El último soltero - Carole Mortimer - E-Book

El último soltero E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Jonathan era un hombre increíblemente atractivo que no estaba acostumbrado a que ninguna mujer se le resistiera... Por eso, Gaye Royal se convirtió en un reto. Ella le había dejado claro desde el principio que no lo quería en su vida... y eso era algo que él estaba decidido a cambiar. Pero ¿por qué Gaye le resultaba tan misteriosa, tan esquiva, tan enigmática... y qué tenía que hacer Jonathan para conquistarla? ¿Proponerle matrimonio? Porque convertirse en un hombre casado era lo último que se le había pasado por la cabeza...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Carole Mortimer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El último soltero, n.º 1423 - octubre 2021

Título original: To Be a Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-178-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

GAYE miró al hombre que se acercaba por el pasillo hacia el mostrador de recepción de enfermeras. No parecía tener prisa; de hecho, caminaba como si tuviera todo el tiempo del mundo. Cosa que no era habitual en aquel hospital privado de maternidad; los hombres que solían acudir allí estaban a punto de ser padres o lo eran desde hacía poco. En cualquier caso, solían mostrar una actitud mucho más anhelante por estar con sus esposas que la que reflejaba el paso de aquel hombre.

Un padre reacio, decidió Gaye. El pausado caminar del hombre le permitió observarlo mientras esperaba que respondieran a la llamada de teléfono que estaba haciendo. Y lo cierto era que la observación merecía la pena… incluso para la negativa mirada de Gaye.

Debía medir más de un metro ochenta, su espeso pelo de color rubio dorado tendía a rizarse levemente y tenía un rostro tan perfectamente esculpido que podría haber resultado demasiado perfecto, de no ser porque, en algún momento del pasado, su nariz había resultado rota, quedando ligeramente torcida y añadiendo un toque de arrogancia a su aristocrático rostro. El traje negro que llevaba, hecho a medida, le sentaba a la perfección y la camisa blanca acentuaba el moreno de su piel.

Su moreno se hizo más evidente cuando llegó al mostrador y sonrió, mostrando una hilera de dientes perfectamente blancos.

—Hola —saludó, cálidamente, curvando su boca en una sensual sonrisa.

Sus ojos parecieron hipnotizar a Gaye mientras seguía sosteniendo el teléfono sin obtener respuesta. A veces resultaba difícil ponerse en contacto con los futuros padres, a pesar de la evidente condición de sus esposas…

Pero Gaye nunca había visto unos ojos del color de los de aquel hombre. Eran de un tono dorado oscuro intenso y brillante. Ojos de león. ¡Sorprendentes!

Debía tener unos treinta y cinco años, y parecía acostumbrado al efecto que su aspecto debía tener en casi todas las mujeres. Por eso mismo, Gaye trató de mostrarse todo lo distante que pudo cuando contestó.

—¿Puedo ayudarle en algo?

La devastadora sonrisa permaneció en su sitio.

—Estoy seguro de que puede, enfermera… Royal —contestó él, fijándose en la tarjeta que pendía del uniforme de Gaye, justo encima de su pecho izquierdo—. Me llamo Hunter y…

—¡Hunter! —repitió Gaye, colgando el teléfono a la vez que se levantaba súbitamente—. LLevo una hora tratando de ponerme en contacto con usted.

—¿En serio? —dijo él, frunciendo el ceño—. Según tenía entendido, Abbie ha ingresado sólo hace dos horas…

—Con todos los síntomas de un parto prematuro —interrumpió Gaye, tomando la bata que el futuro padre iba a necesitar de inmediato—. La señora Hunter va camino del paritorio en estos momentos. Si nos damos prisa, aún podemos llegar antes de que dé a luz —cómo había dicho su marido, tan sólo hacía dos horas que Abbie Hunter había sido ingresada, y aún faltaban tres semanas para que saliera de cuentas, pero habían surgido algunas complicaciones y el especialista había decidido que era necesario practicarle una cesárea; ese era el motivo por el que Gaye llevaba una hora tratando de ponerse en contacto con su marido. Gracias a Dios, éste había aparecido. Ahora, su esposa se sentiría más relajada.

Lógicamente, aquel hombre no estaba aún al tanto de la condición de su esposa, pero, por su forma de caminar, tampoco parecía tener mucha prisa por ir a verla.

Gaye lo miró con frialdad.

—Tengo entendido que la señora Hunter quiere que esté presente durante el parto.

El señor Hunter tragó con esfuerzo y, a pesar del moreno de su piel, se puso ligeramente pálido.

—¿En serio?

Gaye pensó que estaba perdiendo tiempo a propósito. Pero a ella sólo le preocupaba el bienestar de su paciente, no el del marido… y Abbie Hunter quería que estuviera con ella durante el parto.

—Venga conmigo —dijo, enérgicamente—. Voy a llevarle a la sala de partos —caminó por delante de él por el pasillo, alta, elegante, con su uniforme azul haciendo muy poco por ocultar las perfectas curvas que había debajo.

Algo de lo que el señor Hunter fue muy consciente, comprobó Gaye con irritación cuando volvió la cabeza para ver si la seguía. Su opinión sobre los hombres no era especialmente buena, y, desde luego, no mejoró al comprobar la actitud de aquel en particular. Su esposa estaba a punto de dar a luz y él no sólo se motraba reacio a ir al paritorio, sino que también era capaz de comerse con los ojos a otra mujer. ¡Que típicamente masculino!

La actitud de Gaye fue aún más helada y distante cuando le entregó la bata para que se la pusiera. En todos sus años de trabajo nunca se había mostrado tan abiertamente ligón con ella el marido de una paciente.

Para empeorar las cosas, el rostro del señor Hunter se puso tan verde como la bata que llevaba en cuanto entraron en la sala de partos y vio a su esposa. ¡Maravilloso!, pensó Gaye, exasperada. Encima, se iba a desmayar…

Solía suceder, desde luego. Muchos hombres se mareaban al asistir a un parto. Pero, dada la seguridad en sí mismo que parecía desprenderse de aquél en particular, Gaye no esperaba que fuera especialmente aprensivo. Pero nunca se podía saber.

—Hable con su esposa —dijo, en voz baja.

El frunció el ceño.

—¿Mi esposa? Pero…

—Está adormecida, pero le oirá —insistió Gaye—. Dígale algo. Eso le ayudará a distraerse.

Esperaba que se distrajeran los dos. Ella del parto y él del mareo.

Los bonitos ojos azules de la mujer embarazada se iluminaron al ver al señor Hunter, aunque también frunció ligeramente el ceño.

—¿Jonathan…?

—Jarret está en camino, Abbie —dijo Jonathan, con mucha calma… y a pesar de que empezaba a estar blanco como una tiza—. Llegará en cuanto pueda.

Al menos parecía estar esforzándose un poco, reconoció Gaye, satisfecha. Si pudiera evitar que llegara desmayarse…

—Siga hablándole —dijo, animándolo—. Su hijo estará con los dos muy pronto —no le sorprendió que aquella pareja conociera ya el sexo de su hijo, ni que ya hubieran decidido cómo llamarlo. La familia Hunter, como casi todos los que elegían dar a luz en aquel hospital, eran gente de dinero, y, para decorar el cuarto del niño y elegir la ropa era más fácil conocer de antemano el sexo del bebé.

El doctor Gilchrist ya había empezado a operar, y no era el momento más adecuado para que un hombre alto y moreno entrara en tromba en el paritorio, sin previo aviso y vestido de calle, seguido casi de inmediato por una enfadada comadrona. ¿Qué estaba pasando…?

—¿Quiere hacer alguien el favor de sacarlo de mi sala? —espetó el cirujano impacientemente mientras seguía concentrado en su paciente—. ¡Esto es un paritorio, no un circo! —añadió, indignado.

—No pienso irme de aquí, James —dijo el hombre alto y moreno en tono imperioso—. Es mi esposa la que va a dar a luz —hizo un gesto con la cabeza hacia Abbie Hunter—, y tengo intención de permanecer junto a ella mientras da a luz a nuestro hijo.

¿Su esposa? ¿Su hijo?

Gaye miró del recién llegado al hombre que estaba junto a Abbie, sosteniéndole la mano; si el que acababa de entrar era su marido, entonces, ¿quién diablos era él?

James Gilchrist tenía razón; aquello se estaba convirtiendo en un circo… ¡y ella estaba en el centro de la pista!

El cirujano se irguió y miró al marido de Abbie Hunter con el ceño fruncido.

—Ya sé quien eres, Jarrett —dijo, secamente, y luego se volvió hacia el hombre que estaba junto a su paciente—. Y usted, sea quién sea, le sugiero que salga de aquí enseguida y nos deje seguir con nuestro trabajo.

El hombre rubio se apartó, se quitó la bata y se la entregó al recién llegado.

—Será un placer —dijo, sinceramente agradecido—. Esperaré fuera —añadió, dirigiéndose al hombre llamado Jarrett, y salió.

Gaye lo siguió. De algún modo, acababa de cometer el mayor error de su carrera. Había llevado al hombre equivocado a ver el parto de un bebé. ¡Pero Jonathan Hunter le había permitido hacerlo! ¿Por qué no le había dicho de inmediato que no era el marido de Abbie?

—¿Le importaría decirme exactamente quién es? —preguntó en cuanto ambos estuvieron en el pasillo, con sus brillantes ojos verdes echando auténticas chispas.

Las mejillas del hombre estaban recuperando lentamente su color, y sus ojos, la expresión de humor.

—Jonathan Hunter —replicó, ladeando la cabeza—. Al ver que Gaye seguía mirándolo con gesto interrogante, añadió—: Tío, que no padre, del bebé.

El hermano de Jarrett Hunter. El cuñado de Abbie Hunter.

Gaye recordó en ese momento que el hombre moreno que acababa de entrar en el paritorio tenía el mismo color de ojos que Jonathan Hunter. Pero, al margen de eso, no se parecían mucho. Uno moreno y mandón, el otro rubio e irónicamente encantador… aunque tenía la sensación de que Jonathan Hunter podía ser tan arrogante como su hermano si se presentaba la ocasión.

Lo miró, irritada.

—¿Por qué no me lo ha dicho desde el principio?

Jonathan arqueó unas burlonas cejas.

—Según recuerdo, no me ha dado oportunidad de hacerlo.

La mejillas de Gaye se cubrieron de rubor al recordar cómo había reaccionado al escuchar su nombre; era cierto que no le había dado la oportunidad de explicar cuál era su relación con Abbie Hunter. En parte, y aunque jamás lo hubiera admitido ante nadie más, se había debido a la involuntaria atracción que había sentido por él desde el primer momento de verlo. Lo cierto era que se había enfadado con él, y consigo misma, antes de darle tiempo a abrir la boca.

—Si le hace sentirse mejor —continuó Jonathan—, si Jarrett no hubiera podido llegar a tiempo, habría esperado que hubiera estado con Abbie durante el parto —señaló con la cabeza hacia el paritorio—: Sólo llevan dos años casados, y éste es el primer hijo que tienen juntos. Es una pena que el parto se haya adelantado; de lo contrario, le aseguro que no habría tenido ningún problema para ponerse en contacto con Jarrett… sobre todo porque habría estado con ella desde el principio. Sólo ha acudido a esa reunión esta mañana porque Abbie ha insistido en que estaba perfectamente. Y si no me hubiera encontrado junto a Abbie cuando ha llegado, ¡me habría hecho picadillo! —añadió, con una expresiva mueca.

—¿Aunque hubiéramos tenido que sacarlo del paritorio inconsciente? —preguntó Gaye en tono irónico.

Jonathan hizo otra mueca.

—Un comentario muy amable, enfermera Royal —bromeó con suavidad.

Había recordado su nombre sin necesidad de mirar la etiqueta y, por algún motivo, aquello también irritó a Gaye. ¡Iba a tener que dar algunas explicaciones en cuanto el bebé naciera y el señor Gilchrist tuviera un momento libre.

—Pero cierto —replicó.

—¿Tan evidente era?

—No creo que el verde sea el color habitual de su piel.

Jonathan rió.

—¡Pero seguro que el suyo sí! —dijo, mirando con franca admiración los grandes ojos de Gaye.

¡Volvía a flirtear con ella! Aunque ahora supiera que no estaba casado con Abbie Hunter, eso no significaba que no estuviera casado. Y si no era así, había muchísimas probabilidades de que estuviera comprometido; su edad, su aspecto, su encanto… tal vez, incluso tuviera hijos…

—Voy a mostrale dónde está la sala de espera —dijo Gaye en tono eficiente—. En cuanto haya noticias, estoy segura de que su hermano…

—¡Tío Jonathan! —exclamó la voz encantada de una niña. Gaye se volvió justo a tiempo de ver una adorable criatura lanzándose en brazos de Jonathan Hunter. La seguía un hombre alto, atractivo, de pelo negro y traviesos ojos dorados.

¡Otro Hunter! En esa ocasión, Gaye supo exactamente quién era, porque, así como Jarrett y Jonathan no se parecían en nada excepto en el color de los ojos, aquel hombre conseguía de algún modo parecerse a ambos.

También tenía la forma de Jonathan Hunter de mirar a una mujer… ¡y la traviesa sonrisa que dirigió en su dirección reveló claramente que le gustaba lo que veía!

—Se ha negado a quedarse en casa —explicó a su hermano en tono de disculpa—. Y cuando Charlie decide algo…

—Puede ser tan testaruda como su madre —concluyó Jonathan afectuosamente—. ¡Y todos nos derretimos por ella!

—¿Ha llegado ya el bebé? —preguntó la niña, excitada. Gaye comprobó que tenía los ojos color violeta de su madre. Era una criatura adorable.

—No, muñeca —respondió Jonathan—. Pero esta encantadora enfermera acaba de decirme que no tardará en llegar.

Charlie miró a Gaye tímidamente y en sus mejillas apareció un hoyuelo cuando sonrió.

—¿Está teniendo ahora el bebé mamá?

Gaye sintió que ella misma se derretía ante aquella preciosa niña.

—Claro que sí —dijo, cálidamente—. ¿Quieres un hermanito, o una hermanita?

—Papá dice que quiere una niña igual que yo —contestó Charlie, seriamente—. Pero yo quiero un hermano.

—Otro varón rendido a sus pies —dijo Jonathan, moviendo la cabeza.

—El tío Jonathan dice que se va a casar conmigo cuando crezca —confió Charlie a Gaye—. Pero papá dice que es demasiado viejo para mí.

—Muy viejo, desde luego —afirmó el Hunter recién llegado—. Yo tengo una edad mucho más adecuada para ti.

Charlie negó con la cabeza, haciendo que sus rizos se agitaran.

—Papá dice que tú también eres demasiado viejo, tío Jordan.

Jonathan,. Jarrett y Jordan. La cabeza de Gaye empezaba a dar vueltas con los tres Hunter. Y no sólo con sus nombres. ¡Formaban un trío formidable!

—La sala de espera está al final del pasillo, a la izquierda —dijo, señalando—. Yo voy a prepararles un café —mirando a la niña con dulzura, preguntó—: ¿Qué te apetece beber, Charlie?

—Un vaso de leche, por favor, enfermera.

—Puedes llamarme Gaye —dijo Gaye, mirando muy específicamente a la niña y omitiendo conceder el mismo privilegio a los hombres antes de alejarse hacia la cocina.

Necesitaba un respiro. Esperaba que, al menos de momento, no apareciera ningún otro Hunter. Con un poco de suerte no habría más. Aunque, por supuesto, en esos momentos estaba naciendo otro. Si era niño, sin duda recibiría un nombre que empezara por J… ¡para sumarse a la confusión!

—¿Puedo hacer algo para ayudar? —ofreció una suave voz que Gaye reconoció al instante como la de Jonathan Hunter—. ¿O ya he hecho bastante? —añadió en tono arrepentido, mientras se agachaba a recoger la cuchara que Gaye acababa de dejar caer, sorprendida por la intrusión.

Lo miró con gesto exasperado… recibiendo a cambio una encantadora sonrisa, una sonrisa que, estaba segura, derretía normalmente el corazón de cualquier mujer a la que fuera dirigida. Pero su corazón en particular era impenetrable, tanto al encanto de Jonathan como al de cualquiero otro.

—Puedo arreglármelas sola —dijo, en tono helado.

—Estoy seguro de ello —replicó Jonathan con ligereza—. Pero me gustaría echar una mano.

Gaye miró el pelo perfectamente cortado de Jonathan Hunter, su traje hecho a medida, los zapatos hechos a mano… y se preguntó seriamente si sabría distinguir un extremo del otro de la cafetera… y si sabría lo que se hacía con ella. Por algún motivo, lo dudaba. Sin duda, la familia Hunter tendría criadas para ocuparse de esas tareas.

—No necesito ayuda —insistió—. ¿Le importaría volver a la sala de espera? —añadió, volviéndose hacia la cafetera. Afortunadamente, su turno terminaba en media hora. Aunque la perspectiva de volver a casa nunca resultaba especialmente alentadora…

—Ese ha sido un gran suspiro.

Gaye volvió a suspirar irritadamente cuando se volvió y vio que Jonathan Hunter seguía allí.

—Creía que se había ido —dijo.

Jonathan estaba apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados.

—Como puede ver, no lo he hecho —replicó en tono despreocupado—. Ya que no quiere mi ayuda para preparar el café, he pensado que podía llevar la bandeja cuando lo tenga listo.

En otras palabras, que no tenía intención de irse. Gaye no podía decir que su actitud le sorprendiera; había una acerada determinación bajo aquel encantador exterior… aunque su sobrina pudiera hacer que se derritiera con una simple sonrisa. Pero, probablemente, Charlie era la única hembra que podía lograrlo.

—¿Por qué ha suspirado hace un momento? —preguntó Jonathan al ver que Gaye no contestaba.

Además de persistente era curioso, pensó Gaye, irritada. ¿Por qué tenía que tocarle a ella? ¿No resultaba la vida ya bastante complicada como para tener que añadir el interés de aquel hombre?

—Ha sido un largo día —se excusó con brusquedad. Pero, afortunadamente, estaba a punto de acabar, pensó.

—Pero debe resultar gratificante hacer lo que hace —al ver el ceño fruncido de Gaye, añádió—: Traer niños al mundo.

Gaye se quedó mirándolo. Sí, era estupendo ver el rostro maravillado de las madres cuando tomaban por primera vez en brazos a sus hijos. Ese era el motivo por el que había elegido aquella especialidad; porque significaba vida, no muerte.

¿Cuándo había perdido de vista aquel detalle? ¿Cómo le había pasado algo así?

Conocía la respuesta a ambas preguntas. Pero hasta escuchar la pregunta de aquel hombre no había comprendido que se había vuelto inmune a lo que hacía, a la alegría que implicaba ayudar a dar a luz; su propia vida era algo por lo que se limitaba a pasar.

Las lágrimas hicieron que los ojos le ardieran, amenazando con derramarse por sus mejillas. No podía llorar. No debía hacerlo frente a aquel hombre. De hecho, no debía hacerlo delante de nadie. Llevaba dos años conteniéndose. ¡No podía empezar a desmoronarse ahora!

—Gaye… —Jonathan estaba de pronto ante ella, con las manos apoyadas en sus brazos y la mirada fija en su pálido rostro, un rostro que había adelgazado durante los últimos dos años, haciendo que sus delicados y grandes ojos verdes parecieran aún más grandes, que sus carnosos labios resultaran aún más generosos y su barbilla más definida.

Pero lo último que quería Gaye era que aquel hombre se preocupara por ella. No necesitaba ni quería su compasión. Si alguna vez cedía a las emociones que durante tanto tiempo había mantenido controladas, no sabía si podría seguir adelante. Cuando Jonathan Hunter se fuera ese día de la clínica, no volvería a dedicarle un sólo pensamiento, pero si ella perdía la compostura, se quedaría sola, luchando por mantener el tembloroso castillo de naipes en que se había convertido su vida durante los últimos dos años.

—Por favor, señor Hunter —se apartó de él con toda la frialdad que pudo mostrar. Esa frialdad le había servido últimamente para mantener a raya a los viejos amigos y a los nuevos conocidos, y también le serviría para librarse de Jonathan Hunter—. Yo no…

—¡Jonathan! —Jordan Hunter apareció de pronto en el umbral de la puerta, con expresión de júbilo—. Discúlpeme por presentarme así, enfermera —dijo, rápidamente—. Es un chico, Jonathan —anunció, excitado—. Y tanto él como Abbie están perfectamente —añadió—. Jarrett acaba de llevar a Charlie a verlos al paritorio.

—Es una noticia estupenda —dijo Gaye, en tono ligero—. Para cuando hayan tomado el café —añadió, poniendo la bandeja en manos de Jonathan Hunter—, su cuñada ya estará en una habitación y podrán ir a verla —¡y ella habría terminado su trabajo ese día!

—¿Gaye?

Gaye se detuvo en la puerta y se volvió lentamente hacia Jonathan Hunter, sintiendo que cada músculo de su cuerpo se tensaba. ¿Por qué no volvía aquel hombre a ocuparse de su propia vida y le dejaba a ella seguir adelante con la suya?

—¿Sí? —dijo, mirándolo con cautela.

—Gracias por tu ayuda —dijo Jonathan con voz ronca, tuteándola.

Entonces, sonrió… y fue como si el sol saliera.

Gaye movió la cabeza.

—No sé exactamente qué me agradece, si haber estado a punto de asistir al parto de su cuñada, o la oportunidad de descubrir que el verde no es su color —dijo, en tono desenfadadamente burlón—. Le aseguro que todo esto es habitual en mi trabajo —añadió, antes de volverse.

Pero aún tenía que ir a buscar al doctor Gilchrist para disculparse por haber convertido el paritorio en un circo.

Luego volvería a casa…

Y lo cierto era que la perspectiva de hacerlo no resultaba especialmente excitante.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MAGNÍFICAS piernas —murmuró Jordan apreciativamente.

—¿Hmm? —Jonathan se volvió y vio el gesto de admiración con que su hermano observaba a la enfermera mientras se alejaba—. ¡Manos… y ojos quietos, hermanito! —advirtió, frunciendo el ceño—. Y lleva esto a la sala de espera —añadió, entregándole la bandeja.

—¿A dónde vas? —preguntó Jordan en tono de protesta.