Ganar-Ganar - Max H. Bazerman - E-Book

Ganar-Ganar E-Book

Max H. Bazerman

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Beschreibung

Tenemos más capacidad de la que creemos para ser mejores. Y generar beneficios es una de las fuentes principales. La meta no es alentarte a que alcances la perfección, sino a que logres un equilibrio que puedas mantener y disfrutar el resto de tu vida. Aquí encontrarás un nuevo paradigma para convertirte en el mejor tomador de decisiones. Uno que pueda obtener los resultados esperados durante una negociación, sin restar bienestar a nadie. Es decir, ser mejor en un sentido más amplio: ganar-ganar en todos los aspectos. Basado en disciplinas como la psicología y la filosofía, aquí encontrarás cómo trabajar en cuatro áreas esenciales para ser más listo, efi ciente, honesto y consciente al momento de conseguir los mejores acuerdos.

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Índice

Introducción
PARTE I. Una nueva mentalidad para mejorar nuestra toma de decisiones morales
Capítulo 1. Mejor, no perfecto
Capítulo 2. Cultivar la inteligencia activa
Capítulo 3. Hacer acuerdos sensatos
Capítulo 4. Frenar la corrupción
Capítulo 5. Activar la obligación moral de darte cuenta
PARTE II. Puntos de apoyo
Capítulo 6. Reducir el tribalismo y aumentar la equidad
Capítulo 7. Identificar y eliminar el desperdicio
Capítulo 8. Distribuir el bien más preciado: el tiempo
Capítulo 9. Obtener el máximo rendimiento de las donaciones filantrópicas
PARTE III. Creando más beneficios para ti y el mundo
Capítulo 10. Multiplicar la creación de beneficio a través de otros
Capítulo 11. El máximo bien sustentable
Agradecimientos

Introducción

En 1993, cuando estaba en la facultad de la Universidad de Northwestern, di una conferencia sobre ciencias del comportamiento y el entorno en el Allen Center, un edificio poco memorable en Evanston, Illinois, que solo destaca por su increíble vista del lago Michigan.

Durante la charla, mencioné de paso que me había vuelto vegetariano y alguien en la audiencia dijo que también lo era, mas especificó ser de aquellos que comen pescado. “Eso te convierte en un pescadívoro”, contesté, en un mal intento por hacerme el gracioso, pues conocía bien el término “pescetariano”. Tras finalizar la charla, el psicólogo cognitivo Doug Mean se me acercó, pero antes de contarte cuáles fueron sus palabras es importante que sepas que Doug es un muy agradable amigo mío, brillante y educado.

−Max −dijo−, tu comentario agresivo hacia el sujeto que comía pescado fue muy tonto.

La palabra tonto, aunque acertada, resonó en mi cabeza viniendo de él. Posteriormente continuó argumentando de forma convincente que permitir a aquel sujeto autodenominarse vegetariano lo habría convertido en alguien más propenso a dejar las carnes rojas e incluso, con el tiempo, quizá también el pescado. Su punto era que se deben alentar todos los pasos positivos que da una persona en la vida y no resaltar las carencias.

Sabía que Doug tenía razón. Con mi comentario burlón había intentado que mi interlocutor tomara una postura más ética, estrategia que resulta mediocre desde muchos puntos de vista. En primer lugar, porque intentaba que alguien más asumiera mis objetivos al sugerir que su comportamiento ético requería una mejoría. Impuse mi propio sistema de valores, en particular, la noción de que comer pescado es algo moralmente incorrecto, con la intención de cuestionar su consumo. Además, fracasé como científico social al no detenerme a pensar qué llevó a esta otra persona, a quien yo no conocía bien, a transformar su comportamiento. Estoy convencido de que mi esfuerzo fue fallido y de que Doug entendió mejor la psicología de cambiar la conducta ética de mi interlocutor.

Durante las últimas décadas, no he dejado de intentar ser más ético y perspicaz, ni de alentar a otros a comportarse de la misma forma. Sin embargo, considero que ahora soy más competente al abordar el asunto. Escribir este libro me ha ayudado a pensar en las mejores maneras de lograrlo.

Si tengo éxito, este libro te hará una mejor persona: más exitosa, más ética y eficaz al momento de ayudar y beneficiar a otros. Exploraremos las teorías y descubrimientos más recientes sobre lo que ahora sabemos que funciona cuando se trata de ayudar a otros y a nosotros mismos a alcanzar lo que llamo “máximo nivel sustentable de bondad”.

Por supuesto que, para lograrlo, debemos establecer una definición compartida de lo que entendemos por ética. Partiré desde el punto de vista de la filosofía utilitarista (y del de la mayoría de las filosofías), pero no juzgaré el carácter ético de tu comportamiento actual. En vez de ello, asumiré que a todos nos gustaría generar un beneficio mayor tanto para nosotros como para los demás. Y que tenemos más capacidad de la que nos damos cuenta para ser mejores.

No espero que compartas mis valores ni prioridades en temas éticos como el vegetarianismo. No intento definir un conjunto limitado de reglas sociales que dicten el buen comportamiento. Definitivamente, no pretendo que te adhieras a ninguna religión en específico. No te pediré que siempre digas la verdad ni que reveles todo a tus oponentes en medio de una negociación.

En lugar de ello, utilizaremos la palabra ética de forma similar a como emplean el término los filósofos utilitaristas. La entenderemos como el hecho de lograr un bien mayor al crear tantos beneficios como sea posible para todos los seres sintientes del mundo. Generar beneficio te hará ser y actuar mejor. Nuestra meta será identificar pasos concretos que nos permitan acceder al máximo nivel sustentable de bondad. Eso quiere decir que la meta no es alentarte a que alcances la perfección, sino a que logres un nivel de bondad que puedas mantener y disfrutar el resto de tu vida.

Lo que nos aguarda

En los primeros cinco capítulos, exploraremos una mentalidad nueva sobre la que se erige mi enfoque prescriptivo para desarrollar nuestro comportamiento ético (hablaremos de esto más adelante) con el fin de mejorar nuestra toma de decisiones morales.

El capítulo 1 expondrá a detalle mi perspectiva general. Te darás cuenta de que todos podemos crear beneficios para nosotros y la sociedad, que no necesitamos intentar ser perfectos (no podemos de cualquier forma) y que las barreras sistemáticas obstaculizan un comportamiento más ético.

Indagaremos más sobre esto en el capítulo 2 y descubriremos que es fundamental activar todo el potencial de nuestra inteligencia para tomar decisiones más valiosas, aunque a veces haya obstáculos cognitivos y morales que nos impidan avanzar. Aprender cómo evitar de forma efectiva estos obstáculos nos dotará con una mentalidad que nos permitirá ser mejores.

El capítulo 3 introduce el concepto de compensación, un tema muy conocido en el mundo de los negocios, que se relaciona con generar más valor no solo para las partes involucradas, sino para todos.

El capítulo 4 presenta un planteamiento en contra de la corrupción, que, si bien suena obvio, ofrece distintas opciones de las que no somos conscientes y que sirven como motores para el cambio. El capítulo 5 te dará las pautas para poder percibir oportunidades con las cuales beneficiarte, que con frecuencia pasamos por alto.

Los siguientes cuatro capítulos nos enfocaremos en aplicar estas ideas a aspectos que la mayoría de nosotros podemos mejorar: equidad/tribalismo, reducción de deshechos, mejor aprovechamiento del tiempo y una mayor efectividad de nuestras acciones caritativas. La última sección incluirá una guía para que desarrolles tu potencial e influyas sobre otros para que actúen en favor del bien común. Finalmente, concluiremos con algunos pensamientos sobre cómo alcanzar nuestro máximo nivel de bondad.

Los problemas éticos no son algo reciente, sin embargo, todos los días surgen nuevos y distintos retos. El robo de miles de millones de dólares perpetrado por Bernard Madoff nos recuerda que somos más vulnerables ante los delincuentes que antes e, incluso, quizá, ahora ignoramos de manera más deliberada sus crímenes. El terrorismo nos obliga a pensar cuáles son los procesos apropiados para obtener la información que necesitamos sin poner en riesgo a las personas.

Mientras las empresas persiguen sin parar el sueño de hacernos la vida cada vez más sencilla, nuestra huella ecológica continúa creciendo y causando más daño día con día. En Estados Unidos, y en muchos otros lugares del mundo, los ciudadanos se enfrentan con la pregunta de cómo actuar cuando sus líderes nacionales ya no muestran ninguna inclinación por la verdad. Para muchos países, el beneficio colectivo ya no es una preocupación nacional. Necesitamos con urgencia volver encontrar nuestro norte y seguir una dirección que nos permita crear un beneficio mayor y más valor ético, que nos ayude a simplemente ser mejores.

Capítulo 1

Mejor, no perfecto

En abril de 2018 tenía agendada una entrevista en un seminario sobre altruismo efectivo en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, ubicado a cinco kilómetros de mi casa de Cambridge, Massachusetts, en Estados Unidos. No pude asistir a todo el evento. Llegué aproximadamente una hora antes de mi entrevista. Entré en una gran sala con algunos cientos de asistentes, la mayoría menores de 30 años, y tuve la azarosa y sin duda afortunada oportunidad de escuchar al conferencista que se encontraba frente a mí, Bruce Friedrich. Nunca lo había visto, pero su charla trastocó mi mundo personal y académico.

Bruce, abogado y CEO del Instituto Good Food me mostró una nueva forma de pensar la reducción del sufrimiento animal. Señaló que el vegetarianismo, el compromiso por no comer carne ni pescado, ha tenido un crecimiento muy limitado. Una clara causa de esto es que sermonear a tus amigos sobre las virtudes de dicho tipo de dieta no es una buena forma de cambiar su comportamiento ni tampoco de conservar su amistad.

Entonces, ¿qué puede hacer un vegetariano para ayudar a otros a formar parte de los beneficios que trae consigo un menor consumo de animales y a contribuir a mejorar nuestra sociedad?

Para responder esta pregunta, Bruce nos presentó todo un mundo de emprendedores, científicos e inversionistas (algunos sorprendentemente millonarios), que trabajaban en el Instituto Good Food en la creación y el desarrollo del consumo de “nuevas carnes”, cuyo sabor es muy similar al de la carne real pero sin la necesidad del dolor, sufrimiento o muerte de ningún animal.

Estas carnes alternativas incluyen los nuevos productos a base de plantas que se encuentran ya en el mercado (como BeyondMeat o The Impossible Burger) y la opción de “carne cultivada” (también conocida como carne de laboratorio o carne in vitro), que se obtiene en un laboratorio a partir de células de animales reales y se produce sin la necesidad de más muertes.

A partir de esto, argumentó que producir alternativas con buen sabor, a un precio justo y disponibles en los supermercados es una forma mucho más fructífera de reducir el sufrimiento animal que andar pregonando los efectos negativos del consumo de carne.

Muchos estudiosos de la administración definen liderazgo como la capacidad que tienen las personas de cambiar el corazón y la mente de sus seguidores. Pese a ello, notemos que la estrategia de Bruce no tiene mucho que ver con cambiar los valores de las personas, sino con transformar su comportamiento sin requerir grandes sacrificios de su parte.

Esto solo es un ejemplo de cómo podemos ajustar nuestra propia conducta y motivar a otros a hacer lo mismo, de forma tal que podamos crear un mayor beneficio total. Exploraremos muchas más vías para hacer esto en este libro.

Lo que hay en medio

He pasado toda mi carrera como profesor de escuela de negocios. Estos centros educativos buscan ofrecer líneas de investigación y formación prácticas sobre cómo hacer mejor las cosas. Con frecuencia, les ofrezco a mis alumnos fórmulas para actuar mejor, que van desde decidir de la manera más adecuada y obtener los resultados esperados durante una negociación hasta ser mejores, en un sentido más amplio. Es decir, ganar-ganar en todos los sentidos. Los expertos en ética suelen ser, en contraste, filósofos que enfatizan cómo es que consideran que la gente debería comportarse, o bien científicos conductuales que describen cómo se comportan realmente las personas. Nosotros buscamos forjar un espacio entre las aproximaciones conductistas y filosóficas donde podamos establecer ciertas acciones para ser mejores. Pero, primero, necesitamos entender claramente las bases de las que partiremos.

El enfoque normativo de la filosofía

Académicos de varias disciplinas han escrito sobre la toma de decisiones éticas, pero sin duda, la influencia de la filosofía ha dominado. Por muchos siglos, los filósofos han debatido en qué consisten los actos morales y han ofrecido distintas teorías normativas de lo que la gente debería hacer.

Ahora bien, todos se orientan a la recomendación de normas de comportamiento y comparten el enfoque del “debería”. Esto quiere decir que las teorías filosóficas tienen criterios muy claros de lo que significa un comportamiento moral. Estoy seguro de mi fracaso constante al intentar alcanzar los criterios del comportamiento ético de la mayoría de las corrientes filosóficas (en particular los del utilitarismo). Y cualquiera de mis tentativas de ser puramente ético desde una perspectiva filosófica también fallará.

El enfoque descriptivo de la psicología

En las últimas décadas, en particular después del gran colapso del corporativo Enron a inicios del milenio, los científicos conductuales entraron en el terreno de la ética con la intención de crear el campo de la ética conductual, que se encarga de documentar cómo se comportan las personas. Es decir, ofrece recuentos descriptivos de lo que efectivamente hacemos.

Por ejemplo, estos psicólogos han documentado cómo nos involucramos en prácticas no éticas a partir de nuestros intereses particulares sin ser conscientes de que lo estamos haciendo. Las personas piensan que contribuyen más de lo que realmente lo hacen y tienden a percibir sus organizaciones y a aquellos que los rodean como más dignos y merecedores de lo que en verdad son. De forma general, la ética conductual identifica cómo es que nuestro entorno y nuestros procesos psicológicos nos hacen involucrarnos en comportamientos éticamente cuestionables, que resultan inconsistentes con nuestros propios valores y preferencias. La investigación descriptiva se enfoca en la evidencia que demuestra que la mayoría de las personas buenas realizan algunas malas acciones de forma regular.

Mejor: hacia un enfoque prescriptivo

Nosotros partiremos tanto de la filosofía como de la psicología para esbozar un rumbo prescriptivo (cómo deberían de ser las cosas). Podemos hacerlo mejor que los científicos conductuales con su descripción y observación de conductas del mundo real basadas en la intuición, pero sin exigirnos alcanzar los altos criterios que demandan los filósofos utilitaristas.

Iremos más allá de determinar qué es ético desde una perspectiva filosófica, así como de qué es lo que hicimos mal desde una perspectiva psicológica. Todo con el objetivo de encontrar maneras de actuar de forma más ética y de crear un beneficio mayor desde nuestras propias preferencias. Más que enfocarnos en lo que sería una decisión puramente ética, podemos cambiar nuestras elecciones y comportamientos en el día a día y garantizar que contribuyan más a una vida satisfactoria.

Conforme avancemos hacia ser mejores, nos apoyaremos en la psicología y la filosofía para reflexionar y hacer observaciones. La combinación cuidadosamente orquestada de ambas produce un enfoque centrado y práctico que nos ayudará a generar un bien mayor durante nuestro tiempo limitado en este planeta.

De igual forma, ofrece perspectivas de cómo podemos estar más satisfechos con nuestros logros. La filosofía nos dará meta final y la psicología nos ayudará a entender por qué permanecemos tan lejos de alcanzarla. Al navegar entre ambas, podemos ser mejores en el mundo.

Planes de acción desde otros campos

El uso de explicaciones normativas y descriptivas para crear un nuevo enfoque prescriptivo dirigido a mejorar las decisiones y conductas es algo nuevo en el ámbito de la ética, pero hemos visto esta evolución desarrollarse también en otras áreas, en la negociación y toma de decisiones específicamente.

Mejores negociaciones

Por décadas, la investigación y la teoría en el ámbito de la negociación se encontraron divididas en dos partes: normativa (cómo deberíacomportarse la gente) y descriptiva (como realmente se comporta). Los teóricos del juego ofrecen desde la economía una explicación normativa de cómo deberían de comportarse los seres humanos en un mundo donde todas las partes fueran enteramente racionales y tuviesen la capacidad de esperar una completa racionalidad de los otros.

A diferencia de esto, los científicos conductuales ofrecieron explicaciones descriptivas de cómo se comporta la gente en la vida real. Estos dos mundos tuvieron poca interacción hasta que el profesor de Harvard, Howard Raiffa, presentó un concepto brillante (con un nombre terrible) que los unificó: el enfoque asimétricamente prescriptivo/descriptivo para la negociación.

El núcleo de la percepción de Raiffa consiste en ofrecer el mejor consejo posible a los negociadores, sin asumir que sus contrapartes actuarán de forma enteramente racional. La profesora de Standford Margaret Nale y yo, junto a un grupo de notables colegas, desarrollamos este argumento al describir cómo los negociadores que intentan comportarse de una manera más racional pueden anticipar mejor el comportamiento de las otras partes que no se muestran tan racionales. Al adoptar el objetivo de ayudar a los negociadores a tomar la mejor decisión posible, pero aceptando descripciones más acertadas de cómo se comporta la gente, Raiffa Neale, un servidor y otros académicos logramos trazar un camino muy útil que cambió la forma en que se piensan las negociaciones.

Mejores decisiones

Un descubrimiento similar tuvo lugar en el campo de la toma de decisiones. Hasta inicios del nuevo milenio, los economistas que estudiaban este ámbito ofrecían una explicación normativa de cómo los actores racionales deberían comportarse, mientras que el área emergente de la investigación de decisiones conductuales describía el comportamiento real de las personas.

El trabajo de estos últimos investigadores asumía de forma implícita que si somos capaces de descubrir lo que las personas hacen mal y se los comunicamos, podemos “remover los sesgos cognitivos” de su opinión e inducir a estos sujetos a tomar mejores decisiones. Desafortunadamente, esta suposición resultó ser errónea.

Las investigaciones han demostrado una y otra vez que no sabemos “remover los sesgos cognitivos” de la intuición humana. Por ejemplo, no importa cuántas veces las personas manifiesten una tendencia a actuar con exceso de confianza, continuarán tomando decisiones demasiado confiadas.

Afortunadamente, hemos logrado desarrollar enfoques que ayudan a la gente a tomar mejores decisiones. Tomemos como ejemplo la distinción entre el funcionamiento cognitivo del sistema 1 y del sistema 2, explicado de forma maravillosa en el libro de Daniel Kahneman Pensar rápido, pensar despacio. Este libro presenta una distinción útil entre los dos modelos principales de toma de decisiones humanas.

El sistema 1 se refiere a nuestro sistema intuitivo que, por lo general, es rápido, automático, implícito, emocional y no requiere esfuerzo. En la vida seguimos el pensamiento del sistema 1 la mayoría de las veces cuando tomamos una decisión (qué marca de pan elegir en el supermercado, cuándo pisar el freno al conducir, qué decirle a alguien que acabas de conocer).

En cambio, el sistema 2 está relacionado con el razonamiento, que es más lento, consciente, explícito, lógico y demanda un esfuerzo. Tal es el caso de cuando pensamos en los costos y beneficios, utilizamos una fórmula o platicamos con amigos inteligentes. Existe mucha evidencia que respalda la conclusión de que el sistema 2, en promedio, conlleva a tomar decisiones más sabias, éticas y morales que el sistema 1. Aunque el sistema 2 no garantiza decisiones inteligentes, mostrar a las personas la importancia de moverse del sistema 1 al sistema 2 al momento de tomar decisiones importantes, y motivarlos a hacerlo, nos impulsa a elegir mejor y de forma más ética.

Otro enfoque prescriptivo para la toma de decisiones proviene del influyente libro de Richard Thaler y Cass Sunstein publicado en 2018, Un pequeño empujón. Si bien no sabemos “corregir” la intuición humana, los autores argumentan que podemos rediseñar el entorno en el que tomamos decisiones, de tal forma que seamos capaces de decidir con más sabiduría y prever los escenarios en que los instintos viscerales puedan causar problemas. Esta estrategia de intervención se conoce como arquitectura de elecciones.

Por ejemplo, para abordar el problema de que las personas no ahorran suficiente para su retiro, muchos patrones inscriben automáticamente a sus empleados en programas de ahorro y les ofrecen la oportunidad de abandonarlo si así lo desean. Cambiar al registro automático para que la gente no tenga que hacerlo ha demostrado una mejoría radical en los índices de ahorro.

Este productivo desarrollo en el campo de la negociación y la toma de decisiones ofrece un plan de acción, el cual toma prestado la idea de identificar un objetivo útil de la caja de herramientas normativa (como tomar decisiones más racionales) y la combina con la investigación descriptiva que esclarece los límites de una conducta óptima. Esta visión prescriptiva tiene el potencial de transformar la forma en que pensamos lo correcto, la justicia y la moral. Lo que, a su vez, nos conducirá a ser mejores.

Nuestro recorrido busca identificar qué elecciones serían óptimas y trazar un camino que nos conduzca en esa dirección. Gran parte de la filosofía moral se constituye sobre argumentos que estipulan cuál sería la conducta moral por excelencia frente a distintos dilemas. A partir de estas hipótesis, los filósofos establecen reglas generales que deben seguir las personas al tomar decisiones que involucran aspectos éticos.

El ejemplo más usado para resaltar los diferentes puntos de vista del comportamiento moral se conoce como “El dilema del tranvía”. La forma clásica del problema plantea que debes imaginarte mirando un tren desbocado que va por las vías colina abajo. Si no intervienes, matará a cinco personas. Tienes la posibilidad de salvar a estas personas al girar una palanca que hará que el tren tome un riel lateral donde atropellará y matara a un trabajador. Dejando de lado cualquier consecuencia legal, ¿sería para ti un acto moral tirar la palanca?

La mayoría de las personas dicen que sí, puesto que la muerte de cinco es obviamente peor que la muerte de una persona. En este problema, la elección más popular corresponde con la lógica utilitarista.

El utilitarismo tiene sus raíces en el trabajo de filósofos como Jeremy Bentham, John Stuart Mill, Henry Sidgwick, Peter Singer y Joshua Greene, quienes sostienen que las acciones morales deben sustentarse sobre aquello que resulte más útil para el mundo. Es decir, lo que genere el mayor beneficio para todos los seres sintientes. Sin duda, es muy difícil valorar qué acción maximizaría la utilidad para todas las personas, pero, para los utilitaristas, tener este objetivo en mente ofrece claridad al momento de tomar decisiones, incluido el dilema del tranvía.

Por ahora, nos valdremos del utilitarismo como referente para andar por terrenos inexplorados. Muchos ya han apoyado varias de estas construcciones morales:

Crear el mayor valor posible para todos los seres sintientes.Actuar de forma competente al perseguir el bienestar que podemos crear.Tomar decisiones morales independientemente de nuestro bienestar o estatus social.Valorar el interés de todos de forma equitativa.

La mayor parte de mis consejos puede enfrentar la crítica al utilitarismo y seguir siendo relevantes para aquellos lectores que rechacen algunos aspectos de esta corriente.

Para efectos prácticos, maximizar la creación de beneficios para todos los seres vivos será el rumbo que marcará el norte del comportamiento ético que perseguiremos en este libro. Sin embargo, nuestra conducta aún dista mucho de esta meta. Retomando un poco la psicología, Herbert Simon, un economista estadounidense, señaló que poseemos “racionalidad limitada”, por ello nuestra habilidad de maximizar la utilidad en el mundo se ve mermada por barreras cognitivas sistemáticas que nos impiden actuar de un modo más utilitarista.

En los próximos capítulos, exploraremos estos obstáculos junto con formas de sortearlos. Algunos de ellos son los mismos que los que nos estorban para ser más racionales, por lo que tener mayor autoconciencia será la semilla del cambio. Además, otros requieren de intervenciones para protegernos de nuestros puntos éticos ciegos. De cualquier forma, si puedes generar un bien mayor sin ningún costo para ti, debería ser más sencillo que lo hagas.

Superando algunos obstáculos

Antes de continuar con el utilitarismo como nuestra estrella guía, es conveniente considerar un poco el bagaje que acompaña esta perspectiva. En primer lugar, aunque muchas personas están de acuerdo con todos o la mayor parte de los componentes centrales de esta perspectiva, el término utilitarismo con frecuencia se ve perjudicado por su terrible nombre y provoca molestia entre las personas.

Esto pues, a diferencia de las intenciones que tenían los padres de esta corriente, la palabra que la designa sugiere tener como único enfoque la eficiencia, el egoísmo o, incluso, el desdén por el humanismo. Es claro que Bentham y Mill no contaban con un buen departamento de marketing. Recientemente, Joshua Greene ha defendido la idea de remplazar el término utilitarismo por pragmatismo profundo y plantea en su libro Tribus morales lo siguiente: “Si en una cita te dicen ‘Soy utilitarista’, es momento de pedir la cuenta, pero si dicen soy un ‘pragmático profundo’, puedes invitar a esta persona a tu casa a pasar la noche y después conocer a sus padres”.

En segundo lugar, muchas personas se preguntan si generar el mayor bien equivale al objetivo más correcto. Bajo circunstancias idénticas, prácticamente todos queremos crear más bienestar para el mundo. Sin embargo, no todas las circunstancias son iguales y para muchas personas, los derechos, la libertad y la autonomía de los otros implican un problema similar al que ilustra el dilema del tranvía.

En el dilema del puente peatonal, el tranvía desbocado una vez más se dirige cuesta abajo y si no se hace nada al respecto, matará a cinco personas. Sin embargo, esta vez te encuentras parado en un puente sobre las vías junto a un trabajador con una mochila muy grande. Si lo empujas desde arriba junto con su pesada mochila puedes salvar a los cinco que están abajo en las vías. Él morirá, pero su cuerpo servirá para frenar el tren y salvar a los otros. Tú no puedes salvarlos porque no tienes esa gran y pesada mochila necesaria para detener el tranvía. ¿Sería para ti un acto moral salvar a las cinco personas arrojando a un extraño a la muerte?

La mayoría de la gente argumenta en contra de empujar al hombre, pese a que se plantea la misma relación de cinco vidas que en el problema del tranvía, pero, a diferencia de este, el dilema del puente aborda una forma de moralidad muy distinta. Al preguntarle a las personas por qué no empujarían al hombre, tienden a contestar cosas como “¡Sería un asesinato!”, “El fin no justifica los medios” o “¡La gente tiene derechos!”. Estos son los argumentos comunes y variables de la ética.

Gracias al increíble trabajo de Joshua Greene y sus colegas, sabemos que nuestras discrepantes respuestas ante estos dos problemas reflejan impulsos que se contraponen en partes distintas de nuestro cerebro. En el dilema del puente, cuando pensamos en los derechos de la posible “víctima” empujada para salvar a otros cinco individuos, nuestra respuesta emocional activa la corteza prefrontal ventromedial, una parte del cerebro.

En cambio, cuando alguien suprime su impulso emocional y piensa en crear beneficio al salvar la mayor cantidad posible de vidas, la decisión es dirigida por un proceso cognitivo controlado en la corteza prefrontal dorsolateral, ubicado en otro lado del cerebro. La evidencia sugiere con fuerza que el acto de tirar a la persona del puente involucra procesos emocionales que en la mayoría de nosotros están ausentes al confrontar la disyuntiva del tranvía. Aun así, algunas personas toman decisiones consistentes ante ambos dilemas al sostener que jalarían la palanca y arrojarían al hombre.

No obstante, existe un problema más dentro de esta serie que podríamos decir lleva aún más al límite el utilitarismo. Se trata del problema del cirujano, adaptado posteriormente por el filósofo británico Philippa Foot.

En un hospital, se espera que mueran pronto cinco pacientes. Un sexto paciente llega para una revisión de rutina al mismo hospital. Un cirujano especialista en trasplantes se da cuenta de que la única forma de salvar a los otros cinco pacientes es abrir al paciente sano y repartir sus cinco órganos saludables entre los enfermos. ¿Sería moralmente correcto hacer esto?

No es de sorprender que la mayoría de las personas se sienta horrorizada con esta pregunta y rechacen con rapidez la idea de intercambiar cinco vidas por una. Solo por aclarar, yo también me opongo rotundamente, pero ¿por qué tantos de nosotros estaríamos dispuestos a tirar la palanca en el problema original y casi nadie estaría a favor de utilizar los órganos de una persona saludable en el dilema del cirujano? Porque incluso aquellos fervientes defensores del utilitarismo llevan consigo el bagaje del mundo real al momento de tomar decisiones. Es decir, nos damos cuenta de que muchas leyes y derechos tienen un valor de segundo orden.

Si una persona inocente puede ser arrancada de la calle para salvar a cinco personas que están muriendo en un hospital, la sociedad se vendría abajo y tendríamos menos oportunidades de crear placer y minimizar el dolor. Por lo tanto, los utilitaristas también valoran los derechos, las libertades y la autonomía, pero lo hacemos porque creemos que producen un beneficio a largo plazo. Otros filósofos rechazan esta vía indirecta y sostienen que los derechos, la libertad y la autonomía tienen un valor intrínseco.

En la deontología, una rama de la ética que estudia los principios a seguir dentro de una profesión en particular, se sostiene que, para actuar de forma ética, debemos valorar la justicia como un fin en sí mismo. Esto significa que la moralidad de una acción debería determinarse en función de si la acción es correcta o incorrecta por sí sola y no por sus consecuencias dadas.

De tal forma, que la deontología cree que nadie tiene derecho a empujar al sujeto en el dilema del puente. Mientras que los liberales creen que los individuos son acreedores de autonomía y libertades personales que tienen más peso que la meta de crear el mayor bien posible en el mundo.

El utilitarismo ha estado en conflicto con la deontología, el liberalismo y otras perspectivas éticas por mucho tiempo. Si bien, estos debates dentro de la filosofía moral me parecen fascinantes, pienso que sostener una visión que busque crear el mayor bien posible es una buena vía que se puede ajustar a las preocupaciones por la justicia, los derechos, la libertad y la autonomía en situaciones específicas.