Historias humanas perros y gatos - Gustavo Castro Caycedo - E-Book

Historias humanas perros y gatos E-Book

Gustavo Castro Caycedo

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Beschreibung

Historias humanas de perros y gatos es el libro que todo amante de los animales de compañía debería tener, por su rico contenido en his – torias fascinantes sobre ellos. Es interesante desde los relatos del propio autor, Gustavo Castro Caycedo, con Chigüiro y Don Gato, los dos felinos que lo llevaron a comprender el valor de estos seres sintientes; hasta los rela – tos narrados por varios personajes nacionales e internacionales, que han mejorado la vida de estos entrañables animales, y que incluso los han "rescatado" de una vida triste, llevándolos a vivir con ellos. Castro Caycedo hace un recorrido por dos de las especies animales que más han acompañado al ser humano a través de la historia siendo a veces más humanos que sus mismos dueños, los gatos y los perros; de ahí el nombre de este libro.

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© 2022 Gustavo Castro Caycedo

© 2022, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-958-5191-89-1

Edición:

Juana Restrepo Díaz

Diseño de cubierta y Diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez R.

Fotografías de cubierta:

Adobe Stock y fotografías cedidas por sus autores

Fotografías de páginas interiores:

cedidas por sus autores y/o propietarios

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Con esta dedicatoria a Antonio José Caycedo Caycedo, (que debí hacer en uno de mis primeros libros), hago un cálido homenaje a ese maravilloso tío que fue conmigo, y con mis hermanas y hermanos, mucho más que un padre.

Contenido

Presentación

Mi gato Chigüiro, el causante de este libro

Don Gato llegó a llenar el vacío de Chigüiro

Álvaro Castaño Castillo: Me acuerdo cuando fui perro

Me acuerdo cuando fui perro

Álvaro Mutis, escritor célebre, ama a gatos y perros

Recorrido literario sobre Mutis y sus gatos

Aníbal Vallejo Rendón: Todo, sí, todo por los animales

Perros que se van

El drama de Elena y Leticia

Sola con su muerte

Bacatá, la perra que pasó de la calle a un Palacio, en Bogotá

Bacatá anda en el Palacio Liévano, como perro por su casa

Camilo Sánchez Ortega: Benjamín, su mundo y yo

Carlos Delgado Pereira y su perro Leoncico que viajaba en flota, solo

Leoncico, un perro privilegiado

Carlos Muñoz: Canela, Kalúa, Gizmo y Macarena

Clara López Obregón: Caupolicán, Pepe, Ambrosio…

David Manzur Londoño: Al adagio de alguna sinfonía

Pucky, mi amigo pastor alemán

El colombiano Omar Von Müller y su perro Uggie, el más famoso del mundo

Uggie se sentó a comer con Barack Obama

El presidente Alfonso López Michelsen y su perra Lara

Fernando Molina Soto: Tulio, nuestro inolvidable akita

Fernando Vallejo Rendón: “El mejor amigo del perro”

Premios internacionales para Fernando Vallejo

Flora, una perra tan leal que espera a su amo muerto

Gabriela y Germán Arciniegas, y sus “mil” gatos

Los gatos de los Arciniegas en Bogotá

Germán Navas Talero: La Chiqui, ¿perrita o dictadora?

Mi hija Magaly, su protectora y curadora

La Chiqui ya tiene hoy trece años

Germán Vargas Lleras: Recordando a Urkos y Rex

Gustavo Álvarez Gardeazábal: entre chihuahuas y gran daneses

Gustavo Gómez Córdoba: Ringo, el perro que nunca tuve

Héctor Osuna; “Marcelino” es niño, adoración completa

Hernando Jiménez: Francesca, un amor con culpa

Jineth Bedoya: “Silvestre, un corazón peludito”

Kathy Moscoso y su millón y medio de seguidores al servicio de los animales

Los perros también se enferman de soledad

La historia de “Gomelo”

“¿Cómo pudo Sleepy soportar tanto tiempo una vida tan miserable?”

El gato Doraemon

“A Aquiles lo trajimos de Barranquilla a Bogotá”

Marcos Baquero, el secuestrado que volvió de la selva con el gato Yefry, salvado de las aguas

Martha C. Gómez, autoridad mundial en clonación felina: “Los gatos que han formado parte de mi vida”

Minino mi amigo de “fechorías” en la niñez

Gogi, el gato australiano que se perdió en las calles de Bogotá

El gato callejero de Nueva Orleans

“El gato del millón de dólares” que el huracán Katrina desplazó

La creación de mis gatos

Mis gatos actuales; dos normalitos y uno clonado verde

Así produje a “Mister Green”

Myriam Lucía Rojas, sus gatos y los de la Javeriana

Óscar Domínguez y su chihuahua, “Yo, Nacho”

"Yo, Nacho"

Dejémoslos que se coman su cuento

Salty, el perro que salvó a un colombiano en las Torres Gemelas

Sandra Bessudo: Entre gatos

Sandra Morelli Rico y Kayser, el perro que su padre adoraba

Todos los Gatos de don Rafael Pombo

El gato bandido

Cutufato y su gato

Mirringa Mirronga

Las siete vidas del gato

Vladdo: Carta a una perra

William Ruiz: invidente pero ve gracias a sus perras Tina y Oriana

Yerly Mozo: La Yegua del puente, Pekos, Valiente y Pajarito

Pasión para hacer realidad un sueño

Potro enfrentó la crueldad humana en el primer segundo de vida

Mi Lukitas, de los brazos de la muerte a mi vida

Atravesado en nuestro camino

Valiente, en dos patas de felicidad

Patitas, ¿para qué las tengo?

Antonio Gala y su impactante “Monólogo de un perro”

Los cafés de Gatos, Neko o Kat Cofees

La gatoteca

Eduardo César Viglietti y sus poemas a los perros

A mi perro

A un perro

Un perro abandonado

Mira si es amigo el perro

Robert Evans Wilson Jr: Lecciones de vida, de mi gato Roxy

Un psicólogo que confiesa lo que le enseñó su gato

Rosa María Roldán Pérez, Historias de Lady, Isi y Rubi

La historia de Lady, ¿qué sienten ellos?

Pequeño homenaje a Isi

La historia de Rubi: Cuando no ves lo que tienes delante

Fernando Arturo Martínez:¿Brigada de “héroes o locos”?

Casi nunca se sacrifican

Abraham Lincoln: Derechos de perros y gatos

Antonio Banderas,El gato con botas y otros gatos

Barack Obama, su familia y su perro Bo ante la prensa

Bill Clinton y Socks,el gato más famoso del mundo

Brigitte Bardot, protectora de perros, gatos…y más

La Fundación de Brigitte Bardot

El trabajo que realiza la fundación

La Clínica Veterinaria Móvil

Canelo, el perro que conmovió a Europa con su lealtad

Casper, el gato que diariamente tomaba el bus, solo

Doroféi, el gato del expresidente ruso Dimitri Medvédev

Benedicto XVI:Dejad que los gatos vengan a mí…

George y Bárbara Bushy el libro de su perra Millie

Hugo, el gato que salvó al ingeniero Williams

Fidge detectó el cáncer y salvó a su dueña, Wendy Humpreys

John Lennon y su pasión por los gatos

Larry, el gato del primer ministro David Cameron

¡Pobrecita Laika! Perra mártir y astronauta pionera

Richard Gere: “Rodar la historia real de Hachiko me hizo llorar”

Scarlett, la gata mártir que sacó del fuego a sus hijos

Vladímir Putin, duro como presidente y tierno con sus perros

Willow, la gata recuperada a 3.000 kilómetros de donde se perdió

Cats, vista por millones de amantes de los gatos

Franceses quieren a sus gatos como si fueran sus hijos

Perros, gatos, escritores, poetas y literatura

Poetas, escritores, gatos, gatas y literatura

Poetas, escritores, perros, perras y literatura

Población de gatos y de perros en el mundo

Poemas de perros y gatos

El perro viejo, de Leonor Baracaldo de Hernández

Maruja Vieira: Elegía Gatuna, en memoria de Mirri

Un gato en una casa vacía

A un gato que no volvió

Mi perro

Canción novísima de los gatos

Elegía a la muerte de un perro

El Perro Vagabundo

Charles Baudelaire y los gatos

Presidentes, líderes y famosos amantes de perros y gatos

Presidentes, personalidades y sus mascotas

Algunos gatos y perros famosos a través de la historia

Algunos personajes y sus mascotas

Bibliografía

Presentación

 

Albert Schweitzer expresó:“El animal es superior al hombre porque no tiene pecado, no conoce el lenguaje de la mentira ni la hipocresía de los humanos. El animal actúa por instinto y el instinto jamás puede ser malo, de ahí que todos los animales sean buenos por naturaleza. Hemos de lograr que el amor a los animales desplace el horror a los animales”.

Este libro surgió de una experiencia verdaderamente enriquecedora: haber vivido y compartido con un ser maravilloso, mi gato y compañero Chigüiro, que me enseñó que los seres vivos como él y otros de especies no racionales, son muchas veces más humanos que los mismos seres humanos; que aman al hombre sin condiciones, sinceramente, sin juzgarlo; que prodigan alegría, ternura y la más profunda lealtad; que son tolerantes, constantes y que no son ingratos como esos “amigos que se pierden” cuando se necesita de su apoyo, de su solidaridad, o de su consejo.

Este libro presenta relatos cálidos, excepcionales; verdaderas historias humanas de perros y gatos. Su principal motivo es exaltar los nobles sentimientos animalistas de personas muy especiales, sensibles y generosas, que aceptaron compartir sus vivencias personales al lado de sus animales de compañía, las cuales representan valiosos ejemplos de convivencia: respeto, defensa y compenetración con sus gatos y sus perros; seres vivos que sienten, aman y sufren, como nosotros. Estas sentidas historias resultan dignas de emular porque motivan e inspiran comportamientos humanos que enaltecen a sus protagonistas, amos de mascotas a las que han acogido con amor en sus hogares, convirtiéndolas, ni más ni menos, que en miembros importantes de sus familias.

Otra razón del libro es exaltar a los gatos y a los perros protagonistas de bellas historias de vida, descubriendo infinidad de valores y virtudes felinas y caninas, que de verdad merecen ser conocidas por lo que han representado para las familias que los adoptaron con amor. Resulta estimulante mostrar la mejor cara de esa relación de seres humanos sensibles, con animales excepcionales; descubrir mascotas y dueños con admirables sentimientos a través de relatos que expresan la felicidad que les han prodigado sus gatos y perros, generada por su inmensa capacidad de ternura, amor y lealtad; pero que refleja también el dolor, la tristeza, las lágrimas y el duelo que son asuntos comunes entre quienes han perdido a sus amados animales.

Este libro también tiene como fin invitar a la reflexión para que se entienda la responsabilidad que asumen quienes acogen mascotas en sus hogares, teniendo en cuenta que hay personas que se cansan con ellas y después de haberlas tratado con cariño y humanidad, deciden abandonarlas en carreteras, potreros, vías; condenándolas a sufrir de nostalgia, soledad, hambre, maltrato, persecución, y a morir desolados. Estos gatos y perros tiernos, bondadosos y leales, nunca abandonarían a sus amos que los buscaron y llevaron voluntariamente a vivir a sus casas; que crearon una relación afectiva, la cual, al romperse intempestivamente, genera una tragedia a esos indefensos animales cuyo único pecado fue amar sin medida a sus amos.

Alguien no identificado dijo: “Cuando usted abandona a un perro o a un gato porque se cansó de ellos, porque ya no le sirven, recuerde que sus hijos aprenden las lecciones que les da y quizás hagan lo mismo con usted en el futuro”. No los lance a la calle, edúquelos; no convierta su vida en una pesadilla. “Los gatos y los perros no son juguetes de los que uno se deshace, porque sí”; ellos no son objetos de “usar y botar”; son seres vivos, de carne y hueso, que sienten el dolor psicológico y físico causado por el abandono y que es el pago más cruel e injusto al amor que ellos entregaron a una familia, a una persona. Recomiendo leer en este libro el texto del maestro Antonio Gala, titulado:“Monólogo de un perro”.

En contraste con el abandono de mascotas, este libro registra bellas historias humanas de perros y gatos recogidos en la calle y adoptados, entre ellos: los perros de Fernando y Aníbal Vallejo; los gatos de la Javeriana y algunos de Gabriela Arciniegas; los perros y gatos de Claudia Galindo; los del Primer Ministro inglés, David Cameron; el de Bill Clinton; las perritas Bacatá y Flora; la de mi gato Chigüiro, y otras más.

Algunos de los relatos consignados en estas páginas, tienen origen internacional; otros corresponden a personajes colombianos, pero pertenecen a un sentimiento animalista universal; los perros y los gatos tienen significado afectivo para la gente de cualquier raza, idioma o país. Los amos de las mascotas de cualquier latitud se identifican con las historias humanas de animales. Quienes aceptaron generosamente escribir o contar sus historias, tuvieron libertad de extensión para sus relatos; unos lo hicieron de manera amplia, otros, corta; pero todos con mucho sentimiento; a ellos debo mi sincera gratitud por compartir aquí sus vivencias.

En orden alfabético, expreso mi gratitud a: Álvaro Castaño Castillo, Álvaro Mutis, Aníbal Vallejo Rendón, Camilo Sánchez Ortega, Carlos Delgado Pereira, Carlos Muñoz, Clara López Obregón, Claudia Mercedes Galindo P, David Manzur Londoño, al colombiano Omar Von Muller y su perro Uggie; Fernando Molina Soto, Fernando Vallejo Rendón, Gabriela Arciniegas, Germán Navas Talero, Germán Vargas Lleras, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Gustavo Gómez Córdoba, Héctor Osuna, Hernando Jiménez, Jineth Bedoya Lima, Marcos Baquero, Martha C. Gómez, Myriam Lucía Rojas, Óscar y Andrea Domínguez, Sandra Bessudo, Sandra Morelli Rico, Vladdo, William Ruiz; y a quienes aportaron información sobre el presidente Alfonso López Michelsen y su perra Lara; sobre don Rafael Pombo, y de las perritas Flora, Bacatá (insignia de Bogotá) y Salti, el perro que salvó a un colombiano en la Torres Gemelas.

Registro un especial reconocimiento a cinco personajes extranjeros por su aporte especial al libro: al maestro Antonio Gala, dramaturgo, novelista y poeta español; a Eduardo César Viglietti, escritor y poeta argentino; a Fernando Arturo Martínez, periodista mexicano; a Robert Evans Wilson JR, psicólogo de Atlanta, EE.UU; y a Rosa María Roldán Pérez, animalista de Logroño, España.

Exalto las historias excepcionales de los perros o gatos, de: Abraham Lincoln, Antonio Banderas, Barack Obama, Bill Clinton, Brigitte Bardot, Dimitri Medvédev, George Bush, John Lennon, David Cameron, el papa Benedicto XVI; Richard Gere y Vladímir Putin; las del perro Canelo y los gatos: Casper; Hugo y Fidge, Scarlett,Willow y otros más.

Es bien sabido que los niños y los adultos encuentran compañía y amor permanente en sus mascotas; que estas contribuyen al desarrollo físico y afectivo de los menores, que son motivo de unión familiar, que expresan y motivan valores de sólida amistad, de amor y de afecto incondicional. Si las actitudes del hombre frente a los animales fueran como las de los protagonistas de las historias consignadas en estas páginas, habría esperanza para los seres vivos menores que necesitan comprensión y que los protejan, porque por sí mismos no pueden defenderse.

Cuando supo sobre este libro, alguien me dijo:“En lugar de escribir sobre perros y gatos, ¿por qué no escribe sobre personas abandonadas?”. El ser humano tiene quién lo defienda y puede hablar, los animales no. Claro que he escrito sobre temas humanos, sociales, durante más de cuarenta años; claro que me duelen los niños y las víctimas de la violencia; su carencia de salud; el trágico abandono de los jóvenes; el horror del “paseo de la muerte”… Como periodista he cumplido bien, socialmente; no solo escribiendo, sino, además, moviendo a los artistas de la televisión para que corrieran en bicicleta laVuelta a San Andrés, el C-100 en Bogotá, los Circuitos de la Sal en Zipaquirá, y de la Frontera, en Cúcuta; y para que boxearan en el Box Broma, en Bogotá, Caracas, San Andrés, Cali, Armenia, Neiva, etcétera. Todo para ayudar a obras sociales, en favor de niños, enfermos y ancianos. Y traje a Colombia a Muhammad Ali para ayudar al Instituto Roosevelt; ideé y ejecuté el premio Cafam a la Mujer, que tanto bien ha hecho a muchas obras sociales. Sí, he cumplido pero estaba en deuda con los animales.

Si alguien atropella con un carro a una persona, llega una ambulancia y la lleva a un hospital, hecho para salvar vidas y curar a la gente. Hay fundaciones que prodigan bienestar a los niños, a las madres, o a los ancianos; existen: un Instituto de Bienestar Familiar; Secretarías de Salud; instituciones de caridad con presupuesto; unidades para apoyar a la gente frente a los desastres naturales; y todo tipo de instituciones de salud, algunas con fallas; siempre serán insuficientes, pero las hay, no así para defender a los animales. Hoy tengo conciencia, tiempo y corazón para solidarizarme con estos, porque me importa su suerte. Me conmueve su tragedia y me indigna la crueldad ejercida contra ellos y soy más consciente de su sufrimiento; sé que la ayuda de las personas caritativas que tratan de proteger a millones de animales indefensos, castigados, maltratados, exterminados, martirizados, abusados, reprimidos; pero la ayuda es insuficiente por la magnitud de su desgracia.

Varios estudios e investigaciones internacionales de criminalística y psiquiatría han establecido que:“Las conductas perversas contra los animales, son una amenaza futura para las personas”. Immanuel Kant, influyente pensador de la Europa moderna y de la filosofía universal, dijo, con razón:“Podemos juzgar el corazón de un hombre por la forma como trate a los animales”.

Su tragedia, generada especialmente por la irresponsabilidad, indolencia y maldad contra ellos, ejercida por el hombre, único ser vivo que goza quemando, torturando, asesinando, violentando, golpeando, hiriendo, causando dolor, sufrimiento, daño, tristeza y humillación, con desalmado gusto y hasta abusándolos sexualmente; los animales sienten como nosotros y también mueren. Muchos miles de ellos son desdichados habitantes de las calles o de los bosques; víctimas silenciosas que soportan la perversidad del ser “humano” que los esclaviza, sin poder gritar sus angustias, ni denunciar, ni decir qué les duele. Sufren dolores físicos y psíquicos, pero no tienen voz para contarlos. Ellos resultan víctimas más fáciles para los desalmados, pues no pueden defenderse, ni pueden mitigar su sufrimiento por sí mismos. No pueden expresar que tienen traumas y enfermedades como cáncer, diabetes, insuficiencia renal, fracturas, heridas o dolores; sufren y mueren anónimamente, arrastrando sus desdichas.

¡Si pudieran hablar!

La opinión pública indignada repudia los comportamientos condenables que los seres inhumanos cometen contra los animales indefensos. Yo soy más sensible después de haber visto algunos actos despiadados contra seres vivos humildes y denunciados en la televisión, como el del futbolista salvaje que pateó a una indefensa lechuza en un estadio, ante 30.000 espectadores. Informes periódicos registran maltrato a los famélicos caballos que tiran zorras con toneladas de carga, golpeados indolentemente por sus dueños; otros denuncian el tráfico de animales silvestres enjaulados y maltratados en plazas de mercado, o en la calle; y sobre la crueldad con los animales en algunos espectáculos públicos.

El 30 de enero de 2011, seis policías de Puerto Tejada, en medio de burlas, ahorcaron cobardemente a una perrita y la remataron dándole golpes en la cabeza. En diciembre de 2011, Noticias Uno mostró a dos soldados del Batallón Ayacucho, de Manizales, que inmovilizaron con una estaca a un pobre perro y lo asesinaron disparándole cuatro balazos. Otro informe denunció el acto vil de un carabinero que entrenaba a un cachorro labrador y le daba patadas, golpes, puños y cachetadas al desdichado animal. En la madrugada del 30 de mayo de 2012, cuatro policías desalojaron de su “cambuche” (choza) a un habitante de la calle y le rociaron gasolina e incineraron a sus dos humildes perritos, cuyo amor era lo único que tenía; mataron a los animales que acompañaban su soledad, que daban la vida por él. Y luego, en junio, un agente de policía mató a un perro lanzándolo a un caño.

La Declaración Universal de los Derechos de los Animales, aprobada por la ONU y UNICEF, consagra: “Los derechos del animal deben ser defendidos por la ley, como lo son los derechos del hombre”. Lo triste y grave es que estos hechos fueron cometidos por “defensores de la ley y la justicia”. ¿Cuántos casos más habrán quedado inéditos?

El escritor Fernando Vallejo ha denunciado insistentemente cómo “atropellan a los animales, cazándolos por sus colmillos o sus pieles, experimentando con ellos, inoculándoles virus y bacterias, rajándolos vivos para ver cómo funcionan sus órganos y sus cerebros, maltratándolos, torturándolos, vejándolos, enjaulándolos, asesinándolos, abusando de su estado de indefensión, con la conciencia tranquila”.

No faltan las notas internacionales que cuentan sobre verdaderos monstruos que graban videos sobre torturas a animales y los suben a YouTube; o de gatos “bonsai”, miserablemente embutidos en una botella hasta que mueren. Son víctimas de una sociedad que mata a los recién nacidos, a sus propios hijos, a padres ancianos indefensos y a mujeres embarazadas. Seres que exterminan a los animales y a su misma especie. Para defenderlos, fue redactada la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, adoptada por la Liga Internacional de los Derechos del Animal, en 1977, aprobada por la ONU y por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO. Declaración tímidamente difundida, que establece, entre otras cosas: “El hombre, como especie animal, no puede atribuirse el derecho de exterminar a los otros animales o de explotarlos, violando ese derecho. Todos los animales tienen derecho a la atención, a los cuidados y a la protección del hombre. Todo animal que el hombre haya escogido como compañero tiene derecho a que la duración de su vida sea conforme a su longevidad natural. El abandono de un animal es un acto cruel y degradante. Todo animal de trabajo tiene derecho a una limitación razonable del tiempo e intensidad del trabajo, a una alimentación reparadora y al reposo. Ningún animal debe ser explotado para esparcimiento del hombre. Todo acto que implique la muerte de un animal sin necesidad es un crimen contra la vida. Los derechos del animal deben ser defendidos por la ley, como lo son los derechos del hombre”.

Entrando a otro tema, una creencia poco a poco revaluada, es que los gatos son negativos y sinuosos; calumnias injustas que dañaron su imagen. La actitud natural del perro es la de ser un amigo leal, cariñoso, obediente, sociable, alegre, aguantador, noble y dependiente. El gato es igualmente cálido, tierno, amoroso, querendón, pero muy independiente. Tiene como característica propia, escoger a quién ha de querer. Se especula también con que los gatos y los perros se odian; pero varias historias de este libro muestran lo contrario, exaltan la convivencia entre estas dos bellas especies animales. Lo que sucede es que unos y otros malinterpretan sus expresiones corporales; un movimiento igual o similar de la cola de un perro o de un gato, expresan cosas diferentes, no tienen el mismo significado y eso causa malos entendidos entre ellos y los hacen ver como adversarios. Pero en realidad muchísimos perros y gatos son amigos, pues sus amos les enseñaron a convivir. Cuando yo conocí bien a mi gato, aprendí que era un animal con una gran capacidad de amor y lealtad, tan grande como la de un perro, aunque con maneras distintas de expresión.

Cuando generan amistad los perros y los gatos son excelentes compañeros; de ello dan prueba los siguientes enlaces:

Para ver los enlaces, escanee cada código con su celular.

Los gatos, como los perros, suelen ser sociables; establecen vínculos afectivos fuertes; tienden a ser nerviosos, se deprimen más que los perros; en momentos de estrés, por ejemplo al separarse de su familia, cuando pierden o cuando se separan de su amo o de un gato amigo, cuando son maltratados física y psicológicamente; cuando no tienen espacio suficiente para movilizarse; o cuando sus amos no les dedican tiempo a jugar con ellos y a consentirlos. Los gatos son hoy los “reyes” de internet; se adueñaron de la red, de YouTube y ahora también están de moda en el cine. Una ilustrativa nota sobre el cambio de idea sobre los gatos fue una nota publicada en el periódicoVanguardia, de México, del 23 de abril de 2012, titulada por su autor Armando Fuentes Aguirre, “Esa gata”, que dice:

“Esta gata, me temo, va a hacer que cambie yo la opinión que tengo acerca de los gatos.

“Sucede que un gatito de unos cuantos días de nacido vino a dar a mi casa, salido no sabemos de dónde. En la cochera vive y mora una gata de pelaje negro, salida de donde no sabemos. La madre sin hijo adoptó de inmediato al hijo sin madre. Lo cuida y protege más que si fuera suyo y nos reclama alimento para su criatura. Duermen juntos los dos, él amorosamente reclinado en ella y cuando la gata despierta, alarmada por el menor ruido, no se mueve para no turbar el sueño del gatito.

“Esta gata, vuelvo a decirlo, hará que cambie yo mi opinión sobre los gatos”.

Aclarado el tema de los gatos, honro aquí a las fundaciones, sociedades, instituciones y organizaciones que trabajan en la protección de los animales; que se compadecen con ellos; que los protegen y redimen; que les dan cariño, calman el dolor de los gatos, perros, y caballos de transporte, tratados con crueldad por sus dueños; que rehabilitan la fauna, que trabajan por la libertad de los animales silvestres y por las aves, pues “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”. Enlaces a: ¡Si así convivieran los seres humanos!

Un hombre vive en la calle, en Santa Bárbara (California, USA) con tres mascotas que conforma una familia. Los cuatro (perro, gato, ratón y amo) demuestran que seres supuestamente enemigos, son ejemplo de paz y armonía. Si los animales conviven así, ejemplarmente: ¿Por qué muchos humanos son inferiores a estos seres vivos, irracionales?

Volviendo a las almas caritativas, buenas y altruistas, defensoras de animales, que saben descifrar en los ojos de un perro o un gato su tragedia; que le buscan hogar adoptivo, son un valioso modelo de solidaridad, de iniciativa compasiva, de justicia y respeto por la vida y la integridad animal. A esos seres plenos de humanidad que adelantan las campañas de adopción. Y a quienes preparan y forman a los caninos héroes, a esos perros que dan su vida por salvar y proteger a las personas, como son los de los cuerpos de rescate; los de antinarcóticos, antiexplosivos, de bomberos, de la Defensa Civil, de la Cruz Roja, de la Policía Ambiental, de los Carabineros, de los Scouts; muchos de ellos afiliados a mascotas cívicas que cuentan en Bogotá con 2.611 animales, por obra de personas como Gloria Vargas Guzmán y su campaña por el bienestar, la educación y la integración de los amos y las mascotas. Reconozco el aporte de los paseadores de perros que “entienden su mundo” y ayudan a sus dueños en su mejor manejo y la magnífica labor de quienes educan y crían perros lazarillos que dignifican la vida de los invidentes, en la que se destaca la Fundación para el Perro GuíaVishnu del Ciprés. Exalto aquí especialmente al movimiento colombiano, Bancada Animalista, que se ha convertido en un ejemplo internacional, impulsado desde abril de 2011 por el congresista liberal, Camilo Sánchez Ortega, que trabaja en defender los derechos y en fortalecer la protección de los animales y del medio ambiente. Hacen parte de esta causa varios congresistas, diputados y concejales de todo el país. Loable su iniciativa de dictar leyes para combatir la crueldad contra los animales y para que se respeten sus derechos. La bancada respalda su obra editando el periódico,Voces Animales, que comunica a numerosas instituciones animalistas.

Finalmente, registro el siguiente cuadro en homenaje a los perros y gatos que aparecen, aunque sea brevemente, como protagonistas de este libro, son ellos: Chigüiro, Dulcinea, Uggie, Lara, Bruja, Gaspar, Caupolicán, Urkos, Rex, Lola Vargas, Ringo, Silvestre, Micifuz, Miruz, Bauschan, Pinka, Simón,Tuti, Beto, Mariscal, Orifiel, Bacatá, Rayo, Benjamín, Beng, Mariana, Leoncico, Canela,Yiya, Salty, Gros, Chat, Chien, Milko, Moana, Kick, Kayser, Lina, Tina, Oriana, Policarpo, Kalúa, Gizmo, Isis, Bufy, Ruby, Spike, Roxy, Laika, Canelo, Caspetre, Scarlett, Doropfei, Willow, Hachiko, Humphrey, Larry, Lady, Chicco, Hugo, Fidge, Fido, El Gato con Botas, Bo, Socks, Buddy, Millie,Tim, Diamond, Brummis, Canelón, Marcelino,Yefry, Ditteaux, Minino, Escamito, Gogi, Balín, Tabatha, Nareda, Luca, Michina, Fido, Miruz, Puss in Boots, Kim, Kina, Namco, BobPetrouchka, Claudina, Pisscino y Fufusca, Miau Miau,Tigris, Mirringo, Pepito, Pantera, Mimía, Carolina, Fantasma, Candongo, Flora, Pinina, Pulgarcito, Hormiguita, Chirimbola, Cantaleta, Esmeralda, Gris, Espanto, Sombra, Francesca, Francesca Segunda, Kasbec, Ulk, Lucas, Manolo, Margarita, Bola de Nieve, Fiona, Rosa, Nevado, Mirringa Mirronga, Fuñas, Fanfarriñas, Ñoño, Marroño y Tompo, Mirriña, Mirrín, Mirrón, Mambrú, Micifú,Ambrosio, Nigel, Guaica, Pechichón, Ágata, Pepina. Tonka, Dulce, Monina, Chavero, Memín, Pucky, Ditteaux, Miles, Macarena, Pepe, La Chiqui, Marcelo, Pola, General,Almirante,Tich, Sam, Mim, Babagh, Misha, Sasha y Charo, Buffy, Barney, Koni, Lady, Amelie, Miles, Otis, Katie, Madge, Emily, Kermit, Mister Green, Chipi, Dina, Cacho, Chico, Sultán, Chengue, Luna, Ben, Ratona, Afrodita, Pablo, Fox, Fiona, Icti, Motas, Negra, Loco, Pecas y Gandalf, Timoteo, María Nirvana, y Atenea, Chía, Bilbo, Eep, Lisi,Ayda, Orfeo,Tristán, Fígaro, Lulú, Salomé,Abelardo y Mermelada, Halom, Agata, Tulio, Karú, Cacaroto, Cronos, Tanto, Tom, Jack, Fala, Rob Roy, Peter Pan, Pry Pablo, Calamita, Tiny, Tim, Blackberry, King Cole, Bessie, Borracho, Sweetlips, Tipsy, Cloe, Catador, Rover, Guiños, Tiny, Blaze, Heidi, Ranger, India, Williey, Ernie, Checkers, Vicky, Pasha, Timahoe, Feller, Tut y Pat, Sonnie, Glen,Yukón, Patrick, Eaglehurst, Gillette, Pete, Skip, Jack, Cuarzo-Tom, Zapatillas, Tom Kitten, Pushinka, Charlie, Blackie, Mariposa, Puntas Blancas, Streaker, Littler, Shan, Lucky, Grits,Yong Yang, Laddie Boyun, Blackie, Brutus, Morrison, Fred,Winnie Ka- bar, Kasbec, Lily, Barry, Blondie, Belka, Jason, Kurwenal, Mathais, Mushka, Nipper, Strlka, Ugolyk, Zvezdochka, Duke, Sadie, Sunny, Lauren, Kabar, Beppo, Bombalurina, Flanelle, Boatswain, Brisquet, Odín, Pepo, Beppo, Quartz, Apollinaris, Beelzebub, Blatherskite, Buffalo Bill, Satan, Sin, Sour Mash,Tammany, Zoroaster,Taki, Gigi, Inés, George, Pushdragon, Noilly, Prat, Pettipaws,Tantomile,Wiscus. Bunky, Blackie, Bob, Jock, Nelson, Tango, Margate, Tango, Jock, Flush, Boatswain, Bauschan, Charlie, Jo Fi y Judy.

Incluyo otras historias sobre muchos gatos y perros en distintas páginas; tuve especial cuidado en registrar enlaces a bellos o impactantes videos que exaltan variadas temáticas sobre valores animales, otros aspectos de perros, gatos, y sobre las especies vivas, como estos.

Mi gato Chigüiro, el causante de este libro

 

Inicio las historias humanas de perros y gatos con la de Chigüiro, un animal tan maravilloso, que me impulsó a editar este libro dedicado a la causa animalista.

Para muchos, un gato “es solo un animal”. Para mí, Chigüiro fue mi gran amigo, el compañero incondicional que terminó siendo una especie de nieto mío…el nieto que me faltaba y que en realidad lo fue. Aclaro que Chigüiro no era un chigüiro, sino un gato al que cada uno le puso el nombre que quiso; Barba Negra, lo llamó su primer veterinario; luego, en mi casa, lo bautizamos: Don Gato, Gaturro, Morringate, Mirringato, y Gatobriand. Stella, la señora que hace mis diligencias, le decía Michungo; pero fue mi hija Luz Helena quien lo llamó Chigüiro. Le pareció un nombre adecuado por lo simpático y porque la sonoridad de la palabra lo identificaba como un gato muy alegre,“locato” y mamagallista. Lo cierto es que así se quedó: Chigüiro era el gato de mi hija, pero como ella debía salir a trabajar y estudiar, él se convirtió en mi nieto ya que por dedicarme a escribir, yo permanecía en la casa, a su lado.

A decir verdad, más que abuelo yo parecía su abuela; es decir una gata, porque lo alimentaba, lo cobijaba, lo consentía, le jugaba, le daba los remedios, lo bañaba… Además, era su enfermero, adiestrador, profesor y mandadero. Pensándolo bien, sí, fui como su abuela. Gracias a ello, hoy con conciencia animalista me gusta ayudar a los perros y a los gatos con los que me cruzo. Yo me imagino que como cada padre con su hijo, el dueño de un gato cree que es el mejor del mundo…Y mi gato sí que lo era. Con él confirmé una frase, anónima:“Al que no le gustan los gatos, es porque nunca tuvo uno”. Sé que esta historia puede sonar fantasiosa, pero no a quienes tienen felinos. Nunca pensé que uno llegara a amar tanto a un gato, tanto como cuando se quiere a las primeras novias.

Chigüiro caminaba con paso elegante, lento, sin afanes y daba media vuelta para ver si lo estábamos observando. Hacía poses cuando lo fotografiábamos, era el niño de la casa que todo lo preguntaba y comentaba; refunfuñaba y maullaba y casi siempre estaba alegre. Yo distinguía sus “Miaauus” por la expresión de sus ojos y el movimiento de su cuerpo, su cola y sus patas.

Chigüiro, que me examinaba con ojos investigadores, grandes y tiernos, fue el gato que hubiera querido tener de niño. De su historia, nació este libro. Desde cuando lo adoptamos se ganó nuestro corazón; con él partimos de cero porque no sabíamos cómo criar un gato. Él llegó a nosotros para marcarnos, para darnos; y para que yo aprendiera a mirar la vida desde sus ojos; con él nunca estuve solo, me dio amor, lealtad y compañía. Él me enseñó que los animales aman sin condicionar ni exigir nada. Por eso algunas veces dejé de ir a un coctel, una comida u otro compromiso, porque compartir el tiempo con Chigüiro me resultaba más sincero y gratificante.

Con él concluí que al proverbio: “El hombre se realiza plenamente cuando ha tenido un hijo, sembrado un árbol y escrito un libro”, le faltaba: “y cuando ha tenido un gato” (o un perro). Ahí sí me sentí completo, y no lo digo por hacer una frase; esto lo entienden quienes aman a estos seres de Dios.

Tal como le pasó con el famoso gato Socks, a Chelsea, la hija del expresidente norteamericano Bill Clinton, quien recogió en una calle de Arkansas a un gato abandonado, que luego fue mascota de la Casa Blanca, a Chigüiro lo encontró milagrosamente mi hija Luz Helena, (que es todo corazón), aterrorizado y acorralado contra el separador del congestionado puente de la calle 127 con Autopista, en Bogotá. La insultaron por haber parado allí su carro, pero lo salvó de una muerte segura. Ese 26 de octubre de 2007, el pequeño Chigüiro (que era un NN), llegó a nuestra casa maullando inconsolable. Debió sufrir mucho, minutos antes de su salvación.

Estaba empapado de orines por el terror que sentía y tiritaba. De inmediato lo llevamos al veterinario y supimos que tenía su pata posterior derecha con tres fracturas; posiblemente un carro lo había golpeado. Cuando se la estiraron para radiografiarla, casi se desmaya, sus maullidos fueron desgarradores. Tuvieron que operar tres veces a este gato de buenas costumbres. Tal vez en ese mismo momento, en otro hogar estaban llorando su desaparición… O a lo mejor fue que alguien lo abandonó dejándolo en la calle.

Mi primer contacto con el reino animal, el cual me sensibilizó y con el que aprendí a querer y respetar a los animales, fue la colección de láminas (“monas”) del álbum de la Fábrica Nacional de Chocolates, hoy, chocolatinas Jet. Me gustaban los gatos pero nunca tuve uno, solo viví cerca de un conejo, unos pollitos, un pato y del loro de mi hermana Lucía, un simpático y alegre parlanchín que aparte de haber aprendido a preguntar: ¿Quiere cacao?, le enseñaron unas cuantas groserías que hasta se le oían simpáticas.

Nuestra primera experiencia gatuna se dio un año antes de que apareciera Chigüiro, fue una noche en que llovía a cántaros cuando escuchamos unos maullidos en el jardín de nuestra casa; eran los de cinco gatos negros recién nacidos, con ojos intensamente azules, como los de su madre que parió dos veces en el mismo rincón, al lado de un árbol de higuerilla y entre un bosque de helechos. De su misma camada murió uno allí mismo; en esta ocasión la gata se llevó a cuatro cachorros (a los que después veíamos caminar sobre el tejado, en fila india, detrás de ella); y dejó uno. Lo resguardamos mientras la señora gata volvía por él, pero no regresó. Entonces, lo instalamos en la casa, pero como éramos ignorantes en aquello de criar felinos, se lo dimos a una familia querendona y experta en mascotas. Cuando Chigüiro llegó quise evitar que saliera de la casa para que no le pasara nada malo, entonces le tapé el único espacio abierto por el que podía salir, estaba debajo de una teja, en el patio de ropas, pero el bendito gato se dio trazas de escabullirse y al rato apareció, bajándose del techo, por el jardín.

Allí había un gigantesco pino que adornábamos en Navidad. Chigüiro solía esconderse debajo de él; nos coqueteaba y hacía monerías cuando sabía que lo estábamos mirando. En el mencionado rincón teníamos un pequeño bosque con helechos, un rosal, palmas, una gran buganvilla y su árbol de higuerilla por cuyo tronco era un experto en trepar hasta el tejadillo que lo proyectaba a los techos vecinos, porque a él como buen gato le encantaba subir a los puntos más altos y difíciles, dentro o fuera de la casa. Casi debajo de su árbol están enterrados, allí, la perrita Dulcinea y un gato “bebé” que no se alcanzó a criar. Chigüiro se metía entre esas matas y duraba horas, a no ser que lloviera, porque entonces salía corriendo y se metía a la casa; aunque finalmente le perdió el miedo a los aguaceros, se los gozaba. En el duro invierno de finales del 2008 y comienzos de 2009, llegaba empapado, entraba y cerca de la cocina lo secábamos con sus toallas.

Chigüiro.

Chigüiro llegó pisando duro, tanto que hizo desaparecer un jarrón verde que me había regalado una señora a la que mi novia le tenía “alergia”. Al día siguiente de llegar, el gato, se paró sobre el bifé, y sin más ni más, tumbó al suelo el “indeseado” objeto, que al tocar piso estalló en mil pedazos. Gloria Cecilia nunca comentó nada, pero yo creo que se puso feliz y amó a Chigüiro, animalito que se ponía nervioso por ruidos extremos como el de la aspiradora, los truenos, los voladores, los golpes de los albañiles haciendo arreglos, o la música muy alta. A él las maletas abiertas, las bolsas del mercado y las cajas de cartón vacías, le atraían; se metía entre ellas, o se ubicaba debajo de los periódicos y asomaba la cabeza con ojos pícaros, o sacaba una pata como dando zarpazos para asustarnos, pero guardando las uñas para no arañarnos.

Tuvimos una excelente comunicación con Chigüiro; yo aprendí a conocerlo poniendo atención a sus acciones y reacciones, a sus expresiones corporales, a su mirada y al tono, timbre e intensidad de sus maullidos, que tenían diferente significado; descifré sus “palabras” de amor y todo lo que él nos decía. Era un gato muy inteligente; con el tiempo entendí hasta las cosas puntuales que musitaba emitiendo amables, tristes o alegres “miaaus”, que expresaban: quiero agua; tengo hambre; juguemos; me dio sueño; estoy aburrido; tengo miedo; quiero salir; tengo sed; me duele mi pata… O, quiero subirme a la cama, cosa que no hacía si no le daba mi aprobación.

El primer susto que Chigüiro me dio fue cuando creí que se ahogaba; tosió de una manera impresionante: ¡Fue su primera bola de pelo! En esos días le compramos comida, juguetes, cama, cobija, antipulgas, perfume, champú para gatos, y toda clase de chucherías gatunas; después regalamos todo, menos un corbatín amarillo con el que se veía muy lindo.

Él contestaba todo con un “miau” y lo ratificaba con la expresión de sus ojos verde oliva, que eran “la ventana del alma” de un gato maravilloso que siempre andaba detrás de mí cuando yo iba al baño, al escritorio, a la mansarda, a la cocina, al patio de ropas, a la habitación…a todas partes. Es que Chigüiro era un ser pleno de ternura, alegría e inocencia. Lo único que le faltaba era hablar en español, porque lo hacía muy explícito en “idioma gatuno”, con sus ojos y con sus maullidos, tiernos, exaltados, alegres o impacientes.

Mi hijo fue el primero en bañarlo con la manguera del jardín, poniéndole poca presión; luego usando un platón y un balde con agua tibia; Chigüiro maullaba mucho. Luego lo hizo mi hija en su ducha; y después yo, en la mía; el primer día me puse un pantalón de baño pero como no pude sostenerlo con una mano para aplicarle su champú, dio tres volteretas y me hizo rodar debajo de la ducha. Al principio era quejoso con su “guaguaguá”, un maullido característico suyo que no era ladrado, sino maullado. Luego lloraba menos; llegó una etapa de resignación en que lanzaba un “miau”, suave; después disfrutaba del baño con agua tibia y no se quería salir de la ducha. Al terminar, le teníamos listas sus toallas y después de una suave sesión de secador, se acostaba a dormir frente al mirador que escogió en la ventana de mi habitación, la cual daba al antejardín. Él se familiarizó pronto con la casa y tomó posesión de los sitios que más le gustaban y su mirador en mi ventana era el preferido.

Le compré un cómodo cojín y se lo puse allí, sobre el mueble que estaba a ras de la ventana. Él dormía allí, en un sofá, en la silla del computador; o donde quería, cuando no deseaba tener a nadie cerca. Pero donde se sentía a sus anchas era en la ventana, dormido, o despierto viendo pasar la poca gente que transitaba por allí, pues era un conjunto cerrado. Los niños y las niñas que llegaban del colegio, los porteros y las señoras del servicio, tenían que ver con Chigüiro; lo saludaban; era todo un personaje de la cuadra.

En más de una ocasión, estando sentado en la ventana, aparecía en el antejardín una gata amiga suya y entonces él brincaba y se iba hasta el jardín donde subía al tejado y descendía del techo por el lado de la calle para reunirse con ella; los dos trepaban al techo y se iban a pasear. Una tarde de tempestad lo fotografié cuando maullaba extasiado, contento y viendo tras el vidrio caer el granizo que implacable rompía las flores y las matas, y que cubría el pasto como si fuera nieve. De pronto, estalló un trueno y “Chigüiro” de un solo salto quedó debajo de mi cama, con los ojos aterrorizados. Luego, cuando llovía duro, así como cuando prendían la aspiradora, colocaban alto el volumen del televisor o del equipo de sonido, él me buscaba para que lo protegiera.

Cuando yo entraba al baño, Chigüiro lo hacía detrás de mí y se subía al mesón del lavamanos, se acostaba sobre el mármol frío y se quedaba viéndome mientras me lavaba los dientes, me bañaba y me afeitaba. Cuando salía de la ducha me pedía que le abriera la llave del agua fría, le encantaba tomarla colocándose debajo del tubo y cuando se le acababa el agua de su dispensador, me empujaba con una pata para decirme que le faltaba.

Una tarde llegó con su gata amiga para que yo, su abuelo, la conociera oficialmente; la llevó a su canasta de concentrado y la invitó a comer; luego salieron al jardín, se despidieron, ella se subió a la tapia y él la siguió con la mirada hasta que la gata desapareció. Esa tarde mi papel de abuelo cambió por el de suegro comprensivo. Chigüiro era un gato casero y ella una tierna “minina” atigrada, habitante de los tejados del Conjunto Malibú. Se relacionaron en el techo y desde entonces, la gata llegaba al jardín a invitarlo y salían de “gira”. Otras veces lo hacían con dos gatos amigos suyos del conjunto. Chigüiro, como homenaje, nos traía del jardín: arañas, polillas, cucarrones, y cuanto bicho cazaba. Todo menos ratones porque no sufríamos de ellos, solo teníamos uno que le compramos, una réplica del ratón Gus, de la Cenicienta.

Para comer, Chigüiro cogía con sus patas delanteras la carne, el pan o el pollo, (le gustaban más que el concentrado); los colocaba en su plato, sobre el piso y se acomodaba como si estuviera en una buena mesa. Cuando quería que lo acariciáramos, se acostaba y se ponía boca arriba; movía la cola relajado y recargaba su cabeza contra uno. Era un gato tan fiel como un pastor alemán, un labrador o un Golden Retriever. Le gustaba a quienes llegaban a nuestra casa y aunque era tímido al comienzo, cuando entraba en confianza: ¡A jugar se dijo! se ganaba el cariño de todos, pero no le gustaba la gente que gritaba. Era selecto, si alguien no le caía bien, daba la vuelta y se subía al altillo o al tejado, se iba al jardín, o a cualquier otra parte. A pesar de que mi pobre Chigüiro era joven, fue un gato con mala suerte por problemas de salud. Tuvimos que internarlo en la clínica veterinaria varias veces. Primero, mientras sanaron su pata rota; lo tuvieron que operar tres veces y estuvo internado otras cinco; dos por problemas de riñón, se le dificultaba orinar a causa de una obstrucción por cálculos renales. Después se le formó una bolsa en el estómago, le dolía; los medicamentos que le dio el nuevo veterinario no le estaban haciendo efecto. En cuatro meses tuvo tres resfriados que lo dejaban decaído. Cuando se enfermaba trataba de estar solo, se refugiaba en el altillo, debajo de una cama; maullaba pasito y parecía que no quisiera que se entrometieran en sus dolencias.

A él no le gustaba subir al carro, pues lo asociaba con el martirio que sufría cuando lo llevábamos donde los veterinarios que lo operaron o trataron su pata enferma, o las veces cuando se enfermó y le aplicaron muchas inyecciones y remedios que le causaban dolor o malestar, o cuando lo llevábamos a que lo desparasitaran o vacunaran. Como a él le gustaba meterse entre las cajas, a una le poníamos su cobija y lo engañábamos metiéndolo en ella como si fuera un juego; era la forma menos traumática de llevarlo a la clínica, pero llegando allí, al abrir la caja, el pobre Chigüiro se orinaba del susto.

Al dejarlo allá de uno a cuatro días en cada emergencia, sufríamos con mis hijos pensando en su soledad dentro de una jaula de recuperación; lo visitábamos todos los días. Para colmo de males, a Chigüiro se le aflojaron los dientes y se le cayó uno y sufría por la lesión que le causó la platina que le pusieron cuando le operaron la pierna, que le presionaba por dentro. Cuando se reponía, al dar un mal salto volvía a resentirse y cojeaba, pero apenas se quejaba; fue un gato valiente que se acostumbró al dolor.

Su enfermedad renal se volvió crónica, no obstante los exámenes de laboratorio, las radiografías y las drogas. Yo lo engañaba para que se las tomara; le metía las pastillas entre arequipe, que le encantaba, aunque digan que a los gatos no les gusta el dulce. Él aprendió a tomar sus gotas que eran amargas; colaboraba recibiéndome los remedios porque intuía que era por su bien; por eso valoré mucho más su inteligencia.

Gustavo Castro Caycedo y Chigüiro.

Cuando le daba fiebre se deprimía; le ordenaron dieta y no pude compartir más mi comida con él. Por otra parte, estaba a punto de otro grave problema: el trasteo de mi casa; la iba a vender porque al irse mi hijo Gustavo Adolfo a vivir al exterior, resultaba muy grande para mi hija y para mí. Chigüiro tenía libertad total en el antejardín, el jardín, los árboles y los tejados propios y vecinos, y en toda la casa, él hacía lo que quería, excepto cuando el jardinero fumigaba, porque lo dejábamos dentro de la casa hasta cuando pasara el efecto. Ahora, tendría que reducirse a un apartamento, sin espacio y no podría salir; era condenarlo a una reclusión forzada que lo haría sufrir mucho más. Por todo lo anterior tuvimos que encarar la más triste decisión: mandar a que lo durmieran. Fue muy doloroso, dramático y complejo. Con mi hija, decidimos acortar sus penas, así la nuestra sin él nos hiciera daño. Renunciamos a retenerlo injustamente; no quisimos obrar como quienes teniendo sus mascotas enfermas las conservan para no sufrir su ausencia, así ellas estén en las peores condiciones.

¡Que su gato o su perro sufran, pero que sigan vivos! Suena egoísta. Este ha sido uno de los trances más duros de mi vida; la decisión aún me atormenta. Chigüiro llegó a nosotros el 26 de Octubre de 2007 y se fue el 5 de julio de 2010; fueron 980 días de ternura, que por su amor y lealtad, nos parecieron décadas.

En el tiempo que he dedicado a este libro hecho en honor de Chigüiro, he hablado sobre gatos con muchas personas y he vivido una especie de masoquismo literario, ya que su recuerdo y el de su última mirada reviven recurrentemente en mí. Varias noches me he soñado con él, sin sufrir; porque está vivo y lo disfruto; han sido sueños gratos y amables recurrentes en que lo he seguido viendo juguetón, alegre, gritando su inconfundible “guaguaguá”, posando para que le tome fotos. Pero cuando despierto y Chigüiro no está, lo añoro mucho más y entonces, como ahora cuando escribo estas líneas, los ojos se me humedecen y siento en el corazón la cicatriz que me dejó su partida, porque era parte de mí mismo, de mi familia. Solo Dios y cualquiera que haya vivido la pérdida de una mascota, sabe lo que se siente en el alma.

Hoy daría todo porque estuviera vivo, pero sano, así fuera un solo día. Por sentirlo cariñoso, reiterándonos su amor; acostado sobre el teclado del computador (que yo tenía entonces en mi habitación) como extasiado por los colores de las imágenes y los sonidos del televisor; acompañándome hasta las cuatro o cinco de la mañana; haciendo monerías; jugando con mis pantuflas y desconcentrándome por ratos. A veces no le hablaba, apenas lo observaba, despierto o dormido, no me cansaba ver que era un ser viviente tan especial y perfecto que “supervisaba” lo que yo escribía; a veces, se plantaba frente a la pantalla del computador, como si estuviera leyendo. Entre la noche y la madrugada él ocupaba el pequeño tapete que le puse junto a la torre del computador, a un lado de mis pies. Por ratos, se paraba invitándome a hacer una pausa; le gustaba ir conmigo a la cocina, yo me comía un trozo de pan y él su concentrado, o tomaba sopa, pues le encantaban la de avena y la de verduras.

Cuando Chigüiro veía televisión no soportaba los ruidos de los noticieros o los gritos de las telenovelas; le gustaban los programas con risas infantiles, ecológicos, o de entrevistas y la música instrumental con la que yo trabajo. A veces se subía a su frazada, sobre mi cama a ver las imágenes “mágicas” de la televisión que yo le dejaba prendida, sin volumen; parecía hipnotizado. Cuando yo terminaba de escribir, se acostaba en mi cama, apretujado contra mis pies.

Chigüiro descubrió y se apropió de un oso de peluche de Gloria Cecilia y lo convirtió en su juguete preferido; era cariñoso con él, lo abrazaba, lo cargaba al hombro, se acostaba sobre él y dormía a su lado. Era un espectáculo de ternura en tres colores, los suyos negro y blanco y el beige de su osito.

¡Si yo pudiera volver a verlo mirándome profundamente y diciéndome con sus ojos, que él tenía alma!… Yo estaba seguro que sí, que Chigüiro tenía alma. Él me decía que me extrañaba, como en ese diciembre cuando salí de viaje por seis días en los que, según Stella: “Casi no quiso comer”. La víspera de irse de este mundo, el 4 de julio de 2010, llegó la noche y no pude dormir, estuve junto a él y con él; lo abracé como si fuera un recién nacido; y ya en la mañana lo bañé; lo consentí mucho; no me cansaba de mirarlo; lloré. No sé de dónde sacaron coraje mi hija y Patricia, su mamá, que la acompañó a donde el veterinario para que lo durmieran. Cuando Luz Helena regresó con la caja de cartón y dentro el cuerpecito de Chigüiro, inerte pero aún tibio, la colocó con suavidad sobre una silla de la sala; nos dimos un largo y fuerte abrazo, lloramos por dentro y por fuera y no fuimos capaces de hablar.

El alma me dolió mucho mientras cavaba el hueco para enterrar a mi Chigüiro, al lado de su árbol de higuerilla por el que trepaba a los tejados y donde posaba como un tigre para que le tomáramos fotos. Quedó ahí, junto a Dulcinea, la perrita Basset Hound que una vez le compramos a Gustavo Adolfo y Luz Helena, cuando eran pequeños y que murió porque se comió una bola de cristal que le causó una obstrucción intestinal, por lo que sufrimos todos. Allí también enterramos al gatico nacido en ese mismo rincón que murió sin que su madre, otra gata de tejado, ni nosotros, pudiéramos hacer nada por él. Chigüiro era feliz escuchando las voces, la música, los tonos y las imágenes que brotaban del teléfono móvil, paraba las orejas y afinaba la vista y cuando terminaban, delicadamente ponía una pata sobre mi mano para pedirme que las repitiera. Hoy contemplo su imagen en el celular y en un álbum de sus fotografías.“Para acompañarme con la ausencia” de Chigüiro tengo una foto en la sala y otra en mi habitación; un gato sobre el parlante de mi computador y como fondo de pantalla de esté, una bella foto suya en que está debajo de un periódico, mirando tierno y con curiosidad.

Este libro me deja el alivio de saber que no estaba loco cuando le hablaba a Chigüiro y nos entendíamos; que no era absurdo amarlo tanto; y ese alivio llegó porque en el proceso del libro he conocido mucha gente que como yo, siente lo mismo por sus gatos o por sus perros y que conocen su lenguaje y que los aman. Yo le decía:

¡Miau!, a mi manera y venía sin demora. ¡Y dizque los animales son seres inferiores!

Mi gato era muy inteligente, tierno, juguetón, ágil, amoroso, pícaro y a veces hasta “payaso”, para llamar la atención. Nunca se disgustó por más de un minuto, ni guardó rencores. Llegaba a mi cama, pedía permiso para subirse a ella, respetando el espacio donde podía acostarse, ni un centímetro más. Dormía por encima de las cobijas, en el espacio que ocupaba su pequeña cobija de lana con la que se dejaba envolver; le acariciaba su cabecita mientras se acomodaba y se dormía y trataba de no moverme para no despertarlo. Cuando él se dormía, miraba su piel blanca como la nieve y negra como la noche más profunda.

En mi gato, maravillosa criatura, sentí más la magnitud de Dios; es imposible explicar en su plena dimensión el vínculo que se establece entre un ser humano y un animalito como Chigüiro; la profunda compenetración conmigo. Creo que teníamos una personalidad similar; nos entendíamos, adivinaba sus reacciones; como esa de correr hacia mí emocionado cuando oía que le servía su comida, meneando la cola y emitiendo su “guaguaguá”.

Chigüiro.

Carlos Muñoz me dijo ayer que le parecía muy curioso que siendo yo temeroso de los perros, estuviera haciendo un libro en honor de ellos. A mí me gustan y siempre que se ha presentado la ocasión comparto un pan con ellos, los consiento, pero soy respetuoso del tradicional letrero, “Cuidado con el perro”, cuando se trata de un rottweiler, pittbull, bull terrier, dóberman, mastín o fila brasileño; aunque me conmueven su amor y su fidelidad.

En este momento recuerdo la primera angustia que sentimos por nuestro gato una noche cuando no regresó a la casa; según Margarita, la empleada, había salido en la tarde por el tejado,“con dirección al norte”. Mi hija no había llegado; llovía mucho y hacía bastante frío, la brisa hacía bambolear las hojas del árbol de higuerilla de Chigüiro; lo busqué por todas partes, lo pregunté a los porteros; me subí al tejado y terminé empapado; es que él era indefenso y yo temía que algo malo le pasara o que fuera a sufrir. Mentalmente repetía: Chigüiro, vuelve a casa, que Dios te proteja de la maldad humana. Eso tal vez lo hubiera pensado un abuelo si su nieto se perdiera. A los tres días, a las 8 de la noche, sin dársele nada, nuestro gato regresó y con él la tranquilidad.

La segunda vez que se perdió, fue de noche. Con mis hijos lo buscamos incansablemente; lo llamamos en la oscuridad. También me “trepé” al tejado en tres oportunidades, pero nada. En esta ocasión, mi hijo Gustavo Adolfo que es tan sensible como Luz Helena y yo mismo, había venido por unos días a Bogotá. Él creyó que Chigüiro se había subido a su carro antes de que él partiera a visitar a su novia y que se había bajado allí; hipótesis que maltrató su conciencia; al otro día volvió a buscarlo en el sector donde ella vivía y nada. Dejamos las puertas del jardín abiertas, por si regresaba. Habría que estar “entre nuestra ropa” para comprender qué sentíamos. Esas noches no pude dormir, pero el agotamiento me “fundió”. Esta vez, de nuevo sentí más tristeza que cuando terminé con mi primera novia. Esa noche pensé en la angustia que debieron sentir los primeros amos de Chigüiro (a lo mejor niños) que lo perdieron definitivamente cuando fue a dar a la Calle 127, donde mi hija lo salvó. Pensé que tampoco lo volveríamos a ver; pero el muy “sinvergüenza” apareció maullando, consentido y cariñoso. Cuando me vio, se lanzó a frotar su cabecita con mis zapatos, como pidiendo perdón… ¡Y terminó la angustia!

Cuando Chigüiro oía el motor del carro, o si estaba en la ventana de mi habitación y me veía llegar, se lanzaba al garaje o a la puerta a esperar que yo, su abuelo y él, mi nieto, nos saludáramos. Con esos saltos se maltrataba su pierna mala, pero no le importaba, él lo que quería era demostrar su cariño. Un domingo por la tarde regresé y Chigüiro no me estaba esperando, ni apareció, era la tercera vez que se perdía. Lo busqué por toda la casa, en el cuarto del servicio, en el altillo, las habitaciones, sentí angustia. Sabía que no se había ido a buscar novia porque estaba “operado”. Casi a media noche lo oí maullar; se había quedado encerrado en el garaje, único sitio donde no lo había buscado.

He de contar como abuelo orgulloso que Chigüiro era un excelso futbolista con pequeños “balones” de papel que le mandábamos para que los tapara, porque era arquero. Le diseñamos una portería en la que se lucía atajando bolas; era todo un señor portero. Se lanzaba y las atrapaba, alguna la cogía después con sus colmillos y nos la regresaba para que se la volviéramos a botar. Detrás de su portería había un hueco donde acumulaba las pelotas de papel, y cuando corríamos el mueble, había “como un tesoro escondido”, hasta cincuenta “balones”. Los sacábamos y Chigüiro se lanzaba sobre ellos, como si lo hiciera entre una piscina; después de revolcarse un rato, como nadando, se colocaba de nuevo frente a la portería. El espectáculo cautivaba a quienes lo veían. Otro de sus juegos era correr tras la luz que proyectaba una pequeña linterna. Además, nuestro gato jugaba a asustarnos, salía intempestivamente de debajo de una cama, o de un periódico (haciendo cocos) de una caja, o una cortina. Le gustaba esconderse donde fuera; era otro de sus juegos preferidos; ningún buen lector que yo conozca, ha gozado tanto como él con un periódico.

Una noche mi hijo hizo una fiesta en la casa. Yo llegué con Gloria Cecilia como a las 12 de la noche y Chigüiro estaba en el tejado; cuando vio que me bajé del carro se lanzó desde allí sobre el techo del auto y de ahí a mis brazos, a saludarme y a darme quejas de que estaba asustado por el volumen alto de la música. Fue tan conmovedor que desde ese día, ella lo quiso; y hoy repite esa anécdota cada vez que puede.

Chigüiro pedía y entregaba cariño. Cuando le daban sus ataques de amor se lanzaba sobre mí mientras escribía y me abrazaba; extendía sus patas y con ellas, una por cada lado de mi brazo derecho, con cuya mano manejo el mouse, lo rodeaba para pedirme que le pusiera atención, que dejara de escribir; entonces jugábamos un rato; esa pausa me hacía descansar y nos permitía un rato de comunicación. Yo le enseñé a dar la pata derecha, la misma que estando yo sentado, ponía sobre mi brazo, o con la que estando de pie, me golpeaba con cariño para decirme que le “parara bolas”. Y si yo no lo acariciaba, él lo hacía con ternura; me rozaba las piernas con su cuerpo y miraba hacia arriba a ver cuál era mi reacción.

A Chigüiro le encantaba que le acariciáramos la cabecita; Gustavo Adolfo y Luz Helena lo alzaban, lo acostaban en sus camas, le hacían cosquillas, lo consentían y él era feliz. A veces, cuando estaba muy alegre, de un momento a otro se ponía a correr por toda la casa, como loco, subía al altillo por las escaleras; en dos ocasiones por hacerlo con mucha fuerza se le resintió su pata enferma. Cuando bajaba iba a donde estábamos a incitarnos a correr detrás de él; mi hijo aceptaba su “invitación” y terminaba cansando al gato.

Siendo Chigüiro un caballero, de hogar, con buena reputación y viviendo a cuerpo de rey, sin ser matón (porque era amable de carácter), cuando un gato desconocido se atrevía a bajar al jardín, así fuera más grande, Chigüiro lo enfrentaba y lo hacía huir; era respetuoso, pero firme, defendía su territorio, que era toda la casa, el jardín, el techo y el antejardín, de donde más de una vez hizo salir corriendo a perros del vecindario. Sin embargo, en tres ocasiones entró de la calle maltrecho, con pequeñas heridas; llegaba directo a mí pues sabía que yo lo curaba con Isodine; era valiente a pesar del ardor que le producía; yo lo aliviaba consintiéndolo, mimándolo.

Finalmente, debo decir que al morir quiero que mis hijos y los seres que amo no sufran por mi ausencia y que deseo reencontrarme con los míos que ya se han ido y con Chigüiro, que estará con ellos, pues como dijo Théophile Gautier: “Quién puede creer que no hay alma detrás de los ojos luminosos de un gato”.