Encuentro amoroso - Susan Mallery - E-Book
SONDERANGEBOT

Encuentro amoroso E-Book

Susan Mallery

0,0
1,49 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Qué pensaría él de una ingenua maestra que había acabado acostándose con un desconocido? Rachel Harper había decidido convertirse en una mujer sofisticada. Pero la cama deshecha, el café preparado por otro y aquella nota le recordaban que había cometido una locura impropia de ella. Se había llevado a casa a un hombre que había conocido en un bar. Y se había quedado embarazada. A pesar de lo nerviosa que se había puesto ante la idea de darle la noticia a Carter Brockett, lo cierto era que con él se sentía extrañamente cómoda. Pero debía recordar que Carter tenía toda una colección de ex novias que no habían sido capaces de hacerle comprometerse… ¿por qué iba a ser ella diferente? Lo que no había cambiado era la inseguridad que los había mantenido separados veinte años.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 204

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2006 Susan Macias Redmond. Todos los derechos reservados.

ENCUENTRO AMOROSO, N.º 1711 - Diciembre 2012

Título original: The Ladies’ Man

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1247-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Rachel Harper siempre había deseado ser más moderna.

Y por eso se encontraba, a los veinticinco años, sentada en un bar. Había ido para acompañar a Diane, una profesora nueva de su escuela que se estaba separando del novio y que le había pedido a Rachel que la acompañara para brindarle apoyo moral. Uno de los puntos de su lista de quehaceres era salir más, y por eso Rachel se había animado a ir al Blue Dog Bar.

Removió la margarita que había pedido y bebió un gran sorbo.

—El muy estúpido ni siquiera va a venir —dijo Diane, desde la mesa en la que se habían sentado—. Es típico de él. Lo prometo, voy a darle una patada en la cabeza en cuanto lo vea. Ahí está —se puso en pie—. Deséame suerte.

Rachel miró al hombre alto de cabello oscuro que entraba en el bar.

—Buena suerte —le deseó a su amiga.

Carter Brockett miró a la mujer morena que tenía enfrente y supo que estaba a punto de meterse en un lío. Recordó que la vida le iba mejor cuando se alejaba de las mujeres, pero aquélla le parecía muy interesante.

El Blue Dog era un bar de policías. Un lugar donde los hombres iban a ver si tenían suerte, y las mujeres que entraban en el local contaban con ello. Carter solía evitar aquel sitio. Trabajaba como agente de la policía secreta y no podía permitirse que lo vieran por allí. Pero uno de sus contactos había insistido en ir a aquel lugar, y Carter había aceptado.

Había terminado lo que tenía que hacer y estaba a punto de marcharse cuando vio entrar a la chica morena con su amiga, la mujer que mantenía una acalorada conversación con Eddy. Eddy no era exactamente un príncipe cuando se trataba de salir con chicas, así que Carter tenía la sensación de que la conversación no iba a ir muy bien. Saludó a Jenny, la camarera y, después, señaló a la chica morena.

Jenny arqueó las cejas.

Carter no tuvo que adivinar lo que estaba pensando. Jenny era su ex novia y lo conocía muy bien. Sí, bueno, quizá después de dos meses de celibato estaba preparado para probar de nuevo en el tema de las relaciones. Aunque sabía muy bien lo que podía pasar. Aunque siempre resultara un desastre.

Miró a su alrededor y vio que no era el único que se había fijado en que la chica morena tenía un cuerpo que incitaba al pecado y que, sin embargo, llevaba ropa de profesora de colegio. Así que, si pensaba protegerla de los otros policías, era mejor que se acercara.

Se aproximó a la barra, donde Jenny le había preparado una cerveza y una margarita y, después, se dirigió a la mesa de la chica morena.

—Hola. Me llamo Carter. ¿Te importa si me siento?

Mientras le hacía la pregunta, le entregó la margarita y puso una de sus mejores sonrisas.

La mujer lo miró, se sonrojó, se levantó de la silla y se volvió a sentar, tirando su copa casi vacía sobre la mesa y sobre la parte delantera de su vestido.

—Oh, no —dijo ella—. Maldita sea. No puedo creer... —apretó los labios y lo miró.

Él limpió la mesa con un par de servilletas, e ignoró que se había mojado el vestido. Estaba interesado en ella, pero no era estúpido.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí. Gracias.

Le entregó la copa que había pedido para ella.

Ella lo miró, y le dijo:

—Yo... Estoy con una persona.

—Tu amiga —dijo él, sin dejar de mirarla—. Os he visto entrar juntas.

—Está rompiendo con su novio y quería apoyo moral. No suelo... Esto no es... —suspiró—. Regresará enseguida.

—No pasa nada —dijo él—. Te haré compañía hasta que ella termine.

Incluso en la oscuridad del bar, él podía ver que tenía los ojos verdes. El cabello oscuro y ondulado le llegaba por debajo de los hombros.

Ella se movió en la silla y no probó la bebida.

—¿Soy yo, o es el bar lo que te inquieta? —preguntó él.

—¿Qué? Ah, ambos, supongo —al instante, se tapó la boca y, después, llevó la mano hasta su regazo mojado—. Lo siento. No debería haber dicho eso.

—No pasa nada. Creo en la verdad. Entonces, ¿qué te da más miedo?

Ella miró a su alrededor y después lo miró a él:

—Tú.

Él sonrió.

—Me halaga saberlo.

—¿Por qué? ¿Quieres que piense que das miedo?

Él se echó hacia delante y bajó la voz para que ella tuviera que acercarse.

—No que doy miedo. Que soy peligroso. Todos los hombres quieren ser peligrosos. A las mujeres les encanta.

Ella lo sorprendió con una carcajada.

—De acuerdo, Carter, veo que eres todo un profesional y que no tengo nada que hacer contigo. Te confieso que no soy una mujer de las que va a los bares y que me siento incómoda estando en este lugar —miró a su amiga—. No sé si la pelea va bien o mal. ¿Tú qué crees?

Él miró a Eddy, quien había arrinconado a la chica rubia en una esquina.

—Depende de cómo definas bien. No creo que se estén separando. ¿Y tú?

—No estoy segura. Diane estaba dispuesta a decirle lo que pensaba de una vez por todas. Con frases en primera persona.

Él frunció el ceño.

—¿Cómo?

Ella sonrió.

—Creo que no me tratas con respeto. Creo que siempre llegas tarde a propósito. Ese tipo de cosas. Aunque dijo algo acerca de querer darle una patada en la cabeza, y supongo que eso no ayudará. Por supuesto, no conozco a Eddy. A lo mejor le gustan ese tipo de cosas.

Carter estaba completamente encantado.

—¿Tú quién eres? —le preguntó.

—Me llamo Rachel.

—No dices palabrotas, no vas a bares, entonces, ¿qué haces?

—¿Cómo sabes que no digo palabrotas? —preguntó.

—Cuando tiraste la copa dijiste maldita sea.

—Ah. Es la costumbre. Soy profesora de preescolar. No puedo decir palabrotas delante de los niños, así que me he acostumbrado a no decirlas. Es más fácil. Así que empleo palabras como maldita sea —sonrió—. A veces la gente me mira como si fuera una tonta, pero puedo vivir con ello. ¿Y tú quién eres?

«Pregunta complicada», pensó Carter, consciente de que no podía decirle la verdad.

—Un chico.

—Ajá —se fijó en el pendiente que llevaba y en su cabello largo—. Más que un chico. ¿A qué te dedicas?

«Eso depende del caso», pensó él.

—Trabajo para una tienda de chopper. Motos.

—Sé lo que es una chopper. No soy una inocente que acaba de salir del pueblo.

Su indignación hizo que él tuviera que esforzarse para no reír.

—Se te está derritiendo el hielo.

Rachel dudó un instante y bebió un sorbo.

—¿Eres de por aquí?

—Aquí nací y aquí crecí. Toda mi familia está aquí.

—¿Toda?

—Tres hermanas y mi madre. Su máximo objetivo es volverme loco.

—Eso está bien. No lo de que te vuelvan loco, sino que estéis cerca.

—¿Tú no estás cerca de tu familia?

—No tengo familia.

Él no sabía qué decir.

—¿Eres de por aquí? —preguntó él.

—¿De Riverside? —negó con la cabeza—. Me trasladé aquí después de graduarme en la universidad. Quería vivir en un lugar tranquilo —suspiró—. Nada emocionante.

—Eh, he vivido aquí toda mi vida. Puedo mostrarte los mejores lugares.

Ella sonrió.

—Donde yo crecí, las parejas aparcábamos junto al río. Durante una parte del año, incluso tenía agua.

—¿Aparcabais allí?

Ella se encogió de hombros.

—Tuve mis momentos.

—¿Y ahora?

Miró hacia donde estaba su amiga.

—No tanto —lo miró de nuevo—. ¿Por qué te has acercado?

Él sonrió.

—¿Te has mirado en el espejo últimamente?

Ella agachó la cabeza y sonrió. Carter no recordaba cuándo había sido la última vez que había visto sonrojarse a una mujer.

—Gracias —dijo ella—. Paso el día con niños de cinco años que consideran maravilloso llenarme el pelo de pegamento. Tú eres un buen cambio.

—¿Me estás comparando con un niño de cinco años? —preguntó él, fingiendo estar enfadado.

—Bueno, muchos chicos tienen problemas de madurez.

—Yo soy un hombre maduro. Incluso responsable.

Ella no parecía convencida.

—Por supuesto que sí.

«Carter es interesante», pensó Rachel. También era muy atractivo. Rubio, con pelo largo y pendiente. No podía dejar de mirarlo. Era un chico alto, de anchas espaldas y una sonrisa que la hacía estremecerse.

—Cuéntame un secreto —le dijo ella, sorprendiéndose a sí misma.

Él se quedó pensativo un instante y después se encogió de hombros.

—No hago más que intentar olvidarme de las mujeres. Invaden mi vida y sé que estaría mejor si pudiera mantenerme alejado de ellas. Me educaron para hacer lo correcto, así que, una vez implicado en una relación me cuesta salir.

No era la respuesta que ella esperaba.

—Sabes que soy una mujer, ¿no es así? —preguntó ella, medio en broma.

—Oh, sí. Me he dado cuenta.

—¿Vas a olvidar a las mujeres sin dejar de acercarte a ellas?

Él bebió un sorbo de su cerveza.

—Es un trabajo en progreso —admitió—. Las evito unos meses y después me meto en una relación segura y me convierto en un idiota traicionado por alguien que no esperaba. Ahora, cuéntame tu secreto.

—Yo bailo —contestó sin pensar, y se arrepintió de sus palabras al instante—. Quiero decir, solía bailar. Cuando era pequeña y, después, en la universidad. Quería ser bailarina, pero no tengo el cuerpo adecuado.

—¿Qué tipo de baile?

—De todo. Ballet, jazz, moderno. Todavía recibo clases, aunque es una tontería porque no voy a hacer nada con ello.

—¿Por qué es una tontería? ¿Tienes que tener un motivo para bailar?

Antes de que contestara a su pregunta, la voz de Diane se oyó desde el otro lado del local.

—Eres un canalla, Eddy. No sé por qué me molesto en hablar contigo.

—Eh, cariño, no te pongas así.

Eddy agarró a Diane y ella retiró el brazo.

—Te odio. ¿Qué te parece? Vete al infierno.

Eddy levantó ambas manos.

—No necesito oír estas cosas. Olvídalo.

Diane lo miró.

—Estupendo, lo haré. Esto se acabó. No te molestes en venir a verme. Comprendido.

—Claramente. Y tú no vuelvas a buscarme. No me interesas.

—A mí tampoco.

Tras esas palabras, Diane se volvió y salió del bar.

Rachel la miró.

—Dijo que quería romper con él, pero no creía que lo dijera en serio —miró hacia la puerta—. Será mejor que vaya a ver si está bien.

—Por supuesto.

Rachel se puso en pie, y Carter también. Ella lo miró. Después miró hacia la puerta y otra vez a él.

—Gracias por la copa y por la conversación —le dijo—. Eres muy simpático.

—Palabras que cualquier chico anhela escuchar —dijo él, y sonrió haciéndola estremecer.

—¿Qué? Oh —se rió—. Ya. Lo siento. Eres muy peligroso. Estoy aterrorizada.

—Mejor.

Él rodeó la mesa y la besó en la boca sin avisar. Fue un beso rápido y delicado.

—Cuídate, Rachel —dijo él, y regresó a la barra.

Ella lo observó marchar, y después se volvió para salir a la calle. ¿Quién iba a imaginar que se podía conocer a un chico tan agradable en un bar?

«Al menos podré marcar la casilla de salir más en mi lista de quehaceres pendientes», pensó mientras se dirigía al coche de Diane.

Pero el coche no estaba.

—Tenía que llevarme a casa —dijo en voz alta.

¿Diane la había dejado tirada? ¿Era posible?

Rachel se acercó al final del aparcamiento y miró a uno y a otro lado de la calle. Nada. No había ningún coche de color azul.

—¿Tienes algún problema?

Al oír la voz de Carter, se volvió y se encogió de hombros.

—Parece que sí.

—Vamos —dijo él con una sonrisa—. Te llevaré a casa.

Ella quería decirle que tomaría un taxi. Pero era tarde y estaba en Riverside, no en Nueva York, y allí no había taxis por las calles.

Él levantó las manos, y dijo:

—Soy de fiar.

—Ja. Dijiste que eras peligroso.

—Sólo en mis sueños.

Ella suspiró y asintió.

—Gracias —contestó, y lo siguió hasta una furgoneta negra.

—De nada. Ésta puede ser la buena acción de la semana. Mi madre se pondrá contenta.

El hecho de que mencionara a su madre la tranquilizó un poco. Al subirse a la furgoneta, se sintió extraña.

—Bonita furgoneta —dijo ella—. Tienes mucha visibilidad.

Carter arrancó el motor, y preguntó:

—¿Dónde vamos?

Ella se abrochó el cinturón y le dio indicaciones.

—Tienes que hablar con tu amiga —dijo él—. Marcharse y dejarte sola en un bar no está bien.

—Estoy de acuerdo. No podía creerlo cuando he visto que no estaba el coche. No la conozco muy bien, pero aun así... —se encogió de hombros.

—¿Trabajáis juntas? —preguntó él.

—Sí. Ella acaba de empezar. Enseña a los alumnos de cuarto.

—Niños mayores —bromeó él.

—Mayores que los míos. Además, sospecho que cuando tengan nueve años ya no se comerán el pegamento. Pero no lo cambiaría por nada. Me encantan los pequeños. Para ellos, todo es nuevo y emocionante.

En ese momento, sonó el teléfono móvil de Carter. Él lo sacó del bolsillo de su camisa y contestó.

—¿Diga? Ajá. Sí. ¿Cómo lo sabes? —se rió—. No. Está bien. Buenas noches —colgó—. Tu amiga ha vuelto a buscarte.

—¿De veras? Bien. No me apetecía tener que gritarle mañana. ¿Quién te ha llamado?

—Jenny, la camarera. Le dirá a Diane que estás bien.

Rachel abrió la boca para contestar, pero no dijo nada. No estaba segura de que estuviera bien. Diane podía pensar que se había ido a casa con un chico que acababa de conocer. Quizá no era lo peor del mundo, pero a Rachel no le gustaba la idea.

Y puesto que no podía hablar de ello con Carter, le preguntó:

—¿Y la camarera cómo sabe tu teléfono?

—No te asustes —dijo él—. No soy un cliente habitual. Jenny y yo somos amigos desde hace años.

Carter se detuvo frente al edificio de Rachel, apagó el motor y miró hacia el aparcamiento.

—Deja que adivine —dijo, mirando los coches que estaban aparcados—. El coche gris es el tuyo.

Ella se desabrochó el cinturón y sonrió, pensando en que iba a sorprenderlo.

—El rojo, el descapotable de dos plazas.

—No puede ser.

—Sí.

—¿Y por qué mi profesora de preescolar no se parecía más a ti? —preguntó, mirándola a los ojos.

—A lo mejor sí se parecía. Los niños de cinco años no se fijan en cosas así.

—Supongo.

Antes de que ella pudiera darle las gracias, él se bajó de la furgoneta. Ella hizo lo mismo y se encontraron en la acera.

—No hace falta que me acompañes —dijo ella.

—Quiero hacerlo. Éste es un servicio de rescate completo.

Ella estaba nerviosa, pero no sentía miedo. Se encaminaron escaleras arriba hacia su apartamento. Cuando pasaron por una zona llena de plantas, él preguntó:

—¿Son tuyas?

Ella sacó las llaves del bolso.

—Otro hobby. Me gusta criar cosas.

—Una profesora de preescolar que baila y que tiene mano para las plantas. Interesante —se acercó a ella y le acarició la mejilla con un dedo—. Voy a besarte, Rachel. Te lo advierto para que puedas meterte corriendo, darme una bofetada o besarme también. Ambos sabemos cuál sería mi elección, pero tú también tienes algo que decir.

La luz del pasillo reflejaba en su cabello dorado. Él era atractivo y sexy, una combinación irresistible. Ella llevaba meses sin tener una cita, y no la habían besado desde hacía dos años. Y hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos tener un hombre en su vida.

—No soy de las que dan bofetadas —murmuró, mirándolo a los ojos.

Él la miró con una sonrisa y la hizo estremecer.

—Me alegra saberlo —dijo él, justo antes de besarla.

Capítulo 2

Carter la besó con decisión y ternura a la vez. Se movió delicadamente sobre su boca, dándole lo justo para que ella deseara más.

Continuó acariciándole la mejilla con una mano mientras que, con la otra, la sujetaba por la cintura.

Con la punta de la lengua, le acarició el labio inferior de manera erótica y excitante. Ella se separó una pizca, conteniendo la respiración y esperando a que él la besara con más intensidad.

Él se movió hacia delante, despacio, como para darle tiempo a retirarse. Sin embargo, ella sólo podía pensar en el tiempo que había pasado sin besar a un hombre de verdad. No lo había hecho desde que, dos años antes, había roto su compromiso.

En el momento en que sus lenguas se tocaron, un fuerte deseo la invadió por dentro. Era una sensación fuerte e inesperada. Quería más, deseaba más. Su cuerpo anhelaba que lo acariciaran. Se le hincharon los senos. Dejó caer el bolso al suelo, rodeó a Carter por el cuello y se apoyó contra él.

Él la recibió con un gemido que hizo que se le endurecieran los pezones. La estrechó contra su cuerpo y le acarició la espalda. Ella inclinó la cabeza, y él la besó de manera apasionada, explorando su boca con tanta dedicación, que la hizo estremecer.

La pasión desenfrenada hizo que se asombrara. Nunca se había sentido así con un beso, y mucho menos, con un hombre al que acababa de conocer. Era una locura. También era emocionante y excitante, algo a lo que no estaba acostumbrada.

Carter se retiró una pizca. La besó en las mejillas, en el mentón y en el cuello.

—Eres preciosa —murmuró—. ¿Intentas volver locos a los hombres a propósito?

Ella apenas podía respirar, y mucho menos hablar, pero hizo un esfuerzo para decir:

—¿De qué estás hablando?

—De las curvas de tu cuerpo en ese vestido recatado —le acarició el lóbulo de la oreja con la lengua—. No debería estar permitido.

—¿Yo? —preguntó, asombrada—. Pero si debería perder peso. No soy...

—¿Increíble? —preguntó él, rozándole los labios con los suyos—. ¿Sexy? ¿Despampanante? —sonrió—. Si no fuera la primera vez que te beso y no me hubieran educado así, te mostraría exactamente lo que me haces sentir.

Una fuerte curiosidad se apoderó de ella. ¿Se refería a lo que ella estaba pensando? ¿Se había excitado con ella?

Lo miró a los ojos y vio fuego. Su deseo era parecido al que ella sentía.

—Yo nunca... —dijo ella, y se aclaró la garganta—. Yo no...

—Lo sé —dijo él—. Cuando cumplí los veinte prometí que no volvería a acostarme con una chica en la primera cita. No pareces de esa clase —sonrió—. Te diré una cosa, Rachel. Eres capaz de hacer que me replantee mi plan de mantenerme alejado de las mujeres.

La besó de nuevo, se agachó y agarró su bolso. Ella lo aceptó y lo sujetó con ambas manos para evitar tocarlo otra vez.

—Mira, entra en casa, sonríe, dame las gracias por haber pasado una noche estupenda y cierra la puerta —frunció el ceño—. Con llave.

Sus palabras la hicieron sonreír.

—No pareces capaz de forzar la puerta.

—No lo sé. Nunca he estado tan tentado.

Sus palabras la hicieron temblar. Ella sabía que hablaba en serio, pero le costaba mucho hacer el esfuerzo de entrar en la casa sola. Respiró hondo y se preparó para decirle adiós.

De pronto, estaba entre sus brazos. Sentía sus labios sobre la boca y las caricias que él le hacía por la espalda. Notaba la presión de sus dedos. Su calor. Cuando la agarró por la cintura, ella arqueó el cuerpo hacia él y rozó su miembro erecto con el vientre.

Una ola de deseo recorrió su cuerpo. Él no bromeaba... La deseaba. Igual que ella lo deseaba a él. Nada tenía sentido, pero ella siempre había tenido cuidado con los hombres. Había tenido dos novios en toda su vida, y había esperado a estar segura de estar enamorada y de hablar de la boda antes de ceder. Hasta esa noche, nunca había besado a un desconocido. Y no le importaba.

Colocó las manos sobre su pecho y lo acarició. Mientras sus lenguas se movían a la par, ella descubrió que le gustaba inhalar su aroma.

Él colocó las manos sobre su cintura y las deslizó hacia arriba. Despacio, como para darle tiempo a protestar. Sin pensar, ella le cubrió las manos con las suyas y las llevó hasta sus senos.

Se sorprendía de su manera de actuar. Nunca había hecho algo así, pero admitía que experimentaba un gran placer al sentir sus caricias en esa parte del cuerpo. Decidió no pensar en ello y disfrutar al máximo del momento.

El deseo era cada vez más fuerte. Estaba húmeda y anhelaba que la acariciara en todos los sitios. Se acercó más a él, y Carter comenzó a desabrocharle el vestido.

«Sí», pensó ella. Sin ropa, podrían acariciarse el uno al otro. Ella le sacó la camisa del pantalón. Él dio un paso atrás, se desabrochó los botones y se la quitó. La pasión había provocado que se le oscurecieran los ojos. Respiraba con dificultad y sentía la presión de su miembro contra la cremallera de los pantalones vaqueros.

Se abrazaron otra vez. Ella le acarició la espalda y el torso, notando la suavidad de su piel. Él consiguió desabrocharle los botones del vestido y abrirle la parte delantera. Ella movió los brazos para quitarse las mangas y el vestido cayó al suelo.

Carter se agachó y, con la boca, le acarició un pezón por encima del sujetador. Ella se dejó llevar por el calor húmedo y la delicada succión. Le acarició la cabeza, la espalda, los brazos, deseando poder acariciarle todo el cuerpo.

Carter la empujó una pizca hacia atrás, y ella se dejó caer en el sofá. Él se colocó sobre ella. Su miembro erecto le presionaba la entrepierna y, a pesar de la ropa, consiguió excitarla rozando la parte más sensible de su cuerpo.

«Más», pensó ella, consciente de que había pasado mucho tiempo sin sentir aquello y que llegaría al clímax enseguida. Necesitaba más.

Él le desabrochó el sujetador y se lo retiró. Le acarició la piel desnuda con la boca y, sin dejar de juguetear con uno de sus pezones, metió una mano entre sus piernas, bajo la ropa interior, y la guió hasta el paraíso.

Encontró el centro de su feminidad inmediatamente. Le acarició su sexo mientras ella jadeaba y tensaba el cuerpo buscando la liberación.

La acarició una y otra vez, más rápido, más despacio, hasta que le costaba respirar y empezó a convulsionar de puro placer.

Ella lo abrazó con fuerza mientras disfrutaba del orgasmo. Él continuó acariciándola para que no terminara, se retiró un instante, se desabrochó los vaqueros, le retiró la ropa interior y la penetró.

Al sentir su miembro en el interior de su cuerpo, no pudo evitar llegar al orgasmo otra vez. Se abrazaron con fuerza, besándose y acariciándose. Él pronunció su nombre y, cuando ya no podía más, tensó el cuerpo y se liberó también.

Rachel disfrutó de la sensación de su peso sobre el cuerpo, incapaz de creer que había hecho el amor con un extraño en el sofá de su casa, mientras el aroma del jazmín invadía la noche.

Rachel despertó minutos antes de que sonara el despertador.

De pronto, se hizo cargo de la realidad y recordó lo que había sucedido. Carter la había llevado a la cama para hacerle el amor por segunda vez.

Se sentó, chilló y volvió a meterse bajo las sábanas. Estaba totalmente desnuda. Y jamás dormía desnuda, pero tampoco llevaba a un desconocido a su casa y se acostaba con él.

No tenía excusa para justificar lo que había hecho.

Miró alrededor de la habitación, buscando algo que indicara que Carter seguía allí. No había ruido en el baño y su ropa no estaba por ninguna parte. ¿Se había marchado?

En ese momento, vio un pedazo de papel a los pies de la cama y se estiró para agarrarlo.