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Un juez que en su juventud estuvo destinado en una remota provincia rusa entrega a un editor una novela sobre un crimen pasional, narrada en primera persona. En el libro se descubre la identidad del asesino, pero al editor no le encajan las piezas. Poco a poco, mediante el análisis del texto, va averiguando por él mismo que el crimen sigue impune, que la persona que acabó siendo condenada es inocente y que los hechos no ocurrieron tal y como los cuenta el autor del relato. Llevada al cine en 1944 por Douglas Sirk, con George Sanders y Linda Darnell como protagonistas, Extraña confesión es la primera novela larga publicada por Antón Chéjov y la única policíaca que escribió el gran autor ruso. Un paseo por el amor y la muerte, ambientado en la Rusia rural, que mantiene la intriga hasta la última página.
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Un juez que en su juventud estuvo destinado en una remota provincia rusa entrega a un editor una novela sobre un crimen pasional, narrada en primera persona. En el libro se descubre la identidad del asesino, pero al editor no le encajan las piezas. Poco a poco, mediante el análisis del texto, va averiguando por él mismo que el crimen sigue impune, que la persona que acabó siendo condenada es inocente y que los hechos no ocurrieron tal y como los cuenta el autor del relato. Llevada al cine en 1944 por Douglas Sirk, con George Sanders y Linda Darnell como protagonistas, Extraña confesión es la primera novela larga publicada por Antón Chéjov y la única policíaca que escribió el gran autor ruso. Un paseo por el amor y la muerte, ambientado en la Rusia rural, que mantiene la intriga hasta la última página.
Antón Chéjov
(Un drama en la cacería)
El séptimo círculo - 9
Título original: Un drame à la chaise (Histoire vraie)
Antón Chéjov, 1885
LA NOVELA POLICIAL propone (en cuanto al crimen propiamente dicho) problemas de situación y de ejecución. Todo problema de situación implica otro de ejecución, pero la recíproca no es indispensable.
El más famoso entre los primeros es el del crimen cometido en un cuarto cerrado; sus ejemplos más conocidos son The Big Bow mystery, de Zangwill, y El misterio del cuarto amarillo, de Leroux. Problema del mismo estilo, pero inverso, es el del crimen cometido en medio de una multitud, o ante numerosos testigos (El Dios de los Gongs, de Chesterton; Los anteojos negros, de Dickson Carr).
La ejecución puede ser practicada por cualquiera de los personajes visibles de la novela. En 1884, en Rusia, Antón Chejov inventó a este respecto una sorprendente intriga, hallazgo tanto más llamativo cuanto que en esa época regían los relatos honradamente expositivos de Gaboriau, y Edgar Poe había inventado el género pero no sus complicaciones. Cincuenta o sesenta años después, la invención aparece utilizada por Agatha Christie, Milward Kennedy y otros.
Pero Chejov agrega a esta invención estrictamente policial, el orden secreto del género, diríamos, otro mérito no menos digno de recordar: ser el precursor de la novela policial de tipo psicológico, una de las formas más evolucionadas de esta clase de ficción (Agatha Christie, Anthony Berkeley, Nicholas Blake, Richard Hull, Milward Kennedy, Graham Greene). Acerca de esto, Roger Caillois ha señalado el paralelismo existente entre este libro y el eximio cuento El fin de un juez, de Milward Kennedy (Los mejores cuentos policiales, Emecé Editores, 3.a edición, 1946).
El revuelto fondo moral de los personajes, sus pasiones, sus flaquezas —aspectos de que prescinde la novela policial ordinaria—, no son en Extraña confesión una riqueza suplementaria. Constituyen la materia de un intenso relato, pero éste no interesa únicamente como descripción de caracteres. Un lector atento podría construir una hipótesis policial con los datos psicológicos que suministra Chejov, con el desenfreno del conde Karnieiev, con el de Petrovich, con la resignación de Urbenín…
Con sorprendente sencillez, con inesperados recursos, Chejov crea un mundo armonioso y complejo, donde aparece ya el estilo de sus grandes obras; Extraña confesión es un relato lleno de fuerza, de dramatismo ascendente y deliberado, de accidental poesía. Corre por él un torrente de vida rusa de fin de siglo, de ignorancia, de bestialidad, en un abismo de miseria física y moral. Brückner dice que nunca se consumió tanto alcohol como el que bebieron los personajes de Sologub, Kuprin y Chejov. Garantizo que en Extraña confesión beben el suficiente para justificar cualquier crimen, pero también que la justificación es sorprendentemente lúcida.
Extraña confesión (Un drama en la cacería) apareció en folletines populares en 1884 y 1885. El gobierno ruso encontró esta primera novela de Chejov y la incluyó en la edición completa de sus obras, comenzada en 1930 y terminada en 1933.
MANUEL PEYROU
—¿CUÁL ES EL TEMA de su obra? —pregunté, con displicencia, al señor elegante, extremadamente ágil y desenvuelto, llamado Iván Kamychov, que necesitado de fondos y declarándose un principiante, me proponía la publicación de un grueso manuscrito.
—¿Qué le puedo decir?… El tema no es nuevo… Amor…, asesinato… Lea, usted verá… Son las memorias de un juez de instrucción. —Sin duda fruncí las cejas, porque Kamychov pestañeó, se estremeció y agregó rápidamente—: Mi relato está en viejo estilo judicial, pero usted encontrará un hecho real…, la verdad… Todo lo que evoco pasó ante mi vista, de pe a pa; fui testigo y hasta participé en el hecho…
—Lo importante no es la verdad, y no es indispensable haber visto un hecho para describirlo. Nuestro público está harto de los Gaboriau y de los Chkliarevski. Harto de asesinatos misteriosos, de hábiles detectives y de jueces sagaces. Es verdad que hay público y público. Hablo del que lee nuestro diario. ¿Cuál es el título de su relato?
—Un drama en la cacería.
—Veamos, no es un título serio… y, en verdad, tengo tantos textos para publicar que me es prácticamente imposible aceptar otros, aunque sean meritorios.
—A pesar de todo, señor, guarde mi manuscrito… Usted dice: «No es serio», pero no puede calificarse así lo que no se ha leído… ¿Ypor qué no quiere usted admitir que hasta los jueces de instrucción sepan escribir seriamente?
Kamychov balbuceaba, hacía girar un lápiz entre sus dedos y se miraba la punta de sus zapatos. Terminó por conmoverme.
—Perfectamente, déjeme su manuscrito. Pero no le prometo leerlo en seguida. Tendrá que esperar…
—¿Mucho tiempo?
—No sé… Vuelva dentro de dos o tres meses…
—¡Oh, cuánto tiempo! Bueno, no me atrevo a insistir…, será como usted quiera.
Se levantó y tomó su gorra con escarapela, su gorra de funcionario.
—Gracias por haberme recibido —dijo—. Voy a alimentarme de esperanzas… Tres meses de esperanzas…, pero no quiero molestarlo más… Tengo el honor de saludarlo.
—¡Una palabra! —dije, hojeando su voluminoso infolio, escrito con letra muy fina—. Su relato está en primera persona; el juez de instrucción ¿es usted mismo?
—Sí, pero bajo otro nombre. Mi papel, en esa historia, fue bastante equívoco… Hubiera sido molesto figurar con mi propio nombre… ¿Habíamos dicho tres meses?
—Sí, por lo menos.
—Adiós; que siga usted bien.
El ex juez de instrucción saludó con elegante ademán, con gran cortesía, apretó suavemente el picaporte y desapareció, dejando su obra sobre mi escritorio. La guardé en un cajón y allí quedó dos meses. En ocasión de un viaje, me acordé y la llevé. En el tren comencé la lectura por la mitad y me interesó. Esa misma tarde, aunque no me sobraba el tiempo, leí todo el relato desde los primeros renglones hasta la palabra «Fin», escrita con grandes letras enérgicas. Por la noche lo releí, y ala madrugada me paseaba por la terraza frotándome las sienes como para borrar de mi espíritu un pensamiento inesperado y torturante… Era, en efecto, una idea dolorosa, insoportable… Sin ser juez de instrucción, y mucho menos un psicólogo inveterado, creí haber descubierto el secreto atroz de un hombre, secreto ante el cual no sabía qué hacer. Agitado, recorrí una y otra vez la terraza, tratando de persuadirme de que no debía conceder importancia a mi descubrimiento. El relato no fue publicado en mi diario por razones que más adelante explicaré al lector. Por ahora le propongo, que lea la obra de Kamychov. No sale de lo común, no omite redundancias e imperfecciones… El autor se complace en las frases efectistas… Se ve que escribe por primera vez y que su pluma no es muy diestra. Pero su relato se lee con facilidad. Hay un tema, una idea, y, lo que es esencial, es un relato sui generis. En suma, vale la pena leerlo. Aquí está.
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