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El viento a contrapelo de mi sombra es un libro que navega entre el dolor y el goce, entre la desazón y la dicha, entre la muerte y la vida. Poemas escritos desde la vívida contemplación del mundo, reflexionan en torno a la ausencia, al desastre inminente, al tedio de la existencia, pero también alrededor del nacimiento, los devaneos del amor y la escritura como acto vital. Aquí, Vizcaíno maneja con maestría la elegía y el verso largo, así como también poemas cortos de gran riqueza metafórica. Le da espacio a la ironía y al símbolo, se pregunta y se increpa, se doblega y se levanta con imágenes poderosas, alucinadas y sensitivas.
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Seitenzahl: 26
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Una orilla la muerte
Torpe gacela la palabra muerte
Un día el miedo te puebla
El viento a contrapelo de mi sombra
Lección
Cuando ya no te mueras
La caída
Hay cenizas
Descenso
Mientras el bosque se incendia
La fatiga es un imán voraz
Bosque de algarrobos
Todo como una ciudad
Retórica
Tránsito
Cabeza de humo
Lo que el día resume
Al revés
Deseo
Otra orilla la vida
[castigo]
Nacimiento de Tomás Vizcaíno
Están las cosas en su lugar
Tus ojos
Secreto
Espuma
Danza
El Venado y la Serpiente
Celo
Accidente
Marejada
Presencia
Voy a escribir hasta hacerte llorar
Caña de pescar
Pirotecnia
Labores
Nunca más
My foolish heart
Ausencia
Yo era una máquina de hacer poemas
Una orilla la muerte
Torpe gacela la palabra muerte
A mi padre
s espantoso tu silencio.
mar o viento alocados por la música desnuda.
si hubieras dicho: tomaré la noche / será polvo.
pero el mensaje decía: papá ha muerto, papá ha muerto.
fue el dolor violento del corte,
el rayo incrustado en el cráneo,
la pólvora cruel que explota en la memoria.
no dijiste: iré a palpar el aire, a jugar con el margen.
tu territorio ya no es mío / tu cuerpo es lava.
tengo ahora el frío de la sombra,
tengo ahora el temblor del día.
si hubieras dicho: tiéndeme la mano,
la mía estará sepulta.
sin embargo, te escucho,
tu risa es un avispero en el pecho.
dos cosas me significan:
la paz de tu rostro nunca imaginado
y el brillo de la estela de tu paso.
torpe gacela la palabra muerte.
turbia mirada la del abismo inesperado.
si hubieras dicho: me voy a poblar la arena, a regar el llanto.
¡tirita, imposible,
dios, tirita!,
no separes la voz padre de la voz hijo.
dadme tu espantoso silencio para hacerlo añicos.
Un día el miedo te puebla
n día el miedo te puebla.
Vuelve niebla tu hálito.
Carcome tu infancia.
Dobla tu ímpetu.
Y caes.
Ya no es tu risa,
ni el llanto embravecido del capricho.
Ya no es tu cuerpo
ni el polvo bajo tus pies.
Es solo el miedo que ocupa la falsa memoria del presente.
Entonces te espabilas.
Tratas de acallarlo.
Te mueves como calculando la distancia
entre la muerte y lo vivido.
Y así pasan los actos
dentro de tu cerebro,
como tu cuerpo,
ya poco ardiente o solo tibio.
Hasta que no das más.
Ni siquiera el amor,
el fuego del deseo que hace
inevitablemente hermoso
el momento en que el miedo se retrae.
Ni siquiera eso.
Porque estás vaciado.
El veneno de la autodestrucción te penetra,
te anida.
No es más que miedo, te dices,
pero no encuentras el lugar del miedo.
Porque no quieres volver
ni retroceder
hasta el momento
en que las ramas se quebraban
sobre olas de llanto mísero.
Y te niegas lo posible
o quizá lo imposible.
Para qué saberlo,
si la desidia es oro de miedo,
árbol corrompido por lo inútil,
trompa de un cuerpo más sólido
que tu sal vacía de sentido.
En el dolor la angustia se triza
y sobre la necesidad se hace torpe la certeza.
Cada vez que caes,