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Su futuro dependía de ganarse su confianza y no enamorarse de él. Tras haber sido falsamente acusada de malversación de fondos, Tami Wilson, para demostrar su inocencia, se vio forzada a espiar a su nuevo jefe, Keaton Richmond, el mismo hombre, tremendamente atractivo, que la había llevado a pasar unos días en plena naturaleza para un retiro corporativo… y que después la tentó a rendirse a la abrasadora química que bullía entre los dos. Pero ¿cómo podría seguir adelante con su plan si se enamoraba de él?
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Seitenzahl: 177
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Dolce Vita Trust
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Espiando al millonario, n.º 2146 - abril 2021
Título original: Scandalizing the CEO
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-430-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Si te ha gustado este libro…
–Trabajarás aquí. Siéntate.
«Empieza con tu propósito en mente», se dijo Tami mientras se acomodaba en la mesa que le había adjudicado la empleada de recursos humanos tras darle la bienvenida a Desarrollos Richmond.
Se estiró la falda.
Ella era más de vaqueros o leggings y camiseta, pero hoy llevaba un traje muy chic cuyo precio la había escandalizado. Y no porque no pudiera permitírselo, sino porque con lo que había costado se podrían haber alimentado varias de las familias a las que ayudaba la organización benéfica con la que había trabajado.
Se le revolvió el estómago al recordar la razón por la que se había visto obligada a marcharse. La misma razón por la que ahora estaba ahí.
Después de que su padre hubiera dejado claras sus exigencias, su madre había colaborado para asegurarse de que tenía todo lo apropiado para su nuevo puesto: ropa, zapatos, maquillaje, manicura, peluquería, e incluso un teléfono nuevo. La lista era interminable. Pero el fin justificaba los medios y siempre podía devolverle a su madre los trajes de Chanel para que los añadiera a la colección de su próxima subasta benéfica.
La empleada de recursos humanos le sonrió, pero la sonrisa no se reflejó en sus fríos ojos azules. ¿Por allí eran todos así? ¿Tan distantes? Pero entonces pensó otra cosa. ¿Sería esa mujer el topo que su padre tenía en Desarrollos Richmond y que le había conseguido el puesto para espiar a uno de los directores?
–En esta oficina intentamos usar el menor papel posible, así que tomarás todas tus notas en el ordenador o en el dispositivo que se te entregará. Te daremos tus contraseñas por correo electrónico. No las compartas con nadie. ¿Entendido?
Esas palabras fueron como un puñetazo en el estómago.
Nadie sabía qué la había llevado hasta allí. Bueno, nadie excepto ella, su padre, la organización benéfica a la que le habían robado los fondos y la escoria asquerosa que los había robado. Así que sí, algunas personas lo sabían. Y esas palabras en concreto le habían recordado lo estúpida que había sido al permitirle a su novio usar su ordenador.
«Exnovio», se dijo con un nudo en la garganta.
–No se preocupe. Me tomo muy en serio la seguridad.
«Ahora».
Había aprendido la lección cuando su exnovio, el director de la organización benéfica Nuestra Gente, Nuestros Hogares, le había pedido el ordenador para acceder a la cuenta bancaria y vaciarla. Y aunque era una persona que podía perdonar muchas cosas, jamás perdonaría a Mark por haber robado a personas tan necesitadas y haberla obligado a tener que pedir ayuda a su padre.
Movida por un sentimiento de responsabilidad para con la organización benéfica, se había ofrecido a devolver los dos millones y medio robados con dinero de un fondo que su abuela había creado para ella pero que no se le permitía administrar por algunos actos de rebeldía que había cometido de adolescente. De modo que su padre, que era el administrador del fideicomiso, había accedido a darle el dinero si ella a cambio espiaba a su mayor rival.
–El señor Richmond llegará en un momento. Y aunque él mismo se ocupa básicamente de todo lo que necesita, prepárate para asistir a algunas reuniones, porque sí que te pedirá que tomes algunas notas y las subas a la nube que compartirás solo con él. ¿Queda claro?
–Clarísimo.
–Si me necesitas, contacta conmigo por teléfono o correo electrónico. Tienes mis datos en el ordenador.
–Gracias. Seguro que lo haré bien.
–Tendrás que hacerlo mejor que bien. El señor Richmond siempre ofrece lo mejor y eso es exactamente lo que espera recibir.
–Tomo nota. ¿Algo más?
–Nada más de momento. Que tengas un buen día.
En cuanto se quedó sola, se recostó en su silla y comenzó a girarla.
–El señor Richmond siempre ofrece lo mejor y eso es exactamente lo que espera recibir –murmuró mientras daba un par de vueltas más.
De pronto oyó un sonido tras ella y plantó en el suelo los carísimos zapatos que llevaba para frenar la silla.
Al girarse vio a un hombre ataviado con un traje negro que, claramente, estaba hecho a medida. Todo en él resultaba impecable, desde sus zapatos resplandecientes hasta su cabello perfectamente peinado. Ni siquiera la ligera barba que le cubría la cara tenía un solo pelo fuera de su sitio.
–La señorita Wilson, supongo.
Esa voz profunda y bien modulada la derritió por dentro.
¡Pero un momento! Eso no le tenía que estar pasando. Había renunciado a los hombres durante un buen tiempo o tal vez incluso para siempre, ¿no?
A pesar de que la habían pillado haciendo el tonto en el trabajo y de su extraña reacción, logró reunir valor y levantarse para saludarlo.
–Sí –respondió al estrecharle la mano con la sonrisa que había estado practicando todo el fin de semana–. Por favor, llámeme Tami. ¿Y usted es el señor Richmond?
Él la miró con unos ojos grises claros que parecían estar atravesándola y vaciló un instante antes de darle la mano. En cuanto la tocó y sonrió, Tami sintió un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo y se dirigió a sus partes femeninas.
¡Qué sonrisa!
–Soy Keaton. Aquí hay dos señores Richmond y somos gemelos idénticos, así que tendrás que encontrar el modo de distinguirnos. Deberás trabajar conmigo y solo conmigo, ¿entendido?
¿Pero qué le pasaba a esa gente con todas esas normas? Necesitaban soltarse y relajarse un poco.
Aunque, dado el drama que se había aireado por todas partes cuando el padre de Keaton había fallecido repentinamente y se había desvelado que llevaba una vida secreta al otro lado del país que incluía esposa e hijos, tal vez podía entender que fueran tan estrictos y cautos.
–¿Tami?
–Ah, sí, lo siento. Por supuesto –respondió avergonzada porque, una vez más, la habían pillado descentrada.
Sentía las mejillas ardiendo y sabía que estaría ruborizada.
«Bien hecho. Has dado una primera impresión muy buena», se dijo.
Cuando vio a su nueva ayudante de dirección sonrojarse, Keaton empezó a preguntarse si había hecho lo correcto al dejar que Monique se ocupara sola de entrevistarla.
Tal vez no había sido tan meticulosa como siempre en el proceso de selección, o tal vez que la hubiera elegido a ella como la mejor era muestra del tipo de personas que ahora solicitaban trabajo en Desarrollos Richmond.
Desde el escándalo generado por la doble vida de su padre y el daño que había hecho al apellido familiar y a la empresa, el desánimo y el desinterés habían reinado en la oficina. Varios empleados importantes se habían marchado y como consecuencia ahora tenía a esa mujer delante.
–Por favor, ven a mi despacho para que repasemos algunas cosas.
–¿Debo tomar notas?
La vio morderse el labio inferior y durante un instante se quedó hipnotizado por esa carnosa boca. Se obligó a reaccionar y la miró a los ojos color avellana. No recordaba la última vez que había conocido a alguien con esa mezcla tan perfecta de marrón y verde ni con unas pestañas tan densas y oscuras. ¿Serían naturales? Bueno, eso no era asunto suyo, se dijo con firmeza antes de responderle a su pregunta.
–A menos que tengas una memoria privilegiada, creo que sería una buena idea, por lo menos hasta que nos acostumbremos a trabajar juntos.
Eso contando con que siguieran trabajando juntos, porque resultaba toda una distracción y lo último que él necesitaba ahora mismo eran distracciones.
Entró en el despacho y Tami lo siguió.
Cuando se sentaron, a ella se le subió el dobladillo de la falda y él, por mucho que lo intentó, no pudo evitar fijarse en ese muslo tan torneado y ensalzado por esas finísimas y elegantes medias negras. En la mano tenía un puntero para el móvil que, al igual que su ropa, era elegante y parecía caro.
Estaba claro que a la señorita Wilson no le faltaba el dinero. Ahora solo esperaba que trabajara con tanto empeño como con el que parecía comprar.
Pero se fijó además en que no tenía el equipo reglamentario de Desarrollos Richmond.
Suponía que aún no le habían facilitado su dispositivo corporativo y que ese teléfono era el suyo personal, pero tendría que asegurarse de que Tami entendía que toda la información que anotara se convertiría en propiedad de la empresa.
No podían permitirse que nada, ya fuera material intelectual o de otra clase, se compartiera con el mundo exterior involuntariamente. Sus rivales eran como tiburones dando vueltas alrededor de su presa a la espera de que se derrumbaran en un mercado complicado y altamente competitivo.
Decidiendo solucionar ese asunto de inmediato, levantó su tableta de la mesa y abrió una página en blanco. No era muy protocolario que compartiera su dispositivo, pero el documento se guardaría en la nube compartida y ella podría acceder desde su ordenador y su dispositivo corporativos en cuanto le dieran las contraseñas.
–Toma. En lugar de abarrotar tu teléfono personal con información corporativa, usa mi dispositivo. Si escribes en esta pantalla, tus notas se convertirán en un documento y los dos podremos acceder a ellas tras nuestra charla.
–En mi anterior trabajo eran mucho menos estrictos con los procedimientos a la hora de tomar notas.
–Antes éramos menos cuidadosos, pero hace poco decidimos controlarlo todo más. Bueno, háblame un poco de ti. ¿Exactamente dónde trabajabas antes de venir aquí y qué te animó a querer trabajar para nosotros?
–Eh… Trabajaba para una organización benéfica que ayuda a desplazados y que, además de darles comida y alojamiento, intenta reubicarlos en hogares de verdad. Era un trabajo que suponía todo un reto y que además resultaba gratificante, pero –respiró hondo y añadió–: había llegado el momento de cambiar. En cuanto a querer trabajar con Desarrollos Richmond, creo que es una empresa sólida y con muy buena reputación por su integridad. ¿Quién no querría trabajar aquí? Aunque mi trabajo en la organización benéfica me permitía hacer tareas muy diversas dentro de mi puesto, veo esto como una oportunidad para perfeccionar mis habilidades en organización y desarrollo de proyectos.
Fue una buena respuesta, pero Keaton no pudo evitar pensar que había muchas cosas que no había dicho, como por ejemplo: ¿Por qué había dejado la organización si tanto disfrutaba trabajando en ella?
–¿Y qué haces en tu tiempo libre?
Ella se rio.
Fue una risa encantadora que le produjo un cosquilleo cálido y le hizo sonreír sin darse cuenta.
–No me puedo permitir mucho tiempo libre. El trabajo en la organización ocupaba todo mi tiempo libre y además me gusta trabajar de voluntaria allá donde puedo. Me gusta ser útil, y ofrecer apoyo a quienes lo necesitan me resulta profundamente gratificante. Pero las noches que no estoy ayudando en el albergue, me relaja hacer punto, también con fines benéficos.
–¿Hacer punto? ¿Eso no es algo que hacen las personas mayores?
Tami enarcó una ceja y esbozó una sonrisa.
–¿Personas mayores? ¿No es eso un poco discriminatorio, señor Richmond? Creía que su empresa presumía de su enfoque integrador.
Fue sutil, pero claramente lo estaba reprendiendo y él tuvo la cortesía de admitir su fallo.
–Lo siento, sí. Ha sido inapropiado por mi parte. Y, por favor, llámame «Keaton». Si te soy sincero, creo que nunca he conocido a nadie que haga punto.
–¡Pues es maravilloso! –respondió ella con los ojos brillantes de entusiasmo–. Te permite trabajar con colores y texturas y ver algo convertirse en una prenda que puede ser bonita y funcional al mismo tiempo.
–Bueno, visto así… –contestó él riéndose.
Era distinta, de eso no había duda.
Y si no tenía cuidado, estaba seguro de que acabaría dándole clases de punto porque parecía muy dispuesta a ello.
Además, le impresionó que no hubiera tenido ningún reparo en llamarle la atención por su comentario discriminatorio.
Tal vez sería un golpe de aire fresco en la oficina y eso era algo que no les vendría nada mal.
Pero no estaban ahí para divertirse, se recordó.
Tenían un negocio que reflotar.
–Bueno, si sacas el puntero de ahí arriba –le dijo señalando al punto de donde se extraía la herramienta con la que escribir en la pantalla–, podemos empezar.
Esperó a que lo hiciera y continuó:
–Imagino que estarás al tanto de que Desarrollos Richmond se ha tambaleado desde que murió Douglas Richmond, mi padre y nuestro director ejecutivo. Su muerte repentina y el descubrimiento de que tenía otra familia les facilitó más forraje a los medios de comunicación para crear mala prensa contra la compañía. No podemos permitirnos más publicidad de ese tipo ni contra la empresa ni contra los que trabajan en ella.
–Leí lo de la muerte de tu padre. Mis condolencias por la pérdida. Debe de haber sido muy duro para toda la familia.
Keaton sintió todos los músculos de su cuerpo tensarse y luego relajarse.
Bueno, entonces Tami estaba al tanto de los cotilleos. Al menos así no tendría que tratar el tema y explicarle la situación en profundidad.
–Ahora mismo estamos en fase de reconstrucción y una parte de esa fase consiste en reforzar las relaciones, primero dentro de la compañía y después con nuestros proveedores y clientes.
–Buen plan.
–Gracias por tu aprobación –le respondió sonriendo.
Y así, sin más, ella se sonrojó otra vez.
–No pretendía sonar condescendiente –dijo nerviosa.
–No lo has hecho. Tú y yo nos encontramos en una posición única. No hemos trabajado juntos antes, lo cual puede resultar problemático en ciertos aspectos, aunque en otros nos ofrece un lienzo en blanco sobre el que trabajar. Por recomendación del asesor que contratamos para levantar la moral de los empleados, tanto Desarrollos Richmond como Construcciones DR vamos a realizar un retiro corporativo en plena naturaleza. Queremos construir una relación laboral fuerte entre las dos empresas y eso comienza por los empleados. Tú y yo formaremos un equipo de dos. Los otros equipos serán más grandes, obviamente, en función del tamaño de los departamentos correspondientes.
Tami frunció el ceño mientras decía:
–Un equipo de dos. Solo nosotros. Juntos.
–Sí. Admito que no es lo ideal ya que ni siquiera nos conocemos, pero mañana a primera hora de la mañana nos embarcaremos en nuestra experiencia de desarrollo de equipo. Es una buena oportunidad para que descubramos los puntos fuertes y débiles de cada uno a la vez que probamos las actividades que ofrece el curso y nos aseguramos de que los servicios que hemos contratado cumplen nuestros requisitos. Los demás se reunirán con nosotros allí el sábado por la mañana.
–¿Mañana? ¿No es demasiado pronto? ¿Y si no me siento cómoda? Como bien has dicho, ni siquiera nos conocemos. ¿Y «en plena naturaleza»? –su voz se alzó varias octavas al pronunciar la última palabra–. Soy una chica de ciudad. Nunca he hecho nada en plena naturaleza.
–Ni yo, así que esto nos da la oportunidad perfecta para cambiarlo. Mandaré un coche a recogerte a tu casa a las cero cinco.
–¿A las cinco de la mañana? ¿No te parece un poco temprano? –soltó una risita nerviosa.
–Tami, seguro que no hace falta que te recuerde que estás en periodo de prueba según los términos del contrato que has firmado. Cualquiera de los dos podemos finalizar el contrato. Si no quieres trabajar aquí, por favor márchate con total libertad.
Ella lo miró con esos ojos marrones verdosos cargados de asombro.
–¡No! –exclamó antes de que su rostro se recompusiera–. Estaré lista a las cinco en punto, tal como me has pedido. ¿Tienes una lista de lo que tengo que meter en el equipaje?
–Pues resulta que sí –respondió dejando una hoja sobre el escritorio.
–Pensé que preferíais no usar papel en la oficina –comentó antes de taparse la boca con la mano–. Perdón otra vez. A veces tengo la costumbre de hablar antes de pensar.
–Bueno, pues entonces parece que nuestro viaje va a ser muy interesante porque a mí también se me ha acusado de lo mismo. Tal vez podamos trabajarlo juntos, ¿no?
Tami asintió y leyó la lista.
–¿Botas de montaña? ¿Mochila grande para el equipaje y mochila pequeña para las excursiones diarias? ¿Ropa de noche? Qué lista tan curiosa. ¿Adónde vamos exactamente?
–A Sedona.
–Pero eso está…
–En Arizona. Son unas tres horas de vuelo que haremos en el jet de la empresa y después un trayecto en coche de unos cuarenta y cinco minutos hasta nuestro destino.
–De acuerdo. Me aseguraré de tener todo esto listo para mañana.
–Soy consciente de que es probable que no tengas todo lo que se requiere, así que te propongo que te marches de la oficina al mediodía para comprar todo lo que necesites. Y asegúrate de pasar los recibos a contabilidad. Te lo reembolsarán.
Ella asintió y lo miró.
¡Qué ojos!
Lo estaba mirando con intensidad, como si estuviera intentando leerle la mente y atravesarle el alma.
Se sintió incómodo porque no le gustaba que algo tan inocente como una mirada pudiera provocar ese efecto en él. ¿Sería porque últimamente era demasiado desconfiado y veía villanos por todas partes?
Sabía que Recursos Humanos habría investigado exhaustivamente a Tami Wilson antes de su entrevista, así que, ¿por qué le producía esa inquietud?
¿Sería por su atractivo? No debería importarle lo más mínimo su aspecto. Ya se había enamorado de una chica de la oficina una vez y había salido escaldado cuando su por entonces prometida se había acostado con su hermano gemelo. Sí, de acuerdo, en un principio ella había creído que Logan era él, pero lo sucedido había destruido su relación y aunque los tres habían seguido trabajando juntos, aquello generó una atmósfera de tensión que afectó también a todos los que los rodeaban.
Bajo ningún concepto volvería a pasar por algo así, por muy atractiva que fuera la persona con la que trabajara.
Bajó la mirada al escritorio, tecleó algo y volvió a mirarla.
–¿Alguna pregunta?
–No. Creo que tengo todo lo que necesito.
–Bien. Entonces, por favor, dame la tableta para que compruebe que todas las notas que has tomado se han enviado a nuestra nube. Podrás acceder a ellas desde tu ordenador y luego también desde tu tableta personal cuando te la entreguen.
Cuando ella le devolvió el dispositivo, sus dedos se rozaron. Fue un contacto de lo más ligero que, aun así, lo hizo encogerse por dentro.
«Te sientes atraído por ella».
Incluso ignorando su voz interior, no pudo evitar mirar a Tami mientras se levantaba y salía del despacho. La forma de la falda ensalzaba la dulce curva de su trasero y la chaqueta se entallaba lo suficiente en la cintura como para mostrar una perfecta figura de reloj de arena.
Pero como sabía que estaba siendo un idiota por fijarse en esas cosas, se giró hacia la ventana y miró la lluvia que caía por los cristales y oscurecía el paisaje urbano.
Las actividades campestres serían bastante duras de por sí sin la complicación añadida de la señorita Tami Wilson.
¿Cómo llevarían lo de estar juntos día… y noche?
Mientras el avión descendía hacia el aeropuerto, Tami se apartó de la ventanilla todo lo que le permitió el cinturón de seguridad. Aunque estaba segura de que las vistas de los acantilados serían una maravilla, lo que menos le apetecía era verlos ahora que el avión se aproximaba al suelo.
El vuelo en el jet de la empresa había sido cómodo exceptuando por la proximidad de su jefe y su miedo a volar.