En la noche de bodas - Miranda Lee - E-Book
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En la noche de bodas E-Book

Miranda Lee

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Beschreibung

Fiona se convirtió en socia de Five Star-Weddings, una empresa que organizaba las bodas de la jet-set de Sidney, y así es como llegó a organizar la segunda boda de Philip, su ex marido. Nadie la reconoció, excepto Philip. Y no estaba dispuesto a olvidar su apasionado pasado. Por otro lado, Fiona descubrió que la prometida de Philip no lo amaba... ¡pero que ella sí!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Miranda Lee

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En la noche de bodas, n.º 3 - septiembre 2020

Título original: The Wedding-Night Affair

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2000

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-724-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

OWEN irrumpió en el despacho de Fiona con la cara congestionada por la emoción.

–¿A que no sabes quién acaba de llamar para que organices la boda de su hijo? –preguntó.

Fiona arqueó las cejas. Su socio era encantador, buen trabajador y muy honesto. Un gran amigo. Tenía treinta y tantos años y seguía soltero pero, aunque le gustaran las camisas de color pastel y las pajaritas de colores vivos, no era gay como muchos creían. Era alguien muy especial para Fiona.

Pero… tenía la maldita costumbre de aceptar trabajos sin consultar con ella, y luego pretendía que saltase por los aires entusiasmada.

–Tienes razón, Owen –le dijo muy seria–. No tengo ni idea, ¿y cómo voy a saberlo si yo no he hablado con el nuevo cliente?

Como de costumbre, Owen no se inmutó.

–Estabas al teléfono cuando llamó, corazón; así que Janey me pasó la llamada a mí.

–Janey podía haber hecho esperar a la señora hasta que yo terminara –señaló Fiona con ironía.

Owen se colocó la mano sobre el corazón, aterrorizado.

–¿Decirle a la señora Kathryn Forsythe que espere? ¡Cielos, Fiona! ¡Habría colgado!

–¿Kathryn Forsythe? –repitió ella.

–Veo que estás impresionada, y ¡no me extraña! ¿Tienes idea de lo que significaría para nuestro negocio organizar una boda para los Forsythe? Toda la jet-set de Sydney hablaría de Five–Star Weddings. Cuando Kathryn Forsythe viera que gracias a ti todo marcha sobre ruedas, te elogiaría delante de todos y vendrían cientos de mujeres a encargarnos la boda de sus hijas. O de sus hijos, como en este caso.

–Bueno, bueno, bueno –musitó ella–. ¿Así que Philip se casa por fin?

«Ya era hora», pensó. «Ya ha cumplido los treinta. La edad perfecta para encontrar a la novia adecuada y engendrar al heredero de su fortuna».

Owen preguntó contrariado:

–¿Conoces a Philip Forsythe?

–¿Que si lo conozco? Estuve casada con él, un tiempo… –soltó Fiona entre risas.

Owen se dejó caer en una de las sillas que había para los clientes.

–¡Madre mía!–exclamó y todo su entusiasmo desapareció–. Aquí termina nuestro trabajo para la aristrocracia –hasta parecía que su pajarita rosa de lunares decaía.

–No seas tonto. Tú puedes hacerlo, ¿no? Di que yo tengo todo completo.

–No funcionará. La señora Forsythe quiere que sea la misma persona que organizó la boda de Craig Bateman.

–¿De verdad? Pero si esa no fue una boda importante. Sólo un jugador de cricket y su amor de la infancia.

–Ya lo sé. Pero apareció en una revista, ¿te acuerdas? La señora Forsythe quedó impresionada al ver las fotos en la peluquería. Debajo de ellas aparecían los datos del estudio, Bill Babstock. Llamó para encargarle la boda de su hijo y nuestro querido Bill le sugirió que se encargara todo a un profesional, así que le habló de ti. Cuando llamó la señora Forsythe, hace un momento, le dije que estabas muy ocupada pero me contestó que había oído que eras la mejor y que sólo quería lo mejor para la boda de su hijo. Naturalmente le prometí que te encargarías de ella.

–Naturalmente –repitió Fiona lamentándose.

–¿Cómo iba yo a saber que tú habías estado casada con su maldito hijo? Es más, cuando le di a la señora tu nombre completo, ni siquiera reaccionó. ¡Es como si no te hubiese reconocido!

–No, no me ha reconocido –dijo Fiona pensativa–. Por aquel entonces la gente me llamaba Noni. Y mi apellido era Stillman. Fiona Kirby no significa nada para ella.

–¿Tu nombre de soltera no es Kirby?

–No, es el de mi segundo marido.

–¡Tu segundo marido! Pero bueno, te conozco desde hace seis años y a pesar de que tienes mas admiradores que yo pajaritas, nunca te has acercado al altar. ¡Además sólo tienes veintiocho años! Ahora descubro que has tenido dos maridos y que el primero pertenece a una de las familias más ricas de Australia. ¿Y el otro quién es? ¿Un famoso cirujano? ¿Una estrella del pop?

–No, un camionero.

–¡Un camionero! –repitió incrédulo.

–Se llama Kevin. Vive en Leppington. Simpático. Créeme, le hice un gran favor cuando me divorcié.

–¿Y Philip Forsythe? ¿También es simpático?

–Sí, muy simpático –ella nunca había sentido rencor hacia Philip. Ni hacia su padre, que era muy amable. Era a su madre a la que aborrecía, siempre había despreciado a Noni y nunca dio una oportunidad a su matrimonio con Philip.

–¿Imagino que también le hiciste un favor a Philip Forsythe cuando os divorciasteis?

–Muy agudo, Owen. Eso es exactamente lo que hice –dijo ella.

–Así es, Owen, yo no soy una buena esposa. Me gusta demasiado vivir mi propia vida. Y no me gustaría perder este encargo tan importante. ¿Estás seguro de que no puedes convencer a la señora Forsythe de que lo haces tú? Podemos decirle que yo estoy enferma.

–Fiona, yo no voy a mentir –dijo Owen dando un suspiro–. Luego siempre sale mal. Además, por el tono de su voz, sé que ella quiere que tú organices la boda, y nadie más.

–Es una lástima –masculló Fiona.

–¿Qué has dicho?

–Que es una lástima. Esta boda es muy importante para nosotros, no sólo por el dinero, sino también por la publicidad –dijo frunciendo el ceño y mordiéndose el labio inferior–. Me pregunto si…

Owen intentó no asustarse cuando vio que los grandes ojos marrones de su socia empequeñecían. Conocía esa mirada de obstinación. Cuando a Fiona se le metía algo en la cabeza, no había nada que se interpusiera en su camino. Normalmente, a Owen no le preocupaba la personalidad obsesiva de Fiona. Era buena para el negocio. Conseguía las cosas.

Pero en esa ocasión temía que más que conseguir las cosas, las estropearía.

–¡Ah, no, ni se te ocurra! –dijo él saltando de la silla y señalando a Fiona con el dedo–, ¡Ni lo pienses!

–¿Que no piense qué?

–En intentar engañar a Kathryn Forsythe. Ya te imagino con gafas y una peluca rubia, hablando con acento exagerado y rezando para que tu suegra no te reconozca.

–Pero no me reconocerá, Owen –dijo Fiona convencida–. Y no tendré que cambiar mi aspecto ni un poquito. Cuando la madre de Philip me conoció hace diez años, yo era rubia. Tenía el pelo rizado y teñido de un color espantoso. Llevaba más maquillaje que un payaso, pesaba veinte libras más y vestía como si trabajase en un salón de masajes. No podía llevar tops más apretados ni faldas más cortas.

Owen no podía dejar de mirar la melena negra y lisa que rodeaba la cara de su socia, ni a su esbelta figura que siempre adornaba con un discreto traje de moda.

Desde que él la conocía, Fiona siempre había vestido con clase y elegancia. El aspecto que ella acababa de describir no concordaba con la mujer actual. Owen no podía imaginársela como una rubia devastadora.

Y si así era, ¿por qué Philip Forsythe se habría casado con esa criatura? Él no lo conocía personalmente, pero los hijos de una familia tan especial sólo podían casarse con mujeres encantadoras que parecían modelos, o con las hijas de otras familias igual de adineradas.

A menos que, fuera por sexo.

Tenía que admitir que Fiona emanaba un fuerte atractivo sexual, que incluso a veces él sentía. Y ella no era su tipo. Le gustaban las mujeres mayores que reían mucho, jugaban al Scrabble y cocinaban para él. Nunca se fijó en una mujer menor de cuarenta años.

Fiona volvía locos a la mayoría de los hombres. Una vez que se acostaban con ella, los castigaba duramente. Tenía grandes problemas para librarse de ellos cuando se cansaba.

Y al final, siempre se cansaba de ellos.

Owen opinaba que ella era un poco cruel con el sexo masculino, a pesar de que Fiona nunca había prometido fidelidad y de que no comprendía por qué se empeñaban en una mayor implicación de la que ella ofrecía. Quizá, el misterio de esa crueldad estaba en el matrimonio con esos dos hombres supuestamente simpáticos.

–Y con respecto al acento exagerado –dijo Fiona–, no necesito fingirlo. Ahora hablo de una manera muy distinta. Créeme. Por aquella época hablaba como Cocodrilo Dundee . No, Owen, la señora Forsythe no me reconocerá. Y el señor Forsythe no tendrá la oportunidad, murió hace un par de años.

–¿Sí? No lo sabía.

–De cáncer –lo informó Fiona–. La prensa no le dio mucha importancia. El funeral fue privado.

Sólo publicaron una foto en la que salía Kathryn subiendo a un gran coche negro cuando terminó el funeral. De Philip, ninguna.

Philip no era como su madre, ni como el resto de los Forsythe. Evitaba a la prensa y la publicidad. Fiona no lo había visto nunca, ni en la televisión, ni en los periódicos, en los últimos diez años.

–¿Y cómo era? –preguntó Owen.

–¿Qué? ¿Quién?

–El padre del novio –contestó Owen.

–Pues… muy simpático.

–¡Por favor, Fiona! Parece que tu pasado está lleno de hombres simpáticos. ¿Entonces, por qué en el fondo odias a los hombres?

Fiona se quedó paralizada, después se defendió:

–Eso es un poco fuerte, Owen, y no del todo cierto. A ti te quiero, y eres un hombre.

–No estoy hablando de mí, Fiona. Me refiero a los hombres con los que has salido y de los que después te has apartado sin mirar atrás. Ellos creían que te importaban, pero la verdad es que sólo los utilizaste. Eso no está bien, y lo sabes.

–Siento que pienses eso, Owen, pero todos ellos sabían lo que había. Además dudo que de verdad me quisieran. Los molestaba que hubiera herido su ego, pero en seguida se liaban con otra mujer. Ahora, volvamos al tema inicial: que Kathryn Forsythe no me reconocerá. Puede que Philip sea el único que lo haga. Y ya te digo, puede. Además, es la madre la que nos preocupa ¿no? Es a ella a la que yo voy a ver. Créeme cuando te digo que ella no me conocerá.

Owen miró a su socia y amiga y sintió lástima por ella. Detrás de esa amargura autodestructiva, había una persona auténtica, decente, amable, muy trabajadora y generosa; que se preocupaba por sus clientes, se acordaba de los cumpleaños de todos los de la oficina, y nunca pasaba de largo frente a una de esas personas que vendían bolígrafos y medallas inútiles en la calle, sino que se detenía con una amplia sonrisa y les daba un donativo.

Quién sabe qué le ocurriría durante esos dos matrimonios para que tuviera esa actitud dura hacia los hombres; no era dura con ningún otro aspecto de su vida. Decidida, sí. Y ambiciosa. Pero eso era distinto. Eso era el negocio.

Lo que le recordaba que él tenía un negocio que defender. No podía permitir que Fiona pusiera en peligro lo que les había costado años construir.

–No podemos confiar en que la señora Forsythe no te reconozca, Fiona –dijo Owen muy serio–. Si no le dices quién eres desde el principio y lo descubre más tarde, se va a poner furiosa, y tu nombre se manchará. Lo que significa que nuestro nombre se manchará. No veo más solución que mantener la cita que he hecho para ti, que confieses tu identidad con tacto y diplomacia y que después le ofrezcas mis servicios. Por lo menos así, aunque decida no contratar a Five Star Weddings, no tratará de crearnos mala fama.

Fiona reflexionó sobre lo que Owen había dicho. Puede que tuviera sentido con respecto al negocio. Además, aún tendría la satisfacción de ver la cara que pondría Kathryn Forsythe al enterarse de quién era ella en realidad.

En cierto modo, demostrarle a esa mujer odiosa que la persona que había despreciado ya no era ignorante como el pecado ni vulgar como el estiércol sería mejor que engañarla. La primera esposa de Philip, a la que ridiculizaron y despreciaron, podía relacionarse en los mejores círculos de sociedad.

Fiona había aprendido cómo vestirse, hablar y actuar para cualquier ocasión que se le presentase. Era propietaria de la mitad de un negocio floreciente, de un piso precioso con vistas a Lavender Bay, y de un armario lleno de ropa de diseño. Conocía los vinos y los manjares. Apreciaba el arte y la música. ¡Hasta sabía esquiar!

Pero, lo mejor de todo, podía conseguir casi cualquier hombre que quisiera, cuando y durante el tiempo que quisiera.

Fiona se preguntó con tristeza durante un instante qué ocurriría si se encontraba con Philip otra vez. ¿La reconocería? ¿Y si lo hiciera, qué pensaría de Fiona en comparación con Noni? ¿Desearía a Fiona igual que una vez deseó a Noni?

Era una especulación intrigante.

A pesar de que había superado hacía mucho tiempo su amor por Philip, aún sentía cierta curiosidad por él. ¿Qué aspecto tendría ahora? ¿Cómo sería la mujer con la que había decidido casarse?

–Muy bien, Owen –admitió–. Iré y me descubriré ante la señora Forsythe. Pero, primero, dime: ¿por qué tiene Kathryn que organizar la boda de su hijo? ¿Es que la afortunada novia no tiene madre?

–Parece que no.

–Bueno, ¿y quién es esa criatura exquisita que va a formar parte de la familia Forsythe?

–No tengo ni idea. No hemos llegado tan lejos.

–¿Cuándo es la cita?

–Mañana a las diez de la mañana.

–¿Un sábado? ¡Sabes que nunca recibo a nadie los sábados! Por favor, Owen, mañana por la tarde tengo una boda.

–Rebecca puede encargarse.

–No –dijo Fiona–, no está preparada.

–Sí lo está. La has enseñado muy bien, Fiona. Lo que pasa es que no te gusta delegar en nadie. Sabes que admiro tu dedicación y perfeccionismo, pero ha llegado el momento de darle a Rebecca más responsabilidad.

–Puede –dijo Fiona–, pero esta vez no. La madre de la novia me espera a mí. No quiero decepcionarla en un día tan importante.

–Quizá puedas hacer las dos cosas –sugirió Owen–, la cita y la boda.

–Lo dudo, y menos si la señora Forsythe todavía vive en Kenthurst, y por tu mirada me temo que sí. Eso queda a una hora en coche desde mi casa y está muy lejos de Cronulla, donde se celebra la boda de mañana. Tendrás que llamarla para cambiar la cita al domingo, Owen. Hazla a las once. No voy a madrugar un domingo porque ella quiera.

–Pero… pero…

–Hazlo, Owen. Dile la verdad: que Fiona tiene que organizar una boda mañana y que no puede acudir a la cita. Lo más seguro es que admire mi… ¿cómo dijiste? ¿mi dedicación y perfeccionismo?

–Eres una mujer dura –se quejó Owen.

–No seas tonto. Soy más suave que la mantequilla.

–Sí, recién sacada del congelador.

–Confía en mí, Owen, sé lo que hago. Los Forsythe respetan más a la gente que no es servil. Sé educado pero firme. Te aseguro que funcionará como un embrujo.

Y para sorpresa de Owen, así ocurrió.

–Ella estuvo muy complaciente –informó diez minutos más tarde–. Quiere que vayas el domingo a la hora de comer. Por suerte, su hijo y la novia no estarán allí. Da gracias porque el novio no viva en casa.

Fiona ya sabía que Philip no vivía en casa. Se había enterado por la guía telefónica. No hay muchos P.Z. Forsythe en este mundo, y en Sydney sólo uno. Quince meses después de que ellos se separaran, más o menos cuando él terminó la carrera de derecho, aparecía con una dirección de Paddington, a un paso de la ciudad.

Al año siguiente se mudó mas lejos, a Bondi. Y después, a Balmoral Beach, que aunque estaba al lado norte del puente, no quedaba lejos de la ciudad.

Cuando él vivía en Paddington, Fiona solía llamarlo sólo para escuchar su voz y, en cuanto contestaba, ella colgaba. Poco después de que se trasladara a Bondi, Fiona lo llamó un sábado por la noche y preguntó por alguien llamado Nigel, para así alargar un poco la conversación. Se llevó el susto de su vida cuando Philip avisó a un tal Nigel.

–Ahora mismo se pone, cariño –dijo Philip y dejó descolgado el auricular. Se oía el ruido de una fiesta. Risas. Música. Alborozo.

Ella colgó en seguida y prometió no volver a llamar.

Y no lo hizo. Pero nunca se quitó la costumbre de comprobar la dirección de Philip cada vez que recibía una guía de teléfonos nueva. Así se enteró de que se había mudado a Balmoral.

Fiona emergió de sus pensamientos. Su socio la miraba. Ella le sonrió.

–Deja de preocuparte, Owen.

–Quiero saber cómo te las vas a arreglar para decirle a la señora Forsythe quién eres en realidad.

Con guantes de cabritilla, te lo aseguro. Puedo ser muy diplomática, ya sabes. Incluso puedo ser dulce y encantadora cuando me lo propongo. ¿No tengo siempre a la madre de la novia comiendo de mi mano?

–Sí, pero la señora Forsythe no es la madre de la novia. Es la madre del novio, ¡y tú eres su primera esposa!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

FIONA se detuvo en el arcén y miró el callejero para comprobar que conocía el camino a Kenthurst. Sólo había ido allí dos veces, después de todo, hacía diez años.

Kenthurst era una zona semi rural y cada vez más exclusiva que estaba en las afueras al norte de Sydney, tenía un paisaje pintoresco con montones de árboles, colinas ondulantes y aire fresco. El lugar perfecto para los terrenos aislados que posee la gente privilegiada a quien le gusta la calma y la intimidad.

Hubo un tiempo en el que los hombres de negocios de Sydney se construían casas de verano en las Blue Mountains o en la región montañosa del Sur para huir del calor y del ritmo acelerado de la ciudad. Después se inclinaron más por los palacios con aire acondicionado en terrenos de cinco a veinticinco acres, en Kenthurst o Dural y por vivir allí casi todo el año.

El padre de Philip había hecho eso. También poseían un apartamento en Double Bay donde se quedaba cuando trabajaba hasta tarde en la ciudad o cuando llevaba a su esposa a la ópera o al teatro. Era un sitio enorme, que ocupaba toda la planta de un edificio de tres pisos, estaba amueblado con antigüedades, y tenía una cama con dosel y cuatro columnas en el dormitorio principal que perteneció a una condesa francesa. Fiona lo sabía porque había dormido en ella.

Bueno… no durmió exactamente.

Se preguntaba si Philip habría dormido con su futura esposa en la misma cama, si le habría hecho sentir lo mismo que había sentido ella.

«No empieces a ponerte amargada y retorcida», se aleccionó. «Es perder el tiempo, cariño. Concéntrate en la tarea que tienes entre manos, llegar a la casa de Kathryn a las once».

Fiona no quería llegar tarde. No quería que esa mujer tuviera la oportunidad de mirarla otra vez con superioridad.

Apretó los dientes y se concentró en el callejero. Una vez que memorizó las direcciones que debía seguir, sacó el Audi recién pulido del arcén y volvió a la autopista.

Una ligera sonrisa apareció en su boca. «No era el coche lo único que había limpiado y pulido esa mañana», pensó riéndose del comentario que hizo acerca de que el domingo no iba a madrugar porque Kathryn Forsythe quisiera.

Su orgullo hizo que se despertara a las seis. A las nueve, había retocado todo su cuerpo, se había peinado la melena y hasta se había hecho la pedicura. Fiona pensó que si por casualidad tenía que quitarse los zapatos y las medias, o cualquier otra ropa, quería que su interior fuese tan perfecto como la superficie.

Al final, lo que le creó más problemas fue la ropa de la parte exterior. En su opinión, algo incomprensible, ya que tenía un armario lleno de la mejor ropa, muy elegante y de la mejor calidad.

Además como era invierno tenía que haberle resultado mas fácil elegir el traje que se iba a poner. Pero no fue así. Los trajes negros que utilizaba para trabajar le parecían demasiado fúnebres, los grises, un poco pálidos ahora que ya no estaba bronceada. El color chocolate era el color de moda del año anterior. ¡No iba a aparecer vestida de ese color! Sólo le quedaba el color crema o el gris pardo. Nunca llevaba colores vivos. Ni blanco.

Estuvo dudando hasta que no le quedó más remedio que decidirse. Se le echaba el tiempo encima.

Desesperada, se vistió con un traje de lana de color crema. Unos pantalones de pierna recta, un chaleco con el cuello de pico, y una chaqueta de manga larga y con solapa. Como los botones del chaleco estaban forrados y llevaban un ribete dorado, decidió que ponerse un collar sería demasiado cargante para un traje de día.

Se puso un reloj clásico y unos pendientes de oro de dieciocho quilates, que le había regalado un admirador.

El bolso y los zapatos eran de piel suave. Le habían costado una pequeña fortuna. Se había maquillado lo mínimo, los labios y las uñas pintados de color marrón. El perfume también era regalo de un admirador, que le dijo que era un perfume exótico y sensual como ella.

Una vez satisfecha con su aspecto, salió de casa preparada para enfrentarse a la mujer que casi destroza su vida.

«Pero despegué de nuevo, Kathryn», se dijo en alto mientras tomaba la salida hacia Kenthurst, «como el fénix».

Fiona se rió, consciente de que Noni ni siquiera habría sabido qué era el fénix. «Has llegado muy lejos, cariño», se felicitó, «muy, muy lejos. Merece la pena ponerse un poco nerviosa para demostrarle a la madre de Philip hasta dónde has llegado».

En ese momento salía el sol y el reflejo de los rayos en el coche rebotaba directamente hacia sus ojos. Fiona buscó las gafas de sol que guardaba en la guantera de la puerta, se las puso y sonrió.

Quince minutos más tarde pasó por delante de la casa de los Forsythe, dejó de sonreír y frunció el ceño.