas se editan. Es probable que Winword dejara muchas cosas atrás que simplemente no podía usar —dice Callahan, en referencia al autor.
—¿Se editan? Te refieres a las partes aburridas que no son interesantes, ¿verdad? Porque, ¿quién usaría algo que papá dijo sobre mí cuando puede hablar del chico malo de Callahan y de su protegido Ledger?
«Porque no tenía nada que decir de mí que mereciera la pena estar en el libro».
Eso es.
La mayoría de las cosas me resbalan. Poco me afecta emocionalmente. Casi nada. Pero la idea de que mi padre pensara tan poco en mí me resultaba perturbadora. Esta presión en el pecho me confunde, así como la necesidad de demostrar que soy algo más que «solo Ford».
—Eso es una tontería —dice Ledger.
—¿Una tontería? —grito.
—Así es, una tontería —repite Ledger mientras entra en mi espacio—. No tienes ni idea del precio que he pagado, así que idos a la mierda tú y tus comentarios de mierda.
Se le contrae el músculo de la mandíbula mientras le arden los ojos con una furia que rara vez veo en ellos. Pues bien, porque yo también estoy furioso.
—Ford —dice Callahan, que trata de romper la tensión cuando normalmente es él quien la aviva—. Hemos crecido con cámaras en la cara y rumores falsos como norma. Todos sabemos que tergiversan las palabras e inventan textos sensacionalistas para vender más copias. Con esto ocurre lo mismo. —Señala el libro.
—Pero esas fueron las palabras de papá —grito—. No se las inventaron.
—Estás siendo ridículo. —Ledger pone los ojos en blanco—. Papá estaba orgulloso de todos nosotros. Incluso de ti…
—¿Qué habría pasado si hubiera sido al revés? ¿Qué…?
—No me habría importado. Y a ti tampoco debería —dice Callahan—. Deja de ser tan jodidamente sensible.
Pero sí me importa.
Me importa más de lo que quiero admitir.
—A la mierda. A la mierda los dos. —Me dirijo hacia la puerta e ignoro cómo gritan mi nombre.
No tiene sentido continuar esta conversación sin salida.
Ninguno.
Soy mucho más que «solo Ford». Que les den si piensan lo contrario.
No me conformaré con ser una mención.
Con ser el Sharpe ignorado.
Con ser simplemente cualquier cosa.
Echo un vistazo a la sala a oscuras. Algunos de los clientes atrapados han elegido las sillas y se han hecho un ovillo, acomodándose para pasar un largo rato. Otros se han comprado una botella de algo con alcohol y están buscando un lugar en el que instalarse cómodamente. Algunos han optado de forma estúpida por marcharse y probar suerte sorteando los controles de seguridad.
Yo, en cambio, estoy de pie con la botella de cabernet bajo un brazo, el bol con la mezcla de gérmenes en una mano y la copa de vino en la otra, mientras examino la sala e ignoro por completo el constante zumbido del teléfono que llevo en el bolso. No dejan de entrar mensajes.
Hay un motivo por el que he decidido hacer este viaje por carretera, y es muy probable que esa persona sea quien no deja de escribirme.
Examino la sala y me siento bastante decepcionada al no ver a Ford.
¿Él también se ha ido?
¿Se ha comprado una botella de whisky y se ha marchado a una sala que había reservado sin decir nada al respecto?
¿Por qué me importa?
Porque sí. ¿No soy así? ¿No me preocupo por todos y todo a expensas de mí misma?
Pero era más que eso. Era… él.
Aunque desconozco los detalles exactos de lo que le ha pasado esta noche, sé que puedo compadecerme. Una pelea con tus hermanos. Ver la percepción que tienen de ti y que te rechacen un poco.
Y ayuda el hecho de que tiene todo lo que encuentro atractivo en un hombre. Dios, así era. El cabello oscuro ligeramente ondulado. Los ojos ambarinos con motas doradas. La mandíbula fuerte y la nariz recta. Los amplios hombros y antebrazos realmente sexys. Las manos… Oh, tiene buenas manos.
Esa camisa desabrochada y la pajarita que le cuelga del cuello solo añaden más sex appeal.
Pero aunque trataba de ser gruñón, dejaba entrever algo más. Parecía amable cuando quería ser brusco. Cordial cuando quería que lo dejaran solo. Interesado incluso cuando trataba de mostrarse distante.
Y tal vez esa última parte me afectó un poco más de lo que debería. Sobre todo, cuando ha pasado mucho tiempo desde la última vez que noté que alguien me miraba con ese tipo de mirada ardiente.
O tal vez solo es la primera vez en mucho tiempo que me ha importado notarlo. O que he querido que alguien se fije en mí.
¿Es ridículo que me quede sin aliento cuando Ford regresa a la sala? ¿Qué me emocione la perspectiva de conocerlo mejor? ¿Qué me alivie que no se haya marchado?
Y por cómo lleva la camisa blanca, empapada y pegada el pecho, supongo que ha salido a buscar algo al coche.