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Fabio Morábito is one of Mexico's best loved and most entertaining contemporary writers, his narratives marked by a humane irony and a philosophical resignation to the vagaries of his society and the irresistible tyrannies of time. Some of his poems make the reader laugh out loud, and Richard Gwyn's translations are true to the tone and manner of the originals. This is the first collection of his poems to appear in English, putting right a significant omission. The fifty-four poems in Invisible Dog were selected by the poet and translator in collaboration and draw from his five published collections spread over four decades. Readers enjoy a comprehensive introduction to his work in breadth and depth. His formal and thematic developments illuminate the wider context of modern Latin American writing, its inventive playfulness, its evasion of conventions of 'national culture'. Morábito was born to Italian parents in Alexandria in 1955 and has lived in Mexico City since the age of fifteen. His position as a poet writing in a second language contributes to his unique voice and vision. It is possible in these versions to detect elements of the poet's 'foreignness' in his straightforward lexical choices, which have the effect of making the poems somehow vulnerable, as in 'Journey to Pátzcuaro', a sort of allegory for the immigrant experience.
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Por el perdón del mar
nacen todas las playas
sin razón y sin orden,
una cada mil años
una cada cien mares.
Yo nací en una playa
de África, mis padres
me llevaron al norte,
a una ciudad febril,
hoy vivo en las montañas,
me acostumbré a la altura
y no escribo en mi lengua,
en ciertos días del año
me dan vértigos y mareos,
me vuelve la llanura,
parto hacia el mar que puedo,
llevo libros que no
leo, que nunca abrí,
los pájaros escriben
historias más sutiles.
Mi mar es este mar,
inerme, muy temprano,
cede a la tierra armas,
juguetes, sus manojos
de algas, sus veleidades, 9
emigra como un circo,
deja todo en barbecho:
la basura marina
que las mujeres aman
como una antigua hermana.
Por él que da la espalda
a todo, estoy de frente
a todo con mis ojos,
por él que pierde filo,
gano origen, terreno,
jadeo mi abecedario
variado y solitario
y encuentro al fin mi lengua
desértica de nómada,
mi suelo verdadero.
¿Quién escribe en los muros?
¿Quién inventa los chistes?
¿Quién sella los refranes?
Es un puro regalo
que todos nos hacemos
esa escritura nómada,
anónima, interior,
que todos entendemos.
Una ciudad sin ella
no es nada, está bien muerta,
el exterior la come,
ya no se vive a sí,
ya no es capaz de un nombre.
La ciudad tiene lugares
donde no sucede nada,
lotes baldíos ocultos
tras una barda. Afuera,
un número de teléfono
se despinta, nadie compra. 11
Protegidos por el muro,
asciende la lagartija,
se espesa el matorral entre
basuras. Si hay otra vida,
que sea así. Atrás de un muro
ser sólo botellas rotas,
latas rendidas de lluvia.
Si esta ciudad tuviera
un río que dividiera
en dos a la ciudad
(un solo carnaval)
sería la prueba clara
de que existimos: unos
acá, otros allá.
Nos miraríamos
de frente – y otras veces
por dentro, cada uno,
al ver los remolinos,
la turbiedad del agua
debajo de los puentes.
Si una noche las gentes
salieran a buscar
sus amigos de infancia 12
(¿no es eso un carnaval?)
los baldíos vivirían
su noche memorable.
¡La ciudad bajo llave
y la vida de nuevo
en torno a las fogatas,
en el nivel del suelo!
Un carnaval es sólo
esto: bajar, bajar,
bajar hasta el estruendo.
Que se cayó la barda,
la barda de madera
podrida del baldío.
Que se cayó por fin.
Selva y basura asoman
a la avenida intacta,
a la avenida música.
¿Qué dirán los periódicos,
los partidos, las cámaras?
Que me he caído a fondo,
amor, que ya me voy,
ya di de mí, ya sobro.
¿Qué dirán de nosotros? 13
Bien. Ya tenemos muro;
hay que mirarlo, ahora,
imaginar la casa;
es el mejor momento
de una edificación:
todo es limpio y posible,
todo es un don del aire,
todavía no hay nada
que contar, sólo sueños.
Quedémonos un poco
en esta prehistoria,
esta tierra de nadie
donde el muro es de todos.
Vaca, cuánta tristeza
en tus ojos ahora
que es lunes y el campo
es más inmenso y solo
y en torno a ti pululan
platos de cartón sucios
y latas de cerveza.
Pedazos de destierro
y calma se amontonan
en tu figura, vaca.
Miras alrededor
de ti, luego te agachas
hurgando en la basura
como un enorme perro.
Los restos de fogatas
parecen dentelladas
tuyas, no de los hombres
que incineran en ellas
antes de irse, último
rito de cohesión, vasos
de plástico y botellas.
La niebla cubre el cerro
y te rodea como
el mar a un promontorio,
y todo calla cuando
tu amplia maternidad,
de pronto, reclama entre
la bruma a tu becerro.
A Ethel
Esta mujer que abandona en la arena
su cuerpo es una roca que dibuja
la luz del mediodía, roca oscura
sin sed, sin ojos, sin sombra siquiera.
Esta mujer está tendida y sueña
que es una roca que la luz dibuja
en esta playa sin nombre. Sin duda
hay un ritmo de olas en sus venas.
En esta rada entra el mediodía
y borra los contornos de las rocas
y borra el mar de innumerables cuencas.
Y mientras sueña esta mujer tendida
que es una roca fija, una ola
se mete entre sus pies y la despierta.
Los martes
llegaba un mendigo
con mandolina
a la sombra del cidro
bajo nuestra ventana
de persianas verdes
que abría mi madre
para darle dos manzanas;
nos mudamos un día,
nos fuimos lejos,
el martes llegó el mendigo
a nuestra casa abandonada
y sé que estuvo
largo tiempo tocando
su mandolina
baja nuestra ventana
a la sombra del cidro
antes de irse para siempre
de la colina
de nuestra casa.
A Sandra Suter, que se quedó nadando
Si te revuelca la ola
procura que sea joven,
esbelta, ardiente,
te dejará molido el cuerpo
y el corazón más grande;
cuidate de las olas
retórica y viejas,
de las olas con prisa,
y la peor de todas,
de la ola asesina,
la ola que regresa.
By the mercy of the sea
all beaches are born
for no reason and in no order,
one every thousand years,
one every hundred seas.
I was born on a beach
in Africa, my parents
took me north
to a hectic city,
today I live in the mountains.
I got used to the altitude
and I don’t write in my language,
on certain days of the year
I suffer from fainting fits and vertigo,
the plain returns to me,
I leave for whatever sea I can,
I take books that I don’t
read, that I never even opened,
the birds write
more subtle stories.
My sea is this sea,
defenceless, at first light,
it yields to the earth weapons,
toys, bunches
of algae, its whims, 19
it migrates like a circus,
leaves everything fallow:
the sea’s debris
that women love
like an older sister.
For the one who turns his back
on everything, I come
face to face with it all;
for the one who loses his edge,
I gain origins, land,
I gasp my varied and
solitary alphabet
and finally find my nomadic
desert tongue,
my true land.
Who writes on the walls?
Who invents the jokes?
Who provides the punchlines?
It’s a perfect gift
we give ourselves,
this nomadic writing,
anonymous, interior,
something we all understand.
A city without it
is nothing, is properly dead,
the outside eats it,
it doesn’t live for itself,
it doesn’t even have a name.
The city has places
where nothing happens,
hidden vacant lots
behind an enclosing wall. Outside,
a painted telephone number
fades: no buyers. 21
Protected by the wall,
the lizard climbs,
the scrub thickens between
piles of rubbish. If there’s another life,
let it be like this. Broken bottles
behind a wall,
cans exhausted by the rain.
If this city had
a river that divided
it in two
(a single carnival)