Hecha para él - Liz Jarrett - E-Book
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Hecha para él E-Book

Liz Jarrett

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Beschreibung

Alguien estaba a punto de echarle el lazo a aquel policía Erin Weber insistía una y otra vez en que ella y Trent Barrett no estaban hechos el uno para el otro. Trent no era más que un rompecorazones al que ella quería evitar a toda costa, pero su hermana Leigh tenía unos planes muy diferentes que incluían emparejarlos fuera como fuera. Casualmente pronto surge un problema que solo una veterinaria como ella y un sheriff como él podrían solucionar trabajando juntos... o incluso casándose.

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Seitenzahl: 138

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Mary E. Lounsbury

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hecha para él, n.º 1360 - febrero 2016

Título original: Meant for Trent

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N: 978-84-687-8001-6

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

TRENT Barrett, insisto en que detengas a Erin Weber inmediatamente. Es una ladrona y debe estar en la cárcel —gritó Delia Haverhill cruzándose de brazos—. Arréstala ahora mismo.

Trent se rascó la barbilla y observó a la mujer de mediana edad que tenía ante él. Delia no era precisamente la persona más amable de Paxton, Texas. La verdad, era de lo más desagradable.

Sin embargo, como jefe de policía, no podía hacer caso omiso a su queja. Además, era la primera vez que Delia clamaba que arrestaran a alguien. Tal vez tuviera razón. Tal vez hubiera algo de verdad en lo que le estaba diciendo.

—¿Por qué no me cuentas cuál es el problema y quién es Erin Weber? —le pidió con calma esperando que la mujer también se tranquilizara—. Así podremos decidir qué es mejor hacer.

Por desgracia, Delia siguió gritando.

—Ya te he dicho lo que hay que hacer —bramó la mujer apoyándose en su mesa—. Tienes que detener a Erin Weber. Levántate de esa mesa y ven conmigo. Te mostraré quién es y lo que ha hecho. No te vas a creer la cara que tiene. Tuve la gentileza de ir con mi nieto el sábado pasado a ver su tienda y me lo paga robándome a mi Pookie. Y, por si eso fuera poco, lo tiene fuera de su tienda. Se merece la cárcel.

Trent creía conocer todo el argot habido y por haber, pero no tenía ni idea de lo que era un pookie.

—¿Se puede saber qué es un pookie?

—Levanta el trasero de la silla y te lo enseño.

Trent obedeció a regañadientes.

—Delia, tengo una reunión con el alcalde en una hora.

La mujer arrugó el ceño.

—¿Y me lo dices a mí, que te he cambiado los pañales?

Ann Seaver, su secretaria, eligió ese preciso momento para entrar. Habiendo oído el último comentario, enarcó una ceja y estuvo a punto de reírse.

Trent sacudió la cabeza y suspiró.

—Sí, sí, no suspires, que bien que te cuidaba. No te dejaba llorar hasta que te durmieras. Te dormía en brazos, cantándote nanas.

Ann se tuvo que tapar la boca con una mano para no soltar una carcajada. Estupendo, seguro que no iba a ser la única en reírse de aquello. Trent se la imaginó contándoselo a sus compañeros de la comisaría. Iba a ser el hazmerreír de la ciudad.

—Vamos, Delia. Enséñame qué es el pookie ese —le indicó rodeando la mesa—. Ya has hablado suficiente de mí por hoy.

Delia asintió y fue hacia la puerta sin una sola sonrisa.

—¿Y tú de qué te ríes, jovencita? —le dijo a Ann—. Me parece recordar que a ti también te he cambiado los pañales unas cuantas veces.

Ann se puso roja como un tomate y aquella vez fue Trent el que se rio. Aquello era lo que tenía de bueno vivir en una ciudad pequeña. La gente sabía cosas vergonzosas sobre uno, pero uno también las sabía sobre los demás.

—¿Cuánto tiempo vamos a tardar, Delia? —le preguntó mientras cruzaban la calle.

—Lo que tardes en leerle sus derechos antes de detenerla. Vamos —contestó la mujer con determinación.

Trent se puso las gafas de sol y la siguió. No le gustaba que le dieran órdenes, pero era mejor tenerla contenta.

—¿Qué es el pookie ese que te ha robado esa mujer?

—Para empezar, no es una cosa. Se llama Pookie. Ten cuidado con lo que dices, Trent.

—Perdón —dijo confundido.

—Para seguir, la mujer que me lo ha robado es la que ha abierto la tienda de animales en Collier Street. Obviamente, sospeché de ella en cuanto Pookie desapareció.

Para entonces, habían llegado a la calle en cuestión y Delia estaba señalando una tienda.

—Ahí está Pookie, expuesto para que lo vea toda la ciudad. Desde luego, Erin tiene una cara que se la pisa.

Trent miró en la dirección de su dedo y sonrió. Pookie era un conejo de plástico de esos que se ponían en los jardines. Estaba viejo y hecho polvo. No debía de costar más de un par de dólares.

Sin embargo, Delia estaba de los nervios, como si fuera un animal de verdad.

—Entra y detenla —insistió.

Trent se quitó las gafas y miró a su alrededor. Como era de esperar, se estaba empezando a formar un corro de curiosos. En Paxton no solía pasar nunca nada, así que era fácil que aquello sucediera. Decidió que era mejor entrar y hablar con la tal Erin Weber cuanto antes.

—Detenla, detenla, detenla —gritó Delia cruzándose de brazos de nuevo, muy segura de sí misma.

Maldita manera de empezar el día.

Con una ausencia total de entusiasmo, Trent abrió la puerta de la tienda de animales y entró.

—¡Quieto! —gritó una voz de mujer.

Trent obedeció y desenfundó su arma. En ese momento, una mujer menuda de pelo moreno salió corriendo hacia él.

—No se mueva. Va a asustar a Brutus. Casi lo pisa. Lo tiene justo al lado del pie izquierdo —lo acusó—. ¿No lo ha visto o qué?

Obviamente, no. Miró a su alrededor, sin ver qué o quién era Brutus. Después de lo de Pookie, no estaba muy seguro de querer saberlo. ¿Una serpiente? ¿Una tarántula?

Miró hacia el suelo y vio que el tal Brutus era una bola de pelo, así que suspiró aliviado.

—¿Qué es?

—Un cachorro de perro —contestó la mujer—. ¿Qué iba a ser?

Trent observó al animal, que era blanco con dos manchas alrededor de los ojos.

—Podría haber sido un conejo.

La mujer se agachó y tomó al cachorro en brazos.

—¿Un conejo? No, hombre, no, ¿cómo vas a ser tú un conejo, cosita? Tú eres una monada, ¿verdad?

Brutus emitió unos ladriditos de júbilo, como si supiera que lo estaban piropeando. Trent pensó que la mujer había hecho bien en llamarlo Brutus porque toda ayuda le iba ser poca a aquel animalito.

—¿Lo puedo ayudar en algo? —le preguntó la mujer.

—Soy Trent Barrett, jefe de policía de Paxton —se presentó él extendiendo el brazo. La mujer le estrechó la mano con fuerza.

—Erin Weber, soy la propietaria de Precious Pets —dijo ella dejando al cachorro en el suelo.

El animal se apresuró a ir a por los cordones de los zapatos de Trent.

—Eh, chucho, estate quieto.

—Brutus no es ningún chucho.

—No lo he dicho ofensivamente —se disculpó Trent.

—Chucho es una palabra que no tiene nada de bueno —le rebatió—. Aunque lo he sacado de la perrera, Brutus es un perro muy digno.

Trent miró al animal, que seguía mordiendo los cordones de sus mejores botas.

—¿De verdad tiene pedigrí? —sonrió.

—Por supuesto —contestó la mujer, muy seria.

Trent intentó dejar de sonreír, pero no lo consiguió.

—Lo tendré en cuenta.

En ese momento, dieron unos cuantos golpes en el cristal de la puerta.

—¿La has detenido ya? —gritó Delia.

Erin arrugó el ceño.

—¿Quién es esa?

—Delia Haverhill. ¿La conoce?

—Sí, nos conocimos el fin de semana pasado. ¿A quién quiere que detenga usted?

Trent se miró los pies y vio que Brutus tenía la cabeza sobre uno de ellos y estaba a punto de quedarse dormido. Lo tomó en una mano y se lo devolvió a Erin.

—Detenla, Trent. Ahora mismo —gritó Delia—. ¿Cómo se atreve a llevarse a Pookie?Erin se quedó mirando hacia la puerta.

—Pero, ¿de qué habla?

Trent suspiró.

—Me temo que Delia quiere que la detenga por robarle a su Pookie.

Erin se dijo que no había oído bien.

—¿Perdón? ¿Ha dicho que me va a detener?

Trent Barrett sonrió. Tenía una sonrisa arrebatadora y sensual, pero Erin se negó a tomar en cuenta. Para ella, se habían acabado los hombres guapos pero informales. ¿Qué más daba que fuera alto, de pelo negro y ojos azules? No era su tipo. No. Para nada.

Además, aunque fuera su tipo, que no lo era, ¿cómo le iba a gustar un hombre que la iba a detener?

—Delia quiere que lo haga, pero solo he venido a preguntarle un par de cosas.

La aludida dio otro golpe en el cristal.

—Hablo muy en serio, Trent. Quiero resultados.

A Erin nunca le habían gustado las confrontaciones, pero desde el día de su desastrosa boda, había aprendido a ser más fuerte. No iba a dejar que ningún jefe Barrett y menos una mujer chillona la intimidaran.

—Mire, jefe de policía...

—Trent.

Erin negó con la cabeza.

—No, prefiero llamarlo jefe Barrett, si no le importa.

El hombre sonrió y Erin supuso que aquella sonrisa debía de tener locas a todas las mujeres de la zona. A ella no, desde luego. No mucho...

—No sé qué le habrá dicho Delia que he hecho, pero no es cierto. Nunca contravengo a las leyes.

—Gracias, señorita Weber. Delia está enfadada por Pookie.

Erin tomó aire.

—Es la segunda vez que menciona esa palabra. ¿Se puede saber qué es un pookie?

Trent rio, pero Erin no le hizo caso. Bueno, lo intentó y casi lo consiguió.

—Pookie es su conejo de plástico. Solía estar en su jardín y ahora está en la puerta de su tienda. Delia afirma que se lo ha robado.

—Menuda tontería. Voy a dejar a Brutus en su cesta y salgo a ver lo del Pookie ese.

Trent asintió.

—Me parece bien, pero debo advertirle que Delia está muy enfadada. Voy a ir saliendo para darle un par de consejos.

—¿Como cuáles?

—Como que no puede gritar ni berrear mientras estemos hablando.

—¿Llama hablar a interrogarme sobre un conejo de plástico, jefe?

—No creo que lo que vamos a hacer sea un interrogatorio, señorita Weber.

Erin no quería llevarse bien con aquel hombre por muchas razones, pero tuvo que admitir que no había hecho nada para que fuera así. De momento.

—Voy a dejar a Brutus y salgo —repitió más tranquila.

—Voy a hablar con Delia.

Erin dejó al animal y se limpió la camiseta y los pantalones con las manos.

Tomó aire varias veces para calmarse, tal y como había leído.

—Eres fuerte, tienes energía —se dijo.

Fue hacia la puerta con decisión. Acababa de llegar a la ciudad y no quería que la tildaran de ladrona porque no lo era. Delia Haverhill lo iba a entender pronto.

Al abrir la puerta, se dio cuenta de que Trent debía de haberle echado un buen rapapolvo a la mujer, porque estaba callada pero a punto de explotar, y que el tal Pookie era, efectivamente, un conejo de plástico viejo y repugnante.

—Siento mucho lo que ha pasado, pero quiero que le quede claro que yo no le he robado su conejo—le dijo—. No sé cómo ha llegado aquí, pero me alegro de que lo haya encontrado y de que se lo pueda llevar de nuevo a su jardín.

Delia la miró fijamente.

—Si no ha sido usted la que lo ha puesto ahí, ¿quién ha sido?

—¿Cree que, si se lo hubiera robado, lo pondría justo delante de la puerta de mi tienda? Lo habría escondido para quedármelo.

Erin vio que la mujer dudaba.

—Delia, recuerda lo que te he dicho.

La mujer emitió una especie de gruñido y no dijo nada más. Erin no sabía si aquello era bueno o malo, pero al menos había dejado de gritar que la detuvieran.

Se giró hacia Trent.

—De verdad, no sé cómo ha llegado la estatua...

—Pookie —intervino Delia—. Se llama Pookie.

—Sí, eso, Pookie. No sé cómo ha llegado aquí.

—¿No ha visto a nadie sospechoso? —preguntó Delia.

—Delia —dijo Trent en tono de advertencia—. Seguro que, si la señorita Weber hubiera visto a alguien sospechoso con o sin Pookie, habría llamado a la policía.

La mujer volvió a gruñir.

—¿Cuando llegó a trabajar esta mañana no lo vio? —le preguntó Trent a Erin.

—No. Vivo encima de la tienda y no entro por la puerta de la tienda. Simplemente, bajo las escaleras.

Trent escribió unas notas en un cuadernillo mientras Erin miraba a Delia. Sintió lástima por ella. Era obvio que estaba fastidiada.

—Delia, le aseguro que nunca le quitaría a Pookie. Sé lo que es que te quiten algo. Me imagino lo disgustada que estará porque la verdad es que es un conejo muy... eh... bonito. Seguro que lo quiere mucho.

Delia la miró con mejores ojos, pero todavía enfadada.

—Sí, lo quiero mucho —contestó.

Erin acarició al animal de plástico.

—Es una monada.

—Sí, es una monada. Por eso me lo han robado.

Erin hizo caso omiso a la acusación.

—Me alegro de que lo haya recuperado. Recuerdo que en el colegio me robaron la lata de comida un día y me fui a casa corriendo y sin parar de llorar.

Delia se suavizó un poco más.

—¿Qué lata era?

—Una de Scooby-Doo. Me encantaba y no me podía creer que me la hubieran robado.

Delia asintió.

—Las de Scooby-Doo son muy bonitas. ¿Te la devolvieron?

—No. Sabía quién me la había quitado, pero no pude hacer nada. Mis padres me dijeron que seguro que me la había dejado por ahí y no me compraron otra porque, según ellos, no había sido cuidadosa. Mi profesora me dijo que me la habría dejado por casa y no me creyó cuando le dije que había sido Billy Porter.

—Pobrecita —dijo Delia tocándole el brazo.

—Lo peor fue que, un par de meses después, Billy empezó a llevarla al colegio. Se veía claramente que había tachado mi nombre y había puesto el suyo encima. Estaba muy enfadada, pero nadie hizo nada por ayudarme y tuve que aguantarme. Billy aprovechaba para decirme siempre que podía «mira, ¿no te gustaría tener una lata de comida como la mía?»

—Menudo cerdo —gruñó Delia—. Alguien debería haberle enseñado una lección.

Erin la miró a los ojos.

—Estoy completamente de acuerdo. Lo que hizo fue terrible. Por eso le aseguro que nunca jamás tomaría algo que no fuera mío. Ya ve que todavía recuerdo el incidente con la lata de Scooby-Doo.

Delia le volvió a tocar el brazo.

Trent carraspeó.

—Perdone, señorita Weber. ¿Tiene usted idea de quién ha podido dejar a Pookie delante de su tienda?

Delia se puso en jarras y lo miró fijamente.

—Trent Barrett, ¿es que no tienes modales o qué?

Erin y Trent se miraron confundidos.

—Delia, estoy intentando averiguar cómo ha llegado Pookie aquí. Creí que era lo que querías.

—Deberías haberte conmovido con la historia de la lata de comida y luego ya preguntar por Pookie.

Trent volvió a mirar a Erin, que se dio cuenta de que el jefe de policía estaba haciendo un gran esfuerzo por no reírse.

—Acepte mi más sincero pésame por la pérdida —le dijo.

—Gracias —contestó Erin también al borde de la risa.

Por cómo la estaba mirando, se dio cuenta de que la encontraba atractiva. Aquel hombre tenía toda la pinta de ser un ligón.

—Ahora que ya le he expresado mis condolencias por su lata de comida de Scooby-Doo, ¿sabría decirme cómo ha llegado Pookie aquí?

—No tengo ni idea —contestó Erin—. Lo siento mucho.

Delia le volvió a tocar el brazo.

—Muchas gracias por su preocupación. Está claro que usted no ha sido, así que ahora le toca a Trent descubrir quién ha podido hacer algo así.

Erin sintió un gran alivio al comprobar que la mujer la había creído. Lo último que necesitaba era granjearse una mala reputación nada más llegar.

—No he terminado con las preguntas —apuntó Trent.

—Las preguntas se han acabado —contestó la mujer—. No ha sido ella. No hay más que decir. Vuelve a la comisaría y detén a otra persona. Yo me voy a quedar un rato con Erin —añadió mirando hacia el interior de la tienda—. ¿Vende gatos y perros? La verdad es que, cuando vine el sábado pasado con mi nieto, no me fijé. Se acuerda de Zach, ¿verdad?

Erin sonrió. Cómo olvidar al chaval de ocho años que no había parado de hacerle preguntas mientras su abuela conversaba con el alcalde y su mujer.