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¿Quieres fingir ser mi prometida? William Tanner, el nuevo jefe de Margaret Cole, le había ofrecido hacerse pasar por su futura esposa. Así, el magnate conservaría una granja que llevaba varias generaciones en la familia y Margaret podría proteger a su hermano. Sin embargo, ¿qué ocurriría si Margaret reconocía los sentimientos que tenía hacia su fingido prometido? Margaret era justo lo que él necesitaba para completar su plan: una mujer soltera, sexy... y a su merced. Solo debía mantener la relación en un terreno estrictamente profesional, algo que estaba resultando ser más difícil de lo que había esperado...
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Seitenzahl: 210
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
¿FARSA O AMOR?, N.º 76 - abril 2012
Título original: Bought: His Temporary Fiancée
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0031-1
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Era tan increíblemente guapo como la primera vez que lo vio. Y aquellos labios…
Margaret Cole entró en el despacho de William Tanner y no pudo apartar la mirada de la boca de su nuevo jefe mientras él se presentaba como el nuevo director financiero de Empresas Cameron, la empresa que había adquirido Industrias Worth. Había oído que era de Nueva Zelanda y se preguntó si ese hecho era lo que le proporcionaba aquella manera de hablar fría, sin emociones. Dios, ya estaba de nuevo fijándose en la boca. No era de extrañar. Aquella misma boca había reclamado la de ella en un beso que había abrasado sus sentidos y la había llenado de gozo tan sólo hacía seis semanas.
Margaret recordaba incluso en aquellos momentos la presión de los labios contra los suyos, el modo en el que la sangre se le había caldeado y le había corrido por las venas. Había sido la sensación más excitante y embriagadora que había experimentado nunca. Había ansiado más en el pasado y ansiaba más en el presente, pero los hombres como William Tanner quedaban fuera del alcance de una chica como ella, en especial un hombre que probablemente pagaba más por un simple corte de pelo de lo que ella gastaba en peluquería en un año entero. En realidad, no parecía presumido. De hecho, distaba mucho de aparentarlo. Con un aire casual de elegancia de un hombre que probablemente no se pensaba dos veces lo que costaban las cosas, no tenía que hacerlo. Seguramente tampoco pensaba en el precio del traje hecho a medida que tan perfectamente encajaba en la hechura de sus hombros. En aquellos momentos llevaba la chaqueta abierta, lo que mostraba su liso abdomen y estrechas caderas. Incluso con los zapatos de tacón que llevaba puestos y que la hacían alcanzar un metro setenta y cinco, él era aún unos doce centímetros más alto que ella.
Cuando el señor Tanner la invitó a tomar asiento, ella murmuró y asintió. Necesitaba centrarse y lo sabía, pero le resultaba imposible hacerlo. Todas las células de su cuerpo estaban en estado de alerta. ¿La reconocería a pesar de la elaborada máscara que ella había llevado puesta? Ciertamente, ella sí lo había reconocido a él, aunque aquella noche no había sabido quién era hasta después del beso.
En el momento en el que él había llegado al baile del día de San Valentín de la empresa, su presencia había sido algo casi tangible para ella. Había accedido a la sala en solitario y se había detenido durante un instante en la puerta, su cuerpo ceñido por un traje negro mientras que la capa aleteaba suavemente a su alrededor. Los ojos de Margaret se habían visto inmediatamente atraídos por él. El disfraz del Zorro que él llevaba encajaba perfectamente con el de Dama Española con el que ella iba ataviada. No había tardado mucho en encontrarla y tomarla entre sus brazos para llevarla a la pista de baile. Habían estado bailando juntos hasta la medianoche. Entonces, él la había besado justo cuando empezaba la cuenta atrás para la retirada de caretas. En el momento en el que alguien lo llamó por su nombre y él interrumpió el beso, Margaret se dio cuenta de quién era él exactamente.
El comportamiento de Margaret aquella noche no había sido en absoluto propio de ella. Ni en un millón de años hubiera creído que era capaz de sentir en tan poco tiempo tanto por un hombre al que no había visto hasta aquella noche. Al recordar, sintió que una oleada de calor le recorría el cuerpo, una oleada que se detuvo en seco cuando se dio cuenta de que él esperaba respuesta a algo que, evidentemente, le había dicho.
Margaret se aclaró la garganta con nerviosismo y fijó la mirada en un punto más allá de la cabeza de él.
–Lo siento, ¿me lo podría repetir, por favor?
Él sonrió suavemente, prácticamente sin mover los labios, lo que hizo que la temperatura externa del cuerpo de Margaret subiera otro grado. Aquello era una locura. ¿Cómo iba a poder trabajar para él cuando ni siquiera podía pensar cuando estaba en su presencia? Si no era capaz de cumplir con sus funciones, la echarían en menos de un abrir y cerrar de ojos. Él tenía fama de ser un jefe muy duro. A eso, Margaret podía enfrentarse. Estaba segura de que él no había llegado hasta donde estaba a la edad de treinta y un años sin ese rasgo en su carácter. Las personas centradas no la intimidaban. Al contrario, las admiraba. Sin embargo, en el caso de su jefe tenía que admitir que tal vez lo admiraba demasiado.
–¿Estás nerviosa?
–No, no exactamente. Tal vez algo sorprendida por mi nombramiento. Aunque no me queje.
–Simplemente estaba refiriéndome a los años que llevas trabajando para Industrias Worth. ¿Qué edad tienes? ¿Veintiocho más o menos y ya llevas trabajando ocho años para Worth?
Incluso su voz era una distracción. Masculina y profunda, con una textura que le provocaba un ligero escalofrío de anhelo por la espalda. Y su acento. Mitad neoyorquino mitad neozelandés. La combinación y las inflexiones del tono de su voz le provocaban alocadas sensaciones en lo más profundo de su ser.
–Sí, toda mi familia ha trabajado o trabaja para Worth.
–Ah, sí. Tu hermano. Jason, ¿verdad?
–Sí. Y mis padres también trabajaron aquí antes de morir. Los dos estaban en la fábrica.
–Lo que estás demostrando es una gran lealtad.
Maggie se encogió de hombros.
–En realidad no, en especial cuando Industrias Worth, es decir, Empresas Cameron, es la empresa más importante de Vista del Mar.
Aquel ascenso para convertirse en la asistente personal del señor Tanner, aunque fuera algo temporal, dado que él sólo estaría en Vista del Mar un tiempo, hasta que completara los estudios de viabilidad financiera de la empresa, era muy inesperado, pero el aumento de sueldo sería muy bien recibido. Pagar los gastos de la educación universitaria de su hermano era un gasto constante para Jason y para ella, un gasto del que estaban deseando deshacerse. A pesar de que Jason llevara trabajando allí dos años y contribuyendo así a los gastos mensuales, que incluían los pagos de la pequeña casita que había sido su hogar desde la infancia, el crédito del colegio era una carga muy pesada sobre sus espaldas. Tal vez pronto, gracias al ascenso de Margaret, se podrían permitir algunos lujos. Dentro de un límite, por supuesto.
–¿Has querido alguna vez trabajar en otro lugar por motivos de trabajo? –le preguntó él mientras se inclinaba sobre el escritorio.
¿Trabajar en otro lugar? Margaret se temía que si le decía la verdad, William Tanner se reiría de ella. Desde que era una niña tenía un mapa del mundo clavado en la pared de su dormitorio. Sobre él, clavaba un alfiler rojo en cada ciudad o país que quería visitar. Por el momento, se contentaba con libros de viaje y DVD, pero un día llevaría a cabo sus sueños.
William Tanner estaba esperando una respuesta, pero, una vez más, ella había dejado que su pensamiento la apartara de la situación en la que se encontraba.
–En estos momentos, viajar no es una de mis prioridades –dijo ella firmemente.
Él le dedicó otra de aquellas sonrisas, un gesto que Margaret sintió que la atravesaba por completo. Sería capaz de viajar a los confines del mundo con él.
–Podrías tener que viajar por el hecho de trabajar conmigo. ¿Crees que eso será un problema?
–No, no. En absoluto. No tengo a nadie que dependa de mí.
A pesar de que aquella afirmación era técnicamente cierta, Jason y ella compartían la casa familiar y resultaba muy difícil romper las costumbres de diez años. Además, ella aún sentía una profunda responsabilidad hacia su hermano pequeño. Él lo había pasado muy mal cuando sus padres murieron. Convertirse en su guía había sido una reacción innata para ella, aunque sabía que, en ocasiones, su hermano se sentía molesto porque ella se interesara tanto por su paradero y sus amigos.
–Me alegra oírlo –replicó él mientras se metía las manos en los bolsillos y se apartaba del escritorio para dirigirse a uno de los enormes ventanales–. Dijiste que te sorprendió que te nombraran para este puesto. ¿Por qué?
–Bueno –respondió ella mientras se mordía el labio un instante–. Tal y como usted dijo, llevo aquí bastante tiempo. Supongo que pensé que nadie me vería capaz de ascender a un puesto como este. Eso no quiere decir que yo no me considere capaz, porque nada podría estar más lejos de la realidad. He trabajado en varios departamentos de esta empresa y creo que mi experiencia me convierte en una empleada valiosa para cualquiera de los ejecutivos.
Él se echó a reír.
–A mí no me tienes que convencer, Margaret. Ya tienes el puesto.
Ella sintió que se sonrojaba. Trató de mantenerse tranquila y centrada a pesar del hecho de que él la había llamado Margaret. Nadie la había llamado así. Desde que era una niña, todos la llamaban Maggie, y a ella no le había importado. Sin embargo, escuchar su nombre completo de los labios de William Tanner hacía que sonara especial, en particular por el modo en el que él lo pronunciaba. Sí. Como ayudante personal del director financiero de Empresas Cameron, la llamarían Margaret. Repasó las sílabas en su pensamiento y sonrió.
–Gracias. Ya lo sé. Sólo quiero que usted sepa que no se arrepentirá de haberme elegido a mí.
–No, no. Ya sé que no me voy a arrepentir –replicó él.
En su despacho temporal, Will miró a la mujer a la que había requerido específicamente. Resultaba casi imposible creer que detrás de aquellas gafas de pasta oscura algo pasadas de moda y de aquel traje tan poco atractivo estuviera la sirena que había turbado sus sueños desde el baile de máscaras. Sin embargo, no había duda de que era ella. A pesar de que llevara el largo cabello negro bien apartado del rostro, recogido de una manera tan apretada que bastaba para darle dolor de cabeza, no se podía negar que la delicada mandíbula y la recta y fina nariz eran las de su Dama Española.
Sintió que se le hacía un nudo en el estómago al pensarlo. Había esperado mucho tiempo para revivir aquel beso. Localizarla no le había resultado fácil, pero la tenacidad había sido siempre una de sus virtudes. Ese rasgo de su personalidad lo había acompañado a lo largo de los años y le había dado la capacidad de tener éxito donde los otros fallaban. Y él tendría éxito con la encantadora señorita Cole. De eso no le cabía la menor duda.
Se había escapado de él la noche del baile, pero no antes de atraerlo de un modo que no había conseguido ninguna otra mujer. Jamás. Él no era la clase de hombre al que se le negaba nada bajo ninguna circunstancia, y mucho menos cuando la reacción que él había tenido había sido un fiel reflejo de la del objeto de sus atenciones.
Y allí estaba. William parpadeó. Resultaba muy difícil creer que las dos eran la misma mujer. Se mostraba inquieta en su silla, lo que le recordó que dependía de él hacer algo sobre el silencio que se extendía entre ellos.
–Háblame de tu trabajo aquí. Por tu expediente, he visto que pasaste algún tiempo en la fábrica antes de empezar a trabajar en las oficinas.
–Sí –respondió ella. Aquellos labios que fingían ser castos se fruncían ligeramente mientras parecía elegir cuidadosamente lo que iba a decir a continuación–. Empecé en la fábrica, pero los turnos me dificultaban mucho poder estar con mi hermano antes y después del colegio. Pedí el traslado a Administración y aprendí lo que sé por haber empezado desde los trabajos más básicos.
–¿Poder estar con tu hermano?
Una nube pareció oscurecerle la mirada de aquellos ojos castaños. Se tomó su tiempo en responder.
–Sí, así es. Nuestros padres murieron cuando yo tenía dieciocho años y, durante los dos primeros años, salimos adelante con un pequeño seguro de vida que mi padre nos dejó. Por supuesto, ese dinero no podría mantenernos para siempre y Jason aún estaba estudiando, por lo que yo tuve que encontrar un trabajo. Industrias Worth era más o menos el único lugar que contrataba en aquellos momentos.
Nada de todo aquello era nuevo para él, pero le gustaba saber que sus fuentes habían sido exactas a la hora de encontrar la información.
–No pudo haber sido fácil para ti.
–No lo fue.
De nuevo, una respuesta cuidadosa. Había respondido, pero sin dar detalles. Evidentemente, a la señorita Cole le gustaba mantener bien ocultas sus cartas contra el pecho… y qué pecho. Ni siquiera el poco favorecedor corte del traje podía ocultar las rotundas curvas de su cuerpo. Para alguien que parecía querer ocultar sus atributos, mantenía una postura perfecta. Era ésta la que confirmaba que su primera impresión sobre ella no había estado en absoluto equivocada. Margaret Cole era una mujer de la cabeza a los pies, con la clase de silueta que habría aparecido pintada en el morro de todos los bombarderos de la historia de la aviación.
Will llevó de nuevo sus pensamientos al asunto que tenía entre manos.
–Veo que llevas cinco años ya en Administración –dijo.
–Sí. Me gustan los números –comentó ella con una sonrisa–. Tienden a tener más sentido que otras cosas.
Él le devolvió la sonrisa. Pensaba exactamente lo mismo. Su hermano mayor, Michael, trabajaba en Recursos Humanos en Nueva York. Los problemas con los que Mike se enfrentaba todos los días le encogían a Will el corazón.
–La mayor parte de lo que vas a hacer conmigo será diferente a los informes y tareas habituales que has estado haciendo aquí.
–Me gustan los desafíos –respondió Margaret.
–Me alegra oírlo. Bien, empecemos con algo en lo que he estado trabajando –dijo él. Tomó la única carpeta que había sobre la mesa–. Échale un vistazo y dime cuáles son tus primeras impresiones.
Margaret aceptó el archivador y lo abrió. Will vio cómo ella arrugaba la frente mientras se concentraba en el informe. Apoyó la cadera sobre el escritorio y la observó. ¿Le dedicaba a todo lo que había en su vida aquella intensa concentración? Aquella posibilidad resultaba intrigante y atrayente a la vez y ocupaba sus pensamientos mientras ella pasaba metódicamente las páginas.
Debía de tener buena cabeza para las cifras porque cerró el archivador unos diez minutos después y lo miró a los ojos.
–Parece que las cifras no encajan. El margen de error no es grande, pero sí consistente.
Aquella rápida deducción llenó a Will de satisfacción. Bajo aquel horrible atuendo, no sólo era hermosa sino también muy inteligente. Ese conocimiento le hacía desear más aún lo que había programado.
–Bien –replicó Will mientras le quitaba el archivador–. Creo que vamos a trabajar muy bien juntos. Dime, ¿qué recomendarías tú si hubieras descubierto esa anomalía?
–Bueno, probablemente habría recomendado una auditoria más profunda de los libros para ver durante cuánto tiempo lleva produciéndose esto. A continuación, tal vez trataría de ver quién ha estado implicado en las cuentas y quién tiene acceso a los fondos.
Will asintió.
–Eso es exactamente lo que hemos hecho en este caso.
–Entonces, ¿estamos hablando de una investigación en curso?
–Está más o menos todo solucionado, con la excepción de un par de cosas.
–Me alegra saberlo –dijo Margaret–. Resultaba demasiado fácil para la gente sentirse tentado hoy en día. Con demasiada frecuencia, un poco de responsabilidad pone a una persona en una posición en la que creen que tienen derecho a algo que no es suyo.
–Sí. Bueno, en este caso, estamos seguros de que tenemos al culpable. Se enfrentará con un comité disciplinario esta tarde.
–¿Comité disciplinario? ¿Lo vas a despedir?
–Aún se tiene que decidir si lo despedimos o no. Y este asunto me lleva de nuevo a ti.
–¿A mí? ¿En qué sentido?
Su rostro reflejó una profunda confusión. Durante un instante, Will casi sintió pena por ella. Sabía que lo que tenía que decir a continuación seguramente le haría mucho daño.
–¿Conoces bien los hábitos de trabajo de tu hermano?
–¿De Jason? ¿Por qué?
Maggie comenzó a comprender poco a poco y palideció. Si no hubiera estado ya sentada, sin duda habría tenido que hacerlo en aquel instante.
–¿Jason es la persona a la que estás investigando?
–Así es –respondió Will mirándola fijamente al rostro–. ¿Qué es lo que sabes de lo que ha estado haciendo últimamente?
–¡Nada! ¡No! ¡Él no sería capaz de hacer algo así! Adora su trabajo. No es capaz de hacer algo así.
–¿Significa eso que tú no has tenido nada que ver con esto?
–¿Yo? ¡No, por supuesto que no! ¿Cómo puede usted pensar algo así?
Will se encogió de hombros.
–Cosas más raras han ocurrido y ya sabes lo que se dice. «La sangre es más espesa que el agua».
Un hecho que Will conocía demasiado bien. Era exactamente lo que lo había colocado a él en aquella situación con Margaret Cole. En vez de tomarse su tiempo en perseguirla y cazarla para que las cosas llegaran a su conclusión natural, los deseos de su padre le estaban obligando a acelerar un poco las cosas. Si Will no mostraba inclinación alguna de sentar pronto la cabeza, su padre vendería la granja de ovejas que la familia tenía en Nueva Zelanda en vez de cedérsela a Will, tal y como se supone que debería haber hecho un año atrás, cuando Will cumplió los treinta años.
Cada uno de los Tanner había recibido una importante cantidad de dinero al cumplir los treinta años, pero Will había dicho que, en vez de dinero, él prefería la granja. Su padre había estado de acuerdo, pero dicha concesión parecía verse acompañada de una serie de condiciones que Will no estaba dispuesto a asumir. Al menos, no de verdad.
No era que quisiera o necesitara la tierra. Dios sabía que tenía muy poco tiempo de viajar a su país natal, pero la granja era una parte vital de la familia y no podría soportar ver cómo se dividía en pequeñas parcelas o, peor aun, contemplar cómo caía en manos de una multinacional extranjera. Sólo pensar que su padre pudiera deshacerse tan fácilmente de algo que formaba una parte tan fundamental de sus vidas no le hacía ninguna gracia. El hecho de que Albert Tanner estuviera utilizando la granja como moneda de cambio demostraba lo decidido que estaba de ver cómo su hijo menor sentaba la cabeza.
Además, por encima de todo lo demás, lo que le escocía era saber que su padre se sentía profundamente desilusionado con él. Eso y el hecho de que sus padres y sus hermanos no parecían comprender que, aunque el amor y el matrimonio eran fundamentales para ellos, no lo eran para él. Ni en aquellos momentos ni tal vez nunca.
–Tal vez la sangre sea más espesa que el agua, pero no voy a aceptar algo así. Jason no puede estar detrás de este asunto. Además, él ocupa un puesto de muy poca responsabilidad en el departamento de Contabilidad y no tendría acceso suficiente para poder hacer algo así.
Will tenía que admirar la lealtad que demostraba para su hermano. Sus pesquisas lo habían llevado a averiguar que Jason no tenía un pasado muy limpio desde su adolescencia. A pesar de que los registros habían sido sellados por los tribunales por la edad que tenía el muchacho en aquellos momentos, el dinero era una manera muy conveniente de conseguir la verdad. La mala costumbre que Jason Cole tenía de realizar pequeños robos en su adolescencia podría haberse hecho más ambiciosa a lo largo de los años hasta convertirse en algo más. Sin embargo, a pesar de todo, Margaret seguía creyendo que él no tenía nada que ver. A Will no le gustaba hacer pedazos sus ilusiones, pero era la verdad, estaba allí, en aquel informe. Los números no mentían.
–Pero tú sí, ¿verdad?
–Para esta clase de cosas no y, aunque así fuera, yo jamás compartiría esa información con nadie. Ni siquiera con mi hermano.
Margaret estaba tan indignada que Will sintió la tentación de decirle que la creía, pero cualquier paso atrás por su parte podría quitarle la fuerza que necesitaba en aquellos momentos.
–Me alegra mucho oír eso, pero eso no quita nada del hecho de que tu hermano está implicado sin duda alguna. Sin embargo, existe una posibilidad de evitar que se le acuse de esto.
–¿Una posibilidad? ¿Qué posibilidad?
Will respiró profundamente. Aquello tenía que salir bien, por lo que necesitaba elegir muy bien sus palabras.
–Tengo una proposición que podría proteger a tu hermano aquí y asegurarse que no se sepa nada de lo que ha estado haciendo y de evitar que todo quede permanentemente grabado en su expediente, lo que le beneficiaría en el caso de que quisiera marcharse a trabajar a otra empresa.
Will vio que los ojos de Maggie se llenaban de esperanza y de repente sintió profundamente tener que manipularla así, un sentimiento que aplastó inmediatamente.
–¿De qué se trata? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Estamos dispuestos a lo que sea para proteger el puesto de Jason aquí.
–No se trata de lo que los dos podáis hacer, aunque ciertamente él tendrá que trabajar más limpiamente a partir de ahora, sino más bien de lo que puedes hacer tú.
–¿Yo? No lo comprendo.
–Tu nombramiento como asistente personal mía tiene dos facetas. Por un lado, necesito a alguien con tus conocimientos y tu experiencia para que sea mi mano derecha mientras esté aquí. Por otro lado –añadió tras una pequeña pausa–, necesito que alguien, tú más concretamente, se haga pasar como mi prometida.
–¿Su qué? –exclamó ella. Se puso de pie inmediatamente con la sorpresa reflejada en sus expresivos rasgos.
–Ya me has oído.
–¿Su prometida? ¿Está loco? Eso es ridículo. Ni siquiera nos conocemos.
–Ah, bueno, yo diría que sí…
Will atravesó el despacho inmediatamente y se colocó delante de ella. El ligero perfume que ella llevaba, floral e inocente, completamente opuesto a la sensual criatura que él sabía que vivía bajo aquella mojigata apariencia, flotaba en el ambiente entre ellos. Will levantó la mano y trazó lentamente la atractiva línea del labio inferior.
–Deja que te lo recuerde…
No le dio más que un segundo para reaccionar. Recorrió la pequeña distancia que separaba sus labios de los de ella. En el instante en el que tocó su boca, supo que había estado en lo cierto a la hora de tomar aquel camino. Una poderosa excitación se adueñó de él cuando los labios de Margaret se abrieron bajo la presión de los suyos. El sabor de la boca de Margaret invadió sus sentidos y se adueñó de él. Tuvo que controlarse para no llevarle las manos al cabello y soltárselo de aquel horripilante recogido para poder recorrer su sedosa longitud con los dedos.
La razón salió victoriosa. Apartó los labios de los de ella con una fuerza que lo sorprendió incluso a él.
–¿Ves? Claro que nos conocemos y creo que podríamos resultar… bastante convincentes juntos.
Margaret dio unos pasos atrás para alejarse de él. Temblaba de la cabeza a los pies. ¿Deseo? ¿Miedo? Tal vez una combinación de ambos.
–No. No lo haré. Está mal –afirmó ella sacudiendo la cabeza con vehemencia.
–En ese caso, no me dejas elección.
–¿Elección? ¿Para qué?
–Para asegurarme de que se recomienda que se presenten cargos formalmente contra tu hermano.
–¡Eso es chantaje!
El corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho cuando comprendió la finalidad de las palabras de William Tanner. No podía estar hablando en serio…
–Yo preferiría llamarlo base para la negociación –dijo él con voz suave, como si tuviera aquella conversación todos los días.
¿Quién sabía? Tal vez era así. Lo único que Maggie sabía era que su ordenado mundo acababa de ponerse patas arriba. Jason llevaba años por el buen camino. Los problemas en los que se había metido en su adolescencia habían quedado completamente olvidados. No podía haber sido tan estúpido como para meterle mano al dinero de la empresa.
Margaret se dispuso a atacar.
–Está loco. ¡No me puede hacer esto! ¡No nos puede hacer esto!