En el fondo del corazón - Susan Mallery - E-Book

En el fondo del corazón E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

Algunas veces las mejores noticias son las inesperadas Qué hacer cuando la prueba de embarazo da positivo… 1. Hacérsela una y otra vez. 2. Intentar convencerse a sí misma de que aquellas cinco pruebas no la engañaban. 3. Aceptar que estaba embarazada… por segunda vez en su vida. 4. Empezar a pensar en cómo decirle al padre que la única noche que habían pasado juntos iba a darle una buena sorpresa que nacería en nueve meses. 5. Besarlo apasionadamente para prepararlo para recibir la noticia. 6. Darse cuenta de que cada vez que besaba a aquel hombre se le olvidaba todo lo demás… 7. Respirar hondo y soltar la noticia.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Susan Macias Redmond. Todos los derechos reservados.

EN EL FONDO DEL CORAZÓN, N.º 1726 - Diciembre 2012

Título original: Her Last First Date

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1248-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Crissy Phillips creía que el chocolate era bueno para un corazón roto, que el ejercicio era bueno para todo lo demás y que todo el mundo tenía segundas oportunidades... menos ella.

Por eso llevaba un cuarto de hora en la puerta del Kumquat Diner. No había entrado porque entrar significaba perdonarse a sí misma y no quería hacerlo todavía.

Se sabía de memoria lo que había sucedido. Era demasiado joven, y en aquel momento había tomado la mejor decisión posible.

Si a una amiga suya le hubiera sucedido lo mismo, le habría dicho muy alegremente que se olvidara y siguiera adelante con su vida. Siempre resultaba mucho más fácil dar consejos a otros que seguirlos una misma. La vida de los demás parecían mucho más fácil de arreglar mientras que la suya le parecía un verdadero caos.

¿Qué hacía hablando consigo misma en mitad del aparcamiento? Crissy dio un paso al frente en dirección a la puerta del restaurante, pero volvió a pararse.

«Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo, tengo que hacerlo», se dijo.

Al ver que aquello no le daba resultado, sacudió la cabeza y sintió el pelo en la nuca. Se había gastado más de doscientos dólares en reflejos rojizos y dorados y en un corte de pelo a la última que le quedaba de maravilla. ¿Acaso no quería lucirlo?

No podía soportar la inseguridad. Era una mujer de negocios a la que todo le iba bien en el terreno profesional, una persona acostumbrada a las responsabilidades. Tomaba decisiones con facilidad y, excepto el punto, que se le daba fatal, absolutamente todo lo que probaba se le daba bien.

Crissy se dijo que sólo era una reunión, que no debía asustarse, que tenía que entrar...

En aquel momento, se abrió la puerta del restaurante y salió un hombre alto y guapo de pelo castaño y ojos verdes como el musgo enmarcados por larguísimas pestañas.

Crissy no se tenía por una persona excesivamente sentimental, pero se dijo que aquellos ojos bien merecerían un par de poemas.

—Hola —sonrió el hombre—. ¿Eres tú la persona a la que llevo esperando un buen rato?

Crissy sonrió también mientras pensaba que semejante frase era digna de una película—

—Te ha faltado solamente decir «toda mi vida» —bromeó.

—¿Eres Crissy?

Así que, al final, no había tenido que entrar ella a conocer al demonio, sino que él había salido en su busca.

La verdad era que Josh Daniels no parecía un demonio en absoluto. Era un hombre amable que se había ofrecido a ayudarla por indicación de su hermano.

—Hola, Josh, encantada de conocerte —contestó Crissy.

El aludido enarcó las cejas.

—No sé si estarás muy encantada de verdad, porque llevas diez minutos decidiendo si entrabas o no. ¿Te has quedado bailando en el aparcamiento por mí o por las circunstancias?

—No estaba bailando —contestó Crissy.

Era obvio que Josh la había visto y se había dado cuenta de que no sabía muy bien qué hacer con aquella reunión.

—Estaba intentando conectar con mi... con mi...

—¿Contigo misma? —la ayudó Josh.

—¿Exactamente.

—¿Y lo has conseguido?

—Más o menos.

—Muy bien —dijo Josh abriéndole la puerta—. Tenemos mesa reservada con maravillosas vistas al aparcamiento. Te va a gustar. Anda, entra, que no va a ser para tanto.

Dado que había sido ella quien había propuesto aquella reunión, Crissy no tuvo más remedio que seguir a Josh al interior del restaurante. Efectivamente, su mesa daba al aparcamiento.

—Así que has presenciado mi lucha interior —comentó mientras se sentaba—. La verdad es que me gusta la idea. Ahora que ya has visto lo peor de mí misma, sólo me queda mostrarte lo mejor.

Josh se sentó frente a ella.

—Si eso es lo peor de ti misma, eres mejor que la mayoría de la gente —le dijo, estudiándola—. Mira, esta situación es poco convencional y, desde luego, extraña, así que vamos a ir despacio. Para empezar, me gustaría que comenzáramos hablando de cosas normales. ¿Qué te parece la idea?

—Bien —contestó Crissy sinceramente—. Te estás comportando como una persona encantadora.

—Lo cierto es que soy un hombre encantador además de increíblemente inteligente y talentoso, pero no hemos venido aquí a hablar de mí.

Crissy sonrió.

—Resulta maravilloso conocer a un hombre que tenga tan claro qué lugar ocupa en el universo.

En aquel momento, apareció una camarera y tanto Crissy como Josh pidieron café.

—Gracias por haber accedido a esta reunión —dijo Crissy una vez a solas de nuevo—. Pete y Abbey siempre se han mostrado abiertos, pero a mí nunca me ha parecido bien... —se interrumpió, pero decidió que debía decir la verdad—. Lo cierto es que Brandon existía más en la teoría que en la realidad para mí. Cuando Abbey me mandaba una carta o me llamaba, yo no sabía qué decir. Me resultaba más fácil mantenerme alejada. No quiero complicar las cosas —le aseguró—. Simplemente, me encantaría conocerlo.

Crissy se preguntó si Josh se daría cuenta de que estaba a punto de cumplir treinta años y de que su reloj biológico la estaba llamando a gritos. Josh se limitó a quedarse mirándola con aquellos preciosos ojos verdes y no dijo nada.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Crissy tras unos minutos en silencio.

—En que llevas muchos años culpabilizándote por haber entregado a tu hijo en adopción. ¿Qué edad tenías? ¿Diecisiete años?

Efectivamente, diecisiete años cuando se había quedado embarazada y dieciocho al dar a luz.

—Había terminado el colegio —contestó Crissy.

Lo cierto era que Josh tenía razón. Se fustigaba continuamente porque, según ella, había elegido el camino fácil, había elegido tener la vida que había planeado en lugar de hacerse cargo de su hijo. Por mucho que se empeñara en justificarse, lo cierto era que no le parecía que su decisión hubiera sido muy honorable.

—Abbey no puede tener hijos. Te lo dijo, ¿verdad?

Crissy asintió.

—Sí, cuando nos conocimos. Tuvo un accidente cuando era joven y, como resultado, se quedó estéril. Pete y ella comenzaron a buscar un bebé que pudieran adoptar en cuanto se casaron. Mis padres conocían a su abogado, y en su primer aniversario de boda quedamos parar a hablar sobre la adopción de Brandon.

Crissy no recordaba mucho de aquella reunión, pero sí que Pete y Abbey se habían mostrado muy amables y comprensivos. Al instante, la habían hecho sentir bien, y Crissy había decidido que eran ellos los padres a los que quería entregar su bebé.

Aun así, nunca había querido formar parte de su familia aunque ellos la habían invitado muchas veces. No se lo había permitido a sí misma. Había sido su castigo.

—Pete y Abbey querían tener muchos hijos, y tú les diste el primero. A mí me parece absolutamente genial.

—¿Absolutamente genial? —sonrió Crissy.

—Si no te gusta esa frase, puedes elegir otra —contestó Josh muy sonriente.

—No, esa me gusta —contestó Crissy, doblando y desdoblando la servilleta—. Bueno, tengo otra pregunta. ¿Por qué son tan comprensivos con todo esto? Han pasado casi trece años y, de repente, a mí se me ocurre que quiero conocer a Brandon. ¿No tienen miedo de que haga algo horrible como intentar quitárselo o convertirme en la persona más importante de su vida?

—¿Son ésas tus intenciones?

—No, pero ellos no lo saben.

—Sí, sí lo saben.

Crissy se quedó en silencio.

—Quiero conocer a Brandon —dijo.

Era la primera vez que pronunciaba aquellas palabras en voz alta. Se las había escrito a Abbey en el correo electrónico, pero nunca las había expresado verbalmente.

—Quiero conocerlo, pero no en profundidad desde el primer momento, sino de manera fácil y casual.

—No hay problema.

—No le quiero decir quién soy —continuó Crissy.

Brandon sabía que era adoptado y que tenía una madre biológica en algún lugar del mundo, pero una cosa era saberlo, y otra, conocerla. Todavía era un crío. Primero tenían que conocerse y, luego, si todo iba bien, entrarían en temas mayores.

—Abbey me ha dicho lo que le propusiste, y a todos nos parece bien —continuó Josh—. Crissy, es lógico. Pete y Abbey han querido que formaras parte de la vida de Brandon desde el principio porque están convencidos de que mantener una relación con su madre biológica le vendrá bien para estar en contacto con sus raíces.

—Tengo la impresión de que se me castigará —comentó Crissy en voz alta sin querer—. Creo que debería ser castigada, de que se me castigará.

—¿Por querer conocer al niño que diste en adopción?

—Más o menos. Es como si no creyera que me merezco una segunda oportunidad.

—No soy psicólogo...

—Vaya, ahora viene eso de «pero» y a continuación un consejo —sonrió Crissy.

—Te crees que lo sabes todo.

—Sé muchas cosas.

—Como iba diciendo, no soy psicólogo, pero...

—¿Lo ves?

Josh ignoró la interrupción.

—Pero a mí me parece que la única persona que se está juzgando y que se quiere castigar eres tú. Ha llegado el momento de seguir adelante.

Buen consejo. Un consejo que Crissy sabía que debería seguir.

—¿Y tú qué pintas en todo esto? Sé que eres el hermano de Pete, pero ¿a qué te dedicas?

—Soy médico. Oncólogo pediátrico.

—¿Trabajas con niños que tienen cáncer?

Josh asintió.

—Sí, me encargo de los casos más difíciles, los que ya nadie quiere. Me paso los días buscando la manera de hacer milagros.

A Crissy siempre le había parecido que tanto Pete como Abbey eran dos personas maravillosas. Por lo visto, era algo de familia.

—Supongo que será un trabajo muy duro.

Josh se encogió de hombros.

—La verdad es que no tenemos una estadística de éxitos muy elevada, pero yo no tiro la toalla. Estoy decidido a darles a esos niños y a sus familias la esperanza que necesitan para seguir adelante.

Lo había dicho con compasión, y Crissy entendió por qué le resultaba tan fácil para él no darle importancia a lo que ella había hecho. En su mundo, dar un bebé perfectamente sano en adopción a una pareja encantadora que se moría de ganas por empezar una familia no era nada negativo.

Tal vez, debería empezar a mirar su situación desde el punto de vista de Josh.

Crissy no era el tipo de mujer que Josh habría esperado. Sabía que debía de rondar los treinta años, pero esperaba encontrar a una adolescente asustada. Claro que, teniendo en cuenta que Brandon había crecido y había pasado de ser un bebé a un niño de doce años feliz y deportista, tenía sentido que su madre biológica también hubiera cambiado.

Sabía muy poco de Crissy, que procedía de buena familia, que había ido a la universidad, que no estaba casada y que depositaba dinero en el fondo universitario de Brandon todos los años en su cumpleaños. Y, sobre todo, que aunque Pete y Abbey la habían animado a formar parte de su familia, nunca había aceptado.

Hasta ahora.

Josh siempre había pensado en ella en términos de «la madre biológica», nunca como en una persona. Hasta que no la había conocido, no se había parado a considerar que había alguien en el mundo que tenía los ojos y la sonrisa de Brandon.

—Me recuerdas a él —comentó.

—¿Para mal o para bien?

—Para bien.

Crissy sonrió y, aunque era cierto que en ella veía a su sobrino, también la veía a ella, una mujer bonita de pelo corto y brillantes ojos enormes que se movía de manera sensual y...

Josh tiró del freno inmediatamente. ¿Sensual? ¿Desde cuándo se fijaba en cosas así?

—Abbey dice que se le dan muy bien los deportes —comentó Crissy—. Su padre jugaba al fútbol americano en el colegio y hacía atletismo. A mí siempre me gustó el deporte también. De hecho, fui a la universidad con una beca de béisbol. Me creía muy dura.

—Seguro que lo eras —sonrió Josh.

—¿No te sientes intimidado?

—Estoy temblando de pies a cabeza, ¿no se nota?

—No, pero gracias por fingir.

—Abbey me ha dicho en alguna ocasión que eres empresaria, pero no sé a qué te dedicas exactamente.

—Tengo gimnasios para mujeres. Actualmente, tengo seis, todos en esta zona.

—Impresionante.

Aquello explicaba el cuerpo que le había llamado tanto la atención. Era cierto que no era una mujer alta, pero estaba en forma y tenía unas curvas maravillosas. De repente, a Josh le entraron unas imperiosas ganas de verla en ropa de deporte.

¿Qué quería decir aquello? ¿Acaso después de cuatro años completamente solo estaba empezando a resucitar?

Pete llevaba dos años insistiéndole para que saliera con mujeres, pero Josh siempre se excusaba alegando que tenía mucho trabajo. La idea de mantener una relación se le hacía muy lejana, pero tener algo casual le apetecía más.

—¿Estás preparada para dar un paso más en tu relación con Brandon?

Crissy se estremeció.

—No, pero no creo que lo esté jamás, así que me voy a lanzar a la piscina y a ver qué pasa.

—Por cierto, a Pete y a Abbey les acaban de decir que les han concedido finalmente la adopción de Hope, la última niña que solicitaron. Van a dar una gran fiesta a la que van a ir muchos amigos y familiares. Se me ocurre que podrías mezclarte con ellos.

Crissy tragó saliva.

—No me parece mala idea. ¿Cuándo es la fiesta?

—El sábado a las tres de la tarde.

Crissy se llevó la mano al pecho.

—No sé si voy a empezar a hiperventilar. ¿Se supone que tienes que llevar un regalo a una fiesta de adopción?

—No es requisito indispensable.

—¿Y si me apetece hacerlo?

—Abbey ha puesto una lista de compras en esta tienda —contestó Juan, dándole el nombre del establecimiento en cuestión.

—Me encantan las cositas de bebé —sonrió Crissy—. Toda esa ropita pequeñita y... supongo que no será lo tuyo, ¿no?

—No, más bien, no.

—¿Y qué es lo que te gusta ti? ¿Qué te gusta hacer para divertirte?

Buena pregunta. Hacía cuatro años que no hacía nada para divertirse. Cuando vivía Stacey, su mujer, les encantaba hacer cualquier cosa al aire libre. A ella le encantaba cocinar y ocuparse de las plantas. Además, iban a clase de italiano juntos porque querían ir a Venecia.

Nunca habían llegado a ir.

—La verdad es que sólo tengo tiempo para trabajar —contestó Josh—. ¿Y tú?

—Yo también tengo mucho trabajo —contestó Crissy—. Tener tu propia empresa es muy cansado, pero me gusta. Vivir aquí, en Riverside, me da acceso a un montón de actividades al aire libre. Me encanta salir a caminar por las montañas y hacer esquí en el invierno. Además, intento hacer punto. Se me da fatal, pero insisto porque a mis amigas les encanta. Soy tan mala, que le tuve que regalar un año de gimnasio gratis a la profesora, que es la dueña de la tienda, para que me dejara seguir yendo a clase.

Aquello hizo reír a Josh.

—No es broma —protestó Crissy—. Debo de tener un gen antipunto. La lana me odia. Me parece que están recogiendo firmas. Resulta que, si firman suficientes madejas de lana, me echan de clase —bromeó a continuación.

Aquella mujer le caía bien, y Josh era consciente de que eso era precisamente lo primero que su cuñada le iba a preguntar.

—Bueno, entonces hemos quedado en que iré a la fiesta del sábado —suspiró Crissy—. ¿Estás seguro de que a nadie le importará?

Josh alargó el brazo y le tomó la mano. Lo había hecho para consolarla, y se sorprendió sobremanera al sentir una descarga eléctrica.

—Todo irá bien —le aseguró, ignorando las sensaciones y retirando la mano a toda velocidad.

—No lo sabes. El hecho de que seas médico y de que estés acostumbrado a decir cosas así, no te da la certeza de que vaya a ser así.

Josh sonrió.

—Respira profundamente.

—No me servirá de nada —contestó Crissy, poniéndose en pie—. Allí estaré. A las tres. Bueno, a lo mejor a las tres y diez. Para dar tiempo a los demás a que lleguen.

Tras pagar, Josh se sacó una tarjeta de visita del bolsillo y escribió algo en el reverso.

—Mi teléfono móvil. Llámame cuando estés a cinco minutos de la fiesta, y saldré a buscarte a la puerta. No quiero que entres sola.

Crissy lo miró con gratitud.

—Muchas gracias. Así, si no puedo controlar los nervios y comienzo a vomitar sin parar, me podrás recetar algo, ¿no?

—Si es necesario, sí —rió Josh.

—Muchas gracias, Josh. Te agradezco de verdad lo que estás haciendo.

A continuación, se quedaron mirando durante un segundo, transcurrido el cual Crissy se giró y se alejó. Josh se quedó donde estaba, observando el vaivén de sus caderas y el balanceo de su cabello.

De repente, se le antojó que sentirse vivo de nuevo no estaba nada mal.

—¿Te ha caído bien? —le preguntó Abbey en cuanto Josh puso un pie en casa—. A mí siempre me ha caído bien. Me parece una mujer maravillosa, pero ¿a ti qué te ha parecido?

Josh se inclinó sobre su cuñada y la besó en la mejilla.

—Me ha caído bien —contestó.

—¿De verdad?

—Lo juro.

—Bien —sonrió Abbey, mirando a su marido—. Le ha caído bien.

—Ya lo he oído.

Abbey se había recogido el pelo y algunos mechones se le salieron mientras corría hacia la cocina, indicándole a Josh que la siguiera.

—Tengo un par de amigas que no se fían mucho de que Crissy quiera conocer a Brandon. Tienen miedo de que cause algún problema —le explicó, abriendo el horno y sacando un par de panes.

Josh sintió que la boca se le hacía agua. Abbey tenía muchas cualidades, pero a él siempre le había parecido que cocinar era la mejor de ellas.

—Sólo quiere conocerlo —contestó Josh.

—Eso es lo que yo les he dicho. La hemos invitado muchas veces a que formara parte de la familia, pero ella nunca ha querido —comentó Crissy mientras colocaba el pan en unas cestas para que se enfriara—. Ella tiene familia, pero no viven por aquí, y me pregunto si no se sentirá sola.

Pete suspiró y le pasó el brazo por los hombros a su mujer.

—Deja de ir por ahí intentando arreglarle la vida a todo el mundo, cariño. Crissy es una empresaria a quien todo le va muy bien y no necesita que te metas en sus asuntos.

—No me meto en sus asuntos. Yo lo único que digo es que nos necesita.

Pete miró a Josh y puso los ojos en blanco.

—Crissy está bien —insistió.

—Tal vez, podríamos buscarle pareja.

—Crissy es perfectamente capaz de encontrar el hombre que a ella le apetezca. ¿No te parece que ya tienes bastantes cosas de las que ocuparte?

Mientras su hermano y su cuñada mantenían aquella conversación familiar, Josh se acercó al tarro de galletas de chocolate que Abbey había preparado el día anterior y se comió dos.

Pete y Abbey habían nacido el uno para el otro. Desde que se habían conocido, habían sabido que estarían siempre juntos. Nunca habían jugado a jueguecitos, ni se habían cuestionado nada ni habían discutido. Habían comenzado a salir en el colegio y, desde aquella primera noche, habían sabido que su futuro estaría unido.

—¿Va a venir a la fiesta? —le preguntó Abbey.

—Eso ha dicho —contestó Josh—. Quiere conocer a Brandon.

—Qué bien —sonrió Abbey—. Vamos a ser una gran familia. Quiero que Crissy conozca a Brandon y, cuando llegue el momento, cuando esté relajada, le diga que es su madre biológica —añadió, girándose hacia Pete—. ¿Y Zeke? Sigue soltero, ¿no?

—Escapa mientras puedas —le aconsejó Pete a su hermano—. Cuanto se pone así, no hay quien la pare.

A Crissy le encantaba el concepto de fin de semana, pero, en aquella ocasión, le pareció que el sábado llegaba demasiado pronto.

Llevaba toda la mañana intentando dilucidar qué ropa ponerse para una fiesta de «hola, hemos adoptado un niño». Quería causar buena impresión, pero no resaltar demasiado. Quería ir casual, pero no demasiado. Quería estar guapa, pero no sexy.

Se había dicho una y otra vez que Brandon era un chico de doce años y que ni siquiera repararía en ella, pero, aun así, cada vez que pensaba que lo iba a conocer, sentía mariposas en el estómago.

Al final, se puso unos vaqueros ajustados, un jersey de punto fino y una cazadora de cuero y decidió ponerse botas para parecer más alta. A continuación, se peinó, se maquilló un poco y se miró en el espejo más veces de las que jamás se había mirado para salir con un hombre.

Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no salía con uno. Lo odiaba. Salir con hombres era una porquería, y la primera cita era la peor de todas.

Tras cambiarse de pendientes por enésima vez, se dirigió al salón, donde el rey Eduardo, su gato, descansaba al sol.

—¿Qué tal estoy? —le preguntó, girando sobre sí misma—. Si fueras un chico de doce años, ¿te gustaría que tu madre biológica fuera así vestida?

El gato levantó la cabeza, parpadeó dos veces y bostezó.

—Ya —murmuró Crissy, agarrando las llaves y saliendo de casa.

En menos tiempo del que le hubiera gustado, estaba frente a una casa estilo rancho situada en un barrio acomodado de Riverside. Era aquél uno de esos barrios donde los niños montan en bici en la calle y los vecinos se ayudan a llevar la compra los unos a los otros.

Había muchos coches. Desde luego, Josh se había quedado corto cuando le había dicho que se trataba de una gran fiesta. Crissy se dijo que no le iba resultar difícil perderse entre los invitados.

Tal y como le había dicho, lo había telefoneado antes de llegar, y allí estaba Josh, esperándola en el porche. A Crissy se le hizo más alto y más guapo que cuando lo había conocido. Le encantaba su sonrisa e intentó centrarse en él y no en la razón por la que estaba allí.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó al acercarse a ella.

—Paralizada. No sé si me voy a poner a babear.

—Si te pones a babear, todo el mundo se va a fijar en ti —bromeó Josh, metiéndose las manos en los bolsillos—. Venga, no pasa nada. Toma aire. Lo vas a hacer muy bien.

—Tengo una imaginación increíble y se me ocurren trescientas escenas desastrosas en las que podría meterme en menos de un minuto.

—Impresionante.

—Podrías mostrarte un poco más solidario —le recriminó Crissy—. Es mi vida la que está en juego.

—No seas exagerada. Sólo es...

Pero a Josh no le dio tiempo de convencerla de lo imposible porque, en aquel momento, se abrió la puerta principal de la casa y apareció un chico de doce años a la carrera.

—¡Tío Josh, ven! Vamos a jugar al fútbol, y quiero que juegues en mi equipo.

Crissy sintió que no le llegaba el aire a los pulmones y que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Se quedó mirando aquel rostro que solamente había visto en fotografía. Había visto a aquel chico una vez y había sido hacía casi trece años, una mañana de jueves, cuando la enfermera se lo había ofrecido envuelto en una toalla.

Crissy se había negado a tenerlo en brazos y había señalado a Abbey, que observaba la escena con lágrimas en los ojos.

—Su madre es ella —había dicho en aquella ocasión sinceramente.

¿Lo seguía creyendo así?

Capítulo 2

Crissy intentó no quedarse mirando fijamente a Brandon.

Era la primera vez que se veían, y no quería que el chaval tuviera la sensación de que era una mujer extraña, pero se le hacía difícil comportarse de manera normal porque el corazón le latía aceleradamente.

Por suerte, a Brandon le interesaba mucho más el partido de fútbol que una adulta a la que no conocía de nada.

—Ahora mismo voy —le dijo su tío—. Empezad sin mí.

—No, imposible. Quiero ganar y, si tú no estás, no ganaremos.

—Ganar no lo es todo.

—Siempre dices eso, pero, luego, cuando jugamos y perdemos, te enfadas.

Josh chasqueó la lengua.

—Es un pequeño defectillo que tengo y que no quiero que tú lo saques.

Brandon puso los ojos en blanco y sonrió.

—Sabes perfectamente que te apetece jugar. Te dejo ser quarterback.

—¿Me intentas sobornar?

Crissy permaneció en silencio a lo largo de toda la conversación, intentando centrarse en Josh, pero su mirada se iba una y otra vez al chico alto y delgado que quería ganar.

Verlo era surrealista.

Crissy veía partes de sí misma y de su familia en él, reconocía determinada forma de ladear la cabeza o una sonrisa similar.

La verdad era que nunca se había parado a pensar si Brandon se parecería a ella. El hecho de que así fuera la llenaba de felicidad y desconcierto a partes iguales. Por una parte, quería salir corriendo de allí, pero, por otra, deseaba saber más de aquel niño.

La cosa se complicaba.

Josh se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros.

—Mira, te presento a Crissy —dijo—. Es una amiga mía. Crissy, éste es Brandon Daniels.