Escándalos y secretos - Sharon Kendrick - E-Book
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Escándalos y secretos E-Book

Sharon Kendrick

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Beschreibung

Una noche de pasión… ¡Y un enorme escándalo! Dante D'Arezzo era la última persona a la que la famosa compositora Justina Perry querría encontrarse en la boda de su mejor amiga. El prohibitivamente sexy italiano era despiadado hasta la médula. Tras haber soportado que le hubiera roto el corazón en una ocasión, ella no estaba dispuesta a ceder de nuevo a su insaciable deseo. Pero lo hizo… El embarazo de Justina fue portada en toda la prensa y Dante supo de inmediato que aquel bebé era suyo. Y estaba dispuesto a hacerle pagar caro por haberle intentado ocultar ese hijo. Señorita Independencia estaba a punto de volverse totalmente dependiente… de él.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Sharon Kendrick. Todos los derechos reservados.

ESCÁNDALOS Y SECRETOS, N.º 2243 - julio 2013

Título original: A Scandal, a Secret, a Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3442-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Lo supo en cuanto ella entró en la catedral. Oyó el profundo silencio que se instaló en aquel lugar y los susurros que siguieron.

–¡Mira! Es Justina Perry.

Y la exclamación generalizada:

–¡Vaya!

Dante D’Arezzo sintió una punzada en el corazón mientras todos se volvían para mirarla. Todos querían saber si había cambiado, si tenía alguna arruga de más, o si se las había quitado con la ayuda de la cirugía. Querían saber si había engordado. O adelgazado. Querían saber cada maldito detalle sobre ella, porque tiempo atrás había sido una persona famosa y, cuando se es famosa, la gente cree que eres de su propiedad.

Dante lo sabía bien. Demasiado bien. ¿Acaso no había visto la vida desde el banquillo lo suficiente como para descubrir los oscuros aspectos de la fama? ¿Acaso no había visto cómo corrompía a la gente y se expandía por sus vidas como una sustancia corrosiva?

Con el atlético cuerpo tensado al máximo, la observó avanzar por el pasillo central de la catedral de Norwich donde iba a celebrarse la boda de su antigua compañera del grupo musical. Los cabellos oscuros estaban recogidos en la nuca en un elaborado peinado y el vestido, de satén y corte oriental, estaba bordado con dragones y flores. Una primera ojeada resultó desalentadora, hasta que la mujer dio un paso más sobre los altísimos tacones y el lateral del vestido se abrió para mostrar una espectacular pierna.

Una indeseada oleada de deseo lo invadió, seguida de inmediato de una fuerte sensación de ira. Al parecer, le seguía gustando exhibirse como la puttana barata que era. Y, al parecer, aún disfrutaba con la sensación de ser observada por otros hombres, de ser deseada, sabiendo que fantaseaban con ese cuerpo hecho para el pecado y complementado con la cara de un ángel.

Pero la ira no bastó para mitigar el exquisito deseo mientras la veía tomar asiento en uno de los primeros bancos, volviéndose para sonreír a la persona que se encontraba sentada a su lado. El vestido bordado se ajustaba al delicioso trasero y Dante solo pudo recordar cuánto tiempo había pasado. Cinco largos años desde la última vez que la había visto. Tiempo más que suficiente para haberse curado del felino atractivo. Entonces, ¿por qué le martilleaba el corazón al mirarla? ¿Por qué se estaba poniendo tan duro que había tenido que taparse con la hoja de los salmos?

La ceremonia comenzó y él intentó pensar en otra cosa, pero no le resultó fácil, no cuando la boda empezaba a resultarle más larga de lo habitual, seguramente porque el novio era un duque. Dante siempre había cumplido con lo que se esperaba de él y en cualquier otra circunstancia se habría comportado como un invitado ejemplar. Sin embargo, en esa ocasión toda su atención estaba centrada en otra cosa, y sus pensamientos volvían insistentemente a Justina.

Justina retorciéndose debajo de él en la cama.

Justina, con el cabello de color ébano y la piel de magnolia, con esos increíbles ojos de color ámbar.

Recordó la dulce firmeza de su cuerpo, los pequeños pezones hechos para encajar dentro de la boca de un hombre. Sacudió brevemente la cabeza ante los inquietantes pensamientos. Quería olvidar que, por primera vez en su vida, había cometido un error. El fin del noviazgo había sido el único fracaso de una vida plagada de éxitos. Era un hombre orgulloso, perteneciente a la nobleza de la Toscana. Sus antepasados habían sido soldados, intelectuales y diplomáticos, una línea aristocrática siempre rica en tierras, pero pobre en dinero. Hasta que Dante se había hecho cargo del negocio familiar y lo había llevado directo a la estratosfera.

En esos momentos, la familia D’Arezzo poseía propiedades en casi todo el mundo, además de unas enormes extensiones de viñedos a las afueras de Florencia. Dante tenía todo lo que un hombre podría desear. Y, sin embargo, su corazón estaba vacío.

El ensordecedor tañido de las campanas marcó el final de la ceremonia, momento en que Roxy Carmichael, vestida de seda blanca y perlas, se volvió sonriente del brazo de su esposo, el duque. Dante sacudió la cabeza incrédulo. ¿Quién se lo habría imaginado? La última vez que había visto a Roxy estaba bailando sobre un enorme escenario llevando poco más que un volantito con lentejuelas que pretendía hacer pasar por una falda.

Así era como solían vestirse las tres, Justina, Roxy y Lexi, cuando formaban parte del grupo Lollipops, el grupo musical femenino más importante del planeta. Cuando, durante un breve período de tiempo, él había sido algo más que un miembro de su amplio equipo.

Los asistentes a la boda empezaron a desfilar tras los novios y Dante se encontró observando, esperando, la reacción de Justina al verlo allí. ¿Se había lamentado alguna vez de sus decisiones? Unas decisiones que le habían empujado a él a rechazarla. ¿Alguna vez mentiría en la cama y lamentaría lo que podría haber tenido?

La noche anterior había cedido a la tentación, tanto tiempo reprimida, y había buscado a Justina en Internet. Seguía soltera y sin hijos, lo que le había hecho pensar. Rondaría los treinta y dos años. ¿No le preocupaba saber que debería tener hijos lo antes posible? Una cruel sonrisa curvó sus labios. Pues claro que no le preocupaba. ¿Qué atractivo podría tener un bebé para una mujer como ella? Su carrera lo era todo. Todo.

La vio acercarse y, por un segundo, le pareció que trastabillaba al fundirse sus miradas. Dante se sumergió en los ojos de color ámbar, dorados contra la nívea palidez de su piel. Esos ojos se abrieron desmesuradamente, incrédulos, antes de emitir un destello que no supo interpretar. Lo que Justina Perry pensara o sintiera le traía sin cuidado. Ya no le importaba. Pero habría sido de piedra si no hubiera disfrutado con el repentino movimiento de la garganta, indicativo de que había tragado con dificultad.

Estaba a su lado. Lo bastante cerca como para poder captar la estela de su perfume que le recordaba a jazmín y a miel. Y de repente desapareció y él fue consciente de una bonita rubia que le estaba dedicando su mejor sonrisa.

Pero la sonrisa que Dante le devolvió fue maquinal. No había acudido a la boda para encontrar a una chica. Aunque no se había parado a pensar seriamente por qué había aceptado una invitación de boda que no se había esperado recibir. ¿Pretendía enterrar a un viejo fantasma? ¿Convencerse de que ya no sentía nada por la única mujer que había conseguido traspasar la pétrea coraza de su corazón toscano?

Salió al brillante sol y aspiró el fuerte aroma de las flores que trepaban sobre las puertas de la catedral. Miró al otro lado del patio, donde estaba Justina, rodeada de personas que la adulaban, aunque era más que evidente que no les estaba escuchando. Su atención se hallaba fija en la puerta, como si hubiera estado esperando a que él saliera. Sus miradas se fundieron de nuevo y Dante sintió el deleite de algo que jamás se habría atrevido a describir, ni siquiera en su lengua materna.

Caminó hacia ella, vagamente consciente de las miradas femeninas que se volvían a su paso. Estaba acostumbrado a que las mujeres lo miraran. Justina se mordió la parte interior del labio inferior y al recordar los placeres que eran capaces de proporcionar esos labios, Dante estuvo a punto de marearse.

La gente que la rodeaba se volvió hacia él con curiosidad. Dante supuso que su aspecto italiano bastaba para despertar el interés de unas personas en su mayoría inglesas. Su rostro seguramente reflejaba hostilidad, pues rápidamente todos desaparecieron y se quedaron solos.

–Vaya, vaya, vaya –saludó él–. Mira a quién tenemos aquí.

Justina lo miró con el corazón acelerado. Sus sentidos despertaron bruscamente como si alguien les hubiera aplicado una cerilla. Sintió el cosquilleo de los pechos y el húmedo calor, y rezó para que ese bastardo no se diera cuenta. No quería desearlo. Quería mantenerse fría y distante, pero no era fácil. No con el masculino rostro a escasos centímetros del suyo, el rostro más hermoso, y al mismo tiempo brutal, que hubiera visto jamás. Los ojos oscuros la atravesaban y el fornido cuerpo lo ocupó todo. Justina se sintió como si alguien acabara de sacarle toda la sangre, sustituyéndola por agua.

«Eres fuerte», se dijo a sí misma. «No vas a mostrar ningún signo de debilidad. Porque se trata de Dante D’Arezzo, el hombre que confunde el amor con el control. El hombre que te abandonó porque no querías comportarte como su marioneta particular. El que se llevó a otra mujer a su cama y...».

Vio de nuevo la cama con las sábanas revueltas. Una mata de cabellos rubios y un trasero apuntando hacia arriba. Y vio a Dante, con los ojos cerrados, con una sonrisa extasiada en los traidores labios mientras la mujer desnuda obedecía a todos sus deseos.

Las vívidas imágenes de la traición se le clavaron como trozos de cristal y Justina apenas consiguió barrerlas de su mente, como había intentado hacer durante los últimos cinco años. No debía pensar en ello, no podía permitírselo. Debía centrarse en lo importante y conseguir deshacerse de él y que la dejara en paz.

–Gracias por arruinar lo que podría haber sido un día perfecto –ella le devolvió el saludo con expresión hostil y fría–. ¿Quién te invitó?

Dante no había esperado una hostilidad tan descarada, pero, por algún motivo que no comprendía, le gustó. Quizás se debía a que la perspectiva de tener una pelea con esa mujer era casi tan atractiva como la idea de tumbarla sobre el capó de ese coche cercano y montarla hasta llegar al orgasmo.

–¿Y quién crees que me invitó? –preguntó mientras daba un paso más hacia ella–. La novia, por supuesto. ¿O acaso crees que me he colado?

Justina no pudo reprimir un ligero estremecimiento ante la poderosa presencia. ¡Dante no había necesitado colarse jamás en ningún sitio!

–¿De verdad? –preguntó ella deseando no reaccionar ante ese hombre como lo hacía.

Tenía la sensación de que su cuerpo empezaba a descongelarse, como si fuera a morir si no volvía a tocar a Dante o a sentir sus labios sobre ella. Recordó cómo colocaba la cabeza entre sus piernas y pasaba la lengua por ahí mismo. Y se estremeció con un vergonzoso deseo. ¿Cómo lo conseguía? ¿Cómo hacía que lo deseara tanto si lo odiaba?

–No sabía que siguieras en contacto con Roxy.

–Y no lo estoy. Hace mucho que perdimos el contacto, más o menos cuando tú y yo rompimos –los oscuros ojos la miraron burlones–. Pero, al parecer, sintió un rapto de generosidad ante la perspectiva de casarse con un duque y decidió localizarme.

Justina sabía muy bien por qué lo había hecho. Un hombre como Dante siempre adornaba cualquier lista de invitados y aseguraría que las damas ronronearan encantadas. ¿Por qué demonios no le había advertido Roxy? ¿Acaso su antigua compañera del grupo temía que no se acercaría a varios kilómetros a la redonda de saber que él estaría allí?

Después de tantos años ya estaba inmunizada contra él. ¿No? No lo había visto en cinco años. Había madurado, al menos lo bastante como para que su presencia la dejara indiferente. Entonces, ¿qué le estaba sucediendo? ¿Por qué sentía ese cosquilleo en el pecho y un húmedo deseo entre las piernas?

Lo miró fijamente con fingida compostura, buscando en su interior una objetividad que era incapaz de aplicar a ese aristócrata toscano. Dante vestía traje, al igual que el resto de los invitados masculinos, pero había algo en su manera de llevarlo que le daba un toque especial. El exquisito corte de la prenda de color grafito se ceñía al atlético porte, acentuando la cintura y las largas piernas. Pero, a pesar del sofisticado exterior, una solo podía fijarse en el rudo hombre que había bajo la ropa. Era uno de esos hombres que, cuando veía algo que quería, iba a por ello. Un hombre que sabía cómo hacer gritar de placer a las mujeres, tal y como recordó ella dolorosamente.

–A lo mejor a Roxy le faltaban algunos invitados para completar la lista y por eso te llamó –Justina se encogió de hombros y fijó la mirada en la catedral–. La iglesia es muy grande y supongo que toda boda que se precie debería incluir a un aristócrata toscano.

–Ha pasado mucho tiempo, Justina –Dante sonrió como si el insulto no hubiera significado nada para él.

–Cinco años –contestó ella–. El tiempo vuela cuando te diviertes, algo que no podía decir cuando estaba prometida a ti.

Dante parecía ausente. Su mirada se deslizaba lentamente por el femenino cuerpo como si aún tuviera derecho a mirarla así. Como si fuera una de sus posesiones.

–Has perdido peso –observó al fin.

Justina sintió que le fallaba el corazón, aunque no supo si a causa de la desilusión o la ira. ¡Qué típico de Dante! Tomar algo de lo que ella se sentía orgullosa y darle la vuelta hasta conseguir que pareciera malo. Se había esforzado mucho por adelgazar. Cada mañana se arrastraba a la calle a horas intempestivas para correr. Y cuando viajaba, no faltaba la visita habitual al gimnasio del hotel para correr en la cinta mientras escuchaba música a través de los cascos.

Jamás comía hidratos de carbono después de las cinco de la tarde, y casi nunca bebía alcohol. Era muy disciplinada en cuanto a su estilo de vida porque cuanto mayor se hacía, más difícil le resultaba mantener la línea. Estar bien físicamente la ayudaba a mantenerse en un negocio en el que la juventud lo era todo, una industria en la que te hundían sin misericordia si no eras capaz de aguantar el ritmo. Y había sacrificado demasiado por su carrera para tirarla por la borda.

–Pues me alegra, puesto que mi intención era, precisamente, la de perder peso –contestó ella mientras admiraba el traje de color grafito que no hacía nada por disimular la musculatura que se ocultaba debajo–. Podrías probarlo tú también, Dante. Prueba con un aspecto más estilizado, es lo que se lleva ahora.

–Creo que paso. Ya hago todo el ejercicio que necesito sin la necesidad narcisista de pasarme horas en el gimnasio –Dante se inclinó ligeramente hacia Justina y percibió la dilatación de sus pupilas. Y la deseó. Tanto que podría haberla tomado en sus brazos para besarla apasionadamente–. Mi cuerpo ya está lo bastante duro donde debe estarlo.

–Eres repugnante –Justina sintió que le ardían las mejillas ante la inquietante proximidad de ese hombre y su fanfarronería sexual, y dio un paso atrás.

–¿Eso crees? Pues antes, si no recuerdo mal, solía gustarte mi comportamiento repugnante.

–Eso fue hace mucho tiempo. Afortunadamente, he madurado desde entonces. Mis gustos han mejorado y ya no me atrae el tipo Neanderthal.

–Pues sí que has cambiado entonces. Nunca había conocido a una mujer que se excitara tanto como tú ante un maestro en la cama.

El provocador susurro devolvió a Justina unos recuerdos que creía haber enterrado para siempre. Recuerdos de los besos de Dante. Recuerdos de Dante hundiéndose dentro de ella. Recuerdos de Dante haciéndole eso mismo a otra mujer. Y sintió ganas de gritar, de abofetearlo, de exigirle una explicación. Sin embargo, no tenía sentido resucitar el pasado. Tenía otra vida y un futuro en el que él no estaba incluido.

Necesitaba apartarse de él.

Fijó la vista en un punto imaginario a espaldas de Dante y fingió reconocer a otra persona. Sonriendo, volvió a mirarlo a los ojos, ya recompuesta y adoptando un aire de indiferencia.

–No debo monopolizarte más tiempo, Dante. Estoy segura de que habrá muchas personas con las que te apetecerá hablar. Es más, allí hay una jovencita que intenta llamar tu atención y estoy segura de que la tendrás en tu cama antes de que acabe el día.

Un poco temerosa de que fuera a intentar detenerla, Justina se apartó de Dante, que se limitó a entornar ligeramente los ojos, y atravesó la plaza de la catedral consciente de que su mirada la seguía. Le temblaban las manos y el corazón le latía desbocado y, por un segundo, consideró la posibilidad de marcharse de la boda. Nada se lo impedía. Podría regresar al hotel, recoger sus cosas y volver a Londres. Podría huir de su exnovio y los dolorosos recuerdos que su presencia habían evocado.

Pero Justina sabía que no iba a hacerlo. Roxy y ella habían vuelto a encontrarse recientemente y no podía abandonar a su vieja amiga en un día tan importante. Apartando el rostro de una cámara que parecía haber surgido de la nada, suspiró. Iba a tener que comportarse como una adulta. Iba a tener que asistir al banquete nupcial, intentando evitar a Dante. ¿Tan difícil sería? Se le daba bien evitar a la gente. Además, dudaba que él estuviera solo mucho rato.

Subió a uno de los autobuses rojos alquilados para transportar a los invitados y se sentó, sonriendo educadamente al caballero que de inmediato tomó asiento a su lado y se presentó. Sin embargo, no le resultó fácil concentrarse en lo que ese hombre le decía, a pesar de que se esforzaba al máximo por coquetear con ella y estaba deslumbrante con su uniforme militar cargado de medallas. Seguramente era algún héroe de guerra, un hombre atractivo a su modo.

¿Por qué no podía sentirse atraída hacia alguien como él? Era precisamente la clase de hombre que le convenía. Un tipo formal que la adoraría si le daba la menor oportunidad. El hecho de que nadie le hubiera hecho sentir lo mismo que Dante no era más que el reflejo de su propio fracaso emocional. Y por eso seguía soltera a los treinta años, sin ninguna perspectiva de mantener una relación estable o tener hijos.

Recordó la entrevista que había ofrecido a una revista la semana anterior. El insistente periodista había conseguido que se enfrentara a un hecho incómodo. Al hecho de que, si esperaba demasiado tiempo, quizás nunca tendría hijos. Acorralada, ella había exclamado que por supuesto pensaba tener hijos algún día, antes de añadir socarronamente que antes debía encontrar a un padre para ese hijo.

El autobús avanzó por las estrechas calles de Norfolk. Un largo camino de grava conducía a la residencia del novio y Justina se quedó sin aliento al ver el precioso edificio del que tanto le había hablado Roxy.

Rodeado de una verde pradera, Valeo Hall estaba flanqueado por dos leones de bronce. Los pilares que bordeaban la escalera que conducía a la enorme puerta de roble estaban decorados con las mismas flores que la catedral. Justina aspiró el dulce aroma y pensó en la suerte de Roxy, que había conseguido un marido y una nueva vida. Tenía un futuro por delante. Era humano sentir una ligerísima envidia, ¿no?

Tras aguardar su turno en la fila para felicitar a los recién casados, le estrechó la mano al duque antes de fundirse en un caluroso abrazo envuelto en tul y satén.

–¡Oh, Jus! –exclamó una resplandeciente Roxy–. Qué alegría verte aquí. ¿Te ha gustado la ceremonia?

–Ha sido preciosa. Y tú estás preciosa, la novia más bonita que he visto jamás. Pero no me dijiste que Dante estaría entre los invitados –susurró Justina al oído de la novia.

–¿Y debería haberlo hecho? –Roxy sonrió picaronamente, pareciendo de nuevo aquella chiquilla de diecinueve años–. Ya sé que no estáis juntos, pero pensé en invitarlo de todos modos. Durante un tiempo, Dante fue una parte muy importante de mi vida. No te importa, ¿verdad?

Justina sonrió con tristeza. ¿Qué podía decir? ¿Iba a explicarle que volver a ver a Dante había rozado lo dolorosamente insoportable? Contempló el rostro resplandeciente de Roxy y recordó que se trataba más bien de un asunto de orgullo herido por su parte. Era el día de Roxy y por ella podría aguantar a Dante un rato.

–Pues claro que no me importa –contestó alegremente–. Siempre es bueno recibir un bofetón del pasado.

–Entonces, ¿ya no hay nada entre vosotros? –Roxy frunció el ceño mientras se ajustaba la tiara de diamantes.

–¿Bromeas? –exclamó Justina–. Lo nuestro es historia.

Se apartó para dar paso al siguiente invitado y aceptó una copa de champán que le ofreció una camarera. Alzando la copa, se la bebió de un trago y continuó su marcha. ¿Por qué debía dejarse intimidar por Dante D’Arezzo cuando era lo bastante fuerte para hacerle frente? Era una mujer independiente, ¿no? Si se encontraba con él en el banquete, y su intención era mantenerse apartada de él para que eso no sucediera, permanecería fría y distante, tal y como había hecho en la catedral.

Miró a su alrededor. Los invitados empezaban a llenar el salón ocupado por las mesas. Del techo de la estancia colgaban impresionantes lámparas de araña que lo inundaban todo de luz. Las columnas estaban envueltas en flores y hiedra, y Justina tuvo la sensación de estar en un lugar encantado donde cualquier cosa podría suceder.

Encontró su nombre en el plano de los asientos y se felicitó al comprobar que le había tocado sentarse entre un general de brigada, que seguramente rondaría los ochenta años, y lord Aston, del que nunca había oído hablar. Pero sobre todo se sintió feliz al saber que Dante no estaría cerca. Al menos Roxy había tenido la delicadeza de sentarles en mesas separadas.

Cruzó el salón de brillantes suelos hacia su mesa, esforzándose por no sufrir ningún percance por culpa de los altos tacones y el vestido largo. No prestó gran atención a los demás invitados hasta que una mano de un bronceado tono oliváceo le sujetó la silla. Todas las alarmas saltaron.

Justina se quedó helada mientras contemplaba la brillante mirada oscura del hombre que una vez creyó que se convertiría en su esposo.

Capítulo 2

Con el corazón cabalgando furioso y una especie de indeseado deseo, Justina miró a Dante, deseando poder borrar la arrogante sonrisa de sus labios.

–¿Qué demonios haces aquí? –rugió despertando la mirada curiosa de una pelirroja que se hallaba sentada al otro lado de la mesa.

–No alces la voz, por favor, Justina –susurró él–. Esta es una boda aristocrática y no se toleran las salidas de tono.

Justina podría haberlo abofeteado o... algo. Algo que incluyera dar una patada en el suelo como si fuera una cría y pedir que cambiaran a ese hombre de sitio inmediatamente. Pero, dadas las circunstancias, poco podía hacer salvo sentarse en la silla que él le sujetaba. Porque tenía razón. Se trataba de la boda de una de sus mejores amigas y no podía provocar una escena exigiendo que le asignaran otra mesa, ¿verdad?