Lo que nunca olvidaremos - Gustavo Castro Caycedo - E-Book

Lo que nunca olvidaremos E-Book

Gustavo Castro Caycedo

0,0

Beschreibung

Parece que fue ayer cuando siendo niños nos decían: "tranquilo que apenas estás empezando a vivir". Como si fueran instantes, ya pasaron siete décadas y, aunque sabemos que no hay una segunda oportunidad para volver a vivir, tenemos el privilegio de la memoria que nos permite recordar el pasado de quienes hoy somos padres y abuelos, y pensar en cómo fueron nuestra infancia, adolescencia y juventud.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 491

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Un libro para mi nieta

A mi nieta Ellie Castro Morales, por quien escribí este libro

© 2022 Lo que nunca olvidaremos. Un libro para mi nieta

© 2022, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7544-77-2

Coordinador editorial:

Mauricio Duque Molano

Edición:

Juana Restrepo Díaz

Diagramación y diseño de páginas interiores:

Editorial Sin Fronteras

Ilustración de portada:

@millerolivet

Impreso por Multiimpresos S.A.S

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Las personas esenciales para que pudiera escribir este libro

Presentación

La memoria es frágil pero los recuerdos nos llevan al paraíso

“Lo que nunca olvidaremos”

Nos quitaron las amígdalas, tuvimos tifo y paperas, pero no coronavirus

Los amigos eran como hermanos con apellido distinto

Amábamos al Niño Dios, nada que ver con brujas o Halloween

El “coco”, la “bruja zascandil” y el “señor del costal”

Lo que leíamos y lo que nos contaban antes de dormir

Tiras cómicas y cuentos, o “cómics”, que no nos perdíamos

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda”: Gabriel García Márquez

La época de los ¿por qué?, y la inseguridad de los niños de hoy

Al día en tecnología para no quedarnos “a la antigua”

Lo que limita un mayor contacto entre los padres y los hijos

Las peores pilatunas que cometíamos

Ya viejos, los niños dirán: “La pandemia que nunca olvidaremos”

La Navidad que ha dado felicidad a nuestras vidas

La bella y alegre aventura del paseo de la lama

El pesebre: una devoción y una pasión

Creímos que el Niño Dios traía los regalos y la cigüeña a los bebés

Los regalos de Navidad eran elementales

Las recetas de la madre y las comidas de las abuelas

¿Cómo era la Navidad de hace cincuenta, sesenta o setenta años?

Más y más bellos recuerdos de la Navidad

La “orquesta” improvisada para acompañar a los villancicos

Los juguetes de ayer y los de hoy

Un gran pino natural convertido en árbol de Navidad

El Papá Noel de las fantasías infantiles

Los jingles navideños de la radio que no hemos olvidado

Villancicos: una expresión feliz de todas las edades

Las canciones de Navidad más bellas y tradicionales

La música “bailable” de Navidad y Año Nuevo

Año Nuevo vida nueva; “este año será el mejor”

El amor casi de locura por la Navidad

El que ganaba, gritaba: “mis aguinaldos”

En Navidad nos enseñaron qué es justicia social

“Los inocentes” y las cartas al Niño Dios, o a los Reyes Magos

Viaje “retro” con los hijos y los nietos a nuestra niñez

El “marketing retro” del recuerdo

Betty, la fea, Café y Hasta que la plata nos separe

Lo “retro” en la música

“El Ático, cachivaches y más”: un gran templo de lo “retro”

La “retromanía” de hoy en el cine y en la televisión

Lo “retro” estando lejos de Colombia

La magia de las imágenes en blanco y negro

Dulces de la dulce infancia

El furor de los mercados de las pulgas

Lo que disparan el gusto y el deseo de “lo retro”

Cosas de nuestra infancia que han desaparecido

Discos, música, libros, fotos en papel, radio y televisión, los afectados

Lo más valioso de cuanto hemos perdido es la privacidad

Empresas que, como Avianca, dejaron de ser colombianas

El tren que gozamos cuando éramos niños se esfumó

La absurda liquidación de los Ferrocarriles Nacionales

Los oficios tradicionales que desaparecieron

Los barberos y la peluqueada “al Humberto”

Los carboneros y las estufas de carbón de palo, y de “coke”

“Afilar, soldar: se afila toda clase cuchillos, navajas y tijeras”

Zapateros de barrio, voceadores de prensa y lavanderas

Cómo la ciencia transformó el mundo en ochenta años

Algunos hechos destacables de los años cuarenta, cincuenta y sesenta

Colombia declaró la guerra a Alemania y le destruyó un submarino a ese país

Carlos Julio Ramírez triunfó en Hollywood en 1944

Júbilo por el final de la II Guerra Mundial

“El día D”

Algunas noticias importantes de los años cuarenta a los sesenta

Del 9 al 12 de abril de 1948

Colombia y sus héroes en la Guerra de Corea

Los “escarabajos” grandes en el mundo y la Vuelta a Colombia

Algunos sucesos de los años cincuenta

Explosión de 42 toneladas de dinamita en Cali en 1956

Los sesenta fueron años de avanzada

Mora, Mejía y Tibaduiza, grandes en la “San Silvestre” desde 1966

El incendio del edificio Avianca y el profesor Jorge Reynolds

“El Dorado” y el inolvidable “Ballet Azul”

“La época de la violencia” que no quisiéramos recordar

“Aries”, una visión del centro de Bogotá años cincuenta y sesenta

La mágica iluminación de la séptima con los avisos de neón

Una reseña de la carrera séptima o “Calle Real”

Los añorados buses municipales y el trolleybus

Los teatros o salas de cine en los años cincuenta y sesenta

Las llamadas desde la oficina de Telecom, “pagando allá”

El inolvidable “Cream Helado” de la calle 32

Nuestro mundo mágico de los juegos y los juguetes

El agua tenía una especie de “imán” para nosotros

Los circos del siglo pasado

Los hermanos nos protegían de “Barba Roja”

Juegos de mesa, los sustos, y “Tin Marín”

La universidad de la calle: el vecindario y los juegos

“La golosa”, “la pirinola” y “las escondidas”

Las “empanadas, melcochas o coca-colas bailables”

“De todo como en botica”

El “tormento” de las inyecciones y el aceite de ricino

El Almanaque Bristol, siempre en la memoria

Así fue nuestra vida de familia y de colegio

De la Alegría de leer a los libros, y a los profesores

Los apodos

Cuando me enamoré de mi profesora

Estudiábamos: latín, griego, francés, inglés y español

Las “torturas” que aplicaban algunas monjas y profesores

Del colegio a la casa y de esta a la calle

El ingreso al kínder, “traumático para algunos niños”

Un paseo por los recuerdos del colegio

Siempre pensando en el recreo

Estrenando año y salón

Los pupitres fueron nuestros primeros escritorios

La casa de la niñez

Las madres: mujeres magníficas, la mía inspiró el “Premio Cafam”

La “volteada” de la ropa

Algunas cosas que aprendimos de nuestra madre

Algunas frases clásicas de las mamás

Cosas que aprendimos a nuestras madres o abuelas

La “Revolución” de la mujer en los años cuarenta, cincuenta y sesenta

El cambio femenino social, artístico, cultural y de la moda

Nos mandaban a hacer los mandados en la tienda vecina

La cocina era más importante que la sala

Platos especiales, galguerías y bebidas

Abuelos, padres, nietos, y cuando los tíos hacen de padres

“Papito, ¿cuando tú eras niño el mundo era en blanco y negro?”

Antes de que tus hijos crezcan

Las abuelas también fueron niñas

Niños hoy y mañana abuelos

Aprendimos a ser padres y hoy hacemos curso para abuelos

Párrafos de unas cartas para mi nieta

Hoy nace el niño más importante del mundo

Por primera vez todos juntos

Tu primer viaje a Colombia y tu bautismo

En tu primer medio año de vida

Nos educaron en la fe católica y fuimos felices

Semana Santa: silencio, vigilia, procesiones y música clásica

El bautismo con padrino y madrina comprometidos

Dios te está mirando, si te portas mal no habrá primera comunión

La Televisión llegó y cambió la vida de los colombianos

Programación con que se inauguró la televisión colombiana

Extranjeros en la televisión colombiana en los años cincuenta y sesenta

Nuestros primeros recuerdos de la televisión

La radio y los grandes profesionales del micrófono

La radio hizo grande al ciclismo, y este a la radio

La oleada de eslogans y jingles desde mediados de los años cincuenta

El éxito de los profesionales del micrófono en el exterior

Los primeros noticieros y locutores de televisión

La “magia” de Los radioteatros de RCN y Caracol

“La pelota rodando…y Carlos Arturo Narrando”

Una cantera de profesionales del micrófono

El derecho de nacer, Kalimán y las radionovelas

Cuando RCN y Caracol “fabricaron” la radioaudiencia

Caracol impulsó desde la radio la música para la juventud

“Todelar, nos oyen y nos creen”

Emisora “HJCK, El Mundo en Bogotá”, pionera cultural

Radiodifusora Nacional de Colombia

Monseñor José Joaquín Salcedo, genio de “Radio Sutatenza”

Artistas, música y canciones de nuestro siglo

La música de los años cincuenta y sesenta en Colombia

Los grandes años del rock y Los Beatles

La onda musical que marcó a la generación “Go gó” y “Ye yé”

La música norteamericana romántica de nuestra infancia

La música y las canciones venidas de Francia e Italia

Los eternos boleros desde los años cuarenta

Los compositores románticos de América Latina

Los clásicos de la música “caliente”

Las luminarias del cine y las películas más famosas

Cine con gritos, aplausos, y “zapateo”

El gran John Wayne y las películas de vaqueros

Otras películas clásicas de vaqueros

El ídolo Frank Sinatra

Marilyn Monroe: famosa diva de los años cincuenta

Ronald Reagan

Lee Marvin, ganador de un Óscar como “Mejor Actor”

Charles Bronson, “el justiciero”

Supermán y Tarzán, nuestros primeros héroes

Las películas más destacadas de los años cincuenta a los sesenta

Películas colombianas y mexicanas que vimos en el siglo XX

Charlie Chaplin: “Cantinflas es el mejor comediante vivo”

Disney y los otros genios de los “monos animados”

Walter Elias Disney y su fabulosa imaginación

Los grandes personajes y la música de Disney

Canción del Sur y El hermano Rabito

La celebración de los 100 años del genial Walt Disney

Walter Lantz el “padre” de El Pájaro Loco

Looney Tunes de Warner Bros: Bugs Bunny y Porky

Hanna & Barbera: El oso Yogui y Pedro Picapiedra

La imaginación sin límites de la ciencia-ficción

Los que predijeron la humanidad del siglo XXI

Volver al futuro e internet

El Inspector Gadget y los robots militares autónomos

De Frankenstein a los trasplantes de órganos

H.G. Wells, la bomba atómica y los tanques de guerra

El teléfono móvil de Viaje a las Estrellas (Star Trek)

Leonardo da Vinci: “el genio más creativo de la humanidad”

Los fantásticos inventos de Julio Verne que otros hicieron realidad

Dick Tracy y los relojes para llevar en la muñeca

En ochenta años la ciencia transformó el mundo

La revolución de los transistores y los computadores

El computador llegó a Colombia en 1957

Cambios profundos en Colombia y en el mundo

¿Control remoto? “Mijo cambie el canal, ponga el Teletigre”

Los niños más conectados hoy, pero más aislados

Impresoras 3D: producen hasta huesos

El celular, “la gran maravilla que sirve para mil cosas”

Palabras que hoy ya casi no se usan o,¿las recuerda?

Epílogo

Bibliografía

Consultas

Las personas esenciales para que pudiera escribir este libro

Las siguientes líneas son necesariamente extensas, pues involucran a quienes hacen parte de las historias y recuerdos de este libro, a los seres amados que compartieron y enriquecieron las primeras etapas de mi vida, y la de la niñez de mis hijos.

Lo que nunca olvidaremos, un libro para mi nieta, fue inspirado por ella, Ellie Castro Morales, años antes de que naciera y por mis hijos Gustavo Adolfo y Luz Helena Castro Herrera, que han animado, alegrado y bendecido mi vida, y cuyo amor durante cuarenta y siete y cuarenta y dos años me ha hecho feliz.

Desde cuando era niño admiré a la mujer, al sentir el amor, la entrega y la inmensa sensibilidad social y humana de mi madre; fue tan maravillosa que en su honor ideé, creé e hice fuerte el Premio Cafam a la Mujer.

Mi admiración por la mujer creció cuando presencié el parto de mi hijo, que me descubrió la gran valentía de las madres al producir el gran milagro de la vida. Y esos sentimientos crecieron con el amor y la ternura ilimitada de mi hija, y con el afecto y el cariño de mis hermanas.

En las historias de este libro están intactas mis vivencias junto a esa mujer excepcional que fue mi madre, Helena Caycedo de Castro, y mi abuela “Lola”, tan amorosa y tierna como mi hija. Y las compartidas con mi tío Antonio José Caycedo Caycedo, un hombre íntegro nacido hace cien años, quien pesó para mí mucho más que mi padre, porque se empeñó en formarme para que fuera un buen ciudadano; porque me hizo feliz jugando siempre conmigo y contándome historias fabulosas; porque cuando lo necesité, me dio ánimo; porque me trató mejor que si fuera el hijo que no tuvo.

Y a la memoria las que compartí con mis hermanos Germán, Helena y José Fernando, quienes siguen vivos en mi recuerdo y en mi corazón; y las vividas con mis hermanas Margarita, Consuelo y Lucía, con quienes disfruté y compartí la niñez, la adolescencia y la juventud, propiciando años felices a mi vida. Y la del tío Lalo, joven, jovial y bonachón, quien nos jugaba al “Barajajá”, una especie de “coco”, y quien nos “aplicaba” cosquillas haciéndonos reír mucho, personaje que treinta y cinco años después también hizo reír a mis hijos; y que hoy, luego de sesenta, produce risa a mi nieta. Y a la madre de mis hijos, Patricia Herrera.

A todos ellos les debo muchos días felices de mi vida. Fiel a mis sueños de niño, hoy sigo soñando con vivir intensamente el tiempo que me quede. Con poder seguir interactuando con los míos y degustar los recuerdos del pasado, ser útil, dialogar, pensar, viajar y escribir más libros.

GustavoCastro Caycedo

Presentación

Escribiendo este libro he pensado que con la vida sucede como cuando uno comienza a usar un frasco de champú, un tubo de la crema de dientes, una caja de chocolates o un manjar: que uno los usa o consume inicialmente sin preocuparse de “cuánto gasté y cuánto queda”, pero cuando se da cuenta de que se están agotando, los cuida y dosifica para hacer que duren lo máximo posible.

Este libro fue escrito para la nostalgia y el recuerdo de los mayores y de los adultos; y sus abuelos que algo han escuchado. Con este busco provocar emociones y que los lectores recuerden sus momentos de fantasía de la feliz niñez, infancia y juventud, y revivir cómo era el mundo a mediados del siglo pasado. Que recordemos cosas de entonces no significa que hoy no seamos felices, sino que muchos momentos idos también lo fueron.

Este libro invita a que los lectores rescaten sus recuerdos volviendo la mirada del ayer al hoy; para que disfruten el placer de regresar el alma y la mente a esas épocas de alegría, de paz y de unión, como la que nos brindaban la Navidad; la vida de colegio; los paseos en familia; los juegos con los amigos de la cuadra y con los primos; las comidas preparadas por las abuelas y las madres y los diálogos diarios compartidos con ellas, con nuestros padres y nuestros hermanos, en un comedor que fue sagrado. Mejor dicho, todo lo vivido a mediados del siglo pasado.

Otro objetivo de Lo que nunca olvidaremos es motivar a los padres y abuelos, que fueron niños “ayer”, a retomar temas de estas páginas y convertirlos en diálogos del recuerdo con sus hijos o sus nietos, y descubrirles cosas que ni siquiera han imaginado aunque algunos hayan oído contar algo sobre la niñez de sus padres, sus tíos y sus abuelos.

Las notas de Lo que nunca olvidaremos no tienen un orden cronológico, ni todas corresponden a los mismos años, simplemente hacen parte de un recuento de las vivencias de unas generaciones que transitamos la niñez, la adolescencia y la juventud, siendo correctos, sensibles, solidarios, incansables, y, respetuosamente, libres, entre 1943 y 1972. Nuestras vivencias siguen ahí adentro de nuestra memoria sin abandonarnos porque son los huéspedes prioritarios de nuestra mente.

Para escribirlo exprimí durante varios años mi memoria y así logré rescatar recuerdos de aventuras, de ilusiones y de sueños, y de momentos maravillosos y vivencias que siguen estando ahí en el rincón más valioso y especial de nuestra mente.

Hace muchos años leí una frase que nunca he olvidado: “Los recuerdos son el único paraíso del que nadie nos podrá desterrar”; soy de quienes creen que “recordar es volver a vivir”; y lo repito con frecuencia; a lo mejor usted, que lee ahora esta página, pensará igual.

Lo que nunca olvidaremos repasa nuestra niñez, entendiendo que cada ser humano es un mundo con sus propias historias y sus propios recuerdos, pero todos con un factor en común: el de los primeros sueños, ilusiones, grandes alegrías, que nos hacen únicos. ¿Quién no siente alegría al revivir las cosas buenas de su infancia?

Leyendo lo que entonces fue feliz, vuelve a serlo, y aun algunos momentos difíciles se recuerdan sin pesares. Es posible que usted coincida con la teoría de que lo bello se recuerda con cariño y con alegría, y que al recordar lo que en su momento causó tristeza sonriamos, pues a la hora de la verdad no fue tan malo. Como dicen: “no hay mal que por bien no venga”; esas situaciones no hieren hoy porque apenas se quedaron como anécdotas. Sí lo bueno se recuerda con alegría y lo malo nos hace reír, pues entonces la vida es grata.

Los recuerdos nos motivan a seguir unidos y a inspirar en los hijos la felicidad que experimentamos de niños, en esa relación cálida con los vecinos y los amigos con quienes organizábamos eventos que incluían piñatas, bailes y paseos. Esos recuerdos sobreviven en el tiempo como si fueran videos grabados en nuestra memoria; en ellos está imborrable nuestra inolvidable película de la infancia. Además, en esa época los niños no llevábamos violencia, resentimientos, ni dramas por dentro, porque no éramos víctimas de la violencia ni del abandono que viven hoy muchos niños colombianos víctimas de una violencia irracional extrema.

En estas páginas de recuerdos y añoranzas no he tenido en cuenta nada que haya significado tristeza o dolor: está conscientemente escrito para expresar palpitaciones positivas de vida y de recuerdos amables que se quedaron en los sentidos y en la piel de los niños de ayer, alimentando sueños, ilusiones y suspiros, y que merecen ser referidos por eso. Sus párrafos tienen la misión de compartir recuerdos positivos con personas afines a nuestras generaciones; con sus hijos y nietos; e interactuar con gente menor interesada en conocer cómo fue nuestra niñez y “el elíxir” de una temprana juventud.

Debo advertir que este libro está redactado fundamentalmente en plural, ya que se refiere a las vivencias comunes de quienes nacieron y crecieron, (como el autor), a mediados del siglo pasado. Al escribirlo he hecho lo posible por no hablar en primera persona, pero no pude evitar entrar en algunos pocos recuerdos personales. Mi mente me llevó a revivir muchos capítulos de mi vida temprana, pero los trato de manera universal, como vivencia de los nostálgicos adolescentes de ayer. Eso sí todos con amables evocaciones sobre cuando mi generación y otras cercanas transitamos la niñez y la adolescencia. Sin embargo, (lo repito porque lo creo necesario), ha sido inevitable hacer unas pocas referencias personales.

¿Tienes nietos, hijos o sobrinos? Aun a pesar de la brecha generacional, ellos tienen interés en conocer cómo viviste tus primeros años, y los de la adolescencia y tu juventud.

Nuestra generación, un tanto distinta a la de nuestros padres y abuelos, comparada con la de nuestros hijos, y una nieta, por quienes hemos sabido acoplarnos a sus edades y a sus formas generacionales de vida, como le ha sucedido a millones de padres, madres, abuelos, abuelas, tíos y tías.

Escribí este libro precisamente para contarle a mi nieta e Ellie, y a las generaciones más frescas, cómo fue, (hasta dónde llega mi memoria), nuestra infancia y adolescencia, porque sé que, aunque por referencias de sus mayores saben algo de ellas, y tienen interés de conocerlo casi al detalle, hay mucho sobre lo que desconocen. Y también porque los mayores deseamos evocar la niñez con los recuerdos más entrañables, porque sabemos y repetiremos que “recordar es volver a vivir”.

Hoy son niños y jóvenes, pero muy pronto serán mayores, padres y abuelos, porque el tiempo pasa veloz, es efímero y no dura. Y entonces ellos, como nosotros, volverán con sus remembranzas de la mano con el pasado a recorrer sus pasos, sus suspiros, sus vivencias, sus añoranzas, sus risas y sus sueños y esperanzas infantiles. Volverán a recorrer calles, parques, iglesias, casas y sitios de donde se quedaron horas y años de sus vidas, y querrán ganar con su memoria, (como nosotros), muchas horas y días de la infancia de sus hijos y nietos, antes del inevitable adiós, recordando “lo que nunca olvidarán”.

Un paseo en el tiempo, reviviendo recuerdos, nostalgias, frases publicitarias de moda, música y canciones, programas de televisión, las películas de los teatros, los dibujos animados, los juguetes, las tiras cómicas y los cómics, los aparatos antiguos que nos alegraban la vida, como la radio, la radiola, el tocadiscos, el tren, los buses, los paseos a tierra caliente, el juego bajo la lluvia o con los carros chocones; los artistas, dibujos animados, las tiras cómicas y la Navidad; las fotografías familiares en blanco y negro, y las “fotos instantáneas” callejeras, y las que tomaban unos fotógrafos muy mayores en los parques con máquinas antiguas “grandotas”. Es oportuno decir que “lo antiguo o lo viejo no tienen por qué oler a moho” pues no hay nada más fresco que los recuerdos.

Usted y yo no somos una excepción, todos los seres humanos jóvenes, o mayores, llevamos un niño adentro del corazón que no debemos abandonar nunca porque mientras esté allí, seguiremos soñando y eso significa ser felices.

Como dice una canción de Mercedes Sosa: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”. Sí, con el recuerdo a donde amamos por primera vez y guardamos como si fuera un tesoro un mechón de pelo y una fotografía; a donde soñamos, y a donde siendo libres fuimos muy felices.

En este libro marco algunas diferencias entre nuestras generaciones y las de hoy, pero sin intención de cuestionar a las actuales; en cambio sí, buscando su interés en conocer, y si saben algo aumentar la idea del pasado de sus mayores que también fueron adolescentes y jóvenes; y tratar de que resulte atractivo para hijos, sobrinos y nietos del siglo XXI.

Con las tapas corona de las gaseosas se apostaban carreras, fútbol, y ciclismo. Las niñas eran espectadoras y otros juegos. Foto de Stella Ramírez Vargas.

Juego de La carretilla, foto de Unanimes en Cristo.

Capítulo I

La memoria es frágil pero los recuerdos nos llevan al paraíso

He hablado con amigos cuyos recuerdos enriquecen este libro; con ellos nos sentimos afortunados de haber vivido y conocido lo consignado en estas páginas y privilegiados de que se pueda contar a los adolescentes sobre los años maravillosos del pasado feliz que vivimos entre los años cuarenta y los sesenta.

La memoria es frágil, por eso es posible que me equivoque o haya olvidado algunos nombres, pero he tratado de acertar al máximo en compartir las experiencias de los primeros años de vida, y los temas que más podrían interesar a los lectores, basado en mis recuerdos, experiencias, sentimientos y sensaciones; en los álbumes de fotografía que guardo como un tesoro porque son una fuente que revitaliza los sentimientos y la memoria. Y también indagué en archivos de algunos medios de comunicación.

No sobra anotar que tenemos viva una película en el recuerdo como si no hubiera pasado un instante; parece como si no hubiéramos entendido a qué horas llegamos a los ochenta años en un abrir y cerrar de ojos; pero así el tiempo haya pasado veloz, sentimos que apenas ayer fuimos niños y nadie puede quitarnos del recuerdo lo que hemos reído, lo que hemos jugado, lo que hemos amado y lo que hemos gozado. Como decían antes “nadie puede robarnos lo vivido y lo bailado”.

A los recuerdos del ayer algunos los llaman nostalgia, y otros hablamos de ellos como un “regreso al paraíso”. Sí, porque así ha sido para quienes tuvimos el privilegio de compartir nuestros primeros años: un paraíso. Algo que los niños y jóvenes de hoy y de las nuevas generaciones venideras experimentarán de manera muy distinta ya que el mundo cambió profundamente.

Gabo en su libro Vivir para contarla afirmó con mucha razón: “La nostalgia había borrado los malos recuerdos y magnificado los buenos momentos; es decir todo lo que identifica de dónde venimos”.

A cada una de las personas que lleguen a estas páginas, les pido que se preparen porque al leerlas van a recordar muchas cosas gratas, universales y comunes a las generaciones de mediados del siglo XX.

“Lo que nunca olvidaremos”

Hay dos visiones de la vida, una es que “solo se vive una vez”; yo estoy de acuerdo con la que asegura que “solo se muere una vez”. Uno puede vivir muchas veces a través de los recuerdos, y solo deja de hacerlo cuando se tenga que ir de este mundo.

Leí que, “nos hacemos viejos en el momento en que recordamos más el pasado que el presente”, pero discrepo de esa afirmación, porque precisamente todos los inolvidables, felices y positivos recuerdos de nuestra vida, inclusive los de ayer y los de antes de ayer, como los de la adolescencia, nos alegran, nos renuevan y “recargan” nuestras sensaciones positivas, con acontecimientos felices que nos marcaron, y que nos enseñaron a continuar en nuestros hijos lo que aprendimos con la madre que nos dio la vida y nos formó.

El mayor y el eterno tesoro de una mujer y de un hombre son su niñez, su adolescencia y su juventud, que se quedaros estacionadas en el tiempo, esperando a que las invoquemos para responder y darle dicha a los recuerdos de estas épocas de inocencia, de sueños e ilusiones que marchaban de la mano con el deseo de ser grandes, de ser importantes. Nos parece que fue ayer cuando nos decían: “tranquilo que apenas estás empezando a vivir”, y ya pasaron más de setenta años. Desde cuando estuvimos en el kínder, niños y niñas, consolidábamos nuestros primeros grupos de amigos, de aliados, de “cómplices”, de “diabluras”, disfrutando juntos y unidos.

Tal vez sea más claro con esta idea al transcribir las líneas de una de las cartas que le escribí a mi nieta cuando tenía pocas semanas de nacida, dice: “Recuerdo cada rato el día en que llegaste a este mundo, tierna y delicada; cuando vi tu imagen “a control remoto” me comenzó a saltar el corazón de alegría y emoción. Mi hijo me ha hecho muy feliz extendiendo contigo mis raíces. Tengo afán de que aprendas a leer y a raciocinar para que comprendas estas líneas y todo lo que manifiesto en el libro que escribo dedicado a ti: “Lo que no olvidaremos, un libro para mi nieta”; al que le han aportado recuerdos e imágenes mis mejores amigas y amigos “de la vieja guardia”, con quienes compartimos pasajes de nuestras vidas”.

No todos los libros se escriben en uno o dos años, hay algunos que demandan muchos más, como este siete años, y el cual nació años antes de que tuviera la dicha de ser abuelo, y en el que escribiría sobre las vivencias infantiles de mi época.

Nos quitaron las amígdalas, tuvimos tifo y paperas, pero no coronavirus

La nuestra fue una niñez casi sin riesgos ni peligros, con tifo y paperas, con extracción de amígdalas, pero sin coronavirus. Sin el desarrollo médico, científico y tecnológico que hoy disfruta el mundo, pero relativamente sanos. Y eso sí, sin los riesgos que viven hoy los niños por la inseguridad de todo tipo que los acecha, en parte porque muchos colombianos se olvidaron de la ética, la moral y la convivencia.

Hay varias versiones de: “¿Por qué se jodió Colombia?”, una de ellas del presidente Alfonso López Michelsen; varias de escritores filósofos y analistas. La mía, muy humilde, pero cierta, es que “se jodió” cuando en los colegios suprimieron tres materias que nos formaron a los de ayer: el Catecismo del jesuita Gaspar Astete, la Urbanidad de Carreño y la Cívica. Al desaparecer estas tres asignaturas muchas personas perdieron el temor a Dios, los valores y el respeto por nuestros semejantes.

Hoy extrañamos mucho a La Urbanidad de Carreño que nos educó en los años cincuenta. Imagen de una edición de Cuellar Editores

A decir verdad, a veces por la dedicación y alto consumo de tecnología por parte de niños, jóvenes y adultos, se limitan sus experiencias de interacción humana y social, y se frena su capacidad creativa para construir maravillosos juguetes que les permitirían jugar e interactuar a plenitud con otros niños y divertirse teniendo más contacto físico con ellos que con las “pantallas mágicas”. Y para disfrutar más la riqueza de lo elemental, de la espontaneidad y la inocencia desprevenidas; de la mente y las palabras que nacen del contacto humano. Pero tienen su mundo y hay que respetarlo, solo nos queda ayudar a que lo disfruten de la mejor manera.

Los de ayer pensamos hoy que fuimos unos “chinos pilos” y “gocetas”, porque después de salir del colegio hacíamos las tareas, estudiábamos y luego salíamos a la calle a jugar corriendo, saltando, brincando, haciendo ejercicio y sudando al tiempo con los amigos entre las cuatro de la tarde y las siete de la noche, y los sábados y en vacaciones todo el día. En vacaciones nos levantábamos más tarde y solamente pensábamos en jugar y jugar, en ir a un río o a una piscina, porque el agua nos atraía mágicamente.

Era tal la fascinación por el agua que con mi hermana Helena nos volábamos a una quebrada muy cercana al pueblo en plan de “pescar” renacuajos, (larvas de ranas), como si fueran pescados. Nos acompañaba un muchacho muy humilde al que le decíamos El Mono, y a quien yo convertí en amigo por su lealtad y respeto a toda prueba desde cuando se convirtió en una especie de guardaespaldas, o mejor, en mi sombra. Él solía ir a la hora de salida del colegio para acompañarme hasta la casa. Muchos años después logré conseguirle un trabajo estable con el que logró pensionarse. El Mono, quien tiene la misma edad mía, sigue lo mismo de leal y suele ir a visitarme para saber si necesito algo. La amistad cuando es firme y sincera dura toda la vida.

Cuando descansábamos del colegio, solo íbamos a la casa a almorzar, a comer y a dormir; lo demás era juego y diversión. El domingo era día de ir a misa y de disfrutar en familia, y nunca olvidamos cuando íbamos de la mano de nuestra madre a comprar dulces, postres y galguerías; era una vida elemental, pero feliz.

En Navidad la actividad era capítulo aparte de alegría desbordante; lo mismo que al despedir el año y los primeros días del Año Nuevo. Después día de Reyes, ya queríamos regresar al colegio porque nos hacía falta la vida escolar de alegrías compartidas con los compañeros.

En esa época había tres costumbres inalterables: el cariño y el respeto por los niños; el intercambio de alimentos caseros entre los vecinos, no solo en Navidad o Semana Santa, sino cada vez que alguien preparaba un plato especial; y la tercera era el respeto a las autoridades y a los policías, quienes eran fieles servidores de las personas y de las familias.

Un domingo de vacaciones en familia. Archivo Familiar

En este momento de nuestra vida, cuando muchos abuelos estamos más cerca de irnos que de quedarnos, solo deseamos la ternura de los hijos, de una nieta, o de los nietos, de los seres que más amamos, y de los selectos verdaderos amigos. Y seguir conservando el recuerdo de los seres que ya se fueron, pero que seguimos queriendo; la música que llevamos en el corazón y que guardamos en la memoria y en los modernos dispositivos electrónicos. Y como muchos de nuestra generación, conservamos la indeclinable decisión y el gran deseo de ser hasta último momento plenamente libres e independientes.

Hoy recordamos cuando jugábamos y corríamos vigorosos los días enteros con los amigos en la calle o en las casas, donde nos subíamos a los árboles, a los tejados, a los muros o las tapias, como lo hacen los gatos, sin medir las consecuencias de los riesgos que corríamos. Por suerte nunca pasaron a mayores. La calle que fue nuestra primera universidad y de la que cargamos recuerdos de juegos, cantos, bailes, alegrías, y risas; porque fue un sitio de gozo, de mil vivencias, de camaradería y “complicidad”.

Aunque hemos dejado algunas costumbres, gracias a Dios seguimos activos física y mentalmente, y no hemos renunciado al buen humor; es más hay quienes nos conocen y dicen: “esos abuelos siguen siendo “mamagallistas”, y “gocetas”. Pero les falta agregar que también continuamos siendo sencillos, solidarios y muy humanos con el amor de los nuestros, que es lo que nos hace felices.

No pretendemos ser jóvenes, aunque aún podemos hacer dos cosas a la vez; ni negamos que empezamos a sentir el correr del tiempo, que aunque la mayor riqueza es la salud, no nos invade aún la tal “tercera edad” que algunos pronuncian desdeñosamente.

No entro a disquisiciones filosóficas o psicológicas para ubicar la nostalgia en plan de estudio y análisis; sé que para algunas personas la nostalgia les llega a doler, pero por lo que he investigado y dialogado al escribir este libro, para la gran mayoría de las personas recordar la niñez “es un bálsamo refrescante” que no hace sufrir. Es válido eso de que “cada uno habla de la feria cómo le va en ella”.

La experiencia me ha enseñado que la inmensa mayoría de las personas no desean, y no tienen por qué, desprenderse de su pasado feliz. Lo disfrutan recordando, leyendo cartas viejas, viendo fotografías, hablando de él con los familiares y los amigos de infancia o de juventud. Y suelen repetir frases como: “fuimos tan felices”; “lo pasábamos muy bien”; “es inolvidable”; “recordar tal o cual cosa es una dicha…”.

¿Achaques? Pues sí, surgen los normales en unas “máquinas” de los cuarenta del siglo pasado, pero sabemos convivir con ellos; los enfrentamos hasta con agüitas de hierbas medicinales y remedios caseros que nos mantienen en buen estado y activos. A diferencia de algunas personas que conocemos, no nos aterra que se nos olvide una que otra cosa sin importancia, es normal luego de los cincuenta años, y con nuestros casi ochenta, conservamos aún la memoria a pesar de haber recibido golpes duros en la cabeza, por lo que con razón hay quienes dicen que somos “cabeciduros”.

Los amigos eran como hermanos con apellido distinto

A este libro le aportaron recuerdos un par de amigos con quienes hemos tenido una relación firme y cálida a través del tiempo. Con ellos revivimos los recuerdos de cuando siendo vecinos en la cuadra organizábamos eventos que fortalecieron las relaciones de nuestras familias. Parece como si no hubiera pasado el tiempo desde cuando en kínder las niñas y los niños consolidábamos nuestros primeros amigos, que a la vez eran aliados, “cómplices” de travesuras y picardías, con quienes disfrutamos unidos la dicha de reír y gozar la vida.

Con ellos volvimos a ver los viejos álbumes de fotografía y reconocimos momentos inolvidables como la primera comunión, los cumpleaños, paseos y fiestas. Y de cuando organizábamos eventos en nuestra calle que unían a la nuestra con las familias vecinas, muy importantes en “la película de nuestra vida”.

Cuando compartimos recuerdos de días felices con los amigos de nuestra infancia surgen anécdotas sobre el colegio, las vacaciones, la Navidad, los paseos, las aventuras y las fiestas en las que bailamos las primeras veces; y sobre como permanecíamos al aire libre en la calle días enteros sin peligros porque ni siquiera circulaban carros, y sin riesgos de una pulmonía porque aprendimos a jugar debajo del agua cuando llovía, y porque por entonces no había secuestradores ni asaltantes de niños ni tanta maldad.

Es claro que la amistad perdura, aunque dejemos de ver a los amigos, ella se reanima con un reencuentro, aunque sea casual, o con una llamada telefónica. Cuando reeditamos nuestro abrazo sincero con ellos es comparable al que recibimos de un hermano o un hijo. Es que ellos han sido en realidad nuestros hermanos con apellido distinto.

Baile de jóvenes a mediados del Siglo xx. Archivo Nacional de Chile.

Volvemos a recordar las reuniones en las que contábamos cuentos, historias o anécdotas, y cuando nos dejaban salir con ellos para jugar, reír, y para contarnos los sueños; entonces nos sentíamos en total libertad porque no había celulares para que nos llamaran; apenas nos preguntaban a qué hora volveríamos; nuestra madre no tenía inquietud por saber qué hacíamos, pero lo que sí no le gustaba era que nos comunicáramos con silbidos o que nos llamáramos por el apodo que nos habían puesto. Sin embargo, si algo ocurría, como siempre estábamos en la cuadra, no era más que ella saliera a la puerta o a la ventana y nos llamara con un grito, entonces salíamos corriendo pa’ la casa.

En esa época nuestra felicidad se basaba en el amor familiar, en los amigos del alma y en un noviazgo tímido. Ellos y nosotros teníamos dos casas, la nuestra y las de los mejores amigos, nos quedábamos en ellas y ellos venían a la nuestra.

Algo clave fue que aprendimos a distinguir entre los compañeros de colegio y los amigos, quienes, como nuestras hermanas y hermanos, sabían todo lo nuestro.

Manuel Rivas, uno de mis mejores amigos, con quien hablamos varias veces sobre, me dijo un día: “cuando publiques ese libro quiero ser uno de los primeros en leerlo porque desde ya me emociona”. Desafortunadamente murió cuando aún estaba en la plenitud de su vida y el libro sin terminar. Pero este libro va en honor a él y a otros amigos o familiares que ya se fueron.

Amábamos al Niño Dios, nada que ver con brujas o Halloween

Durante nuestra niñez, adolescencia y juventud no hubo nada más importante para celebrar que la Navidad, porque nacía el Niño Dios. Por entonces nada qué ver con el Halloween ni con festejarle a las brujas su día, pero “creíamos que las había”, teniendo en cuenta a un par de señoras chismosas que vivían cerca de nuestra casa.

Nuestra máxima expresión de alegría la motivaban el nacimiento del Niño Jesús, la Navidad, la novena, los villancicos, y la felicidad que nos producía compartir con las hermanas, los hermanos y los amigos, juguetes, juegos, y sueños. Para recordar todo eso, basta con cerrar los ojos, recordar, soñar y revivir.

En esa época las máximas “aventuras románticas” eran enamorarnos de una niña adolescente mayor, o de una profesora que nos hizo cruzar por el mundo de la fantasía.

Fue una época muy distinta: las mujeres no trabajaban fuera del hogar; la gran distracción era oír radio, porque no había llegado la televisión; los curitas decían la misa en latín; solo se le decía doctor a los médicos; como el carbón para las estufas la leche llegaba domicilio en cantinas, y luego en botellas de vidrio. No existían: Pizza Hut, McDonald’s, Burger King, Juan Valdez, el Éxito, (solo el Ley y el Tía); y los carros más populares no eran Kia, Mitsubishi o Toyota, sino Ford, Studebaker, Oldsmobile, Pontiac, Volkswagen o Buick. Los carros de diplomáticos los compraban a 2 500 pesos, frente a los 16 000 que costaban los anteriores. Otros como los Packard y los Cadillac eran incomprables, valían como 40 000 pesos.

Carro Studebaker 53, del archivo de Antonio José Caycedo Caycedo

Crecimos sin tecnologías avanzadas; sin drones, bitcoins, Twitter, celular, WhatsApp, Facebook, chats, computador, DVD, PlayStation, videojuegos, internet, ni tabletas. No había televisión, ni internet, ni fotocopias, ni computadores, ni lentes de contacto, ni insulina para diabéticos, ni píldoras anticonceptivas, ni dispositivos electrónicos, ni cascos para montar en bicicleta; ni cinturón de seguridad en los carros; ni grabadoras, ni celulares, ni tarjetas de crédito, ni transistores, ni bolígrafos, ni rayos láser, ni, ni, ni…. Los padres, tíos, abuelos y primos de esa época vivimos sin tecnología avanzada.

Algunos hemos sido tan privilegiados que sin haber trabajado nunca nos han pagado siempre por hacer lo que más nos gusta: escribir. Y también porque sin comprar la lotería nos la ganamos: tener hijos y una nieta maravillosos y verlos ser felices. ¿Qué más puede uno pedirle a la vida?

Compartir hoy estas ideas con personas de nuestra misma generación, o de otras cercanas, y si lo logramos con las más jóvenes, dando respuesta a su inquietud por conocer cómo fueron nuestra niñez y nuestra juventud, nos alegra.

Al hablar de generaciones de niños y adolescentes solemos recordar las tardes en que al llegar a la casa nuestros hijos estaban viendo televisión y nos recibían cariñosos. Nos parece ver de nuevo el sol colándose en la sala y posándose sobre sus espaldas; pero cosas tan elementales como esas ya no es posible que se materialicen, pero sí que sigan en la memoria y en el alma. Ahora ya son grandes y viven muy lejos, así cambia la vida, pero tenemos el privilegio que no tuvieron ellos con nosotros y con sus abuelos, que a pesar de todo estamos a un clic de vernos y de hablarnos a cualquier hora y día, gracias a la tecnología, y de decirnos cuánto nos queremos, y de pausar el tiempo para visitarlos y para que nos visiten.

La revista argentina Billiken, fue clásica en los años cuarenta y cincuenta. Foto de archivo personal.

A muchos mayores nos queda hoy la pesadumbre de no haber hecho y dicho cosas que debimos expresar, como decir muchas más veces: ‘hija o hijo, te amo mucho, te comprendo, te acompaño en tu tristeza; me siento feliz con cada uno de tus aciertos’. Y no haber estado más tiempo con ellos, jugando, acompañándolos, compartiendo sus alegrías y sus tristezas. Al recapacitar en ello les dejamos esta reflexión a ellos que hoy son padres y mañana abuelos; y a los nietos que también lo serán: es imposible recuperar el tiempo perdido, especialmente el de los sentimientos.

Los mayores nos aferrarnos a los recuerdos sin permitir que nadie intente prohibirlo o romper ese mundo de la ilusión al que todos tenemos derecho.

El “coco”, la “bruja zascandil” y el “señor del costal”

Durante la niñez en el colegio, algunos “grandes”, y otros niños, nos contaban cuentos de miedo que nos asustaban; nos decían dizque venía “el coco”, un fantasma, la bruja zascandil, duendes, espíritus, el chiras, o el señor del costal, que se llevaba a los niños y los dejaba muy lejos por ser desobedientes.

A veces nos sentábamos frente a la chimenea y los mayores nos contaban cuentos de espantos y de gente mala, “para que no fuéramos tan confiados en gente que no conocíamos”.

Aún recordamos a la mamá y a los tíos contando “historias de miedo”; y a las hermanas que, muertas del susto al acostarse, se tapaban hasta la cabeza con las cobijas, eso sí mirando antes debajo de la cama y revisando los armarios para que no fuera a haber nada ni nadie raro.

Algunos relatos fantásticos daban miedo y a la vez risa por lo absurdos; los cuentos de espantos, de “espíritus en pena” y de brujas solían generar pesadillas a los menores. Nos preocupaba que apareciera un fantasma y le hiciera algo malo a nuestros padres o a nuestros hermanos y que no pudiéramos verlos más.

Nos asaltaba otro temor, que nos secuestraran los extraterrestres, y la fórmula milagrosa para evitarlo era cerrar bien las ventanas y que así no pudieran entrar ni ellos ni los espantos.

Otras cosas que nos ponían nerviosos eran las campanas cuando doblaban con sonidos misteriosos para los entierros; el toque de queda asustaba mucho porque “sonaba a miedo”; lo mismo que a las sirenas ocasionales de las ambulancias, anunciando que llevaban a alguien a punto de morir.

Lo que leíamos y lo que nos contaban antes de dormir

Los abuelos somos el archivo y los guardianes de la memoria familiar que une a los hijos y a los nietos con el pasado, con las raíces de las que provienen, de su identidad. Hoy sobrevivimos y compartimos recuerdos con personas de nuestra misma generación, o con menores que quieren conocer cómo vivíamos antes; qué jugábamos, qué música oíamos, qué leíamos…

Por costumbre aprendida a la familia, o por exigencia de los profesores leímos mucho, no solo El Nuevo Tesoro de la Juventud. También: El principito, La Lechera, Piel de asno, Hansel y Gretel, las Fábulas de Iriarte, Esopo y Samaniego, Barba Azul, Alí Babá y los cuarenta ladrones, Simbad, el marino, Veinte mil leguas de viaje submarino, El flautista de Hamelín, Platero y yo, Las aventuras de Tom Sawyer, La Vuelta al mundo en 80 días, La Ilíada, El cantar del Mío Cid, La Odisea, El conde de Montecristo, Los tres mosqueteros, La lámpara de Aladino, y muchos otros libros.

Los abuelos, los tíos y la mamá nos contaban cuentos antes de que nos durmiéramos, y siempre empezaban con el clásico, “Erase una vez”, o “Había una vez”… Y finalizaban diciendo: “colorín colorado este cuento se ha acabado”; y luego nos daban un beso y unas buenas noches. Entre los clásicos infantiles, no podían faltar los de Rafael Pombo: El gato bandido, Juan chungero, Mirringa mirronga, La pobre viejecita, El renacuajo paseador, Simón el bobito o La gallina y el cerdo. Leímos otros cuentos tradicionales como: Blanca Nieves, Caperucita Roja, Pulgarcito, Pinocho, El sastrecillo valiente, El soldadito de plomo, Las habichuelas mágicas o Peter Pan.

Y también le dedicábamos tiempo a ver y a leer publicaciones con magia infantil como las revistas argentinas El Peneca y Billiken, que traían acertijos, crucigramas y adivinanzas. Y no nos faltaron los cómics, o “cuentos animados”, con inolvidables personajes como: El Halcón negro, EL Llanero Solitario, Tarzán, El pato Donald, Porky, Petunia, El Pájaro Loco, Los Picapiedra, El ratón Mickey, La zorra y el cuervo o El gato Félix. Las niñas adolescentes leían los libros y cuentos anteriores, y también, Mujercitas; y soñaban leyendo las novelas de Corín Tellado.

La revista argentina Billiken fue clásica en los años cuarenta y cincuenta. Foto de archivo personal.

Tiras cómicas y cuentos, o “cómics”, que no nos perdíamos

Una de nuestras grandes alegrías era ver las tiras cómicas que venían los domingos en los periódicos El Tiempo y El Espectador, entre ellas: Periquita, Don Fulgencio, El hombre que no tuvo infancia, El Reyecito, de O. Soglow; Tío Barbas, Educando a papá, (Pancho y Ramona); Benitín y Eneas, Henry, La Pequeña Lulú, El Gato Félix, Ferdinando, Maldades de dos pilluelos, Lorenzo y pepita, Tarzán, (con Jane, Boy y Chita); Popeye, (con Oliva y Brutus, el enemigo que le disputa del amor de Oliva); Mandrake, el mago, (con la princesa Narda y Lotario); Dick Tracy, El Fantasma (y Diana Palmer); Supermán (y Luisa Lane) ; El Llanero Solitario, (con su caballo Plata y el indio Toro), y Archie.

En los años cincuenta y sesenta también nos compraban “cómics”, cuentos de dibujos animados, o historietas ilustradas, como: Kalimán, Tom y Jerry, Yogui, Mr. Magoo, El halcón negro, Daniel, el travieso, El pájaro loco, Súper ratón, Andy Panda, Los Picapiedra, Porky, Roy Rogers, El Santo, Pancho y Ramona, Batman y Robin.

Tiras cómicas dominicales, El Reyecito de O. Soglow, años cincuenta. Archivo Ático

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda”: Gabriel García Márquez

Nuestro niño interno sale a flote cuando hablamos con los amigos, y preguntamos, (o ellos nos preguntan), “¿Te acuerdas qué jugábamos, a tal o cual cosa?”. Y uno piensa: ¡Quién no recuerda las cosas buenas que le marcaron el alma en la infancia!

En esa época las máximas picardías que cometíamos eran fumar a escondidas; timbrar en un portón y salir corriendo; subirnos a un árbol ajeno, tomando como propias unas ciruelas, un par de duraznos o una naranja sin pedir permiso; o decir “mentiras piadosas” para que no nos castigaran. La peor imprudencia pudo haber sido hacer una seña “grosera” con tres dedos; batir la mano para que el desconocido conductor de un vehículo nos acercara a donde íbamos, aunque a diferencia de hoy, sin riesgos; “capar colegio” que era “volarnos” una tarde; correr con los amigos a un sitio determinado y gritar: “el último es un pendejo”; “ser cómplices” de pilatunas inocentes; protagonistas de “besos robados” o a escondidas, y de solidaridades sinceras con personas humildes que algunos no entendieron.

Sabemos bien que, aunque nuestra cabeza se pobló de canas, y por favor de Dios no llevamos canas por dentro aún, tenemos los ojos jóvenes para ver la belleza de nuestros nietos, el amor de nuestros hijos, la bondad de mucha gente, los paisajes, y la fauna, lo positivo de las cosas, y mil bendiciones más. Hemos de confesar, sin embargo, aunque no demasiado tarde, que apenas en nuestra madurez hemos aprendido que “hoy no es un día más, sino un día menos”.

Saltamos desde la Segunda Guerra Mundial hasta la marcha mágica de la tecnología.

Al evocar aquí la niñez, la infancia y la juventud de las generaciones de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, retomo una frase interesante sin identificación de autor que leí en internet: “Hemos vivido en varias décadas, en dos siglos distintos, en dos milenios diferentes”. Y nos formaron en costumbres sanas y en valores. Hemos tenido el privilegio de atestiguar las épocas más transcendentales en la historia del mundo, como la conquista del espacio, las revoluciones políticas y sociales de Colombia y del mundo, del desarrollo industrial.

Aunque el tiempo vuela, a los seres humanos nos quedan “huellas” vivas que están guardadas en nuestros sentidos.

La de nuestro olfato que, al percibir aromas de perfumes o esencias femeninas, o nuestras primeras lociones que llevan la adolescencia. La que recuerda los sonidos porque los llevamos anclados en la memoria de nuestros oídos y que activan nuestro palpitar cuando escuchamos canciones viejas, o cantantes, gritos, sonidos y risas iguales o similares a los de nuestro pasado.

Reunión familiar en 1948. Archivo familia Loayza.

Y la de nuestra vista, que se alegra cuando repasa fotografías que son testimonio de bellos momentos del pasado con personas muy entrañables. Imágenes de seres amados, de caras y cosas bellas, de rostros con paisajes maravillosos de fondo; de ojos profundos, felices o inocentes.

Cuando vemos en la televisión o en el cine programas y películas de esas épocas idas, en blanco y negro o en colores, sentimos que siguen vigentes en nosotros; y no quisiéramos que terminaran, quedamos con ganas de ver más.

Todo queda en la memoria: el gran gusto ver películas clásicas, de oír boleros o música bailable, que hasta nos hace suspirar.

En el colegio, como lo hicieron en nuestra casa, nos inculcaron el amor a la patria; y entonces entendimos del orgullo que significaba merecer una izada de bandera, mientras sonaba el himno nacional, que estando lejos de Colombia se siente con el más profundo respeto, cuando suena en grandes momentos del país, o como cuando lo ponen en homenaje a grandes triunfos de compatriotas, como: Luz Marina Zuluaga, Pambelé, Cochise, Domingo Tibaduiza, Víctor Mora, Carlos Julio Ramírez, Helmut Bellingrodt, el equipo Millonarios, (el “Valet azul”); Santafé, el primer campeón del fútbol profesional, o Gabriel García Márquez, quienes triunfaron internacionalmente.

La época de los ¿por qué?, y la inseguridad de los niños de hoy

Disfrutamos de lo anterior, sí, pero sobre todo de una infancia en la que tuvimos un privilegio maravilloso que los menores de hoy no pueden experimentar ya que están obligados a vivir limitados por la inseguridad despiadada que no respeta la inocencia infantil; por las drogas a las que son obligados e inducidos muchos de ellos a los ocho o diez años; el riesgo de una bala perdida, de un violador infame, de maltratadores en los colegios, y hasta del confinamiento que causó el coronavirus.

Todas esas amenazas y violencias generan miedo, temores y riesgos de todo tipo, que le hacen perder a los niños de hoy su seguridad y las razones que en el pasado enriquecieron nuestras vidas, dándonos el privilegio de vivir una infancia feliz. Envejecer es hoy un privilegio en este país donde asesinan impunemente a sus niños y a sus jóvenes.

Y aparte de lo expuesto, también por el desarrollo tecnológico que copa su tiempo y limita su contacto físico para interactuar con otros niños, y su capacidad creativa para jugar, para divertirse, con lo que su vida sería más feliz.

Rescatando recuerdos, vivencias y nostalgias, no pueden quedar ausentes la inmensa paciencia infinita y la dedicación de mi madre Helena, quien “crio a siete chinos”, a cual más inquieto; ni el recuerdo cuando mi tío Antonio, (que más bien fue como mi padre), quien me montaba en una de sus piernas y me movía como galopando, apoyándola en la otra, mientras cantaba: “Upa caballito, vamos a Belén, a ver a la Virgen y al niño también”.

En esos maravillosos primeros años tuvimos el privilegio de vivir y crecer sin televisión, pero con derecho a la inocencia que los niños de hoy no pueden disfrutar plenamente, porque los medios virtuales los contaminan, bombardeándolos con infinidad de mensaje y modelos negativos que llegan a la mente de los menores. Y, además, porque ellos al experimentar los expresados ya tristes temores de peligros, riesgos y amenazas, por la inseguridad actual de todo tipo, que limita sus alegrías y los lleva de la cuna directo a la adultez, anulan o impiden muchas sensaciones y vivencias amables y enriquecedoras, algo que en nuestra época no perdimos nosotros.

Al día en tecnología para no quedarnos “a la antigua”

Quienes hoy somos abuelos, padres, o tíos, cuando éramos niños considerábamos viejos a los mayores de cincuenta años. Paradójicamente en un instante llegamos a los ochenta años.

Nos hemos actualizado para no perdernos de la realidad de nuestros hijos y de nuestros nietos, y compartimos sus experiencias e historias para conocer bien su forma de vida. Antes nos comunicábamos dialogando, persona a persona, por teléfono o escribiéndonos cartas, y aunque hoy también, estamos obligados a hacerlo virtualmente, a través de las pantallas con audio y video: el computador, los celulares y las tabletas; y ya sabemos manejarlas.

Mi amigo Rafael Caicedo, recordaba: “en esa época los ‘black days’ de hoy, con sus grandes rebajas, eran lo que nosotros disfrutábamos con el inolvidable, ‘Don Julio’ en el Ley, que todos los años esos desaparecidos almacenes ofrecían con grandes promociones y rebajas”.

En esa época la ropa se secaba al aire libre; ni los gringos, ni los rusos ni su perrita Laika habían iniciado la conquista de la luna; ni sospechábamos que nacerían unas guerrillas. Nuestra realidad era jugar “la lleva”, correr en los potreros, caminar en zancos, o gritar: “Tapo remache. No juego más”.

La fiebre de la televisión en julio de 1954. En el Ley cuesta menos. Del archicvo de Leonor Martínez

Fue una niñez elemental, pero de sinceros y profundos sentimientos que muchos lectores de este libro (como le ha sucedido a quien escribe) han deseado poder repetir en el tiempo, haciendo realidad la magia de los recuerdos.

Un pasaje de la infancia femenina motiva preguntas: “¿Quién olvida el primer amor, o la primera conquista romántica de una adolescente que nos entregaba una flor con timidez, pero con ternura? Que se confesaba embelesada mirando una foto nuestra; o que había tatuado muestras iniciales con una cuchilla en un brazo, en su pupitre, o en un árbol, y que “escribió” con un palo nuestro nombre en la arena de la playa y tomó una foto para demostrarnos cuánto nos pensaba y nos quería”. Todo eso generaba en nuestros ojos un brillo muy especial: el del amor temprano.

Una amiga me contó: “En mi niñez hablaba con mis compañeras de mis travesuras y de mis ilusiones cuando lo más importante de la vida era soñar, sonreír, jugar, cantar, bromear, amar platónicamente y poder tener el primer vestido apropiado para ir a un baile”. Los adolescentes asistíamos a ellos con corbata y muy bien arreglados; hay que anotar que nunca faltaron los colados a los bailes ni la “pareja show”, exagerada, que quería lucirse, pero que hacía el ridículo.

“Me acuerdo de mi primer enamorado, (decía ella), al que le di un mechón de pelo para que no me olvidara. Él me leía versos en mi ventana iluminada por la luna, y señalaba las estrellas. Me hablaba del mar, de sus sueños, de la vida y del futuro, e intercalando sus versos de amor, me entregaba un corazón rojo pintado por él en una hoja de papel y a un lado le ponía mi nombre”.

Son gratos recuerdos que vuelven a la memoria para deleitarnos, para iluminar los ojos de quien narra tales experiencias; de esos momentos que permiten revivir instantes bellos de la vida pasada.

Lo que limita un mayor contacto entre los padres y los hijos

El mundo de hoy plantea grandes interrogantes de seguridad a los mayores. Según la especialista en el tema, Karla Martínez Galván, “el problema que limita la interacción entre los padres y los hijos hoy radica en que ambos padres trabajan fuera del hogar; los espacios familiares son más reducidos; la tecnología avanza mientras las relaciones personales disminuyen; la alimentación ‘es apurada’ y a veces ineficiente, (por falta de tiempo o de dinero), y como ha aumentado la democracia familiar han disminuido la rigidez y la disciplina”.

La vida de cuadra y de barrio, en comparación con la de los niños de hoy, quienes viven en un mundo más inseguro, latente en el crecimiento de los índices de delincuencia, es muy diferente. El interés de las interacciones de barrio y de las relaciones cara a cara hoy ha disminuido dramáticamente. Hoy la posibilidad que tienen los niños para compartir con sus padres es cada vez más limitada. Muchos niños permanecen encerrados en el mundo de la tecnología, con escaso contacto humano. Por eso en este libro queremos proponer a los padres incentivar la vida al aire libre con sus hijos y comunicarse más persona a persona. El afecto para los niños y las posibilidades de jugar con sus padres les permite contar con un espacio vital.

Qué bueno y sano es que los padres y los abuelos los “rescaten” de la habitación, del internet, de la tableta, del celular, del ordenador, de los audífonos, dispositivos útiles e interesantes, pero que, consumidos en exceso, los aísla del mundo.

Es vital interactuar con los hijos y con los nietos y compartir con ellos juegos, diálogos y comunicaciones porque es bueno para su desarrollo afectivo. Qué grato para padres, hijos, nietos y abuelos, que los menores salgan de “su mundo cerrado” para jugar y divertirse con ellos; para escucharlos y oír sobre sobre sus sueños, sus deseos y sus inquietudes.

Que los padres y los abuelos no olviden que en su infancia se reían mucho, y que una vez que otra, lloraban, lo cual les ayudaba a liberar emociones.

Hoy, los menores crecen en una burbuja de seguridad y son objeto mercantilista de las marcas, que limitan su derecho a una infancia amable sin necesidad de guardaespaldas, vigilantes o guardianes.

Quienes nacimos de los años cuarenta a los sesenta, vivimos una explosión de cambios tan profundos y radicales que el país en que crecimos es hoy totalmente diferente al de nuestros hijos y nietos. Aunque nuestras generaciones han presenciado los grandes adelantos de la medicina, la informática, la conquista del espacio, y más recientemente los más importantes desarrollos tecnológicos, el uso intensivo de las nuevas tecnologías desestimulan el contacto personal que produce relaciones cálidas.

El mundo virtual se impuso sobre los juguetes físicos tradicionales; sobre los enriquecedores juegos físicos y las destrezas infantiles; y sobre el contacto personal, que es la máxima expresión humana.

Las peores pilatunas que cometíamos

Tiene un encanto especial colocar el espejo retrovisor para revivir en la memoria los clásicos juegos infantiles que practicábamos sin ayuda de juguetes sofisticados, como camioncitos de palo cargados con arena. Ejercitábamos nuestro cuerpo que vivía en buen estado físico, jugábamos con nuestros brazos y manos; corríamos, brincábamos y saltábamos. Creábamos cosas para jugar con papel periódico, arcos, tiza, lápices de colores, piedras, madera, hojas, flores, ramas, cuadernos, lazos, tablas, telas, hilos, botones, pitas. Y nuestras hermanas jugando a ser mamás, médicas, enfermeras, bomberas, modistas, o con muñecas de “trapo” o de las que lloraban; con trenzas postizas, “pocillitos” y platos, estufas, máquinas de coser, o espejos de juguete.

Y con juguetes comprados o hechos por nosotros, como: bolas de trapo, zancos, aros, pitos, matracas, trompos, yoyos; aviones o barcos de papel; con disfraces elementales, pero originales, con bigotes pintados con un corcho quemado; y con pistolas simuladas; a una escoba la convertíamos en un caballito y a dos tarritos de cartón unidos por un hilo, en un teléfono.

El pájaro Loco, dibujo animado creado por Walter Lantz. Foto de archivo personal.

Por entonces los juguetes “formales” los hacían de pasta, con láminas metálicas o de hojalata, o con madera como los trompos, las cocas, o los baleros; con cometas, bolas de cristal, carritos y camiones de palo. Para nosotros las tapas de las gaseosas eran muy importantes, las utilizábamos para jugar carreras, fútbol, y aplanadas, para hacer panderetas. Y sin maldad jugábamos a “policías y ladrones”, “buenos y malos” o “tipos y apaches”, con pistolas de agua, de fulminantes o de palo. Volábamos cometas, y cuando teníamos la oportunidad de estar con una adolescente, lo máximo que intentábamos era jugar “al beso robado”.

Las novelas, el humor y la música de la radio de nuestros primeros bailes de juventud; el cine y los televisores “barrigones” en blanco y negro, y sin control remoto, están ligados a nuestros recuerdos.