Separados por el destino - Liz Jarrett - E-Book
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Separados por el destino E-Book

Liz Jarrett

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Beschreibung

Nathan Barrett sabía perfectamente lo que estaba tratando de hacer su hermana, pero en cuanto vio a Hailey Montgomery, no pudo hacer otra cosa que transigir con los planes de su hermanita y ofrecerle a aquella preciosidad un trabajo en su empresa y un lugar donde vivir durante el verano, antes de que tuviera que marcharse a la universidad para hacer el doctorado. Y, con la ayuda de Leigh, no iban a tardar mucho en enamorarse perdidamente el uno del otro.

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Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Mary E. Lounsbury

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Separados por el destino, n.º 1328- noviembre 2019

Título original: Nabbing Nathan

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-641-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Ciertos hombres deberían llevar siempre el torso desnudo», pensó Hailey Montgomery mientras observaba cómo Nathan Barrett encestaba la pelota una y otra vez en el campo de baloncesto situado detrás de su casa. «Ese hombre es pura poesía en movimiento, un soneto de Shakespeare, un poema de amor de Keats», reflexionó abstraída. Cuando él se giró hacia las recién llegadas, la mirada de Hailey resbaló de nuevo por aquel musculoso tórax con genuina admiración.

—Espérame aquí —dijo Leigh sentada en el asiento del copiloto del pequeño automóvil de Hailey—. Tengo que hablar con Nathan un momento.

—Pero no hay ningún problema, ¿no?. Me aseguraste que todo estaba hablado y decidido —protestó Hailey desviando la mirada hacia la hermana de Nathan.

—No te preocupes, todo está en orden —prometió Leigh inclinando ligeramente la cabeza y mirando a su amiga—. No hay ningún problema.

—Pero… ¿tu hermano sabe que llego hoy?

—Claro —aseguró Leigh, con una sonrisa cómplice.

—Y… ha aceptado darme el trabajo de redactora técnica, ¿no?

—Sí, por supuesto.

—Y… también está dispuesto a que me aloje en el apartamento del garaje, ¿verdad?

—Sí, claro. No hay ningún problema, te preocupas demasiado. No me extraña que dependas de los antiácidos. Debes relajarte. Busca tu centro.

—¿Qué?

—Ya sabes, escucha a la niña que llevas dentro, desarrolla tu lado femenino, pon un poco de fengshui en tu vida —dijo, guiñándole un ojo.

Hailey rio y sintió cómo, poco a poco, se desvanecía su tensión.

—Prometo relajarme si me aseguras que todo va bien.

Leigh puso los ojos en blanco.

—Repite conmigo muy despacio: «todo va bien».

Hailey sonrió.

—Todo va bien.

—Perfecto. Ahora déjame que hable con Nathan un momento porque todavía tengo que aclarar un pequeño detalle y, a continuación, llevamos tus maletas al apartamento del garaje.

Hubo algo en la manera de decir «un pequeño detalle» que hizo que el pánico se adueñara de nuevo del estómago de Hailey. Presintió que se avecinaba un desastre en alguna parte del mundo, seguramente en el propio Paxton, Texas. Hailey sacó fuerzas de flaquezas y preguntó:

—¿Y… cuál es el detalle que quieres aclarar con Nathan?

—Nada importante —afirmó Leigh—. Solo mencionarle un par de cosas —salió del coche con agilidad—. Como, por ejemplo, que vas a trabajar en su empresa de informática durante todo el verano y que vas a vivir en el apartamento que hay encima de su garaje. Nada importante.

Hailey se quedó horrorizada y boquiabierta, pero antes de que pudiera articular palabra, Leigh se alejó corriendo del coche en dirección a Nathan. «¿Nada importante?». Dios santo, era fundamental: Nathan no sabía nada en absoluto de los planes de Leigh.

Rebuscó en su bolso, sacó la caja de antiácidos y se metió dos en la boca. El sabor familiar de las pastillas la reconfortó durante un instante. «Puedes hacerlo, Hailey, puedes salir airosa de este asunto, pase lo que pase», se dijo. Pero sus nervios no se aplacaron y aunque no estaba en absoluto segura de poder mantener la calma en semejante situación, salió del coche, preparada para encajar las malas noticias, fueran cuales fueran. Leigh ya estaba en la cancha de baloncesto hablando con su hermano.

—Maldita sea su estampa —murmuró Hailey, cerrando el coche de un portazo.

Tendría que habérselo pensado detenidamente antes de encomendar sus planes para el verano a Leigh Barrett. Su amiga era encantadora y divertida, pero sin duda estaba un poco loca y era evidente que a veces no se podía confiar en ella. Hailey debería haber sopesado mejor este último rasgo de su carácter cuando Leigh le propuso la idea de llevársela a Paxton. Debería haber revisado varias veces el plan, incluso haber telefoneado a Nathan para concretar los detalles, en vez de dejarse llevar por la vitalidad de Leigh. Pero no lo había hecho.

«Cobarde», se dijo mientras se encaminaba hacia el campo de baloncesto. «No has verificado el plan con antelación porque colmaba todas tus expectativas».

Leigh le había asegurado que su hermano necesitaba un redactor técnico durante el verano y que el salario sería generoso. Era perfectamente posible y, en principio, no tenía por qué ponerlo en duda. Y cuando Hailey le había comentado que necesitaría un alojamiento, Leigh lo había resuelto inmediatamente: Nathan tenía un precioso apartamento sobre el garaje de su casa. Mejor imposible, podría trabajar en su tesis doctoral por las tardes, después de haber cumplido con sus obligaciones laborales por la mañana en la empresa de Nathan, Barrett Software. Y así ganaría suficiente dinero para pagar los últimos gastos de sus estudios universitarios. «Qué idiota», pensó. El hecho de que deseara ese trabajo por encima de todo no era excusa para no haber verificado todos los detalles del plan antes de salir de Austin con destino Paxton. Y, por lo visto, ahora se encontraba en una ciudad desconocida, sin trabajo y sin alojamiento, y sin ninguna otra perspectiva para el verano. Se sentía decepcionada, descorazonada y nerviosa.

Al acercarse a Leigh y a Nathan, pudo escuchar cómo ella le explicaba precipitadamente la situación, mientras él fruncía el ceño. Nathan giró la vista hacia Hailey y, como deferencia caballerosa hacia la desconocida, se acercó al banco para recoger una camiseta y ponérsela.

—Tampoco es para tanto —le dijo Leigh a Nathan mientras Hailey se unía a ellos.

—Sí, sí es para tanto, Leigh —contestó Nathan—. Hola.

Nathan era todavía más atractivo visto de cerca. Todas y cada una de las hormonas femeninas de Hailey se despertaron al unísono y prestaron la máxima atención. Por un momento, Hailey olvidó todos sus problemas y disfrutó de la masculina presencia de ese hombre.

—Nathan, esta es mi amiga, Hailey Montgomery —dijo Leigh—. Hailey, este es mi hermano Nathan, que va a sacarme de este lío a no ser que quiera que vaya por ahí contando todos sus secretos.

—¿Qué secretos? —preguntó Nathan mirando a su hermana—. Yo no tengo secretos.

—Claro que tienes secretos y yo me los sé todos —resopló Leigh, traviesa—. Por ejemplo, que lloraste durante una hora la primera vez que te besó una chica.

—Tenía seis años —dijo Nathan entornando los ojos.

—O aquella vez que te enamoraste de Lindsey Franklin, y la llamabas por teléfono cada diez minutos, y cuando ella contestaba, tú colgabas…

—Tenía once años.

—¿Y qué me dices de cuando estabas en el instituto y los padres de Mary Lou Delacourte creían que ella se iba a quedar a dormir en casa de una amiga mientras vosotros…

—Basta —Nathan ladeó ligeramente la cabeza y miró a Hailey con unos ojos increíblemente azules que destellaban jovialidad. Sorprendentemente, en vez de estar enfadado con su hermana, emanaba una saludable dosis de amor fraternal. Puede que no estuviera de acuerdo con sus planes, pero era evidente que se lo tomaba con deportividad—. ¿Tienes algo en contra de ser testigo directo de un asesinato? —bromeó, mirando a Hailey.

—Dadas las circunstancias, lo entiendo perfectamente —rio ella, más relajada.

—Ja, ja —ironizó Leigh—. Jamás te atreverías a ponerme un solo dedo encima —dijo mientras se aupaba para besar a su hermano en la mejilla—. Caray, estás todo lleno de sudor.

—Estaba haciendo unas canastas y no espera recibir visita —dijo él, volviendo de nuevo el rostro hacia Hailey—. Lo siento.

—Soy yo la que tiene que pedir disculpas. En ningún momento se me ocurrió pensar que no sabías nada del tema; evidentemente debería haber sido más precavida —dijo mirando a Leigh con el ceño fruncido—. Lo mejor será que me vuelva a Austin ahora mismo.

—Nathan Eric Barrett, ¿cómo puedes ser tan maleducado con mi amiga? —lo riñó Leigh—. Has conseguido que se enfade.

—Yo no he hecho nada, lo has hecho tú todo —contestó él con calma—. Entra en casa, Leigh, quiero tener unas palabras a solas con Hailey.

—Pero…

—Entra en casa, Leigh.

Finalmente, y murmurando entre dientes durante todo el camino, Leigh entró en la enorme casa de ladrillo rojo.

Una vez a solas con Nathan, Hailey intentó no separar la vista de su rostro, aunque resultaba difícil apartarla del magnífico torso que se marcaba bajo la camiseta. Pero al igual que ella odiaba que los hombres le hablaran mirándole el pecho, supuso que a Nathan tampoco le gustaría que ella conversara con su musculatura torácica.

—O sea, que si he entendido bien, Leigh te ha contado que había un puesto de trabajo disponible para un redactor técnico en Barrett Software —dijo Nathan.

Hailey afirmó con la cabeza, esperando contra todo pronóstico que, al menos, parte de la historia de Leigh fuera cierta.

—¿Lo hay? —preguntó, cruzando los dedos.

—Lo siento, pero no —contestó él con expresión amable.

—Comprendo —dijo cabizbaja, notando cómo su dolor de estómago volvía a hacer acto de presencia y tratando, contra viento y marea, de mantener el control. Metió la mano en el bolsillo de sus pantalones cortos para buscar los antiácidos, pero de pronto recordó que los había dejado en el bolso, que estaba en el coche. «Hailey, no importa, puedes mantener la calma», se dijo. Sus planes para el verano habían sufrido un grave revés y, seguramente, era demasiado tarde para buscar un trabajo en otro sitio, pero no era el único contratiempo que había sufrido a lo largo de su vida y, sin duda, podría superarlo.

—Además, creo que Leigh te ha prometido que podrías alojarte en el apartamento que hay encima de mi garaje, ¿no? —dijo él con una sonrisa comprensiva.

—Déjame que lo adivine; tampoco existe ese apartamento encima del garaje —la sensación de pánico había cobrado dimensiones monstruosas.

—Sí, sí existe.

—¿De verdad? —preguntó ella esperanzada. Quizá había llegado el momento de que se colara un tímido rayo de sol entre las nubes que barruntaban tormenta.

—Sí, pero lo uso de almacén y está lleno de trastos de todo tipo. Por el momento, es imposible utilizarlo como alojamiento.

«Demonios», pensó Hailey mientras suspiraba, con desesperación. «Genial, sin trabajo y sin alojamiento». Desde luego, con amigas como Leigh, no era necesario tener enemigas.

—Bueno, supongo que eso es todo —dijo Hailey—. Lo mejor es que me marche ya. Gracias por dedicarme tu tiempo. Ha sido un placer conocerte.

—Te das por vencida demasiado pronto —contestó Nathan con una sonrisa maliciosa mientras le lanzaba una pelota que ella acertó a recoger por puro milagro—. ¿Juegas?

—¿Qué? —resopló, asombrada, mirando la pelota que tenía entre las manos.

—Encesta.

Sin decir una sola palabra, ella se volvió con un ligero encogimiento de hombros, aseguró la postura de las piernas, alzó los brazos y lanzó. La pelota se coló por el aro sin tocarlo.

—Buen tiro —dijo él, con admiración.

—He jugado mucho al baloncesto cuando era pequeña —comentó ella—. Escucha, ¿por qué no me dejas que me despida de Leigh y me marche de una vez?

—Espera —Nathan corrió para recuperar la pelota y dribló hasta que se unió de nuevo con ella. Hailey trató de no mirarlo, pero… ¿hasta qué punto se suponía que debía resistirse una mujer? Ver a ese hombre en acción era un espectáculo impresionante y, a pesar de la decepción sufrida, su cuerpo seguía con vida y reaccionaba de forma natural a los estímulos físicos—. ¿Sabes por qué le he dicho a Leigh que se metiera en casa? —preguntó con los ojos brillantes de picardía.

—Quizá porque temías darle un buen rapapolvo delante de mí si no se quitaba de en medio… —contestó Hailey, después de considerar otras posibilidades.

Él rio con ganas, creando un clima de encantadora complicidad que recorrió el sistema nervioso de Hailey de arriba abajo. Ese hombre era tan tentador como un helado en pleno desierto.

—He alejado a Leigh para que pasara un mal rato a solas. Sin mirar siquiera, sé que nos está espiando desde la ventana de la cocina, preguntándose de qué estaremos hablando.

—Es verdad, allí está —corroboró Hailey al atisbar los ojos de Leigh en la esquina de una de las ventanas de la casa.

—Lo sé —dijo Nathan sonriendo—. Ella está segura al noventa y cinco por ciento de que voy a resolver amistosamente este problema, porque ya lo he hecho otras muchas veces con anterioridad. Pero existe ese cinco por ciento de incertidumbre, esa pequeña sombra de duda, que la hace subirse por las paredes. Me parece justo hacerla morirse de impaciencia durante unos minutos antes de volver a salvarle la vida.

Hailey estudió sus palabras. Había dicho que volvería a salvarle la vida. ¿Significaba eso que, después de todo, ella tendría un trabajo y un alojamiento? ¿Era demasiado pronto para gritar «¡yupi»! y bailar de alegría? Miró a Nathan intentando que no se notara su optimismo y preguntó:

—¿Quiere eso decir que sí tienes un trabajo para mí?

—Un par de ellos. Aunque ninguno es para un redactor técnico —su mirada recorrió el atuendo de ella, unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta de algodón de color verde—. ¿Quieres lanzar otra vez?

—Claro —en ese momento Hailey estaba dispuesta a hacer lo que fuera por conseguir un trabajo.

Él le pasó la pelota y ella hizo una canasta perfecta.

—Se te da muy bien —durante unos instantes Nathan estudió su rostro y el pulso de Hailey se aceleró considerablemente. Se dio cuenta de que se sentía terriblemente atraída por Nathan.

—Cuéntame algo sobre ti.

—Actualmente trabajo en un doctorado sobre Literatura Estadounidense en la Universidad de Texas —dijo ella, extrañada de que Nathan estuviera dispuesto a celebrar una entrevista de trabajo en un campo de baloncesto. Aunque en lo que a ella se refería, lo mismo le daba estar en la mediana de la autopista interestatal número 20 o en un zoo, con tal de conseguir un empleo.

—Allí es donde has conocido a Leigh.

—Sí —miró hacia la casa con intención—. Y hasta hace unos minutos éramos grandes amigas.

Nathan rio de nuevo y Hailey tuvo que admitir que no le costaría ningún trabajo acostumbrase a ese sonido tan seductor.

—No es para tanto… Lo arreglaremos. Mis hermanos y yo estamos acostumbrados a ejercer de bomberos cuando Leigh se acerca demasiado a un fuego, como es el caso.

—¿Y nunca os enfadáis con ella?

—No me malinterpretes. Yo, personalmente, no apruebo sus métodos en absoluto, pero ella es así, siempre lo ha sido, es parte de su personalidad… parte de su encanto —Nathan recogió la pelota y volvió a encestar.

—¿Su personalidad incluye andarse con mentiras, intrigas y tejemanejes?

—Sí —la sonrisa de Nathan era diabólica—. Te acabas acostumbrando a ello.

—¿Debo interpretar que las intrigas forman parte de la cultura familiar? —preguntó Hailey, alarmada.

—¿Te refieres a mí…? Yo soy completamente inofensivo.

Por alguna oscura razón, Hailey no lo creyó.

 

 

En esa ocasión, Leigh se había superado a sí misma. Nathan miró hacia la casa y se preguntó, no por primera vez, cómo su hermana podía ser capaz de hacer tales travesuras sin dar muestras del menor síntoma de arrepentimiento. No solo lo había metido en un buen lío a él, sino que además había involucrado a una amiga. Una amiga que estaba claramente disgustada con ella. Podría apostar su BMV nuevo a que los motivos de Leigh no eran inocentes, era evidente que había trazado ese plan con un propósito definido. Y, conociéndola como la conocía, Nathan no necesitaba la ayuda de ningún premio Nobel para saber de qué se trataba. Leigh había urdido un plan que no solo implicaba que Hailey trabajaría durante el verano en Barrett Software, sino que además viviría con él en su propia casa. Hailey era guapa y elegante, dos detalles que él apreciaba especialmente en una mujer, como Leigh sabía muy bien. ¿Pretendía su hermana que él sentara la cabeza? Sabía que Leigh estaba harta de que sus hermanos interfirieran en su vida, pero… ¿hacía falta llegar tan lejos? ¿Podía Leigh ser tan perversa? Claro que podía. Sabía a ciencia cierta que se había entrometido en la vida de su hermano Chase y que, finalmente, había conseguido casarlo con la propietaria de la mejor librería de la ciudad. Sin duda, Chase y Megan hacían una estupenda pareja, pero él no quería que nadie le programara la vida, y mucho menos Leigh.

Volvió la mirada hacia Hailey. ¿Sabía ella que era una víctima más de Leigh? No había detectado ningún intento de flirteo, así que estaba bastante seguro de que Hailey había venido simplemente en busca de un empleo. Cuando ella le sonrió, Nathan sintió que su corazón se aceleraba.

—Se me ocurre que podemos prolongar un poco más nuestra conversación, y dejar que Leigh siga escalando paredes. ¿Qué te parece? —preguntó él.

—Me parece estupendo. Subirse por las paredes es el deporte que más le conviene en estos momentos.

—Observo que en tu familia también os gustan un poco las intrigas —no pudo menos que puntualizar Nathan, sonriendo.

—Eso parece, sí.

La observó con detenimiento. Hailey tenía el cabello ondulado y de color caoba, su preferido, al menos desde ese momento. Los ojos, de color miel, también su color favorito, aunque acabara de descubrirlo en ese mismo instante, parecían cambiarle de color continuamente; en ese preciso segundo eran de un color gris acerado, intensos, agudos: no perdían el menor detalle.

De repente se abrió la puerta de la cocina y salió Leigh.

—Ya no aguanto más, Nathan —gritó—. Te juro que si mandas a Hailey a casa, dejarás de ser mi hermano favorito.

—¿Me lo prometes? —dijo él con tono sarcástico, guiñándole un ojo a Hailey.

—Ja, ja. Deja ya de torturarme y ayúdanos a sacar el equipaje de Hailey del coche. Vosotros dos tenéis que trabajar mañana. No podéis pasaros todo el día parloteando en la cancha de baloncesto —sin esperar respuesta, Leigh se alejó hacia el pequeño coche amarillo de Hailey.

—Las instrucciones están muy claras —dijo Nathan, esperando que Hailey lo precediera hacia el coche.

—Escucha, no es necesario que hagamos su santa voluntad —señaló Hailey—. Quiero decir que no tienes por qué darme un trabajo, si no quieres…

Pero Nathan ya había decidido que le daría un trabajo a Hailey Montgomery en Barrett Software; incluso la dejaría alojarse en el apartamento del garaje en cuanto lo hubiesen adecentado. Y eso era todo, no pensaba enamorarse de esa mujer por mucho que Leigh se empeñara.

—No hay problema, Hailey —le aseguró—. Ya encontraremos una solución —dijo acercándose al coche—. Para un momento, Leigh. El apartamento del garaje no está disponible por el momento. Hailey tendrá que pasar un par de noches en casa, hasta que lo limpiemos.

—Me estoy convirtiendo en un auténtico incordio —dijo Hailey, apesadumbrada—. No sé cómo darte las gracias.

—Hailey, no seas tan amable con Nathan. Solo conseguirás alimentar su orgullo y te aseguro que ya lo tiene al borde de su capacidad máxima. Toda la ciudad lo idolatra, así que para ya de adularlo o tendremos que sujetarlo cuando empiece a levitar —dijo Leigh, antes de que Nathan pudiera articular palabra.