Experto en seducción - Emma Darcy - E-Book
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Experto en seducción E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Max era el número uno: en los negocios y en el amor. Antes de que el escándalo salpicara a la estrella de su serie de televisión, el millonario Maximilian Hart apartó a la bella e inocente Chloe de los periodistas sensacionalistas. ¿Y qué mejor escondite que su mansión? Pero el plan del apuesto magnate no se limitaba a proteger su inversión… ¡la quería en su cama! Él la había apartado del peligro, pero Chloe se vio sumida en otro aún mayor: Max era el mejor, tanto en los negocios como en la seducción.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2009 Emma Darcy . Todos los derechos reservados.

EXPERTO EN SEDUCCIÓN, N.º 2177 - agosto 2012

Título original: The Master Player

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0730-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

MAXIMILIAN Hart la observó. La fiesta de presentación de la nueva serie televisiva estaba abarrotada de celebridades, con multitud de mujeres más hermosas que la que él contemplaba, pero ella las eclipsaba a todas. Destilaba una sencillez que atraía tanto a hombres como a mujeres. Era la vecina que a todos gustaba y en la que todos confiaban, pensó, y su suave feminidad hacía que todos los hombres quisieran acostarse con ella.

Su aspecto no resultaba duro ni intimidante. De pelo rubio, llevaba una melena corta, suelta y natural. Cuando sonreía le salían hoyuelos en las mejillas. El rostro era dulce y el cuerpo tenía suaves curvas que no resultaban amenazadoras para otras mujeres, pero sí muy atractivas para los hombres.

Los ojos eran la clave de su atractivo. Azules y brillantes, sugerían su capacidad de escucha y empatía. No había protección frente a ellos: mostraban cada emoción, transmitían una vulnerabilidad que despertaba el instinto protector de cualquier hombre, además de otros más básicos.

La generosa boca resultaba casi tan expresiva como los ojos. Aquella mujer tenía el don de hacer creer que realmente sentía lo que estaba interpretando, no que era una actriz representando un papel. Era un don que podía convertirla en una gran estrella, más allá de la serie de televisión que él había comprado y reescrito para hacer lucir su talento.

Extrañamente, no parecía que a ella le importara ese objetivo. Los que sí lo perseguían eran su dominante madre y su ambicioso marido, que le escribía los guiones. Ella cumplía la voluntad de ambos sin quejarse, aunque a veces Max la sorprendía con la mirada perdida, cuando creía que nadie la miraba, cuando no tenía que comportarse según los deseos de otros… cuando no estaba «en escena».

Aquella noche sí que lo estaba, y todos se le acercaban, fascinados, para recibir su atención aunque fuera un momento. Sin embargo, los más cercanos a ella no estaban a su lado, comprobó Max. No le extrañaba. Ni a la madre ni al marido les gustaba quedar en segundo plano, algo que sucedía en cuanto aparecían junto a ella en público.

Paseó la mirada por la habitación y no le sorprendió ver a la madre parloteando con un grupo de ejecutivos televisivos, aumentando su red de contactos. No le gustaba hacer negocios con ella, pero era inevitable dado que se había autoproclamado agente de su hija. Sus reuniones siempre eran cortas, y él rechazaba fríamente cualquier intento de relación más personal.

Prepotente, con un ego descomunal, Stephanie Rollins era la peor madre de artista posible. Llamaba la atención a gritos con su cabello teñido de vívido color zanahoria, y el corte masculino acentuaba su actitud de «soy tan buena como cualquier hombre y mejor que muchos». Aunque no había nada masculino en su cuerpo, que vestía con una agresiva carga sexual: pronunciado escote, faldas ajustadas, altísimos tacones.

Todo lo usaba como un arma en su constante lucha por salirse con la suya. No había nada de ella que le gustara. Incluso el nombre que había escogido para su hija, Chloe, resultaba calculadamente artístico. Chloe Rollins. Era un nombre armónico, pero a Max le resultaba demasiado afectado para la Chloe que él veía. Algo sencillo le iría mejor: Mary.

Mary Hart.

Sonrió de medio lado al añadir su apellido. Él no tenía interés en casarse. Satisfacía sus urgencias sexuales con la amante de turno, y su mayordomo y su cocinera se ocupaban del resto de funciones que haría una esposa. Además, Chloe estaba casada, y a él no le gustaba meterse en terreno de otros, ni siquiera para una aventura: controlaba su vida privada tanto como sus negocios.

¿Cómo estaría sacando provecho de aquella fiesta el marido de Chloe?, se preguntó. Paseó la vista en busca de aquel atractivo embaucador. Tony Lipton era un tipo con mucha labia pero escaso talento para escribir. Todos sus guiones debían ser reformulados por el equipo de guionistas. No formaría parte de la serie si no estuviera incluido en el trato con Chloe.

Interesante, el tipo no estaba llamando la atención… Se encontraba en una esquina, casi de espaldas a la multitud, y parecía estar discutiendo con la asistente personal de Chloe, Laura Farrell. Vio irritada frustración en el rostro de él; irritada determinación en el de ella. Tony la agarró fuertemente del brazo. Ella se soltó e, hirviendo de resentimiento, se abrió paso a empujones en dirección a Chloe.

Max se puso en estado de alerta. En la sala había muchos periodistas. No quería que nada les distrajera del éxito de su nueva serie, especialmente nada desagradable relacionado con la protagonista.

Se puso en marcha, pero partía del otro extremo de la sala, y no pudo interceptar a Laura, que se coló entre la multitud que rodeaba a Chloe, y le dijo algo cargado de veneno al oído.

Al ver la expresión traumatizada de su estrella, Max supo que se trataba de un problema grave. Afortunadamente, la alcanzó pocos segundos después de Laura y ocultó su reacción con su impresionante físico.

–Fuera de mi camino, Laura –ordenó, con tal frialdad que la asistente se giró sorprendida.

En un rápido movimiento, Max abrazó a Chloe por la cintura y la alejó de la otra mujer. Se inclinó como si tuviera algo importante que comentarle, mientras con la otra mano se aseguraba de que nadie los interrumpía.

–No montes una escena –le urgió en voz baja–. Ven conmigo y te llevaré a un lugar seguro donde podremos comentar este problema en privado.

Ella no respondió. Tenía la mirada perdida, clavada al frente, y caminaba como una autómata a su lado. Debía de ser terrible lo que Laura le había dicho.

Su reacción inmediata fue querer protegerla, proteger la inversión que suponía, y lo hizo con la misma determinación con que perseguía cualquier objetivo. No le importó lo que la madre o el marido pensaran de él. Sacó a Chloe del salón sin dar explicaciones, impidiendo con la mirada cualquier intento de seguirlos. Nadie quería tener en su contra al magnate de la televisión australiana.

Aquella noche, había reservado la suite del ático para su mayor comodidad. Deseoso de recrearse en la satisfacción por contar con Chloe Rollins, no había invitado a su amante del momento a la fiesta, así que no había riesgo de una incómoda escena si subía allí a Chloe. Y para ella era una huida rápida y efectiva.

No le pidió su consentimiento: ella no oía nada, no parecía darse cuenta de nada. No protestó ni una vez conforme él la metía en el ascensor, la conducía a su suite, cerraba con llave al entrar y le indicaba que se sentara en un cómodo sofá.

Ella no se relajaba. Max se planteó si sabría que estaba sentada. Se acercó al bar y sirvió una generosa copa de brandy. Y un whisky para él; quería resultar amigable en lugar de intimidante cuando el brandy la resucitara.

Ella no se sentía cómoda en su presencia, lo sabía. Seguramente su personalidad era demasiado fuerte para que a ella le gustara a la primera, él no necesitaba agradar a nadie. Pero en aquel momento estaba al cargo y quería que ella aceptara la situación, confiara en él, le contara el problema y le dejara resolverlo, porque claramente no podía manejarlo sola, y él necesitaba a su actriz estrella a pleno rendimiento. Maximilian Hart nunca fracasaba.

–¡Bébete esto!

Chloe vio la enorme copa de balón yendo hacia sus manos, lánguidas sobre el regazo. A pesar del shock, supo que o la agarraba o se derramaría el contenido. La sujetó con ambas manos.

–¡Bebe!

La imperiosa orden hizo que se la acercara a los labios. Dio un sorbo, y el fuego líquido le abrasó el paladar y la garganta a su paso, le encendió las mejillas y sacó a su cerebro del entumecimiento. Dirigió una mirada de protesta al responsable de aquello: Maximilian Hart.

Se estremeció. El poder que él emanaba hizo que se le encogiera el estómago.

–Eso está mejor –dijo él con satisfacción.

Chloe tuvo la impresión de que no era posible ocultarle nada. Él lo sabía todo y se preocupaba solo de lo que pudiera beneficiarlo en el mundo en el que era el rey.

Sintió alivio cuando lo vio sentarse en una butaca algo alejada. Observó su cuerpo grande y fuerte, y sus elegantes manos sujetando su propia copa.

Era un hombre enormemente atractivo. Su pelo oscuro, rasgos marcados, ojos castaños, piel bronceada y boca perfecta, contribuían a su toque de distinción. Pero era su aura de poder lo que le daba el carisma; hacía que todo lo demás pareciera un mero adorno en aquella dinámica persona que podía hacerse cargo de cualquier cosa y lograr que funcionara.

Eso aumentaba su atractivo sexual y, aunque ella no quería, su feminidad estaba revolucionada tanto a nivel físico como mental. No podía aplacar aquel magnetismo, que le despertaba sentimientos que no debería desarrollar. Era alarmante encontrarse a solas con él.

Contempló lo que la rodeaba. Parecía una suite ejecutiva. Con una cama extragrande. Le recordó a la que Tony había insistido en que compraran para su dormitorio.

¿La habría usado con Laura? ¿Habría cometido allí la peor de las traiciones?

–¿Qué te ha dicho Laura Farrell?

Miró de nuevo a Maximilian Hart. Sabía que la única alternativa era decirle la verdad. Por otro lado, no podría ocultarla. Laura no lo deseaba, ni ella tampoco. Después de aquello, nada lograría que retomara su matrimonio.

–Ha estado manteniendo una aventura con mi marido –respondió.

Aquello era una doble traición: de la mujer que creía una amiga y del hombre que supuestamente la amaba.

–Y ahora está embarazada… de él.

Y pensar que Tony le había negado un bebé porque aquella serie era una oportunidad demasiado jugosa para dejarla pasar…

Chloe tembló al tener que confesar lo peor de todo.

–Pero no quiere dejarme por ella, porque le resulto muy rentable.

Cerró los ojos entre lágrimas de amargura.

–Por supuesto que no quiere dejarte –comentó Max con cinismo–. La cuestión es, ¿y tú a él?

La ira explotó en su interior, taladrando una montaña de viejas heridas que se había ido formando al resignarse a la vida que su madre le había impuesto desde su niñez, sin darle otras opciones. El matrimonio con Tony había sido parte de eso, y también el no poder tener un bebé. «Se acabó», juró en su interior.

Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y miró fijamente al hombre que esperaba su respuesta.

–Sí –contestó con vehemencia–. No permitiré que ni tú, ni Tony, ni mi madre hagáis como si no hubiera pasado nada. Me da igual si esto afecta a mi imagen. No volveré a aceptarlo como esposo.

–¡Perfecto! –la alabó él–. Solo quería saber cómo afrontar mejor la situación, dada nuestra abrupta salida de la fiesta.

–Tampoco voy a regresar allí –añadió ella, en plena rebelión–. No quiero verle, hablarle, ni estar cerca de él. Ni tampoco quiero oír a mi madre.

Vio que él la observaba pensativo unos momentos y se sintió como una mariposa disecada, examinada minuciosamente. Apartó la mirada y bebió un trago de brandy, deseando que su fuego quemara la humillación de no ser más que una máquina de hacer dinero para la gente que le había llevado a aquel punto.

Maximilian Hart no era diferente, se recordó con dureza. Solo se preocupaba por ella dada su gigantesca inversión en la serie. Aunque le agradecía que la hubiera sacado de la fiesta. Obviamente, había advertido el impacto de la confesión de Laura y había actuado para minimizar el daño.

El show debía continuar. Pero no aquella noche. No con ella.

–Seguro que tu marido está ideando cómo culpar a Laura Farrell de lo ocurrido y quedar él como la víctima inocente de una mujer celosa –señaló él.

Chloe se estremeció.

–Lo cual sería una tremenda mentira –continuó él–. Los vi hablando de manera muy íntima antes de que ella se abalanzara sobre ti. Estaba furiosa con él. La conexión entre ambos era palpable.

–El bebé así lo demostrará –murmuró ella con amargura.

–No, si alguien la convence para que aborte… Y no seré yo.

Chloe lo miró, horrorizada. Para Tony y su madre, esa opción sería la manera de evitar un incómodo escándalo, y de que todo continuara como habían planeado.

Empezaba a dolerle la cabeza.

–Tengo que escapar de ellos –dijo, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

Intentó encontrar una manera de huir, pero todo lo que poseía estaba atado y bien atado por Tony y su madre: su dinero, su casa, su vida entera.

–Yo puedo protegerte, Chloe.

Eso la sorprendió. Lo miró confusa y angustiada. Su expresión arrogante, de confianza en sí mismo, le recordó lo poderoso que era. Su mirada destilaba tal fuerza que le hizo estremecerse. Sin duda, Maximilian Hart podía protegerla si ella lo deseaba, pero ¿qué implicaría eso?

–Necesitas trasladarte a un refugio, un lugar donde haya tanta seguridad que nadie pueda llegar a ti a menos que así lo quieras –sentenció él–. Puedo ofrecértelo fácilmente.

«Un remanso de paz», pensó ella.

Los detalles prácticos planteaban algunas dificultades:

–Toda mi ropa está en mi casa –advirtió.

–Una empresa de mudanzas recogerá tus cosas.

–Ni siquiera llevo encima mi tarjeta de crédito.

–Pondré a un abogado a solucionar tu situación financiera. Mientras tanto, te abriré una cuenta bancaria que cubra tus necesidades hasta que puedas disponer de tu propio dinero.

Chloe frunció el ceño.

–Mi madre luchará por mantener el control.

–Dudo de que cuente con más armas que yo –rebatió él, con un brillo implacable en la mirada.

Tenía razón. Su madre no tenía nada que hacer contra él.

Empezó a ver un asomo de libertad.

–Confía en mí, Chloe. No hay nada que no pueda hacer para convertirte en alguien independiente. Si eso es lo que quieres, claro.

«Sí», deseaba responder. Pero la sensación de que iba a salir de una forma de posesión para meterse en otra, tal vez peor, la contuvo.

–¿Por qué haces esto por mí? –inquirió, suspicaz.

–Quiero que esta serie salga adelante, es un proyecto que llevo planificando desde hace mucho tiempo. Tú eres la pieza clave, necesito que actúes como solo tú sabes hacerlo. Si eso implica liberarte de lo que te angustia, y asegurarte que esas personas no van a molestarte, lo haré. Crearé una cortina protectora a tu alrededor que nadie podrá traspasar sin tu permiso. Lo único que pido a cambio es que sigas trabajando en la serie hasta terminar el contrato.

Estaba protegiendo su inversión, tenía sentido, se dijo Chloe. Aquello era un negocio, no un asunto personal. De pronto, sus temores le parecieron ridículos. Sintió que podía hacer lo que le pedía si no tenía que tratar con su madre, Tony o Laura.

–Los alejaré de ti –aseguró él con voz suave–. Tan solo di «sí».

Su corazón maltratado empezó a verlo como un caballero andante liberándola de sus dragones, en lugar de un mentor dominante que solo la utilizaba para su propio provecho. Era más que seductor.

–Sí, es lo que quiero –afirmó.

–Bien –dijo él, como si ya lo supiera y solo hubiera esperado que ella lo reconociera, y se puso en pie como saboreando la batalla por llegar–. Estarás completamente a salvo si me esperas aquí. Necesitarás comer algo. Pide lo que quieras al servicio de habitaciones. Siéntete como en tu casa, esta noche no tendrás que sufrir más acosos de ningún tipo.

–¿Adónde vas?

–Regreso a la fiesta –respondió él, y sonrió de satisfacción personal–. Cuando haya terminado allí, dudo de que nadie tenga ganas de cuestionar tu decisión.

«Mi decisión», pensó Chloe. Una decisión independiente.

Abrumada, observó alejarse al hombre que la había hecho posible y que iba a ponerla en práctica. Maximilian Hart, un hombre con el poder para hacer lo que se proponía.

Y estaba a punto de utilizar ese poder para liberarla de la vida de la que había deseado escapar desde que podía recordar.

Capítulo 2

QUÉ SUCEDE, Max?

Fue lo primero que escuchó nada más regresar a la fiesta. Se lo preguntaba Lisa Cox, editora de la sección de ocio de uno de los principales periódicos, oliéndose una historia más interesante que el lanzamiento de una nueva serie de televisión.

–Has salido de aquí con Chloe, que parecía medio muerta, y regresas solo –añadió.

–Chloe está descansando –aseguró él.

–¿Le ocurre algo?

–La fiesta le ha agotado, continuamente atendiendo a la gente, sin detenerse a comer ni beber. Necesitaba una buena dosis de azúcar. Y ahora, si me disculpas, tengo que hablar con su madre –dijo, y recorrió el salón con la mirada en busca del cabello color zanahoria.

–¿Va a suponer esto un problema para la serie? –insistió la periodista.

Max esbozó una sonrisa gélida.

–No. Alguien tiene que cuidar de ella, eso es todo. Y me aseguraré de que así sea.

Y tras decir eso, dio por cerrado el asunto. Nada de cotilleos.

Stephanie Rollins se encontraba en la esquina más alejada del salón, inmersa en una acalorada discusión con Tony Lipton y Laura Farrell. Eran los únicos que no se habían percatado de que Max había regresado, y menos aún de que se dirigía hacia ellos.

Laura Farrell era alta, delgada, con una larga melena castaña, ropa clásica y de buena calidad, y ojos de gata. Max había visto envidia y desprecio en ellos al mirar a Chloe, como si fuera estúpida y no se mereciera su estatus de estrella.

Sin embargo, Chloe siempre trataba de ayudarla. Esa noche, aquella lagarta había enseñado su verdadero rostro. Max estaba deseando eliminarla del entorno de Chloe.

Y a Tony Lipton también, a él incluso más. Ese adulador de pacotilla que se había aprovechado de las circunstancias sin preocuparse de la mujer que lo mantenía. Rubio y de ojos verdes, parecía un clon de Robert Redford en sus mejores tiempos, pero su único talento consistía en tener buen aspecto y autoadularse.

«El otoño ha llegado», pensó Max cuando Tony lo vio acercarse, se alarmó y advirtió a las dos mujeres. Ellas se apartaron, haciéndole sitio en el grupo. El rostro de Laura era una mezcla de temor y agresividad. Sin duda, sabía que no volvería a ser la asistente de Chloe, pero lucharía para conseguir una jugosa tajada de sus ganancias, a través de Tony. Seguro que no se había quedado embarazada por error.

Stephanie fruncía los labios furiosa. Obviamente, había calculado los costes de aquella bomba y no le gustaba el resultado. Pues le gustaría aún menos cuando le anunciara que Chloe estaba harta de su dominio.

La tensión que había en el grupo era palpable. Pero Max no iba a dirigirse a ellos delante de tantos espectadores.

–No dudo de que estáis todos preocupados respecto a Chloe –comenzó, sin poder evitar cierto sarcasmo–. La he llevado a una suite. Os sugiero que me acompañéis para que hablemos en privado. Será mejor que no digáis nada mientras salimos. No os gustarían las consecuencias.

–A mí no puedes hacerme nada –lo desafió Laura.

–¡Cierra la maldita boca! –le espetó Tony.

–Agárrate de mi brazo, Stephanie –ordenó Max, y miró gélidamente al otro hombre–. Síguenos, Tony, y lleva a tu mujer contigo.

No se regodeó en verlo ruborizarse. Abandonó la fiesta con Stephanie Rollins de su brazo, hablándole en voz baja de la necesidad de cuidar mejor a Chloe.

A los pocos minutos, entraban en una segunda suite ejecutiva con un mayordomo en la puerta. Max la había reservado al dejar a Chloe en la otra.

Una vez dentro, Stephanie fue la primera en reaccionar.

–¿Dónde está Chloe? –inquirió, incómoda al verse en una situación en la que no podía obtener beneficio alguno.

–Donde desea estar… lejos de vuestro alcance –respondió él, mirándolos con desdén–. Ya que fuiste tú quien contrató a Laura como asistente de Chloe, te sugiero que seas tú quien la despida, Stephanie. Será mejor que no vuelva a acercarse a ella, ¿entendido?

La mujer asintió, reconociendo que no había otra opción.

–De todas formas, no volvería a trabajar para ella –murmuró Laura.

Max la ignoró. Se giró hacia Tony.

–Estás despedido. Ya no perteneces al equipo de guionistas.

–No puedes hacer eso. Tengo un contrato –replicó él.

–Compraré tu parte. Mi abogado se pondrá en contacto contigo para llegar a un acuerdo. No quiero verte cerca de Chloe cuando grabe.

–Pero…

–Cuidado, Tony –le advirtió–. Puedo hacer que no vuelvas a trabajar en la industria televisiva nunca más.

–¡No es para tanto! Solo he cometido un error en mi vida privada. No tiene nada que ver con mi profesión –protestó él.

–No es privado cuando afecta a mi negocio. Cuidado, Tony… –repitió.

El hombre sacudió la cabeza, sin poder creer que acababa de salir del círculo de las estrellas, y que sin Chloe a su lado no tenía nada para negociar.

Satisfecho de ver que Tony era consciente de las consecuencias, Max se giró hacia la madre de Chloe. Por más que él quisiera perderlos de vista a todos, los lazos familiares eran algo delicado. Hasta que no lo consultara con Chloe, tendría que contenerse.

–No creo que hayas actuado para mayor beneficio de tu hija, Stephanie, cosa que deberías haber hecho doblemente: como madre y como agente.

–Yo no tengo nada que ver –gritó ella, con un gesto de rechazo hacia Laura y Tony.

–Elegiste a Laura y permitiste que Tony se sumara a la carrera de Chloe. Un error de juicio en ambos casos –señaló Max implacable–. Reúnete conmigo mañana a las once en mi despacho para discutir si vas a continuar o no siendo su agente.

–Eso es algo entre Chloe y yo –protestó con vehemencia.